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-Inesperado-

Disclamer: Como ya todos sabéis, ni los personajes, ni parte de la trama, ni los lugares me pertenecen a mí, sino a Rumiko Takahashi. Estaré publicando (espero) esta serie de historias cortas los próximos días por el gusto de participar en una nueva dinámica, sin ningún ánimo de lucro.

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Nota de la Autora: Esta historia participa en la maravillosa #Rankane_week_2024 organizada por las chicas de la página de Facebook "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma" #Por_amor_al_fandom. ¡Gracias por invitarme!

#Día_3_Así_como_en_mis_Sueños

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24 de Julio: Así como en mis Sueños.

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Inesperado

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Quiero ser sincera: no recuerdo, exactamente, cómo acabé echada sobre su cama. Me refiero justo a eso, al acto de tumbarme. No lo recuerdo bien, aunque no quisiera que quien leyera esto pensara algo raro sobre mí.

Tenía dieciséis años entonces, pero no era de las que salían con chicos y... todo lo demás. Durante un tiempo los odié, a todos, me parecían unos brutos y unos estúpidos, y los evitaba como a la peste. En cuanto llegaba la primavera, me ponía en guardia contra ellos porque solían ponerse, ya sabéis, mucho más pesados. Lo cierto es que nunca me interesaron esas cosas hasta que él apareció. De un modo del tono inesperado. Me refiero al dueño de la cama de la que hablaba antes.

Me gustaría escribir sobre ese día de la manera más honesta que pueda, aunque como ya he dicho, hay cosas de las que no me acuerdo del todo bien.

Debería empezar, supongo, por lo que sí recuerdo.

Faltaban pocos días para las vacaciones de verano y ya hacía un calor considerable la mayor parte del tiempo. Un calor pegajoso, añadiré, de esos que ponen de mal humor. Sin embargo, cuando salimos del instituto aquella tarde nos sorprendió un chaparrón, fugaz e intenso, que nos empapó de la cabeza a los pies. Corrimos, no sé bien por qué, la lluvia refrescó el bochorno de las últimas horas e hizo desaparecer la somnolencia que me pesaba en los párpados por las soporíferas clases de historia del señor Soseki.

—¡Vamos a mi casa!

Él echó a correr y yo le seguí, sin más, por calles oscuras que me resultaban familiares, puesto que yo sí había vivido siempre en Nerima, y a la vez extrañas, porque nunca las había recorrido con él. No recuerdo el trayecto que hicimos ese día, no sé qué me dijo cuando llegamos ante el bloque de apartamentos y me señaló el suyo. No sé qué respondí mientras subíamos las escaleras y recorríamos la pasarela, pasando ante mil puertas cerradas que sujetaban los ruidos de sus habitantes en el interior.

Dentro, todo estaba en silencio.

—Mi madre no está —Creo que lo mencionó antes de preguntarme—. ¿Seguro que quieres quedarte?

Por ese entonces yo tenía muy claras dos cosas.

La primera era que prefería estar en cualquier otro lugar que no fuera mi casa. La segunda, sin que ningún pensamiento racional interviniera, mis instintos anhelaban estar con él, a su lado, cada instante que fuera posible. Esa fuerza insólita, aunque demoledora, había estado en mí desde el primer momento en que le había visto.

—No me das ningún miedo, Saotome —Le respondí, con una sonrisa de seguridad—. Puedo cuidar de mí misma.

—Es verdad —dijo él, mirándome por encima del hombro, y sin hacer mucho caso a mis palabras—. Me dijiste que tu familia tenía un dojo de artes marciales —Asentí, un poco tensa—. Mi padre me enseñó algo de eso cuando era pequeño.

—Mi padre también solía enseñarme...

Me cubrí el estómago con los brazos antes de que éste se me pusiera del revés. Un gesto que se había vuelto recurrente en aquellos tiempos, del que era consciente y aun así, no conseguía evitar. Por lo general me esforzaba por dar una imagen de fortaleza que no sentía para nada, y ese tipo de detalles me delataban.

Por suerte, él no se dio cuenta.

—¿Tienes frío?

Supongo (ya que algunas partes están borrosas) que nos secamos un poco; después, me enseñó el pequeño apartamento de estilo occidental en el que vivían solos su madre y él, y yo le acompañé hasta su habitación. Todo estaba manga por hombro, al fin y al cabo, apenas hacía unas semanas que se habían mudado.

Estando los dos solos, lejos de los cotillas del instituto, habría sido una buena oportunidad para preguntarle por su llegada a Nerima. No quería ser indiscreta, al contrario, planeaba demostrarle que no era una de esas colegialas ingenuas que se creían los rumores que corrían en el Furinkan sobre él. Pero Ranma Saotome había demostrado ser un tanto temperamental, y no estaba segura de que mi curiosidad no fuera a molestarle.

Así que me callé. No quería estropearlo, yo era de las pocas personas con las que hablaba desde que se mudó.

Ranma había sido un solitario desde el primer día, de esos que dejan claro que no desean hacer amigos para no tener que soportar a nadie. Miraba mal a todo el mundo, gruñía cuando le tocaba responder en clase, incluso diría que había algo en su postura corporal que repelía a la mayoría; o los molestaba o los asustaba.

Por ese entonces, yo tampoco era la persona más sociable. Me incomodaba el cuidado con que me trataba la gente por mi desgracia y que cuchichearan, sin poder evitarlo, cuando me veían por los pasillos o coincidían conmigo en los lavabos. Después de un año entero se me había agotado la paciencia para soportar ese tipo de cosas con una sonrisa de disculpa.

Por eso fue tan sorprendente para mí la aparición de Ranma Saotome, porque, al contrario que al resto, me había atraído con una fuerza insospechada.

Bueno, a mí y a algunas otras que habían caído rendidas bajo su hechizo de misterio y rudeza.

¡Yo no, claro! ¡No era lo mismo!

Yo sentía que ese chico, aun con sus hoscos silencios y gestos groseros, me era familiar. Noté una inmediata conexión. Como si nos conociéramos de otro lugar. De otra vida.

De un sueño.

Y a pesar de que me pasaba los días observándole, pendiente de sus miradas, de las secas palabras que me dirigía de vez en cuando, de su mutismo ensimismado cuando caminábamos juntos al salir de clase y de que mi alma sabía que ya nos conocíamos, era del todo incapaz de saber qué pensaba de mí. Mucho menos podía entender el porqué de sus actos o la naturaleza de sus sentimientos verdaderos.

¡A veces también me irritaba!

Estaba atravesando uno de los momentos más confusos de mi vida y justo tuvo que aparecer él para trastocarlo todo. Según el día, me podía parecer un fanfarrón huraño e insoportable, que no se merecía que me esforzara por acercarme a él. Pero yo seguía mirándole desde mi pupitre, siguiéndole cuando echaba a andar por delante de mí.

Sentía que no podía dejarle solo.

—Si quieres, siéntate.

Me senté en la cama que estaba a medio hacer, con la colcha mal colocada y la sabana, arrugada, sobresaliendo por debajo. Intenté recordar si yo había hecho mi cama antes de salir de casa esa mañana, pero entonces él se sentó a mi lado, frotándose el cuello con la toalla y me distrajo. El movimiento brusco de la toalla hacía saltar gotitas de agua helada que me rozaron la barbilla y tuve que echarme a un lado.

—Estás empapado —Lo dije por aliviar la tensión, ya sabía que era un comentario simple, absurdo por lo evidente, pero él asintió con la cabeza como si nada y siguió secándose.

Yo no hacía más que retorcer la toalla entre las manos cada vez que una de esas gotitas saltaba desde su piel a la mía. Una de ellas aterrizó sobre mi labio inferior y di un respingo, apartando la mirada.

El chaparrón se convirtió en tormenta y, creo recordar que fue él quien me aconsejó esperar antes de volver a casa. Podría ser peligroso caminar bajo ese aguacero, me dijo y a mí me sonó un poco tonto; pero sentí una punzada de emoción en el pecho ante esa pequeña muestra de preocupación.

Empezaba a olvidar lo que se sentía al ser vista por otra persona.

—Podrías resbalarte y caerte —sugirió, con sus ojos azules, tan tormentosos como el cielo aquel día, clavados en la ventana—. O podría atropellarte un coche al cruzar una carretera.

—¿Por qué tendría que pasarme algo de eso? —inquirí, nerviosa—. ¿Me estás llamando torpe, acaso?

Ranma se puso a menear la cabeza.

—A ver, Tendo, te he visto en clase de gimnasia y...

—¡¿Y qué?!

Se calló y eso me irritó tanto que agarré la almohada que asomaba también por debajo de la colcha y se la estampé en la cara. Se quedó perplejo, pues era la primera vez que hacía algo así y frunció el ceño con extrañeza.

¡Será imbécil!

Apenas hacía unas semanas que me conocía y ya creía saber cómo era. ¡Y no sabía nada! ¡Que yo era torpe! ¡Ja! Por desgracia, estábamos en pleno módulo de natación en las clases de educación física y ese era mi único punto débil en cuanto a los deportes.

¡Se iba a enterar cuando empezáramos con el beisbol!

—Eres muy agresiva para ser una chica, ¿lo sabías?

—¿Qué sabes tú de chicas?

También discutíamos, a menudo, por tonterías así. Porque él siempre decía cosas que no debía y yo no podía contenerme. Ranma Saotome podía ser un idiota de los peores.

—Supongo que no sabes nada —comenté, como si no me importara y él no se molestó en negarlo. No le preocupaba lo que pudieran pensar de él cuando ignoraba las insinuaciones de nuestras compañeras de clase que suspiraban por él. Eso me tranquilizaba y me inquietaba a partes iguales—. Seguro que nunca has tenido novia.

Las mejillas se le encendieron, cosa que no me esperaba, y apartó el rostro.

—¡Y tú qué sabes!

Lo siguiente que recuerdo con claridad es que se levantó a abrir la ventana para que el frescor de la tormenta aliviara el bochorno atascado en el cuarto. El olor de la lluvia se pegó a mi piel, a mi pelo, pero también a las sabanas y a las paredes hasta que tuve la impresión de estar fuera. El dobladillo de la falda de mi uniforme seguía mojado, también mis calcetines; se quedó frente a la ventana, contemplando la violencia del agua y yo, mirándole a él, noté que el corazón me saltaba en el pecho. Había algo fascinante en su expresión seria y triste a la vez. Apretaba la mandíbula con suavidad y el aire agitaba los pelillos de su flequillo.

Decidí apartar los ojos antes de que notara que le estaba mirando y... ¿es posible que entonces me tumbara en la cama? Clavé los ojos en el techo y esperé, notando los amplios movimientos de mi pecho al respirar, con los brazos pegados al cuerpo y los puños cerrados. Pasamos un rato en silencio, creo. Tal vez hasta se olvidó de que yo estaba allí, o yo me olvidé de él. Me ensimismé con el ruido lejano de los truenos y no volví en mí hasta que él me llamó:

—Tendo.

Parpadeé y le vi delante de mí, de pie, observándome de un modo peculiar. Se me encendió la cara al instante.

—¡Perdón, yo...!

¡Ahora me acuerdo!

Me puse histérica ante el escrutinio de sus ojos y quise levantarme, pero no tuve tiempo suficiente. De pronto, Ranma se tendió sobre mí, sin decir una palabra cubriéndome los brazos y las piernas. Apenas soltó un leve suspiro, pero nada más.

¿Qué? Me quedé quieta, sin entender del todo qué estaba pasando.

Ranma pesaba mucho, casi una tonelada, pero no me daba miedo que estuviera encima de mí o que casi no pudiera moverme salvo para respirar. Sobre todo, el peso de su cabeza quemaba sobre mi pecho enloquecido y el airecillo que salía de sus labios con cada respiración, que yo podía notar incluso a través de las capas de ropa.

Me parecía una locura estar allí con él. Y al mismo tiempo me resultaba lo más normal del mundo.

Al cabo de un rato, movió la cabeza, su mejilla se deslizó por encima de mis senos hasta que su coronilla asomó por mi hombro, poniéndome todavía más nerviosa.

—Parece que estés buscando mi corazón —murmuré, y al instante me sentí una gran estúpida—. ¡Para oírlo, quiero decir!

Esperaba que no fuera verdad, pues éste hacía un sonido horrible, bombeando mi sangre que yo me imaginaba caliente y espesa.

Ranma hizo un sonido gutural, como si se estuviera quedando dormido sobre mí.

—¿Eso parece?

Tragué saliva y carraspeé.

—S-sí.

—¿Y por qué lo haría?

De pronto cambió: abandonó su habitual tono huraño y despectivo para hablarme con una voz más sosegada. Me pregunté hasta qué punto tendría automatizado responder de mala manera a todo aquel que se atrevía a dirigirle la palabra. Y sonreí, un poco, si es que eso significaba que hacía un esfuerzo por controlarlo conmigo.

—No lo sé —Mi cerebro estaba muy ocupado memorizando la forma de ese cuerpo, el olor que lo envolvía inmune a contaminarse con las esencias del mundo. También pensaba en sí podría mover mis brazos para tocarle, pero al hacer un leve intento me di cuenta de que era imposible.

—Para no sentir...

—¿Cómo?

—...no sentir...

Su voz sonaba adormilada, al parecer pretendía usarme de almohada. Su conciencia debía estar ya más cerca del sueño que de mí, y no sabía bien lo que decía.

—¿Saotome?

Se movió y sus manos se hincaron en las sabanas revueltas de la cama.

—Para no sentirme tan... solo.

Y yo que pensaba que eras tú el que buscaba esa soledad.

Era él quien se mantenía alejado del resto de los chicos, el que ignoraba las sonrisas de las chicas, el que respondía mal a los profesores que se interesaban por su estado y se negaba a participar en las actividades grupales escolares. Ni una sola vez me había parecido que eso le molestara, al contrario, exhibía una actitud despegada y desinteresada todo el tiempo y se manejaba con brusquedad hacia cualquiera que intentara acercarse a él.

Salvo... conmigo.

Yo era la única excepción a ese patrón de comportamiento. A mí me hablaba, aunque a veces dijera cosas que no me gustaban, me permitía estar a su lado sin tratarme mal y no ignoraba mi existencia, así como hacía con el resto del mundo.

Ahí me di cuenta de que yo era tan especial para él, como Ranma lo era para mí.

—Yo también me siento sola desde... lo que pasó —No respondió, exactamente, pero emitió otro ruidito en el que yo descifré un Lo sé. Debía saberlo, si había oído los rumores sobre mí, igual que a mí me llegaron los suyos. Preferí no pensar en qué habría oído—. ¿Y el sonido de mis latidos te hace sentir menos solo?

Fue una pregunta tonta y cursi, lo sé. ¡Y yo no soy una chica cursi! Solo la formulé creyendo que Ranma ya estaría del todo dormido. La conversación acabaría antes de volverse demasiado incómoda y yo podría quedarme allí, en ese cuarto desordenado y pequeño, flotando entre las paredes, con esa pregunta en mi mente y, tal vez, imaginando las posibles respuestas que más me gustaran.

Pero, de repente, él respondió:

—Es extraño, pero sí —Su voz no sonó más lúcida, se arrastraba con pesadez y con todo, parecía tener coherencia—. Me ayuda a sentirme más... tranquilo.

Mi corazón volvió a dispararse, aunque aquello no era una declaración o algo parecido. Y sin embargo, me hizo más ilusión de la que me gustaba sentir en ese tiempo y mi rostro se sonrojó con más furia todavía. Era horrible sentir tal estallido de emoción y no poder moverme.

Y cuando ya estaba pensando que se había quedado dormido, o que quizás me hablaba desde otra dimensión, una en la que no éramos nosotros ni nos habíamos conocido hacia solo unas semanas, volvió a decir algo.

—Akane —Era la primera vez que me llamaba por mi nombre de pila. Una descarga me recorrió de arriba abajo, para quedarse ahí, llameando sin tregua, como una caricia de fuego sobre mi piel—. ¿Te importa que me quede así un rato?

¡Pues claro que me importa!

Sentía que iba a estallar de un momento a otro si no podía moverme, aunque fuera un brazo. Quería levantarme de un salto, dar patadas con las piernas, lo que fuera con tal de apaciguar la alteración nerviosa que me mordisqueaba las paredes del estómago.

¡Además aquello no estaba bien!

Puede que Ranma Saotome fuera algo peor de lo que se decía de él en el instituto. ¡Puede que fuera un pervertido!

—Yo... yo...

¡Y yo era una chica decente! Atormentada y destrozada, pero decente. Pensé en lo que dirían mi padre o mis hermanas si me vieran echada sobre la cama de un chico al que apenas conocía, a solas con él, en su casa, y con el susodicho sobre mí, con su cabeza a escasos centímetros de mi pecho.

Nada, respondió mi mente, y la voz sonó como si un muro se quebrara. Ellos ya no me dicen nada.

Para ellos, me había vuelto invisible y lo que hiciera fuera del dojo, no les importaba. Entendía que cada uno de nosotros estaba manejando el dolor cómo podía pero tenía la angustiosa sensación de estar desapareciendo del mundo poco a poco. Como el agua de esa tormenta que se evaporaría en cuanto volviera a brillar el sol.

¡Cómo deseaba que alguien me viera!

Y el sentimiento de estar atrapada en una pesadilla interminable volvió, como la marea en la playa, a extender sus tentáculos espumosos hacia mí. Noté como mi pecho se inflaba de manera exagerada albergando un profundo sollozo, pero lo contuve con todas mis fuerzas.

—No —susurré, exhalando para calmarme. Mi peso se hundió en el colchón y él conmigo—. No, no me importa.

Y todos esos otros deseos de violencia y destrucción se fueron suavizando dentro de mí, una extraña paz invadió mi cuerpo y me acunó, como lo habrían hecho los brazos de una madre. Eran los brazos de Ranma los que estaban ahí, aunque no me abrazaran aún. Me dije que, a su manera, él sí me veía y con eso era suficiente.

Se me fueron las ganas de hacer cualquier otra cosa que no fuera estar allí tumbada con él.

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Hacía más o menos un año que vivía en esa pesadilla que he mencionado antes. Era como estar dentro de una cárcel de cristal en la que solo había dolor, soledad, miedo y tristeza. No sabía cómo escapar de ella, ni siquiera tenía fuerzas para intentarlo. Es horrible cuando no puedes escapar del dolor a ninguna hora del día.

Solo en las noches me sentía un poco mejor.

Había tomado la costumbre de pasar las tardes partiendo montones de ladrillos y repitiendo, hasta el agotamiento, mis ejercicios en el dojo de mi familia. El objetivo era llegar a la cama tan cansada que me quedara dormida sin problemas. Y si estaba dormida, mi mente dejaba de pensar. Y aunque no dejaba de sentir, era lo más parecido que encontraba.

Al principio no soñaba nada, pero después comencé a tener ensoñaciones que, sin ser del todo felices, me reconfortaban un poco al despertar. No eran grandes cosas, ni les encontraba ningún significado, pero mientras duraban yo me sentía bien, como antes de que todo se estropeara. En esos sueños, recordaba vivencias inocuas de mi vida anterior donde no existía el sufrimiento, y eso era lo más maravilloso.

Eso era lo que yo deseaba con todas mis fuerzas: que mi vida y la de mi familia regresara al lugar en el que estaba hacía un año, la ausencia de ese dolor terrible. Soñaba, esperaba, imaginaba, deseaba que algo, lo que fuera, ocurriera para cambiarlo todo. Pero, hasta entonces, nada había pasado.

Todo había seguido igual.

Aquella tarde, en casa de Ranma Saotome, mi cuerpo, como suspendido en el aire, estaba relajado. No tenía las malditas palpitaciones que me solían arrancar del sueño cada mañana, ni calambres en el vientre, ni pizca de tensión apretándome la nuca.

Estaba bien. El dolor había desaparecido, como era normal, y no parecía que fuese a abatirse sobre mí de un momento a otro.

El olor de la lluvia y el de Ranma aún flotaban sobre mi nariz, aunque él ya no estaba.

—¿Saotome? —murmuré, frotándome un ojo. Me incorporé en medio del desorden de la habitación y descubrí la colcha sobre mis piernas. La ventana estaba cerrada, la cortina corrida y la puerta, entreabierta.

Caminé de puntillas y me asomé a la rendija de la puerta. Al otro lado estaba la oscuridad del diminuto pasillo, y más allá, capté el sonido de una conversación.

—... espero que hayas sido un caballero —Distinguí una voz de mujer, autoritaria pero tierna a la vez. Después, reconocí la voz de Ranma.

—Qué sí —Y uno de sus resoplidos—. No seas pesada, mamá.

Su madre...

¡Había vuelto a casa!

Debería haberme sentido avergonzada por la sorpresiva presencia de esa mujer, quizás había llegado mientras dormíamos y nos había visto tumbados juntos. Supuse que su hijo le habría explicado la situación y le habría dado las excusas necesarias para que no pensara lo que no era.

Me extrañó no sentir más pudor por la situación, pero es que me entró una gran curiosidad por verla.

—Quiero conocerla —indicó la mujer—. Preséntamela, hijo

—¡Ya te he dicho que está dormida!

—Tendremos que despertarla en algún momento, digo yo. ¿O va a quedarse a pasar la noche?

—¿Para qué quieres conocerla?

—¡Con todo lo que me has hablado de ella!

—¡Shhhh!

Mi corazón se aceleró, agitado y tuve que sujetarme al borde de la puerta.

¿Ranma Saotome le había hablado a su madre de mí?

—Hijo, no me hagas insistir... —Y escuché un sonido extraño, metálico y pesado, que no supe identificar.

—¡Bueno, pero guarda eso! ¡No quiero que la asustes!

Se me encendieron las mejillas, así que me aparté de las voces para intentar calmarme. Me paseé por el reducido espacio que me ofrecía ese cuarto, alisándome el uniforme, repasando mis calcetines por si tenían alguna falla y después, traté de acomodarme el cabello lo mejor que pude.

¿Cómo es que los chicos no tienen espejos en sus cuartos?

Cuando hube recuperado la compostura, regresé a la puerta y la crucé. Caminé con cuidado por el pasillo y respiré hondo antes de entrar al comedor.

—Hola —saludé, estrujándome las manos a la espalda.

Ranma dio un saltito al escuchar mi voz y, aunque me miró, no dijo una palabra. Yo me enfoqué en la mujer que tenía delante de mí, cuyo aspecto juvenil y de gran belleza me dejó pasmada.

—¡Hola, querida! ¡Buenas tardes!

La madre de Ranma era alta y esbelta, como él. Llevaba un kimono sencillo pero con una elegancia innata en el modo en que se anudaba el obi y en el recatado moño que recogía su cabello castaño rojizo a la parte alta de su cabeza. Su piel resplandecía a pesar de no ir maquillada, y todo en ella irradiaba una adorable sencillez.

—B-buenos días... ¡O sea, tardes! —Respiré hondo e hice una reverencia—. Buenas tardes, señora Saotome.

—Es encantadora, Ranma...

—¡Mamá!

—Yo soy Nodoka Saotome —Se presentó, con una agradable sonrisa, al tiempo que me señalaba el sofá de la sala—. Ven, siéntate un ratito conmigo.

—Yo... —Lancé una rápida mirada al chico y éste se encogió de hombros. Así que acepté la invitación—. ¡Gracias! —Me senté, un poco nerviosa, en el borde del sofá y la mujer tomó asiento a mi lado—. Yo soy Akane Tendo, encantada de conocerla.

—Yo también estoy encantada de conocer, por fin, a una amiga de Ranma.

—Ni que nunca hubiera tenido amigos —replicó él, un tanto enfurruñado. No furioso, molesto o fastidiado, como ya le había visto en clase alguna vez, parecía enfurruñado de ese modo gracioso en que lo hacen los niños a veces.

Eso lo recuerdo bien porque, hasta ese momento, siempre que miraba a Ranma me daba la impresión de que veía a alguien mucho mayor que yo, aunque teníamos la misma edad.

—La verdad —Nodoka me puso una mano sobre el hombro, sus ojos brillaban de emoción al mirarme—; me temía que no fuera capaz de hacer amigos y se pasara el resto del año solo.

—¡Mamá!

Lo único que se me ocurrió fue soltar una risita nerviosa.

Charlamos de manera superficial sobre el instituto, las clases y hasta de los chaparrones que no cesaban a pesar de que ya habían comenzado el verano. Nodoka era una mujer alegre y entrañable, que sonreía sin parar y de vez en cuando me rozaba el brazo en actitud cariñosa. ¡Pocas veces me he sentido tan a gusto con alguien a quien acababa de conocer! Pensé que Ranma era muy afortunado por tener una madre como ella. Quizás ese pensamiento, que no debí tener, se reflejó en mi semblante porque fue justo entonces que Nodoka dijo:

—¿Por qué no vas a preparar algo de té, Ranma?

El chico, que nos había estado observando conversar con aire aburrido desde un sillón cercano, alzó el rostro con el ceño fruncido.

—¿Y eso por qué?

—Porque eso es lo que se hace con las visitas —Le explicó su madre—. Ofrecerles algo para tomar.

—No es necesario —me apresuré a decir. Eché un rápido vistazo a la ventana y me sorprendió lo oscuro que estaba ya el cielo—. De hecho, tendría que irme a casa ya.

—Akane, por favor, tienes que probar mi té —insistió la mujer—. La mezcla está lista, solo tienes que poner el agua a calentar y traerlo todo en una bandeja.

—Pero, ¿por qué tengo que ir yo?

—Ranma...

Desde algún lugar, y por más que miré fui incapaz de encontrarlo, emergió ese ruido metálico de antes, solo que esta vez lo escuché con mayor precisión. Sonaba como si algo pesado y de metal golpeara, con suavidad pero con firmeza, contra otra cosa también de metal.

Fuera lo que fuera, consiguió que Ranma se pusiera en pie de un salto y se marchara a la cocina sin rechistar más.

Pero, ¿qué ha sido eso?

Sé que Nodoka y yo seguimos charlando de temas sin importancia durante unos cuantos minutos más, pero no sabría decir de qué. Supongo que he olvidado esas pequeñeces a causa de la seriedad que envolvió la conversación que vino después.

La señora Saotome tenía los mismos ojos redondeados que su hijo, y del mismo color azul, solo que en ella tenían un tono más sereno, menos eléctrico, a pesar de lo cual, yo sentí un estremecimiento similar en el pecho cuando me miró con fijeza.

—Akane Tendo —comentó, y yo me di cuenta de que su sonrisa se hacía más pequeña. Tuve una corazonada y me encogí en aquel sofá—. He oído lo que le pasó a tu familia —Apreté la mandíbula sin querer, el vértigo me golpeó a la altura del diafragma y tuve que respirar hondo—. Siento mucho lo de tu madre, querida.

Bajé la vista e intenté asentir. Pero hacía ya varios meses que nadie me daba el pésame, así que se me hizo un nudo en la garganta.

—Gracias —musite, con dificultad—. Hace ya casi un año que... —Tragué saliva, apreté los labios—. Estaba muy enferma y no se recuperó.

Cerré la boca al instante, eso era todo lo que podía decir sin ahogarme. Apreté las manos contra mi regazo y traté de pensar en otra cosa, algo que me calmara, pero el dolor y los recuerdos estaban regresando sin piedad.

—Es una tragedia cuando le ocurre a alguien tan joven —respondió Nodoka—. He oído que lo habéis pasado muy mal, en especial tu padre.

Mi padre...

Alcé la cara y ella arqueó las cejas, sorprendida, quizás tenía los labios rojos de tanto apretarlos o los ojos acuosos, no lo sé. Quería tranquilizarme pero no conseguía que mis rodillas dejaran de brincar arriba y abajo.

—No sé qué le habrán contado por ahí —contesté—; a la gente le gusta hablar de nosotros.

—Son solo comentarios sin importancia que se oyen en el mercado y sitios así.

Yo sabía la clase de cosas que se oían por el barrio, aunque me sorprendió saber que no eran simples cotilleos que intercambiaban nuestros vecinos entre sí, sino que también se los revelaban a los recién llegados, a personas que no nos conocían de nada y no sabían cómo habían sido las cosas.

—Mi padre no está loco —Solté, sin andarme con más rodeos. No quería que la madre de Ranma pensara algo así de nosotros—. Le está costando superar lo que ha pasado, por eso ha cerrado el dojo y no sale mucho de casa, pero solo está triste.

>>. Yo sé que algún día se recuperará y volverá a ser el que era.

Al decirlo me di cuenta de que esas esperanzas estaban, en verdad, vivas en mí. Formaban parte de esos sueños a los que me aferraba en cuanto conseguía huir del dolor; porque de verdad esperaba que todos volviéramos a la normalidad algún día. Que saldríamos de la oscuridad a la que la muerte de mi madre nos había empujado. Soñaba con que mi padre recuperara su buen humor, que mi hermana Kasumi volviera a tararear mientras cocinaba y que Nabiki dejara de escabullirse de casa para conseguir dinero con esos negocios suyos de los que no me quería hablar.

Yo solo quería que el dolor se desvaneciera de una vez, escapar de él, así como lo hacía cuando soñaba.

Nodoka me miró, con cierta gravedad y colocó su mano sobre las mías, deteniendo el temblor de mis piernas.

—La gente que dice esas cosas sobre tu familia —me dijo, apretándome los dedos—; son así porque todavía no saben lo que es sufrir una pérdida como la tuya.

Me alivió tanto oírla decir eso que tuve que apretar los párpados para contener el llanto. Fui incapaz de hablar, ni siquiera para darle las gracias. Me quedé callada, mirando al suelo y concentrada solo en respirar despacio. La mano de Nodoka se quedó sobre las mías, tan cálida y reconfortante, que me hizo sentir que yo podía importarle, aunque no me conocía de nada.

Esperó un poco a que me calmara y después, me dijo:

—Supongo que tú también habrás oído los rumores sobre nosotros —Hizo otra pausa—. Los rumores sobre Ranma.

No creí necesario responder, era obvio que toda Nerima los había oído.

Los dos habían llegaron de un modo tan precipitado y misterioso a la ciudad que la gente no tardó en inventar historias al respecto. Era muy particular que no hubiera un marido, sobre todo, porque Nodoka no ocultó a nadie que estaba casada. Era más reacia a responder cuestiones sobre dónde estaba el padre de Ranma, ni siquiera los más avezados en extraer información lograron sacarle su nombre. Esa actitud esquiva y nerviosa por parte de ella, junto a lo rudo que era el hijo, dio lugar a especulaciones cada vez más retorcidas y surrealistas.

Dicen que el padre era una mala bestia

Yo había oído cosas en el instituto y, lo que era peor, seguro que Ranma también las había oído.

Que bebía y pegaba a su mujer. Por eso, Saotome se enfrentó a él y lo mató.

Algunos dicen que fue un accidente, pero con lo bruto que es, seguro que fue a propósito.

Luego, madre e hijo huyeron de la policía y han venido aquí a esconderse.

—Espero que tú no creas esas habladurías —Yo negué con la cabeza y respondí de inmediato:

—¡Claro que no!

—Sé que Ranma se muestra huraño la mayor parte del tiempo, pero él nunca le haría daño a nadie.

—Lo sé.

Era verdad que lo sabía, aunque no tenía modo de estar tan segura. Era algo que estaba por encima de mi propia consciencia, del hecho de que apenas hacía unas semanas que le conocía; lo sabía cómo sabía algo de mí misma.

—Pero es verdad que su padre no fue bueno con nosotros y por eso, tuvimos que irnos —me confesó Nodoka. Lo hizo con bastante calma, a pesar de todo, e incluso volvió a sonreír—. Ahora solo espero que no nos encuentre nunca.

Así descubrí que Genma Saotome seguía vivo, claro, y que debía estar buscando a su familia con no muy buenas intenciones. Quizás era por eso que Ranma se mostraba tan esquivo con la gente, al fin y al cabo, estaba guardando un gran secreto. No era el que los demás creían, pero debía ser difícil abrirte a que otros te conozcan cuando tienes que mantener oculta una parte tan grande de tu vida.

Lo estuve pensando mientras tomábamos el té, lanzaba rápidas miradas al chico del sillón, entre el vapor de las tazas y la tetera. Fue la primera vez que pensé que él estaba sufriendo tanto como yo, y también lo ocultaba. Yo lo había captado, sin embargo, y tal vez había sido eso lo que tanto me había atraído hacia él. Me había reconocido en su semblante endurecido, como máscara, para ocultar una verdad penosa.

Me alegró que Nodoka me lo contara, porque saberlo me hacía sentir más cerca de él.

Cuando dejó de llover, Ranma se empeñó en acompañarme a casa. Ya era noche cerrada y se le debían estar ocurriendo otro montón diferente de cosas horribles que podían pasarme si me iba sola.

—¿Ya estás otra vez insinuando que soy torpe? —Le pregunté. Mi mano se movió sola, lo prometo, hasta uno de los cojines del sofá, pero antes de que pudiera agarrarlo, otro se estampó en mi cara.

Esta vez fui yo la que se quedó perpleja.

—¡Ranma! —Le riñó su madre—. ¡¿Cómo has...?!

Se hizo el silencio cuando el chico, de pronto, soltó una risotada. Las dos nos quedamos como tontas, mirándole.

¡Nunca le había visto reírse!

Salió del comedor para buscar un paraguas, por si acaso, y yo me despedí de su madre.

—Hacía mucho que no le oía reír así —me comentó—. Cuando está contigo, parece otra vez el de antes.

—¿El de antes?

—Ranma solía ser alegre, confiado, incluso demasiado despreocupado —Me contó, cogiéndome de las manos—. Seguirás siendo su amiga, ¿verdad?

—C-claro —La intensidad de su mirada volvió a sobrecogerme, pero cuando me abrazó, justo después, no me sentí incómoda o extraña. De hecho, tuve una sensación cálida que hizo vibrar mi corazón como hacía mucho tiempo que no la experimentaba.

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El ambiente bochornoso no tardó en ocupar las calles tras la tormenta. Eso es lo que pasa con los chaparrones de verano, no pueden librarse del calor, solo alejarlo durante un breve espacio de tiempo.

Recuerdo, más que nada, ese airecillo pegajoso subiendo del suelo hasta rozarme las pantorrillas, e ir contando las burbujitas que flotaban en los charcos que me encontraba por la acera. Sobre nuestras cabezas, las nubes seguían ahí, amenazantes, pero se confundían con la negrura del cielo nocturno. La luz borrosa de las farolas daba la impresión de derretirse sobre las paredes y el ruido de las televisiones escapaba, o retumbaba más bien, a través de las ventanas abiertas de las casas.

Ya no hacía aire, pero el olor a lluvia seguía acompañándonos en nuestro camino.

Ranma no habló demasiado durante el trayecto, de hecho, parecía un poco avergonzado por nuestra charla con su madre. Le miré a escondidas cada vez su rostro era bañado por un haz de luz amarilla y me di cuenta de que ese rictus severo que había llevado consigo esas semanas, se había suavizado hasta casi desaparecer. Sus labios se curvaban, un poco, hacia un lado, como si estuviera rememorando algo divertido.

¿Era ese el Ranma de antes, del que había hablado Nodoka?

Enfilamos la larga calle al final de la cual estaba mi casa.

—Yo vivo ahí —Le indiqué—. Al final del todo.

Alzó los ojos y los clavó en el farol que rociaba la calle desde lo alto del portón. Sentí el retorcijón de siempre al acercarme al dolor mudo que llenaba ese lugar y, a pesar del recuerdo de mis sueños, hubo un instante en que mis pies se pararon. Dejé de caminar. Ranma se dio cuenta al poco y tuvo que volver atrás.

—¿Qué pasa?

Esta vez no me atreví a mirarle.

De repente, sentí algo helado que me bajaba por la nuca y el suelo se tiñó de manchas oscuras. Volvía a llover. Un nuevo chaparrón que creció en intensidad muy rápido, por lo que tuvimos que volver a correr. Nos guarecimos debajo del tejadillo del portón sin que a ninguno se nos ocurriera abrir el paraguas.

Ranma miró hacia arriba, impresionado.

—Entonces, ¿esta es tu casa? —Asentí, frotándome los brazos—. ¿Y... el dojo está dentro?

—Justo detrás de esta puerta.

—¿Me lo enseñarás algún día?

Imaginarme a Ranma en mi casa se me hizo muy raro, sobre todo con el ambiente viciado por la tristeza que había en ese momento, pero pensé que, tal vez, su presencia podría aliviar mi angustia. De hecho, estuve tentada a invitarle a entrar. Estar en esa casa con él al lado se volvió una idea muy reconfortante para mí.

Pero no era un buen momento.

—Algún día —Le respondí.

Me sonrió, solo un instante, porque entonces oímos un crujido y una trompa de agua le cayó sobre la cabeza. Alguna grieta del tejadillo se había vencido al peso del agua acumulada y bañó al chico de arriba abajo.

Yo retrocedí, contra la puerta, apartándome a tiempo y después, no pude evitarlo, me eché a reír. A reír con muchas ganas. Tampoco recordaba cuánto hacía que no me reía así.

Ranma me miró mal, mientras intentaba sacarse el agua de encima.

—¡Oye! —me gruñó, pero ya no sonaba tan aterrador como antes. Y me seguí riendo hasta que no pude más.

Se quedó mirándome, como sin saber qué decirme. Una masa de agua furiosa nos rodeaba, a nosotros y a la brillante luz del farol; al otro lado todo estaba tan borroso, como si el mundo se estuviera desvaneciendo. Recordé el momento que habíamos estado a solas en su habitación, y casi pude sentir otra vez la cadencia de su respiración y el ritmo de sus latidos sobre mi piel mojada.

Deseé volver a ese momento, y quizás él también lo hiciera, porque me miró fijamente, con las pestañas húmedas por la lluvia, justo antes de acercarse a mí y rozarme con sus labios.

Solo un segundo, luego se apartó, azorado, e hizo unos movimientos nerviosos con las manos que nunca antes le había visto.

—¡Lo siento! ¡No he debido! —Soltó a toda velocidad—. ¡Perdóname, Tendo! ¡Ha sido...!

—Ranma...

Salté sobre él y le atrapé con mis brazos, obligándole a inclinar la cabeza. Le besé y tiré de él hasta que mi espalda acabó contra la madera de la puerta y su cuerpo estuvo pegado al mío. Volví a sentir su respiración, su corazón, su olor y el de la lluvia penetrando en mis pulmones y sus manos subiendo por mi espalda, con lentitud.

Me imaginé que éramos una pareja que regresaba de una cita romántica y teníamos que ocultarnos bajo el tejadillo para besarnos sin que los vecinos nos vieran. No sé de dónde salió ese pensamiento, pero me inundó de una emoción que me oprimió el pecho y, de repente, me di cuenta de que el dolor se había ido.

O se había ido, o yo no podía apreciarlo.

Me sentía reconfortada, incluso un poco feliz, así como me sucedía en mis sueños. La ausencia de ese dolor, que yo creía infinito, se desvanecía con los besos de Ranma, había mariposas que me hacían cosquillas en el estómago, y sus manos me provocaban escalofríos en la nuca.

Ya supongo que no, que el dolor no desaparece así sin más, pero la presencia de Ranma hacía que éste fuera mucho más pequeño, soportable. Entre sus brazos me volví a sentir como antes de que todo cambiara.

—No estás enfadada... ¿verdad, Akane? —me preguntó, justo antes de irse.

No sé por qué me hizo esa pregunta, ¿qué tenía ese chico en la cabeza?

—Ha sido un poco inesperado —respondí—. Es extraño, pero me haces sentir menos... sola.

Me miró, esta vez sonrojado de verdad, y no fue necesario que dijera que a él le ocurría igual.

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Fin

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¡Llegamos al día tres! ^^

Con un tema muy especial: así como en mis sueños.

Reconozco que cuando ya se me habían ocurrido las historias para los otros días, no tenía nada para éste. Me quedé en blanco. Y de pronto, no sé por qué, se me representó la imagen de ellos dos en la cama, la habitación revuelta, la conversación acerca de la soledad. Y bueno, tuve que ver, como la encajaba en una historia que tuviera algo que ver con el tema.

¡Y salió un AU! Que ya sabéis que yo no soy de escribir muchos AU, pero en fin.

Me vino y escribí la historia del tirón, al final fue la primera de todas que terminé, espero que os haya gustado y no haya sido muy confusa.

Gracias, un día más, por apoyarme a mí y a mis historias durante esta semana. Espero que os estéis divirtiendo tanto como yo.

Nos vemos mañana ^^

¡Besotes y abrazotes para todas y todos!

—EroLady.


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