X. TÚ OTRA VEZ
En mi cabeza apareció la silueta de una mujer. Una silueta formada por trazos azules, azules claros y oscuros, y por algún reflejo blanco. Sobre ella, una nube, una nube con forma de barco, y un barco con forma de nube. Blanco y marrón. Marrón y gris.
Me froté los ojos con fuerza tratando de aclarar mis adormilados ojos.
<<¿Dónde estoy?>>.
Frente a mí, una casa de playa, de madera de roble y con el tejado en punta. Bajo mis pies, el áspero tacto de la arena. También me acompañaba el suave rugido del viento, seguido del pausado chocar de las olas con la orilla.
Tenía frío, mucho frío. Y unas inmensas ganas de tumbarme sobre mi cama. Lo segundo tenía remedio, y se ve que ya lo había hecho: estaba tumbada sobre la arena.
Me abracé con mis propios brazos y el peso de mis párpados se fue haciendo cada vez más imposible de combatir.
Abrí los ojos confusa.
—Pero, ¿qué cojones? —Me levanté de la arena sacudiéndola de mi ropa.
Sentí un pinchazo en la cabeza.
Resaca.
Tenía resaca.
Y estaba delante de la casa de Guille.
<<¿Cómo he llegado aquí?>>
Miré la hora en mi reloj. Las cuatro de la mañana.
Joder.
A mi alrededor no había nadie plenamente consciente. Unos tirados por el suelo, como lo había estado yo segundos atrás; otros fumando alguna mierda; otros que habían empezado a irse; y otros que lo último que tenían en mente era marcharse, porque le seguían dando a la botella.
Busqué el bolso, si es que lo había traído porque ni siquiera me acordaba de eso, pero fue en vano. No tenía ni mi teléfono, ni mis llaves, ni nada.
—Puta mierda, Nusa.
Caminé encorvada dentro de la casa, no podía soportar los pinchazos que me daban en la cabeza. Tampoco es que encogerme pudiera serme de ayuda, pero bueno.
En la cocina había un grupo de chavales desayunando. Me acerqué por curiosidad para ver que comían. El olor a comida había hecho que me rugiera el estómago. Al ver que eran croquetas caminé en otra dirección. Genial, ahora tenía la tripa revuelta.
—¿Quién tiene estómago para eso después de pasar horas bebiendo? —Resoplé bajito.
Esta vez, me dirigí hacia una de las habitaciones en la que oía risas. Muchas risas.
Giré el pomo de la puerta y me recibieron unos cuantos chillidos.
—¡Nusa! ¡Estás aquí! —Cerré los ojos con fuerza por el estridente sonido.
Dios, mi cabeza.
—¡Únete a la partida!
Miré al pelirrojo y fui bajando la mirada hasta su mano. Sujetaba una pelota de ping-pong, pero no era eso a lo que estaban jugando precisamente. Estaban jugando al birra-pong.
Maravilloso.
Si las agujetas se quitan haciendo más deporte, la resaca se quitará bebiendo más alcohol ¿no?
Ni de coña.
Me giré dispuesta a irme de esa habitación ocupada por seis mastodontes que no paraban de beber, pero la voz de Guille hizo que frenara en seco.
—¡Eh, Nusa! ¡Vamos!
Le miré negando con la cabeza.
—¿Me prestas tú teléfono? —Chillé para que pudiera oírme.
—¡Solo si echas una ronda!
Abrí la puerta y la cerré rápidamente.
Iba a tener que ir sola, algo borracha todavía, andando hasta mi casa para quedarme sentada en el porche y dormir ahí, que era mejor que mi madre me viera en ese estado.
—Espera un segundo. —Me llamó Guille.
No dejé de caminar, sino que aceleré el paso hasta que ya hube salido de la casa de sus abuelos.
—Espeeeraa. —Me agarró del brazo y me tensé. —Aquí tienes. Mi teléfono.
Lo cogí dudosa.
—Gracias.
No quise llamar a mi primo.
Marqué el teléfono de Donna, la única opción viable de los pocos números que me sabía de memoria.
Nada, no contestaba.
Probé otra vez.
Tampoco.
Pensaba tirarla de los pelos cuando la viera.
Guille no parecía impaciente, sino que se entretenía mirando mi pelo con el ceño fruncido. Le ignoré y volví a llamar a Donna.
Nada.
Solo me quedaba una opción, que aunque fuese una jodida mierda, era indudablemente mejor que llamar al sinvergüenza que tenía como primo.
Le pegué una manotazo a Guille en la mano, que la estaba acercando a mi pelo.
<<¿Pero a este que le pasa?>>
—Tienes un pelo muy bo...
Le interrumpí.
—¿Tienes el teléfono de Ícaro?
—Sí. Búscale en mi agenda.
Escribí <<Ícaro>> pero no apareció nadie.
—No me sale.
Guille parpadeó lentamente antes de responder.
—Prueba con <<rubiales mazado>>.
Reprimí una carcajada y lo busqué.
Acerqué el móvil a mi oreja.
—¿<<Rubiales mazado>>? —Le pregunté a Guille.
—No puedes negarlo.
Sonreí sin contenerme y antes siquiera de procesarlo ya había dicho: —Cierto, no puedo.
—¿Nusa? ¿Eres tú?
Santísima mierda. Seguramente me habría oído.
Unas horas antes.
Hoy era día 1 de julio. Junio se me había hecho eterno. Con todo el estrés de selectividad, el no saber todavía que quería estudiar, con mi madre presionándome constantemente, con la marcha de Basil...
Sí, junio había sido un mes de mierda. Y julio amenazaba con ser igual, puede que incluso peor.
Habían pasado ya dos días desde la última vez que había visto a Donna, tres desde que había visto al estúpido de mi primo.
Estúpido Héctor.
Ni una llamada, ni un mensaje. Joder, ni siquiera había mandado a Donna de mediadora, o puede que lo hubiera intentado, pero ella estaba ocupada cubriendo a sus padres en el trabajo. Se habían ido a una escapada romántica unos días. Eran como adolescentes. Cuando iba a casa de mi mejor amiga se notaba que seguía habiendo una chispa muy viva entre ellos. Qué coño, un fuego.
Por eso, cada vez que quedábamos en casa de Donna, procuraba esperarla en el porche en vez de entrar, para no verla haciendo arcadas y para no sentir esa envidia que me invadía.
Sí, era ridículo, pero lo poco que recuerdo de mi padre es que se pasaba el día peleado con mi madre, la mayoría de las veces por culpa de ella. Jamás había visto cómo se daban un beso, ni siquiera un pico, y si lo había visto había sido tan ínfima muestra de cariño que ni la recordaba. Dudaba que jamás hubiese habido entre ellos ni siquiera una pequeña chispa. Es más, a veces creía que si se habían casado era porque mi madre se quedó embarazada de mí, y muchas otras pensaba, egoístamente, que mi madre se alegraba de que mi padre ya no estuviera con nosotras.
Me pase una mano por el pelo interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.
Agarré el teléfono para enviarle un mensaje a Donna.
Nusa: Hoy también trabajas?
Tardó menos de dos minutos en responder.
Donna: Tristemente sí
Vaya mierda. No quería estar encerrada en casa otro día.
Donna: Pero puedes ir sola a la fiesta de Guille
Nusa: Sola ni de coña. No pinto nada ahí sin ti
Donna: Awww
Fruncí los labios.
Donna: Tranqui, voy a obligarte a ir
Nusa: No, no voy a ir sola, y menos con Héctor
Donna: Ni siquiera con el buenorro de Ícaro??
No contesté.
Donna: O prefieres a su hermano?
Si la tuviera delante la asesinaría con la mirada, pero me tuve que conformar con mirar mal a mi teléfono.
Donna: No te enfades, Nusi-pussy
Nusa: CERDA!!!
Donna: Bua, tremendo mote que se me acaba de ocurrir. Es buenísimo, no lo niegues
Nusa: Pienso matarte cuando te vea
Donna: No lo dudo
Hice el amago de dejar el móvil en mi mesilla de noche, pero la pantalla volvió a iluminarse medio minuto después.
Donna: Ya me he encargado personalmente de que vayas a pasártelo bien esta noche. Pero, con cuidado, eh
Pasé de responder.
No pensaba ir a la fiesta sin ella. ¿Sola? ¿Qué coño iba a hacer sola?
Entonces de sonó otro notificación.
Desconocido: Nusa soy Guille
Puta mierda.
Desconocido: Donna me ha dado tu dirección, estoy yendo a buscarte. Prepárate.
Hay que joderse. Ya estaba viniendo y no podía decirle que diera media vuelta.
De todas formas, ¿por qué se tomaba la molesta Guille de venir a por una casi desconocida?
Le escribí un <<ok>> y le dejé un último mensaje a Donna.
Nusa: Sí, voy a matarte
Fui a mi armario de mala gana, pero me esforcé por coger un conjunto al que Donna llamaría <<atrevido>>: una falda vaquera negra de tiro bajo que me llegaba casi dos palmos por debajo del culo, algo corta para mi gusto, y un top tipo corsé verde con estampado de flores, que resaltaba mis pequeños pechos.
Me puse unas sandalias negras con plataforma y me sujete el pelo con una pinza, sacándome dos mechones ondulados por delante.
Ya estaba bajando las escaleras de dos en dos cuando llamaron al timbre de mi casa.
Salí dejándole una nota a mi madre en la encimera de la cocina.
He salido con Donna.
Voy a dormir en su casa.
Dudaba que se lo creyera, pero en aquel momento me importaba bien poco.
Estaba muy nerviosa.
Actualidad.
—¿Nusa? ¿Eres tú?
Iba a responder pero me interrumpió.
—¿Va todo bien? ¿Qué es ese jaleo que se escucha de fondo? ¿Dónde estás? —Preguntó precipitadamente.
—Estoy en casa de Guille. —Hablé despacio tratando de ignorar los pinchazos de mi cabeza. ¿Pero cuánto había bebido? —Bueno, en la de sus abuelos.
—¿Estás sola? ¿Has bebido?
—Estoy con Guille, y ya sabes que sí he bebido. —Solté una risita incómoda que no habría emitido de haber estado plenamente consciente.
—Vale, voy a buscarte. No te muevas.
Joder, no había hecho falta ni pedírselo.
Tan caballeroso...
Mi cabeza no pudo evitar compararle con una mezcla entre Bingley y Darcy. Era amable, sociable, muy agradable, pero poseía esa serenidad y ese instinto protector.
Se me colorearon las mejillas y giré la cabeza hacia un lado como si eso pudiera hacer que Guille no se diera cuenta. Sin embargo, él se había entretenido mirando las olas del mar que había a mis espaldas.
—¿Ícaro?
—¿Sí? —Preguntó suave.
Me temblaron las piernas por un momento.
—No le digas nada de esto a mi primo. —No le había visto por la fiesta en ningún momento así que puede que estuviera con él y que hubieran decidido no venir a la fiesta de hoy.
—Tarde, está a mi lado y ha escuchado todo.
Cerré los ojos con fuerza.
—Que no venga, por favor. —Farfullé como una niña de diez años.
—No creo que pueda evitarlo, Nusa.
Un escalofrío me recorrió la columna vertebral al escucharlo decir mi nombre.
—Voy a matar a Guille. —Le escuché hablar a Guille.
—¿Sabes qué? Déjalo, le diré a cualquier otra persona que me lleve a casa. —Y colgué.
No quería pagarlo con Ícaro, pero si ya tenía pocas ganas de que me viniera él a buscar, si le acompañaba mi primo, prefería ir andando y descalza.
Fruncí el ceño.
¿Y mis sandalias? ¿Qué cojones había hecho con ellas?
Mierda. No podía ir descalza por ahí, me clavaría muchos cristales y muchas cosas más.
La pantallas se encendió otra vez.
<<Rubiales mazado>>.
—¿Qué? —Respondí más cortante de lo que pretendía.
—He convencido a tu primo de que no me acompañe. Voy a dejarlo en su casa y en quince minutos estoy ahí, ¿vale?
—¿Cómo...?
—Eso da igual.
—No cuelgues, espera.
—¿Qué pasa? —Cuestionó con su estúpida e inquebrantable tranquilidad. Era tan irritante...
—No puedo ir a mi casa.
Se quedó en silencio.
—¿Quieres que te lleve a la de Donna? ¿O prefieres a la mía? —No se me escapó el detalle de que no me ofreció llevarme a la de mi primo. Sabía que me negaría.
Tan estúpidamente atento...
—Me es igual.
—A la mía entonces. —Y colgó.
Quince minutos después, justo como él había dicho, apareció delante de la casa de Guille.
Llevaba las manos en los bolsillos de los vaqueros y camina despreocupado, pero, a la vez, a paso rápido, y tenía el ceño fruncido. Era la primera vez que lo veía tanto tiempo con una expresión distinta de su mítica calma.
Su gesto se relajó cuando me vio apoyada en la pared de la casa.
Guille se había quedado conmigo esperando porque <<no quería dejarme sola>>, pero estaba dormido en suelo del porche. No le culpaba, yo también había estado a punto de dejarme caer en la madera, pero al ver a Ícaro, con unos vaqueros negros, una camisa blanca con los primeros botones desabrochados y el pelo alborotado, lo último que se me había pasado por la cabeza era dormir.
Upsi.
Se acercó dando grandes zancadas y noté que me empezaba a arder la cara.
Le dedicó una mala mirada a Guille aunque este no pudiera verle y después centró su atención en mí.
—¿Estás bien? ¿Tienes frío?
—No, tengo calor.
Se acercó y posó su manos en mi mejilla volviendo a fruncir el ceño.
—Ya lo veo, estás ardiendo.
Puse una mueca esquivando su mirada.
Mis mejillas ardieron incluso más.
Quitó su mano de mi cara y me cogió por la muñeca con delicadeza.
—Vámonos. —Me arrastró dirigiéndose al camino secreto y le eché una mirada por encima del hombro a Guille.
—Auch. —Pegué un saltito mirando mal a una piedra que había en la arena y que me había pinchado en el pie.
Ícaro pareció darse cuenta entonces de que no lleva ningún calzado. Me miró extrañado pero prefirió no preguntar. Tampoco habría sabido qué responder.
Se limitó a cogerme como si fuera un bebé y yo apoyé la cabeza en su cálido pecho, durmiéndome con el acelerado e irregular ritmo de su corazón.
Me incorporé de golpe quedando sentada en mi cama. No, no era mi cama.
Me di de frente con Ícaro, que me estaba tapando con un edredón.
Abrió los ojos sorprendido y soltó una risita.
—Tranquila, te he traído a mi casa.
Me froté la frente adolorida. Él ni se había inmutado por el golpe que le había dado.
—Mis padres no están, así que cuando te levantes no te preocupes que no va a haber nadie interrogándote.
—¿Y Ulises? —Se me escapó.
Ícaro dejó de sonreír y me miró fijamente.
—A mí no me importa que duermas en mi habitación —habló otra voz desde la puerta de la habitación.
Entonces de mi cuenta de que estaba en el cuarto de Ulises.
—Él dormirá en la habitación de invitados. —Aclaró Ícaro.
—No, este es su cuarto. Lo suyo es que vaya yo a la de invitados.
Vi a Ulises negar con la cabeza.
—Necesitas dormir y la cama de invitados es como una piedra.
—Otro motivo más por el que deberías dormir en tu cuarto.
No quería ser ninguna molestia.
—No te preocupes por él, si tampoco es que fuera a dormir mucho. —Miró de reojo a su hermano, que le devolvió una mirada fulminante.
Fruncí el ceño.
—¿No tienes que volver con Daniela? Estará impaciente. —Continuó Ícaro.
Abrí los ojos con sorpresa sin poder evitarlo.
Vaya, esa no me la esperaba.
Ulises le miró peor que antes y después me miró a mí serio.
—No es...
—Es igual. —Le interrumpí. No me debía ninguna explicación. Nos conocíamos solo de una tarde. —Voy a intentar dormirme ya, muchas gracias por dejar que me quede aquí. —Finalicé mirando a ambos y me acurruqué mejor tapándome hasta la nariz con las sábanas.
Ícaro miró mi acción con ternura, pero Ulises miraba a su hermano enfadado, y se fue sin decir nada.
—Buenas noches, Nusa. —Por un momento me pareció que iba a acercárseme a darme un beso, pero se volvió hacia la puerta rápidamente y la cerró tras regalarme una sonrisa.
No se si iba a conciliar el sueño esa noche, por muy agotada que estuviera.
Ulises.
La nota de Ulises.
Ulises y Daniela.
¿Daniela?
Y luego... Ícaro.
Ícaro, que había convencido a mi primo de que no le acompañase porque yo se lo había pedido; que había venido a buscarme a las tantas de la madrugada; que me había arropado; y que me había dejado dormir en su casa sin protestar, incluso sin que tuviera que pedírselo.
Se comportaba como si fuésemos amigos de toda la vida. Y puede que lo fuésemos para él, que sí se acordaba de nuestra amistad de hace años.
Conseguí dormirme y soñé con el recuerdo de un niño de cabellos rubios, casi platinos, y de una bonita sonrisa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro