IX. LOS HERMANOS ROJAS
La adolescencia es una guerra. Nadie sale ileso.
—Harlan Coben
Acababan de llamar al timbre de mi casa. No tenía ni la menor idea de quién podría ser: mi madre salía de trabajar en cuatro horas; mi tío entraba con sus propias llaves; y el capullo de mi primo estaría babeando la almohada.
Sí, el <<capullo>> de mi primo.
Ayer no se disculpó. ¿Pero qué tenía? ¿¡Siete años?!
Miré por la pantallita que mostraba lo que veía la cámara de la verja.
¿Donna? ¿Qué hacía aquí tan temprano?
Le abrí la verja pulsando un botón.
Menos de medio minuto después ya la tenía delante dando gritos.
—¡Hola, Nusa! —Bajó la voz y me miró algo preocupada. —Tu primo me lo ha contado todo. —Se rascó la nuca. —No me acordaba de nada, la verdad. ¿Por qué no me habías dicho nada?
Me encogí de hombros y me di la vuelta caminando hacia la cocina. Necesitaba una buena dosis de cafeína antes de tener esta conversación.
—No estoy segura de querer escuchar la versión de mi primo. Seguro que le deja a él como la víctima.
Donna se acercó a la nevera para sacar un brick de zumo de piña y luego se sentó en uno de los taburetes.
—Los zumos de piña dan asco.
Le dediqué una mala mirada mientras vertía la leche sobre un vaso de cristal.
No repliqué, no tenía ganas de explicarle lo estúpida que era por no apreciar el delicioso sabor de mis zumos favoritos, y los únicos que bebía, en verdad.
—Conoces a Héctor, sabes que... —empezó pero la interrumpí levantando la mano, un gesto para pedir que no siguiera hablando.
—Déjalo ahí. Si tiene que mandarte a ti porque él es incapaz de solucionar sus problemas, no tengo nada que decir. —Pegué un buen sorbo de mi café frío. Cerré los ojos concentrándome en su fuerte sabor agrio. No le echaba azúcar nunca, me parecía que estaba asqueroso al hacerlo.
—No me ha mandado.
—Sí, ya. —Pegué otro trago. —Aunque no te lo haya pedido directamente, te lo habrá contado con la intención que te compadecieras de él e interfirieras.
A veces tenía la impresión de que mi mejor amiga apreciaba más a mi primo que a mí, y que mi primo apreciaba más a mi mejor amiga que a su propia prima. No me sorprendería, pero sí me disgustaría, enterarme de que tienen algo más que una amistad. No es normal que se pasen el rato peleándose y, poco después, parezcan uña y carne.
—Bien, pues si no quieres hablar de eso ahora, cambiaré de tema. —Levantó la mano señalándome con el dedo. —Pero no pienses que no volveré a sacarlo en un rato.
Me senté en un taburete en frente de ella.
—Tranquila, no lo pensaba. —Resoplé.
—Entonces hablemos de Ulises, eeehh... —Levantó las cejas y las bajó numerosas veces.
—Ulises —repetí. —¿Qué pasa con él? ¿Está bien?
—A ver, pues no lo decía por si estaba bien, pero, vamos, que estarlo no creo lo esté del todo —habló trabándose numerosas veces. —Pero no me refería a eso.
—¿Cómo que no está bien? ¿A qué te refieres?
Nusa se pasó la mano por el pelo algo extrañada por la pregunta.
—¿No te lo ha contado? —Hizo una pausa. —Bueno, no me extraña. Dudo que sea algo que cuente a personas a las que acaba de conocer. Sería un poco raro. —Soltó una carcajada sin gracia poniendo una mueca de incomodidad. —Me llamo Ulises, me diagnosticaron cáncer a la edad de seis años, y a día de hoy una recaída no suena poco probable después de las tres ya ocurridas. Encantado de conocerte, por cierto. —Mi corazón se saltó un latido y Nusa hundió en entrecejo aún más para después levantar los ojos hacia mí. —Sería raro de cojones, ¿no crees?
La miré fijamente con los labios fruncidos.
—¿Es verdad?
Asintió.
—Héctor me lo contó ayer. Le pregunté que por qué se habían ido de Lastres. Al ver el casoplón que tienen aquí, y el cariño que le tienen al pueblo... me parecía raro, y pensaba que sería por trabajo. Pero no, resulta que fue para ir a un hospital especializado en oncología. —Curvó los labios hacia abajo. —Dios, Nusa, es horrible. Llevan tratándolo toda su vida, y cada vez que lleva una temporada bien, justo cuando ya creen que se ha librado de esa puta pesadilla, tiene una recaída.
No dije nada.
No sabía qué decir.
Se me habían atascado las palabras.
—¿Cuán-cuánto tiempo lleva... —empecé—?
—¿Sin recaer?
Asentí.
—Casi un año y medio, me parece. Héctor dijo que era la temporada más larga que ha tenido sin recaer, pero después de haber vivido su vida encerrado en hospital está convencido de que... —se cortó.
De que recaería otra vez.
O de que no sobreviviría una cuarta.
—Por eso han venido al pueblo. Sus padres e Ícaro quieren que salga, que viva el verano como cualquier persona de nuestra edad, sin miedo.
Apoyé la cabeza sobre la palma de mi mano mirando el café.
De repente se me habían quitado las ganas de beberlo. O de beber y comer cualquier cosa.
—¿Has leído el Príncipe Cruel? —Le pregunté sin poder contener todo mi entusiasmo. Ulises había leído la mayoría de los libros que yo.
Me miró con una pequeña sonrisa.
—Sí, pero...
Le interrumpí.
—¿Pero qué? No me puedes decir que no es la mejor trilogía de fantasía que has leído. —Me estaba sorprendiendo incluso a mí misma mi facilidad de entablar conversación con Ulises, un desconocido. También podía ser porque prefería estar hablando con él, que ir con el trío que caminaba unos metros por delante de nosotros, en el que estaba Ícaro. A él sí que no podría decirle ni una palabra sin que me temblara la voz y todo el cuerpo.
—Bueno, a ver, está bastante bien, pero hay algunas mejores.
Me llevé una mano al pecho dolida.
—No puede ser. —Me encogí de hombros. —Bueno, me vale. Pero ¿qué libro te parece mejor?
—¿La verdad?
—La pura verdad. —Ulises y yo nos miramos con una sonrisa enorme. Ambos habíamos entendido la referencia y, al haberlo hecho, por supuesto, la sonrisa pasó a ser al instante una mueca de dolor.
—Antes de que me lo digas, no me puedo creer que hayas leído Romper el Círculo.
—¿Y por qué no? Con todo el bombo que la gente le estaba haciendo, tenía que leérmelo. Y no me disgustó. —Se encogió de hombros.
<<No le disgustó, pero tampoco le encantó.>>
Bueno, algo era algo.
—El Imperio Final.
—Mmm. Le tengo pendiente todavía.
—Entonces tienes que prometerme que será el próximo que leas.
Sonreí ligeramente mirando hacia delante para no chocarme con una señora que amenazaba con atropellarme con una carrito de la compra. La esquivé y volví la mirada hacia Ícaro. Estaba de espaldas, pero con la cabeza girada en nuestra dirección y los ojos entornados.
Volví mi atención a Ulises en cuanto me di cuenta.
—Prometido.
—Bueno, mejor cambiar a un tema menos deprimente. —Se rascó la nuca y forzó una sonrisa todavía triste por lo que me había contado. —Ayer te vi muy a gusto con él, eh. —Sonrió pícara.
No sabía cómo podía pasar a hablar de la enfermedad de Ulises, a hablar de <<lo mío con él>>, que así lo habría llamado ella, pero que en verdad no había nada más allá de una amistad muy reciente.
Se me revolvió el estómago.
—Ay, Donna. Me has quitado las ganas de hablar de eso ahora.
—¿De <<eso>>? O sea que hay algo —insistió.
No respondí, sino que fui hacia el fregadero para tirar el poco café que me quedaba.
—¿Qué no me estás contando, Nusa? Ayer también estabas rara, como si escondieras algo.
—Joder, Donna.
—¿No te habrás enrollado con el pequeño de los Rojas, verdad? —Volvió a levantar y bajar las cejas repetidas veces.
Le fulminé con la mirada.
¿Cómo podía preguntarme eso ahora? Seguí asimilando lo que me había contado.
Pero, claro, al no responder, Donna se había tomado mi silencio cono una afirmación a su pregunta.
—¡Ni siquiera lo niegas!
—Ya vale, Donna —le advertí.
—¡No me lo puedo creer! ¡Te enrollas con uno de los Rojas, que está buenísimo, y no se lo cuentas a tu mejor amiga! ¡Me siento traicionada!
—¡Joder! —Alcé la voz. —¡Porque no me he enrollado con el pequeño de los Rojas! —Me arrepentí al instante de decirle eso.
Cerré los ojos con fuerza.
Mierda.
Donna me miró con los ojos entrecerrados.
—No te has enrollado con el pequeño. —Afirmó cautelosa. Bufé nerviosa esquivando su mirada. —¿Eso quiere decir que con el mayor sí?
Esta vez mi silencio sí que era una evidente afirmación.
Mi mejor amiga se llevó la mano a la boca.
Le miré preocupada.
¿Cuánto tardaría en contárselo a mi primo? Sí, era mi mejor amiga, pero a veces congeniaba mejor con Héctor, cuando no estaban peleando, por supuesto.
—Donna. —La llamé alarmada. —Ni una palabra a mi primo. ¿Tienes idea de lo que le haría a Ícaro? Sabes que se comporta como mi padre. A saber qué le haría.
—Cierto. —Padeció compadecerse de mí. —Todavía me acuerdo de que le dijo a todos los chicos del instituto que no te pusieran una mano encima si no quisieran que se la cortara. Y la mano también. —Bromeó.
No me reí. No estaba tranquilla, y ella lo notó.
—Nusa, no pienso decir nada. —Me cogió de las manos. —Tu primo es un inútil, y tú eres mi mejor amiga. ¿Por qué iba a traicionarte a ti? ¿Y además por él? Nah. No, no, no. —Hizo una pausa. —También te digo, mi silencio vas a tener que comprarlo.
Me zafé de su agarre poniendo los ojos en blanco.
—A ver, dime —pedí exasperada.
—Detalles. —Levantó las manos en son de paz. —Solo quiero detalles. —Me guiño un ojo y tuve que largar todo para que no me petardeara el resto de la semana, o el resto del mes, o, más bien, el resto de mi vida.
Media hora después Donna seguía chillándome por no haberle contado nada y obligándome a repetírselo otras muchas veces porque no terminaba de creerme. Era un tanto ofensivo que no creyera que podía haberme liado con Ícaro pero bueno, teniendo en cuenta que ni siquiera me dijo nada después y que no hemos vuelto a hablar...
—No me mires así —empezó Donna. —No es que crea que tú e Ícaro no encajéis, es más, todo lo contrario. Lo que me sorprende es que te le abalanzaras, y encima sin una gota de alcohol en el cuerpo.
—Que no fue así, pesada.
—Ya, ya. Sí, no querías que os viera y os besasteis sin querer, pero aun así el simple hecho de que fueras capaz de hablar un rato con él me sorprende. —La miré mal. —Tía, que eres prácticamente incapaz de hablar con gente con la que no tienes confianza. Bueno, salvo la excepción de los profesores, que no pierdes una oportunidad para hacerles la pelota.
Cogí una almohada y se la tiré a la cara.
—¡Eso no es verdad!
Me miró alzando las cejas.
—Que no.
Bueno...
Dejé escapar una pequeña sonrisa y Donna se rio.
Me puse seria y hablé: —Voy a recoger la habitación, así que no me petardees mucho.
—Vaaale. —Frunció el ceño mirando mi cuarto. —Pero ¿se puede saber qué vas a recoger? Si tienes la habitación más ordenada que yo qué sé.
—No del todo. Me queda recoger la ropa de ayer.
—Ah, bueno. Entonces no es casi nada.
Asentí y empecé a guardar mis converse en el zapatero.
—¿Cuándo piensas hablar con Héctor?
Me encogí de hombros estando de espaldas.
—No voy a ser yo la que dé el primer paso.
—Pues a ver cuándo Héctor lo hace. El chaval es un matao'.
Sí, sí lo era.
—¿E Ícaro?
—¿Ícaro qué? —Me hice la desentendida.
Cogí del suelo los pantalones que llevé ayer.
—Que cuándo piensas hablar con él.
Me encogí de hombros otra vez.
—Supongo que cuando le vuelva a ver. —Que sería dentro de muuucho tiempo. No pensaba salir ninguno de estos días después de lo suyo y lo de mi primo.
Vacié los bolsillos de los pantalones y un papel cayó al suelo.
¿La lista de la compra?
Imposible. Yo no hago listas.
Donna alcanzó el papel antes que yo porque había caído más cerca suyo.
—¿Y esto?
—Ni idea.
—Nusa.
—¿Qué?
—Nada. Es lo que pone en el reverso. —Me lo enseñó—. Esta no es tu letra, ¿verdad?
Desdobló el papel y yo me senté a su lado en mi cama para poder leerlo.
Se lo arrebaté impaciente.
28-06-2022
¿Sigue en pie lo de intercambiar libros? Espero que sí porque no puedo esperar para leer tus anotaciones en Persuasión.
Doblé la nota otra vez y me giré hacia Donna con los ojos a punto de salírseme de las órbitas. Esperaba que no lo hubiera leído.
Mierda.
Donna me miraba con otra de sus sonrisas pícaras y con los ojos casi más abiertos que los míos.
—No te lo puedo ni creer. ¿O sea que el pequeño de los Rojas no, eh? Ya veo.
—Solo hablamos de libros. Somos amigos, y ni eso porque le conocí ayer. —Me justifiqué sincera. —Quedamos en intercambiar libros, que es lo que pone en la nota. Nada más.
—Pero, tía... Wow. ¿Te escribió una nota y te la guardó en el bolsillo sin que te dieras cuenta? —Se tumbó en la cama y me miró. —Este verano va a ser mejor de lo que esperaba.
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