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Capítulo Cuatro


(Canción: Still Something de Suriel Hess)

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Después del entrenamiento de hoy, lo único que quiero hacer es pedir una pizza, poner unas palomitas en el microondas y tirarme al sofá mientras veo la nueva de Star Wars.

Aunque sé, solo con una mirada de reojo a mi mejor amigo, que está sentado en el sillón opuesto al que yo estoy tumbado, que no me va a dejar cumplir mi plan.

—¿No piensas ducharte? —pregunta, levantando la mirada del móvil.

—Cuando te duches tú primero.

—Eso no va a pasar, Ryu.

—Porque tú táctica de ducharte el último funcionaba hace un par de meses, ahora ya no —me advierte, dejando el móvil a un lado y apoyando los brazos sobre las rodillas, observándome amenazante—. Dúchate.

—No pienso ir a esa dichosa fiesta.

—Y yo no pienso dejarte viendo Star Wars como un pelele, pudiéndotelo pasar bien con tus amigos.

Gruño frustrado y le lanzo un cojín que él alcanza a la primera, lanzándomelo de vuelta. Ni siquiera me molesto en cogerlo y acaba estampándose contra el respaldo del sofá antes de caer sobre mí.

Veo de reojo que se levanta del sillón y se marcha hacia su habitación, silbando una melodía. Al marcharse, el silencio invade cada rincón del salón y cierro los ojos, disfrutando de la ausencia del sonido por primera vez en días.

A pesar de que dicho disfrute, desgraciadamente, termine antes de lo que me gustaría.

—¿Sabes quién viene también? —pregunta desde su habitación.

—¡No me importa!

—¡Mentiroso! —responde de vuelta, en medio de una carcajada.

Bufo algo, molesto que ni yo mismo comprendo y me aparto el cojín de encima antes de levantarme y caminar hasta su habitación, abriendo la puerta sin llamar antes. Javi se mete en el baño y yo me dejo caer sobre su cama, observando aburrido la ropa que se va a poner y que ha dejado hecha una bola a mi lado.

—¿Camisa? ¿En serio? —pregunto, cogiendo la camisa con los dedos, fingiendo que vomito—. Vas a una fiesta, no a una comunión.

Escucho que el agua se para.

Vamos —enfatiza.

—Yo no voy, pero mucho menos con esa camisa —le advierto, haciendo ruiditos de vómitos.

—¿Es mejor una camiseta negra? —ironiza.

—Mil veces mejor.

La puerta del baño se abre, apareciendo Javi con una toalla alrededor de la cadera, con el pelo apelmazado por el agua. Se pasa una toalla por el pelo mojado, antes de sacudir la cabeza un par de veces, lanzándomela a la cara cuando la deja de usar.

—¿Qué me pongo entonces?

—No una camisa, eso seguro.

—¿Un polo? —cuestiona, sonriendo divertido.

—¿Vamos a jugar al golf y yo no he enterado?

—Al pádel —refunfuña, irritado—. Eres insufrible.

—Pero tengo buen gusto —refuto, aguantándome como puedo la carcajada que amenaza con escaparse—. No como otros.

Javi me hace el corte de manga y abre su armario, sacando la primera camiseta que encuentra. Es una de color verde oscuro con el logo de la marca en la zona superior del pecho. Se la pasa por la cabeza, dejando varias gotas alrededor del cuello de la camiseta porque sigue con el pelo mojado.

—¿Te importa? —cuestiona, girándose para mirarme mientras se sostiene la toalla en su sitio.

—Estoy muy cómodo aquí.

—Yaaaaaa, vete a duchar, Ryu.

—Voy, papá —enfatizo en el mote.

Lo único que recibo en respuesta es que me lance la camisa a la cara.

* * *

Aparco el coche en la calle de delante de la casa de mis padres.

Sé que voy a beber, porque sino no hay forma de que aguante más de una hora sobrio rodeado de tanta gente.

Javi, por otro lado, ya va contentillo incluso antes de llegar porque se ha tomado una cerveza en el apartamento. Al llegar a casa de Jason ni siquiera nos molestamos en llamar a la puerta, Javi la abre, dejando que el sonido atronador de la música electrónica nos dé la bienvenida.

El arrepentimiento comienza a invadirme tan solo con una mirada de reojo en dirección al salón.

Es relativamente temprano y ya está la sala a rebosar de gente sudorosa bailando y alzando los vasos. La terraza, por suerte, todavía no ha captado la atención de nadie. En la cocina nos encontramos con Kieran, manteniendo una conversación bastante interesante con una rubia junto a la nevera.

Javi, por supuesto, no pierde el tiempo y se acerca al frigorífico, abriendo la puerta con fuerza, alertando a los dos de malas maneras.

Cuando ambos clavan la vista en él, dibuja una sonrisa en su cara a modo de disculpas y señala el interior con la cabeza.

—¿Una cervecita? —pregunta en español.

Reprimo como puedo la sonrisa al ver como al ligue de Kieran se le ilumina los ojos al escucharlo hablar.

Nunca entendería exactamente por qué a las chicas les gustaba tanto el puñetero español, pero Javi solo necesita soltar cualquier tontería en ese idioma y captaba la atención de cualquiera.

Aunque, al parecer, suma incluso más punto cuando la chica le responde en español.

Kieran los observa confusos y se acerca a mí, hasta acabar a mi lado. Apoyo los brazos sobre la encimera y agarro la lata de cerveza que Javi desliza en mi dirección sin mirar, con los ojos fijos en la española que le sonríe divertida.

—No sabe respetar los códigos —refunfuña Kieran, dándole un trago a su cerveza.

—No respeta nada —añado, irritado al ver como llega cada vez más gente a la cocina.

El gemelo enarca una ceja, divertido ante mi tono y me da un pequeño codazo.

—¿Dónde está tu hermano? —pregunto, curioso al no ver a Kai en alguna esquina inmerso en su teléfono.

—Pheebs quería ver la película que habían sacado de su libro favorito y Kai no lo ha dudado dos veces y la ha acompañado —responde, alzando la lata al aire—. El plan ahora no me parece tan aburrido cuando me he quedado sin ligue.

—Seguro que no tardas en encontrar otra chica interesada.

—Y seguro que Javi no tarda en usar su sensual español para ligársela.

Niego con la cabeza, volviéndole a dar otro sorbo.

—¿Y tú? —cuestiona al cabo de un par de segundos bebiendo en silencio.

Ante mi silencio añade:

—¿Ninguna que te interese?

Inconscientemente se me viene a la mente cierta castaña de ojos verdes, con la cara sonrojada, lanzándome un champú a la cabeza y elimino al instante dicha imagen mental, desechándola al fondo de mis pensamientos.

—No quiero dramas en medio de la temporada —respondo lo que muchos presuponen de mí.

—Te estoy hablando de un polvo, idiota —suelta, en medio de una carcajada—. No que le pidas matrimonio. ¿No has hecho nada más con Bri?

Sabiendo que la verdadera razón por la que Jason se enfadó conmigo le es desconocido a todos excepto a nosotros tres, me escudo en la versión que todos conocen.

—Ya sabes lo que sucedió la última vez.

Él asiente con la cabeza, con la mirada fija todavía en Javi y la española.

Javi parece percatarse de nuestra atención porque mira de soslayo en nuestra dirección antes de guiñarnos un ojo, rodeando a la chica por los hombros, susurrándole algo al oído que le arranca una nueva carcajada.

Desvío los ojos de ellos cuando un grupo de amigos entran empujándose entre ellos, vitoreando al que parece ir más perjudicado, acercándose a la nevera. Cuando sacan varias latas de cerveza y cogen vasos de plásticos posicionándolos en cada lado de la isla de la cocina me lo tomo como mi señal para salir de allí.

—Me voy a la terraza a fumar —le digo a Kieran, dejando la cerveza medio llena en la encimera.

—Intenta no morir congelado.

Le hago un gesto con la mano a modo de despedida y él suelta una risa divertida, negando con la cabeza, dándole un largo trago a su cerveza, terminándola.

Al salir de la cocina, sí o sí me veo obligado a tener que cruzar por todo el salón para llegar a la terraza.

A regañadientes voy serpenteando a cada una de las personas que hay en medio de mi camino. Al principio prometo que intento ser amable e incluso me disculpo cuando me choco con alguien de forma desprevenida.

Sin embargo, al cabo de un rato recibiendo golpes y maldiciones a mi alrededor pierdo la paciencia y ni siquiera me molesto en pedir perdón mientras me abro paso por toda la pista improvisada.

Suspiro aliviado al llegar frente a las puertas acristaladas. Sin pensármelo dos veces la abro y una ráfaga de viento me da la bienvenida al exterior, cosa que agradezco. Cierro la puerta detrás de mí y me apoyo en la fachada al lado de la entrada. Saco el paquete de tabaco del bolsillo trasero y el mechero del delantero, encendiendo un cigarrillo.

Ante la primera calada siento como el agobio desaparece un poco y el frío que siento al estar aquí fuera disminuye ante el calor que experimento al inhalar el humo.

Cierro los ojos, dejando caer la cabeza hacia atrás, observando el cielo mientras le doy una nueva calada.

Las estrellas no se ven ni la mitad de lo que se veían en el campo de entrenamiento cuando cae la noche. Después de los entrenamientos, el club apaga todos los focos junto a la tenue luz que se escapa de la cafetería y tiendo tumbarme sobre el césped pudiendo diferenciar a la perfección cada constelación.

Aunque no me sé los nombres específico, sí se diferenciar una de otras y en que parte del cielo localizarlas.

—¿Qué haces aquí? —pregunta alguien a mi derecha.

Ni siquiera he escuchado que hayan abierto la puerta. Al mirar en dirección a la voz, me encuentro a Bri, abrazándose a sí misma, observándome con preocupación.

—¿No tienes frío?

Frunzo el ceño ante la pregunta.

—No, ¿por qué lo tendría?

Ella abre mucho los ojos al escucharme, negando con la cabeza.

—Porque estás —dice, señalándome de pies a cabeza—, solo con una camiseta. Sabes que está tu chaqueta colgada del perchero, ¿no?

—Estoy bien. Me gusta el frío —me justifico, encogiéndome de hombros.

—Sí, lo he supuesto.

Sigue andando hasta acabar delante de mí, rodeándome sin decir nada más hasta que se coloca a mi lado, apoyando la cabeza sobre mi brazo, porque no me llega al hombro.

—¿Por qué has venido esta vez? —cuestiona, con la mirada clavada en la piscina iluminada.

—¿La verdad o la mentira?

—Sé que no ha sido porque te han obligado. Sé que eres lo suficiente inteligente para ingeniarte una forma de escaquearte de ella, así que solo te queda una opción —bromea, sonriendo un poco.

—¿Te acuerdas de la chica que se mudaba a casa de mis padres? —pregunto en respuesta.

Ella asiente con la cabeza.

—Pues creo que Saoirse la ha convencido para venir.

Por un momento, pienso que no me ha escuchado porque se queda en silencio. No obstante, al sentir que deja de apoyarse y camina hasta acabar delante de mí, sé que me ha escuchado a la perfección.

—¿Cómo decías que se llamaba?

—Esther —digo con duda.

Bri se queda de nuevo en silencio, pensativa y yo aprovecho para darle una nueva calada, con la diferencia de que esta vez, en lugar de lanzar el humo a un lado, lo suelto hacia su cara, sabiendo que se va a molestar.

En medio de mi carcajada y su tos, siento que me golpea el pecho.

—Eres increíble —musita, cruzándose de brazos.

—Gracias, siempre me lo dicen.

Ella pone los ojos en blanco, negando con la cabeza.

—Entonces si Esther va a venir aquí, ¿por qué no estás con ella?

—¿Por qué iba a estarlo?

—¡Acabas de decir que has venido para verla! —exclama, frustrada.

—Yo no he dicho eso.

—Eeeeeh, sí lo has dicho.

Al ver que tan solo queda la colilla, estampo el final del cigarro contra el zapato, apagándola, pero sin tirarla al suelo.

—¿A qué quieres llegar con eso Bri?

—¿A qué quieres llegar tú con Esther, Ryu? —cuestiona en respuesta, moviendo las cejas con aire sugerente.

—Sabes que tienes la piscina detrás de ti, ¿no?

—Sabes que no vivirás mucho tiempo como me tires a ella.

—La última vez sobreviví —le reto, dando un par de pasos en su dirección, pero ni se inmuta.

—Porque me pillaste con la guardia baja. No volverá a ocurrir.

Estoy a punto de decirle algo más, cuando la puerta de la terraza vuelve a abrirse y Tommy asoma la cabeza, observándonos con pánico al darse cuenta de que ha interrumpido nuestra conversación.

Vacila la mirada entre los dos varias veces.

—No he interrumpido nada, ¿verdad?

Ambos negamos con la cabeza al ver lo incómodo que se muestra.

—¿Has visto a Jason, Bri? —pregunta, mirando a la pelinegra a mi lado—. Es que llevo un rato buscándolo y pensé que estaría contigo.

Solo necesito mirarla de reojo para saber que, en estos momentos, un montón de escenarios cruzan su mente, donde Jason está haciendo distintas cosas y ninguna la incluye.

Sin embargo, se le da demasiado bien ocultar el brillo dolido en su azulada mirada, le muestra una pequeña sonrisa a Tommy y niega con la cabeza, alejándose de mí al caminar hacia el interior de la casa.

—Voy a buscarlo —dice a modo de explicación y pasa por delante de Tommy, que vuelve a vacilar la mirada entre los dos.

—¿Seguro que no he interrumpido nada?

Niego con la cabeza y me acerco a él, rodeándolo por los hombros, entrando al ambiente sofocante de la casa.

Si pensaba que antes había gente, en tan solo una hora, parece que se han triplicado.

Menos mal que, a diferencia de antes, están más dispersos en el salón y es más fácil zigzaguear a través de la marea de personas que bailan al ritmo de la música electrónica.

Me encuentro con Kieran bailando con una chica muy pegado. Mueve la mano al verme, guiñándome un ojo antes de centrar su atención de nuevo en ella, que sonríe complacida al obtenerla. Paseo la mirada por el resto de personas en busca de mi mejor amigo, pero no lo encuentro.

Así que, o bien está en la cocina poniéndose como una cuba, o bien está en la segunda planta haciendo el universo sabe el qué.

La única forma de averiguarlo es entrando en la primera, porque ni en mil años volvía a cometer el error de subir esas escaleras en medio de una fiesta.

Aunque lo que no me espero es encontrármelo hablando con Saoirse... y Esther.

Sin poder —ni querer— remediarlo, la recorro de pies a cabeza al fijarme en como se amolda el vestido negro a su cuerpo, marcando cada un de sus curvas. Lleva unos tacones que le suman un par de centímetros de más, aunque estoy seguro de que todavía yo sería más alto que ella. Sus piernas desnudas son de un color canela claro muy similar al de Javi, como si hubiera transcurrido horas y horas tostándose bajo el sol.

Tiene los brazos cruzados sobre el pecho, alzándolo de forma inconsciente, provocando que clave la mirada inevitablemente en ellos. Trago saliva, obligándome a apartar la vista.

Por último, me fijo en color carmesí de sus labios, pudiéndose llevar toda mi atención sino fuese por las negras que se le ven las pestañas y como consiguen hacer aún más llamativos sus ojos.

Al empezar a acercarme la escucho decir algo en español que, por la cara que pone al hacerlo, se arrepiente automáticamente. Javi hace el amago de responderle, pero al rodearlo por los hombros, se silencia y gira la cabeza, enarcando una ceja, escéptico.

—Te estaba buscando, cabrón —bromeo, sabiendo los dos que no es verdad y solo es una excusa para poder entrar en su conversación—. ¿Dónde estabas?

Todavía no miro en dirección a Esther, aunque soy capaz de sentir su mirada clavada en mi perfil.

Al ver la sonrisa divertida de Javi, sé que ha captado mis intenciones a la perfección Mueve la cabeza hacia la derecha, señalando a cierta personita curiosa que no es capaz de disimular.

—Estaba descubriendo a la españolita de la fiesta —responde, jocoso.

Entonces clavo los ojos primero en Saoirse, que entrecierra los suyos, con cierta desconfianza. Le ofrezco una pequeña sonrisa de boca cerrada antes de desviar la mirada a Esther. Ella no se amedranta ante mi escrutinio cuando me percato de que, incluso llevando base, sus pecas son visibles alrededor de las mejillas y el puente de la nariz. Por culpa del pelo, las de la frente son más difíciles de observar.

Afianza aún más el cruce de brazos sobre su pecho y tengo que reunir toda mi fuerza de voluntad para no desviar la mirada a ellos. Se endereza en su sitio, con el reto brillando en su mirada jade y sé, por mucho que quiero negarlo, que el hecho de que haya decido venir a Irlanda cada vez me disgusta menos, pero nunca lo admitiría en voz alta.

Esther solo aparta la mirada de mí cuando Saoirse le da un pequeño codazo muy poco disimulado.

No sé quién de las dos disimula peor.

Esther me mira de reojo mientras que se comunica a través de miradas con Saoirse de una forma que no comprendo.

—¿Y qué has descubierto? —pregunto, en un intento de captar la atención de las dos de nuevo.

Ante la sonrisa que se le dibuja a Javi sé que, lo que sea que vaya a soltar, puede desembocar solo de dos formas, o en una situación muy divertida o en una muy incómoda.

—Pensaba preguntarle el nombre —anuncia, ampliando la sonrisa. Saoirse y Esther clavan la mirada en nosotros con la sorpresa grabada a fuego en sus ojos—. Así que, ¿cómo te llamas? —le pregunta, aunque sepa perfectamente la respuesta.

Esther me mira de reojo, sin ocultar la incredulidad ante la pregunta.

—Esther —dice, interrumpiendo el silencio que se asienta sobre los cuatro.

Javi asiente con la cabeza, con aire pensativo y yo tengo que juntar toda mi fuerza mental para no soltar una carcajada ante la idea que se me forma en la cabeza.

—Y dinos Esther... —comienzo, sonriendo ladinamente. Solo con eso, Esther entrecierra los ojos y sé que se va a irritar, sin importar que diga a continuación—. Tu nombre de qué viene... ¿de estéril?

Parpadea un par de veces, sorprendida antes de fruncir los labios.

«Me va a terminar odiando», pienso para mí mismo. «Si no lo hace ya, claro», rectifico.

Escucho la carcajada de Javi que no tarda en ocultar a través de la tos y Saoirse hace una mueca extraña al intentar disimular la sonrisa que amenaza con surcarle el rostro.

Esther, por otro lado, sonríe abiertamente sin despegar los ojos de mí, en un desafío silencioso que estoy más que encantado de aceptar.

—¿Y el tuyo? —cuestiona, con tono inocente. Me tenso de pies a cabeza al sentir su mirada recorriéndome de pies a cabeza—. ¿De qué viene Ryu? ¿De rayo?

Parpadeo un par de veces, sorprendido ante el mote.

No sé qué me esperaba exactamente que hiciese.

Pero que me la devuelva era lo último que esperaba, en realidad.

No puedo evitar ampliar la sonrisa al escuchar lo irritada que está con la situación.

«Estoy enfermo», me recrimino.

Javi y Saoirse vacilan la mirada entre los dos, como si se estuviesen debatiendo en si intervenir o dejar que nos matemos por nuestra cuenta a base de motes absurdos y miradas asesinas.

Ella ni se inmuta porque no aparta ni un solo segundo los ojos de mí.

Mentiría si no dijese que estoy deseando saber qué va a ser lo siguiente que va a decir.

—No es gracioso, ¿verdad? —pregunta, sin disimular la irritación en su voz—. Lo tuyo tampoco.

Estoy a punto de responderle de vuelta, pero no me deja decir absolutamente nada.

Antes de que sea capaz de entender que está pasando, Esther camina hacia la salida de la cocina con furia. Saoirse no tarda en alcanzarla, todo lo rápido que le permiten los tacones. Siento como me rodean los hombros y no necesito mirar hacia la izquierda para saber que Javi está sonriendo.

—Me cae bien —suelta en media de una carcajada.

Me remuevo, en una indirecta sutil para que capte que deje de rodearme los hombros, pero hace todo lo contrario que quiero y me estruja con fuerza.

—Claro que te cae bien. Cualquier chica que tenga ganas de arrancarme la cabeza en lugar de la ropa te caerá bien —refunfuño, irritado al oír que vuelve a reírse.

—No... No cualquier chica. Me cae bien ella —enfatiza con diversión—. Necesitabas algo de furia española en tu vida.

—¿No te tengo ya a ti?

—Yo soy del este —responde, cuando deja de reírse—. Las del sur suelen tener más mala leche.

—¿Hay alguna diferencia?

—Imagínate a uno de Cork discutiendo y dime si hay diferencia o no.

—Espero que no hable así de rápido —comento, frunciendo el ceño al mirar por encima del hombro, encontrándomelo sonriendo—. ¿Qué?

—Va a hablar así de rápido y encima te va a insultar en español.

Entrecierro los ojos.

—¿Y?

—Estoy deseando ver cómo te patean el culo en un idioma que no entiendes —suelta, rompiendo a reír abiertamente por fin.

En respuesta recibe un codazo en el costado que no tarda en corresponder con una colleja.

Sin meditarlo dos veces, se la devuelto con un golpe en el brazo que él no tarda en igualar golpeándome la espinilla.

No sé cómo acabamos enzarzándonos en una pelea en medio de la cocina ni cómo acabamos con público abucheándonos o vitoreándonos dependiendo de si hemos sido capaces de golpear al otro o no.

—¡Si gano yo, cerveza gratis para todos! —vocifera mi mejor amigo, guiñándole al público.

Solo con eso, es capaz de ganarse una oleada de gritos exaltados ante la cerveza gratis.

Y solo así, también, sé que tengo que irme de esta fiesta cuanto antes, porque están borrachos como una cuba.

—Las cervezas son gratis —le susurro cuando le empujo por el hombro.

—Eso ellos no lo saben.

—No te voy a dejar ganar —advierto, enarcando una ceja desafiante.

—Eso está por ver. —Levanta las manos hasta la altura de la cara, moviéndolas de un lado al otro como si fuese un boxeador profesional. Incluso cambia el peso de un pie al otro, pegando pequeños saltitos en su sitio—. He venido preparado para esto.

—Por eso querías que viniese, ¿no? —bromeo, fingiendo horrorizarme.

—Justo. Me has descubierto.

Estoy a punto de soltar una carcajada, pero me distraigo al ver a Jason arrastrando a Brittany fuera de la cocina.

Me enderezo en un segundo y salgo del círculo que había a nuestro alrededor en el siguiente, dejando a Javi tirado.

Lo escucho llamarme, pero lo ignoro.

Ni siquiera me molesto en escuchar qué está pasando.

Me basta con ver que la tiene agarrada del brazo.

—Suéltala —siseo detrás de él.

Jason mira por encima de su hombro dispuesto a soltar alguna de sus gilipolleces habituales, pero parece dudar durante un momento al ver que soy yo.

—¿El golpe en la nariz te dejó sordo, Campbell? —cuestiono, alzando ambas cejas.

De reojo veo que la suelta de malas maneras, provocando que Bri se tambalee en su sitio, aunque consigue enderezarse rápidamente. Me fijo en que se frota el brazo arriba y abajo disimulando la mueca de molestia. Frunzo los labios, callando todo lo que quiero soltarle al gilipollas que tengo delante, pero sé que no es el momento, tampoco el lugar.

—¿Necesitas algo, Kimura?

Sonrío al escucharlo molesto.

Nope. Solo pasaba por aquí. —Clavo la mirada en Bri de nuevo, en busca de algo más que haya podido pasar entre ellos dos. Sin embargo, excepto la marca rojiza que tiene en la parte superior del brazo, no encuentro nada—. Le había dicho a Bri que nos iríamos a esta hora.

—¿A qué hora dijiste que os ibais?

—A esta hora, te lo acabo de decir.

Tengo que reprimir lo mejor que puedo el impulso de ampliar la sonrisa al ver que se le enrojecen las orejas debido al enfado.

—Genial —farfulla, apartándome de un empujón de su camino.

Automáticamente me acerco a Bri, elevando el brazo hacia la luz para observar mejor el agarrón. Tiene toda la zona enrojecida, con los dedos de Jason muy marcados en su piel, comenzando a dibujar pequeños moratones. Trago saliva con dificultad ante el nudo que se afianza en mi garganta.

—Te prometo que solo ha sido esto —suelta de sopetón.

—Siempre es «solo esto» —gruño, molesto—. O... «es la primera vez», o «me ha dicho que no volverá hacerlo». —Me quedo en silencio, apartando los ojos del brazo y mirándola a ella—. Aunque mi favorita es «Esta es la última vez. Lo voy a dejar».

Bri no dice nada.

Se limita a observarme en silencio, con un centenar de sentimientos brillando en su mirada.

A pesar de lo enfadado, molesto y frustrado que puedo estar por la situación al ver como se le cristalizan los ojos, la acerco a mí y la abrazo con fuerza. Siento que me rodea con la cintura, estrechándome más cerca de ella y suelta un suspiro tembloroso. Le acaricio la espalda con suavidad, sin decir nada.

—Gracias —murmura con voz temblorosa.

—No me las des. No por eso —digo, negando con la cabeza—. ¿Quieres que busque a Melissa?

Noto que asiente con la cabeza.

Nos obligo a separarnos, dejándola a pies de las escaleras justo en el momento en que Javi sale de la cocina. Con un gesto de cabeza la señalo y solo con eso comprende que necesito que esté atento hasta que vuelva a aparecer. Menos mal que, gracias al universo, no tardo en localizar a Melissa en la terraza, sentada en una de las hamacas con dos chicas más.

Rodeo la piscina con cuidado de no resbalarme por los charcos de agua que hay alrededor después de que varios hayan decidido lanzar a alguno a traición. Acabo detrás de una de las chicas y carraspeo para hacerme notar.

En cuanto Melissa y yo cruzamos miradas no es necesario decir nada más. Los dos sabemos que no iríamos en busca del otro si no estuviese Bri implicada.

—Me dais dos segundos —se disculpa con las dos chicas, levantándose de la hamaca con elegancia, aunque el brillo en su mirada la delate en demasía. Se acerca a mí y los dos empezamos a caminar con paso medianamente rápido hacia el interior de la casa—. ¿Qué ha pasado?

—¿Qué crees que ha pasado?

—¿Está bien? —pregunta en respuesta.

—Más o menos. Está con Javi en las escaleras, yo necesito ir... —empiezo, señalando la puerta de la entrada. Melissa asiente con la cabeza—. Avísame si os queréis ir.

Me ofrece una pequeña sonrisa antes de caminar hacia las escaleras mientras que yo salgo afuera de nuevo. Saco un nuevo cigarro y apoyo la cabeza contra la pared, cerrando los ojos por un momento.

De verdad que no entendía por qué seguía con él.

No entendía por qué no salía de ese círculo vicioso en el que se había convertido en su relación.

Abro los ojos y enciendo el cigarro antes de darle la primera calada, disfrutando del calor que me invade el pecho, soltando el humo poco después. Repito el proceso varias veces, agradeciendo la calma que me brinda un trozo de papel relleno de sustancias cancerígena que tengo entre los dedos.

Sin embargo, me atraganto con el humo, teniendo que toser varias veces cuando alguien sale escopeteado fuera de la casa con paso apresurado.

La tos aumenta al ver que ese alguien es Esther.

—¡Inmadura!

Ni siquiera me mira al hablar. Tampoco deja de caminar.

Apago la colilla contra la suela del zapato y me separo de la pared, lanzándola a la primera papelera que hay cerca de mí, acercándome a ella.

—¡Tengo nombre! —grita de vuelta, molesta—. Lo sabes, ¿no?

Me doy cuenta de que le castañean los dientes y ante el temblor de su cuerpo, empieza a acariciarse los brazos arriba y abajo, supongo que para bridarse un poco del calor corporal que está perdiendo estando aquí, vestida solo con eso.

—¿Y a dónde vas? —le pregunto cuando la alcanzo.

Esther pega un respingo, sorprendida, ahogando un grito.

No puedo evitar sonreír ente su reacción, consiguiendo únicamente que me fulmine con la mirada. Inevitablemente, expando la sonrisa cuando entrecierra los ojos.

Se mantiene en silencio, mirándome.

—Entonces, a mi pregunta... —vuelvo a hablar.

—A otra fiesta a la que me han invitado. —Pone los ojos en blanco y anda de nuevo—. No te fastidia —masculla, malhumorada.

Enarco una ceja, divertido. Ella deja de caminar y se gira en mi dirección.

—Me voy a casa.

Siento como recorre con la mirada mi cara, sin disimular en absoluto.

Desciende a por mi cuello, clavícula y pecho, mirando más tiempo de lo normal el tatuaje del dragón que se entreve bajo la manga corta. La imito, tomándome mi tiempo observando cada parte de ella hasta que nuestros ojos vuelven a encontrarse. Se vuelve a abrazar a sí misma con más fuerza al sentir mi atención sobre ella, observándome casi asustadiza ante mi reacción.

—¿Así? —suelto de golpe.

—No he traído abrigo.

El temblor no parece aminorar y ya ni siquiera se molesta en disimular el castañeo de los dientes. Me paso una mano por el pelo, mirando un momento hacia la casa antes de volver a mirarla a ella, pensando en si ir a por la chaqueta es muy exagerado.

De manera inconsciente, repiqueteo el pie contra el asfalto y vuelvo a vacilar la mirada entre los dos.

—Dame dos segundos —digo, trotando hacia la casa sin dejar que diga nada más.

Solo me permito mirar por encima del hombro cuando estoy a escasos metros de llegar a la casa.

—¡No te muevas! —le grito antes de entrar.

El ambiente asfixiante de la fiesta vuelve a envolverme y no lo he echado para nada de menos. En las escaleras ya no están Melissa ni Brittany. Agarro la chaqueta del perchero y salgo escopeteado de nuevo hacia afuera.

Esther, sorprendentemente, me ha hecho caso y sigue en el mismo sitio, esperando por mí.

Acorto la distancia entre los dos, pegando un portazo en consecuencia la corretear de nuevo hacia ella con la chaqueta en las manos.

—Ten.

Esther aparta la mirada de mí, desviándola a mis manos.

—¿De quién es? —cuestiona desconfiada.

—Mía. Me la dejé el otro día cuando... —Me callo al darme cuenta de que le dará bastante igual cuándo o por qué me la dejé. Niego con la cabeza y le tiendo de nuevo la chaqueta—. Bueno, eso da igual. Póntela si no te quieres resfriar.

—¿Y tú? —pregunta de golpe.

Parpadea un par de veces, sorprendida al darse cuenta de que lo ha dicho en voz alta y yo no puedo evitar mirarla fijamente ante su repentina preocupación. Me encojo de hombros, ofreciéndole una sonrisa de boca cerrada y coloco la chaqueta sobre su hombro.

—Estoy acostumbrado.

La escucho murmurar un agradecimiento a la vez que se viste con mi chaqueta.

No sé por qué, pero no soy capaz de apartar los ojos de ella.

Es como si algo enigmático la rodeara, obligándome a no despegar los ojos de cada cosa que hace. Trago saliva cuando al encontrarse nuestras miradas, me doy cuenta de lo verdes que son sus ojos y de las pequeñas motas amarillentas que tiene repartidas, siendo imperceptibles a la distancia, pero que ante nuestra cercanía puedo detallar a la perfección.

Se vuelve a abrazar a sí misma, con la diferencia de que esta vez, el calor se mantendrá y no desaparecerá en cuestión de segundos.

—¿Nos vamos?

Esther me mira, sorprendida por la pregunta antes de asentir con la cabeza. Le guiño un ojo en respuesta, en un intento de quitarle hierro al asunto. Caminos juntos el resto del trayecto en casa en un silencio que agradezco profundamente.

De manera inconsciente, no sé si ella, yo o los dos, nos hemos ido acercando hasta el punto en el que al andar nuestros brazos se rozan y tengo que estirar los dedos, intentándome quitar ese hormigueo extraño que hace que me cosquillee la mano.

Aunque, en el último tramo, la que ha terminado de acortar la distancia entre los dos por completo ha sido ella cuando hemos pasado por delante de un grupo que la miraba de una forma que incluso yo he llegado a sentirme incómodo.

Al ver lo tensa que estaba al caminar por delante de ellos, sin pensármelo dos veces he apoyado la mano en su espalda y por un motivo inexplicable, solo así, los babosos de turno han centrado su atención en otra persona.

A pesar de que hace tiempo que pasamos dicho grupo, he mantenido la mano en el mismo sitio.

A ella no parece molestarle estar tan pegada a mí y a mí... tampoco.

Cuando llegamos a la entrada de casa, bajo la mirada a ella, estudiando su reacción y esperando a que se aleje de mí.

Sin embargo, en su lugar, clava los ojos en mí con un brillo raro en ellos.

Vuelvo a estirar los dedos de la mano, esta vez solo la que no tengo apoyada sobre su espalda, que termina cayendo lánguida a mi costado cuando ella se separa de mí.

El calor que emanaba su cercanía desaparece tan rápido que, por primera vez, estar solo en camiseta en pleno invierno irlandés me parece una pésima idea.

Observo en silencio como continua su camino, abrazándose a sí misma, todavía con mi chaqueta protegiéndola y comienza a subir los escalones de la entrada. Estoy a punto de girarme para ir hacia al coche cuando recuerdo el por qué de que la primera vez hablamos fuese de esa manera y reculo a tiempo antes de que forme un desastre natural provocado por una bola de pelo de cuatro patas demasiado activo para su propio.

—Será mejor que entres por la ventana. —le advierto, cruzándome de brazos. Ella se lo piensa varias veces, vacilando la mirada entre la puerta y yo. Alzo ambas cejas, expectante a cuál será su decisión. Por su propio bien, espero que me haga caso, pero también sé que por su afán a llevarme la contraria no lo haría—.  Si no quieres montar un escándalo, claro.

El terror por un momento cruza su rostro y recula a tiempo, alejándose con cuidado de la entrada.

Camina de nuevo hasta acabar frente a mí, que sonrío orgulloso al ver que, por primera vez en su vida, me ha hecho caso.

—¿Tú también vas entrar? —pregunta, interrumpiendo mi victoria mental.

Niego con la cabeza, reprimiendo la sonrisa.

—Creo que hoy no te podrás deleitar con mi asombrosa compañía nocturna.

—¿Te han dicho alguna vez que eres muy engreído? —pregunta, irritada.

Ante su tono de voz, se me hace más difícil no sonreír.

—Tú —digo, divertido. Descruzo los brazos antes de encogerme de hombros—. Un par de veces, además.

Al escucharme hace un mohín con los labios del que creo que no es consciente, pero del que, a diferencia de ella, sí que lo soy. Saca imperceptiblemente el labio inferior hacia fuera y frunce de forma muy sutil el ceño, formando una pequeña arruga en su frente.

Inevitablemente sonrío ante el gesto.

Vuelvo a acercarme a ella, que ha ido alejándose de mí sin darse cuenta.

Esther no aparta los ojos de mí.

Ni yo de ella.

Nos quedamos en completo silencio, salvo por el murmullo de los coches que van y vienen a través de la avenida, no hay un solo ruido a nuestro alrededor. No hace ninguna imitación rara de las suyas, ni entrecierra los ojos molesta, ni me hace el corte y tampoco me responde mordaz.

Solo se limita a observarme fijamente.

De la misma forma que hago yo.

Me fijo en el par de mechones ondulados que caen por encima de sus hombros y que se le pegan a la cara por culpa del ligero viento que sopla bien entrada a la madrugada.

Gracias a las luces de las farolas su par de ojos verdes brillan con una intensidad que, si no fuese porque sé que está igual de atenta a mis movimientos, me acercaría aun más para detallar cada tono de verde distinto que compone su iris.

Aunque las pecas que motean toda la zona de su frente y hacen un recorrido de una mejilla a la otra pasando por el puente de su nariz captan mi atención.

Al ver que, inconscientemente, bajo la mirada a una zona que nunca admitiría en voz alta que he mirado más veces de las que me gustaría me lo tomo como mi señal para marcharme de allí.

—Tengo mi coche ahí —suelto de golpe.

Ella parpadea varias veces sorprendida al escucharme.

Asiente con la cabeza y yo me giro sobre mí mismo, no sin hacer un gesto con la cabeza a modo de despedida, cruzando la calle hasta llegar al aparcamiento de Saoirse donde dejé mi coche hace unas horas. Abro la puerta del piloto, pero no me subo a él.

Al menos no todavía.

Miro de por encima del hombro, esperando ver a Esther escalando a su habitación, pero no es así.

En su lugar, está aquieta mirándome.

Lo último que espero es que me sonría cuando cruzamos miradas, pillándome desprevenido.

Aunque más sorprendentemente me parece cuando le devuelvo la sonrisa en control remoto, como si fuese lo más cotidiano del mundo.

Se gira sobre sí misma y camina hasta acabar debajo de la ventana. Observo todo el proceso que hace para poder abalanzarse hacia el interior de su habitación de la misma forma que había hecho yo desde que tenía quince años.

Antes de desaparecer en el interior del cuarto, mira una última vez por encima de su hombro observándome de esa manera extraña tan suya.

Tengo que contener la carcajada que amenaza con escaparse de mi boca cuando me doy cuenta de que me hace el corte de manga antes de lanzarse a la oscuridad.

Cuando desaparece por completo de mi visión, me monto en el coche y arranco, desapareciendo avenida abajo en dirección al apartamento.

Estoy tan distraído con la cabeza en todo lo que ha pasado esta noche que, por primera vez en mucho tiempo, no hay ninguna canción o radio sonando mientras conduzco. Incluso cuando mis padres me llevaban al instituto o iba en el autobús siempre tenía una canción resonando en mis auriculares.

Esta noche, sin embargo, parece que va a ser una excepción.

Al llegar a casa, me la encuentro vacía. Supongo que Javi seguirá con la fiesta hasta bien entrada la mañana o habrá decidido cambiar la fiesta en casa de Jason por una más intima en casa de la chica española con la que había intentado ligar Kieran.

Cuando entro a mi habitación, ya tengo la camiseta hecha una bola que acabo arrojando a algún rincón que no me molesto en averiguar. Los vaqueros acaban sufriendo el mismo destino a la vez que me dejo caer contra el colchón, con el móvil en la mano.

Sin dejar que pueda pensármelo dos veces, por miedo a que pueda arrepentirme o, lo que es peor, me dé cuenta de lo que significa la ausencia de ese arrepentimiento, le escribo a Pheebs.

RYU:

¿Me pasas el teléfono de Esther?

Al ver que la rubia se conecta al segundo en que me envío el mensaje, se lo agradezco telepáticamente.

Así no habrá forma de que pueda borrarlo.

PHEEBIE:

¿Por qué?

Vale. Ya no estoy tan agradecido.

Me muerdo el labio inferior y dudando por un momento en si inventarme una excusa o no, decido ser honesto, porque terminaría descubriéndome si le miento.

RYU:

Porque no lo tengo.

PHEEBIE:

¿Y por qué lo quieres tener?

Suelto una carcajada incrédula ante la pregunta.

«¿Me lo vas a poner tan difícil?», quiero preguntarle, pero reculo a tiempo.

RYU:

Hoy se ha ido de la fiesta antes que Saoirse y lo iba a hacer sola.

Si no me hubiera dado cuenta, no habría podido acompañarla. Si tiene mi teléfono a mano, la próxima vez puede avisarme antes.

Sonrío triunfal ante la excusa, sabiendo que he dado en el clavo para que no sea capaz de decirme que no.

PHEEBIE:

Contacto:

«Esther <3»

RYU:

Gracias, blondie.

Pincho en el contacto y la guardo, eliminando el corazón y su nombre, poniendo en su lugar el mote que sin saber cómo ha terminado por convertirse en suyo.

RYU:

¿Y si hacemos una tregua?

No espero a que esté conectada.

Estoy a punto de dejar el teléfono en la mesilla e irme a acostar, sabiendo que mañana me responderá, pero al darme cuenta de que no tengo foto de perfil ni nombre ni estado ni nada por estilo, cojo el teléfono de nuevo y me meto en nuestro chat.

RYU:

No me vayas a bloquear, desconfiada.

Soy el engreído.

Me fijo en que debajo de su nombre aparece «escribiendo...» antes de convertirse en un «en línea» que me tiene pendiente de que un mensaje por su parte aparezca en la pantalla.

LA ESPAÑOLA MÁS INMADURA:

Tregua aceptada, idiota.

RYU:

Prefiero «engreído».

LA ESPAÑOLA MÁS INMADURA:

Y yo prefiero irme a dormir.

RYU:

Lo dudo.

Esta conversación es mucho más interesante.

LA ESPAÑOLA MÁS INMADURA:

Engreído.

RYU:

Inmadura.

Espero pacientemente su respuesta.

No sé qué me esperaba a continuación, pero el emoji de la mano sacando el dedo de en medio puedo asegurar que no y a la vez es lo que esperaría de ella.

La carcajada se me escapa sola y cuando intento reprimirla solo consigo que sea más escandalosa. Observo como desaparece el «en línea» de debajo de su nombre y releo nuestros mensajes.

Acallo la risa de golpe, sorprendido de lo que estoy haciendo, por qué lo estoy haciendo y por culpa de quién.

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