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Capítulo 3

Cuando Alfred abandonó el juicio, lo hizo con la imagen de esa ramera, describiendo el encuentro con Ludov y él esa noche. Verla desafiarle durante su relato no hizo más que aumentar la furia en su interior. Lucia contaba con el don de hacerle enojar y llevarle la contraria era pan de cada día.

Había excedido el límite de su paciencia, ella merecía un escarmiento. Contó los minutos y kilómetros a su casa, un viaje jamás fue tan largo ni tortuoso. Lo hizo soportable saber que al llegar le haría pagar su traición.

No pudo acabar peor, al llegar a casa se encontró con la noticia que la perra había escapado. ¿Quién la ayudó a hacerlo? Su nana. Una parte de él se alivió ante esa noticia, su lado razonable le recordaba la astucia de Lucia y lo débil de la anciana.

Bastaría un error de parte de Margot, para que ella diera con la verdad. No le teme a que lo haga, era por los planes que se aplazarían y él no lo deseaba. Se sintió aliviado al recibir la noticia de su paradero, por varios meses le dejó pensar que había logrado su cometido. ¡Error, tras error!

La había subestimado. Era obvio que con amor y sonrisas no sería controlada. A esa zorra solo le agradaban los golpes, una conducta heredada del muerto de hambre de su padre.

Controlar a Luisa ¡Bah! ¡Qué estupidez!

Aún tenía el sabor amargo a la derrota con Ana Lucia Edevane y el inepto de su hijo. La mujer debía morir en manos de Ludov, matando dos pájaros de un solo disparo.

Ludov en prisión y su heredera en una tumba. Logró lo primero, lo segundo le fue imposible. En este instante, Ana Lucia Edevane se refugió en la gran ciudad, rozagante de salud.

Y el imbécil de Ludov, se niega a cambiar su testamento. La nombró heredera universal de todos sus posibles bienes. Él no había trabajado tanto para dejar su fortuna en manos de una prostituta.

—No deberías preocuparte por el paradero de Luisa —aconseja la mujer —Es Ludov y ese extraño amor la que te meterá en problemas. Te acordarás de mí.

Es poco lo que puede hacer en prisión. En cuanto a Alfred, no vivirá para siempre, eso lo tiene claro, como también el nombre de la persona que heredara su fortuna.

Ginger, la única mujer que lo ha amado en verdad.

—Has perdido el juicio. El imbécil de Ludov espera condena ¿Lo olvidaste?

—¿Cómo hacerlo? Si eres el causante...

—¡Pasó a manos de esa prostituta sus bienes! ¿Qué quieres que hiciera?

—Ludov desconoce que es heredero ¿Cuál es su herencia actual? Tres reses y un perro sarnoso—bromea. —Estás haciendo una tormenta en un vaso de agua.

—¡Dijiste que dejara todo en tus manos! —reclama — que mis métodos no me llevarían a buen puerto y los tuyos eran los mejores.

Era mejor la miel que el vinagre, le había convencido al asegurar que Luisa confiaba en ella y no sospecharía nada. ¡Estupideces!

—Y lo sostengo. —responde en calma.

Una calma que contrasta con el fuego que domina a Alfred Vass, odia perder el control. Camina de un lado a otro escuchando las quejas de la mujer. Le señala como único culpable que Luisa huyera, si no hubiera mandado a sus perros a cuidarla.

—¿Qué me dices de los tuyos? —señala a su alrededor con desdén —¿Dónde está? ¿La vez en algún lado?

La cabaña se hace cada vez más estrecha y la temperatura aumenta. Las paredes de la vieja edificación, mitad madera, mitad roca, fueron testigos hace año de la traición de su esposa.

Odiaba este sitio y todo lo que encerraba esas paredes.

—¡Admítelo! Te traicionó. —le riñe a la anciana.

Avanza hacia la única ventana del viejo comedor que da a un lago y se atrae viendo el horizonte. ¿Cuántas veces ella ingresó a esas aguas y se revolcó con ese peón? ¿Por qué eso debería importarle? Jamás estuvo enamorado, si se casó con ella por su fortuna y hoy la tiene. ¿Qué importa lo demás?

Tu orgullo merece ser limpiado. No basta con asesinar a su amante, destruir la dignidad de ella al encerrarla, fingir su muerte o humillar al fruto de esa traición. ¡Maldita sea! No es suficiente.»

—Volverá.

La voz de su madre le trae de vuelta y un rostro trigueño se le escapa en sus recuerdos haciéndole sonreír. Tiene a Ginger, eso es más de lo que los Nevill tendrán alguna vez. Se encargará que así sea.

—No gracias a ti. —le riñe —la encontraré y le haré pagar. —le mira por encima del hombro y resopla fastidiado —¿En qué cojones pensabas?

—Iba a escapar de todas maneras —se encoge de hombros — te di un sitio donde hallarla, pero lo arruinaste.

La tranquilidad que le han dado los años viene de la mano de su conocimiento sobre su hijo. Acomoda su cuerpo en la silla del comedor y suspira. No sería fácil que admitiera errores y excesos sobre ella. Su hijo no era bueno aceptando culpas o pidiendo perdón. Y Luisa estaba condenada a huir con el primero que le calentara las orejas, gracias a los golpes recibimos por el que creía era su padre.

—Escapó ¿De qué importó tantos cuidados y protección? —insiste y sonríe.

—Se asustó al ver a tus hombres. No irá muy lejos. —intenta convencerle, una tarea que sabe es imposible —Delilah requiere cuidados y mucho dinero. —finaliza.

Regresará al único lugar que la ha querido y protegido. Una vez lo haga, el plan se retomará. Luisa jamás dudaría de su amada nana.

—He estado pensando en llevarla con su madre...

—¿Te has vuelto loca? —le interrumpe —¿Por qué llevarla donde esa ramera? —reclama —no necesito de tu ayuda, ya has intervenido suficiente. —sacude sus manos —Percy, se ofreció a ayudarme.

—Alfred...

—Daré una recompensa por quién de información, —explica —empapelaré todo el maldito país, de ser necesario —sigue diciendo, ignorando las advertencias de su madre —la hallaré, te lo aseguro.

—Su madre, puede ayudarnos.

—¡No! —su dedo apunta hacia ella acusador —ella no puede enterarse, te lo advierto.

Alfred duda de su plan e insiste en que la buscará por sus propios medios. Sigue de espaldas a ella, intentando ignorar los recuerdos que ese lugar le producen. Como su madre, sabe lo difícil que es para él. Su orgullo herido le impide pasar la página y disfrutar de sus triunfos.

—Hay que hallar ese testamento. —insiste —o por lo menos, descubrir su existencia.

—Y mostrarle a su hija hará que llegue a nuestras manos como por arte de magia.

—Tengo una teoría...

Sus dedos pasan por las grietas de la madera de la mesa de comedor al decirlo. Se distrae con los árboles que se muestran en la ventana por un instante, el carraspeo impaciente de Alfred la obliga a retomar la conversación.

—Nada mejor que un rostro conocido para hacerla hablar—prosigue —Luisa es el vivo retrato de su padre —sonríe al escuchar un gruñido de protesta —lo quieras o no.

De existir ese documento, se lo entregaría a su hija. Ver el rostro de su amado en otro cuerpo le despertaría el lado protector. Sabrán además si está fingiendo o está loca. El recuerdo que le llega de los Nevill era personas de dinero y poder, su fortuna iba más allá del rancho. Lo comprobó el día en que le ofreció a su hijo el rancho con tal de que la dejara huir. Luisa Nevill, contaba con esa fortuna para hacer una vida lejos del yugo de su esposo.

—No debiste llegar, lo arruinaste. —le reclama.

—No confiaba en ti —acepta girando sobre sus talones —y no estaba del todo errado—sacude sus manos en el aire hastiado— la dejaste huir.

—Te demostraré que no es así —le sonríe —si Luisa le sabe algo, se lo dirá y ella a mí.

—Y el infierno es frío —se burla alzando las manos —no sé qué es más descabellado, que te permita verla, la ramera hable, la perra de su hija regrese a ti o que encuentre ese maldito testamento.

Lleva más de dos décadas al frente del rancho, de existir él lo sabría. Mira a su madre y entorna los ojos, quizás le esté mintiendo y ha ocultado a esa zorra o le ayudó a huir.

Lo que sea se traigan entre manos, va a descubrirlo.

****

—Diez minutos —advierte la enfermera al recién llegado.

Antes de partir le da una última mirada a la paciente, luego al visitante. Busca algún comportamiento peligroso en el visitante y al no hallarlo, inclina la cabeza a manera de aceptación antes de cerrar la puerta tras de sí.

La mujer sentada en la cama atada con la camisa de fuerza mantiene la vista fija en los azulejos de la pared. La ausencia de emociones debería calmar el odio interno en el visitante, a juzgar por las manos empuñadas y cejas juntas. No es así.

—¿Esta cómoda? —se mofa —¿Te gusta este hotel cinco estrellas? —prosigue.

No hay respuestas y duda que alguna vez lo haga. La mujer murió junto con su amante, dejando en este plano terrenal su cuerpo. Presenciar la muerte de su amado hizo pedazos su rebeldía. Hasta ese día, Alfred no había hallado la manera de hacerlo.

—¿Sabes por qué estoy aquí?

El parpadeo en sus ojos es la única muestra que está viva. Inclina su cuerpo hasta que sus rostros queden cerca repitiendo la pregunta, en espera quizás de hallar un poco de emoción en sus ojos azules.

—¿Dónde está? —su nula respuesta le insta a insistir —Sé que me escuchas y entiendes más de lo que le has hecho ver a esta borda de imbéciles.

Repite la pregunta un par de veces más, sin reacción de parte de la mujer. En espera de hacer caer su teatro, empieza a describir los planes que tiene para su hija y lo que hizo con Ludov. La condena recibida veinticuatro horas atrás y como lo instó a asesinar a su novia.

—Es un imbécil, emocional e inestable —le mira sonriente —En cuanto a Luisa—chasquea los dedos frente a sus ojos. La entregaré en matrimonio, —le brinda una sonrisa qué no llega a sus labios y se yergue al no hallar lo que desea. —Percy ¿Lo recuerdas?

Percy Simons, repite su nombre en su interior, ¿Por qué se le hace conocido? No necesita esforzar su cerebro. Alfred Vass explica quién es la importancia que tiene en el rancho y en su vida. Le recuerda que era el chico que le acompañaba el día que la descubrió con su amante.

—Debo pagar su silencio con algo ¿Quién mejor que la ramera de tu hija?

Es oficial de policial, custodia la ley, de carácter fuerte. Lo que Luisa necesita. Le lleva un par de años, se ha convertido en un hombre honorable y respetado. Mientras narra las proezas de su fiel perro guardián, se mueve por la estrecha habitación vigilante a la conducta de la mujer.

—Nadie mejor que un oficial para controlar el carácter indómito de tu bebé ¿No crees? —siente su respiración pesada y sacude su rostro. —vendrá a verte y cuando lo haga asegúrate de despedirte, la próxima vez lo harás al recibirla en el cielo. Si es que las zorras como ustedes tienen un lugar allí.

Gira sobre sus talones y sale de la habitación sin despedirse o mirar hacia la cama en dónde reposa Luisa Nevill, su esposa y dueña de toda la fortuna que hoy disfruta.

Pasan unos segundos sin ningún movimiento en la pequeña habitación. Nada parece fuera de lugar, la mujer en camisa de fuerza sigue con el rostro bajo sin hacer contacto visual con nada en especial.

Un par de manos delgadas sale debajo de la cama. Apoya su espalda en la camilla a escasos centímetros de su madre, cubre las rodillas con sus brazos y baja el rostro hasta ocultarlo entre sus piernas.

—Sé que no puedes oírte y quizás el sitio en el que estés sea mejor que esta realidad —empieza a decir —este es el mejor día de mi vida... mamá. —se acuna con fiereza antes de seguir —estás viva y él no es mi padre. Algún día cometerá un error y pagará todo lo que nos hizo.


Siente el roce de unas manos en su cabeza y alza el rostro hacia la mujer. Sonríe, pese a que su madre llora desconsolada. Lo que sea me ocurra en adelante, no importa. Siente que vivido para este día.

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