Capítulo 10
Narrador
Para Margaret Nielsen que su hija conociera al entonces primer teniente Jason Frederick, fue casi como si del cielo le callera dinero. La cadena de eventos afortunados que le siguieron a ese suceso, le cambió la vida.
En aquel entonces, solían pasar el día con un café, el resto del producido era para comprar los dulces del otro día, pagar el hostal y para que su hija se alimentara. No recuerda cómo llegaron a caer tan bajo, las malas inversiones los llevaron a ese punto.
El ahora teniente coronel (próximo coronel) le dio un techo, empleo y estudios a su hija. Desde aquella época trabajan cuidando y manteniendo una gigantesca casa que siempre estaba sola. El joven estaba la mayor parte del tiempo por fuera y al llegar a casa dormía en casa de sus padres, propiedad colindante con esta.
Margaret y su esposo estaban agradecidos por todo lo que había hecho con ellos. Los dos entendían que lo realizado hizo parte de su carácter bondadoso y amable.
El conflicto lo tenía su hija, Julia, ella creía algo distinto. Sus padres obtuvieron todo gracias a su encuentro con Jason. La vio en un semáforo, preguntó si estaba sola y la pequeña le señaló. En adelante, los tres se hicieron conocidos y cierto día les dio un empleo.
Creciendo en sus padres el agradecimiento por ese gesto, pero en el joven e inexperto corazón de Julia estaban creciendo ideas erróneas. Su hija insistía en que entre ella y su jefe había crecido un sentimiento fuerte. Basándose en el comportamiento del joven con ella y el cariño que le daba.
Solo en Julia, Margaret estaba convencida que el joven la seguía viendo con los mismos ojos. Es decir, una niña pequeña a quien quiso darle una mejor vida. Ni siquiera como amiga la veía, la diferencia de edad le hacia imposible.
—Terry—llama a su esposo quien le da brillo al auto del señor en el jardín. —¿Has visto a Julia? —pregunta una vez alza el rostro.
—Hace unos minutos subió a ver a los niños. —señala la parte alta y la ve preocupado —¿Todo bien?
—Espero que si —susurra dando media vuelta e ingresando a la casa.
Los gemelos trajeron a la casa alegrías. La novedad de tener casa llena y al fin un trabajo real, era agradable. La alegría de tener a los bebés se disipó, con la permanencia del joven en casa.
Había pedido vacaciones por cuatro meses, de los que llevaba dos. El enamoramiento de su hija estaba subiendo y Margaret, ya no sabía qué hacer para que su esposo no se diera cuenta de las andanzas de Julia.
Espiaba al señor cuando hacía ejercicios en el jardín, cuando estaba en aquellos diálogos divertidos con sus hijos o simplemente creaba encuentros sorpresivos. La educación recibida por parte del joven le impedía hacer un desaire, pero era cuestión de tiempo.
Las quejas llegarían y ella temía que de la peor forma.
Hasta el día de hoy ha callado pues Julia es quien cuida a sus hijos. Aunque, los pequeños no parecen compaginar con nadie que no sea su padre a todos los demás los toleran. Se rehúsan al biberón y han perdido la cuenta de cuantas marcas de leche para recién nacido han pasado por la casa. Por fortuna, la esposa del señor Matthew también está lactando, pero a la pobre se le dificulta.
Los mellizos no han sonreído desde que llegaron y siempre están mirando a todos lados sin prestar atención a nada. El único sentimiento que muestran es el llanto. Su tío Matthew ha pedido exámenes de todo tipo ante ese comportamiento. Se ha llegado a pensar que tienen problemas de audición o alguna condición que le impide aquellos gestos.
Sube las escaleras con sigilo, consciente de donde la va a encontrar. Inspira fuerte cuando descubre que sus sospechas eran ciertas. Julia está apoyada en la puerta de la habitación del joven que se encuentra semiabierta.
Odiaría pensar que la abrió apropósito.
—No puedes hacerlo por que tu hermano lo hace. Debes darme una tregua cielo. —le escucha decir al joven —te invito a ser una mujer independiente libres de las cadenas del machismo.
Margaret sonríe ante aquel monólogo, al tiempo que se acerca a su hija. El buen humor le dura poco al descubrir que el joven desfila desnudo mientras sus dos hijos están en mitad de la cama.
¡Ha tenido suficiente!
Toma a su hija de sorpresa por un brazo y tira de ella escaleras abajo. La asombro por ser pillada en un acto tan bochornoso le dura poco. Lo siguiente que siente es a Julia retorcerse por querer liberarse. La aferra con mas fuerza sin importar que ambas corran el riesgo de caer por las escaleras.
No es ciega y es muy consciente del sex-appeal, encanto del dueño de la mansión. Pero, eso a fisgonear es un alto riesgo que no esta dispuesto a que su hija pase. Debe poner punto final a esos comportamientos o lo siguiente que hará es entrar a su habitación. No duda de la educación y buena voluntad de su jefe, pero el libido rara vez entiende razones.
Sin mencionar que su hija es hermosa y tiene un cuerpo muy desarrollado para su gusto. Con casi veinte años y todo el encanto que siempre desborda. La mayor parte del tiempo lo hace con el joven, por aquello que está enamorado y la diferencia de edad le detiene.
Patrañas de adolescentes calenturienta.
Mira a su esposo que entra en ese instante limpiando sus manos con un paño. Se acerca al pie de las escaleras viendo con asombro la lucha silenciosa entre ambas y suspira.
Te dará un infarto cuando te lo diga.
—¿Qué sucede?
—Nada —responde Julia audaz primero que ella —a mamá no le gusta que esté cerca a Jason.
—Se lo pregunté a tu mamá. —aclara. —y no es Jason, es el señor Frederick. —su hija aprieta los labios.
Conoce lo suficiente a su padre para saber que no debe hacerlo enojar.
—Acompañamos —le pide con voz de súplica a su esposo y este asiente al captar lo delicado de la situación.
Ella no puede manejar este tipo de situaciones sola. Su carácter explosivo la hace decir cosas de las que después podría arrepentirse. Aleja una de las sillas del comedor y la obliga a sentarse.
—Espiaba al joven mientras se vestía. —explica alejándose de su hija.
Es todo lo que Terry necesita saber de momento, ella aún se siente avergonzada por lo que ha visto. Le cuesta poner en vergüenza a su hija de esa manera. Con casi veinte años cree saberlo todo sobre el amor.
—Te he dicho lo que pienso al respecto —empieza su padre mientras ella baja el rostro —tu interés en el dueño de la casa es preocupante.
—¿Por qué? ¿Por ser negra y el blanco? —le reta y su madre suspira.
—Hasta hace un año eras menor de edad, te dobla casi la tuya, estrato social, vida, dinero, familia, etc. —describe su padre —¿Crees que es la mejor forma de escalar?
—Su dinero no tiene que ver. —habla levantándome —sé que no le soy indiferente, son ustedes los que lo han alejado. No pienso dejar de luchar por lo que siento, solo porque ustedes se sienten inferiores.
La poca paciencia que Margaret estaba reteniendo salió volando con aquellas palabras. Avanza a pasos rápidos hacia su hija con la mano alzada, pero Terry se interpone.
—No hay tal sentimiento. Yo mismo le pregunté hace unos días y si crees que miento puedes preguntarle —le duele ver el rostro lloroso de su hija, pero alguien tenia que decírselo. —confórmate con saber que no hay forma que retribuya tus sentimientos o que yo te lo permita.
—Está no es nuestra casa, el joven Jason no es tu prometido y todo cuanto ha hecho por nosotros es por su buen corazón —habla Margaret.
—Yo me encargo, no te preocupes. —aquellas palabras es casi una sentencia para su Julia y un alivio en Margaret.
Al quedar solas su hija le enfrenta sonriente. Se cruza de brazos y alza el mentón, aquel comportamiento que solía ver en algunos sitios en que trabajaba como empleada de servicio.
Todas las ofensas que Margaret recibió de joven, fue a través de personas de su mismo tono de piel. Como si al menospreciar a alguien de su raza subieran de nivel.
—Tu y papá tienen el gen de esclavos, por eso le es imposible verse en otro ambiente que no sea limpiando...
Antes que acabe su mano se ha desplazado a la mejilla de su hija. Una lagrima sale despedida de sus ojos, acto seguido se cubre el rostro viendo a su madre con sorpresa.
Que el joven entre justo en el instante no es de buena ayuda. No esta dispuesta a soportar insultos, menos de su propia hija.
—¡Margaret! —la voz de protesta del joven no se hace esperar y en ella la rabia ha hecho estragos.
—No intervenga señor —le advierte sin dejar de ver a su hija —Ya le sirvo el desayuno.
—No es necesario la violencia... Lo que sea que hizo...
—Dije... No intervenga —le interrumpe. —Esto es entre mi hija y yo.
(...)
Las mejillas de Julia arden aún después de una hora. Era la primera vez que su madre le golpeaba de aquella manera. Se sintió morir cuando la trató como una chiquilla malcriada delante de Jason.
El señor se ha ido con los niños al parque, su padre se fue con él. Camina por el jardín de un lado a otro desesperada, segura de que al volver todo va a cambiar. Mira las rejas y aprieta sus manos de forma nerviosa.
Patea de forma distraída una roca y cuando vuelve a alzar el rostro la ve de nuevo. Es la quinta vez en menos de un mes que ella toca las rejas. La chica de cabellos de oro y ojos que parece un trozo de cielo.
—¿Qué haces aquí? —le interroga avanzando hacia ella. —te he dicho que no necesito empleadas, no se quién te dijo que necesitábamos niñera, pero te han mentido. Jason y yo no necesitamos de desconocidos para nuestros hijos.
Evy
Me piden alejarme de las rejas y dos hombres de seguridad me escoltan lejos de la casa. Jamás pensé que fuera tan difícil hablar con el dueño. Derrotada y sin mucho que hacer, camino sin rumbo hasta llegar a un parque.
No era de extrañar que tuviera novia, la chica era hermosa y el un hombre distinguido; no obstante, era demasiado joven, casi menor de edad. Si mis cálculos no fallan él está entre los 34 o 35 años.
Sin mencionar que, de ser mis sospechas ciertas y eran mis hijos, él tendría un problema conmigo. No estaba dispuesta a dejarle pasar su engaño o que me hiciera a un lado.
Me siento en la primera banca que encuentro cuando el mareo aparece. Tres meses después del parto y las secuelas no se van. El dolor de espalda se une al de la herida ya empezando a cicatrizar.
Abro el currículo para repasar lo que Damián a escrito y me ha pedido aprender. Me ayudó solo cuando le dije las marcas, él y Magda también las tenían aseguró la tía. No había forma de estar seguros o saber que sucedió salvo entrar a la mansión. También como método de protección, aquel lugar sería el último en que el tío Konrad me buscaría.
Porque aun se negaba a aceptar que no volvería con él.
Según el reporte, en Berlín trabajé de niñera de dos niños, fui despedida por problemas de economía familiar. Me trajeron a América bajo el engaño de un empleo. Al llegar, el trabajo de niñera no existía y en adelante he trabajado en diversos sitios. Tres referencias en Berlín (amigos de la tía Silke) y dos en Zúrich (cortesía de Damián). Los cinco estaban alertados y darían mi versión.
Mi primo me había buscado también la documentación falsa y según sus propias palabras, no había forma de ser pillada. Si hacia mi parte y no creaba problemas, todo saldría según lo planeado.
El llanto incontrolable de dos bebés llama mi atención y mi piel se achina de forma instantánea. El hombre se detiene a mi lado, se sienta a poca distancia intentando controlar a sus bebés.
—Vamos cielo, no estas mojada, ya te di de comer —habla desesperado —¿Qué tienes? Dile a papá que te sucede. Sebastián has algo. —queja mirando al pequeño de la lado.
Ingresa el chupón que ella arroja molesta con su rostro rojo y manos empuñadas con desesperación. Un hombre moreno le acompañaba y sonríe al ver el desespero que causa el llanto en el otro. Si es lo mismo que siento yo, puedo entender su agonía.
Yo estoy encantada al ver lo que han crecido y aquel cabello negro distintivo de los Klein. Cuando estaba en mi vientre y estaba inquietos tarareaba una vieja canción alemana. Logrando calmarlos al instante.
¿Sabes cuántas estrellitas hay en la tienda del cielo azul?
¿Sabes cuántas nubes se arrastran
por todo el mundo?
El Señor Dios los ha contado,
para que ninguno de ellos falte
Entre esta gran cantidad
Entre esta gran cantidad
Me escuché entonando la vieja melodía y el hombre a mi lado solo en ese momento descubrió mi presencia. Quizás porque sus hijos se han quedado quietos al instante. El deseo de tomarlos en brazos y besarlos lo detiene por la advertencia de Damián.
"—Le dirás que no puedes acercarte hasta tanto no te hagan los exámenes. Deseas estar segura de que no tienes algo que pueda contagiarlo. Le brindaras confianza y el deseo de bienestar de todo padre se activará".
Sus ojos buscan inquietos el sonido al tiempo que empieza a mover sus manos. Tomo el chupón y lo ingreso sin dejar de cantarles. Una vez captan de donde proviene el sonido sonríen moviendo las manos de forma torpe. Rio aún más fuerte y una lagrima se desliza de mí rostro al ver que me han reconocido.
—¿Te gustan los niños? —habla el hombre mayor afirmo sin verle.
—Terry...ves lo mismo que yo —murmura y el hombre en pie solo ríe —están sonriendo y la ven. Mis hijos no tienen nada Terry. —los ignoro a ellos y su platica.
En ese instante no hay nadie más importante que ellos. Ni siquiera soy consciente que he dejado el currículo abierto y que lo está leyendo en ese instante.
—¿Buscas trabajo? —quién pregunto es Jason y alejo la vista de mala gana de mis hijos.
Estoy convencida que lo son.
Al verlo a los ojos noto lo feliz y tranquilo que se ve por sus hijos. Los bebes han sacado el tono azul grisáceo de él. Son demasiado pequeños para decir en que más se parecen, del lado alemán fue el color de su cabello.
—Si señor.
Le digo lo acordado, un amigo de la clínica Klein me aseguró que los Frederick necesitaban niñera. Pero, al parecer, me han mentido porque me han dicho que no es así.
Fingí no conocerlo o asociarlo con la mansión. Él por su parte se quedó helado ante mi comentario. El hombre que lo acompaña intercambia miradas con él mientras niega.
—Pudiste equivocarte de casa —se excusa y sonrió volviendo la mirada a ellos.
—Podría explicar porque me han hecho alejarme con seguridad a bordo cinco veces. Pienso que ella pudo creerme acosadora, en mi defensa necesito el empleo y mi efectivo escasea —mi humor ha cambiado, al verlos quedarse quietos viéndome fijamente. —¿Qué tiempo tienen?
Como si no supiera que son 65 días, tres horas y diez minutos exactamente. Contabilizo el tiempo desde que fui alejada de ellos.
—Tres meses, esperé aquí.
Toma mis documentos y se aleja con el móvil en manos. Dejándome sola con el hombre que le acompaña y quien se sienta a mí lado.
—¿Quién te dijo que no se necesitaba niñera? —me pregunta y lo veo a directo a los ojos. —él es el señor Jason Frederick, pero creo que tú lo sabes.
Guardo silencio fijando mi rostro en él y consciente que fui descubierta. En fingir no saber quién es, pues el encuentro fue casual. Yo no tenía idea que lo encontraría aquí y se lo hago saber.
—No te estoy acusando, solo que es difícil que alguien no lo conozca.
—No soy de aquí, —me encojo de hombros y miro a los bebés —solo tienen sueño. —le señalo —Una chica de 18 muy parecida a usted me lo ha dicho siempre. Hoy me dijo que no necesitaban niñera para cuidar a lo que llamó "nuestros hijos".
Debo decirlo porque no son sus hijos. ¡Son míos! Y nadie podrá decirme lo contrario.
—Y te arrojó a los de seguridad —afirmo y suspira. —¿Por qué no dijiste eso? Eso de "Nuestros hijos".
—No es necesario, ni viene al caso —respondo tomando la mano de uno de Sebastián —solo deseo el empleo, no ganar enemigos.
Ambos cubren su cabeza con un gorro del que cuelgan orejas de elefantes. El de Susan es rosa y el de Sebastián azul, tienen una pequeña pulsera con el nombre grabado. El hombre limpia sus mejillas con delicadeza y me mira de reojo. Acto seguido me sonríe y apoya una mano en mi hombro.
—Podrías ganar puntos si los duermes. La salida suele ayudarle, pero hoy no ha sido posible.
—No creo conveniente, sin que tenga la certeza que estoy sana —hablo siguiendo el guion —sé que lo estoy, pero imagino quieren estar seguros.
—Tiene usted razón —me dice el hombre con mis documentos en manos y viendo mi rostro —tengo la sensación de que te conozco de un lugar.
Sostengo su mirada por largo tiempo e inclino la cabeza fingiendo pensar. Siembro la duda en mi rostro y la cultivo hasta que logra el efecto deseado en él.
Contrario a su poca memoria yo tengo muy claro quien es. El que rescató mi camafeo a los quince y quiso quitarme a mis hijos a los 26.
—Es mutuo según parece —el señor sonríe extendiendo la mano —Soy Terry Nielsen y quien muy seguro la recibió fue mi hija Julia.
—Evy Becker Koch. —he decidido que los apellidos de mis abuelos maternos podrían ayudarme.
La abuela puede quizás darme una mano desde el cielo. Los pequeños siguen en silencio sonriendo cada que me acerco a ellos. Mi agonía por no poder tocarlos aumenta con los minutos junto con la inquietud de la mirada del señor en mí.
Recibe un mensaje que lee y luego me ve sin decir nada. La duda está en sus ojos y puedo entenderlo. Soy una desconocida y sus hijos son una mina de diamantes.
—Necesito que le hagan esos exámenes. —habla al fin y alza el currículo —confirmaré todo esto. Si depende de mis hijos ha sido contratada, entenderá que no es tan fácil.
Afirmo en silencio y el señor Terry suspira aliviado.
Me dejó a manos de Terry y se fue a casa con los niños. Tuve que hacer un esfuerzo inmenso para no correr tras ellos. Las ganas de llorar me acompañaron en todo el camino.
Eran mis hijos, ya no tenía duda de duda de ellos. Damián y la tía Silke me dieron una lista de fluidos que podría utilizar para hacer esos exámenes. Cabellos, saliva, sangre, etc.
—¿Nos vamos? —pregunta el señor Terry y afirmo.
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