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Capítulo 11


El problema con exámenes médicos era que no tenía como justificar e fluido que salía de mis senos o lo grande que estaban. La doctora se dio cuando acabe manchando la camisa. Se sentó en la silla detrás del escritorio y empecé a llorar.

—¿Cuándo fue? —pregunta rompiendo el silencio y escribiendo algo en su móvil —al nacer o antes.

Limpió mi rostro sin entender a qué se refiere. Hasta que me aclara que habla de mi bebé. Ella cree que lo perdí y desea saber en qué momento fue.

—Lo perdí veinte horas después, pero me gustaría no hablar de eso. —aleja el móvil y afirma —no influirá en mi trabajo...

—En realidad si, —corrige —los bebés de Jason les cuesta aceptar el biberón. —señala mis senos cargados y sonríe —tú tienes la solución allí.

—Dudo que el señor lo acepte...—me apresuro a decir.

—Lo hará si su hermano garantiza que eres sana y no genera un peligro a los niños —sonríe levantándose y el ruido del móvil la hace verlo un instante para luego sonreír —¿Lo ves? —dice alzando el móvil —Charlotte, la esposa de Matt suele darle una mano, pero ella tiene gemelos también y es complicado.

—¿Qué debo hacer yo?

—No mucho. Demostrar que eres sana y hacerte querer de esas bellezas. —sonríe tomando el estetoscopio —te aseguro que tendrás empleo por años si lo logras.

No conocí al hermano del señor, solo intercambió mensajes con la ginecóloga y con todos los médicos con los que tuve que pasar. Terry me acompañó al hotel y me dijo que estuviera tranquila.

—El señor es muy cuidadoso —afirmo y detiene el auto frente al hotel —usted es una desconocida para él, por más que le caiga bien a los bebés.

—Gracias por todo —le digo extendiendo la mano —si no nos volvemos a ver, fue un placer.

—Estoy seguro de que volveremos a vernos—sonríe tomando mis manos —¿Necesita algo? —niego y mira el hotel por la ventanilla preocupado —no te he visto comer ¿Segura?

—Iré por algo antes de subir.

Me quedé allí hasta que lo vi partir, fui por frutas y agua a un super tienda y regrese al fui al hotel a esperar la llamada. En lo que resta del día y permanecí en el teléfono a la espera de una llamada. Me quedé dormida esperándola, al día siguiente me despertó los primeros rayos de sol y el ruido del teléfono de la habitación.

—¿Diga? —pregunto apresurada y escucho la risa de Damián del otro lado.

—Que no te ganen las ansias, están corroborando información. Llamaba para decirte que todo esta bien hasta ahora.

—¿Cómo lo sabes? —me siento en la cama lentamente sonriendo.

—Porque han llamado a todos los que hay allí —explica —Estos a su vez a mi madre y a mí.

—¿Habrá problemas con los documentos falsos?

—Ninguno, te lo garantizo. Ahora debo colgar, has equipaje y espera la llamada.

—¿Damián? —le llamo antes que cuelgue.

—¿Si?

—Gracias por todo...

—No tienes que agradecer, si son tus hijos debes saberlo y estar con ellos. —guarda silencio dándome la sensación de que ha colgado y estoy por imitarlo cuando le escucho decir —Lo mejor es que no salgas de la casa por ningún motivo, diles que soy un amigo y que si puedo visitarte. Igual no puedo hacerlo, pero es una manera que mamá esté tranquila.

Cuelgo la llamada y me dirijo al baño. En las siguientes horas recojo todo el equipaje guardo los pocos recuerdos de mi familia y me siento a esperar. Bajé por frutas y agua, solo duré media hora quizás un poco más.

No me llamaron en la mañana o al medio día y temí que lo hubieran hecho cuando estaba en pro fuera. Me sobresalto al escuchar los toques en la puerta y me dirijo a ella lentamente.

—¿Quién? —pregunto apoyando las manos con cuidado.

—Terry Nielsen. —abro la puerta rápidamente y sonríe —se lo dije. Me pidieron llevar a casa. ¿Su equipaje?

Me hago a un lado y señalo lo que tengo en el momento. El viaje a la mansión es en silencio, no tengo claro que sucederá luego que encuentre las pruebas que son mis hijos. De ser inocente, seria un golpe duro para él.

—Llegamos —la voz de Terry me hace despertar y sonríe —¿Tampoco durmió? —sonrío sin entender, la risa del hombre contagia —los niños no dejan de llorar, su padre no ha logrado que duerman de noche y jueguen de día.

—Espero tener suerte. —le digo viendo el lugar.

Lo cierto es que he devorado cuanto libro de madres y bebés encuentre. Tengo una inmensa variedad de teorías que pretendo poner en práctica; aunque, la mayoría advierta que lo mejor es guiarnos por el instinto.

—¿Es todo lo que tiene? —afirmo y sonríe.

Mi equipaje consiste en dos maletas pequeñas, bolso de mano y un baúl. En esto último llevaba mis pinceles, verdadera identidad, el camafeo de mamá, el cheque que me dieron en la clínica. Junto con el registro de toda mi amistad con Susan.

Estaba allí también la bandana con la que cubrió mi rodilla y que aun no tengo claro porque la guardo. Todo cerrado con llave para evitar que colgaba de mi cuello para evitar que mi identidad saliera a luz. Salgo del auto y miro la inmensa edificación, por un instante es como regresar a Berlín cuando volvía de vacaciones.

—¿Se encuentra bien? —afirmo a Terry sin decir nada —supe lo de su hijo. Ahora entiendo porque lloró cuando vio a los gemelos.

—Gracias. —respondo con un nudo creciendo en mi garganta —¿Algún consejo que deseas obsequiarme?

—Cuida a los bebés como si fueran tuyos. Sin dejar de ser conscientes en todo momento que no lo son, se respetuosa y no traspases tu lugar en esta casa.

Hago un registro mental de todo y afirmo conforme me va detallando. Al señor no le gustan los acosos o coqueterías. Por eso está teniendo problemas con Julia. Saca mi equipaje del baúl y le ayudo con las dos maletas mientras escucho.

—¿Qué hace ella aquí? —alzo el rostro ataviada con mi equipaje y me encuentro con el rostro lleno de odio de la quién imagino es Julia.

—Gracias a Dios estas aquí.

El señor sale del interior con los dos niños a lado y lado quienes muestran el poder de sus pulmones. Su cabello esta desordenado, lleva una camiseta blanca con lo que parece vomito, una barba de días y sombras oscuras debajo de sus ojos.

—Intenté cantarle lo mismo. No recordé la letra y mi voz no sonó igual. Los asusté —dice alterado y dejo las maletas en el suelo de nuevo —... ¿Puede? —ruega y afirmo sonriente.

—Deme al más revoltoso —le pido y sonríe.

Evito respirar delante de él porque huele a rayos. Pese a todo el caos y asco que es su apariencia sigue existiendo un atractivo en él innegable.

—Deje eso allí alguien se encargará de subirlo. —señalas las maletas y mira a la chica —ayuda a llevar el equipaje a Terry.

Me entrega a Sebastián en brazos, el más agitado de los dos. Lo dejo en mi pecho y soplo su rostro suave lo que lo hace calmar poco a poco. Cuando mis ojos se encuentran con los de Julia, no puedo ver más que deprecio en ella.

Ella puede que esté interesada en el jefe, pero yo solo tengo ojos para mis hijos.

—Le daré la habitación de al lado —se hace a un lado con su en brazos quien se ha calmado. —Sebastián tiene un poder enorme en ella, ya te darás cuenta porque. Evy es la nueva niñera y encargada de los niños.

Me presenta al entrar a la casa, una mujer me sonríe en la entrada del comedor y me la presentan como Margaret. El señor deja las presentaciones y mira a su hijo mientras yo no sé qué decir. Sebastián abre su boca en búsqueda de mi seno y sonrío.

—Ahora todo tiene sentido —dice su padre —los míos no te sirven.

—Yo no...—empiezo a decir y niega con rostro serio.

—Si para usted no resulta doloroso hacerlo por los recuerdos que tenga...—se encoje de hombros y me mira antes de seguir —lamento su perdida.

—¿Dónde puedo ...?

—Deme a Susan —le dice la señora Margaret —esto es tarea de mujeres.

(...)

Un cosquilleo cálido en mi pecho, asi puedo describir cuando amamante a los bebes. La succión de mis hijos se sintió como una suave sensación de tirón. Ambos se prendieron rápido y vigorosamente al pecho y succionaron enérgicamente durante varios minutos hasta que se quedaron dormidos.

Asi habían permanecido desde hace una hora, el señor Terry me confesó que su padre también había caído en los brazos de Morfeo. Parece que sus padres no han querido darle la mano con los niños, a manera de escarmiento. Cuando el señor Jason tiene que salir, estos entrar sigilosamente y cuidan a sus nietos.

Sin conocerlos ya me caen bien, por hacer esto.

Miro las figuras dormidas de medio lado y luego el decorado. La gran mayoría de cosas que hay allí, le ayudé a escogerlas. Algunas las ubiqué yo diciéndole el sitio web, otras fue el quien se encargó. Decoró la habitación, mitad rosa y mitad azul, mezclando juguetes de niño y niña al azar.

Es como reproducir nuestras conversaciones nocturnas al ver esa habitación. ¿Pensará en la mujer que le ayudó con esto? sacudo la cabeza con molestia y una voz en la puerta me dice.

—Puedes bajar cuando hagan siesta —Margaret esta en la puerta con una bandeja de comida —no bajaste a almorzar, necesitas energías.

—Mi trabajo es aquí y no quiero que se piense que los descuido —le comento y señala el monitor.

—Con eso puedes bajar y estar pendiente a ellos —deja la bandeja en la mesa y gira a hacia mi —Terry me dijo lo que Julia te hizo, también lo de tu bebé...gracias por no acusarla.

—No tiene importancia...

—Para mí la tiene —interrumpe —ella sabe lo que ha sufrido el joven por buscar una niñera y tu tenias buenas referencias.

—Ella no tendría como saberlo y era una desconocida —la excuso, porque en ese punto ella tuvo razón en sospechar.

¡Aun la tiene!

—Su deber era cuidar a los niños —finalizo.

—Pero no insinuar que era la novia del señor —niega molesta —No se que tiene en la cabeza, no he podido hacerla entrar en razón —se acerca a mí y toma una de mis manos que retira al ver que las quedo viendo. —lo siento...

—Soy yo la que debe pedir excusas, no estoy acostumbrada a los abrazos.

El internado hizo de mí una chica fría y la perdida de mis padres alejó cualquier sentimiento de cariño. Con los únicos que me inspiran abrazos y besos duermen en este instante.

—¿Estas sola verdad? —afirmo sin verla y sonríe —ya no lo estas, has llegado al sitio correcto, solo si no te importa que una vieja negra te mime.

—La piel puede ser de cualquier color, pero el corazón siempre es rojo —murmuro viéndola a los ojos con lo más cercano a una sonrisa y afirma acariciando mi rostro.

—Hay mucho dolor en ti ojos de cielo, tan grandes que dan ganas de abrazarte y llorar contigo.

Me indica comer y ella vigilará a los niños para que lo haga en calma. Ni ese consuelo tengo, pienso al apoyar mi mano sobre la suya y ella me lleva a la mesa donde ha dejado la comida.

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