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Cuando Park ChanYeol era pequeño, siempre soñó que sería un gran marino.
Toda su vida admiró a su padre, JangHoon, reconocido por ser el capitán de navío de la armada de la nación, y tuvo en claro que quería dedicarse a lo mismo que él. No importaba si debía esforzarse el triple, haría lo posible por cumplir su sueño.
Compartiendo la misma pasión que JangHoon, cuando fue de invitado a uno de sus largos viajes en los descomunales buques, quedó completamente enamorado de las vistas, abriendo ante él una amplia variedad de gustos que nunca pensó tener, y de como todo parecía fluir en las desastrosas aguas del mar.
Le encantaba sentir el constante vaivén del navío, y por más que al comienzo le provocó náuseas, ChanYeol se mentalizó para soportarlo, viajando para nutrirse de la experiencia de los adultos.
Y así fue desde el comienzo, un niño con muchos proyectos, ilusiones y alegría desbordante, teniendo el apodo de "happy virus" que fue otorgado por su tierna hermanita menor, Yoora.
Su familia estaba sorprendida por la capacidad de encontrar en todo lo malo, algo bueno para resaltar, una luz sin igual, que hacía sonreír a todos.
Con la edad de 17 años, ya tenía planeada toda su vida.
También con 17 años, perdió a la persona que más admiraba en el mundo.
Podía recordarlo perfectamente, aquel frívolo 22 de noviembre, a cinco días de su cumpleaños, que su reluciente ser se apagó al igual que una vela ante un soplido. Sin previo aviso, sin absolutamente nada de tiempo, tuvo que despedirse de su hermana de 9 años.
No pudo volver a ver con los mismos ojos las cosas que antes amó, porque ahora sólo le causaban un gran dolor. Un desgarrador sentimiento que quemaba como agua hirviendo su corazón, sin detenerse ni un momento.
Intentó respirar, pero seguía ahogado con los viejos recuerdos de cuando fue feliz, y tener en claro que nada volvería a ser lo de antes.
Varios golpes a su puerta, nada hizo que se moviera.
― Hijo, ¿vendrás a comer?
Las ventanas y cortinas cerradas obstruían la luz que hacía días no veía, dándole un aspecto lúgubre y sin vida a su habitación.
Observó impasible los cuadros de algunos de los buques más conocidos, los recortes de periódicos cuando salió en primera plana la carga de la armada en donde su padre había sido partícipe, entre muchas otras cosas más.
Todo parecía formar parte de una película antigua; sin color ni sonido. Una monotonía a la cual se había mal acostumbrado, pero que le servía para mantener la poca estabilidad que le quedaba.
ChanYeol sabía con certeza que se quebraría si ponía un sólo pie fuera de su habitación, porque lo primero que vería es el cuarto de Yoora pegado a la izquierda del suyo, con el cartel que le había ayudado a hacer con su nombre completo y una decoración infantil.
Tragó fuertemente y se incorporó de la cama, dirigiéndose hasta el baño.
Sus ojos estaban tan oscurecidos que cuando se vio por primera vez su reflejo luego de semanas en el espejo, juró no reconocerse. No demostraba vida ni emoción, pareciendo incluso otra persona.
Un sollozo se escapó de sus labios.
Sorbiendo su nariz, se volvió a acostar en su cama, arropándose entre la suavidad de las sábanas, hundiendo su cabeza para que la almohada absorbiera las repentinas lágrimas.
Quería gritar, golpear hasta no sentir ese horrible dolor que no se iba ni aunque durmiera, porque despertaba y la sensación de vacío seguía permaneciendo en su inconsciente.
Abrazando el osito favorito de Yoora, cerró sus ojos implorando piedad por su alma rota.
Y en el fondo sintió una luz abstracta sembrar la esperanza de que todo estaría bien, aunque creyera que nada mejoraría ni aunque los años pasaran.
Los rayos del sol impactaron en sus ojos. Por acto reflejo, interpuso en la trayectoria su antebrazo, entrecerrando los ojos por el golpe de luz.
Desplomado en tierra firme, ChanYeol aspiró el aroma de la naturaleza que lo rodeaba, terminando por soltar un sonoro suspiro, producto del cansancio que sus músculos resentían.
La costura de su uniforme le molestaba un poco, pero no le importó. Su mente producía, la mayor parte del tiempo, tantos pensamientos confusos que lo agotaban por completo, y en esos momentos de paz en lo único que deseaba concentrarse era en el movimiento desigual de las ramas meciéndose sobre su cabeza, y sentir las hiervas pinchar su piel descubierta.
Al cerrar los ojos, sólo podía pensar en la familiar sensación de un constante vaivén, sumergido en las salinas aguas del mar; tan oscura como los pecados que trataba de hundir, y tan amplia como los sueños que decidió abandonar.
Pudo oír unos pasos hacer crujir pequeñas hojas, y sin verlo pudo adivinar de quien se trataba.
― Capitán Park, debemos abordar.
Ladeó la cabeza ante la perturbación de su agradable silencio, observando al joven marinero Byun BaekHyun parado a un lado suyo.
― ¿Ya terminaron de desembarcar toda la carga?
Se incorporó completamente, sacudiendo su uniforme azul, y a las medallas doradas que brillaban sobre su pecho.
― Sí, además los funcionarios del puente fronterizo con Corea del Norte solicitaron su presencia para confirmar que todo esté en orden.
― ¿No tienen bastante con todos los papeles que firmé?
El chico de cabellos castaños sonrió a medias.
― Sabe que no, capitán.
ChanYeol rodó los ojos, y resguardando sus maldiciones, palmeó su hombro.
― Ve con los demás, descansa por hoy.
El marinero cuadró sus dos brazos a los costados de su cuerpo, adoptando una postura recta a la vez que fruncía su ceño.
― ¡Sí, capitán!
Al terminar el saludo reglamentario, se despidió por lo bajo. ChanYeol enderezó su espalda, serio y ocultando su fastidio, para después emprender su camino hasta el cuartel principal, bostezando. Comenzó el tortuoso camino, divagando en sus pensamientos mientras que acomodaba sus guantes blancos.
Era lo mismo de siempre, no había nada nuevo que pudiera sorprenderlo.
Con 34 años sobre sus hombros, había dedicado la mitad de vida en ello, por lo que no conocía otro sentimiento que no fuera la maldita soledad en el transcurso de los años.
Las instituciones se reformaban, las tripulaciones cambiaban, los grandes barcos eran sustituidos por otros con mayor equipamiento, y la tecnología evolucionaba. Pero él sentía estar anclado en un pozo sin fondo.
Nada había cambiado en él desde hacía años, atrapado en un bucle sin fin.
Sus emociones con respecto al mundo no habían cambiado, y tardó mucho tiempo en darse cuenta que no hacía más que retroceder todos sus pasos, sin lograr avanzar.
Consciente o involuntariamente, terminaba del mismo modo. Tenía un gran peso en el alma con el cual lidiar, pero no sabía como expresarlo.
La familia ideal terminó separándose irremediablemente, provocando que ni siquiera pudiera entender sus propios conflictos internos al estar alejado de sus padres, optando por dejar sus deseos de lado y atender lo más urgente en su lista de quehaceres.
Le resultaba irónico, aparentaba ser un hombre fuerte, pero por dentro solamente era un tembloroso chico que hasta dudaba de su propia sombra, como cuando era adolescente.
Necesitaba un milagro para cambiar las cosas en su vida.
Ya era tarde, o tal vez se equivocaba... no tenía forma de saberlo. Daría lo que fuera por tener las respuestas a todas sus dudas, pero se conformaba con tener en claro sus objetivos durante el día.
Sintió su estómago revolverse por la ansiedad, e intentó detener el flujo de sus pensamientos porque sabía que sólo empeoraría las cosas.
Al llegar hasta el cuartel principal, antes de entrar tomó una bocanada de aire, poniendo su mejor cara para quien siempre deseó hundirlo y verlo en la miseria; Park Woobim, su primo lejano y quien estaba detrás de su cabeza.
Motivado por la humillación de nunca haber llegado ni a la mitad de las cosas que logró, ahora teniendo cargos públicos intentaba joderlo lo más posible.
― Hasta que por fin llegas, ChanYeol.
De manera burlona dio varias vueltas en su silla giratoria, tentando su suerte de una forma muy idiota. ChanYeol lo miró inquisitivo, confundido por su actuar inmaduro.
― Ve al grano, Woobim. Es claro que los permisos correspondientes ya fueron dados, y esto de la "papelería insuficiente" es sólo una excusa para traerme aquí. ― Tomó asiento enfrente de él, con una expresión seria y demostrando muy poca paciencia ―. Te escucho.
El hombre más bajo divagó, sorprendido por la actitud confiada del mayor. Casi siempre se lo veía distante y alejado de los demás, y era Woobim la razón secreta por la que había comenzado a desconfiar de todos.
― Nunca pasas por aquí, ¿es un pecado querer saludar a mi primo favorito? ― Revoleó sus manos al compás de su habladuría, una sonrisa cínica naciendo de sus labios ―. ¿Cómo has estado? El tío pregunta seguido por ti.
ChanYeol no demostró ninguna emoción, sin embargo, cerró sus puños en las costuras del uniforme azulado, conteniendo en ese simple gesto el odio que la sola mención de su padre le causaba.
Le afectaba tanto, que por eso había tomado la decisión de alejarse lo más posible de todo aquello que le recordara a su rota familia.
― El buque está por zarpar, Woobim, y tanto mi tripulación como yo deseamos volver lo más pronto posible a nuestros hogares. ― Se levantó de su asiento, fastidiado ―. Si ya terminaste, me retiro.
Cuando hizo el ademán de marcharse, la irritante voz de Woobim volvió a perturbarlo.
― Tu hogar siempre estuvo aquí, ¿no lo recuerdas? ― Se giró completamente, viendo la reluciente sonrisa de Woobim crecer a medida que su ceño se fruncía aún más ―. Cuídate primo, sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.
De un portazo se marchó de su oficina.
Sólo pudo respirar tranquilo cuando salió completamente, mostrándose calmado aunque olas monstruosas azotaran la estabilidad de su interior, y las ganas de borrar aquella estúpida sonrisa en la cara de Woobim lo persiguieran con insistencia.
A medida que caminaba por los pasillos del lugar, varias personas lo saludaban y le preguntaban como estaba, pues su fama era grande, y nadie que estuviera en el ámbito marino no sería capaz de reconocer el apellido "Park". Pero su vista no estaba enfocada en ningún rostro, menos aún para contestar un "todo bien" cuando eso no era lo que sentía.
Necesitaba aire fresco con urgencia, algo que no le hiciera pensar en los recuerdos que con tanto esmero había enterrado, sin éxito alguno.
Cuando todo parecía ir bien, siempre había una piedra en el camino que arruinaba cualquier progreso.
Volvió a encerrarse en su caparazón tal como hacen las tortugas ante el peligro. Una dureza que llama la atención, pero con grandes debilidades que nadie podría ser capaz de descifrar.
Al ver hacia el cielo de nuevo, el día que lo había recibido no fue el mismo; espesas nubes que impedían la claridad del sol habían convertido aquel cálido ambiente de verano, en un paisaje monocromático, donde el frío erizaba sus vellos y la emoción decaía a medida que se acercaba al puerto.
Exhausto, esa era la palabra que describía a la perfección los sentimientos que bombardeaban a ChanYeol en aquellos momentos, ahogándolo de una forma lenta y tortuosa.
Aunque tratara de sonreír, siempre surgían nuevos motivos para matar cualquier emoción que le provocara paz.
― ¡Ya abordamos todos, capitán! ― Le informó BaekHyun, a un costado de la rampa de subida.
Con un asentimiento de cabeza, abordó el buque y se dirigió directamente a la cabina de control, esperando una segunda confirmación desde el cuartel para empezar a retirar la rampa automática.
Mientras tanto, dio la orden al resto de marineros para que desataran las sogas de seguridad. Al terminar, extrajo la ancla que inmovilizaba el transporte, para emprender viaje hasta las costas de la capital de Corea, de nuevo a casa.
Observó desde la lejanía las salvajes olas impactar contra el buque, sin demostrar sorpresa alguna porque se trataba de los mismos recorridos que llevaba haciendo durante décadas, sabiendo de memoria los momentos en los que habría un poco de calma, y otros donde el movimiento sería desastroso.
De todas maneras, estaban preparados para cualquier emergencia o imprevisto que se les presentara, lo cual dudaba demasiado que sucediera, pero nunca debía descartarse la posibilidad.
El opaco atardecer que se veía desde el horizonte comenzó a caer, los colores azules tiñendo los últimos tonos otoñales, creando una bonita paleta de colores marinos. Siempre que lo veía, ChanYeol sentía un poco más de amor por su trabajo, porque tener capacidad de estar presente para aquellos momentos tan hermosos era una caricia a su alma tan herida.
Como siempre soñó de niño.
Las horas pasaron y calculó que una fría madrugada les esperaba al llegar a tierra firme. Para su sorpresa, no se sintió cansado como antes, y hasta llegó a pensar que se le hizo mejor estar trabajando, que estar en sus horas de descanso. Era como su terapia gratis, y le era de gran ayuda estar haciendo algo sin prestar atención a sus problemas internos.
ChanYeol cerró fuertemente sus ojos, suspirando. Se apartó un poco de la zona de controles, apretando el botón de manejo automático.
Sabía que el resto de tripulantes estarían durmiendo, o haciendo el intento, pero se permitió llorar cuando tuvo la certeza de que la luna sería la única testigo de su desahogo.
No quería perder su fe en que todo mejoraría, pero que el dolor resurgiera peor que antes cuando sus malos pensamientos ganaban la batalla, le hacían creer que no tendrían reparo las heridas de su corazón.
Miró con nostalgia la foto de su hermana menor en uno de los costados de la cabina, el único cuadro que decoraba el lugar, junto con unas delicadas flores blancas.
La sonrisa que ella demostraba en aquella imagen, hacía tambalear la suya con emoción.
Tenía tantas cosas guardadas para decirle, pero todo se quedaba atorado en su garganta, como un ácido que derretía todo su interior, y esas lágrimas silenciosas que quemaban su piel le impedían gritar cuánto dolía su pérdida.
Siempre vivió arrepentido, incontables confesiones que siempre se tragó, y terminó por lamentar tiempo después. Estaba cansado de vivir en el pasado, y no avanzar hacia el futuro próximo.
Quería un cambio, pero... ¿lograría sostener esa seguridad?
Abrumado, ChanYeol no fue consciente de que ya estaban a minutos de descender del gran buque, despertando de su ensoñación cuando del transmisor se emitieron distintas interferencias.
Su pecho se llenó de orgullo al bajar del gran navío, anotando aquel viaje en su lista de exitosos desembarques, estirando con pereza sus músculos, la rigidez de su cuerpo sacándole un quejido. Sus largas extremidades tronaron, y amplió su ancha espalda para estirarse un poco más.
Se despidió de todos los tripulantes que le habían ayudado durante el viaje, estrechando su mano con cada uno de ellos. Al terminar, buscó cerca del puerto un lugar solitario en el cual poder sentarse a descansar un rato.
No tenía prisa por volver a casa, nadie estaría esperando su llegada. Además, las brillantes estrellas que hacían un gran contraste con el ennegrecido manto le hacían sentirse acompañado.
Su vista enfocó un viejo puente de madera a un lado de la costa, perfecto para lo que buscaba. Teniendo la seguridad de estar completamente solo, tomó asiento en el borde de éste, importándole poco que las turbias aguas salpicaran sobre sus zapatos y ropa.
Sentía un leve tambaleo, un llamado silencioso hacia el vacío, una tentación que con cada segundo que pasaba se intensificaba aún más.
Miró con curiosidad hacia abajo, encontrándose con un par de ojos verdosos observarlo con curiosidad.
Su sangre se heló por completo, tan impactado que de su garganta no se emitió sonido alguno. La extraña criatura lo observaba con demasiada atención, analizando cada uno de sus movimientos. Su piel brillaba bajo la luz de la luna, y le resultó imposible de presenciar una piel y cabellos totalmente blancos.
Peor aún cuando vio una cola llena de escamas agitarse de un lado a otro por toda su cara, sacándole el poco aire que quedaba en su pecho.
ChanYeol sintió su presión caer, pero al tratar de levantarse la criatura sobrenatural lo tomó por las piernas, impidiendo su huida.
Los latidos de su corazón le daban indicios del ataque que le daría por el helado toque de lo que parecía ser un hombre, ya que su apariencia era muy parecida.
No supo si gritar o correr lejos, pero su suplicante voz lo detuvo.
― ¡Por favor, no escapes! Estuve buscándote por mucho tiempo, así que quédate conmigo.
ChanYeol ni se molestó en ver hacia atrás, no cuando aún tenía grabada en su retina la imagen de aquel monstruo tocando su cuerpo.
― ¡Te he dicho que esperes!
Momentos antes había estado llorando, ahora parecía escuchar a una especie de tritón gritarle que se detuviera. ¡Haberse vuelto loco era lo mínimo!
Se negaba rotundamente a ser parte de los documentales del área 51, o estar implicado en un problema intergaláctico del que no quería tenee idea, así que tomó la sabia decisión de irse lejos de allí.
― ¡ChanYeol, detente!
Se paró en seco cuando oyó su nombre ser pronunciado.
Comenzó a pensar que se trataba de una cámara oculta, porque no tenía pies ni cabeza creer que un tritón lo había llamado por su nombre. Y eso era lo que menos le importaba, lo que sí le asustaba era saber cómo lo había averiguado, ¡o siquiera como era posible que hablara su mismo idioma!
Se giró y volvió por sobre sus pasos, con una cara de susto que merecería un premio óscar al acercarse de nuevo.
― ¿Q-Qué eres...? ¿Cómo sabes, cómo es que hablas...?
Su tartamudeo no pasó desapercibido por el extraño ser, que pareció reírse de él. ChanYeol elevó una ceja, incrédulo por la risa que había soltado enfrente suyo.
― ¡Necesitas tranquilizarte primero! No quiero que mi primer humano muera sin siquiera haberle hecho nada.
― ¿¡Qué dices!?
El tritón volvió a reír, y dio un chapuzón sobre el agua, agitando su blanquecino cabello.
― No voy a matarte, puedes estar seguro de eso.
― Seguro estaba de que cosas como tú no existían, ¿¡cómo es que hablas!? ¿Y cómo sabes mi nombre?
― Primero, no soy una cosa. Segundo, lo leí de tu placa.
ChanYeol confirmó sus dichos al ver hacia abajo, y ver su reluciente placa dorada con su nombre completo.
― ¿Eres una especie de ángel? ¿Tan pronto me morí?
― Podría decirse que sí, pero no estás muerto. Puedes festejar eso. ― El tritón agitó su cola, esbozando una sonrisa ―. Estoy aquí para ayudarte y guiarte al camino del bien.
El hermoso poema que se formó en su rostro dejó en claro que su grandísima confusión.
― Sabía que estaba mal, pero no tanto...
ChanYeol miró asustado hacia la rara criatura, pareciendo hasta amigos cercanos por la confianza con la que se hablaban, y se jaló de sus oscuros cabellos. Sentía que estaría por sufrir un ataque de histeria en cualquier momento.
― Primero déjame presentarme. Soy Do KyungSoo, un tritón que tiene la misión de curar esas grandes heridas que tienes sobre el corazón.
― ¿De qué estás hablando?
― Estuviste a punto de tirarte al mar, fue en ese momento que sentí tu pedido de ayuda.
ChanYeol frunció su ceño, su cerebro parecía a punto de explotar.
― Yo no... yo no iba a hacerlo. ¿Cómo es que vives? Se supone que no existes.
KyungSoo negó con la cabeza repetidas veces, con una leve sonrisa adornando su pálida cara.
― Es muy distinta la realidad a comparación de la versión con la que ustedes fueron criados. Nosotros siempre existimos, incluso antes que ustedes. ¿Podrías acercarte? No voy a comerte.
ChanYeol dudó, mirando su alrededor por si alguien se aproximaba y notaba la locura que estaba viviendo en esos momentos. Se quedó estático por unos segundos contemplado la excéntrica belleza del tritón, anonadado por la gloria que se respiraba con tan sólo verlo.
A paso lento acortó la distancia de ambos, sintiendo como la atmósfera cambiaba al estar cerca de la mágica aura de KyungSoo. Se estremeció al conectar su mirada con la de él por segunda vez, tan impactado de presenciar algo nunca antes visto.
Volvió a la posición de antes, sentado al borde del puente de madera.
No sabía que estaba haciendo, pero no tenía nada mejor que eso, así que se arriesgaría a confiar en sus palabras. Total, no tenía nada que perder.
― Explícate.
KyungSoo se acercó rápidamente, estando a centímetros del cuerpo del mayor, demostrando estar confiado.
― Nuestra especie siempre ha existido, ChanYeol. Venimos a éste mundo con el propósito de guiar a las almas perdidas a encontrar un nuevo camino. Somos como ángeles marinos, si así quieres llamarlo.
― Yo no necesito un guía espiritual, estoy bien así.
― ¿Por qué no tratas de ser sincero contigo por una vez?
ChanYeol desvió su mirada, sintiendo su corazón bombear sangre con fuerza.
― Puedo solo.
― Toda tu alma está pidiendo a gritos ayuda, me duele cada rincón de mi cuerpo con tan sólo tener cerca. ― KyungSoo le miró apenado, y con atrevimiento acarició sus rodillas ―. Puedo notar por cuánto has pasado, ChanYeol...
― Ni siquiera me conoces.
― Podríamos conocernos. ¿Cuántos años tienes?
― ¿De qué serviría decírtelo?
― Saciar mi curiosidad debería ser suficiente.
ChanYeol sonrió levemente.
― Tengo 34 años. ¿Tú?
― Es distinto para ti, pero si mis cálculos no fallan, tendría 76 años en edad tritón.
― ¿Eso cuánto sería en edad humana?
― Tendríamos una edad parecida si fuera humano, soy joven para los años que tengo. ― Sus verdosos ojos brillaron repentinamente, captando su atención ―. ¿Tú cumpleaños fue hace poco?
ChanYeol se guardó su sorpresa, mirando con extrañeza a KyungSoo.
― ¿Qué clase de magia fue esa?
― Supongo que estoy comenzando a conectar con tus sentimientos a profundidad. Con razón siento una gran tristeza ahora mismo.
― Yo estoy bien, no import-
― Soy una criatura mágica, ChanYeol, no trates de engañarme. Puedes hacerlo con los demás si quieres, no conmigo.
El pelinegro bajó su cabeza, apenado. Por primera vez notó el agua del mar calmarse a su alrededor, como si estuvieran en una gran burbuja de paz.
No se había percatado del momento exacto en que su desastre se había apaciguado.
― ¿Soy la primera persona a la que ayudas?
― Sí, es por eso que no quise dejarte ir tan fácil. Presentí que podrías llegar a procesar esto.
― Bueno, no todos los días te encuentras a un tritón con quien charlar, así que podría entender que otra persona llegase a quedar traumada.
KyungSoo jugó con las agujetas de los zapatos formales de ChanYeol, desatando ambas.
― No creo que haya sido coincidencia que fueras marinero.
ChanYeol elevó su cabeza, sintiéndose cada vez más seguro. Era como si una gran paz lo recorriers de pies a cabeza al estar a su lado, como si fuera una cura a la enfermedad que lo había atormentado desde hacía años.
Deseaba que esa sensación de tranquilidad nunca se fuera.
― Aún no puedo creer que esté hablando con un tritón, como lo eres tú... KyungSoo.
La criatura mágica sonrió de par en par al oír su nombre ser pronunciado por él, y eso para sorpresa de ChanYeol le contagió cierta alegría.
― Para todo hay una primera vez, ¿no? ― Sin vergüenza dio un par de toques por la extensión de sus largas piernas ―. Pero me alegra no haber dejado que te escaparas.
― ¿Por qué?
― Porque sólo quiero seguir hablando contigo, ChanYeol.
Tentado por un deseo que venía carcomiéndole la cabeza, el azabache miró decidido al delicado tritón.
― ¿Hay alguna forma de seguir juntos?
― Sí la hay, pero depende de qué duración hables. ― KyungSoo se sumergió en las oscuras aguas, humedeciendo su tersa piel una vez más.
― ¿Para siempre es posible? Quiero seguir estando contigo.
El tritón ladeó su cabeza, con una sonrisa gigantesca decorando su rostro. Sus perlas verdes parecieron volver a brillar, ésta vez con más intensidad.
― ¿En verdad te gustaría eso? Piénsalo bien.
ChanYeol no tuvo que mirar hacia atrás, para saber que no tenía ningún comienzo hecho en esas tierras. Tal vez era hora de sumergirse en su verdadera vida, y dejar atrás todo aquello que lo ancló a la infelicidad.
― Por supuesto, KyungSoo.
― Toma mi mano, ChanYeol. Te llevaré a un fantástico mundo del que vas a enamorarte por completo.
Miró con gran expectativa las pálidas manos del tritón, y sacándose sus guantes blancos para dejarlos apoyados en los tablones de madera, las tomó con gran seguridad, dejándose llevar por la fluidez de su nado.
Cumpliendo su objetivo de ser feliz.
gracias por leer! ♡
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