otra vez
♏
Deja que todo fluya y nada influya, escorpio. Te estás tomando demasiadas libertades en algo que bien sabes que no es real. Es mejor que frenes este juego antes de que las llamas de tu rencoroso corazón lo consuman todo. Los celos pueden enloquecer, no te dejes arrastrar por ellos.
Consejo del día: piensaantes de actuar. No permitas que tu lado oscuro tome el control y escucha lavoz de la razón. Aunque te contradiga, podría tener la verdad que necesitasoír.
🦂
Olía a carne quemada. Dejé el celular sobre la mesa de noche y salí de mi cuarto. Al no llevar nada en los pies, sentí el frío de las baldosas y quise regresar por mis pantuflas, pero ya estaba lo suficientemente lejos como para que no valiera la pena retroceder.
Para mi sorpresa, mi hermana estaba cocinando. Eso, en sí mismo, me pareció extraño. No era una mujer de cocina.
—Buenos días —me saludó al verme.
—Hola —respondí. Habían pasado dos días desde nuestra pelea en el restaurante y la tensión seguía ahí, colgando en el aire como una sombra incómoda.
—Ya te sirvo —dijo, como si creyera que estaba impaciente.
Asentí con la cabeza y me di la vuelta para volver a mi habitación. Me duché rápidamente, me cepillé los dientes y, al salir, me puse la ropa que había preparado la noche anterior. Mi teléfono tenía suficiente batería, así que lo guardé en el bolsillo del pantalón antes de regresar a la sala.
Ya estaba vacía. Sobre el mesón, había un plato cubierto. Lo destapé y vi carne asada con papas fritas. Sentí un hueco en el pecho al instante. Me estaba comportando como un desagradecido con la única pariente cercana que tenía.
Necesitaba disculparme.
🦂
Justo cuando terminaba de lavar el plato, escuché golpes en la puerta. La abrí con una sonrisa, pero esta se fue desvaneciendo poco a poco al darme cuenta de que Luis no venía solo.
A su lado estaba Felipe Magaña, con su típica sonrisa confiada y las cejas alzadas, esperando mi permiso para entrar, como si realmente lo necesitara. Siempre había sido increíblemente confianzudo. ¿Acaso alguna vez había dejado de serlo?
—Entren —dije, sintiéndome un poco incómodo mientras me hacía a un lado.
Felipe, como era de esperarse, fue el primero en cruzar la puerta. Echó una mirada analítica al interior de la casa y sonrió con aire de satisfacción.
—Muchas cosas han cambiado —comentó, todavía observando con detenimiento.
—Demasiadas —murmuré entre dientes.
Cuando Luis entró, me incliné sutilmente para besarlo, pero él se apartó.
—¡Uy! ¡Hola! —dijo con un tono exageradamente amable, casi forzado.
—Hola —respondí con sequedad.
—¿Nos vamos ya? —preguntó Felipe. Quise decirle que, si íbamos a salir enseguida al parque, entonces ¿para qué demonios había entrado en primer lugar?
—No —contesté, caminando hacia la cocina. Los dos me siguieron al instante—. Coman algo. Mi hermana hizo carne asada con papas fritas y ensalada de lechuga con tomate.
—Eso se oye delicioso —dijo Felipe.
No quise voltear, lo juro por Dios que no. Pero cuando lo hice, sentí un nudo en la garganta tan apretado que por un momento me costó respirar.
Felipe y Luis estaban demasiado cerca. Al tener casi la misma altura, sus hombros chocaban al moverse y sus dedos se rozaban de forma aparentemente involuntaria, como si ni siquiera lo notaran.
Una oleada de calor subió por mi cuello hasta hacerlo arder. La tensión se acumuló en mi mandíbula, y un sudor frío me cubrió la nuca. Intenté esbozar una sonrisa para aparentar tranquilidad, pero incluso para mí se sintió forzada.
Me giré sin decir nada y saqué dos platos de la canasta. A mis espaldas, los murmullos continuaban, ininteligibles, como si compartieran un lenguaje secreto al que yo no tenía acceso.
Al terminar de servir, me volteé y noté que ahora estaban sentados a una distancia más prudente. Pero ni siquiera eso bastó para relajarme.
—Aquí tienen —me las arreglé para decir.
Felipe apenas tomó el tenedor antes de soltar:
—Yo te voy a decir algo...
No alcanzó a terminar. Luis se levantó de inmediato y, sin dudarlo, le tapó la boca con ambas manos.
—Él no dirá nada —dijo Luis, alarmado y con un evidente temblor en la voz.
La preocupación, la rabia y el odio son sentimientos que no deberían mezclarse. Pero lo hicieron. Y el resultado fue que lancé los platos que tenía en las manos con toda la furia que había estado conteniendo.
El estrépito del impacto resonó en la cocina. Felipe y Luis me miraron con los ojos tan desorbitados que, por un instante, imaginé sus cuencas vaciándose con un plop grotesco, como en esas películas de terror cómicas de los 90.
Respiré entrecortadamente. El nudo en mi garganta se hizo aún más fuerte. Me giré de espaldas y cerré los ojos con fuerza, intentando contener las lágrimas. Pero fue inútil. Ya resbalaban por mis mejillas como gotas de lluvia deslizándose por las hojas de los árboles.
—¿Me fuiste infiel? —pregunté, sin darme la vuelta.
Luis abrió la boca, pero solo consiguió articular un torpe:
—Eh...
Felipe, en cambio, fue más cruel. Más maldito. Sonrió con suficiencia antes de soltar:
—No puedes decir que te engañó cuando nunca tuvieron nada.
El mundo se me vino encima.
Mis dedos se cerraron en puños, las uñas se hundieron en mis palmas con tanta fuerza que sentí un ardor punzante. Un delgado hilo de sangre se hizo visible en mi piel. Sin soltar el aire, metí las manos temblorosas dentro del lavaplatos, dejando que el agua fría corriera sobre ellas.
—No entiendo —murmuré, fingiendo ignorancia.
—Ustedes no son pareja —murmuró Felipe, su voz tan fría como el agua que corría por mis manos.
—Deja de bromear así. Por supuesto que nosotros somos novios —dije, pero el temblor y la duda en mi voz eran demasiado evidentes como para convencer a nadie.
Felipe volvió a reír. Pero, extrañamente, no era una risa burlona ni cruel. No buscaba humillarme, al menos no directamente. Sonaba más bien incrédula, como si intentara demostrar que estaba tranquilo, que entendía la situación mejor que yo mismo. Aun así, me pareció hiriente.
Me giré hacia ellos. Luis tenía la cabeza gacha, las manos apoyadas en el mesón con tanta fuerza que las venas se le marcaban en los antebrazos.
—Luis —lo llamé.
Él negó con la cabeza.
—Te lo iba a decir hoy —susurró, apenas audiblemente.
—¿Decirme qué? —pregunté, aunque la respuesta ya la sabía.
Era obvia. Lo supe desde el momento en que los vi llegar juntos.
—Yo le conté todo a Felipe —admitió Luis. Por más que quise ignorarlo, en su voz había arrepentimiento—. Lo siento.
—¿Desde cuándo lo sabe?
Luis tragó saliva.
—Desde que acepté —murmuró, con ese mismo tono de culpa—. No sabía que Felipe y el chico con el que hablaba eran la misma persona, creo habértelo dicho antes.
Mi respiración se agitó.
—Le conté todo lo que iba a hacer por si llegaba a oír rumores sobre mi anterior relación. Así, él sabría que todo era falso... para ayudarte —continuó Luis, sin atreverse a mirarme—. Pero cuando llegaste a besarme el día del matrimonio... no pudimos decirte la verdad. Hasta ahora.
Se hizo un silencio asfixiante.
—Lo lamentamos —susurró Luis.
Y el mundo se sintió más pequeño, más sofocante, más cruel.
—¿Cómo que no sabías quién era la persona?
—No tenía fotos —contestó Felipe con naturalidad, como si aquello no tuviera ninguna importancia.
—¿E ibas a salir con él así nomás? —La risa se me escapó, pero con ella vinieron lágrimas, muchas más. Empecé a temblar otra vez.
Felipe solo me observó, ladeando la cabeza con una expresión de aburrimiento. Luis, en cambio, tragó saliva.
—Nosotros quisimos decirte —dijo Luis—. Pero cada vez que llegabas, solo te acercabas para besarme y demostrarle a Felipe que lo habías superado.
Las dos últimas palabras fueron como una bomba, explotando en mi pecho y derrumbándome al vacío de la rabia.
—¿Y por qué seguiste fingiendo entonces? —pregunté, con la voz quebrada.
Luis bajó la mirada, torciendo los labios como si buscara la mejor manera de responder sin hacerme más daño.
—Porque... no quería verte triste —murmuró.
Felipe soltó una carcajada.
—Qué noble —dijo con burla evidente—. No lo hiciste porque te importara. Lo hiciste porque le tienes lástima.
Luis levantó la cabeza de golpe, fulminándolo con la mirada.
—No le tengo lástima.
—Ah, ¿no? —Felipe arqueó una ceja con sorna—. Entonces, dime, ¿por qué fingiste? ¿Por qué me convenciste de no decir nada? Si no fuera porque te presioné para decir la verdad, seguirías dándole alas a este tipo.
Ese "este tipo" sonó tan despectivo, tan humillante, que sentí un escalofrío recorrerme la espalda.
—No hables de mí como si no estuviera aquí —solté entre dientes.
Felipe ni siquiera me miró.
—Dilo, Luis. Dilo en su cara. ¿O sigues queriendo protegerlo?
Luis abrió la boca, pero no dijo nada.
—Patético —soltó Felipe, con una sonrisa de burla—. Esto ya es patético.
—¡Cállate! —grité, sintiendo cómo la furia, la tristeza y el dolor se entremezclaban hasta hacerme sentir enfermo.
Mi respiración era errática. Mi pecho subía y bajaba con demasiada rapidez, como si me estuviera quedando sin aire. Todo mi cuerpo se sentía pesado y liviano al mismo tiempo, como si la rabia, la desesperación y el asco se hubieran fundido en una sola emoción insoportable.
Felipe me miró con superioridad.
—No entiendo por qué te alteras tanto. Luis nunca te quiso como un novio de verdad, pero eres como la mala hierba, capaz de contagiar y dañar las cosas buenas con nada más tocarlas, Josué, por esta estupidez, perdiste a un amigo, como me perdiste a mí.
—¡Fuera de mi casa! —exclamé, con la voz rasposa, rota.
Luis alzó la cabeza, con el rostro desencajado.
—Josué...
—Lárguense —dije, sintiendo cómo las lágrimas quemaban mis ojos, pero me negaba a parpadear—. Ahora.
Luis apretó los labios con angustia.
—Lo siento —murmuró.
Se hizo un silencio tenso, casi asfixiante, y luego escuché sus pasos alejándose. La puerta se abrió y se cerró con un chasquido seco.
Y entonces, me desplomé.
Las lágrimas cayeron sin control, junto con un sollozo ahogado que llevaba minutos luchando por salir. Me cubrí el rostro con las manos y me dejé caer contra la encimera, sintiendo que el peso de todo aquello me hundía en la miseria.
Que al diablo se vaya el horóscopo. Si yo iba a arder como un bosque en llamas, me iba a llevar todo lo que me rodeaba.
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