III. SI NO LO RECUERDO, NO PASÓ
—Ten, prueba. —Guille extendió su mano hacia mí ofreciéndome un cigarro.
—Yo no fumo. —Mascullé lentamente. Él me miró sonriendo con una ceja levantada.
—Yo tampoco. —Lo tiró al suelo, lo pisó y volvió a ofrecerme su mano.
Puse los ojos en blanco.
—¿Qué quieres ahora, pesao'? —Hablé levantándome del bordillo del porche de su casa.
Me había traído aquí porque dentro hacía mucho calor y me sentía mareada. Necesitaba aire. Tristemente, seguía teniendo un calor sofocante. La única diferencia al haber salido fuera, era que ya no me chocaba con nadie cada vez que daba un paso.
—Bailar, por supuesto. —Me cogió de la mano sin darme tiempo a negarme y me arrastró adentro otra vez.
—Yo no bailo. —Intenté no tropezarme con mis propios pies, pero aun así caminaba tambaleándome un poco.
—Pues yo sí.
Llegamos dentro, más específicamente, al salón de su casa. Al enorme salón. No había sofás ni nada. Seguramente, Guille lo habría quitado todo para la fiesta, y no me extrañaba. Ya me había encontrado, por lo menos, quince vasos, llenos de lo que fuera, derramados por el suelo. Todos los muebles que dejase durante una fiesta así, corrían peligro de tener que ser llevados al punto limpio al no poder quitar las manchas de alcohol. O incluso de vómito.
—Nooo, ¿enserio? —Él asintió sonriente sin pillar mi evidente sarcasmo. Si es que iba casi peor que yo. Casi. —Me suda rabo, Guillermo.
Empezó a sonar una canción de Funzo y Baby Loud. ¿Cómo se llamaba? Donna me ponía esta canción casi todos los días. ¿Pam? ¿Pum? ¡Pum! Sí, era Pum.
—Pareces muy maja, eh. Pero borracha intimidas bastante. —Comentó riéndose.
—No estoy borracha. —Guille me ignoró y empezó a mover sus brazos al ritmo de la canción.
Se acercó a mí y yo di un paso hacia atrás. Volví a tambalearme.
—¿¡Se puede saber qué cojones me has dado!? —Chillé para que pudiera oírme.
—¡Vodka!
Ah, Dios.
Me tropecé con alguien y Guille me cogió de la cintura para sostenerme. Me soltó cuando ya hube recuperado el equilibrio.
—¿¡Pero eso no es muy fuerte!?
—¡Nah, solo tiene un cuarenta de alcohol! —Le miré como si le hubiera salido un tercer ojo. —¡Bueno!, ¿¡te vas a quedar como una estatua!? ¡Baila un poco, Nuussa!
Buf.
¿Qué me pasaba?
¿Qué estaba haciendo?
¿Por qué cojones me había ido con este pirado a por bebida?
Bueno, de primeras había pensado que me daría una cerveza.
Pero, ¿¡vodka!?
Joder, si era la primera vez que bebía alcohol en toda mi vida. El único contacto que había tenido con él había sido en navidades, cuando mi abuelo me dejaba mojar los labios para probar el vino. Y sabía horrible.
—¡Me piro de aquí! —Grité molesta.
Guille no me había hecho nada, pero, joder, ¿qué menos que avisar de que me iba a dar vodka?
Bueno, igual él no sabía que era mi primera vez bebiendo y creía que sería consciente de lo que me estaba dando.
—¡Vamos, Nusa! ¡No seas aburrida! —Me pegó suavemente en el hombro mientras pegaba saltos.
De no estar viendo a dos Guilles en aquel momento, le habría devuelto el golpe.
—¡Que te den, zumbao'! —Me giré sacándole el dedo corazón decidida a salir de la improvisada pista de baile.
—¿¡Vendrás el viernes!? ¡Me lo has prometido, eh!
Le miré por encima del hombro para ver que me estaba sonriendo.
Si es que menudo chaval más grillao'.
Osea, me emborrachaba, con mi consentimiento, pero con mi ignorancia, y todavía quería ser mi amigo.
—¡Vendré! —Le contesté riéndome.
En fin... yo también estaba un poco grillada, pero es que me lo había pasado bastante bien con Guille esas dos últimas horas. Habíamos estado picándonos mutuamente desde la primera copa, y así hasta ese momento.
Resultaba que el alcohol me volvía extrovertida, pero a ver si mañana me acordaba siquiera del nombre de Guille.
Bueno, ahora, misión imposible: encontrar el baño para poder refrescarme un poco. O, mejor, buscar a Héctor y a Donna, que ni me les había cruzado desde que me había separado de ellos.
Llegué a la cocina y me dirigí hacia las escaleras.
—Cuántas escaleras. Son muchas. —Levanté mis puños hasta tenerlos frente a mi cara. —Una. —Conté con mi pulgar. —Dos. —Le sumé mi índice. —Tres. —Y el dedo corazón. —Jesús, qué torcido tengo este dedo. —¿Cuántas llevaba ya?
Me encogí de hombros y caminé hacia ellas.
Un escalón.
—Venga que tú puedes. —No, no podía. Veía doble. O triple. Veía un escalón donde no lo había. Y, no sabía por qué, pero cada vez los veía más grandes. O más cerca. No sé.
Dos escalones.
Tuve que agarrarme a la barandilla.
Tres escalones.
—¿Por qué está tan cerca?
Cuatro escalones.
—¡Joder! —Me di de cara con él.
Así que por eso estaban cada vez más cerca.
¿Me estaba cayendo y ni me había dado cuenta?
—Guillermo, te voy a castrar cuanto te vea.
Me giré quedando tumbada boca arriba.
—Última vez que bebo, definitivamente. —Susurré bostezando.
Los párpados me pesaban cada vez más.
Ya casi me había olvidado del calor que sentía, y de que todavía no tenía ni idea de dónde podían estar mi primo y mi mejor amiga.
Fijé la mirada en el techo.
—¿Quién eligió ese papel de pared tan horrible? Es casi fosforito. Qué horror... —Cerré los ojos poco a poco sin poder evitarlo.
—Eh, Nusa. —Me llamó una voz lejana.
Sentí golpes suaves en la mejilla.
—Mm. —Le di un manotazo.
—Nusa, vamos. Levántate. —Era una voz de hombre.
—Agh, qué pesado. Dios. —Me acurruqué mejor apoyando mi cabeza sobre mis manos.
—Dios no. Jesucristo resucitado que ha venido a despertarte. ¡NUSA! —Gritó en mi oído, seguramente, reventándome los tímpanos.
Me incorporé de golpe chocando de frente con alguien y cayendo de culo al suelo.
—¿Héctor? ¿Por qué gritas tanto? —Me froté los ojos para ver mejor. Estaba algo mareada.
Él extendió su brazo y me ayudó a reincorporarme.
—Yo no he gritado.
—Cierto. He sido yo. —Miré a Donna. Estaba borracha y me miraba con los ojos muy abiertos.
Acercó su cara a la mía.
—¿Vas pedo? —Preguntó.
Héctor bufó.
—¿Tú qué crees? ¿Que le ha entrado el sueño y se ha quedado dormida en medio de una escalera porque quería? —Un momento. ¿En la escalera?
Donna le sacó la lengua.
—¿Y yo qué coño sé? Tu prima está pirada.
—Pues sí, ¡lo está! Pero tú no eres, precisamente, la más indicada para decirlo, ¿no crees?
Me alejé un paso de ellos apoyándome en la barandilla para no caerme. No quería estar en medio de ellos dos cuando a Donna se le ocurriera hacerle el Pinan Shodan a mi primo.
—¿¡Me estás llamando loca!?
-¿Por qué coño me estás chillando con voz de hombre? ¿El alcohol te da personalidad múltiple?
—¡Chillo así porque me viene en gana!
Me di cuenta de que parecía que estuviera en un partido de tenis, y, de haberme quedado dormida en unas escaleras, y de no parar de girar el cuello de un lado a otro, me iba a dar una tortícolis de caballo.
—¿Podrías dejar de chillarme ya? —Pidió Héctor. —¡Y hazme el favor de no beber más! Bastante tengo ya con la alcohólica de mi prima.
De no haber ido borracha en ese momento, no habría intervenido en una pelea entre esos dos.
—¿Alcohólica? ¡Pero si es la primera vez que bebo, imbécil!
—Sí, ¡y mira cómo te has puesto! ¡Te has quedado dormida en el suelo! ¡Joder!
—¡No es mi culpa! Yo solo quería una cerveza, pero resulta que me he terminado tomando más de dos vasitos de vodka. —Bajé la voz. La cabeza me había empezado a palpitar con fuerza.
—¿Cómo? —Preguntó él.
Donna se sentó en las escaleras cansada.
—Me duelen mucho las piernas. —Susurró.
Fijándome en ella, vi a otra persona detrás suyo, al lado de mi primo.
Ícaro.
Aparté los ojos cuando cruzamos miradas.
Estaría con mi primo cuando me encontraron medio muerta en las escaleras.
—¿Vodka? —Preguntó el insoportable de Héctor.
Le ignoré.
—¿Quién cojones te ha servido vodka?
Le ignoré otra vez.
—Me están matando las piernas. —Donna seguía a lo suyo.
—¡Buenos días, Nusa! ¿Me vas a responder?
Le miré.
—¿A qué pregunta? —Mi primo parecía querer arrancarme la cabeza.
—Pues a la que te acabo de hacer, Nusa.
—Vale. Sí, si te voy a responder. Pero... —Me interrumpió.
—Joder, a esa no.
Escuché la risa de Ícaro.
—Bueno, como si no me huela ya quién ha sido. —Héctor e Ícaro intercambiaron miradas. —¿Guille, verdad? —Permanecí en silencio. —El sin luces de Guille tenía que ser. Voy a matarle.
—¿Por qué? Si fui yo la que le pidió algo para beber. —No me apetecía ni lo más mínimo que mi primo fuera a hablar con él. No tenía la cabeza como para aguantar más gritos.
—¿Cómo que por qué, Nusa? Era demasiado evidente que no habías probado el alcohol en tu vida, y aún así él ha dejado que te pusieras hasta arriba de él.
Fruncí el ceño.
—Lo dices porque tú ya lo sabías.
Héctor me miró mal y volvió a intercambiar una mirada con Ícaro.
A este paso les asfixiaba.
—Ya bueno, hasta yo me olía que lo más cercano al alcohol que podrías haber probado era el <<champín>>. —Ícaro me sonrió como si se quisiera disculpar tras haber dicho eso.
Hay que joderse. ¿Pero de qué coño iban?
A ver, ni que vistiera como una monja y me comportase como una. No era una santa, ni nada cercano. Pero ¿tanto lo parecía?
Dios. Sí que tenía que empezar a salir más. No quería que la gente pensase que era una puritana. Más bien, no quería parecer a una. Ya no por lo que pensasen los demás, sino porque no quería sentirme como una.
—Bueno, qué mas da ya. Encima él iba borracho incluso antes de que nos presentaras. —Miré a mi primo. —No hagas nada, que tampoco te veo yo a ti muy fino, y no quiero que mañana te arrepientas.
—No me voy a arrepentir de partirle la cara a Guille.
Me masajeé la sien haciendo movimientos circulares con mis dedos.
—¿Tú has bebido? —Le pregunté a Ícaro. Parecía más cuerdo que cualquiera de nosotros y aparentaba ser el más limpio en sangre.
Negó.
Despertó mi curiosidad, pero le acababa de conocer y, además, iba borracha. No me iba a poner a preguntarle por qué no había bebido.
—Solo unas coca colas.
Héctor se río pinchándole con el dedo en la mandíbula. Después se volvió hacia mí y se puso serio.
—¿Dónde está Guille? Preguntó medio chillando.
—Héctor, ¿puedes callarte ya? Tu voz de pito me está taladrando la cabeza. —Donna se acurrucó mejor en las escaleras mientras le decía eso.
—¡Mi voz de pito! Pero ¿de qué vas?
—¿Podrías llevarnos a nuestras casas? Si no es mucho pedir. —Continué mi conversación con Ícaro.
—Ah, no, eso no, Nusa. Sabes que mis padres me castigarán todo el verano sin salir si me aparezco así. —Habló Donna levantándose de golpe y mareándose un poco.
-Te jod... -Donna no le dejó acabar. Le metió un puñetazo en el hombro a mi primo.
—Mis padres no están en casa, si queréis podéis quedaros a dormir allí. Tengo dos habitaciones libres.
Si hubiera estado completamente consciente, me habría negado rotundamente, pero no era el caso.
—Si no te importa.
Ícaro negó.
—Gracias, tío. —Mi primo le pegó unos golpes en la espalda y luego se giró hacia Donna. —Tú. Venga, vamos. —La cogió de la cintura para levantarla, y, cuando ya lo hubo hecho, pasó uno de los brazos de ella alrededor de sus hombros.
—¿Dónde tienes el coche?
—Justo a la salida del camino, a la derecha. El blanco, ¿te acuerdas de cómo era?
Héctor asintió y bajó las escaleras junto a Donna.
Tardé unos segundos en ir tras ellos.
Estaba en una especie de trance, demasiado concentrada en el dolor de cabeza y los mareos que sentía.
Me tambaleé en el último escalón.
—Mierda. —Otra vez me iba a dar de cara.
Esperé el impacto con los ojos cerrados, pero Ícaro me había cogido al vuelo.
—Puedo sola, gracias. —Me zafé de su agarre tras haberme estabilizado.
—Tu primo me arrancará la cabeza si no te ayudo, y lo sabes. —Me miró serio.
Hice una mueca y hablé sin ganas de rechistar: —Está bien.
—¿Puedo? —Asentí e Ícaro me cogió como si fuera un bebé.
Con la cabeza apoyada en su pecho podía escuchar los latidos su corazón.
Joder, parecía que le estaba dando una taquicardia.
Bostecé sin ganas de preguntarle si padecía alguna condición en el corazón. De tenerla, explicaría también por qué no bebía estando de fiesta.
Me quedé dormida teniendo como última imagen que nos estábamos adentrando en el camino secreto, y que podía ver a mi primo y Donna a lo lejos.
Desde que había abierto los ojos a las cuatro de la mañana, un minuto más o un minuto menos, no había podido volver a pegar ojo. Últimamente me pasaba casi todos los días: dormía unas tres o cuatro horas, me desvelaba, y me quedaba mirando el techo hasta que amanecía.
Esta vez, era algo distinta: estaba en una casa ajena, en una habitación en la que solo se escuchaban los ocasionales balbuceos de Donna, y con una resaca de la hostia.
El dolor de cabeza era mucho peor. Casi inaguantable.
Llevaba un buen rato intentando decidirme entre ir a buscar una aspirina o quedarme en la cama hasta que alguien se despertase.
Si iba yo sola terminaría perdiéndome, porque la casa de Ícaro era enorme. Pero enorme, enorme. A saber cuánta pasta tenían sus padres. Y pensando que esta solo era la casa de vacaciones...
Bueno, la otra opción, tampoco era la mejor. Donna no se levantaría de la cama hasta que alguien la despertara, y mi primo más de lo mismo.
Miré la hora en mi reloj.
Las siete de la mañana.
Calculé que tendría que esperar otras cinco horas.
Mi corazón se saltó un latido al escuchar un ruido en el pasillo. La puerta estaba cerrada y aun así lo había escuchado claramente.
Pero ¿qué cojones?
Me levanté para comprobar quién era, tratando de hacer el menor movimiento y ruido posible al quitarme las sábanas de encima.
No tenía nada mejor que hacer, ni siquiera jugar a algo en mi teléfono, porque me había quedado sin batería.
Giré el pomo de la puerta lentamente y la cerré estando ya en el pasillo.
Al darme la vuelta, me encontré una escena que me costaría borrarme de la cabeza.
Héctor e Ícaro habían frenado en seco al verme. El primero, sujetaba un vaso de agua en una mano, y, la otra, la tenía en la boca, intentando tragarse una pastilla.
Sonreí aguantándome la risa.
Mi primo era incapaz de tragarse una pastilla. Verle intentarlo era un espectáculo digno de ver.
Justo cuando le había mirado le dieron arcadas e hizo una mueca de asco.
A su lado estaba Ícaro, que también parecía sorprendido de verme al principio, pero luego volvió su atención a mi primo. Él llevaba un cucurucho de helado en la mano, y parecía disfrutar de él casi tanto como del espectáculo que estaba montando Héctor.
Me puse la mano en la boca para no hacer mucho ruido al reírme.
Héctor volvió a intentarlo, pero... sorpresa, casi echó la raba otra vez.
Ícaro soltó una carcajada, y, al momento, se tapó la boca con ambas manos con miedo de despertar a alguien más.
Así que ese había sido el ruido que había escuchado antes.
—Mejor vámonos, o despertaremos a Donna también. —Susurró Ícaro.
Les seguí hasta llegar a una puerta negra.
Nos adentramos en la habitación y, tras haber cerrado la puerta, miré a Ícaro.
—Oye. —Capté su atención y no me dejó continuar.
—Tú también necesitas una, ¿verdad?
Asentí agradecida.
Ícaro caminó hacia una puerta que había dentro de la habitación: un baño.
Se puso a rebuscar en un armario y yo me puse a dar vueltas por la habitación.
¿Era este el cuarto de Ícaro?
<<Sí, definitivamente>>, pensé agarrando un marco de foto en el que aparecía un niño idéntico a él. El mismo pelo rubio rizado, aunque algo más oscuro que el suyo, y casi la misma sonrisa. No alcancé a ver el color de ojos por la calidad de la foto, pero tenía claro que era Ícaro de pequeño.
—Por fin. —Escuché la voz de mi primo. Deduje que había conseguido tragarse la pastilla.
Dejé de ver las fotos polaroid que había pegadas sobre la pared, casi todas de <<nuestra playa secreta>>: unas de la orilla, otras del mar, de conchas que había sobre la arena, de una tortuga saliendo del agua...
Miré a mi primo.
Estaba tumbado sobre la cama de Ícaro.
—Oye, -hablaba en susurros— ¿estás seguro de que a tu hermano no le importara que haya dormido en su habitación?
Ícaro volvió y me dio lo que le había pedido.
—De lo que estoy seguro es de que no se tiene por qué enterar. —Rió en bajito.
Abrí bastante los ojos.
No sabía que tuviera un hermano.
Bueno, como para saberlo si ni me acordaba de él.
—¿Entonces el de aquella foto no eres tú? —Señalé la del niño que segundos atrás había pensado que era Ícaro.
Él negó con la cabeza.
—Ni de lejos. Mi pelo era mucho más bonito que el suyo. Casi platino. —Comentó fingiendo vanidad, aunque realmente parecía estar diciendo la verdad.
Le sonreí divertida.
Cada vez me iba cayendo mejor. Parecía buen chaval. Y encima estaba bueno.
Dios. Por momentos parecía que estaba poseída por Donna.
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