Capítulo 8
—¿De dónde sacas tantas cosas? —pregunta mamá.
—Tengo el poder de meterme en problemas.
El trazo queda a medio terminar al escuchar la risa de Luisa en la sala, acompaña de una carcajada de mi padre. He olvidado cerrar la puerta del estudio, eso me permite escuchar la conversación entre mis padres y ella.
—Me cuesta pensar que hayas vivido tantas locuras. —se mofa papá.
— Mis pies son como el caracol y resbalan siempre en medio de ellos.
Con Luisa en casa y mis papás tan felices rememoro la época en que Magdalena estaba en casa. Antes que el miserable de Augusto entrara a nuestras vidas y mi cobardía le hiciera sufrir. Si de algo estoy convencido es que yo pude hacer la diferencia.
En el mismo momento en que supe la verdadera razón de Augusto en casarse con ella, debí tomar medidas. El engaño de Yalitza lo vi como karma por mi ineptitud. La primera impresión cuenta, cuando la conocí me pareció una chica superficial y frívola.
Fue mi compañera de universidad, perdimos contacto al graduarnos. Nos volvimos a contactar por redes, siendo ella quien inicio la primera conversación. Intercambiamos correos, números.
Empezó con recuerdos de nuestra época de estudiantes y el enorme parecido con la chica del jeep me hizo olvidar el pasado con ella en la universidad. Hicimos planes de matrimonio, amaba el campo, estaba emocionada por vivir aquí. Vivía en Francia en donde decía cursar el último año de posgrado.
Nos vimos en un par de ocasiones en la ciudad. No quería venir al pueblo ante el miedo que la vieran como oportunista. Deseaba presentarse con el posgrado. Construiríamos una clínica veterinaria, mamá la tomaría en serio y ella se sentiría mejor.
No supe de ella por quince días, la última vez que la vi estaba con moretones en su rostro, según dijo había sido asaltada. Magdalena estaba en una relación con Travis y su ex pareja parecía cosa del pasado. Temeroso de que algo le hubiese sucedido, viaje a verla. Deseaba darle una sorpresa y el sorprendido fui yo.
El que me abrió la puerta fue su prometido y los golpes los recibió en una pelea con la amante de este. Me presentó como un compañero de la universidad. Su prometido era un hombre amable, bastante amigable, a quien quise decirle la clase de mujer con quien iba a casarse.
Me había enamorado de un fantasma, la mujer que se mostraba era distinta a la real. Perdí dinero, tiempo y la vergüenza.
El ruido del lápiz partirse me hace abrir las manos y observarlas. Un boceto por primera vez a color y el rostro de la chica del jeep empieza a tener forma. Sus ojos sonrientes, boca rosada y sonrisa pícara, dan la luz.
Alzo el dibujo del escritorio y admiro lo que hay. Un par de trazos más y la imagen está completa. No suelo terminarlos, los más de cincuenta qué llenan el último cajón del escritorio están a medias, en mi habitación hay un tanto más.
Dado que he roto paradigmas en estos días decido finalizarlo. Lo hago esperando el regreso de Fred con la camioneta, debo llevar a Luisa a la clínica.
Con las bromas de ella de fondo finalizo la pintura. Una vez lo hago alzo la pequeña hoja de papel y me quedo estático. Las bromas de Luisa han logrado transformar mi concentración.
¡La he pintado a ella!
Un último vistazo me saca una sonrisa, dudo entre guardarlo o tirarlo a la cesta. Me decido por guardarlo, pero no en el lugar de los demás, lo doblo e ingreso en el bolsillo de la camisa. El ingreso de Fred me hace dejar mi labor a medio terminar y con el dibujo en mano lanzo la pregunta que ha estado rondando mi cabeza desde que se fue.
—¿Lo lograste?
—Sí. —habla entregándome un papel.
Reviso la legalidad del documento, hora de despacho y persona que debe recibirla antes de hacerla pedazos. Fred pasa seguro y lanza su cuerpo en una de las sillas, cabeza baja y hombros caídos. Retira el sombrero de su cabeza y el resoplido que sale de su garganta se asemeja al de un toro ofuscado.
—Lo siento.
Odia mentirles a mis padres, no es mi deseo que lo haga. La idea no es alarmarlos, la salud de papá sigue siendo delicada y mamá no es que se encuentre bien.
—Es demasiado delicado para tomarlo a la ligera.
—Me preguntó dónde estaba y el motivo de ir tan lejos si podía enviarlo en el pueblo —empuño los trozos de papel en mis manos y suspiro.
—¿Qué le dijiste?
—Me dio una orden y se negó a dar explicación. Usted era el jefe y yo, obedecí.
—Te agradezco la discreción. —ambos nos incorporamos de la silla y nos vemos en silencio —lo hablaré con él cuando tenga respuestas.
—Quiso saber por el remolque...
—Y me lanzaste la pelota —sonríe encogiéndose de hombros —gracias Fred.
—Es un placer, señor.
Al salir, la sala se encuentra en silencio y sin rastros de mis padres o Luisa, ni en los jardines hay señales de ellos. Nos detenemos en la entrada, Fred observando a los ejemplares siendo preparados para la exposición, yo buscando a los integrantes de la de casa.
—Pensé que no iba a participar.
Quien lidera la preparación de los animales es Amaia por órdenes de mamá. Empuño el sombrero con fuerza al verla avanzar en mi dirección y me preparo para otra discusión. De no ser por el cariño que papá les profesa a los hermanos Simons, hace tiempo estaría por fuera de la hacienda.
—Deacon, yo paso. —uso los trozos de papel como mantra logrando hacer de él una esfera, pero no la pierdo de vista.
—¿Algún motivo en especial? —insiste en saber —no le ha ido nada mal, las veces que lo ha hecho.
—A Tom se le da mejor y ama a su público.
—No quiere ser el centro de atención —resume por mí —¿Por lo menos irá?
—Tal vez el último día —confieso luego de pensarlo un poco —Magdalena y mis padres harán los honores, se llevarán a Luisa.
—Una razón de más para competir —niego y me sonríe. —no se quede solo —se detiene un instante, me mira y sonríe —olvidé llenar el tanque.
—¿Alcanzo a llegar a la estación? —afirma y le muestro el dedo pulgar —lo haré yo.
Se despide descendiendo las escaleras, saluda a Amaia a su paso alejándose. En espera que la plática sea profesional y no toque nuestro incidente, espero su llegada.
—Buenos días, —por fortuna, no se acerca del todo y aprieta los labios —hablaste con tus padres.
—¿Qué esperabas? —reclamo —le metes cucarachas en la cabeza a mi madre sobre mi orientación. Todo porque te rechacé.
—Vives encerrado aquí, no haces contacto humano con nadie...
—¡Déjame terminar! —le interrumpo —Tu ego no resiste que un hombre no desee tu cuerpo y el que lo haga ¡Es gay!
—¡Soy yo la que tendría que estar enojada! —escupe con manos a empuñadas a lado y lado de su cuerpo. —Y por la forma en que me trataste o el asco que mostraste, es lo que me hiciste pensar.
Los trozos de papel y el sombrero siguen ayudándome a controlar mi enojo. Mi piel arde al recordar la confesión de mi madre la noche anterior. Había hablado con Luisa y ella le hizo ver su error. Confesó de donde vino la historia que quizás era bisexual. Pidió disculpas, pero quien debía darlas era Amaia.
—Me importa cinco tu opinión. Perdiste validez en el momento exacto en que decidiste regalar tu cuerpo y manchaste tu dignidad —Bajo las escaleras, cuidando de no tocarla y con los insultos en mi contra como fondo.
El galope de un caballo y los llamados de papá vienen de la mano de la imagen de Luisa sobre un caballo desbocado y los intentos de ella por controlarlo. Hay poco tiempo y muchos interrogantes, Fred suelta a Deacon al verme correr y me lanzo a la carrera por alcanzarla.
Es admirable los intentos por controlar el animal, aunque difícil. Con una sola mano, se le complica y por momentos su cuerpo amenaza en caer. La velocidad del animal y el poco equilibrio harían de la caída una tragedia.
—¡Tira con fuerza! —grita mamá con Deacon haciendo su máximo esfuerzo. —¡Oh, por Dios va a caer!
Los gritos de mis padres, dándole consejos sobre como controlarlos, le llegan, la veo hacerlos todos. No dudo que sea una excelente amazona, pero en su estado es un suicidio que lo haga, incluso si el caballo el Back.
Sin entender el motivo del comportamiento del animal, continúo acercándome a ambos. Por fortuna, Back disminuye el trote, aunque no del todo. Detrás de mí puedo escuchar el galope de otros más que vienen a su auxilio.
—Deme las riendas —le pide Fred que ha logrado llegar y se ubica al lado contrario de mí. —por favor, señorita —le pide.
No lo hará, porque hacerlo es que su cuerpo caiga al suelo y en el estado en que va se hará daño. Logro tomarla por la cintura en el instante en que el Back duda de qué sendero tomar. Su agilidad, conocimiento y poco peso, logran que en segundos el peligro pase.
Back continua su escape, pero Fred y Salvador se encargarán de traerlo de vuelta. Ella está a salvo y con la respiración agitada y en silencio. Mamá desciende del cercado y abraza a papá acercándose a ambos.
La cercanía de su cuerpo me afecta, al igual que su silencio. Es la primera vez desde que despertó que se abstrae y aunque no la vea por la posición en la que estamos. Sé que tiene miedo, los latidos de su corazón me lo dicen y el abrazo que se brinda como protección, también.
—¿Te lastimaste?
—Estoy bien. —susurra —fue solo un déjà vu.
La llegada hasta mis padres es en silencio y su descenso de Deacon igual. No hay rastros de la chica que reía hace unos minutos, lo que nos inquieta. Comparto miradas preocupadas con ellos, pero decidimos no forzarla a hablar.
—¿Estás bien, cielo? —quiere saber mamá y afirma sin verla. —¿Por qué salió así? Back es la chica más dulce que hay en toda esta granja.
—Me encargaré de averiguarlo —promete papá.
—¿Cómo está tu herida? Veo sangre en el vendaje. —habla Amaia llegando a nosotros y señalando su brazo.
Una pequeña mancha carmesí cubre su vendaje blanco. Luisa lo mira distraída, pasa sus dedos por ella y los mira un instante. Una pequeña mancha rosa se muestra en la yema de sus dedos y alza sus ojos hacia mí. Tristeza, rabia y desolación, pasan por su rostro en segundos, dejándome con una opresión en el pecho difícil de entender.
—Será mejor irnos —aconsejo y afirma distraída.
Regresa la vista a papá, estrecha su mano, hace lo mismo con mamá con la diferencia que a ella le da un beso fugaz en la mejilla y se aleja. Todo ocurre tan rápido, que mi madre no lo ve venir, en un instante está sorprendida y en la otra le muestra una sonrisa.
—En cuanto el doctor la vea, me llamas. —me advierte. —Magdalena y Travis vendrán en unas horas.
—Estaremos aquí antes que eso ocurra —prometo —y llamaré si algo malo ocurre. —me apresuro a decir.
****
La bomba cuenta con tienda y restaurante, ubicada a una hora del pueblo y en una vía estatal, suele ser bastante transitada. En este instante un par de autos están parqueados en el restaurante y otros más en la tienda. Detengo el auto a un costado y ella observa el sitio con interés.
—No pretendía salir a montarla—habla por primera vez en mucho tiempo—quería demostrarle que sí podía montarlo. Ella estaba calmada, no sé qué le ocurrió, todo ocurrió muy rápido.
—Papá y los chicos se encargarán de él —le calmo —no te preocupes.
—¿Tardaremos aquí?
—Tengo que llenar el tanque de gasolina —respondo —¿Por qué?
—Tengo sed —susurra viendo la tienda —¿Te compro algo?
—¿Traes efectivo? —saca unos billetes del interior del cabestrillo en respuesta a mi pregunta.
Si su rostro no estuviera tan triste y su semblante abstraído, la imagen me divertiría. Billetes ajados de diversa denominación que dan la sensación de haber pasado miles de bolsillos, todos ellos sucios.
—Un refresco estaría bien —le digo saliendo del auto y rodeándolo, antes que pueda ayudarle, ya ella lo ha hecho.
Una patrulla se detiene en la tienda y dos oficiales, ingresan a ella. Luisa se queda viendo la escena, en el mismo silencio que la envuelve desde el incidente. Su cabello cae sobre su rostro de cualquier manera y se pega a su piel producto del sudor. La imagen me resulta tierna y sin entender el motivo, retiro la bandana de mi cuello.
—Te ayudaré con ese cabello.
Ser el hermano menor de una pequeña traviesa y entrometida niña, me dio cierta experiencia en peinados y algunos detalles. Sin dudas, la chica que me permite recoger el cabello está lejos de ser una niña y las emociones que se incrustan en mi piel y ciertas partes de mi anatomía, son todo, menos inocentes.
—Atado y sin dolor.
Susurro lo mismo que solía decirle a Magda, que siempre se quejaba de que le dolía la cabeza porque el moño era muy tirante. Me muestra una sonrisa de agradecimiento antes de alejarse, escondiendo el dinero en el mismo lugar.
¿Qué clase de déjà vu la dejó en ese estado? Viéndola alejarse, comprendo lo poco que sabemos de ella y lo solitaria que se muestra. El llamado del chico de la gasolinera me hace alejar la imagen de ella, que ya ha ingresado a la tienda y se dirige a la zona de frío.
—Lleno —le pido al chico sacando la tarjeta.
Minutos más tarde, ella sigue sin salir y el tanque está a punto de llenarse. A simple vista no hay rastros de ella, ni en los aparadores o en la caja. Lleva demasiado tiempo comprando un par de refrescos, eso y el ser nueva me hacen querer acercarme.
—Estabas robando, admítelo. —es lo primero que escucho al ingresar al local. —da la vuelta y coopera.
—¡Ustedes no van a tocarme! —escucho su voz decir —les dije que tengo como pagar.
A pasos rápidos me abro paso entre los estantes guiado por el sonido de las voces. Un par de personas observando al costado izquierdo y susurrando entre sí me sirven de guía.
—Ocultaba las latas.
— Tengo solo una mano, soy una mujer recursiva ¿Me apresarán por eso?
—Lo de recursiva no lo ponemos en duda —ríen.
—Ese objeto es solo una excusa. De espaldas a la pared y no lo volveremos a repetir.
La risa de los dos hombres no se hace esperar y mi viaje hacia ella acaba. Le encuentro en un rincón, con dos refrescos en las manos y otro en el interior del cabestrillo. Dan un paso a ella y en defensa alza su mano con las dos latas.
—Aléjense de ella.
Ambos giran hacia mí y me observan de arriba abajo, ella aprovecha la distracción para instalarse detrás de mí y verlos enfadada.
—No intervenga, señor Mallory. —me advierten —esto no es su asunto.
—Lo es si viene conmigo —le lanzo una mirada a ella, cejas juntas, ojos achinados y labios en una sola línea —¿Llevarás todo eso?
—No sabía cuál querías —se excusa encogiendo sus hombros
—Señor Mallory. —insiste uno de los hombres —no se deje llevar por el rostro, su vocabulario ha sido soez.
—¡Me han llamado ladrona y pretendían tocarme! —se defiende con vehemencia, lo que me resulta divertido —Les dije que tenía dinero, pero no me creyeron.
—Su comportamiento era sospechoso...
—¡Sospechoso mi trasero! Iré a pagar Patrick, tú encárgate.
Da media vuelta, murmurando entre dientes que mejor va a pagar, se niega a seguir lidiando con estúpidos. Ambos hombres la miran a ella, luego a mí y sueltan el aire.
—Viene con usted ¿Verdad? —sonrío afirmando y ambos se excusan.
—Recibimos el reporte de alguien robando en este local y ella tenía la descripción.
El comentario retira la sonrisa de mis labios y me hace buscarla. Está en la caja, tiene varias bolsas de frituras que ha tomado de los alrededores, mientras le lanza miradas a los dos oficiales y rueda los ojos.
—Lamentamos la confusión. —esto último lo dicen al unísono y en voz alta. —¿Señorita?
No le responde, recibe el cambio, me entrega la bolsa y sale del local, mentón en alto y mirada al frente.
—Tiene su temperamento, señor Mallory.
—Reciba usted mis respetos por tener que dormir con esa fiera.
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