Reunidas en la profundidad de la noche, oyendo la última admonición con sumo cuidado,  cargaban sobre sus ocultas miradas un sinfín de escrúpulos ante las revelaciones de su alma máter. Siendo visible únicamente la mitad inferior de sus rostros, eran protegidos por las gruesas capas de diversos elementos, que cada uno portaba. 

Habiendo creado un círculo alrededor de una figura arrodillada, la misma que se mecía suavemente al proclamar sus últimas maldiciones, los seres encapuchados desistieron de aquél tratado, y acordaron un mismo objetivo. 

Del cual, su estimada protectora no podría formar parte. Ya no.

Mientras la anciana de rostro estriado y globos oculares blancos finalizaba, se había hecho presente un gélido aliento que corría entre los árboles del bosque, trayendo consigo voces a la espera del espíritu ancestral que guardaba la bruja mayor. 

El silencio en el que permanecían, rindió sus frutos: cada compás nació de una misma melodía inconfundible, que desde tierras remotas traía consigo atisbos dulces e inocentes. Infantiles. Los últimos 4, fueron respondidos por quien se acercó hasta quedar enfrentada a la inmóvil figura central, que desprendía una tenue neblina como despedida y última protección. 

Una joven ya superior a su instructora, que sólo por cariño, aguardó hasta la última noche que la longeva mujer decidiera quedarse. Protegida por su propio manto de escarcha, entonó la nueva proclamación dejando escapar un hálito de sus labios, dando así por recibida su nueva responsabilidad.

Como reina y alma máter, de aquel oscuro y arcano aquelarre.