don't you
Me sentía mareado y agotado, como si hubiese corrido sin descanso durante horas. Un ardor ácido ascendía por mi garganta, una advertencia cruel de mi estómago, advirtiéndome que, si no tenía cuidado, devolvería todo mi desayuno.
Respiré hondo y tragué saliva varias veces, intentando calmar la sensación, pero con cada palabra que Felipe Magaña pronunciaba mientras se presentaba como nuestro nuevo compañero, mi esfuerzo se volvía inútil.
—Entonces, me gustaría que alguno de ustedes me ayudara a ponerme al tanto de las materias. Algunas tendré que repetirlas el próximo año, pero otras ya me las validaron porque las cursé en mi universidad anterior.
Cerré los ojos con fuerza, aferrándome a la absurda esperanza de que estuviera estudiando algo completamente distinto a mí. No quería encontrármelo en todas mis clases.
—¿Y qué estudias? Así es más fácil —preguntó una chica de Farmacia.
—¿No todos estudian lo mismo? —respondió él, con una expresión de incredulidad.
La chica negó con la cabeza, sonriéndole con paciencia.
—No, estas son clases de capacitación obligatorias. Se comparten entre distintas carreras.
—Oh, ya entiendo. Yo estudio Ingeniería de Sistemas, ¿alguien más lo hace?
Solté un leve gemido de alivio al escuchar el nombre de su carrera. Con suerte, eso significaba que no lo vería más después de estas clases.
Felipe escaneó la sala con la mirada, buscando entre los estudiantes que habían levantado la mano. Y entonces, sus ojos me encontraron.
El reconocimiento brilló en su expresión, y de inmediato sentí cómo mi cuerpo se tensaba.
—Josué —me saludó con naturalidad, y en un instante, todas las miradas del salón se volvieron hacia mí, acompañadas de sonrisas curiosas.
—Hola —respondí con la voz más neutral que pude reunir.
Y entonces ocurrió lo que más temía.
Felipe tomó su mochila y caminó directamente hacia mí antes de dejarse caer en el asiento de al lado.
Odié en silencio al compañero que solía ocupar ese lugar por haber faltado justo hoy.
🦂
Cuando comencé a oír a Taylor Swift, su álbum RED estaba en pleno apogeo, todas las radios reproducían sus exitosas canciones: WANEGBT e IKWYT, entre otras.
A decir verdad, mi inglés era una mierda en aquel entonces, y aunque todavía seguía siéndolo, había mejorado mucho en los últimos nueve años que llevaba siendo su fan.
Su música se convirtió en mi propio cielo, en mi refugio soñado, en mi lugar de paz. Era donde podía llorar, reír, cantar y olvidar.
Sus letras eran el consuelo que necesitaba escuchar constantemente, un apoyo tan resistente como un mural en el que sostenía todo mi dolor y sufrimiento, donde me aferraba con anhelo.
Mi almohada se había convertido en mi segunda confidente, en el pañuelo nocturno de mis lágrimas.
Y, a pesar de que había pasado tanto tiempo, Taylor seguía siendo mi pilar más importante. Había estado conmigo en mis batallas internas, en mis noches de insomnio, en mi crecimiento, en mi dolor.
Así que no era de extrañar que, en este momento, estuviera oyéndola.
Don't You comenzó a sonar.
Mi corazón se encogió en el mismo instante en que la melodía me envolvió como un viejo recuerdo.
Esta canción era parte de la regrabación de Fearless, una de las inéditas "del baúl de Taylor". En ella, Taylor se encuentra con su ex y la simple presencia de esa persona le recuerda todo lo que vivieron, todo el dolor que sintió, toda la historia que la lastimó.
Ella canta sobre el desconcierto de ver a esa persona sonreír sin el más mínimo rastro de sufrimiento, sin dolor en la mirada, sin la misma herida abierta que ella aún cargaba. Y cuando su ex intenta ser amable, como si todo pudiese olvidarse, ella solo piensa: No lo hagas, no sonrías de esa manera, no me digas que aún me extrañas, no finjas que esto no significó nada. Don't you... don't you...
Un escalofrío recorrió mi espalda.
La similitud entre la historia de la canción y lo que yo estaba viviendo era asfixiante.
Mi respiración se volvió errática.
Era como si Taylor Swift hubiera escrito Don't You con mi vida en mente, como si mis emociones se hubieran transformado en letra y melodía sin que yo me diera cuenta.
Entonces, una duda me golpeó como un puño invisible.
¿Sigo enamorado de Felipe?
Cerré los ojos con fuerza, sintiendo la humedad acumulándose en mis pestañas.
Presioné dos veces el botón de mis auriculares, cambiando la canción.
Pero el daño ya estaba hecho.
Mi estómago se retorció.
Mis manos volaron a mis muslos, aferrándose con desesperación a la tela de mi pantalón. Sabía que mis uñas se estaban enterrando en mi piel, dejando marcas rojizas que al día siguiente serían moratones, pero no me importaba.
El pánico subía y bajaba por mi pecho como un péndulo descontrolado.
¿Cómo saber si realmente lo he olvidado?
—No quiero... No quiero... —susurré, apenas capaz de oír mi propia voz por encima de la música.
Pero mi mente traicionera me mostró su sonrisa. Su voz. Su mirada. Su toque.
El sabor dulzón de sus labios.
Su forma espectacular de desnudarme.
Sus caricias recorriendo mi piel como si me perteneciera.
Y entonces, como un bofetón que me sacudió hasta los huesos, llegaron los recuerdos oscuros.
Su desinterés. Su desprecio por las relaciones románticas. Su arrogancia. Su crueldad.
Las palabras con las que me destrozó sin pensarlo dos veces.
Recordé cómo me había usado.
Cómo me había reducido a nada.
Cómo me había hecho sentir que mi amor era una broma patética.
El aire se me atoró en la garganta.
Pero, aunque sabía todo eso. Aunque podía ver con claridad la herida que me había dejado.
Había algo más. Algo sucio. Algo que me aterraba admitir.
Lo odiaba.
Pero también...
—No puede ser —susurré, sintiendo un nudo sofocante en la garganta.
Lo odiaba. Pero a pesar de todo eso... aún lo quería.
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