Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

propuesta

Cuando Luis llegó a mi casa, se dejó caer en el sillón a mi lado y colocó su mochila sobre su regazo. Observaba a Pedro con una sonrisa burlona mientras este luchaba, casi con desesperación, por abrir un botellón de jalea.

—¿Cómo te sientes? —preguntó con una media sonrisa, apartando la vista de Pedro para enfocarse en mí.

—Mejor —logré responder tras un interminable silencio.

Luis era un amigo excepcional. Lo conocí en el primer semestre de la universidad y, desde entonces, habíamos hablado sin cesar. Sin duda, éramos mejores amigos.

Por eso, pedirle que fingiera ser mi novio durante unos meses no sonaba tan descabellado ni tan difícil de decir. La idea había estado rondando en mi cabeza desde que terminó mi programa favorito. Fingir que lo había superado... fingir que ya no me importaba... era una estrategia perfecta.

Felipe probablemente ya tenía su vida resuelta lejos de aquí, así que demostrarle que seguía siendo el mismo chico patético al que dejó atrás no era una opción. Tenía que hacerle creer que había cambiado.

—Vamos a mi habitación —sugerí, poniéndome de pie.

—¡Maldito tarro! —masculló el novio de mi hermana, todavía forcejeando con la tapa.

Luis se rio y negó con la cabeza. Se acercó a Pedro y, sin pedir permiso, le arrebató el botellón. Con una facilidad pasmosa, lo destapó en cuestión de segundos.

La expresión de asombro de Pedro era digna de un meme.

—Así es como se hace —dijo Luis, regresando a mi lado.

Levanté la mano y chocamos los puños entre risas mientras nos dirigíamos a mi habitación.

🦂

Cuando somos jóvenes, hacemos locuras, nos metemos en problemas, nos equivocamos una y otra vez. Aprendemos en el proceso, nos arriesgamos ciegamente al tomar decisiones y justificamos todo con una sola excusa: nuestra edad.

Si hubiera que definir la juventud en una sola palabra, probablemente sería inexperiencia. O quizás curiosidad. O el impulso de intentarlo todo sin saber cuál será el resultado. Aunque, en realidad, ninguna de esas palabras alcanza a abarcarlo por completo.

Y eso era precisamente lo que estaba haciendo: intentando algo, arriesgándome. Pero primero necesitaba una excusa que me sirviera cuando, inevitablemente, me estuviera reprendiendo a mí mismo. Y la juventud no me parecía suficiente.

No lo hacía porque hubiera aprendido que estar unilateralmente enamorado de alguien era nocivo para mis sentimientos, para mi corazón. No. Lo hacía porque, aunque técnicamente no sentía ni el más mínimo amor romántico por mi mejor amigo, la sola idea de tener que comportarme como su novio frente a Felipe me revolvía el estómago.

—¿En qué tanto piensas?

—En lo difícil que es vivir sin un amorcito —respondí.

Luis soltó una carcajada, como si hubiera dicho algo terriblemente gracioso.

—No es para tanto, querido. No hay nada más sabroso que estar soltero —filosofó con aire despreocupado.

Me crucé de brazos y me dejé caer sobre la cama. Luis arrastró el cojín inflable y se sentó frente a mí.

—Tienes suerte de que los chicos se enamoren de ti —agregué, casi en un murmullo.

Luis bufó, agitó la mano en el aire y, con una exageración digna de un actor de teatro, cerró y abrió los ojos antes de ponerlos en blanco.

—Ni siquiera eso me hace cambiar de opinión.

—¿De verdad? —Luis dudó, pero al final asintió levemente.

Lo observé con seriedad antes de soltar la pregunta que me rondaba la cabeza.

—Luis, ¿recuerdas al chico que me rompió el corazón?

—Lo recuerdo. —Se acomodó mejor en el cojín, como si ya anticipara a dónde iba todo esto.

—Va a volver.

—Oh... —Su mirada cambió. Se mordió el labio inferior y arqueó una ceja, su reacción natural cuando algo le preocupaba—. ¿Y estás bien?

—Lo estoy.

Me quedé en silencio. Luego suspiré y admití la verdad:

—No lo estoy. Me da miedo verlo.

—¿Miedo de qué?

—De darme cuenta de que nunca le importó haberme roto el corazón antes de irse. De ver cómo siguió con su vida, enamorándose de alguien más, aun sabiendo que dejó a alguien destrozado atrás.

Luis se rascó el entrecejo, asintió lentamente y entonces tomó mis manos. Lo conocía bien. Estaba a punto de soltarme un discurso de amor propio.

Pero yo no necesitaba un discurso de amor propio. Lo que la gente no entendía era que yo sí me quería. Que yo mismo me abrazaba por las noches, me consolaba y me motivaba para seguir adelante. Si eso no era amarse, entonces, ¿qué lo era?

—Tienes que aprender a soltar el pasado, Josué. De lo contrario, siempre va a estar ahí, como un mosquito que no te deja dormir por las noches.

—Qué bonita comparación —dije con una sonrisa de oreja a oreja.

Luis alardeó un poco, incluso se puso de pie y se inclinó en una exagerada reverencia, como si acabara de hacer una presentación en una tarima y yo fuera su exaltado público.

—Entonces, deja de atormentarte. Deja de pensar que eres patético solo porque no tienes novio. Eso no es importante. Pero, sobre todo, Josué, deja de mortificarte imaginando que ese chico pensará mal de ti solo porque te verá soltero.

—No puedo. No quiero. Es difícil. ¡Si tan solo te pusieras en mis zapatos! —exclamé, frustrado—. Nunca tuve novio antes de que él se fuera... y mucho menos después. ¿No pensará, cuando vuelva, lo peor de mí? "Josué sigue siendo el mismo chico patético, solitario y gris de siempre..."

Luis se rio entre dientes.

—Si ese tipo piensa así, yo mismo lo insultaré. No permitiré que se burlen de mi mejor amigo.

—¿Harías eso por mí?

—Eso y más, siempre y cuando esté a mi alcance.

Me aferré a esas palabras como un náufrago a un salvavidas. Una súbita emoción aceleró mi corazón. Lo miré con una mezcla de nervios y alegría, y, tomando sus manos con fuerza, pregunté:

—Entonces... ¿fingirías ser mi novio?

Luis me soltó y se alejó hasta la puerta. Por un momento, pensé que se iría. Pero no. Solo se aseguró de que estuviera bien cerrada. Luego, sin prisa, volvió a colocar el cojín inflable en su sitio y regresó a mi lado.

—¿Qué dices? —insistí.

Me puse de pie, sintiéndome exaltado. Caminé en círculos a su alrededor, gesticulando con entusiasmo.

—Si lo piensas bien, es una gran idea —continué.

Luis me detuvo, apoyando firmemente sus manos en mis hombros. Bajé la mirada, desviándola hacia la derecha, evitando la suya.

—Solo quiero que él vea que sí conseguí un novio...

—¿Por qué es tan importante para ti demostrarle eso?

Me tomó del mentón y me obligó a mirarlo a los ojos.

—Porque quiero que vea que él ya no significa nada para mí. Quiero que crea que cambié.

Luis suspiró, sujeta mi rostro con suavidad.

—No necesitas una pareja para demostrarle a alguien que has cambiado. Basta con que te vea más seguro de ti mismo, que note tu autoconfianza, tu amor propio... que vea que eres feliz y...

—Que tengo novio —suspiré con nostalgia.

Luis negó con la cabeza, parecía completamente ensimismado.

—No puedo hacerlo —dijo, lamiéndose los labios antes de tomarme del brazo y llevarme hasta la cama. Me sentó y, con un suspiro, se arrodilló frente a mí—. No puedo hacerlo, Josué.

—Es cierto... ¿quién querría estar conmigo? —solté una risa amarga—. ¡Soy tan feo! Ni siquiera de mentira alguien me querría.

Luis abrió la boca, pero no dijo nada. Miró hacia atrás, se rascó la cabeza y, cuando volvió a fijar sus ojos en los míos, suspiró con resignación.

—Estoy conociendo a alguien —confesó en voz baja, con un dejo de vergüenza.

Me tomó por sorpresa.

—¿Desde cuándo?

—Quería decírtelo, pero no sabía cómo. Lo conocí por Badoo, hicimos match y hemos estado hablando desde entonces. No vive aquí... Es de Gülbert.

Fruncí el ceño.

—Eso está lejos... —calculé mentalmente—. Como a diez horas en bus.

Luis asintió con una pequeña sonrisa, pero no me la contagió.

—Lo conoceré el mes próximo, viene a visitarme.

—¿Y cuándo se va?

—No lo sé.

—¡Lo ves! —mi rostro se iluminó con una sonrisa nerviosa—. El tipo que me rompió el corazón vendrá pronto. Para cuando tu novio llegue, él ya se habrá ido. ¡Es perfecto! No durará más de una semana aquí, seguro que sigue estudiando y trabajando allá, y ni siquiera están de vacaciones. Y si viene, es solo por el matrimonio de su familiar, lo que significa que tiene permisos, entonces...

Luis me miró con una mezcla de resignación y diversión.

—Sé a dónde quieres llegar...

—Y estás en lo cierto. Podemos hacerlo mientras él esté aquí y, cuando conozcas a tu chico el próximo mes, ya estarás soltero. Además, después del matrimonio, no volveremos a verlo. Solo se lo diremos a él y ya, sin complicaciones.

—Josué...

—Por favor. —Lo miré con los ojos vidriosos, limpiándome las lágrimas con torpeza mientras mordía mis labios—. Sé que soy horrible... tanto que te daría vergüenza presentarme, aunque sea como un novio falso. No tengo... ni siquiera ropa decente, ni sé cómo ser coqueto, ni...

—Para...

Me puse de pie de golpe y me señalé con ambas manos, el desprecio en mi propio gesto hizo que un silencio incómodo se instalara entre nosotros.

—¡Mírame! —Volví a señalarme con rabia—. No tengo buen cuerpo, mi cabello no es liso como el tuyo, ni mis ojos destacan. Tengo espinillas, puntos negros, mis dientes superiores están torcidos y... ¡ni hablar de lo escandalosamente flaco que estoy! Nadie se fijaría en mí. Nadie.

» Cuando salgo, nadie me mira. Y si lo hacen, es solo para pedirme tu número o el de cualquier otro chico con el que esté. Pero de mí... nunca hablan. Nunca. ¡Se siente horrible salir en grupo con ustedes, ver cómo los tipos se acercan a invitarlos a bailar y yo... yo me quedo ahí, como si no existiera!

Luis no decía nada. Su mano se movía con intención de agarrarme, pero se detenía a medio camino, negando con la cabeza. Mis lágrimas caían una tras otra, deslizándose por mis mejillas con una velocidad extraña, como si mi angustia las empujara.

—Nadie nos creería.

—¿Cómo que no? —Tragué saliva, hipé—. Claro que lo harán. Mides 1.82, yo 1.65, así que lo harán. Todos saben que soy tan pasivo como un teléfono antiguo... Y tú, bueno, pareces activo.

—Soy versátil.

—Bien.

Le sostuve la mirada a Luis, suplicándole en silencio.

—¿Fingirías ser mi novio?

Luis suspiró, resignado, y asintió con la cabeza.

—Pero solo lo sabrá él.

—Te avergüenza que otros lo sepan, lo entiendo.

—No es eso —se apresuró a decir, acercándose un poco más—. Es solo que no quiero que, cuando ese chico se vaya, quedemos como los mentirosos que somos... y después me vean con la persona que estoy conociendo.

—Es cierto —asentí, aunque apenas me importaba. Lo único que realmente me importaba era que había conseguido lo que quería.

—¿Cómo se llama tu chico?

—Andrés. ¿Y el tuyo?

—Felipe —respondí.

Luis sonrió con cierta picardía y me dio una palmada en el hombro.

—Bueno, que Felipe vea el chico tan exquisito que tienes de novio cuando venga. ¡Se va a morir de envidia!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro