Especial St.Patrick 🍀
(Canción: Tripping Over Air de Aidan Bisset)
[Capítulo 23]
Normalmente, no suelo darle demasiado importancia al diecisiete de marzo.
Sí, lo sé.
Es San Patricio.
Pero ya está. Esa pantomima de que era el día no iba mucho conmigo.
O, al menos, hasta este año.
Aunque intenta no ser descarada al mirar a todo aquel que pasa por delante de nosotros, es difícil no darte cuenta si la observas el suficiente tiempo para fijarte en la manera que analiza cada uno de los atuendos, entrecierra los ojos para ver con mayor precisión los detalles o como se sonroja cuando alguien le devuelve la mirada, pillándola in fraganti en su análisis.
Si no fuera porque es algo que he visto año tras año, yo también me sorprendería ante la cantidad preocupante de personas con grandes sombreros, colgándoles barbas pelirrojas o trenzas del mismo color. También las caras pintadas de tréboles, al igual que Nara, o la propia bandera.
Todos, y recalco todos, vestidos de verde.
Igual que nosotros.
Al ver que aparta la mirada, desvío mi atención al ir y venir de los tranvías.
Soy consciente del recorrido que hace con los ojos a lo largo de mi cuerpo y como se queda un par de segundos de más con la vista clavada en mi perfil. A pesar de que, para mí, es un día más en la semana, he sido incapaz de negarme a Esther cuando, después de haberle llenado la cara a Nara de tréboles, se ha ofrecido a pintarme algo a mí.
—¿Cuánto queda? —pregunta Nara, tirando del bajo de mi camiseta.
Me agacho en respuesta hasta quedar a la misma altura que ella y le retiro un mechón que se le ha soltado de las coletitas.
—Tenemos que trabajar en esa paciencia, impaciente —la irrito, pellizcándole la barriga provocando que se retuerza.
—¡Ryu! —chilla con voz muy aguda.
Reprimo sin mucho esfuerzo la sonrisa y la cojo en brazos a pesar de sus quejas.
—¿Cuánto queda? —vuelve a preguntar al cabo de un par de minutos.
—Poco.
Por la mirada que me lanza, no me cree en absoluto.
Menos mal que, cuando está a punto de volver a quejarse, otro gran grupo de personas disfrazadas como los duendes típicos se plantan a nuestro lado. Mi hermana pequeña se remueve para que la libere, dejándola en el suelo. Entonces, escondiéndose tras Esther, los observa más de cerca.
Por ella, el diecisiete de marzo, a partir de ahora, sí que me parece más especial.
Ni siquiera necesito mirarla a la cara para saber que tiene que estar abriendo mucho los ojos, vacilando la vista de una persona a otra sin parar como si estuviera en un campeonato de tenis y tuviera que seguir la pelota de un lado del campo al otro. Al igual que Esther.
He intentado contener todos los comentarios sarcásticos sobre la tontería que me parece el día y como, simplemente, es una excusa más para capitalizar un día que está lejos de celebrarse de esta forma hace doscientos años. No podía hacer eso. Sigo sin poder. Mucho menos cuando, ayer, la pillé buscando vídeos y fotos de la celebración y como, al descubrir que hasta teñían el río de verde, se le iluminó la mirada.
A veces, incluso, se me olvida que no me gusta St Patrick.
—Este es el nuestro —aviso, para las dos distraídas con el grupo disfrazado.
Al ver que no se inmutan, apoyo una mano sobre la espalda de Esther, alentándola a moverse para entrar. En un rápido movimiento coge a Nara en brazos y deja que la guíe al interior. Paso la tarjeta tres veces antes de adentrarnos al vagón. Saoirse es la primera en sentarse en el conjunto de cuatro asientos. Al llegar, igual que me había hecho a mí, Nara se mueve para que la baje.
Corretea hasta llegar al sitio libre al lado de Saoirse, sentándose sobre sus rodillas dobladas para mirar a través de la ventana y no perderse nada. Esther se sienta en el de la ventana del lado contrario y yo me dejo caer a su lado.
De reojo me fijo en que Saoirse se aísla al colocarse los auriculares y empieza a juguetear con el móvil. Me estiro por encima del reposabrazos hasta que su colonia me llega a oleadas debido a la cercanía.
—Te queda muy bien ese verde —murmuro para que solo ella pueda escucharme.
Me fijo en como traga saliva con dureza y cierra los ojos por un milisegundo.
No sé ni siquiera por qué se lo he dicho. A veces —demasiadas—, el hecho de no verbalizar las cosas que pienso cuando está cerca se me complica.
—Aunque, en mi opinión, el verde tus ojos es mil veces más bonito —me sincero, divertido, al ver que se sonroja.
A decir verdad, no sé decir quién lo está pasando peor.
Al ver que se muerde el labio inferior, el recuerdo del beso del otro día se reproduce en mi cabeza con claridad. Demasiada. Si no fuera porque está Saoirse en el asiento de en frente, la habría besado en este momento.
Entonces, Esther me mira de reojo y soy incapaz de centrarme en nada más que no sea el rojo de sus mejillas, resaltándole cada una de las pecas que motean su rostro.
Ninguno de los dos dice nada. Le sonrío con la boca cerrada, en espera a alguna reacción de su parte, pero no hace nada. Enarco una ceja al ver que hace el amago de decir algo.
Sin embargo, termina carraspeando y desvía la atención, centrándola en los altos edificios que cruzamos.
—Son una pasada, ¿a qué sí? —le pregunta Saoirse, quitándose los auriculares.
«Mierda», pienso para mis adentros.
Me reacomodo de nuevo en mi asiento, de vuelta a la realidad con la pregunta de Saoirse. Aunque intento no hacerlo, sirve de poco evitar mirarla cuando por el rabillo del ojo me doy cuenta de que está sonriendo mientras asiente con la cabeza.
—No me los esperaba tan modernos —confiesa con vergüenza antes de volcar la vista de nuevo al exterior. Justo en ese momento, pasamos muy cerca de un alto edificio de cristaleras negras, del tipo de ventana que no puedes ver nada del interior, pero ellos sí todo de fuera—. Para mí el Dundrum Center era lo más moderno por aquí.
A Saoirse se le escapa la risa al escucharla.
—No sé por qué no me sorprende. —Niega con la cabeza, sin dejar de sonreír—. En el centro de Dublín te vas a encontrar con un popurrí un tanto extraño. El desfile se celebra en la zona que se podría considerar más «nueva» mientras que el pub al que vamos está en la zona «antigua».
Hace hasta comillas con los dedos para darle más énfasis.
Centra de nuevo su atención en la ventana antes de hablar.
—Algo similar pasa en Málaga también— Cuando vengas un día, exploramos ese popurrí juntas.
Sin necesidad de girarme para observarla, sé que Saoirse tiene que estar conteniendo toda su emoción en una mirada ante la idea de que Esther piense en más allá que estos meses con nosotros. Que, incluso, se plantee invitarnos a su ciudad natal. Bueno, invitarnos no. Invitarla. A ella. No a mí. Eh... sí, eso.
Saoirse, a pesar de la imagen de chica segura y sociable que siempre intenta mostrar, no deja de ser una fachada que con rascar un poco se cae. Sobre todo en situaciones incómodas o con las que ella no cuenta con anterioridad. Hasta hace un año ni siquiera salía de casa.
Era más de planes en interior y con un grupo reducido de personas: Pheebs y yo. Luego, cuando terminé el instituto, empezaron a salir más con los gemelos, a los que Javi y yo ya conocíamos de antes, y así se formó nuestra exclusiva secta de la que ahora Esther también es parte.
—Creo que es el mejor plan que me podrías haber ofrecido —confiesa, sonriendo abiertamente.
—Aduladora.
Me tenso inconscientemente al ver que apoya el codo sobre el reposabrazos para sostenerse la cabeza.
—Solo de vez en cuando —le concede, divertida.
Aprovechando que vuelve a sumergirse en su teléfono y que Nara sigue distraída con la vista clavada en la gran pared compuesta por enredaderas, me acerco un poco más a Esther hasta que nuestras rodillas se tocan.
Sin necesidad de que imita un solo ruido sé que tengo toda su atención. Porque es justamente lo que me ocurre a mí cada vez que se acerca sin previo aviso.
Solo con un roce, todo a nuestro alrededor se vuelve borroso y lo único enfocado es ella. Lo único que puedo mirar. Lo único que puedo escuchar.
Entonces, la aparta de la mía. Al bajar la mirada, me doy cuenta que está aprisionando las suyas entre ellas.
«No es tan inafectable como se hace ver».
Le doy un margen de dos segundos.
Esa es la gran cantidad de tiempo que me puedo estar quieto con ella cerca.
Vuelvo a pegar la rodilla a la suya. Con la diferencia, consciente de que puede hacer exactamente lo mismo que antes, apoyo un brazo junto al de ella. Aunque piensa que es disimulada, su ceño fruncido es bastante descarado. Al ver que eleva la mirada, la aparto, fingiendo que estoy pendiente de Nara como si no me afectara en absoluto la cercanía entre los dos.
Cuando, en realidad, es lo único en lo que puedo pensar.
A sorpresa de ambos, en lugar de apartarla de nuevo, mueve la rodilla hacia a mí. Aparto los ojos de Nara, desviándolos a ella, captando a la perfección el instante en que quita la vista. Mira a los edificios de fuera como si nada de lo que está pasando en estos momentos fuera con ella.
Estoy a punto de decir algo cuando de reojo me fijo en cierta personita levantándose de su asiento y apareciendo frente a mí. No tiene que hacerse de rogar para que la coja sentándola sobre mi regazo.
La sonrisa sale casi automática cuando se acurruca pegándose a mí, apoyando la cabeza sobre mi pecho, para después cerrar los ojos. La rodeo con ambos brazos a modo de protección, estrechándola más cerca mía.
No sé cómo es capaz de hacerlo, pero al cabo de varios segundos, su respiración se ralentiza y sé que se ha quedado dormida.
Al igual que esta mañana, le retiro un mechón lejos de la frente con cuidado de no asustarla y que se despierte.
Ante un clic, centro mi atención en Esther, cuya cámara de fotos oculta toda su cara. Al bajarla, me sonríe a modo de disculpa y vuelve a darle clic.
Siempre lleva una encima. Da igual si es la digital o la analógica.
Un día le pregunté por qué cargaba con ellas a todas lados con lo pesadas que se podían hacer. Sobre todo la digital si quería cambiar de objetivo y su respuesta fue tan sencilla como: «nunca sabes donde puede estar la fotografía de tu vida». Y tenía lógica.
Algo así me había dicho Saoirse hace bastantes años cuando llevaba encima una pequeña libreta y un bolígrafo porque, según ella, en la vida cotidiana, en el día a día, es donde surgen las verdaderas historias.
—¿Y piensas salir en alguna foto hoy? —cuestiono, genuinamente interesado.
Ese era otro detalle que había captado con bastante poco tiempo. Esther siempre cargaba las cámaras de foto con ella, siempre fotografiaba a todo y a todos, excepto a ella.
Mi pregunta parece pillarla con la guardia baja porque frunce el ceño a la vez que aleja la cámara de su cara. Antes de responderme, analiza en silencio las fotos que me ha sacado. Por la forma en que la sonrisa se va ensanchando con el paso de las fotos, deben de haber salido tal como quería.
—No me gusta salir en las fotos —murmura casi a regañadientes.
Lo último que me esperaba era eso.
Aunque una parte de mí lo sospechara.
El impulso de bajar a Nara de mi regazo para eliminar por completo la distancia entre Esther y yo para hacerle entender en todos los idiomas posibles, físico, con palabras y a besos que justamente debería ocurrirle lo contrario es muy grande. Sin embargo, sé que hacerlo en medio de un tren con Saoirse a un asiento de distancia no es el mejor momento.
Espero en silencio a que deje de evitar mirarme con la excusa de revisar las fotos.
Al levantar los ojos, me fijo en que tiene un mechón suelto y se lo retiro casi en control remoto. Ni siquiera lo medito demasiado. Simplemente lo hago. Con la misma naturalidad que con Nara.
No obstante, con Esther todo movimiento parece estar rodeado por un campo de minas. Hay un aura tensa a nuestro alrededor desde el día en que apareció en mi apartamento. En lugar de retirar la mano como siempre, la deslizo, pendiente de cada reacción, hasta rodearle la nuca, dibujándole círculos distraídos en la mejilla.
Mentalmente, cuento cada una de las pecas que tiene repartidas por la cara y me fijo en que, gracias al reflejo del sol que se cuela, el color verde en sus ojos parece estar compuesto por más de una tonalidad diferente.
—Pues no lo entiendo —confieso de sopetón.
—¿El qué no entiendes?
«Para estas cosas podía ser tan lenta».
—Cómo no quieres salir en las fotos.
Parpadea varias veces, sorprendida y siento que se tensa bajo la palma de la mano.
—No suelo salir bien —murmura en un hilo de voz que, si no fuera por lo cerca que estamos el uno del otro, dudo que la hubiera escuchado.
Hace el amago de apartarse y solo necesito fijarme en que evita hacer contacto visual para saber que está incómoda. Así que, aunque al principio no iba a dejar que se alejara, entiendo que necesite su espacio y me resigno.
Más o menos.
Cuando termina de guardar la cámara, muevo el reposabrazos hacia arriba y con cuidado de no hacer un movimiento demasiado brusco que pueda despertar a Nara, me acerco todo lo que puedo a ella con mi objetivo claro. Miro de reojo a Saoirse, asegurándome que sigue distraída y no nos está prestando atención antes de apoyar una mano sobre su rodilla.
Le doy un pequeño apretón, consiguiendo que me mire. Entonces, sin decir ninguno de los dos nada, empiezo a acariciarle la pierna. Aparta la mirada un momento, siguiendo el recorrido de mi pulgar a lo largo de su pantalón.
Yo también lo hago.
Por un momento no parece real.
Después de lo que pasó en mi piso, ninguno de los dos ha sacado el tema.
Aunque lo que más me preocupa es todo lo que no llegó a pasar porque apareció Javi.
Tampoco hemos hablado sobre la denuncia de Jason ni toda la mierda que me caerá encima por parte del equipo cuando se sepa, ni del mejor beso de mi vida, ni de que tengo un compañero bastante oportuno y del hecho que ambos negamos lo obvio.
—Esther —la llamo en susurro bajo.
Aparta los ojos de mi mano, elevando la mirada hasta que, de golpe, me encuentro con un remolino de verdes casi hipnótico.
—Dime.
—Eres preciosa.
Ninguno de los dos se espera lo que digo.
Ella balbucea un par de cosas, sonrojándose mientras que yo me maldigo mentalmente. Aunque todo arrepentimiento desaparece casi ipso facto de mi cuerpo al ver que se pone las dos manos sobre las mejillas.
Soy incapaz de ocultar la sonrisa y me encantaría tener la cámara de fotos ahora mismo para poder inmortalizar el momento.
Mentalmente, al menos, lo hago.
Todavía sin decir nada, le aparto las manos de la cara.
—Eres preciosa —repito, intentando no descender la mirada hasta su boca. Más o menos—. Y ahora mismo tengo unas ganas brutales de besarte.
El sonrojo de antes se queda corto con el tono rojizo que adquieren ahora sus mejillas.
—No ayudas —sisea, frustrada, mirándome mal.
«Solo Esther podría irritarse con un piropo».
—Tú tampoco.
Aunque parece querer evitarlo, termina desviando la mirada a mi boca, mordiéndose el labio inferior. El gesto no ayuda en disminuir las ganas. Más bien tiene el efecto contrario. Trago saliva, incapaz de apartar los ojos de ella.
—¿Por qué no lo haces? —cuestiona, alzando una ceja.
Se me escapa una carcajada al oírla.
Niego con la cabeza, sufriendo un debate interno hasta que punto puede ser soportable un grito de Saoirse junto al largo sermón de después por no haberle dicho nada al respecto.
La conclusión es que es insoportable siempre, pero cada vez me importa menos.
Le retiro un nuevo mechón del rostro. En lugar de rodearle la nuca como antes, desciendo por su cuello en una caricia lenta, tanteando el terreno.
Por un momento, volvemos a estar en mi piso.
Por un momento, vuelve a estar acorralada entre la pared y mi cuerpo, pegado a cada centímetro suyo, sintiendo su aliento chocando contra mi piel.
Por un momento, vuelve a estar jadeando, bajando la mano a lo largo de mi abdomen hasta...
Vale, no.
Aparto la mano, apoyando el codo en el reposabrazos antes de descansar el mentón, divertido al ver que no se esperaba que me alejara.
Entrecierra los ojos y me imita, acabando los dos peligrosamente cerca de nuevo.
—¿Estás segura de lo que eso implica? —murmuro con voz ronca.
Ni siquiera yo lo sé.
A la vez, ambos desviamos nuestra atención cuando Nara se remueve entre mis brazos. Me muevo muy lentamente, acomodándola con el máximo cuidado posible para no despertarla. Aunque no es hasta el momento en que gira la cabeza que me doy cuenta de que se está chupando el dedo.
Ante un pequeño ruido procedente de cierta persona, aparto la vista casi en control remoto. Esther no parece ser consciente de mi mirada porque está demasiado embelesada con el terremoto que tengo durmiendo sobre mí.
Sigo sin entender cómo es capaz de decir que no le gusta salir en las fotos.
—¿Te he dicho ya que me encanta cuando sonríes?
Ante mi pregunta, deja de hacerlo de inmediato y centra los ojos en mí de nuevo. Esa reacción es la última que quería. Por último, frunce los labios en una línea recta.
—¿Te he dicho ya que hoy estás muy pelota? —pregunta con retintín.
Niego con la cabeza sin disimular la sonrisa.
—Pues eres un pelota —refunfuña, observándome de malas formas.
Me encojo de hombros, conteniendo con todas mis fuerzas la carcajada que amenaza con escaparse.
—Pelota —repite, un poco más irritada que antes.
—Sincero.
—Adulador.
—Honesto —digo, guiñándole un ojo.
—Mentiroso.
Entonces, me saca la lengua y hace una mueca idéntica a la de Nara cuando se enfada.
—Preciosa —sentencio.
Ante la cara de estupefacción, me doy por complacido. Parpadea un par de veces y me da un golpe en el hombro cuando se me escapa la risa, abriendo mucho los ojos.
—Deja de decir eso.
—¿Por qué? —pregunto, alzando una ceja.
—P-Porque sí. Me pones de los nervios —murmura, cruzándose de brazos.
—¿Segura que no es por otra cosa?
Me lanza una mirada que grita en mayúsculas:«Ya te gustaría».
Y sí, ya me gustaría.
—Segurísima.
—No voy a dejar de decirlo.
—Te odio —sisea, molesta.
Acorto un poco más la distancia entre los dos.
—¿Sabes qué distancia hay del odio al amor?
Durante un instante, pienso que no ha escuchado la pregunta, pero termina por fruncir el ceño y negar con la cabeza.
Termino de eliminar los centímetros que aún nos separaban, apoyando mi frente sobre la suya. Ante la cercanía, nuestros labios se rozan. Un cosquilleo cada vez más familiar invade la punta de mis dedos ante la inexplicable tentación de acariciar su piel.
—Un beso —sentencio—. Solo se necesita un beso.
Y, al igual que cada una de mis acciones, comentarios y palabras dichas cerca de ella, no pienso lo que hago.
Así que la beso, saciando un poco esa necesidad que me lleva acompañando desde el momento en que dejé de hacerlo cuando Javi apareció en el piso.
N/A: Soy un puñetero desastre.
Creo que tenemos confianza suficiente para que empiece así la nota de autora.
El plan inicial era subirlo el viernes, pero me quedaba la mejor parte por trascribir así que decidí traspasarlo al sábado. La cosa es que tengo un problema con los tiempos y las horas y me pienso que todo se hace mucho más rápido de lo que realmente se hace. Así que lo retrasé a ayer, pero es que domingo post fiesta, domingo de dormir mucho. Mucho y mal. Muy mal.
Pero bueno, vamos a dejar a un lado las consecuencias de salir de fiesta y vamos a hablar de este momentazo.
PORQUE ES UN MOMENTAZO.
Rysther tiene uno de mis diálogos favoritos escritos en todos los libros que he escrito jeje
Y bueno, aunque sé que no hay mucho contenido nuevo en escenas, espero que en un par de meses (o antes) esto pueda volverse algo más rutinario.
Todavía sigo adaptándome a los ritmos caóticos de la vida universitaria y es que, aquí dónde me veis, de vez en cuando tengo un poco de complejo de mariposa social y no sé decir que no a ningún plan.
¿Y vosotras qué tal? Contadme
Ahora sí, espero vernos pronto, engreídas. 🧡
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