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Capítulo I: "Rosa"

Era la quinta vez en esta semana que terminaba viendo las algas verdosas del lago desde la sima de ese puente.

— ¡¿Dónde estabas?!. Tu madre nos espera. — me hace saber con el mismo mirar de siempre, ese que delata su falta de interés.

Al entrar al edificio mi vista se empieza a nublar por el cambio de luz natural al foco parpadeante de la sala de espera, hoy no hay tanta gente y las ventanas lucen limpias lo que extrañamente hace que me sienta más tranquila. Tomo asiento junto a mamá en el sillón de peluche rosa, todo parece sacado de una película de Barbie; ella me mira pero no dice nada, nunca dice nada cuando estamos aquí. El peluche me pica las piernas y la pintura abstracta en las paredes me perturbaba, sabía que no debía usar esta falda, ahora hace un contraste espantoso. Por lo demás, mis piernas se ven más flacas que un popote, es muy desagradable sentir la picazón en mi piel, me provocará ronchas en los muslos. ¿Cómo es que mamá no se creyó la mentira de los síntomas menstruales otra vez?. Ahora me queda soportar todo esto. Prometo que en cuanto salga de consulta quemaré el sillón con el clope que mi padre apago al entrar.

— Enah, la doctora ya está lista para atenderte.

¿"Enah"?, soy L-y-c-a-e-n-a-h. No sé por qué me llaman así, las letras no lucen bien al escribirlas y en la pronunciación se escucha espantoso pero al día de nacida no podía elegir mi nombre, ¿verdad?; me molesta pero soy tan hipócrita que solicito a cualquier desconocido dirigirse a mí de esa manera. El ahorro de saliva nos conviene a todos. Mamá dice que me llamó así por mi tío Lynceloth quien murió cuando ella era adolescente por un malestar en el corazón, ella era menor que él y aun así dice que lo escucha nombrarla a través de mi voz.

— Gracias, Mary — respondo—. ¡Wow!, ese corte te hace lucir bastante bien.

— ¡Gracias!, tú también te vez muy bien hoy.

¡Claro que no, Mary!, pesas como 100 kilos y decides cortarte el cabello a la altura de las orejas como si eso te encogiera los cachetes. Sin embargo, envidio tu seguridad y que uses tacón de aguja sin temor a caer, pero sobre todo, admiro la fuerza que tienes al presenciar tanta miseria; o finges muy bien o en verdad no te importa. Y no, yo no me veo bien, nunca suelo lucir la ropa que papá compra para compensar su falta de interés por el tema. Al menos hoy mis piernas no están temblando y mis uñas siguen intactas, creo que tuve una mañana normal. Estoy bien.

Camino confiada pero al final del pasillo me tomo un tiempo para respirar como normalmente lo hago y al hacerlo no es exactamente igual a como las personas lo hacen. Después de producir sonidos con mi boca y ver repentinamente como mi pecho se elevaba veinte veces cada segundo me dispongo a repasar el plan una vez más, recuerdo que tengo que sonreír mucho, hablar despacio y fingir que todo es color de rosa. Agrego mencionar en cada oración que ya no se me olvida tomar los medicamentos y que ya no me quedo dormida en clase. Puedo hacerlo, es fácil. El fingir que todo está bien es lo mejor que puedo hacer.

— Hola, Enah. ¿Cómo estás?.

— ¡De maravilla, doctora! — sonrió.

La doctora Thérese, ¿qué podría decir sobre ella?. La verdad es que no encuentro ningún sentimiento para describir la relación que llevamos hace más de un año. Solo tengo que agradecerle la paciencia al seguir aguantando mis rabietas y por hacerme creer vanamente que nacemos con mil motivos para vivir. Físicamente es una mujer muy bella. Alta, cabello oscuro, ojos saltones y de un café tan excepcional como el chocolate, todo eso hace una combinación perfecta con su piel clara y uñas largas bien arregladas. El tipo de mujer de 38 años segura de sí misma, independiente, modulada al hablar, sonriente y con una especialidad. Simplemente la excelencia de pareja para cualquier hombre, excepto para su marido cuyo matrimonio sobrevive a base de lástima. Conmigo ya está cansada y lo entiendo y la verdad no la culpo, ya se dio cuenta que nada hará que cambie de opinión, ya no busca involucrarse más y lo respeto. Honestamente yo tampoco me involucraría.

— ¿Estas segura de eso, Lycaenah?. En verdad me gustaría que fueras más sincera.

— Lo estoy siendo.

— ¿Cómo te va en la universidad?.

— ¿Qué puedo decir?, papá acaba de hacer otra donación voluntaria para que otro maestro no me reprobará.

Ya era demasiado tarde para retractarme, solo pude extender los labios simulando una sonrisa. Me molesta tanto que las palabras salgan por mi boca sin permiso.

— Siéntate por favor — sacando el bolígrafo del tensor de su libreta—. Cuéntame, ¿cómo te sientes con el nuevo medicamento?.

— Muy bien — muestro los dientes esta vez, pero su mirada me asegura que no está convencida así que me obligo a decir otra pequeña mentira: — Me han funcionado mucho, me siento otra persona.

— Entonces, ¿por qué dejaste de tomarlo?. Me comentó tu madre que el último frasco que te compró está totalmente lleno, ni siquiera has hecho el intento de sacarlo de la envoltura.

— Porque ya no lo necesito, me siento mucho mejor — mentira, la verdad es que tengo días sin dormir, las alucinaciones volvieron, me duelen las coyunturas e incluso siento como si algo dentro de mí se alimentará de mis intestinos. Pero no podía decir eso, así que solo salió esto: — ¡Estoy mejor que nunca!, ya he vuelto a salir con mis amigas y he dejado de dormirme en clase. — eso también era mentira, no salía con nadie y me dormí en electrónica la semana pasada.

— Escucha, Enah — haciendo anotaciones en su libreta color fiusha. Sin duda esta mujer tiene una obsesión con lo extravagante—. El medicamento es importante para ti. El que te sientas bien no es razón para dejarlo de tomar, es solo una señal de mejora y créeme, el fingir que estás feliz solo con sonreír no es algo que me convenza mucho de tu avance.

— Y dígame usted, ¿qué diferencia hay?.

— ¿A qué te refieres?.

— Sale más económico, ¿no?.

— Enah — suspirando, odio en verdad que haga eso; ese inútil gesto que le impide decir lo que piensa con franqueza—. No lo estás viendo de la mejor manera, yo solo quiero lo mejor para ti y lo que haces no es exactamente lo mejor.

— Yo ya decidí que es lo mejor para mí, gracias.

— No quiero que las cosas se compliquen más de lo que ya están. ¿Recuerdas como termino la última vez?.

— Si de algo estoy segura es que esto no puede complicarse más — dirijo mi mirar hacía la puerta y veo la carga transformada en una sombra sin rostro—. Ya tengo que irme o mamá empezará a llorar.

— Enah. Solo intenta poner un poco de tu parte, un último intento.

— Estaré aquí mañana. Lo prometo.

— Volvieron, ¿no es así? — no soy capaz de responder. Me pongo de pie y lo esquivo sin mirar.

Recuerdo mi plática con él psicólogo, creí que valdría la pena hablar con un desconocido con estudios pero fue un desastre. Yo no quería ser comprendida, yo quería ser juzgada; deseaba tanto que me dijeran a exactitud lo que estaba mal en mí, quería saber el inicio de mis pensamientos pero hasta la fecha no hay respuesta. Ahora con la psiquiatra es lo mismo, aunque ella es más insistente a que me abra como florecilla en primavera y no deja de decir que puede ayudarme. Es volver al principio, solo que sin las pastillas.

Estoy retrocediendo y eso me causa un hueco en el pecho, me hace pensar que cada día será más difícil volver a la normalidad. La normalidad donde no me costaba sonreír, en la que tenía amigos y salía cada fin de semana, quiero que me dejen de importar los comentarios de la gente. O sin exigir tanto, quiero saber el día en que empecé a cambiar, el día en que la tristeza se apoderó de mí y tomó mi mayor miedo y como condena me entrego la intriga de no saber su nombre ni poder ver rostro. No lo recuerdo, un día solo llego y no se ha ido la muy desgraciada.

— Enah, quiero hablar contigo nena — mi mamá siempre es dulce cuando quiere que yo lo sea.

— Ahora no mamá, estoy cansada. Voy a mi cuarto — deseo con todas mis fuerzas sufrir un tropezón mientras subo las escaleras.

— ¿Te llevo algo de comer?, ¿un vaso de agua o tus pastillas?.

— Estoy bien, gracias.

Esas pastillas de nuevo, las menciona tanto que a estas alturas ya dejamos de desearnos las buenas noches. Podría tomarlas de nuevo pero ya no quiero hacerlo y a este tipo de medicamento hay que tenerle cierto porcentaje de fe; son tan iguales a los audios de relajación, piensas negativo y quieres dejar de escucharlos.

— Enah, ¿puedo pasar?.

— Déjame adivinar, Héctor — abriendo la puerta—. Mi mamá te marcó.

— Hay algo de eso.

— Ya estoy cansada de que se meta en mi vida y de que te hable cada vez que no puede drogarme con comida — dejándome caer sobre la cama.

— Es tu madre, si no intenta fastidiarte la existencia hablándole a tu novio para convencerte una vez más de tomarte esas pastillas, no lo estaría haciendo bien.

— Tiene sentido.

— ¿Cómo estás? — recostándose a mi lado.

— Bien.

— ¿Bien?.

— Sí, bien.

— ¿Iras a la escuela mañana? — Héctor me entiende perfectamente, esta tan consiente de lo mal que la paso que no me insiste con la distintiva pregunta como los demás.

— Lo intentaré, no sé si mi alarma suene — hace cuatro días que no asisto a clases y hace un mes que no actualizo la alarma de mi celular.

— Con las pastillas nunca te quedas dormida.

— Aquí vamos de nuevo.

— Solo quiero que estés bien, que todo vuelva a ser como antes.

— Yo también, pero es tan difícil encontrar la lámpara mágica.

— ¡Por Dios, Enah!, estás viva, tienes un hogar, comida, gente que te quiere, ¿qué tan difícil puede ser?. Tienes lo que muchas personas desean a muerte. Lo que yo deseo.

— ¿Y crees que yo no quiero?, si pudiera regalar todo de mí a una de esas personas que luchan con enfermedades terminales lo haría — empiezo a llorar. Con Héctor no puedo fingir, las máscaras con él no funcionan—. ¿Por qué me pesa tanto el cuerpo?. Es más, ¿por qué sigues aquí?.

— Porque cuando me necesitaste no estaba. No volverá a pasar esta vez.

Lo cruel aquí es que Héctor empezó a sollozar y en verdad odiaba que lo hiciera. Desde que lo conozco siempre preferí apreciar su perfecta sonrisa a verlo derramar pequeñas lágrimas por sus ojos aceitunados. Permanecí con la cabeza agachada, no podía verlo llorar o me quebraría; uno de los dos tenía que mantener la cordura. Aun así, no podía pronunciar palabra alguna, sentía la aguja cociendo mi garganta.

Me arrepentí al instante de no ser yo la que hablará primero.

— Te amo, Lycaenah. No tienes idea de cuánto te amo.

No me gusta leer libros y los pocos que he leído son relacionados con la búsqueda del significado que tiene el amor en la humanidad. Hace algunos años leí que ese sentimiento no es removido por nada ni nadie, no lo cambia el tiempo, los problemas o el envejecimiento que es inevitable con los años. Entonces, lo que siento por Héctor ¿es amor?, aún sigue aquí y no me molestaría verlo con canas y pipa.

Recuerdo también aquel libro que medio leí por recomendación de un profesor. Me condescenderé a citarlo textualmente: "Amar es permitir que seas feliz aun cuando tú camino sea diferente al mío". Vivir sin él me mataría más pronto que un frasco de pastillas y aunque no lo pienso mucho, sé que él no soportaría ni una semana imaginándome bajo tierra, ninguno de los dos es capaz de tomar un camino diferente y seguir como si nada. Entonces, ¿no es amor?. Muchas personas mueren sin haber escuchado estas palabras en labios ajenos. Creo que seré de las pocas que morirá escuchando un te amo pero que prefirió dedicarse a entender su significado antes que sentirlo realmente. Total, yo no soy una hermosa rosa y desafortunadamente Héctor no es un valiente príncipe.

— No lo entiendes — respondo sin mirarlo.

— Solo no me alejes de ti y esta vez yo no lo haré.

— Estuve mejor cuando te fuiste, ¿estás consiente de eso?.

— ¿Quieres que me aleje?.

— ¡No! — ¿así es como se siente decir la verdad?, ya lo había olvidado.

— Entonces no sucederá y si así pasa yo estaré contigo para luchar o quedarme recostado a tu lado y llorar. Se hará lo que tú decidas, pero no me saques de tu vida porque esta vez te aseguró que no lo permitiré.

— ¡Ya basta!. No lo hagas, Héctor.

— ¿No hacer qué?.

— No me hables como si aún quedará esperanza, como si lo nuestro aún funcionará. Como si fueras un valiente príncipe en su corcel o como si yo estuviera vistiendo rosa.

— Lo mejor del rosa es que lo odias — vacila.

— Y lo mejor de los príncipes es que no eres uno — respondo.

— Por suerte el corcel me dejará sin dientes.

— Y a mí el rosa me provocará eczema.

— Ven aquí — recargándose en el respaldo de la cama—. Me quedaré contigo hasta que te quedes dormida.

— Quedas advertido. En cuanto sienta esas pastillas en mi garganta te muerdo la mano.

— ¡Claro que sí!.

Esta noche el puente tendrá que esperar.

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