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Capítulo 2

Papá divide su vigilancia entre mi hermano y yo, ambos en lugares distintos en la sala del pequeño recinto. Un oficial asoma en mi campo de visión una biblia mientras pregunta.

—¿Jura usted decir la verdad y nada más que la verdad?

Su voz gruesa retumba en el espacio cerrado, al tiempo que sus ojos oscuros se posan en mi rostro. Hay cierto aire de morosidad y lujuria en sus facciones qué me hacen buscar dentro de los asistentes a mi balsa de salvación.

Una sonrisa se asoma en mis labios, una vez mi mirada ha chocado con mi nana. Envuelta en un traje gris, cabello recogido en un estricto peinado y aun con marcas de lágrimas, logra corresponder a mi sonrisa y asentir. Gesto qué me hace recordar el consejo dado hace apenas unas horas, cuando nos preparamos para acudir al juicio en contra de mi hermano.

«—Alfred ha destruido la vida de Ludov, no permitas que haga lo mismo con la tuya.»

Hasta ese instante, creí que nadie sabría que escuché a mi padre y hermano hablar esa fatídica noche. Aún no sé cómo enteró, al respecto, solo aseguró que fue fácil llegar a esa conclusión. Mis actos me delataron, ante mi tensión, aseguró que nadie más lo sabía, se había encargado de cubrir los errores que me podían delatar.

—Lo juro. —respondo cuando he encontrado la voz.

Mi respuesta llega con la revelación de lo que debo hacer y desvío la mirada de mi nana posando en mi padre. Miles de advertencias se muestran en su rostro tenso y manos empuñadas, a mi memoria llega todas las veces que ese puño ha recaído sobre mí.

Con odio y furia.

La frialdad con la que escuchó el relato de mi hermano esa noche, junto con la certeza que él tuvo que ver con lo sucedido. No tengo como probarlo y quizás nunca lo haga, es posible que jamás pague por ello, pero me doy por realizada si logro huir de sus fauces.

—¿Su nombre?

Una voz masculina me trae de vuelta a la sala y me veo siendo observada por un individuo en traje gris y cabello planteado. Vigila mi rostro sin parpadear, un comportamiento que tiene el juez y los miembros del jurado.

—Luisa Vass Nevill.

El desconocido afirma y gira señalando hacia Ludov qué presencia el interrogatorio con rostro ausente ¿En qué momento pasó de amar profundamente a Ana a quererla muerta? ¿Cómo hizo mi padre para lograrlo?

—¿Parentesco con el acusado?

—Hermana. —hablo en el tono más neutral que encuentro.

Mientras respondo las preguntas de quien ahora sé, es el abogado de los Edevane. Los padres de la novia de mi hermano, la mujer que maltrató hasta dejarla al borde de la muerte. Una familia modesta, creyente y a los que no conocía, como a la gran mayoría de los habitantes del pueblo. Mi carcelero me prohibía salir de los terrenos de la casa grande o entablar amistad con alguien distinto a mis profesores y personal de servicio.

Mis estudios fueron en casa y todo lo que debía saber sobre el hogar, corría a cargo de mi nana. Alfred Vass, estaba convencido de que el sitio para una mujer era la cocina y yo no era la excepción.

—Responda la pregunta señorita Vass —la enérgica voz del juez me hace parpadear varias veces y acomodarme en la silla.

—Lo siento —me excuso —¿La repite, por favor? —le pido al hombre que, afirma en silencio e ingresa una mano en sus bolsillos mientras mece su cuerpo ayudándose con sus talones.

—¿Dónde estaba el día del ataque?

Mi mirada viaja a mi padre que entorna los ojos, luego voy tras mi hermano, pero está demasiado derrotado para verme. "—Estabas dormida, no me importa con quién te revolcabas a esas horas, dirás que estabas dormida."

Puedo escuchar aún su advertencia, lo dijo miles de veces, en todas ellas la acompañó de un tirón de brazos o bofetón ante mi negativa a repetir sus palabras.

—Salí a dar una vuelta por el rancho. —miro a mi padre al responder y le sonrío. —escuché voces, eran mi hermano y papá, discutían.

El comportamiento dentro de los presentes varía, mientras que unos contienen la respiración, otros protestan y el señor Edevane sonríe afirmando en silencio. Me las arreglé para encontrar su teléfono y mandarle un mensaje simple y sencillo.

"Puedo ayudar, pónganme en el estrado."

—¿Qué vio y escuchó señorita Vass?

El acto de inclinar su cuerpo y empuñar sus manos, lo reconozco. ¡Ah! Cuanto le gustaría que esto no fuera un juzgado, sino su amado rancho. Me tomaría por los cabellos y sacudiría mi cuerpo, en un vil intento de quebrar mi voluntad.

"No pudiste y no podrás. Soy superior, no eres más que un perdedor vestido en trajes finos. Nunca más vas a golpear, esta será la última vez que vea tu patética existencia. Así me cueste la vida, es una promesa que pretendo cumplir."

Es en todo lo que pienso detallando todo lo que vi y escuché aquella noche. Existe una enorme posibilidad que mi relato no sea tomado en cuenta. Papá se las arregló para mostrar documentos médicos truqueadas que me señalaban con desorden mental ¿Cuáles? No tenía idea.

Seguramente ser su hija.

Como sea, mi consciencia estará tranquila por decir la verdad. No cargaré con el peso de ser cómplice de mi padre y hermano. El abogado de mi hermano, se escurre en la silla al tiempo que le lanza miradas molestas a mi padre, Ludov sigue ausente y papá amenaza con saltar las sillas que nos separan.

—Su testigo —el abogado mira Dans, el defensor de mi hermano, quien se ajusta la corbata de manera nerviosa.

Mantengo el mentón en alto, desafiante y sostengo las miradas acusadoras de todas aquellas personas que han intentado menoscabar la imagen de los Edevane.

Puede que mi accionar sea visto de mala manera, me he mezclado en una guerra que no me pertenece. Es mi emancipación, la última vez que este pueblo me vea, mi deseo es que me recuerde haciendo algo justo.

—En el rancho arreglamos cuentas —susurra mi padre cuando paso por su lado, una vez que su fiel lameculos se ha negado a interrogarme.

Le sonrío y corresponde con un gruñido y se las arregla para contener su puño hacia mí. Es al pasar por los Edevane que mi actitud cambia y bajo los ojos. Me cuesta sostener su mirada y entender las acciones de mi hermano, se han convertido en imposibles.

En la última banca del costado izquierdo, una mujer en traje negro, observa mi salida. La reconozco como el juguete de mi padre, esbozo una sonrisa al notar el odio desmedido de la mujer. Detengo mis pasos al llegar hacia ella me inclino mi dorso antes de empezar a hablar.

—Al final, Alfred Vass, acabará sus días con una ramera. Al parecer, su destino es estar rodeada de ellas —le hago un guiño retomando mis pasos.

No hace comentarios, lo último que desea es un escándalo que dañaría la impoluta imagen de su amado. Lo que sí hace es apretar las manos y tensar sus labios al tiempo que lanza maldiciones silenciosas.

—¡Luisa! —el llamado de la nana me hace detener en mitad del pasillo y girar hacia ella. —¿A dónde crees que vas?

Sus pasos se mueven veloces por el pasillo, tan rápidos que por momentos se siente como si levitara. Al llegar hasta mi toma mis manos y las besa.

—No lo sé —me encojo de hombros con una sonrisa.

—Mi pequeña traviesa —sonríe. —mi niña indomable ¿Qué harás ahora?

—Mi plan estaba claro hasta aquí. —le confieso y aprieta nuestras manos entrelazadas.

—Lo imaginé. Vamos —me insta a salir por los pasillos —esta vieja te salvará el trasero, una última vez.

Y sin saber con exactitud lo que significa aquellas palabras, pero conscientes que no es malo le sigo. La nana es la única persona por la que estoy dispuesta a morir, un puesto que compartía con mi hermano, pero que lo perdió el día que dañó a Lucia.

Llegamos hasta el sótano del edificio en donde un viejo jeep nos espera. Le ayudo a ella a ingresar al auto y antes de subirme, algo llama mi atención. Una enorme camioneta cromada se detiene a pocos metros de nosotros. Aprovecho que la nana se encuentra entretenida lanzándole órdenes al conductor para ver un poco más.

Si bien, el lujo del vehículo llama mi atención, no tanto como el que la ocupa. Un hombre alto, en vaqueros, camisa, saco y sin corbata, se baja de ella, mira la hora mientras parece maldecir. Su sombrero negro impide ver sus facciones más allá de unos labios carnosos y una insipiente barba. Su altura solo es superada por el atractivo y esos vaqueros se pegan a sus piernas como una segunda piel.

Mi boca se reseca al detallar cada rincón de su cuerpo, siendo su rostro lo último que me es devalado cuando retira su sombrero. Una capa de cabello oscuro cubre su cabeza, nariz respingada, rostro cuadrado, mandíbula y pómulos marcados.

Busca algo en su ropa, sin dejar de maldecir y sonrío, viendo sus gestos de frustración al no hallarlo. Una vez lo hace, golpea su frente esbozando una sonrisa al sacar el móvil. Debe sentir que es observado, pues ignora el objeto iluminarse y sus ojos se posan en los míos. Por un momento no hace o dice nada y se limita a verme.

—Es Enemigo de tu padre —susurra la nana —lo odia y todo lo que le rodea, ni lo pienses. —continúa.

Si es enemigo de mi padre, no debe ser malo. Es en todo lo que pienso cuando el auto empieza a arrancar y empezamos a alejarnos.

—¿A dónde me llevas? —pregunto al estar lejos de esa mirada y del hechizo que la rodeaba.

—Lejos de tu padre —anuncia con vos segura y le observo un instante —no voy a permitirle que te haga daño, no pude hacer nada por Ludov, pero sí por ti.

—No tienes que hacerlo...

—He sido cobarde mi niña —acaricia mi rostro al decirlo y sus ojos se cristalizan —si alguna vez tengo el valor de confesarlo, sé que me odiarías.

Jamás, ella ha sido un bálsamo en medio del fuego que me consumía en el rancho Nevill.

—Delilah...—logro decir al recordarla y palmea mis piernas, despreocupadas.

—Nos espera en buen lugar, sabía que no te irías sin ella.


¿Qué me espera? No lo tengo claro, de lo que sí estoy segura es que nada puede ser peor que vivir con Alfred Vass.

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