Luces, cámaras y una cita ¿Qué puede salir mal?
Mientras Ayla lucha en la piscina, intentando jugarle alguna trastada a Jake. Peige y Ava se despiden de nosotros para marcharse a su casa, yo no paro de pensar en las palabras de Max. Ese: tenemos que hablar, me tiene al borde de un colapso nervioso. Ese cambio tan brusco en él me preocupa. En un momento estábamos bromeando y al siguiente me dice que tenemos que hablar. ¿Se habrá molestado por mi comentario? ¿Habrá recordado algo sobre todo lo que hemos ido descubriendo con el paso de los días? No lo sé y no soy una persona paciente.
Así que me levanto, Ayla y Jake están entretenidos viendo quién es más terco que el otro, spoiler, ambos son igual de tercos e insufribles, por lo que no se dan cuenta. Tomo la mano de Max y lo llevo dentro de la casa. No hay ni rastro de Peige ni Ava y Maxi lleva rato ladrándole a Ayla y Jake, así que estamos solos.
—¿De qué tenemos que hablar? —digo empujándolo para que se siente en el sofá de la sala de estar.
—¿Eh?
—Max, no te hagas el idiota, me dijiste que teníamos que hablar. ¿Qué pasó? ¿Te molestó que dijera que eres eyaculador precoz? Porque solo fue una broma.
—No, no es eso. —Suspira, poniéndose de pie y caminando varios pasos —Es que… estuve pensando y creo que…
—¿Que cosa?
—Dios, ni pizca de paciencia, tienes —se burla.
—No tiene gracia. Acaba de decir lo que tengas que decir.
—Bien, creo que tendríamos que salir en una cita. Digo, a cenar, tomar un helado, lo que sea. Como hacen las parejas normales.
—¿Era eso?
—¿Te parece poco? ¿Qué pensabas que te diría?
—Pues no sé, que querías terminar conmigo, o que recordaste alguna pista o algo, yo qué sé.
—¿Terminar contigo? Ni que estuviera yo loco. Después de todo el trabajo que he pasado por simplemente un beso, ni en un millón de años termino la relación, jamás. Esto que hay entre tú y yo, solo se acabará el día que tú así lo quieras y si ese día nunca llega mejor. No veo un mejor futuro que envejecer a tu lado.
—Eres lindo
—Lo sé… Espera no, no soy lindo, soy guapo, sexi, un papirriki, pero lindo no.
—¿Papirriki? ¿En serio? ¿De dónde sacaste esa palabra?
—Un compañero cubano que teníamos en la agencia. Como sea, no me respondiste la pregunta. ¿Saldremos en una cita?
—Mm, no lo sé, déjame pensar —contesto, haciéndome la difícil, porque bueno, ambos sabíamos cuál sería mi respuesta.
════ ⋆☆⋆ ════
Dos días después me encuentro en mi armario, indecisa de que ponerme. Y no, no soy de ese tipo de chica que tiene el armario lleno y aun así dicen no tener nada que ponerse. El mío está lleno, sí, pero no sé a dónde me llevará Max en nuestra cita, que por cierto es hoy, así que no sé qué ropa sería la adecuada.
—Ponte algo elegante, pero discreto y sexi —aconseja Ayla.
—Ya, eso lo sé, lo que no sé es que puede ser elegante, discreto y para completar el cuadro sexi.
—¿Max no te dice dónde van? —pregunta Peige.
—No, no me quiere decir, dice que es sorpresa.
—Mm, quizás a mí me lo diga, solo tengo que jurar que no te lo diré, que tampoco lo voy a hacer.
—¡Peige! —protesto —No me gustan las sorpresas, lo saben.
—Lo sé, pero Max seguro que va a hacer algo que te guste y no voy a arruinarle los planes a mi hermano. Además, se daría cuenta de que te lo dije.
—Tienes razón —acepto, aunque sigue sin gustarme.
Peige saca su teléfono y le marca a su hermano. Ayla y yo la miramos expectantes mientras esperamos a que conteste. No pasa mucho tiempo para que la cara de mi amiga se divida en una maliciosa sonrisa, señal de que su hermano ha descolgado el teléfono y ella va a salir con alguna de las suyas.
—Copia barata —saluda y se puede oír la protesta de Max ante el apodo, a lo que ella solo sonríe —En realidad te llamo por algo en concreto… No, Max, no estoy en comisaría, eso solo fue una vez, deja de sacármelo en cara… Solo quiero que me digas a dónde vas a llevar a Nyx. —Se calla, oyendo lo que le dice mi chico, para luego poner los ojos en blanco —Te lo juro, no le voy a decir nada, solo queremos saber dónde la llevas para elegir que se puede poner… ¡Aaah! ¡Eres insufrible! Bien, yo se lo digo.
Cuelga el teléfono, se voltea hacia donde estamos Ayla y yo, ambas sentadas en el suelo del clóset, rodeadas de ropa.
» El idiota de mi hermano no me quiso decir nada. Sin embargo, pidió que te pusieras un vestido, algo simple y cómodo.
—¿Simple y cómodo?
—Lo más seguro, conociendo a Max, es que te lleve a algún restaurante no tan popular. Un lugar donde no te puedas cruzar con periodistas y no tengas que esconderte.
—Algo privado —agrega Ayla.
—De seguro tienes algo aquí que pueda servir. Ve a darte una ducha, Ayla tu busca mi maleta de maquillaje. Está en mi coche, yo voy a buscar algo adecuado para esta noche —indica, mientras nos saca del armario.
Un poco renuentes hacemos lo que nos pide.
Minutos después, estoy sentada frente al espejo, mientras Piege hace magia con mi cabello, luego de haber terminado mi maquillaje. Unas ondas salvajes remplazan lo que antes era lacio, dando un cambio radical a mi imagen. Cuando termina, admira su obra, algo que siempre acostumbra a hacer, y yo, por primera vez en mucho tiempo, hago lo mismo.
La mujer que me devuelve la mirada no es la misma que lo hacía mese atrás. Sus ojos, más azules que nunca, resaltados por el delineador y la sombra de ojos carmelita, tienen ese brillo que alguna vez añoré. Ante mí, veo reflejada a una guerrera, una mujer fuerte, capaz de saber levantarse luego de caer, de alcanzar la superficie tras haber tocado fondo, una mujer luchadora, que pelea por salir a flote. No obstante, también veo otra cosa, algo que he tratado de ocultar, pero que llegado el momento, saldrá a la luz, y ese día, ese día, todo cambiará.
Me levanto de la silla y sin decir una palabra, cojo el vestido que descansa sobre mi cama. Un hermoso vestido rojo. Me dirijo al baño y luego de desnudarme, me coloco la ropa y unos zapatos negros de tacón de aguja. Me dirijo al espejo, esta vez de cuerpo entero y estando sola me deleito con la forma en la que el atuendo encaja en mi cuerpo. Es corto, hasta medio muslo, suelto, cayendo como una cascada, terminando en dos pequeños picos a los costados. Mis caderas quedan al descubierto en dos círculos entre el borde del corpiño escondido tras la gasa del escote suelto, anudado a mi nuca, y el inicio del refajo. Me gusta el vestido.
—Nyx —llama Ayla tocando suavemente la puerta antes de entrar —Max, ya está… ¡Madre santa, estás hermosa!
—Gracias. ¿Qué decías de Max?
—Ah, sí, que acaba de llegar. Peige se fue mientras te cambiabas, recibió una llamada de Ava, al parecer necesita su ayuda, pero no es nada grave según me dijo Peige —se apresura a aclarar.
—Ok, bueno, deséame suerte.
—Suerte prima, ojalá y folles hoy.
—Cerda —le digo en broma, pasando por su lado para salir del baño.
Ayla, se ríe siguiéndome. Tomo mi cartera, una pequeña con una larga cadena dorada como asa, que me cuelgo del hombro, luego de comprobar que el teléfono, mis tarjetas, algo de efectivo, además de mi identificación y un gloss transparente, se encuentren dentro. Me despido de Ayla. Bajo las escaleras y, al llegar abajo, mis pulmones se olvidan de la simple tarea de respirar. Mi corazón comienza una banda sonora dentro de mi pecho y mis ojos no se despegan ni un momento del espécimen de hombre que tengo ante mí. Vestido completamente de negro, pantalón de vestir, camisa y americana. Es un manjar visual. Sus ojos resplandecen más que nunca y su mirada, cálida y seductora, se pasea por mi cuerpo. Recorre cada curva, cada centímetro de piel expuesta, y me siento arder. Solo por la manera en que me mira siento ese calor abrasador entre mis piernas.
—Estás hermosa —murmura con voz ronca.
—Gracias. Tú también te ves muy bien.
—Gracias, ¿Nos vamos?
—Por supuesto.
Se acerca a mí, me toma de la mano, entrelazando sus dedos con los míos y dándome un pequeño beso en la mejilla, salimos con destino a nuestra cita.
════ ⋆☆⋆ ════
Diez minutos después, paseamos tomados de la mano por la calle. Las personas caminan a nuestro alrededor, tan apresuradas que ni cuenta se dan de que estoy ahí, y eso me encanta. Hacía demasiado tiempo que no disfrutaba de caminar sin ser detenida por la gente. Me gusta mi carrera, me encanta que las personas me conozcan, no digo que no, porque eso significa que les gusta lo que hago, les gusta mi música, mis canciones, o simplemente mi voz. No obstante, tanta fama llega a agobiar. No tienes privacidad, siempre estás bajo una gigante lupa, midiendo cada paso que das, cada error que cometes. Las personas se creen con el derecho de juzgarte, se creen con el derecho de decidir sobre tu vida.
Siempre traté de mantener mi vida privada lejos de mi carrera. Sin embargo, es algo casi imposible en estos días en que todos tienen teléfonos celulares con cámaras. No obstante, el día de hoy, Max me ha dado el mejor regalo de todos. Regalo que se ve interrumpido por una estampida de periodistas que se aparecen de la nada, al menos eso me parece a mí, pues no vi de dónde salieron o como llegaron. De un momento a otro, más de seis periodistas nos rodean, lo que atrae la atención de las personas, algunas siguen su camino, pero otras, otras nos empezaron a rodear y a gritar mi nombre.
Max intenta protegerme de las personas, pero alguna de ellas me llega a tocar, las manos, la ropa o incluso el pelo. Un aluvión de preguntas nos son lanzadas, ni siquiera puedo entender a la mayoría. Max me rodea los hombros con el brazo, me acerca a su cuerpo y todo lo rápidamente que podemos, nos damos la vuelta y volvemos al coche. No obstante, antes de llegar, uno de los tirantes de mi vestido unido al otro en mi nuca, es roto al ser jalado por alguien. Tengo que sujetarme la parte de delante, antes de quedarme desnuda de cintura para arriba.
El pensamiento de que esta cita, no pudiera haber sido peor, ronda por mi cabeza, más no lo digo, porque siempre puede empeorar.
En el viaje de regreso a casa, ambos estamos en silencio. Yo por no hacerlo sentir más peor de lo que se debe de sentir, y Max, Max tiene los nudillos blancos por la fuerza con la que aprieta el volante.
—Si quieres podemos ir a tu casa. El día aún no ha terminado, seguro esta cita se puede arreglar —digo, intentando hacerlo sentir mejor.
Max solo asiente, pero no habla. No intento hacerlo hablar nuevamente. Algunas personas solo necesitan silencio para poder ordenar sus pensamientos, para poder calmarse, y Max es una de ellas.
Me dedico a observar el paisaje. Las hermosas casas en las que personas anónimas viven. Casas en las que pueden vestirse o hablar lo que quieran, sin el miedo a que alguien te esté observando. Son momentos como estos en los que me pregunto si vale la pena. Sí merece el esfuerzo.
Estoy tan ensimismada que no me doy cuenta de que llegamos a la casa hasta que Max me abre la puerta del auto. Sin perder más tiempo, bajo del vehículo y juntos entramos en la estancia.
Max se dirige a la cocina y empieza a buscar en la nevera, los cajones y alacenas como un loco.
—¿Qué haces? —pregunto acercándome a él.
—Busco algo para cocinar. Si no hubiera sido tan estúpido y te hubiera llevado al restaurante directamente, ahora estuviéramos comiendo una deliciosa lasaña. Pero a veces se me olvida que eres una persona famosa —explica
—Me gustó el paseo. Hacía años que no podía caminar entre la gente sin ser reconocida. Lo que no entiendo es como supieron los periodistas donde estábamos. Porque si no fuera por ellos, nadie se hubiera percatado de nuestra presencia.
—Sí, tienes razón. Pero ya no intento pensar en ello. Siempre que algo no nos sale bien es porque alguien está detrás y ambos sabemos quién es.
—Sigo sin poder creer que…
—No Nyx, no pienses en ello ahora. Disfrutemos de lo que queda de la tarde juntos. Solo pensando en nosotros dos, nadie más en bienvenido.
—Tienes razón.
—Lo sé —se jacta.
—Eres un engreído —me burlo riendo.
—Eso también lo sé, pero me amas. —dice acercándose a mí y depositando un corto beso en mis labios que me sabe a poco. —¿Qué te apetece comer? Podemos pedir algo.
—Mm, tengo ganas de comer pizza.
—Ok, pediré pizza entonces.
—Pero quiero pizza casera.
—¿Casera?
—¿No me digas que no sabes hacer pizza? —lo provocó.
—Eh…
—No serás de esos hombres que les da miedo la cocina o ¿si Max?
—Te voy a hacer la mejor pizza que has probado en tu vida pequeña hada, espera y verás.
Veinte minutos después, está completamente cubierto de harina. La americana y la camisa desaparecieron a los cinco minutos y su pecho lo cubre un gracioso delantal.
Sí, se la iba a manchar, ¿no?
Hola conciencia, ¿cómo estás? Es un placer tenerte de vuelta.
Ahórrate el sarcasmo.
Y sí, tenía que evitar que se estropeara la camisa.
Sí, nada que ver con observarlo, cocinar con el pecho al aire ¿No?
Nop.
Ya, ¿Si recuerdas que soy tu conciencia no? A mí no me puedes ocultar nada.
Bueno, sí, quería verle los pectorales y esa tabla de chocolate, no creo que sea un delito. Además, tampoco es que lo pueda ver, el estúpido delantal le cubre gran parte del torso.
Mala suerte, pequeña hada —En serio me la imagino bajándose una gafas elegantes y burlándose de mí.
Está claro que no estoy muy bien de la cabeza.
—Max, nene, ríndete ya, no estás hecho para la cocina. Podemos pedir comida.
—No. Hoy vas a comer algo hecho por mí. Por cierto, me gusta que me digas nene.
—Bueno, si yo lo hago tú también. Seremos como Romeo y Julieta. Moriremos juntos por envenenamiento, nene. —provoco
—¡Si serás…¡—exclama.
Antes de que pueda evitarlo, un poco de harina impacta contra mi rostro.
—Oh, Maximiliano, espero que te hayas despedido de tus seres queridos, porque acabas de firmar tu sentencia de muerte —amenazo, antes de lanzarme sobre él.
Como no se espera lo que hago, ambos terminamos en suelo de la cocina, riéndonos. Atrás quedó la pizza, las traiciones, los periodistas; todo desapareció, en esta casa, en este momento, solo estamos él y yo.
Aprovecho su sorpresa y me siento a horcajadas sobre su vientre, tomo sus manos y se las levanto sobre su cabeza.
—Ahora estás a mi merced —le digo, acercándome cada vez más a su boca y besándolo sin previo aviso. —Tienes que saber —Me detengo antes de ir más lejos —, que nunca tengo sexo en la primera cita.
—No creo que vuelvas a tener otra primera cita, así que no veo mal tachar esa frase de tu hermosa cabecita.
—Mm —murmuro, pasando mi nariz por su cuello y respirando el varonil aroma de su piel —Creo lo mismo.
Apenas las palabras salen de mi boca, siento que el mundo da vuelta y de repente me encuentro acostada en el suelo y Max sobre mí.
—Dame tu celular —demanda.
—¿Por qué? —pregunto, pero le señalo mi bolso.
—Esta noche solo somos tú y yo, sin interrupciones —explica, levantándose, tomando mi teléfono, apagándolo y haciendo lo mismo con el suyo —. Nada de Ayla, ni de Piege, ni de Harold; nada de Jake, de nadie. Solo somos tú y yo.
—Bueno —digo levantándome del suelo y saliendo de la cocina. —Creo que el momento pasó.
—Se puede volver a crear —plantea, estrechando los ojos con confusión.
—Eso solo si me atrapas —grito, riéndome y corriendo por toda la casa, sintiéndolo detrás de mí y oyendo su risa a la par de la mía.
No sé en qué momento perdí los zapatos, pero gracias a esto puedo saltar por encima del sofá sin torcerme un tobillo en el intento. Las risas no cesan. Siento un cosquilleo en mi vientre, producto de la adrenalina por la huida, que acentúa mucho más las ganas de reír.
La persecución no dura mucho más, pues sin darme cuenta entro en la cocina de donde no puedo salir, a no ser que intente saltar por sobre la barra de desayuno. Sin embargo, no creo lograrlo sin romperme el cuello. Trato de desviar la atención de Max, tomando un poco de harina en mi mano y lanzándosela a la cara.
No puedo evitar reír al verlo con el rostro todo blanco. Pero la risa me dura poco. Él se desquita, dándome de mi propia medicina. Entre risas nos arrojamos toda la harina que encontramos hasta que esta se agota. Sin darnos cuenta nos hemos acercado cada vez más y ahora lo hacemos deliberadamente.
Como si fuéramos dos coches que colisionan, dos mitades de un todo que se vuelven a unir. Sus labios buscan los míos. Mis manos acarician su rostro y las suyas se aferran a mis nalgas, levantándome, sentándome en la encimera y ubicándose entre mis piernas. El beso se va volviendo tierno, las manos de Max acarician el contorno de mi cara, como si quisiera aprendérsela de memoria.
Mis manos van a su nuca, lo acerco más a mí, presionándolo luego con mis piernas. Desanudo el delantal tan gracioso que lleva puesto. Me dedico a deslizar mis manos por su pecho, sintiendo cada elevación, cada línea de ese glorioso cuerpo. Sus labios adoran mi cuello y un suspiro de placer se escapa de mi boca. Intento abrir sus pantalones, pero me detiene, separándose de mí.
—Aún no —murmura con voz ronca y seductora.
Se separa aún más, me da la mano y me ayuda a bajar de la encimera. Su intención es salir de la cocina, pero no lo dejo. Me siento en el suelo y con delicadeza hago que me imite.
Sentados en el frío suelo, uno frente a otro nos miramos a los ojos, en ellos se refleja el amor por el otro y una lujuria casi imposible de controlar. Sin embargo, él lo hace, porque estoy segura de que no quiere asustarme. Nada más lejos de la realidad. Me aproximo a él, tomando sus hombros y obligándolo a acostarse sobre mí, cuando me inclino hacia atrás. Me siento tan segura con Max que no me preocupa ser yo quien del primer paso.
El dique que contenía esa pasión desbordante, se agrieta, dejando salir solo un poco. Sus hábiles dedos quitan mi roto vestido, para luego dedicarse a besar cada parte de mi cuerpo, a venerarlo, idolatrarlo. Cada rincón es acariciado. Solo deteniéndose en la cinturilla de mi ropa interior, quitándola de mi cuerpo con delicadeza.
—¡Eres hermosa! —musita, admirando mi cuerpo —Voy a saborear cada parte de tu cuerpo. Memorizar cada gemido, cada lugar sensible. Voy a explorar tu cuerpo como si fuera un mapa, aprendiéndome cada ruta, cada camino.
Y lo hace, regresa a mi abdomen, acariciándolo, besando su camino hacia ese punto que se derrite por él.
—Max, no creo que… —digo con algo de timidez, es la primera vez que alguien respira tan cerca de ese sitio y me da vergüenza; sin embargo, no puedo continuar. La visión de su cabeza entre mis muslos me corta la respiración.
Cuando por fin me toca siento que exploto, mis gemidos cada vez se vuelven más fuertes. Pero él no me ofrece piedad. Con sus dedos y su lengua provoca tal espiral de sensaciones que creo colapsar en algún momento. Lame, muerde y venera esa parte de mi anatomía tan sensible hasta saciar su voraz apetito
—¿Decías? —pregunta con una arrogante sonrisa, antes de volver a mi boca. —Nunca te escondas de Nyx, para mí eres perfecta.
Me besa con desesperación. Siento que floto, pero aún no hemos terminado. Llevo mis manos inseguras a su pantalón y por fin, deja que me deshaga de él y su ropa interior. Somos una maraña de piel caliente y sudorosa, dos mitades de un todo. Intento tocarlo, darle la misma atención a su masculinidad, no obstante se aparta.
—Si me tocas no voy a durar mucho más —explica —Tenemos toda la noche.
Busca en sus pantalones su billetera y de ella saca un envoltorio plateado. Lo desgarra con los dientes, para luego proceder a ponérselo y es una imagen tan sexi que casi me lleva al borde del orgasmo. Se coloca entre mis piernas y se introduce en mí con delicadeza, volviéndonos uno, un solo cuerpo, una sola alma. Se entierra lenta y profundamente dentro de mí, estirando mi cuerpo para que se adapte al suyo, para luego proceder a moverse, movimientos profundos, suaves que hacen que todo su cuerpo pareciera ondularse sobre el mío, como un oleaje en medio del océano. El silencio de la estancia solo es interrumpido por el choque de nuestras pieles, nuestras agitadas respiraciones, nuestros suspiros de placer, de deleite.
Mis uñas se clavan en sus hombros para luego deslizar las palmas de las manos por su espalda, abrir aún más los muslos y responder al ritmo de sus caderas con las mías.
Paso mi lengua por la base de su nuez de Adán, necesitando probar su piel. Él gime, el sonido retumba en su pecho y sus movimientos se vuelven más rápidos. El muro, ese que lo contenía, se termina de romper y todo ese ardor se refleja en la danza de nuestros cuerpos. La fricción creando un nuevo zumbido en la parte inferior de mi anatomía.
—Déjate ir amor ―Su voz, profunda y decidida, tranquila, pero intensa, obliga a mi cuerpo a obedecer ―Eso es, ―susurra mientras mis ojos se cierran y los músculos de mi cuerpo se ponen rígidos, como si toda función y sentimiento que no fuera el placer quedara en suspenso, incluso la respiración.
Me pierdo en él, en el sonido de su respiración, en el olor de su piel, en sus músculos, tensándose al alcanzar su propia liberación. Me pierdo en la sensación de sentirlo dentro, y encima de mí, en el calor que desprenden nuestros cuerpos. Me pierdo en la sensación de que finalmente, por fin, y de la manera más carnal, estoy en sus brazos.
Todavía flotando en un mar de felicidad, lo siento moverse, dejarse caer a mi lado y arrastrándome para ponerme sobre él.
—Joder, necesito… Necesito
—¿Quieres que me aparte? —pregunto, aunque no me quiero separar de él, no ahora.
—Joder no, ni en sueños te vas a apartar de mi
—¿Puedes dejar de decir joder?
—Es que… joder, eso fue maravilloso. Te amo tanto.
—Yo te amo más.
—¿Perdón? No se equivoque señorita pequeña hada, yo la amo mucho más.
Riéndome levanto un poco la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Tengo hambre —anuncio
Y ahora es el quién ríe. Esta vez me deja pararme. Por lo que tomo la camisa que dejó olvidada, apenas llegamos, sobre una esquina de la barra de desayuno y me la pongo. Él se me queda viendo, relame sus labios, pero mueve su cabeza para despejarse, imagino. Se deshace del condón, arrojándolo y se levanta, se pone su bóxer e intenta preparar algo para comer. Entre risas, besos, miradas codiciosas, reponemos fuerzas.
Él, sentado en uno de los taburetes, ubicado entre mis piernas y yo, sentada sobre la encimera, devorando un sándwich, como si fuera la primera comida, luego de días hambrienta. Me mira, terminando de comer y de un momento a otro me encuentro sobre su hombro, en un rápido viejo a la habitación, donde soy depositada con toda la delicadeza que puede reunir, sobre la cama.
—El receso ha terminado —anuncia quitándome la camisa y dejando mi cuerpo desnudo a la vista —Te voy a comer entera.
Mi risa es silenciada por sus labios. Si cuerpo una vez más sobre el mío. Dando comienzo a la que espero, sea una larga noche.
════ ⋆☆⋆ ════
Pasó todo el día con una sonrisa en la cara. Nada podría arruinar mi felicidad en esta oportunidad. Evito cruzarme con mi representante y me concentro en mi música. Pero como bien saben, el destino me odia, cuando salgo de la discográfica y mientras busco a Stella, quién se había adelantado para traer el coche, tropiezo con alguien, y, al levantar la mirada, unos ojos de color miel me dan la bienvenida, unos ojos que podrían resultar hermosos si no supiera al monstruo que esconden. Porque si, frente a mí y con una sonrisa de superioridad, burlándose de mí, se encuentra él.
Kevin.
Hasta aquí por hoy como saben los que me siguen el cuarto capítulo lo perdí cuando lo fui a subir anoche, por lo tanto para la próxima semana intentaré tenerlo listo.
Este capítulo está dedicado a Melani0407, MarisleidiE y mitsuriespi
Espero que el capítulo les hay gustado y si es así voten y comenten qué les pareció.
Nos leemos en el próximo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro