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el peor

Luis solo se dignó a mirarme con una expresión inefable. No tenía idea de lo que quería decirme con sus ojos. Luego, se puso de pie, rascó su nuca y me dio la espalda.

—¿De verdad?

—Sí —respondí, poniéndome de pie y acercándome a él—. No soy estúpido, Luis. Siempre supe que el chico con el que hablabas era Felipe, pero jamás imaginé que serías capaz de contarle lo que te pedí.

Luis se giró de inmediato, levantando las manos como si intentara calmar a un perro rabioso.

—No lo hice con mala intención.

Me acerqué más. No sentí la misma emoción electrizante que cuando tuve a Felipe así, pero me bastaba con ver a Luis incómodo, avergonzado, callado.

—Tú nunca haces las cosas mal, ¿verdad, Luis?

Agarré sus hombros para empinarme y quedar cara a cara con él. Sonreí de medio lado, con los ojos a medio abrir, y me incliné lentamente para besarlo. Pero él, con una suavidad cuidadosa, se apartó antes de que nuestros labios se tocaran.

—No puedo hacer esto —susurró, tragando saliva mientras se libraba de mi agarre.

—¿Por qué no?

—Me gusta Felipe —lo dijo como si le doliera, y estaba seguro de que así era. Luis sabía cuánto daño me había causado Felipe, y el hecho de estar con él lo llenaba de culpa.

Y yo estaba dispuesto a cargarle aún más peso en la espalda.

—Nunca te fijarías en mí. Nunca nadie se fijaría en mí.

Le di la espalda y caminé hasta el espejo de cuerpo entero en mi cuarto. Me miré en él. Mis ojos estaban enrojecidos de tanto llorar, y mi expresión era vacía, como si me faltara el alma.

—No digas eso... Ya verás que algún día...

—Si me dieran un billete por cada vez que me dicen eso —me giré hacia él—, podría comprar al hombre que quisiera. Te compraría a ti, Luis. Porque eres el que quiero.

Su rostro volvió a volverse indescifrable, pero estaba seguro de que en su expresión había confusión y asombro. Luis levantó la mano derecha, la apretó con fuerza y luego la abrió de nuevo. Tras ese gesto, pareció más calmado.

—Creo que debo irme.

Cerré los ojos, una perfecta representación de dolor. Asentí levemente, caminé hasta la cama y me acosté de espaldas.

—Sal y cierra la puerta.

—Vale, le diré a tu hermana que me llame si te pasa algo.

—¿Mi hermana está aquí?

—Sí. Fue ella quien nos dejó pasar.

Escuché el sonido de la puerta abriéndose y, justo antes de salir, Luis murmuró débilmente:

—Nos vemos mañana.

Asentí, aunque no sabía si él se había percatado de ello.

🦂

Estaba leyendo una noticia sobre Taylor Swift en el celular cuando mi hermana entró a mi habitación. Su colonia tenía ese inconfundible aroma a dulces caramelos y chicle. Se sentó a mi lado, me rodeó la cabeza con un brazo y dejó un beso en mi cabello.

—Lo siento —susurré, cerrando los ojos y apoyando mi cabeza en su hombro—. Por todo lo que te dije.

—Tienes razón en algunas cosas.

No iba a preguntarle cuáles, no era el momento. Pero me cortaría un brazo solo por oírlas.

—Y yo también lo siento —continuó—. No estuvo bien que te dijera esas cosas.

—¿Felipe te las contó?

Jessica gimió en respuesta con un corto "sí", que sonó más bien como un "ajá".

—¿Qué leías? Estabas muy concentrado.

—Lo estaba —confesé—. Era algo sobre Taylor Swift. Tal parece que cambió de disquera.

Mentí. No estaba leyendo sobre eso, pero Jessica no necesitaba saber la verdad.

—¿Cómo es eso?

Su interés era genuino, lo suficiente para motivarme a seguir hablando.

—Parece que vendieron BMR, todavía no entiendo bien la situación, pero el punto es que Taylor se movió a Republic Records, la misma disquera de Ariana Grande y otros grandes artistas. Y eso no es todo.

—¿Hay algo peor?

Me acarició la espalda, y sentí cómo un peso se deslizaba fuera de mí. Uno de tantos que me tenían casi jorobado.

—Le prohibieron cantar sus propias canciones. Las de sus álbumes anteriores. ¿Te imaginas? Pasar años trabajando en algo y que luego te lo arrebaten, así como así. Es horrible.

—¿Me estás diciendo que Taylor no podrá volver a cantar «Agita eso apagado»?

Solté una risa entre dientes y negué con la cabeza. Y, de repente, sin previo aviso, las lágrimas comenzaron a rodar. No supe exactamente por qué, pero tenía una sospecha.

Estaba jugando con el corazón bondadoso de Luis solo por venganza contra Felipe.

—Y tampoco podrá cantar «Mira lo que me hiciste hacer».

—Tampoco.

—Eso es horrible, muy feo. Maldito sea el que hace eso. Pero no entiendo... ¿por qué no puede?

—Porque los álbumes tienen el sello de la disquera. Ella quería llevárselos para no beneficiar al nuevo dueño, pero como el sello es parte del contrato, comparten los derechos. Así que no puede cantar sus propias canciones. ¿Puedes creerlo?

Jess asintió levemente. Lo creía porque yo lo decía, pero aun así gimió, mordiéndose el labio superior antes de lamerlo distraídamente.

—¿Y si los regraba?

Casi se me cae todo el drama cuando la oí decir aquello. Traté de fingir ignorancia.

—¿Qué?

—Si vuelve a grabarlos, pero esta vez bajo su propio sello, con su nombre... ¿funcionará? ¿Podrá cantar «Agita eso apagado» nuevamente?

—No lo sé... —susurré.

Taylor ya estaba en el proceso de regrabar sus álbumes. De hecho, ya había lanzado Fearless (Taylor's Version), su segundo álbum de estudio, el más premiado de su carrera y con una historia bastante triste en su vida.

Mi hermana me miró como si quisiera decir algo, pero quizás notó que no era el momento y solo negó con la cabeza.

—Me da tristeza lo que está viviendo Taylor... Ella es importante para mí.

Jessica asintió, comprendiéndolo sin necesidad de más explicaciones.

—Lo sé bien... Josy, Josy.

La miré, esperando lo que fuera a decir. Esperaba que no me dijera que ya sabía todo sobre el cambio de disquera y la posibilidad de que Taylor recuperara sus álbumes regrabándolos. Pero, en cambio, con una voz bastante suave, dijo:

—Bueno, te dejo, tengo tareas.

Se puso de pie y, mientras caminaba hacia la puerta, la llamé. Me miró con una sonrisa.

—Tuviste razón.

La confusión se reflejó en su rostro.

—Felipe y Luis estaban saliendo.

—¿Y lo de Luis...? ¿Sí era...?

—Sí, era falso.

Ella guardó silencio por un momento y luego asintió con comprensión.

—Pero hay una razón para eso.

—¿Cuál?

—Me gusta.

—¿Quién?

Me costó mucho decir el nombre. Mentirle a mi hermana nunca había sido fácil; era como un detector de mentiras humano, capaz de notar cada engaño.

—Felipe.

El nombre salió de mis labios en un susurro, como un alivio contenido, como cuando aguantas la respiración y finalmente la sueltas.

Jessica me miró, sorprendida. Luego, sin decir nada, volvió a sentarse a mi lado. Supe entonces que me había creído.

Tal vez su detector de mentiras estaba fallando... o quizás yo había perfeccionado mi don.

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