Alguien del pasado
Me pesan los ojos. Intento abrirlos, pero hay demasiada luz. A lo lejos escucho una voz que reconocería en cualquier parte; Peige, habla con alguien, pero solo la oigo a ella.
—… sabes que nunca te pido nada, pero esta vez lo necesito, ella te necesita, eres el único capaz de ayudarla… —No logro seguir oyendo, ni tan siquiera saber con quién habla, pues vuelvo a caer en la inconsciencia.
Despierto, pero esta vez está oscuro. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estoy en una habitación de hospital, con paredes blancas y estériles. Una sonda está conectada a mi brazo goteando un líquido transparente dirigido a mi sangre, a mi lado se encuentra un aparato midiendo mi ritmo cardíaco, dirijo la mirada a mis manos y veo que unas vendas las envuelven junto a mis muñecas. Es en ese momento cuando los recuerdos vienen a mi mente como si de una avalancha se tratara.
Arrojando la botella contra el espejo luego de haber recibido una paliza por parte de Kevin, perder a aquel ser que crecía en mi vientre a manos de aquel monstruo. La culpa, el miedo, la impotencia. Es el rememorar los sucesos y la máquina a mi lado comienza a sonar como si estuviera poseída. La habitación se llena de personas, una de ellas con bata blanca, intenta calmarme, pero no quiero hacerlo, tengo tan mala suerte que ni suicidarme pude. Las lágrimas recorren mis mejillas y mis gritos se deben de oír por todo el hospital. Veo a Peige en una esquina llorando, mientras se tapa la boca con una mano y de repente me siento adormecida, no lucho contra el sueño, este es mejor que la realidad.
No sé cuánto tiempo he estado durmiendo, pero al despertar nuevamente, me encuentro con la luz del día. Esta vez, los recuerdos retornan y las lágrimas brotan sin poder contenerlas. Sin embargo, no estoy sola en la habitación; Peige descansa incómodamente en una silla. En este preciso instante, los remordimientos y la culpa me abruman de nuevo.
Los rostros de las personas importantes para mí llenan mi mente, haciéndome sentir un dolor insoportable en lo más profundo de mi pecho. Cada imagen penetra como cuchillas afiladas, haciendo que mi corazón se retuerza de angustia y desesperación. Las lágrimas, pesadas y amargas, se deslizan por mis mejillas, dejando un rastro salado en mi piel pálida. Mi visión se nubla, distorsionada por el tormento interno que me consume. En cada semblante hay un reproche silencioso, una mirada acusadora que me recuerda constantemente lo que hice. Siento cómo el peso de mis decisiones aplasta mi ser, dejándome sin aliento y arrastrándome hacia un abismo de remordimiento. La intensidad de esta tormenta emocional es abrumadora, envolviéndome en una red de desesperación y sufrimiento del cual parece no haber escape.
¿Qué hice? ¿Cómo pude ser tan egoísta? Esa no soy yo. ¿En qué me ha convertido ese malnacido? No puedo creer que haya llegado a este punto, que me haya convertido en alguien que no reconozco. Siento que el pánico se apodera de mí, una sensación asfixiante que me envuelve por completo. Mi mente está en caos, los pensamientos se agolpan y se mezclan en una cacofonía insoportable. La desesperación me consume, cada vez más intensa, cada vez más palpable. Ya no puedo controlar mi respiración, inhalo temblorosamente mientras siento cómo el aire escasea en mis pulmones. Mis manos tiemblan y sudan, mi cuerpo entero parece estar al borde del colapso. Me pregunto si podré sobrevivir a esta pesadilla que soy yo misma.
—Está bien, estoy aquí, no te dejaré sola —expresa la voz calmada de mi mejor amiga, intentando transmitir esa calma que ahora veo tan lejana y acariciando lentamente mi espalda. —Llora, saca todo lo que tengas dentro, yo seguiré a tu lado.
Así lo hago, lloro por lo que parecen horas, con la cabeza recostada a su pecho mientras ella permanece en silencio, deslizando la mano suavemente por mi cabello.
—Lo siento mucho Peige
—Ssh lo sé, tranquila.
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Peige me dejó llorar sobre su hombro por un rato mientras le contaba todo lo que me hizo Kevin, la desesperación que sentí y el motivo que me hizo tomar la decisión de acabar con mi vida. Una resolución sumamente impulsiva, estando segada por el dolor de la pérdida. Ella por su parte me contó que ese día tuvo un mal presentimiento que la hizo ir a casa y ahora, con la cabeza fría, se lo agradezco.
Son las nueve de la noche y ya no me quedan lágrimas que soltar. A lo largo del día tuve varias visitas, entre ellas la de un terapeuta quien me dijo algunas palabras que no han dejado de dar vueltas en mi cabeza en toda la tarde.
No puedo permitir que acabe conmigo. No puedo volver a caer en otra espiral de destrucción semejante. Debo pensar en las personas a las que mis dediciones hacen daño, aferrarme a las cosas positivas que hay en mi vida o al menos intentarlo. Ya toqué fondo, ahora solo tengo que encontrar la manera de llegar a la superficie, seguir nadando. La desesperación por terminar con todo me trajo a este momento. Nunca la palabra suicidio se me había pasado por la cabeza y sé, que si Kevin no me hubiera llevado al límite jamás lo habría pensado.
—Hay otra cosa que tengo que contarte —dice de pronto, por lo que asiento animándola a continuar — Kevin está detenido.
Sus palabras me dejan en shock ¿Cómo es posible? Él siempre se libraba cada vez que intentaba denunciarlo.
—Sé lo que crees, y no, no fue por la paliza que te dio, aunque eso hizo su salida de la cárcel mucho más difícil. También se metió con la hija de un senador e intentó abusar de ella. Fue el mismo padre de la chica quien llegó a tiempo y lo separó. Al parecer fue antes de que se atreviera a hacerte lo que te hizo. Lo que no me explico es como no lo encarcelaron inmediatamente, así se hubiera evitado tu sufrimiento —protesta y es cierto, si hubieran actuado a tiempo no estuviera yo en una cama de hospital.
—¿Qué pasó con él? —No tengo que explicarle, ella lo entiende perfectamente.
—Estaba demasiado pequeño, los golpes hicieron que lo perdieras, pero según los doctores, gracias a que te atendieron a tiempo, no tendrás problemas para concebir en un futuro.
El sentimiento de culpabilidad, mezclado con el arrepentimiento que tan familiar se siente, vuelven haciéndose casi asfixiante. Si yo no hubiera dicho nada aquella noche. Si tan solo…
—¿Sabes que otra cosa te ayudaría a subirte el ánimo? —dice sacándome de mis agónicos pensamientos. Ella sonríe; sin embargo, yo no puedo imitarla, solo niego con la cabeza, no creo que exista nada en este momento que me haga sentir mejor —Esto.
Enciende el televisor de la habitación y de inmediato aparecen imágenes de personas con carteles y camisetas con mi rostro. Niñas, adolescentes, mujeres, hombres; hasta abuelas y abuelos. Todos sosteniendo pancartas, con las frases: “mejórate, te queremos Nyx, te apoyamos, estamos contigo”.
—Una noticia ha sacudido el género musical en las últimas horas —cuenta la reportera en las noticias, no la reconozco, pero no aparto la vista de la pantalla —. En la madrugada de hoy —continuó con su voz clara —, la reconocida intérprete _Nyx_ y conocida por su cabello de colores, fue ingresada de emergencia en el hospital tras sufrir una agresión de gravedad. Según informes, se presumen que su actual novio, Kevin Roberts fue detenido horas después como presunto sospechoso de este lamentable suceso. Sin embargo, fuentes cercanas afirman que la verdadera causa del incidente estaría relacionada con un intento de robo que se salió de control—la reportera explica y yo no puedo evitar que lágrimas de impotencia y el dolor se deslicen una vez más por mis mejillas tras recordar todo lo que verdaderamente sucedió esa noche —… Esta impactante noticia ha generado una abrumadora respuesta de sus seguidores y el público en general. Miles de personas han salido a la calle, reclamando justicia en apoyo a la talentosa artista. Mujeres de todas las edades, luciendo sus caballos teñidos de rosa, se han unido sin reservas para mostrar su solidaridad y respaldo incondicional hacia Nyx. En estos momentos difíciles, expresamos nuestro más profundo deseo de pronta recuperación hacia Nyx, desde aquí le enviamos todo nuestro ánimo y fuerza para salir de esta difícil situación. Estaremos atentos a brindar actualizaciones sobre la evolución de este terrible suceso y cualquier otro detalle relevante. Ahora pasemos a las noticias deportivas…
—Tienes a los mejores fans, amiga —me anima Peige apagando el televisor.
—Si lo sé, pero sabes que también tengo antifans, o se te olvida la amenaza que me mandaron el día que…
—No, no se me olvida —responde ella evitando que continúe hablando, pero es tarde, aunque no lo mencione, lo sigo recordando y nada podrá evitar que lo haga.
Me arden los ojos de tanto llorar, pero es algo inevitable. Sé que algún momento seré capaz de recordarlo todo sin derramar una lágrima, pero lo veo muy lejano.
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Los días pasan y con ellos se van las marcas físicas de los golpes, solo quedan las heridas abiertas aún en mi interior. Poco tiempo después de ver la noticia, unos detectives me visitaron y tomaron mi declaración. Tener que revivir cada momento me produjo otro ataque de pánico, algo que se ha hecho bastante común en los siguientes días, por lo que a partir de ello y gracias a la insistencia de Harold, Peige y Ayla comencé a ver a una psiquiatra. No puedo decir que un mes después ya me siento como era antes, pero sí que ahora soy un poco más fuerte, o eso quiero creer.
Los cargos a Kevin fueron retirados, según la policía, por falta de pruebas. Pero no me extraña. Quién sabe lo que hicieron para comprar al senador aquel, quizás conocen secretos y lo chantajean, solo ellos lo saben. Algo de lo que sí estoy segura es que no quiero saber nada más de él. Harold logró poner una orden de alejamiento en su contra, por lo que no puede estar a menos de quinientos metros de mí.
En estas últimas semanas he tenido tiempo para pensar y me he dado cuenta, de que todo lo que me mantenía con Kevin era el miedo, el temor a sus golpizas, a que si intentaba terminar la relación, él simplemente acabara con mi vida. Al final eso fue lo que hizo, o casi hace, pero ya no más.
Desde que salí del hospital, obviamente y como no quería volver a pisar el departamento que compartía con aquella bestia, comencé a vivir con Peige en su casa. Ella fue la que se encargó de recoger mis cosas, o al menos las más valiosas, y traérmelas.
Estoy haciendo uno de los ejercicios que me mandó la psiquiatra cuando tocan el timbre de la casa. El sonido me sobresalta y por un momento creo que puede ser él quien está detrás de la puerta, no obstante, recuerdo que dos hombres prácticamente gigantes están pendientes de que nadie que no haya pasado por ellos se acerque a menos de un metro. Como estoy sola porque Peige fue a una cita, me levanto del sofá y abro.
Lo primero que ven mis ojos al abrir, es un pecho amplio y tonificado, a medida que voy subiendo la vista mi estómago se comienza a llenar de un millar de mariposas y no sé por qué. Todo cobra sentido cuando el extraño levanta uno de sus musculosos brazos envueltos en cuero negro y se quita las gafas de aviador que lleva puestas, descubriendo un par de ojos bicolor que últimamente me visitan mucho en sueños. Sus labios forman una sonrisa de lado precedida de un hoyuelo en su mejilla derecha, al ver mi rostro, el cual debe de reflejar el estado de shock en el que me encuentro.
—Hola pequeña hada…
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