XIX. MENTE, CORAZÓN Y PIERNAS ABIERTAS
—Empiezo a pensar que Guille tiene fetiche con los disfraces. No es normal que todas sus fiestas sean con temática.
—¿Qué dices, loca? Que haya que disfrazarse solo lo hace más divertido.
—Dudo que a la gente le emocione la idea de tener que comprar un disfraz nuevo cada fin de semana.
—Tal vez, pero tú tienes suerte de tenerme a mí, así no tienes que comprar nada.
—Tampoco lo haría de ninguna manera.
Me miré en el reflejo de un escaparate por el que pasábamos.
—¿Y de qué tenías tú estos disfraces de dioses griegos?
Donna se encogió de hombros.
—De alguna fiesta del verano pasado, creo.
Ella llevaba una larga falda blanca con una abertura a un lado y un top del mismo color. Se había pintado los ojos y las cejas con purpurina dorada, para combinar con unos brazaletes y una corona dorada en forma de laurel. Ni ella sabía exactamente de qué diosa griega iba. Podía ser Hera, Deméter, Hestia... Yo no es que fuese vestida de una de ellas exactamente: iba de Medusa. Con una diadema que sujetaba serpientes doradas que salían disparadas en todas las direcciones, los ojos y los labios pintados de verde y una falda larga como la de Donna, excepto porque era negra, y un top negro de espalda abierta.
¿Por qué me había dejado convencer de disfrazarme otra vez? Ni idea, pero no lo pensaba hacer ni una sola vez más.
—¿Has hablado con tu primo?
—¿De qué?
Donna me miró como si fuese tonta.
—Pues de si viene a la fiesta o no.
—Sí, con Ícaro y Ulises.
—Uuuu.
Le miré mal.
—No empieces.
—Vale, vale. Mejor hablamos de otra cosa.
Asentí.
—¿Has hablado ya con tu madre de eso?
Sí, mejor hablar de eso, Donna.
No estoy segura de si debería habérselo contado, porque era evidente que me preguntaría por ellos más tarde, y no era algo de lo que me apeteciese hablar.
Esta mañana, al llegar a mi casa después de haber dormido en la de Ícaro, mi madre y yo nos habíamos cruzado en la cocina. Ella me había mirado seria. No con arrepentimiento. No con enfado. Nada.
<<Lo hago por ti, no por mí. El próximo fin de semana te matricularás>>. Y dicho eso se había marchado a trabajar, sin darme tiempo para responderle.
Quedaban tres días para que fuese sábado. Tres días para tomar la decisión, probablemente, más importante de toda mi vida. De la que dependería todo mi futuro.
Y, sin embargo, aquí estaba, de fiesta con mi mejor amiga pensando en cualquier cosa menos en la que debería estar pensando. Pero es que estaba tan agotada. Tan cansada de estar siempre hablando y dándole vueltas a lo mismo.
¿Y si mi futuro era quedarme en este pueblo? ¿Y si debería buscar cualquier cosa que me diera el dinero suficiente para vivir aquí y nada más? No, eso no sería vivir.
Quería viajar, y si me quedaba aquí trabajando de dependienta, que era lo único que podía conseguir con un título de bachillerato, pasarían muchos años hasta que reuniera el dinero suficiente para irme, como máximo, cuatro días al extranjero.
—No, todavía no. —Mentí mirando al frente.
Donna, o no quiso insistir, o no pilló que no le estaba siendo sincera, no volvió a sacar el tema.
Llegamos al final del camino secreto y ya se escuchaba la música a todo volumen.
Mientras entrábamos en la casa, un chico y una chica se cruzaron con nosotras y yo les reconocí del instituto. Sí, de la clase de ciencias, a la que iba Donna.
En mi curso solo habían salido dos grupos, uno de letras y otro de ciencias. Yo estaba sola en clase, también estaba Marco y su nueva cuadrilla pero yo no hablaba con ellos, y en la de ciencias estaban Donna y mi primo. Ella hizo muchísimos amigos, tenía esa facilidad, y mi primo estaba con unos del equipo de natación.
Los dos se pusieron a hablar con Donna.
—¡Eh! ¡Llevo sin verte desde el último día! —Habló la chica chillando para que la pudiésemos escuchar por encima de la música.
—¡Yaa! ¡No te he visto en ninguna fiesta! ¡Porque te habías ido de vacaciones!, ¿no?
—¡Sí!
—¿Y tú? —Donna se dirigió al chico.
No escuché lo que dijo.
Miré a mi alrededor.
La mayoría de las caras que vi eran de desconocidos, o de gente del instituto con la que nunca había intercambiado palabra.
Le pegué un golpe a Donna en el brazo y le dije que iba a por algo de beber. No me hizo mucho caso, asintió y siguió hablando con esos dos, que no se habían percatado ni de mi presencia.
Llegué a la cocina y cogí una cerveza de un baúl de plástico que tenía cientos de ellas. ¿Guille era millonario? ¿Cómo compraba tanto alcohol todas las semanas?
Entonces él mismo apareció por la puerta, como si le hubiese invocado.
—¡Nusi! ¡Héctor no me había avisado que venías! —Se abalanzó sobre mí dándome un abrazo.
Me quedé quieta, sorprendida.
—No le digas a tu primo que yo te he dado la cerveza.
—Es que no me las has dado tú, la he cogido yo.
—Ya, bueno, pero es de las mías, eh. —Me guiño el ojo y no pude vitar fruncir el ceño.
—¿Pero compras tú todas esas cada fin de semana? ¿Eres millonario o algo? —La curiosidad siempre podía con mi discreción.
—Qué va. Hacemos bote casi todos. Los del equipo de natación, los de cursos menores, hasta los que no son de Lastres pagan algo.
Puse una mueca.
—Pues yo no pago nunca nada.
—No te preocupes, con lo poco que bebes.
¿Lo poco que bebo? Joder, pues las últimas veces que había venido a sus fiestas había terminado arrastrándome por el suelo. Literalmente.
—Además— añadió—, tu primo paga lo suyo, así que yo te perdono tu parte. Con lo que él paga es suficiente.
—Ah.
Me quedé en silencio pensando en si Donna pagaría algo. Lo dudaba.
—¿Vas de medusa, no?
Asentí y me fijé en su disfraz también.
Iba de Poseidón, sin duda. Iba con el torso al descubierto, unos pantalones azules, unos hilos dorados que se había colgado desde la cintura, un collar de perlas y un tridente.
—Pues me ha parecido ver antes a alguien que iba de Perseo.
Perseo, el asesino de Medusa. El que le cortó la cabeza por orden de Atenea.
—No me mires así de sorprendida, ya sé que no parezco muy culto pero lo soy. Además, a las mujeres les gusta mucho eso de los dioses griegos, ¿no?
Solté una carcajada.
—O sea que te buscaste en Google algo de mitología para cautivar a las mujeres, eh.
—Contigo no parece haber funcionado así que de poco me ha servido.
Le sonreí y me rasqué la nuca algo incómoda.
—¿Te paso una cerveza?
—No. Prefiero algo más... fuerte. —Se acercó a la nevera y sacó una botella de whisky.
—¿Whiksy? Pensaba que el único que bebía whisky en las fiestas era Damon Salvatore.
—No sé quién es ese tío, pero parece buen tipo. Gracias por comprarme con él. —Levantó la botella como si brindase y bebió un trago largo de ella. —¿Quieres?
Negué con la cabeza y le di un sorbo a mi cerveza.
—¿Has visto a mi primo entonces?
—Mhm.
—¿Dónde?
—En mi casa.
Apreté los labios y aguanté las ganas de poner los ojos en blanco.
—¿En qué parte?
—No me acuerdo.
—Vale, bueno, voy a buscarle.
No hube dado ni dos pasos cuando me interrumpió.
—¿Ya te vas?
Asentí.
—Al menos prométeme que bailarás luego conmigo.
Sin ganas de rechistar, le mentí contestando: —Te lo prometo.
Él volvió a brindar en mi dirección y bebió más de la mitad de la botella.
Le dejé solo y fui a buscar a mi primo, por no estar sola. Aunque, muy seguramente, mi primo estaría con veinte chicos del equipo de natación, que serían mucha peor compañía que Guille, pero bueno.
Suponía que Donna seguiría hablando con esos amigos o estaría ya con un nuevo ligue.
—¡Medusa!
Fruncí el ceño.
¿Me llamaban a mí?
Nah, no creo.
No me giré y busqué a mi primo por el salón/pista de baile, pero no había ni rastro de él, ni de Ícaro, ni Ulises, ni ninguno del equipo de natación. ¿Cómo era posible? Eran lo menos veinticinco chicos y no había visto a ninguno.
—¡MEDUSA!
La madre que me parió, qué susto.
Esta vez si miré por encima del hombro.
Ahí estaba. Perseo. Con una lanza decorada con hojas de adamantina, símbolos del semidiós, en la mano derecha; un escudo con un dibujo de la cabeza de Medusa; un casco alado sobre la cabeza y una armadura dorada que le cubría el torso.
Se acercó a la esquina de la habitación, donde le esperaba yo.
—Podrías haberte vestido de Ulises.
—No, no soy tan aburrido como para hacer como mi hermano, que se ha disfrazado de Ícaro.
—¿En serio?
—Sí. Es todo un ególatra.
—Pues yo habría preferido que no te disfrazases de mi asesino y que fueses de Ulises.
—Te doy mi palabra de que no te mataré, pero tendrás que estar huyendo de mí toda la noche, eso sí. No pienso estar con mi hermano, así que me quedaré contigo todo el tiempo que me dejes.
—Jamás me atrevería a pedirte que te vayas, Perseo.
Le sonreí coqueta.
Podría echarle la culpa al alcohol, pero ni había bebido mucho, ni había pasado suficiente tiempo como para que me hiciera efecto.
Doblé el brazo para que el me cogiese de él y no dudó ni un segundo en tomarme de él.
—Estaba buscando a mi primo, ¿sabes dónde está?
—Fuera, en la piscina.
Sí, Guille tenía una piscina en una casa de playa. En una casa que estaba literalmente a siete pasos contados del mar. Cosas de ricos, supongo.
Ulises no tenía cara de que le sorprendiese, así que deduje que era porque él también era millonario y le parecía de lo más normal.
Cosas de ricos.
Él había dicho que no quería estar con su hermano, así que decidí no ir con mi primo.
—¿Vamos a por unas cervezas?
Ulises asintió con una sonrisa y, esta vez, fue él quién me guio a través de la multitud.
Apenas habíamos cruzado el umbral de la puerta cuando una voz aguda y chillona me taladró los tímpanos.
Esa voz... La reconocí al instante.
Camila.
—¡Qué ganas tenía de volver a verte desde que oí que volvías a Lastres una temporada! ¿De verdad que no te acuerdas de mí, Ícaro? ¡Fuimos juntos a la infantil!
Entonces divisé al rubio de pelo más rizado que el oleaje del mar en un día tormentoso. Estaba apoyado sobre la encimera, bebiendo de un vaso con gesto distraído.
Y aunque Ícaro no fuese disfrazado de un dios griego, perfectamente podría ser confundido con uno.
Se había colgado de los hombros unas alas grandes y marrones, de plumas tan sedosas y largas que parecían reales. La mitad de su ala derecha no tenía de esas plumas, sino que estaba hecha de huesos blancos, de plástico. Las plumas que se le habían quemado a Ícaro a acercarse tanto al Sol.
En la parte de arriba no llevaba nada más, dejando ver sus ligeramente trabajados abdominales. No eran exagerados, no de ir al gimnasio, sino de la natación. De cintura para abajo llevaba unos vaqueros negros.
Era un disfraz simple, pero fue mi preferido de todos los que vi esa noche. Además, llevaba el pelo despeinado, como nunca se lo había visto.
Me di cuenta entonces de que era por pasarse las manos por el pelo, como estaba haciendo cuando entramos a la cocina.
Mi primo estaba a su lado, hurgando en la nevera, y mirando a Camila con una mueca de fastidio.
Héctor sentía incluso más repelús hacia ella que yo, ya fuera porque Camila le había pedido salir una vez y, al rechazarla, se había vengado tirándose a, prácticamente, todo el equipo de natación pensando que le jodería (no fue así), o por lo que me había hecho a mí. O por las dos.
—Hace muchos años de eso, es imposible que me acuerde de alguien de aquella época. —Le contestó él con la mirada esquiva. Era demasiado evidente que él no quería estar manteniendo una conversación con ella, pero Camila tenía el ego tan hinchado que pensaría que estaba intimidado por su divina presencia o alguna chorrada así.
Mi primo intervino girándose: —Pero sí te acordabas de Nusa y de mí, gracias a los cielos. Si no tendría que partirte la cara. —Héctor sabía lo mucho que le molestaba a Camila la ínfima mención de mi nombre, por eso le había dicho aquello. Justo antes de que Ulises les saludase, o se escurriese de la cocina, mi primo nos vio. —¡Eeeh, ahí estáis! Hemos entrado a buscaros y nos hemos encontrado a esta preciosura.
—¡Héctor! —Chilló ella fingiendo estar avergonzada. —¡A este paso me voy a poner roja!
—¡Oh, no lo hagas! Me refería a esta preciosura. —Levantó una botella de vodka con la mano y le dio un trago tan largo que me quedé asustada.
Me giré hacia Ícaro para ver cómo sus ojos me escaneaban de arriba a abajo lentamente. Y varias veces. Después sacudió la cabeza sin percatarse de le había visto y miró a su hermano.
—Iba a preguntarte por qué tardabas tanto en traernos las bebidas pero ya veo quién te ha entretenido. —Héctor seguía pendiente de su botella y Camila ahora me miraba de arriba abajo, solo que, a diferencia de Ícaro, ella ponía cara de asco, así que fui la única que detectó cierto enfado en el tono de Ícaro.
Nah, debía de habérmelo imaginado.
—Tú también parecías entretenido con esta encantadora chica. —Ulises le regaló una sonrisa a Camila que ella no dudó en devolverle.
—Nada más y nada menos que la hermana perdida de Daniela. —Le sonrió sin rastro de diversión en la mirada.
Uy, Daniela. Ya casi había conseguido olvidarme de aquella chica. La mejor amiga de Ulises.
Este resopló y me vi obligada a intervenir antes de que se siguiesen peleando: —¡Bueno, que nosotros hemos venido a por algo de beber! —Me acerqué rápida a mi primo. —Trae eso.
Le quité la botella y le di un sorbo.
—¡Eh, que es mía!
Mientras le daba otro trago miré a Héctor.
—¿De qué se supone que vas disfrazado?
Me arrancó la botella cuando ya apenas quedaba un culín y se la terminó.
—Pues de dios griego.
—Noo, ¿en serio? —Hablé con sarcasmo. —Como si no supiera que esa fuese la temática de la fiesta.
—¿Pa' qué preguntas entonces?
Me giré hacia Ícaro con una ceja levantada, pero este estaba pendiente de su hermano, que fue quién me resolvió la duda.
—Ha bebido antes de venir.
—Ya veo, y luego la alcohólica soy yo. —Me di cuenta, muy a mi pesar, de que Camila tenía toda su atención sobre los hermanos Rojas, que la ignoraban. —Eh. —La llamé. Ella supo que me dirigía a ella y me miró por encima del hombro mientras yo estaba sujetando a mi primo por la cintura para que no se desplomase sobre el suelo. —¿Todavía sigues aquí?
Ella alzó una ceja y asintió con una mueca despectiva.
—¿Por qué? —No quería que ni Ícaro ni Ulises pensasen que era una borde, pero Camila, el pedo que llevaba mi primo, y el humor de perros que tenían los hermanos en aquel momento, me había arruinado la noche.
Camila se fue contoneando las caderas de madera exagerada, no sin antes mirarme de arriba abajo con asco otra vez.
Los hermanos ni se inmutaron, siguieron intercambiando miradas.
—¿Es que ninguno piensa ayudarme?
Ambos giraron la cabeza hacia mí rápidamente y les miré mal.
Mi primo ya ni pronunciaba palabra y yo cargaba con casi todo su peso.
Justo entonces, mi primo apoyó su cabeza en el hueco de mi cuello y se dejó caer sobre mí.
Yo no podía con esos ochenta o noventa kilos, qué sabía yo, de puro músculo, así que me tropecé. Y me habría caído de no ser porque ambos se acercaron veloces, Ulises cogió a mi primo y a mí me sujetó Ícaro por la cintura.
Cuando hube recuperado él equilibrio me giré hacia los tres.
—Me voy con Donna. No pienso estar aguantando vuestras peleas de niños de siete años, ni que os hayáis emborrachado ya a las once de la noche.
Y, escuchando cómo algunode ellos, o varios, me llamaban, me marché a buscar a mi mejor amiga.
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