
CAPÍTULO 3
Tear you apart-She Wants Revenge
VIKTOR
Todo lo que me rodea se inclina ante mí, incluidas las mentes de las personas. Las moldeo a mi antojo, implanto recuerdos o pensamientos que jamás existieron y puedo vagar por ellas como me dé la gana. En cambio, la de ella se esfuerza en presentar resistencia.
Por mucho que intento internarme en ella y doblegarla, pisarla bajo mi bota hasta que su mente solo sea polvo y ella un cascarón vacío, su voluntad es de hierro y consigue repelerme. Sin embargo, ella no lo sabe y de vez en cuando sus pensamientos me vienen susurrados al oído con todas las inquietudes que se le presentan ante la posibilidad de que esté en su cabeza en ese mismo instante.
La sangre de Mavka rellena mi copa desde hace más de una hora y el solo pensamiento de hacerla descender por mi garganta ya no me entusiasma. En cambio, ese otro cuello largo, de piel cremosa y líneas duras parece cantarme como una sirena tentándome a ir en contra de mis propias normas. Solo han pasado tres días y el filo de mis colmillos me molesta cada vez que pienso en como sería hundirlos en ella y luego poder ver ese rostro preso del horror.
—Viktor. —la voz de Drystan llega a mi desde fuera de las puertas de mi habitación.
Murmuro mi respuesta sabiendo que llegará a sus oídos.
La melena negra y lisa hasta la altura de los hombros de Drystan no tarda en dejarse ver. Camina hacia mi escritorio con las manos cruzadas tras la espalda, los ojos serios y la boca apretada en una línea.
—He estado observándola durante el día tal y como me pediste. —informa. —Suele pasarse las tardes en la biblioteca o investigando el castillo.
—¿Qué hay de mi ala?
—Ni se acerca.
Apoyo la barbilla sobre mis manos cruzadas mientras que una de las comisuras de mi boca se eleva con satisfacción. Después de todo parece que mis amenazas hicieron su efecto.
—¿Ha hablado con alguien?
—Solo con sus doncellas.
—Bien.
Drystan se remueve sobre su sitio, pasando su peso de un pie a otro. Entrecierro los ojos sabiendo que el comportamiento de mi amigo, de este puro sangre, solo puede deberse a algo que puede hacerme enfurecer. Y cuando me enfurezco, el mundo corre el riesgo de que decida partirlo, moldeándolo a mi antojo. Porque ese es uno de mis dones, el de poder manipular la composición de las cosas, de la materia e incluso de las cosas que parecen no tener forma propia. La mente es una de las cosas con las que más disfruto jugar. Es como un enredo de hilos hecho por un gato, tan frágil que un simple movimiento de mi mano desbarataría todas esas conexiones, todo lo que te hace funcionar.
—¿Piensas seguir bailando sobre mi suelo o hay algo que quieras decirme?
Los ojos del vampiro, negros como la obsidiana y fríos como la muerte, se posan en mí. Pasa la lengua por sus labios resecos antes de hablar.
—Las otras saciadoras no paran de cuchichear.
—¿Desde cuando me importan sus cuchicheos?
Muevo la mano quitándole importancia.
—Mavka está envenenando los pensamientos de las demás. —inclina un poco su cabeza mostrando curiosidad. —El trato hacia la chica, la saciadora Sierra Ruggiero, no contenta al resto.
—No tienen que estar contentas.
—Amenazan con matarla.
La risa brota de mi garganta con fuerza.
¿Matarla? ¿Ellas? Ninguna me quitará esa satisfacción y si alguna se atreve me aseguraré de quebrarle todos los huesos del cuerpo. Sierra es mi presa y no dejaré que nadie me la arrebate.
—Haz sonar la campanilla de Mavka. —ordeno. —Le daré un pequeño correctivo.
Asiente en señal de obediencia y da un paso hacia atrás. Una sonrisa aparece en sus labios, una traviesa y perversa que deja asomar sus colmillos.
—Dejando las formalidades a un lado. —arquea una de sus tupidas cejas negras. —¿A qué se deben esos privilegios a la muchacha, amigo?
La pluma que descansa a un lado de la mesa es lanzada hacia él como advertencia y parte de nuestros juegos. La atrapa antes de que la punta de esta le perfore el ojo y sonríe con arrogancia.
—Nada en especial.
—Nunca dejas que vaguen tan libremente por el castillo. —puntualiza haciendo volar entre sus dedos la pluma. —Te molesta sentir su olor por todas partes.
Es cierto. A pesar de que el olor de la sangre vuelve locos a los de mi especie, a mí el olor de todos ellos me repugna. Siento un profundo odio y desprecio por cada uno de esos seres insignificantes. De ahí que evite alimentarme directamente de ellos, solo he tenido una excepción hasta la fecha, Mavka. Ha conseguido sorprenderme, resistiendo bajo mis dominios más tiempo que ninguna otra. Obediente, de buena salud y con una devoción enfermiza.
—Querido amigo, duele más ser encerrado para el animal que ya ha conocido la libertad.
—Pareces guardarle un odio especial a la criatura.
No respondo, aunque mis pensamientos giren en torno a su conjetura. Sí, es cierto que con tan solo verla sentí la necesidad de romperla. Hacer crujir sus huesos bajo mis dedos como si fuesen míseras ramitas, quebrantar su mente hasta volverla loca. Tal vez fuese el hecho de que en sus ojos vi lo mismo que veo cada vez que miro los míos. Odio, odio, odio.
Ambos odiamos lo que es el otro.
Chasquea la lengua como si mi silencio fuese respuesta suficiente y se vuelve de cara a las puertas dobles de mi habitación.
—Haré llamar a Mavka, tal y como has ordenado.
Cuando la puerta se cierra tras su marcha, me reclino sobre el asiento frente al escritorio de intrincados diseños y patas robustas, cerrando los ojos. Me sumerjo en la concentración, proyectando mi poder hacia afuera como si pudiera darle forma y hacerla un ser viviente. Un ser que camina buscando su objetivo. Recorro los largos pasillos del castillo, bajo innumerables escaleras de espiral hasta dar con uno de los niveles subterráneos del castillo. Curioso que Sierra haya elegido una de las bibliotecas del castillo más escondidas y viejas. Persigo su olor, buscándola entre las altas estanterías cubiertas de polvo y el olor a viejo de los libros. La encuentro sentada con las piernas cruzadas, arrugando por completo uno de los vestidos que me he encargado de elegir. Entre sus manos un pesado libro de cubiertas de piel gastadas, con las hojas amarilleadas por el tiempo.
Su dedo pasea por una línea mientras la lee en voz baja.
Empujo contra su mente en un intento de internarme en ella e inquietarla. Ella me siente.
—Déjame en paz.
Si tuviese forma corpórea entrecerraría los ojos de forma escurridiza y me cruzaría de brazos mostrándome burlón. Frunce esos labios carnosos mientras escruta el aire vacío a su alrededor con esos ojos vacíos. Su apariencia entera es vacía, insulsa, sin color. Pelo negro opaco y sin brillo, ojos grises, piel blanca como el alabastro e incluso sus labios no tienen color suficiente. Aún así consiguió llamar la atención de mucha gente en la subasta. Incluido yo.
Me vi como un maldito idiota dando cientos de rubíes por una chiquilla escuálida y sin gracia solo porque sus ojos estaban cargados del mismo sentimiento que los míos.
Vuelvo a presionar contra su mente, rozándola con mis dedos invisibles.
—He dicho que pares. —cierra la cubierta del libro con un sonido seco. —¿O es que el señor estirado y frío no tiene a su juguete favorito?
Casi me hace reír.
Observo la cubierta del libro que descansa ahora sobre su regazo. Me sorprendo al ver que lee un libro sobre nosotros y nuestra historia. Retiro lentamente mis dedos de la superficie de su mente a la que hoy no parece que haya forma de acceder. Eso me frustra. Esa arbitrariedad de su mente. El primer día en el castillo su mente estaba abierta de par en par y ahora se muestra cerrada a cal y canto.
El golpe que hace la puerta de mi dormitorio al cerrarse es lo que rompe la conexión, dejo de estar cerca de ella de forma incorpórea y paso a estar de nuevo sentado frente al escritorio con las manos cruzadas bajo mi barbilla. La culpable del golpe es Mavka, que me mira con los ojos completamente abiertos.
Su sangre se está agriando por el miedo.
—¿Me has hecho llamar? —las palabras salen con un débil tartamudeo.
—Así es. —hago un movimiento con el dedo índice invitándola a que se acerque. —Ven.
Camina con pasos cortos hasta mí, manteniendo una distancia prudencial. Sabe que no estoy contento, mi cara es un reflejo puro de mis emociones.
—Han llegado a mis oídos ciertos comportamientos tuyos que no me están contentando. —paso la lengua por uno de mis colmillos. —¿Cuántas veces te tengo que explicar que no me gustan los comportamientos infantiles?
—Pero señor yo...
—¿Tan amenazada te sientes por esa chiquilla?
El bombeo de su sangre llega a mis oídos. Aprieta los puños entorno a las sedas de su vestido aguamarina. No me mira a los ojos, mantiene la mirada gacha con un suave rubor cubriéndole las mejillas.
—La llaman la reina de rubíes, señor.
—¿Y? —replico entornando los ojos. —Las reinas llevan corona y lo único que esa chica campesina llevaba en la cabeza cuando la compré eran greñas. No seas patética Mavka, eres mi favorita por tu inteligencia. No lo arruines.
Esto último hace que levante el mentón con una mezcla de vergüenza y rabia centelleando en sus ojos ambarinos que crean un contraste salvaje con su piel tostada y su espesa cabellera negra. Muchas veces al mirarla, esos ojos me recuerdan a algunos de mis enemigos naturales.
—No volveré a decepcionarte.
—No me valen las palabras Mavka. —chasqueo la lengua. —Con mis juguetes solo juego yo. No vuelvas a intentar envenenar la mente de las otras, pues si sigues así, la arrogancia con la que te permites hablar al resto, te será arrebatada. Y créeme que a lo que serás relevada no te va a gustar.
—Ha sido un error, no volverá a ocurrir. —levanta levemente la mirada sin llegar a conectar con mis ojos. —Me he dejado llevar por mis emociones humanas.
—Claro que no va a volver a ocurrir.
Me levanto del asiento arrastrando la silla del escritorio cuyas decoraciones y tamaño la hacen parecer mas bien un trono. Encoje los hombros asustada por la rudeza de mis movimientos y achica los ojos. Me paseo por la estancia, sin prisa por reunirme con ella, con la lentitud y elegancia de un depredador. El olor de su sangre viaja por el aire.
Me planto frente a ella varias cabezas por encima, no se atreve a mirarme de nuevo y acabo sujetándole la barbilla entre los dedos de una mano aplicando una fuerza que dibuja una mueca de dolor en su cara, pero no la suficiente como para hacer crujir el hueso.
—Si vuelve a llegarme que tu maldita lengua está soltando estupideces. —me inclino hasta que respiramos casi el mismo aire. —Te arrancaré la lengua para que la picoteen los cuervos y te volveré una Quebrada como han acabado el resto.
Quebrada.
Esa palabra hace que la sangre de todas abandone su rostro con solo escucharla. Llaman Quebradas a las pobres infelices que consiguen enfadarme o cuya existencia me parece tan inútil que acabo por quebrarles la mente. Borro todo lo que las hacía ser quienes eran, dejando un cascarón vacío e inútil que con el tiempo acaba por dejar de existir. Mi fama de insaciable es cierta, muchas mueren al no poder contentar mi apetito, pero muchas otras, muchas muchas más, mueren por las consecuencias de mis dones.
Extiendo mi poder hacia su mente, abierta completamente para mí, como siempre. Rozo con esos dedos invisibles las cuerdas que unen su esencia, las hago vibrar como si fuesen las tensas cuerdas de un arpa.
—Viktor...
Mi nombre escapa de sus labios teñidos de pánico. Sabe que estoy jugando con la fragilidad de su mente.
—¿He sido lo suficientemente claro?
Asiente aún con el rostro ceniciento y los dedos temblorosos.
>>—Entonces lárgate, aléjate de mi vista.
Se aparta de mi con brusquedad, sujeta temblorosa las faldas de su vestido y sale corriendo del dormitorio, haciendo oscilar su cabellera negra por toda su espalda desnuda.
Observo mi reflejo en una de las ventanas que da al exterior, comprobando que tengo los ojos brillando de pura ira. El azul intenso ha sido casi absorbido por el negro de la pupila. Cruzo las manos detrás de mi espalda y miro fuera donde la luz de crepúsculo baña los jardines.
El olor de Mavka ha comenzado a parecerme repulsivo, más de lo que me lo parece en un día corriente debido a su condición y mi acérrimo odio a su especie. En cambio, la nueva incorporación, la pequeña reina de rubíes como se empeñan en llamarla el servicio, tiene un olor dulce y la vena de su cuello no para de cantarme para que la acaricie.
Este pensamiento hace hervir mi sangre. Golpeo con el puño cerrado la ventana donde me encuentro, convirtiéndola en una lluvia de cientos de cristales minúsculos.
Que Lilith proteja a esa criatura antes de que haga pender su cuello inerte entre mis manos.
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