liability
Cuando a uno le rompen el corazón, la tristeza se convierte en una sombra densa que nos envuelve por completo, sofocante y helada, dejándonos en un estado de vacío donde el cuerpo se siente adolorido, cansado y sin ganas de nada.
Oír el nombre de Felipe Magaña hizo que mi voz se perdiera en lo más recóndito de mi mente, allí donde los recuerdos que había amordazado con cadenas luchaban por soltarse, rasguñando cada rincón con una desesperación que me heló la sangre.
—¿Estás ahí? —preguntó Óscar.
Asentí levemente, olvidando por un segundo que él no estaba a mi lado, sino a kilómetros de distancia. Solo cuando fui consciente de eso, pude obligarme a hablar.
—Sí, estoy aquí.
—¿Tanto te sorprende saber que mi hermanastro regresará?
—No.
Decir que no era una mentira, pero admitir que sí lo hacía era derribar las murallas que había construido con tanto esfuerzo.
—Ummm, bueno, como sea, la invitación te llegará pronto. Te esperamos, Josué, no faltes.
—Bien.
Me bajé del bus cuando llegué a la universidad. La voz de Taylor Swift reanudó en mis auriculares en el instante en que la llamada finalizó, esta vez cantándome sobre una tumultuosa relación que la dejó destrozada, aunque ya sabía que la persona en cuestión era el verdadero problema.
Mis pasos eran pesados, como si caminara sobre arena movediza. La cantidad de esfuerzo que hacía para avanzar me debilitaba, hundiéndome más y más en esa sensación de agotamiento que nunca se iba del todo. Me sentía atrapado en mi propio cuerpo, un cuerpo que pesaba como si estuviera cargando un costal de plomo. Lo único que me mantenía en el presente era la música, pero fuera de eso, no había nada.
Y entonces, la cadena que mantenía a raya el recuerdo de Felipe se rompió.
Todo lo que viví con él, cada pequeño instante en el que creí que lo nuestro era real, emergió como una ola gigante, derribando cualquier vestigio de estabilidad que me quedaba. Y con esos recuerdos llegó también su rechazo.
Cerré los ojos. Inspiré profundamente mientras contaba del 10 al 1. No funcionó. La voz de Taylor se detuvo cuando pausé la canción para entrar al salón. Mi profesor estaba hablando de algo, pero sus palabras eran un murmullo lejano. Me senté en mi puesto, sintiendo que acababa de desprenderme de la realidad.
"Estás exagerando", me dijo una voz en mi cabeza.
Tal vez tenía razón. Tal vez estaba exagerando. Pero entonces, ¿por qué mi pecho pesaba como si alguien estuviera pisoteándolo? ¿Por qué tenía este nudo en la garganta, este ardor en los ojos, esta opresión en el estómago?
¿Por qué me estaba desmoronando otra vez?
¿Era por mi miedo a enfrentar el pasado? ¿Por mi patética necesidad de fingir que todo estaba bien cuando en realidad nada lo estaba? ¿O simplemente porque no quería que Felipe me viera tal y como me dejó... igual de roto, igual de insignificante?
Vivir para complacer.
En eso me había convertido.
Y cuando esa verdad apareció en mi mente, lo supe con certeza: esa era la razón por la que me sentía así.
Felipe se había ido de Nonchester cuando supo lo que sentía por él. En realidad, no fue por eso, pero yo sabía que lo sabía. Y no le importó. Se llevó mi confesión como si no valiera nada y la tiró a la basura sin pensarlo dos veces.
Tragué saliva. Conté nuevamente en reversa, esta vez desde el 20. Cuando llegué al 1, ya no pude más.
Me levanté y salí corriendo del salón.
🦂
El agua que caía en mi rostro ocultaba mis lágrimas, pero no desaparecía el color rojo de mis ojos, ni tampoco la forma triste de mi rostro.
Palpé el espejo y acaricié el rostro del reflejo, queriendo desaparecer esa tristeza de sus ojos.
—No estás exagerando —le dije en un susurro y él me agradeció cuando asintió con la cabeza—. Es normal sentirse así cuando la persona que te hizo tanto daño regresará a tu vida, pero, ¿sabes algo? Debes superarlo.
La persona que me miraba desde el espejo negó con la cabeza y suspiró profundamente. Su cuerpo temblaba como una hoja al viento, una prueba irrefutable de que su dolor era real. Si las emociones pudieran materializarse, serían palpables en cada estremecimiento. Pero para eso estaban los ojos, y en los suyos se reflejaba una tristeza innegable, una sombra que lo envolvía por completo, imposible de apartar.
— ¿No puedes? —el chico en el espejo negó en respuesta —. Está bien, te entiendo, has sufrido mucho a tan corta edad... pero deberías aprender a soltar lo que te hace daño.
—¿Cómo se hace eso? —me preguntó el chico triste dentro del espejo.
Reí entre dientes y puse los ojos en blanco, dejando claro que la pregunta estaba de más. Ese chico me conocía demasiado bien y sabía que yo no sabía hacer eso. Pero, como leer expresiones no era precisamente nuestro fuerte, respondí:
—Yo... yo tampoco lo sé. Y créeme: si supiera te lo diría. No me gusta verte así, eres la única persona que no me ha decepcionado... Así que vamos, levanta la cara y sonríe. Sé que puedes.
El chico en el espejo inhaló todo el aire que sus pulmones pudieron tomar y luego, pensando en todo lo que se avecinaba, lo echó fuera. Lamió sus labios, volvió a respirar unas cuantas veces más y entonces, sonrió.
—Así está mejor, ¿verdad?
Solté el espejo y el chico en el reflejo asintió levemente. Me alegró haberlo ayudado a sentirse mejor, pero, aunque él no me lo dijo, sabía que estaba fingiendo.
🦂
Cuando salí del baño, mi único amigo de la universidad estaba esperándome afuera, sus ojos me miraron con preocupación en cuanto captaron mi rostro.
—¿Estás bien?
La respuesta estaba en la punta de mi lengua.
—Lo estoy, algo cansado, estaba vomitando. Creo que el huevo que comí en el desayuno estaba malo.
—¿Te comiste un huevo y no me dijiste? —la manera tan soez en la que Luis hizo sonar la palabra, ruborizó mis mejillas.
—Sí, un huevo de gallina —dije, haciendo énfasis en las tres últimas palabras.
—Oye, ya lo sé, ¿en qué estabas pensando?
Para no darle tantas vueltas al rumbo de esta conversación, contesté:
—En que me quiero ir a mi casa.
Luis era un buen amigo, también era el único que tenía en la universidad, pero a pesar de que nuestra relación era mucho más estrecha de lo que estaba acostumbrado, su manera de no presionarme cuando me pasaba algo era admirable. Él me miró, descifrando el código "no me siento bien" de mis palabras y si lo captó, no dijo nada.
—Bien, vete a casa, yo te presto mis apuntes.
—Gracias.
🦂
Felipe volvía. Todavía la noticia seguía siendo eco en mi mente y mientras me acostaba en mi cama, dejé que un recuerdo llegara.
Me encontraba sentado en el suelo del patio del colegio, mis manos acariciaban la hierba, producto de los nervios que me había ocasionado Felipe al decirme que lo esperara aquí. Por el tono de voz que usó cuando me lo dijo, supe que venían buenas noticias. Quizás hoy, finalmente, Felipe iba a confesar sus sentimientos hacia mí.
—Josué —su voz, tan suave como un susurro, llegó a mis oídos para producir en mí una grandiosa sonrisa. Me volví hacia atrás, Felipe sonreía igual que yo.
—Hola.
Él se me acercó, se sentó a mi lado y el olor de su perfume inundó mis fosas nasales. Amaba el aroma de Felipe.
—¡Imagínate lo que acaba de pasar! ¿Te acuerdas de Juan?
—Sí —respondí, frunciendo el ceño. Aunque de una manera un tanto disimulada para no alertar Felipe.
—Bueno, él también es como nosotros —él dijo la última palabra de manera confidencial, evidentemente estaba hablando de nuestra orientación sexual.
Asentí levemente.
—Lo sé, me di cuenta.
—¡Creo que necesito realmente ver si tengo un problema con mi Gaydar! —Felipe soltó una carcajada—. Pero eso no importa ahora, lo importante aquí, es algo que tengo que decirte.
La confesión estaba en la punta de su lengua, en la manera tan dulce en la que me miraba, en cómo su cuerpo se movía impacientemente y me estaba sintiendo contento nada más en verlo nervioso, pero cuando él abrió la boca, lo supe... hubiera sido fenomenal que todo estuviese dirigido a mí.
—Bien, él me preguntó si tú y yo éramos novios, por supuesto le dije que no. ¡Qué locura! ¿Tú y yo novios? Somos prácticamente hermanos. Así que se lo dije y, ¿adivina qué?
Responder sería la manera número 230 de morir: "ahogamiento por intentar responder a una pregunta con el corazón roto". Pero como yo era inmortal, pude responder sin mostrar el dolor en mi voz.
—Quisiera saberlo, así que dímelo.
—¡Nos besamos! —Decir que estaba eufórico era poco, no había palabras para describir su felicidad—. Y tendremos una cita el sábado. Te voy diciendo que te prepares, él querrá hablar contigo...
—¿Para qué?
—Para decirte que quiere algo serio y todas esas babosadas, eres mi mejor amigo, así que querrá agradarte.
—Dile únicamente que ya me cae bien, es un chico muy... simpático.
—¿Simpático? Simpático es el tipo que conoces en una fiesta y no quieres bailar con él. Juan es hermoso. 1.53 centímetros, ojos azules, cabello negro pantera y unas nalgas de nadador exquisitas.
—Felicidades.
Él solo me guiñó un ojo.
Lloré cuando se fue.
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