CAPÍTULO 2
Bad guy-Billie Eilish
La confesión recae sobre mí volviendo hielo la sangre de mis venas. El silencio es tal que el aire que sale de mis pulmones en una bocanada entrecortada parece resonar por toda la habitación. Los ojos de todos puestos en mí con la pena grabada en las retinas. Clavo las uñas en las palmas de mis manos, conteniendo las ganas de gritarles a todos que dejen de mirarme como si ya estuviese muerta.
Hasta que mi corazón no diga lo contrario, yo estoy muy viva y con ganas de pelear. No dejaré que acabe conmigo tan fácilmente.
¿Qué estupideces pienso? Por amor de Dios, es un vampiro. Podría quebrantarme todos los huesos con un simple movimiento de su mano.
Nuevas puertas se abren de par en par y en vez de unirse uno más a nuestro club de corderitos recién comprados, entran en tromba un corrillo bastante numeroso de mujeres. Sus vestidos lucen caros, de las mejores telas y confeccionadores seguramente, con exuberantes escotes y mangas acabadas en cascadas de encaje. El tono tan excesivamente rojo de sus labios es lo primero en ponerme en alerta seguido del contacto gélido de una mano con mi codo.
—Vamos. —dice una de ellas sin apenas mirarme. —Debemos prepararte para él.
Tiran de mí sin delicadeza alguna. Mis pies se anclan al suelo por un segundo, lo que tardo en recordar en que situación me encuentro, y entonces dejo que me lleven. Lanzo un último vistazo al resto antes de que las puertas se cierren a cal y canto. Observo a la mujer y al resto de la comitiva. Todas ellas lucen unos rostros blancos como el alabastro, piel tersa y sin imperfecciones y labios rojos como las amapolas. Vampiras, todas ellas lo son.
Un escalofrío baja de puntillas por mi columna.
—Deprisa. —tira más fuerte de mi brazo. —Será mejor que no le hagas esperar demasiado. No te gustará lo que verás.
Otra de ellas se adelanta un par de pasos haciendo correr hacia un lado una espesa cortina de lustroso terciopelo rojo que ocultaba una tina de baño de enormes patas bañadas en oro.
Los dedos de varias comienzan a recorrer mi cuerpo deshaciéndose de la seda que me cubre. Quedo desnuda en cuestión de segundos y su poco control de la fuerza hace que el agarre de sus dedos sea doloroso. Contengo un quejido cuando me obligan a caminar y sumergirme en el agua.
Lo que no puedo contener es el gemido de puro alivio cuando mi piel hace contacto con el agua caliente. El agua caliente es algo que muy pocos de nosotros podemos permitirnos, ni siquiera sé si alguna vez he tenido la suerte de darme uno antes. Frotan mis brazos con vehemencia, tanta que no tardan en enrojecerse. Me hacen sentir sucia, como si toda la vida hubiese ido caminando con una capa de suciedad sobre la piel. Frotan y siguen frotando, mientras otras manos masajean mi cabello y lo aclaran con el agua.
Con la misma fuerza de antes, me hacen levantarme y me envuelven rápidamente con una bata de seda.
—El pelo recogido será la mejor opción. —dice la misma mujer de antes. —Ocultará un poco su olor.
No me pasa inadvertido como arruga la nariz tras decir esto. La miro muy fijamente, prendándome de su belleza, ¿son todos estos monstruos así de bellos? Su pelo es del pelirrojo más intenso que haya visto antes, tiene tanto brillo que hace un contraste increíble con la palidez de su rostro. Este tiene proporciones angulosas, con unos ojos del color de los pastos en verano y labios voluptuosos.
El resto de ellas obedecen las órdenes de quien desde este momento consideraré su líder. Tiran de mi pelo, consiguiendo que se me ensarten las lágrimas en más de una ocasión. Cepillan, moldean y colocan los mechones a su antojo. Miran mis manos, liman mis uñas y untan mejunjes en ellas.
—El señor quiere que vista este vestido. —dice otra trayendo la prenda envuelta en papel de seda.
Al mismo tiempo otras manos comienzan a pasearse por mi cuerpo deslizando telas que incluso mis dedos se abstienen de tocar por miedo a estropearlas. No sé cuanto tiempo paso entre las atenciones de estas mujeres, pero entonces, la dueña de los intensos ojos verdes, destapa un espejo de cuerpo completo donde observo mi apariencia.
Mi pelo está recogido en laboriosas trenzas que acaban formando un moño bajo en mi nuca. No llevo corset ni nada por el estilo, sintiéndome libre. Mi espalda cosquillea por el frío que siento en esta y un rápido vistazo me confirma que la llevo completamente desnuda hasta la curva de uno de mis atributos. Pestañeo varias veces. Esta prenda no es como las que solemos llevar en el pueblo, es distinta.
El vestido es de un color azul grisáceo, de tela vaporosa y con cuerdas que se atan en torno a mi cuello. No alcanzo a verme los pies con el bajo de la falda que sigue siendo tan vaporosa como el resto. Plantan delante de mí unos zapatos de tacón que no tardan en colocarme. Todo parece haber sido elegido de mi talla. Que extraño. Hacen caer una capa negra sobre mis hombros y con dedos ágiles la anudan en mi pecho.
—Se ha hecho lo que se ha podido.
—Esperemos que sea suficiente.
—Es muy importante el aspecto de sus saciadoras.
No sé si me hablan a mí, entre ellas o simplemente lanzan sus pensamientos al aire.
—Venga, debemos irnos.
Vuelven a tomarme del codo, obligándome a caminar tan rápido que mis pies traspillan y me tropiezo, chocando mi pecho contra la espalda de la mujer pelirroja. Esta me lanza una mirada severa mientras saca sus colmillos como advertencia. Me quedo mirándola fijamente, sin bajar el rostro. Ella tampoco cede, quedándose en esa misma posición hasta que otra de la comitiva le toca el hombro de forma apaciguadora y nos insta a seguir caminando.
En cuanto cruzamos de nuevo esa cortina de terciopelo, vemos como delante de nosotras cruza un hombre corpulento y de gran estatura. Por sus gestos corporales se nota que no está contento, camina con prisa y porte regio. Me quedo mirándolo fijamente y me parece ver sus ojos mirar los míos cuando pasa a mi lado.
El azul más frío que haya visto en mi vida recubre sus iris.
Me quedo sin aliento y el resto parece imitarme.
—Señor. —musitan a coro.
Miro la escena sin comprender nada.
—Corre. —me reprenden. —El carruaje está esperando.
Corro como me han ordenado saliendo por la puerta trasera de la subasta. Delante de nosotras descansa un carruaje del más brillante negro con laboriosos intrincados plateados. Un cochero abre la puerta para mí, pero no puedo entrar sin antes mirar atrás. Sé que es una tontería, sé que no habrá nadie conocido tras mi espalda. Aún así lo hago, como si mi familia estuviese mirando.
Se me humedecen los ojos cuando solo veo la calle vacía y la luz del interior de la subasta reflejada en el suelo.
Poso el pie en el escalón del carruaje y agachando la cabeza entro en el interior. Todo está oscuro, pero cuando alzo la mirada distingo una sombra grande, con forma de hombre. El aire sale de mi pecho como si me hubiesen dado una patada en él. Me siento con la espalda muy recta y los hombros rígidos. Intento no mirar directamente a la sombra.
—Vamos. —dice dando un golpe en el techo, con la voz calmada pero fuerte. Es varonil e hipnótica. —Quiero llegar a casa cuanto antes.
Sus deseos son órdenes.
Los caballos lanzan un relincho cuando el látigo desciende rompiendo la calma de la noche. Salimos a toda velocidad, haciendo sonar las herraduras de los caballos por las piedras del camino. Miro por la ventana, evitando mirar a lo que realmente despierta mi interés, y mi miedo.
Pasa alrededor de una hora cuando mi trasero se resiente con cada bache del camino que atravesamos. El silencio es asfixiante, pero supongo que no puedo esperar otra cosa. No es como si esta relación presa-depredador fuese a ser amigable y cordial. Me muevo en el asiento, intentando encontrar una mejor postura.
Cinco minutos después repito el movimiento.
—Para de moverte. —dice con tono tajante. —Haces que venga tu olor.
—Lo siento. —musito.
Ahora es él quien se mueve, saliendo de entre las sombras cuando la luz de la luna se proyecta en su cara. Esta hace que se vea aún más pálido. Es él. El hombre de antes. Y de nuevo esos ojos tan azules y tan fríos hacen que se me ericen los vellos de la nuca. No hay vida en ellos, están vacíos, muertos.
Tiene los labios gruesos y cerrados en una firme línea, los pómulos altos y marcados y una barba de aspecto cuidado de un par de días le recorre el mentón. Mis ojos no pueden dejar de mirarlo, completamente asombrada por la belleza de este. Definitivamente estos monstruos son hermosos. Hermosos para atraer, para cazar, para matar.
Me doy cuenta durante mi escrutinio de que sus ojos también me miran a mí y acabo ruborizándome al instante. Aparto la mirada, alejándola hacia la ventana. Aun así, siento el peso de la suya sobre mi persona. Juego con mis dedos, cuento los baches con los que se sacude el carruaje, cualquier cosa que me distraiga de él. Su presencia es tan tangible que pesa en el aire.
Desliza sus dedos, largos y gráciles, hasta la ventana del carruaje y veo como la abre un par de centímetros. La oleada de aire frío que entra al interior me obliga a aferrarme más a mi capa y hundirme en ella. Su postura rígida se relaja un poco a la vez que su pecho se desinfla con una respiración profunda.
Tal vez pase una hora más cuando el carruaje se detiene y la voz del cochero llega a mis oídos. La curiosidad tira de mí y con disimulo intento ver por el rabillo del ojo que es lo que hay fuera. No consigo ver mucho, solo los anchos troncos de los arboles y la vegetación salvaje. Pasados unos minutos volvemos a ponernos en marcha y veo como dejamos atrás unas verjas por las que la vegetación trepa. El carruaje se inclina un poco, señal de que el camino es empinado. Mi acompañante sigue impasible, sin moverse ni un centímetro.
Como si el destino no me hubiese castigado suficiente esta noche, se encadenan una serie de infortunios. El camino empinado, un bache y mi cuerpo torpe. El carruaje se sacude y mi cuerpo sale disparado del asiento hacia adelante, chocando con algo sumamente duro.
Los dedos, que bien pueden ser garras de lo fuerte que se han clavado en mis hombros, me apartan rápidamente. Mi cabeza está varias por debajo de la suya, levanto la mirada temerosa. Sus ojos se clavan en mí como puñales. Mi corazón se salta un latido cuando veo su expresión tan endurecida, las aletas de la nariz inflándose, el mentón tensándose cuando aprieta la mandíbula y los labios fruncidos en una mueca de desagrado.
—Malditos rubíes desperdiciados.
Me aleja de él como si mi proximidad fuese una dolencia física. Mi espalda golpea contra la madera del asiento y pequeñas estrellitas se dibujan en mi visión.
—Nadie ha pedido que pagues tanto por mí. —musito enfadada.
—¿Cómo has dicho?
Callarme sería la opción más sensata y que me garantiza seguir viva mañana, pero si lo pensamos bien, ya intenté acabar con mi vida una vez. El instinto suicida parece estar muy despierto dentro de mí.
—Lo que he dicho es que nadie te ha obligado a pagar tal cantidad de rubíes por mí.
Entrecierra los ojos e inclina un poco la cabeza con cierto aire interesado.
—La gacela tuteando al león. —dice con tono jocoso. —Tal vez me sirvas más como bufón que como comida.
Un rojo, que nada tiene que ver con la vergüenza, me tiñe las mejillas. Me muerdo la lengua para no seguir hablando, tan fuerte que a lo mejor me hago sangrar. Mis dedos tientan el asiento tras mi espalda, buscando un apoyo para levantarme.
—Te late tan rápido el corazón que casi pareces estar rogando que te haga probar mis dientes... —se inclina en su asiento, mirándome desde su posición dominante a mi yo tirada aun en el suelo del carruaje. Veo como su lengua acaricia uno de sus afilados colmillos. —...en tu cuello. —se oscurecen sus ojos casi haciendo desaparecer ese tono cerúleo. —O tal vez en otras partes más tiernas.
Nos detenemos de nuevo. Esta vez parece ser la definitiva, pues el cochero abre la puerta y hace una gran genuflexión esperando a que su señor salga. Este me lanza lo más parecido a una sonrisa burlona y sale fuera. Respiro de nuevo cuando su presencia se aleja y salgo fuera, donde el grupo de mujeres de antes parece esperarme.
Me llevo la mano al corazón un momento intentando recobrar la compostura.
Así que ese hombre es Viktor Vitalle, mi carcelero y el encargado de hincar sus colmillos muy profundamente en tu cuello.
Sacudo la cabeza ante ese pensamiento, ¿por qué he pensado eso?
Las vampiresas realizan una pequeña reverencia cuando Viktor pasa por su lado sin siquiera dedicarles una mísera mirada. Veo como sus piernas suben con rapidez una pequeña escalinata y mis ojos siguen subiendo, subiendo...
Abro mucho estos cuando veo donde me encuentro. Esto no es una casa o una mansión cualquiera, es un maldito castillo. Las paredes son de piedra gris de aspecto impenetrable, los escalones hasta la entrada principal están desgastados por el paso del tiempo, hay algunas estatuas de piedra repartidas por el jardín que no me he molestado en apreciar. Doy una vuelta sobre mi eje, los jardines se extienden hasta más allá de donde alcanza mi vista. Llega a mis oídos el sonido del agua, los graznidos de un cuervo y el ruido de las hojas arrastradas por la brisa.
Vuelvo a centrarme en el imperioso edificio que tengo delante. Hay grandes ventanas de medio arco, las cornisas decoradas con grandes fauces abiertas y en el centro de todo el edificio un rosetón de vidrieras coloridas. Estatuas robustas están salpicas por allí y por allá, presidiendo tejados y dos de ellas a cada lado de las escaleras, como si fuesen los guardianes de la escalera principal.
—No tenemos todo el día. —dice la voz de la vampira de cabellos rojos. —Tendrás tiempo para observar la belleza de este sitio.
—O no. —suelta otra cubriéndose la boca cuando suelta una risita.
Mis dedos cosquillean ante las ganas de soltarle una bofetada en ese perfecto rostro. Seguro que dejaría marcas visibles. La idea me tienta demasiado.
Intento no mostrar que sus palabras me afectan de cualquier forma, aunque esta sea despertando mi vena más violenta. Pongo el primer pie sobre la escalera y comienzo a subir, al principio con movimientos lentos y luego cada vez más rápido. No me sorprende que, al internarme dentro, el ambiente siga siendo igual o más frío que fuera.
—Dejadnos solas. —ordena la pelirroja. —Yo me encargaré de llevarla hasta sus aposentos.
Observo mi alrededor, no deleitándome con el lujo y las cosas bonitas que hay dentro, sino buscando unos ojos azules. No está por ningún lado, supongo que no lo veré demasiado. Solo cuando tenga ganas de un sorbito rápido.
Otra vez esos pensamientos tontos.
Resoplo, ganándome una mirada reprobatoria.
Nos quedamos a solas, comienza a andar y yo la sigo.
—Me llamo Narkissa. —no lo dice en tono amigable. —Soy la que se encarga de preparar a las nuevas. Te llevaré a tus estancias y te comentaré algunos aspectos que debes saber.
Toma sus faldas cuando comienza a ascender por una nueva escalera. Esta está cubierta por una alfombra roja y en lo alto se puede ver un retrato. Cuando llegamos a lo alto comienzo a distinguir las facciones de Viktor en él.
—¿Vienes? —me insta.
Avanzo rápido siguiéndola por pasillos iluminados por las velas que descansan sobre enjoyados y laboriosos apliques. Nos detenemos delante de una puerta de dos alas y madera negra, con las mismas fauces que decoraban el exterior encima de esta. Entra en ella, levantando a su paso las sábanas blancas que cubren los muebles.
—Sinceramente, no pensábamos que Viktor fuese a hacerse con una saciadora más.
—¿Por qué? —me atrevo a preguntar.
Avanza y hace correr las cortinas. Camino por la estancia con pasos pesados, adentrándome en la boca del lobo.
—Volvíamos de un viaje, no estaba previsto que entráramos a ninguna Subasta Roja esta noche.
Así que el destino ha tenido mucho que ver en esto. Se vuelve, con los brazos formando jarras a ambos lados de sus caderas.
—Veamos. —expulsa una bocanada de aire. —Ya sabes que tu función es alimentar al señor. —señala hacia uno de los puntos de la habitación, junto a la cama de grandes dimensiones. —Esa campanita de ahí sonará cuando él requiera tu presencia. Siempre habrá alguien fuera de aquí que te llevará donde se encuentre, aunque generalmente se alimenta en el gran salón. —trago saliva mientras mi cabeza intenta asimilar la información. —Además, es tu obligación mantenerte sana, no queremos sangre de mala calidad. Se te harán revisiones médicas periódicas, se te alimentará con una dieta rica y equilibrada y tienes todos los jardines a tu disposición para realizar paseos. Siempre en la compañía del guardia que estará tras la puerta.
—No he visto ninguno cuando veníamos hacia aquí.
—Esta ala del castillo está vacía, pero tranquila. Ahora que estás aquí, los verás.
El ambiente enrarecido entre nosotras parece estar diluyéndose, casi podría decirse que comienza a haber cierta cordialidad entre nosotras.
—¿Cómo...cómo se supone que debo alimentarlo?
Un extremo de su boca se curva formando casi una sonrisa. Se aproxima, tomando mi muñeca.
—Generalmente te harás un corte aquí. —señala mis venas azuladas. —Y harás verter tu sangre en su copa. Es sencillo.
Guiño los ojos, confundida. No esperaba algo tan...
—¿Decepcionada? —replica con diversión. —Viktor no clava sus colmillos a cualquiera.
—Pensé que para ellos... —la miro. —Bueno, para vosotros...es más...placentero alimentaros directamente de nosotros.
—Lo es. —va hasta el ropero de la habitación, abriendo ambas puertas y pasando los dedos por cientos de vestidos, desde aquí puedo apreciar lo majestuosos que son. —La mayoría se alimenta directamente clavando sus colmillos, Viktor es alguien especial. Siente una aversión por los humanos mayor que la del resto.
La chispa del enfado se prende de nuevo, ¿él tiene aversión hacia nosotros? ¿él? Aversión es lo que sentimos nosotros, ellos son los antinaturales. Su corazón no late, su cuerpo está suspendido en el tiempo sin mostrar cambios, su sangre no fluye siquiera. Quien debe sentir asco soy yo, no él.
—Solo sus favoritas tienen ese privilegio. —añade.
Así que Viktor tiene sus corderitos favoritos. No me sorprende.
—Entiendo.
—Debes estar siempre disponible. —prosigue. —Viktor realiza la mayoría de sus obligaciones y placeres durante la noche, así que te recomiendo que adaptes tu estilo de vida al suyo.
—¿Algo más?
Sueno irritada sin pretenderlo. Narkissa arquea una ceja en mi dirección.
—Puede que Viktor te lleve alguna vez con él fuera de este castillo. —señala con la barbilla al exterior. —Ya habrás oído su fama, no tiene suficiente nunca. Su sed no se apacigua. Así que no es extraño que lleve un saciador con él.
No voy a contradecirla, aunque la verdad sea que he estado toda mi vida huyendo tanto de ellos que ni siquiera sé los nombres de los más importantes. Y al parecer, Viktor Vitalle es uno de ellos. Solo hay que ver donde vive.
>>—Aunque yo no me preocuparía por eso. Siempre lleva a su favorita en esas ocasiones.
Entrecierro un poco los ojos, ¿por qué suena a provocación?
—¿Cuántos saciadores tiene Viktor?
Su pecho se hincha como el de un pavo real, su barbilla se alza aún más si es posible y me sonríe con soberbia mostrándome por segunda vez en la noche el filo de sus colmillos.
—Doce.
Un peso enorme recae en mi estómago junto a la confesión. Se expande y se retuerce. Doce saciadores son muchas personas para un mismo hombre. No es justo.
—¿Son necesarios tantos?
—Por supuesto. —afirma. —Sin tantos, enfermaríais rápidamente porque estaríais débiles. Aun así, muchos fallecéis.
—Pensaba que las normas decían que nuestro comprador debe cuidarnos y no acabar con nuestra vida. —cruzo mis brazos por debajo de mis pechos. —Además, doce saciadores es...excesivo.
—Las normas se reformulan si se tienen que aplicar a Viktor.
Sin más, se gira sobre sus zapatos, caminando hasta el umbral de la puerta. Toma las manivelas de las puertas dobles y tira de ellas para cerrar. Solo veo una rendija de su rostro cuando habla de nuevo.
—Y una cosa más, se te espera en el salón para cenar con él. —pestañeo. —Hay cosas que debéis discutir. El servicio vendrá para prepararte pronto.
La puerta se cierra con un sonoro golpe. Giro sobre mí misma, mirándolo todo y examinando bien mi nueva jaula. Hay un amplio tocador donde parece haber cientos de cosas que no sabría ni como usar. Me tiro sobre el colchón, comprobando que es lo mejor que mi espalda haya tenido el placer de ocupar antes. Es mullida y amplia, con un dosel cayendo en cascada alrededor de ella.
El armario sigue abierto mostrando la decena de vestidos que hay en el interior. Me levanto y paso mis dedos por las mangas delicadas. No hay más luz que la de las velas y la noche ya está muy avanzada, ¿cenar ahora? Supongo que acostumbrarme a esta nueva forma de vivir va a ser extraño.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me separé de mi familia? ¿Cuatro horas? ¿Quizás cinco? Y ya siento que ha pasado una eternidad.
Me aproximo hasta las puertas que dan a un balcón y un simple movimiento me confirma lo que ya sospechaba y es que están cerradas con llave. Fuera la noche es menos oscura con las cientas de antorchas que dibujan el camino hasta la entrada y que descansan en los apliques sobre los muros.
Las puertas de la habitación vuelven a abrirse y dos mujeres, humanas, entran a la habitación. Una de ellas tendrá unos cuantos años más que yo, en cambio la otra, parece una señora entrados en sus cincuenta años. No se atreven a alzar la mirada.
—Señorita, venimos a ayudarla a prepararse para la cena.
Asiento mientras las observo moverse. La más joven tiene el pelo cobrizo, recordándome a los rizos de Abigail. Un sentimiento de cercanía se forma en mi pecho. Se encarga de sacar un vestido largo de color blanco, vaporoso como el que llevo puesto. La más anciana se acerca a mí con pasos torpes y hace ademán de comenzar a desnudarme.
—Tranquila señora, puedo hacerlo yo misma.
—Oh señorita, no me llame señora. —intenta deshacer el nudo del vestido en mi nuca. —Y no se preocupe, este es nuestro trabajo.
Deshace el nudo y la prenda cae hasta remolinarse a mis pies. Los saco y entonces la más joven se agacha para quitarme los zapatos.
—¿Puedo saber vuestros nombres?
—Nuestros nombres no son importantes. —dice la joven.
—Insisto. Me gustaría saber con quien trato. —vacilo un momento. —Además, sois humanas.
—Lo somos. —asienten. —Yo soy Naida y ella es Clarissa.
—Sierra. —respondo.
—Lo sabemos. —Clarissa posa sus manos sobre mi cabeza. —Todo el castillo susurra sobre ti y los seiscientos rubíes que has costado, ¿Cómo quieres llevar el pelo? ¿Suelto o recogido?
—Recogido.
La mujer asiente y comienza a deshacer la corona de trenzas que descansaba sobre mi cabeza. Mientras, Naida desliza el vestido por mi cuerpo. Este deja al aire mis hombros y cae en mangas que se ciñen hasta la mitad de mi brazo y luego cae en cascada. Ciñe un cinturón empedrado en mi cintura.
—¿No son estos vestidos excesivos?
—Al señor le gusta que los uséis. —un mechón cobrizo cae sobre la frente de Naida y esta intenta apartarlo con un resoplido. —No dejaría que fueseis mal vestida. Si alguien os viese con trapos andrajosos, sería una vergüenza.
Siento mi pelo hacerme cosquillas en la espalda cuando todas las trenzas han sido deshechas. Clarissa me masajea el cráneo y cuando ve que estoy completamente vestida de nuevo, me conduce hasta la banqueta del tocador. Observo mi reflejo, tengo un aspecto impecable. Esas vampiras hicieron un buen trabajo intentando ocultar mi aspecto decadente. Cuatro días enferma no te dejan el mejor cutis ni las ojeras en muy buen estado.
Una me cepilla el pelo mientras la otra retoca los polvos de mi cara y aplica carmín con suaves toquecitos sobre mis labios.
—Habéis dicho que todo el castillo susurra sobre mí, ¿no es esto normal para vosotros? Tengo entendido que el señor Viktor cambia con bastante frecuencia de saciadores...
Ambas se miran compartiendo algo.
—Jamás ha pagado tanto por alguien, teniendo en cuenta lo rápido que acaban por marchitarse. —es Clarissa quien habla, mientras sus dedos trabajan recogiendo algunos de mis mechones para despejarme el rostro. —Ser comprada por esa cantidad y más por un Puro...
Claro, es obvio que debía ser un Puro. Un Diluido jamás tendría tantos privilegios ni riquezas. Dentro de su propia raza existen dos clases: Puros y Diluidos. Los Puros son aquellos que nacen siendo lo que son, obviamente de la unión de otros dos Puros. Por otro lado, hay dos formas de que se dé un Diluido. La primera es que un vampiro y un humano tengan un hijo, cosa que no suele darse a menudo, ya que es visto como una deshora para la raza. La otra forma es que un vampiro convierta a un humano, por desgracia esto sí suele darse mucho más.
No sé muchas más diferencias, solo las más importantes. Un Diluido jamás caminará bajo la luz del sol sino quiere reducirse al polvo. Por eso los Puros son tan peligrosos, puedes encontrártelos en cualquier lugar, a cualquier hora. Un Diluido puede matarse si tienes una estaca de roble blanco bendecida con agua bendita (sí, esa agua que cada vez es más escasa ya que no existe quien las bendiga), un Puro no. En la propia raza se han formado dos bandos que suelen estar muy enemistados. A mis oídos ha llegado que a veces, cuando sentimos la tierra tambalearse, nada tiene que ver con la madre naturaleza, sino que son ambos bandos enfrentándose.
—No me siento honrada. —escupo. —Yo no quería esto, nadie lo quiere. Da igual quien me compre y por cuanto lo haga, me sigo sintiendo desdichada.
—Por supuesto. —se corrige de inmediato. —No quería que me malinterpretaras. Entiendo que este destino no lo elegiría nadie.
Naida mira a su compañera de forma reprobatoria.
—¿Todo el servicio es humano? —pregunto en un intento de aliviar la conversación.
Asienten en silencio.
—Pensé que serían de su especie.
Se hace el silencio y luego estallan en risas que no tardan en reprimir, mirando a todos lados para ver si alguien más aparte de mí ha sido espectador de su ataque risa.
—Señorita, que cosas tiene. —la más joven se agacha y la veo juguetear con mi escote, recolocándolo. La miro con extrañeza. —Los vampiros piensan que nuestro trabajo es demasiado bajo para hacerlo ellos mismos. Jamás trabajarían con sus manos.
Eso me hace sentir más desprecio hacia ellos. Mis padres son personas humildes que trabajan con sus manos para mantener alimentados a sus tres hijos y saber que ellos piensan que eso es algo indigno, altera mis venas.
—Ya estás lista.
Me animan a que me levante, retiran la banqueta y con una delicadeza extrema toco la tela de la parte delantera. El escote en forma de pico baja por todo mi esternón y se detiene a la altura de mi cintura donde las piedras del cinturón brillan. Jamás me he visto tan bonita y elegante como ahora. Sonrío a mi reflejo y rápidamente borro la sonrisa cuando el sentimiento de hipocresía me avasalla.
—Una última cosa.
Las manos de ambas se acercan a mí, una trabaja en mi cuello y la otra en mis orejas. Cuando se retiran, un collar de rubíes se posa sobre mis clavículas con sus pendientes a juego.
—Rubíes para la reina de los rubíes. —bromea Clarissa.
No tardan en desaparecer por donde entraron haciendo una pequeña genuflexión antes de salir. La puerta se queda abierta y aparece uno de los famosos guardias que a partir de ahora se encargarán de velar por mi seguridad o bien por mantenerme en mi sitio, sin posibilidad de escapar.
Inspiro hondo y salgo de la habitación pasando por el lado del guardia. No hace falta que me fije mucho, en cuanto lo veo moverse un poco ya se que no es humano. Si la vigilancia de los saciadores estuviese a cargo de los humanos, sería cuestión de tiempo encontrar alguien que simpatice y te ayude a escapar. Camino por el pasillo siguiendo sus pasos y no tarda mucho en unirse uno más a nosotros. Soy franqueada por ambos. Bajamos la imperiosa escalera y veo titilar las llamas de las velas en la enorme lámpara rústica de donde caen cristales que brillan tanto que no me sorprendería que fuesen diamantes.
Doy mis últimos pasos hasta el salón donde se me espera para la cena, con el corazón desbocado. Lo siento en mi garganta, amenazando con caer a mis pies si me atrevo a abrir la boca. Uno de los guardias abre la puerta para mí y se detiene, esperando a que pase. Vacilo durante unos segundos y el sonido de una risita estridente es lo que me impulsa a caminar.
La puerta se cierra a mis espaldas y la escena me deja perpleja, anclada al sitio. Una mujer de piel dorada y sonrisa deslumbrante se encuentra sentada en el regazo de Viktor. Este la mira con lo más parecido a una sonrisa, aunque a mi me parece más la mueca que haría el diablo antes de consumir tu alma.
La chica no para de lanzar risitas repletas de coquetería mientras se mueve sobre su regazo. Viktor acaricia la desnudez que deja su vestido violeta y la mira con los ojos entrecerrados. A decir verdad, creo que está mirando con más atención la vena de su cuello.
Carraspeo para llamar su atención y acabar con este momento incómodo.
—Sierra. —mi nombre sale de sus labios tan pausadamente que parece estar saboreando cada silaba. —Únete a nosotros, comenzaba a echar de menos a mi nuevo juguete.
Reprimo mis ganas de poner los ojos en blanco y con toda la dignidad que poseo voy hasta el asiento que me indica con su mano. Justo en el extremo opuesto en el que se encuentran. Todo un alivio para mí. La chica de su regazo me mira con los ojos formando dos pequeñas rendijas y la ausencia de su sonrisa coqueta ya me avisa de que posiblemente no seamos amigas.
Un sirviente se encarga de retirarme la silla y otro de destapar el plato frente a mi cara. Humeantes medallones de pavo con frutos silvestres confitados me saludan. Mi estómago automáticamente se remueve dentro de mí, dándole la bienvenida al rico olor.
Observo a mi acompañante de cena, esperando a que haga algo, pues comenzar a comer sin que él lo haga, me parece una falta de modales. Por favor Sierra, no es humano. Seguro que no sabe ni lo que son los modales. Ya ha quedado bastante claro por la forma en que te ha tratado. Es un salvaje, ni siquiera se podría considerar un hombre.
Tomo mis cubiertos y parto el primer trozo de carne posándolo en mi lengua y deleitándome con todos los sabores que explotan en mi boca.
—Creo que sería conveniente que discutiésemos algunas cosas. —su mano enjoyada en anillos con distintos estilos y piedras preciosas acaricia la base de la garganta de la otra chica. —Me gusta ser el primero en exponer ciertas reglas, me parece que resulta más efectivo.
—¿Es acaso algún tipo de aviso? —replico.
—Yo no aviso, yo amenazo, querida.
—Esperar algo distinto de los de tu clase es declararme demasiado estúpida.
Me clava los dos zafiros de sus ojos y levanta las cejas fingiendo falsa sorpresa mientras deja ir un pequeño silbido entre sus labios. La otra chica, sin nombre para mí, se reclina y murmura algo en su oído. Viktor alza la comisura de su boca de forma arrogante.
—Mavka piensa que no llegarás a la próxima luna llena. —comenta como si nada. —Yo estoy dispuesto a apostar que no pasarás más de una quincena en estos muros.
—Nada me complacería más que dejar de respirar el mismo aire que tú. —dibujo una sonrisa forzada.
—Tal vez debería acabar con tu sufrimiento.
—Por favor, hazlo. —lo desafío.
Comienza a chistarme.
—Pequeña fiera, hay algo mejor que tu sangre. —la chica en su regazo se desliza un poco cuando él se reclina hacia adelante, casi parece que fuese a saltar encima de la mesa. —Tus gritos. Y pienso regodearme en ellos conforme vaya rompiéndote pedazo a pedazo. Tu sangre será lo último en lo que piense.
—¿Entonces que sentido ha tenido comprarme?
—¿Se necesitan motivos cuando te sobra la riqueza?
Su forma de hablar con tanta superioridad, la manera en que sus cejas se alzan con bravuconería, todo. Absolutamente todo me saca de quicio. Me concentro de nuevo en mi plato, corto un nuevo pedazo y lo meto en mi boca. Mastico como si la vida me fuese en ello, sin dignarme a mirarlo.
—¿Qué cosas se te dan bien? —pregunta, pillándome por sorpresa.
—¿A qué te refieres?
—¿Tocas, cantas, pintas, escribes...? ¿Hay algo en lo que destaques?
—Pensé que mi deber era alimentarte, no entretenerte.
—Conmigo siempre hay más cosas que hacer. —sus dedos acarician la piel de Mavka con suaves caricias. —¿Y bien?
—No, no hay nada que se me de bien.
Incluso en él parece que se dibuja decepción. Oh Viktor, créeme que me siento más decepcionada que tú por ser una buena en nada. Abigail sabe cantar como los ángeles y Silas tiene un talento innato para tallar. Sin embargo, yo no sé hacer nada. Supongo que nunca me permití disfrutar con nada ni mostrar interés por algo. Al fin y al cabo, no viviría tampoco mucho para seguir con ello. O al menos eso pensaba.
—Pasando a las cosas sobre las que quería avisarte. —pone expresión confusa. —O amenazarte como tú has dicho. La primera y creo que la más obvia es que cualquier intento por tu parte de huir será castigado con la muerte. Me da igual lo que esas absurdas normas que dictaron mis antepasados digan. Acabaré con tu vida de un plumazo. —en mis pensamientos me encuentro rodando los ojos. Por favor, no hará falta ni que intente huir. Moriré de todas formas pronto. —Segundo, bajo ninguna circunstancia debes dejar que otro vampiro se alimente de ti. Nadie, excepto yo, tiene permitido hundir sus colmillos en ti.
Suena posesivo y sucio.
—¿Por qué? —indago.
—Se puede contaminar la sangre. —responde como si nada.
—¿Algo más?
—Sí. —pasea sus ojos por mi figura. —Puedes ir a cualquier parte del castillo y sus alrededores siempre y cuando lleves a tus guardias, pero tienes prohibido husmear por mi ala. No por nada en especial, simplemente no soporto vuestro olor a humano en el sitio donde descanso.
Un insulto más a la lista de los que me ha dedicado Viktor Vitalle en estas escasas horas. Apesto para él. Que lástima que no me importe. Agacho la mirada a los cubiertos, son de plata. Al traste las teorías de que a los vampiros les afecta la plata. Este cuchillo no me servirá para nada más que untar mantequilla, ni siquiera es lo suficientemente afilado como para intentar contarme las venas y acabar con esta agonía. Su presencia me pone los nervios de punta. No creo poder aguantar así ni una semana.
—¿Eso es todo?
—Una última cosa por el momento. —uno de sus colmillos me saluda cuando dibuja de nuevo esa expresión burlona en el rostro. —Cenarás conmigo todas las noches.
—¿Por qué? —casi grito.
—Has sido una gran inversión, lo mejor será que aproveche el que sin duda es un escaso tiempo juntos.
Me muerdo el carrillo de las mejillas. No lo entiendo. Me odia y aún así quiere que lo acompañe cada noche. Sin duda su odio no es tan grande como lo son sus ganas de verme agonizar en silencio. Lo sabe, sabe que no lo soporto.
—Mavka, aliméntame.
Mi curiosidad es mi mayor defecto y virtud.
Intento que no se note que miro por debajo de mis pestañas como la preciosa Mavka se levanta de su regazo con una sonrisa de oreja a oreja. No entiendo el motivo de su felicidad. Viktor coloca un anillo que termina en un pico afilado en su dedo y lo acerca a la muñeca de la chica. El tajo en su piel se produce en menos de lo que tardo en dar un pestañeo.
Reprime un quejido que bien podría haber sido un sonido de excitación y levanta la muñeca chorreante encima de la boca de Viktor. Las gotas caen a un ritmo incesante. Algunas caen sobre sus labios y se escurren hasta caer por su barbilla, manchando lentamente su nuez de adán que baja y sube con cada gota de sangre que deja deslizar por su garganta.
La comida que acabo de comer comienza a revolverse en mi estómago, arrugo el rostro con cada hilillo de sangre que se escapa de entre sus labios. Sus ojos no miran a la persona que le está alimentando, me mira a mí, con el desafío grabado. Me reta a aguantar esto, a mirar como me recuerda lo que deberé hacer, que mire como se alimenta el ser que posiblemente más odie en el planeta. El azul de sus ojos desaparece, siendo reemplazado por el negro más oscuro que he visto nunca. No imaginé que el negro pudiese serlo más.
Lleva la mano hasta la muñeca herida de Mavka y presiona la herida, indicando que ya es suficiente. Sin apartar la mirada de mí, se lleva la muñeca a centímetros de su boca y veo como con su lengua le da un seductor lametón.
La forma en que me mira mientras lo hace, consigue que me suba un repentino calor al rostro. Retuerzo mis piernas avergonzada por las reacciones de mi cuerpo, pero mis ojos siguen puestos en él. Su lengua vuelve a pasearse por su piel, mas sus colmillos no se dejan ver en ningún momento.
¿Cómo se sentirá ser tratada así?
De nuevo esos pensamientos idiotas.
Pestañeo tantas veces que posiblemente parezca más idiota de lo que ya me siento. Arrastro la silla hacia atrás con gran estruendo decidida a marcharme. Volteo, rompiendo el contacto visual entre nosotros y me alejo.
—No te he dado permiso para marcharte. —brama.
—Me ha sentado mal la comida. —respondo de nuevo. —No quisiera incomodarte con mis cosas excesivamente humanas.
Abro la puerta y salgo casi corriendo de allí. Los guardias me siguen los pasos muy de cerca. Subo las escaleras, tropezando en los últimos escalones. Me recompongo y sigo, vagando por el pasillo desesperada por estar entre las cuatro paredes de mis aposentos. No es como si fuesen a protegerme demasiado.
Abro la puerta de un tirón y me encierro dentro apoyando la espalda en esta. Mi corazón late muy rápido.
Puedes esconderte, pero yo sabré siempre donde estás.
Eso no lo he pensado yo.
¿Viktor Vitalle puede colarse en mi cabeza?
Gruño, incluso grito como una desquiciada perturbando el silencio del castillo. Formo dos puños y corro hasta la cama en la que me deshago dando golpes con ellos. Los odio a todos, odio esta vida, odio este mundo.
Y ahora lo odio a él como si fuese el único motivo por el que respiro.
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¡Hola amores!
¿Qué os ha parecido estos primeros encuentros entre Viktor y Sierra?
Estoy muy emocionada con esta historia, me encanta escribir cada palabra y es totalmente mágica.
Poco a poco os iré introduciendo en este mundo, os explicaré sus conflictos políticos, etc..
¡Nos vemos el próximo domingo!
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