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Capítulo 1: Recuerdos ☾︎

Así dice el Señor: Maldito el hombre que en el hombre confía, y hace de la carne su fortaleza, y del Señor se aparta su corazón.
Jeremías 17:5 LBLA

Una sombra cruzó la estancia oscura y Liz se quedó quieta en la oscuridad. Si la descubrían estaba perdida.

Hacía todo lo posible por no mover un músculo.Recordó a la chica de pelo azul que entró en el baño de la universidad el día anterior.

Al principio pensó que alguien la seguía. Después deslumbró la melena azulada de An. Ella corrió hacia el baño  y vomitó. Comprendió que nadie la seguía. Las adonis hablaban de An. Liz estaba segura de que algún rumor volaba por el ocean's wave.

—¿Estás bien ? —había preguntado Liz pegada a la puerta. Era cierto que poco le importaba An pero aquel día estaba feliz así que eso repercutía en su forma de tratar a los demás.

—Sí. Lárgate

No esperaba menos de ella, la conocía lo suficiente debido al tiempo junto con los indomables durante su adolescencia. Ella formaba parte de la pandilla desde hacía varios años.
Las palabras de las adonis que antes pasaron desapercibidas ahora se hicieron más nitadas en su mente. Algo sucedió en la fiesta.

— An no me iré. Estás mal

— No necesito niñera

—Lo sé

— Lárgate

Liz esperó con paciencia apoyada en una pared casi quince minutos hasta que An decidió salir del baño. Le extrañaba que Leonor, su compañera inseparable, no estuviese con ella pero tampoco se lo cuestionó.

—¿Aún no te has ido ?

El rostro demacrado de An y su ropa dos tallas mas grandes indicaban que no estaba bien. La pelinegra analizó la situación y recordó cada detalle hasta llegar a la conclusión de que la anorexia de An estaba más avanzada de lo que creía. Sin embargo no entendía qué sucedió en la fiesta.

—An escuchame. Debes parar esto. Te estás matando

La chica de pelo azul se fue sin decir una palabra.

Los recuerdos del día anterior desaparecieron cuando la luz del pasillo fue encendida. Estaba escondida bajo la cama de su antigua habitación, en la casa de Rosa.
Liz decidió en una misión casi suicida ir a descubrir que había en el resto de las cajas, en vista de que el cuaderno amarillo que se había llevado no aparecía.
No supo como logró que el vecino volviese a ayudarla nuevamente pero sin mucha objeción, él había aceptado. Aún le inquieta aquel vecino. Existía  bondad en él pero también algo oculto. Pese a sus supersticiones temía por la vida de aquel hombre. Rosa podría matarlo sin vacilar.

Escuchó la respiración entrecortada de Rosa. Liz podía oír con claridad los labios de ella juntarse con los de otra persona. Y sentía verdadero asco. Lo había vivido más veces. Siendo aún adolescente, había visto demasiado en aquellos años. Aunque lo que le daba rabia era que Evan hubiese tenido que ver cosas mucho peores.
Se mordió el labio cuando comenzó a escuchar jadeos. Le sería imposible salir de ahí en un buen tiempo si seguían besándose en el pasillo.
El sonido paró y aunque en parte lo agradecía aquello la preocupó.

Había venido buscando respuestas y ahora no podía irse con las manos vacías. Si Rosa la encontraba, la mataría sin dudarlo. Ya había barajado la posibilidad de que ella hubiese robado el cuaderno amarillo. Se había perdido aunque lo había buscado multitud de veces. No estaba en casa.
Si ella tenía una copia de las llaves estaba perdida.

Los pasos se alejaron hacia la habitación de Rosa entre besos y otros sonidos. La puerta se cerró.
La chica intentó salir de la cama haciendo el menor ruido posible. Rogando a Dios que no la descubriesen.

Tenía claro dos cosas: no se iba a quedar a escuchar el espectáculo y no iba a irse con las manos vacías.

Debía actuar rápido e intentar salir.

Liz miro el suelo frente a ella. Estaba lleno de cristales de porcelana de varias de las muñecas que le regalaba su padre de sus viajes. No sabía si aún quedaba alguna buena pero esperaba que sí.

Mientras escuchaba jadeos aprovechó para caminar con cuidado sobre la porcelana.
Su rostro ya estaba acostumbrado a la oscuridad así que podía ver con cierta claridad lo que había frente a ella.

El destrozo en su cuarto era notable. Todo lo que alguna vez fue suyo estaba desparramado por el suelo. No sentía tristeza pero si una mezcla de nostalgia y coraje.

La chica abrió las cajas. Decidió hacer una inspección rápida.
Dentro de ellas había varios álbumes de fotos,carpetas de archivos, peluches muy antiguos y algunas cosas que imaginaba eran de su padre. No sabía porqué Rosa con todo el odio que tenía aún las conservaba. Evan podría insistir lo que quisiera pero ella hacía lo que quería. Liz imaginaba que  si aún lo conservaba era para algo retorcido. Prefería no pensarlo.

Los álbumes le parecían importantes para guardarlos en la mochila que había traído. Pero conocía a Evan y preferiría los objetos antes que las fotos.
Evan solía decir que cada objetos contenía una parte esencial de la persona y Liz creía aquello.
Era un niño muy fuerte e inteligente.

Así que movida por la emoción que la embargaba al pensar en la felicidad de su hermano decidió guardar los objetos y dos peluches. Metió a la fuerza dos álbumes de periodos diferentes y cerró la mochila a rebosar.

Anhelaba ver los álbumes que quedaban por fuera pues se había dicho que no volvería nunca más. Pero no tenía tiempo y el estómago se le revolvía al escuchar a Rosa.

Había llegado hasta allí buscando respuestas acerca de la muerte de su padre. Rosa no había contado detalles. Con simpleza dió la noticia y anunció que se mudarían a otra ciudad.
Podía recordar ese día con exactitud. Rosa llevaba un jersey verde y una camisa de un rosa pálido que hasta el momento no había vuelto a ver. Evan estaba dormido cuando comenzó a empacar la maleta.Liz se acercó y preguntó si ocurría algo.
Rosa apenas la miró y dijo:

— Tu padre ha muerto en un accidente en la carretera. Yo le dije que un día iba a pasar... Esos trastos enormes no son seguros pero claro el no me oía.

— ¿Que pasó?

El corazón de Liz se partió en ese mismo instante. La presencia de su padre era transcendental en su vida. Prácticamente era la única razón por la que soportaba toda la semana a Rosa. El fin de semana con él lo era todo.

—El camión que conducía volcó por un puente. Nos mudáremos para que superéis la pérdida — zanjó como quién dice que falta leche en la nevera y mañana debe comprar más.

—Pero...

—Ve a hacer las maletas

Y así fue como llegaron a esta ciudad. Dónde Rosa decidió meterse en el mundo de las drogas. Se había vuelto en poco tiempo muy poderosa.

Liz ni siquiera abrió las carpetas. Decidió ver los álbumes con rapidez. No podíaa estar en ese sitio mucho tiempo. El aire lúgubre de allí la aprisionaba generándole ansiedad, irse era la mejor solución para mitigar esa sensación. Además de que era evidente que ellos terminarían y no podían verla.
El corazón le latía a mil.

Abrió el primer album de fotos con una tapa azul carcomida por el tiempo, la nariz le picó por el polvo que había en ella.

Tal vez podría llevarse algunas fotos de recuerdo en las que Rosa no apareciese, no quería recordarla.

Pasó las páginas del album rescatando algunas imágenes en las que aparecía ella con su padre, tendría quizás seis años. Apenas recordaba esos momentos, hasta los siete años sus recuerdos eran difusos y borrosos.
Desde los siete hasta los diez desaparecían en una profunda laguna.

Cogió algunas fotos que guardó en el bolsillo de su chaqueta.
Pasó las páginas y observó a una mujer que la abrazaba con cariño, recordaba ese vestido lila. Rosa lo llevaba en días calurosos. Abrió los ojos al ver su rostro. Era parecido al que recordaba cuando era niña, pero algo en él había cambiado. Aquella mujer que la abrazaba en el parque sin lugar a dudas no era Rosa.
Su parecido era muy razonable pero aquella mujer sonriente era diferente.

El corazón de Liz latía con rapidez al ver aquel rostro dulce.

Agarró la foto y la guardó.

La sensación de inquietud aumentaba a cada página que pasaba con rapidez.

El rostro de esa mujer aparecía muchísimas veces. Su recuerdo sobre ella era difuso pero podía recordar una escena con claridad. Esa mujer y ella caminando por un campo verde lleno de flores amarillas.

Se mordió el labio con frustración ante la falta de recuerdo. Era una de las pocas veces en las que deseaba acordarse.

Se detuvo ante la imagen

Esa mujer debía ser su niñera porque tenía varios recuerdos sobre ella.

Debió de pasar demasiado tiempo con con ella en su niñez.  Seguramente esa mujer sabría que le había ocurrido a su padre. O por lo menos dónde estaba su tumba.

Con eso le bastaba. Cogió algunas fotos más y salió de aquel lugar que solo le traía recuerdos de dolor e impotencia.

Caminó con mucho cuidado sobre la porcelana y siguió el camino por el pasillo.

El corazón de Liz estaba por salirse del pecho. El terror que sentía por Rosa con el paso de los años en vez de desaparecer aumentaba.

La pelinegra se dió cuenta de algo cuando estaba a punto de salir por la puerta.
Los gemidos habían cesado. Todo estaba en un silencio profundo.
No hizo falta girarse porque estaba segura de que alguien estaba detrás de ella.

El chico se acercó a su oído.

—Sabía que eras tú —susurró y distinguió su voz grave.

A Liz se le heló la sangre al oírle. Que él estuviese con Rosa no solo era sorprendente sino detestable. Cerró los ojos deseando desaparecer.

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