Se acabó
Ella no podía más; cada evento superaba al anterior, sumergiéndola en una espiral de desesperación. Sentía que su vida ya no tenía sentido, que estaba atrapada en un abismo oscuro y sin fin del que no encontraba manera de salir. Se acarició su plano vientre en donde unas horas atrás crecía una vida. Aquel ser que nunca vería la luz del sol, que no sentiría la brisa acariciando su rostro, quien no podría aspirar el fresco aroma que dejaba la lluvia sobre la tierra. Él, con su rostro angelical, había sido juez y verdugo implacable, quitándole a ella la oportunidad de elegir, arrebatándole la vida tan cruelmente a quien no tenía culpa de llevar su sangre. Había desquitado su odio sobre su vientre, patada tras patada mientras la insoportable agonía le rasgaba el alma.
Pero ya estaba desesperadamente agotada, sus fuerzas habían sido aplastadas por innumerables golpes y su espíritu se encontraba en ruinas. Cada vez más desgastada, sentía que la poca resistencia que aún le quedaba, llegaba a un límite insostenible. La presión la asfixiaba y su corazón anhelaba desesperadamente una salida.
Se fijó en su vestido, que antes era blanco, ahora manchado de un rojo oscuro, contrastaba con la palidez de su demacrado rostro. El intenso dolor en su abdomen le recordaba la brutalidad del violento acto del que había sido víctima. ¿Por qué lo había hecho? ¿Acaso era cierto que se merecía cada golpe? La confusión y el miedo se entrelazaban en su mente, ahogando cualquier atisbo de claridad.
Las lágrimas se mezclaban con el líquido carmesí que brotaba de sus heridas, formando un espectáculo grotesco y desgarrador. Intentó levantarse del frío suelo del baño en el que se encontraba, con las últimas fuerzas que le quedaban, pero sus piernas temblaron y cedieron bajo su propio peso. Cada movimiento era una plegaria silenciosa a la esperanza que se desvanecía rápidamente.
Llena de desesperación y resignación arrastro su cuerpo agonizante hasta la bañera y abrió el grifo. El sonido del agua corriendo llenó el silencio sepulcral de la habitación, mientras observaba como el líquido cristalino se teñía de rojo, como si la muerte misma se adueñara de ese espacio sagrado. Aquel acto final parecía cliché, pero ya no le importaba.
Un nudo se formó en su garganta al pensar en sus padres, quienes vivían ajenos a todo lo que estaba sucediendo en su vida. Las lágrimas aumentaron cuando recordó a sus mejores amigas, aquellas que habían estado con ella hasta en sus peores momentos. Pensó en todos los que quedarían atrás y que sentirían su perdida sin entender el tormento que la había llevado a tomar esa decisión, incluso su mente jugaba con ello y se le hacía difícil ejercer un pensamiento nítido. Pero estaba tan cansada de luchar contra la oscuridad que la rodeaba, ya nada importaba en ese momento.
Alcanzó la botella que minutos antes aquel había dejado, luego de casi acabar con ella a golpes, y la estrelló contra el espejo de cuerpo entero frente a ella con toda la rabia que llevaba tiempo acumulada, rompiéndose este en mil pedazos. Mientras los trozos reflejaban su rostro destrozado, su mirada desesperada buscaba respuestas que parecían haberse esfumado en el aire. El sonido ensordecedor del vidrio, quebrándose, resonaba en sus oídos, recordándole una y otra vez su propia fragilidad. Las lágrimas se entremezclaban con sus sollozos agonizantes, la realidad se difuminaba cada vez más, convirtiéndose en un laberinto frío y oscuro del que no encontraba salida. Fijo su mirada en los fragmentos del espejo roto esparcidos por el suelo, cada uno de ellos reflejaban en lo que se había vuelto su alma. Tomó el gran y filoso trozo que se encontraba más cerca, pero este se deslizó de entre sus manos cortándola. Lo volvió a intentar o eso le pareció, pues su vista se nublaba cada vez más.
Ignoró el entumecimiento que comenzaba a apoderarse de su cuerpo y se fijó en la tonalidad de rojo, sangre que había tomado el helado líquido en donde terminó por sumergirse. La confusión se adueñaba cada vez más de sus pensamientos mientras sentía que su carne se desgarraba sin piedad tras el paso del cristal por su piel. Le dolía, pero era un dolor soportable comparado al que sintió cuando aquellas patadas cargadas de rencor y odio quebraron aquel fino hilo que mantenía asegurada su fuerza. La culpa y el arrepentimiento la consumían, no podía seguir soportando tales sentimientos. Soltó el trozo de vidrio y dejó que el agua se encargara del resto, mezclándose con la sangre que fluía de sus heridas abiertas. Sentía como su vida se iba apagando. El tiempo parecía haberse detenido mientras las lágrimas saladas se deslizaban de sus ojos cada vez más pesados.
De pronto, un ruido proveniente de la puerta la sobresaltó, no obstante, no fue suficiente para abrir los ojos que ya había cerrado cayendo en un relajante sueño. Sin embargo, fue capaz de percibir débil el grito desgarrador de alguien a quien amaba.
-¿Nyx? -gritó esa persona desesperada al otro lado de la puerta, pero ella ya no la oía, su vida se estaba apagando y poco podía hacer para evitarlo.
La puerta se abrió bruscamente y aquella misteriosa figura irrumpió en la habitación, sus ojos llenos de pánico mientras observaba la escena ante ella con una desesperación palpable.
-¿Qué has hecho...? -susurró.
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