XI. DISCULPAS
Acababa de bajar las escaleras de la casa de Ícaro.
Estaba hambrienta.
Sentía una ligera molestia en la cabeza, pero no era nada comparada con lo de ayer. Además, que me rugiera el estómago constantemente hacía que me olvidara de la cabeza.
Pasé por el salón parándome unos segundos para ojear el cuadro <<INDOMABLE>> que suponía que había pintado Ícaro.
—¿Se quedará hoy también? —Escuché una voz femenina que venía desde la cocina, justo a donde me estaba dirigiendo.
—¿Habría algo de malo en ello? —Era la voz de Ícaro.
—No sé, no la conozco, sería incómodo que durmiera en casa.
—Una pena que sea mi casa y no la tuya, Daniela. —¿Ícaro siendo ligeramente cortante? Wow. Nah, me lo debía de haber imaginado.
Entré a la cocina con una pequeña sonrisa incómoda. Algo me decía que hablaban de mí.
Ulises fue el primero en darse cuenta de que había llegado. Me echó una fugaz mirada de arriba a abajo.
Sentí que me ardían las mejillas.
Al despertarme me había dado cuenta de que llevaba una camiseta que no era mía y que me quedaba por encima de las rodillas. Era como un vestido, pero seguía algo incómoda con el hecho de no llevar nada debajo, aparte de mis bragas, por supuesto. Y me incomodaba más aun no recordar si me había cambiado la ropa por mi cuenta.
—Buenos días, Nusa. —Saludó serio, mirando a la tal Daniela, como si quisiera advertirle de que no dijera nada que pudiera ofenderme.
—¿Una aspirina? —Preguntó Ícaro.
Negué con la cabeza.
—Puedo aguantar.
—¿Quieres desayunar?
—Si no os importa. —Ícaro sonrió dejando clara su respuesta. Por el rabillo del ojo vi que Daniela ponía una mueca de disgusto y que Ulises la miraba mal.
¿Y estos estaban liados? Porque eso había dado a entender Ícaro ayer. Bueno, que me daba igual.
—¿Café?
—Por favor. —Si no lo tomaba la cabeza me dolería aun más y no estaba en mis planes morirme de jaqueca.
Me acerqué a Ícaro, que estaba en la encimera, a unos metros de los otros dos, así que no escuchaba lo que Daniela decía de mí, pero lo intuía con las miraditas que me echaba.
Jesús, qué repelente.
Ícaro me acercó una taza y yo le sonreí agradecida.
—Por cierto, tu primo está viniendo.
Dejé la taza donde estaba, rozando mis labios, quieta.
No podía ser.
No ahora.
Miré a Ícaro con el ceño fruncido, y el despegó los ojos de mis labios, que seguramente los había mirado porque había posado la taza en ellos sin llegar a pegar ningún trago.
Volvió su atención a mis ojos con una disculpa en la mirada.
—Ese era el trato. Yo me encargaba de que llegases a casa sana y salva, y él venía comprobar cómo estabas cuando no estuvieras borracha.
—¿Por qué? —Pregunté enfurruñada.
—Porque te ibas a enfadar más con él al verlo si estabas borracha.
—¿Esto te lo dijo él?
Asintió.
—Pues no tiene ni idea. —Pegué un trago escuchando una risita por su parte. Le ignoré.
No quería ver al estúpido de mi primo.
—Es peor que un crío de siete años. —Me quejé más para mí que para él.
Ícaro se apoyó en la encimera con ambas manos y me miró ladeando la cabeza.
Pero este hombre cómo podía ser tan...
Jodidamente...
Guapo.
No, guapo no era la palabra.
Atractivo.
—Está avergonzado por lo que hizo y no tiene el valor de disculparse, por eso te ha estado evitando —habló sonriendo y no entendí por qué. Le dio un sorbo a su bebida, un zumo, creo, sin despegar sus ojos de mí.
—Pues eso, que parece mentira que tenga dieciocho años.
Miré mi café incapaz de mantener la mirada con sus penetrantes ojos.
—Culpas a tu primo por que le dé vergüenza disculparse, pero tú ni siquiera has sido capaz de mirarme más de tres veces desde lo de la playa.
Me quede quieta en el sitio más tensa de lo que había estado en mi vida.
Dios, no.
Si no estaba preparada para mantener una conversación con Héctor, menos lo estaba para mantener esta conversación con Ícaro.
Esperé unos segundos mientras me armaba de todo el valor que tenía en el cuerpo, que no era mucho, y hablé: —Tienes razón.
Hasta Ícaro se sorprendió, pero solo durante unos instantes.
—Como para no darme vergüenza. —Me rasqué la nuca. —Tú tampoco es que fueras muy expresivo después de eso. —No estaba segura de si decir eso haría menos incómoda la situación, así que añadí: —Pero creo que esto es completamente distinto a lo de mi primo.
>>Héctor fue un capullo, no debería haber hecho lo que hizo. Entiendo que le dé vergüenza disculparse, pero que se trague su orgullo y lo haga. Yo te besé sin querer, ni siquiera podría considerarse un beso. Si yo no te he hablado también es por vergüenza, pero yo no tenía que disculparme contigo. Bueno, igual sí, no lo sé. Fue sin querer.
—No, no tienes que disculparte. —Sonrió de lado. —Fue sin querer, sí, así que no hiciste nada malo. Salvo apartarme.
Abrí los ojos como platos y di un paso hacia atrás.
¿Estaba hablando en serio?
Le miré tratando de ver mofa en sus ojos, pero nada. Solo esa insoportable tranquilidad.
¿Era en serio?
Si lo era, ¿cómo es que podía decirlo tan calmado?
—¡Dioses, Ulises! ¿Qué te pasa hoy? —Exclamó Daniela. Por primera y única vez agradecí que estuviera presente. —¡Estás súper borde conmigo!
—¿Yo? ¿Soy yo el que está insoportable? —La miró mal, muy mal. —¿Sabes una cosa? De no ser porque mis padres me matarían, te echaría de esta casa ahora mismo —habló entre dientes cerrando el libro que estaba leyendo de golpe. Alcancé a leer el título: el Príncipe Cruel. Me habría sorprendido y le hubiera preguntado a Ulises sobre él de no estar en aquella situación.
Daniela se llevó la mano al pecho ofendida.
—¡Soy tu mejor amiga! ¿¡Cómo puedes decirme eso!? —Chilló con una voz aguda.
Qué insoportable. Aunque agradecía la interrupción a mi conversación con Ícaro. Se me había agotado la valentía y no sería capaz de decirle algo coherente.
Me masajeé las sienes con las yemas de los dedos.
Ícaro ahora miraba el espectáculo como si fuese algo normal, algo que pasase todos los días.
Bueno, pero ¿entonces Ulises y Daniela eran mejores amigos?
¿No estaban liados?
Bueno.
Entonces Daniela se giró hacia mí con una mirada amenazante.
Casi pegué un saltito. Intimidaba incluso más que Donna, cosa que hasta entonces creía imposible.
¿Cómo es que se le marcaba tanto esa vena de la frente? Iba a reventarle en cualquier momento.
Me miró despectiva una última vez y volvió su atención a Ulises.
—¿No será por esta?
Ulises se levantó del taburete.
—Se acabó. Fuera de aquí —rugió furioso. —No la conoces de nada, no entiendo por qué la metes en esto.
—¡Ha dormido en tu cama! ¿Te la estás tirando?
Me coloreé como si fuera un tomate.
¡Esa chica estaba pirada! ¡Como una cabra!
—Daniela, será mejor que te marches, estás ofendiendo a nuestra invitada. —Intervino Ícaro.
¿Pero en qué momento había terminado yo durmiendo en casa de los Rojas y, para colmo, siendo acusada de tirarme a uno de ellos?
Daniela le miró y relajó su expresión un poco.
—Ah. O sea que el que se la tira eres tú.
Genial.
A uno de ellos no, a los dos.
—¡Vete de una jodida vez! —Insistió Ulises.
Esto ya era surrealista.
Iba a hablar, para defenderme, pero Daniela ya se había levantado, con una mejor cara, y se estaba marchando.
Ulises también se dirigía hacia la puerta. Su expresión reflejaba sus esfuerzos por mantener la calma.
Al pasar por nuestro lado, sin llegar a pararse, habló, mirándome de reojo: —Ni caso.
—Lo siento. No sabes cómo me arrepiento de haber hecho las cosas como las hice. —Apretó los labios. —No me arrepiento de gritarle por emborracharte, claro está, pero sí de hacerlo delante de tanta gente. No creo que se acuerden, con el pedo que llevaban todos encima, si te sirve de consuelo.
Le miré mal.
—Héctor. Tengo dieciocho años. —Hablé despacio. —Soy una mujer adulta. Y tú. —Pausa. Había que darle más énfasis a mis palabras, eh. —Tú no eres mi padre. No necesito a alguien que se ponga a dar gritos como loco porque crea que soy incapaz de defenderme a mí misma.
Héctor bajó la mirada al suelo.
No era arrepentimiento, no.
No creía que tuviera la razón.
Él realmente se creía que necesitaba que me protegiera.
A pesar de que seguía teniendo los músculos tensos por la indignación y el enfado, le posé mi mano en el hombro.
—Algún día verás que no necesito que me protejas. —Le sonreí y me levanté del banco.
Héctor, confuso, se levantó también con torpeza.
—¿Entonces sigues enfadada?
¿Seguía enfadada?
No.
Algo decepcionada... quizás.
Pero no podía estar toda la vida evitándole, además, quién sabe cuánto tiempo se tomaría para volver a pedirme perdón. Otro motivo era que no tenía muchos amigos (vale, solo dos), y estar enfadada toda la vida con ellos como si tuviera siete años no podía ser lo contrario a malo.
—No.
—Vale. ¿Entonces vas a contarme qué pasó ayer?
¿Era una manera indirecta de preguntar si Guille me había vuelto a emborrachar?
—Ayer me emborraché yo porque quise. Guille no tuvo nada que ver, es más, esa noche solo le vi cuando vino a buscarme. —Comprendí tarde que decir eso solo terminaría en un interrogatorio. Incluso Ícaro, que estaba a unos metros sentado en las escaleras fingiendo que no escuchaba, se giró hacia mí con el ceño fruncido.
—¿Cómo que fue a buscarte? —Preguntó mi primo.
Le miré seria.
—¡No ha pasado ni un segundo y ya estás otra vez! —Me pasé la mano por el pelo. —Que no eres mi padre, cansino.
Héctor levantó las manos dándose por vencido.
—Está bien, está bien. Lo siento.
Me senté en el otro sofá, alejada de mi primo.
—Donna le dijo que fuera a buscarme porque ella no podía salir. —Quise aclarar, porque si no lo hacía, probablemente mi primo iría a hablar con Guille, y eso no era algo que me apeteciera.
—Ah, vale. —Contestó no muy seguro de mis palabras.
Me aguanté una mirada de asco. Ícaro estaba presente y su presencia me incomodaba más por momentos.
Volví a pasarme la mano por el pelo.
—¿Me podéis llevar ya a casa? No estoy de humor para aguantaros a ninguno de los dos.
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