Capítulo Uno
(Canción: Bad Reputation de Shawn Mendes)
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La marea de personas a mi alrededor parece no tener nunca fin.
No sé cuánto tiempo llevaré intentando salir de la casa de Jason. A lo mejor solo han sido un par de minutos, pero rodeado de tantos adolescentes alcoholizados y hormonados, dos segundos se pueden volver una verdadera eternidad.
Tampoco sé cómo acabo siempre en una de estas.
No soy alguien a quien le gusten las fiestas.
Las detesto, en realidad.
Demasiada gente, mucho ruido y una cantidad desorbitada de alcohol que termina por traducirse en una gran cantidad de escenarios que me gustaría eliminar de mi cabeza.
Nunca entenderé por qué a Saoirse le gustan tanto.
Tendría que haberle hecho caso a Pheebs y haberme ido con ella y Kai a ver la película basada en uno de sus libros favoritos, como me había propuesto en lugar de estar aquí.
Ni siquiera sé dónde está Javi. Lo vi hablando con una compañera de mi clase de Historia de la Comunicación en la cocina y cuando he querido ir en su busca, ya no estaban ahí.
Aunque esté preocupado por él, subir a la segunda planta para encontrarlo está descartadísimo.
No pienso cometer el mismo error dos veces.
Suspiro aliviado al captar de reojo la puerta de la terraza abierta. No es la puerta de la entrada, pero será más fácil salir de la fiesta por ahí que yendo por medio del salón, que se ha convertido en la pista de baile improvisada. Doy un par de codazos acompañados de disculpas, haciendo mi camino hacia el frío invernal.
Ni siquiera sé dónde tengo la chaqueta, pero me da igual, solo quiero irme de aquí.
En otro momento, ver a uno de los de primero siendo lanzado hacia la piscina, salpicando a cualquiera que esté cerca me pondría de mal humor, pero ahora mismo resulta ser la mismísima gloria.
Miro por encima del hombro, encontrándome a compañeros de la universidad entremezclados con amigos del instituto saltando al ritmo de la música electrónica que uno de mi clase ha elegido. Sonrío divertido al ver a Peter pegando saltos con los auriculares de la mesa de mezcla del Dj sobre su cabeza.
—¿Te vas ya? —preguntan a mis espaldas.
Desvío mi atención del cúmulo de gente para centrarla en Brittanny.
Enarco una ceja al darme cuenta de que está fuera sin nada más que un vestido de color granate, que le queda tan solo a un par de centímetros por debajo del culo, dejando al descubierto sus largas piernas que parecen aún más kilométricas con los tacones que lleva puestos.
La recorro con la mirada de arriba abajo, fijándome en como la seda se amoldaba a cada una de sus curvas, acentuándolas, pero sin resultar vulgar. Bri podría llevar una bolsa de basura y en ella se vería elegante de igual forma.
—Las fiestas no son lo mío —respondo, ligeramente incómodo al darme cuenta del brillo en su mirada.
—Pero siempre vienes.
—Empiezo a creer que soy masoquista —bromeo.
Bri sonríe incrédula al escucharme y se cruza de brazos sin apartar su mirada de la mía.
—Yo iba a irme también —comenta, como quien no quiere la cosa—. ¿Quieres venirte a mi casa?
Frunzo el ceño al escucharla.
—¿Y Jason?
—Está por ahí, jugando al birra-pong con Teddy.
Asiento con la cabeza en respuesta.
Nunca entenderé cuál es la relación entre esos dos o si tienen una relación como tal en realidad.
He visto a Jason enrollándose con la mayoría de las chicas que han venido a sus fiestas, teniendo a su «novia» en la otra habitación sin importarle en absoluto. Bri ha tenido el mismo estilo hasta hace cosa de dos meses, cuando la cosa entre ellos parecía haber terminado de forma defintiva.
Entonces, un mes y medio más tarde, entro yo en escena.
Seguiré con ganas de darme cabezazos contra la pared cada vez que pienso en el momento en que creí que acostarme con ella fue una buena idea.
Bri no tiene la culpa de nada de lo que pasó, salvo por haber salido con un neandertal como Jason y, a la vista está, seguir con el mismo troglodita de turno.
Tampoco es que yo sea un ejemplo a seguir.
Si el entrenador descubriese la mitad de las cosas que hago días antes de un partido importante, no sería el capitán del equipo y estaría expulsado durante una larga temporada.
En tres meses que me había ganado a pulso el cargo de capitán nunca había peligrado dicha posición hasta esa noche.
—Creo que me voy a ir a casa —respondo al cabo de unos segundos en silencio. Bri asiente y mira por encima de su hombro, haciendo una mueca con la que ya estoy familiarizada—. Si tú también te quieres ir, te acerco a tu casa.
—¿No te importa?
Niego con la cabeza, sonriendo, esta vez en serio. Me fijo en que la tensión desaparece de su cuerpo y la sonrisa que me ofrece en respuesta es la más genuina que le he visto hasta ahora.
—Voy a ir a avisar a Melissa.
Antes de que pueda decir nada más, se marcha de mi lado, adentrándose de nuevo a lo que he decidido denominar como: infierno sudoroso.
Aunque me esté congelando cuando el viento ruge con fuerza, lo prefiero mil veces a la sensación pegajosa que supone estar dentro.
Lo último que espero ver en estos momentos es a mi vecina morreándose con un compañero de equipo en una de las hamacas de la piscina. Arrugo la nariz asqueado y aparto la mirada de ellos, dándoles un poco de privacidad, aunque ninguno de los dos parece necesitarla.
Por eso mismo, cuando tiran de mi brazo, a la última persona que espero encontrarme es a Saoirse, con los labios hinchados y el pelo ligeramente despeinado.
—Acuérdate de que mañana voy a tu casa —me advierte, señalándome con el dedo, en un intento de intimidarme.
«Ugh. Se me había olvidado».
A la mierda disfrutar de un sábado tranquilo entonces.
Solo puedo agradecer el hecho de que me mudé en cuanto tuve oportunidad a un apartamento con Javi cerca de Main Street. No sé ni cómo lo conseguimos, pero menos mal que lo hicimos porque ahora que ella estará viviendo allí, no tendré que aguantarla.
«Dios, ni siquiera sé cómo se llama».
Tampoco es que quiera saberlo. Seguro que es la típica rica, española a la que sus padres han mandado a Irlanda a que aprenda inglés e infle su currículum estudiantil al poder decir que ha estudiado aquí. Con lo que he odiado el español porque siempre se me ha dado fatal, ahora me tocará convivir con alguien que estará hablándolo día sí y día también.
Pero claro, para Saoirse todo esto es una nueva forma de ampliar sus horizontes sociales. Aunque no puedo quejarme, si ella se encarga de entretenerla, no la tendré que aguantar yo, a no ser que mamá me obligue a establecer una relación extrañamente forzada de hermandad.
Es definitivo, estaré seis meses sin pisar la casa de mis padres y ya está.
—Por mí, ¿verdad?
—Sí, justamente por ti, ombligo del mundo —dice, arrastrando un poco las palabras.
Saoirse suelta una risa floja, negando con la cabeza divertida ante su propia ocurrencia. Teddy aparece a su lado y ella no tarda en colgarse de él antes de besarlo. Doy un traspié cuando Teddy le agarra del culo.
Lo que había dicho, imágenes mentales que mejor poder borrar de mi mente.
Al final decido salir por la puerta trasera de la terraza, embriagándome del maravilloso olor de la basura y rodeo la casa por fuera hasta acabar frente a la puerta de la entrada. Entonces saco el teléfono y me meto en el chat con Brittanny.
RYU:
¿Dónde estás?
BRI:
Jason quería hablar.
¿Nos vemos mañana?
Si esta fuese la primera vez que me da largas porque «Jason quiere hablar», insistiría en que se viniese conmigo e incluso entraría en la fiesta de nuevo solo para poder llevarla a casa y dejarla ahí sana y salva.
Pero no es la primera y, desgraciadamente, tampoco la última vez que Jason decide hacerle caso cuando está a punto de marcharse y ella decide darle la atención que, ni de lejos, se merece.
RYU:
Sí.
Avísame si necesitas cualquier cosa.
Desde la pelea que tuve con él cuando Bri vino un día con un moratón en el brazo no he vuelto a intentar meterme en su relación.
Sé que todo el instituto piensa que fue porque ella y yo nos acostamos y que Jason decidió enfrentarse a mí impulsado por los celos, pero nada más lejos de la realidad. No pudo importarle menos.
Si no fuese por las veces que Bri me ha insistido que solo fuese cosa de una vez, que nunca más ha vuelto a pasar y me prometió que me diría si volvía a intentar a propasarse con ella, el puñetazo que le di a Jason se habría convertido en una caricia en comparación a lo que estaba dispuesto a hacerle.
Todavía no pierdo las esperanzas de que abra los ojos de una vez y lo deje. De forma definitiva esta vez.
Decido andar hasta casa de mis padres en lugar de coger el coche porque he bebido un par de cervezas de más y prefiero no arriesgarme a algún control, que con las vacaciones de navidad tan recientes son más habituales. Me meto las manos en los bolsillos de mi pantalón para mantenerlas calientes y ando con paso rápido los veinte minutos de distancia entre el casoplón de Jason y mi casa.
A lo largo del camino siento como se me cierran los ojos solos y si no fuese por el frío que hace en la calle, dormitar en una banco no me parecería tan mala idea.
Sin embargo, intento mantenerme todo lo despierto que puedo hasta que veo a lo lejos el monovolumen blanco de mamá. El BMV de papá, no obstante, está aparcado al otro lado de la calle, en frente de la casa de los Johnson, que nunca utilizan su aparcamiento porque son una pareja de ancianos jubilados, obviamente sin carnet.
Saco las manos de los bolsillos y arrastro con cuidado uno de los tres cubos de basura que hay junto a las escaleras de casa. Aguanto la respiración todo lo que puedo mientras lo muevo. Suficiente he tenido con el pestazo en la terraza de Jason.
Todo sea por no montar un escándalo.
Si no supiese que ella ya está en casa, incluso me atrevería a entrar porque apenas puedo mantenerme de pie del cansancio.
No sé en qué momento le hice caso a Javi y al resto del equipo y creí que irme de fiesta después de uno de los entrenamientos más duros de la temporada ante el inminente partido era una buena idea.
Spoiler: no lo ha sido.
Dejo el cubo justamente debajo de la ventana y estiro un poco la cabeza para asegurarme de que la ventana está abierta, encontrándomela cerrada. Frunzo el ceño al darme cuenta que ni siquiera está entreabierta, como la suele dejar papá normalmente. Me pongo de puntillas e intento arrastrar el cristal a un lado, con la esperanza de que se deslice y que no esté bloqueado.
Sonrío satisfecho al poder abrirla de nuevo.
Pongo un pie encima de la tapa de plástico mientras que apoyo las manos sobre el alfeizar antes de impulsarme hacia arriba, chocando contra la persiana.
No podría ir peor la noche.
La aparto como puedo y meto lamitad de mi cuerpo por el espacio del pequeño ventanuco. Gruño molesto al sentir el metal del marco clavándose bajo mi abdomen, pero lo ignoro y con la familiaridad de llevar haciendo esto desde que tengo quince años, me arrastro un poco hacia delante antes de girar como puedo y caer de pie con cuidado de no hacer más ruido del necesario.
Suelto un suspiro y me sacudo la camiseta, quitándome la suciedad de encima antes de girar sobre mí mismo para lanzarme contra la cama cuando lo veo.
Bueno, en realidad es «la».
Está hecha una bola con el edredón dejando solamente a mi escasa vista, gracias a la tenue luz de las farolas que se cuela a través de la persiana bajada, el moño desecho.
«Cambio de planes», pienso para mí mismo.
Si camino hasta la puerta, igual de silencioso, podré llegar a la otra habitación y así dar fin a la peor noche de mi vida.
No obstante, mi plan parece más complicado de lo que creía cuando el suelo de parquet cruje bajo mis pasos. Bufo molesto al darme cuenta de que a estas alturas se podría despertar en cualquier momento.
Aunque no por eso me libro de sorprenderme cuando me apunta directamente con... ¿la lámpara?
—Joder —suelto, sorprendido, dando un par de pasos hacia atrás.
Ahora que está despierta, no puedo evitar fijarme en como el moño está ligeramente ladeado a un lado y tiene varios mechones sueltos enmarcando su afilado rostro. Tiene la mandíbula bastante marcada y un cuello largo.
Abre mucho los ojos, que ya de por sí son grandes, y, a pesar de no saber exactamente de qué color son resultan llamativos. Lo que termina de llamar mi atención son las pecas que motean sus mejillas, el puente de su nariz y parte de su frente.
Los labios, que son finos y de un color rosado, los tiene fruncidos en una línea recta. Es la última parte de su anatomía que debería de estar mirando, pero es inevitable.
Es atractiva, de eso no hay duda.
«Me puede caer mal y parecerme guapa, ¿no?»
Mueve la lámpara en mi dirección con furia.
Me cae mal, es guapa... y está loca.
La situación es tan surrealista que se me escapa una carcajada al darme cuenta de que viste una camiseta de los Gun' N' Roses que parece desgastada por el uso.
—¿Pensabas atacarme con la lámpara? —cuestiono, sin dejar de reírme—. ¿Tú quieres que mi madre te mate?
Ella ignora deliberadamente mi pregunta.
—¿Quién eres?
—¿Quién eres tú? —pregunto de vuelta, enarcando una ceja.
Acorto la distancia entre ella y yo, con intención de quitarle la maldita lámpara de las manos. Lo último que necesito es que me la lance a la cabeza o algo parecido y monte un escándalo innecesario. Yo solo quiero irme a dormir.
Se queda un par de segundos en silencio que terminan de agotar mi escasa —por no decir nula— paciencia.
—Como no me vas a decir quién eres, por lo menos dime qué haces aquí —comento, realmente intrigado.
La habitación al otro lado del pasillo es más pequeña, eso sí, pero tiene una cama de matrimonio, su propia mini nevera y un televisor. El armario en esta sí que es mejor de tamaño y tiene dos camas individuales, por lo que es más grande en comparación, pero si yo fuese ella, habría escogido la otra.
—Duermo aquí —responde con molestia.
«Le molesta mi presencia, ¿no?»
Al final vamos a tener algo en común después de todo.
Ni siquiera me molesto en disimular la sonrisa.
Esto va a ser divertido.
—Mira tú por donde... —empiezo a decir, acercándome un poco más. Ella se levanta como si tuviese un resorte bajo el culo y se encarga de acortar la distancia que había entre los dos. Tiene que elevar un poco la cabeza para poder mirarme a los ojos y no sé por qué, pero me gusta—. Yo también duermo aquí.
No dice nada. En su lugar se cruza de brazos y me observa desafiante.
«La españolita va a resultar interesante...»
—¿Por qué no te quedaste con la habitación que tenía la cama de matrimonio?
Ella parpadea un par de veces, sorprendida y me fijo en que se relaja, aunque sea poco.
—Eh, p-porque no —balbucea.
—Pues debiste elegirla. —«Porque me acabas de quitar mi habitación post-borrachera», me gustaría decirle, pero no lo hago—. Acabas de convertirte en mi compañera de habitación —bromeo en su lugar.
—Tus padres me dijeron que tu habitación está arriba. ¿Cómo...?
Tengo que morderme la lengua para no mandarla a la mierda ante la pregunta.
«¡Qué más le dará!»
—Duermo aquí cuando vengo de una fiesta muy tarde —respondo, interrumpiéndola—. Entro por la ventana y así no hago ruido ni Boots alerta a nadie.
Sin decir absolutamente nada, se gira sobre sí misma y se acerca a lo que supongo es la mesilla. Coge su teléfono y enciende la pantalla, deslumbrándonos.
Gracias a la luz de su móvil soy capaz de averiguar de que color son sus ojos: verdes. También me fijo en que tiene muchas más pecas de lo que en la oscuridad parecía y que es más delgada de lo que creía. Su camiseta ancha engaña bastante, aunque deja todo a la imaginación. No se le marca absolutamente nada. Ni los pechos, ni la curva de la cintura, ni sus caderas, ni... Oh.
Trago saliva al descubrir que la camiseta es lo único que lleva.
De verdad intento no hacerlo, pero no puedo evitar echarle un repaso rápido a su culo. Es respingón y tiene una forma muy... no sé, ¿bonita? Sus piernas son largas y tienen pinta de ser suaves.
Vuelvo a subir la mirada a su culo, con la promesa de que no lo volveré a hacer, pero es que lo último que pensaba es que iba a estar en ropa interior.
«Joder».
La escucho bufar y aparto abruptamente la mirada de ella cuando se gira de nuevo en mi dirección.
—A partir de hoy no podrás seguir durmiendo aquí. Lo sabes, ¿no? —dice, irritada.
La pobre no tiene ni idea de con quién le va a tocar convivir.
Amplío mi sonrisa y enarco la otra ceja, observándola con el reto implícito en mi mirada. Ella parece incluso más irritada que antes.
—¿Y por qué no?
—Porque lo digo yo.
Termino de acortar la distancia entre ella y yo, dejando de sonreír cuando vuelve a cruzarse de brazos, sin parecer una pizca intimidada.
Entonces una fragancia dulzona invade mi olfato. Sutilmente, inhalo con un poco más de ahínco, intentando ubicar qué es hasta que por el rabillo del ojo me fijo en el bote colonia de coco que tiene sobre la cómoda.
«Ryu, céntrate».
—¿Y cómo me lo vas a impedir exactamente?
—Cerraré la ventana con pestillo —responde con demasiada seriedad.
Esta chica es de otro puto mundo.
—Uy, que miedo.
Veo como entrecierra los ojos, irritada.
Tengo que reunir toda mi fuerza de voluntad para no romper a reír de nuevo ante la facilidad que tiene para irritarse con nada.
Sin embargo, por una vez, decido ser prudente y doy un paso hacia atrás antes de alejarme completo de ella.
Aunque eso no quita que pueda hacerla rabiar un poquito más.
Por eso mismo me quito la chaqueta, dejándola caer al suelo. Soy capaz de sentir su mirada clavada sobre mí. Sonriendo divertido, me quito el pantalón, la camiseta y los zapatos.
Si Javi descubriese que acababa de hacerle un striptease a una completa desconocida me miraría los ojos para asegurarse de que no me había fumado algo extraño y esa había sido la consecuencia.
Todavía sintiendo su mirada me meto bajo las sábanas, dándole la espalda.
—Sé que mis calzoncillos son más interesantes que tus bragas, pero deberías disimular la próxima vez —comento, sabiendo que volverá a irritarse.
—Si qui mis cilzincillis... —me imita—. Ugh, engreído —masculla en voz baja, pero soy capaz de escucharla.
Por el crujido del parquet sé que se está moviendo por la habitación. Oigo como se tumba sobre el colchón antes de que empiece a removerse.
Lo dicho: surrealista.
Negando con la cabeza, divertido, rompo a reír.
«La peor noche y la más interesante de mi vida», pienso para mí mismo antes de dormirme.
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