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°CAPITULO UNO: Dolor°

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“Para cuando el amanecer comenzó a hacer acto de presencia, me vi a mí con mis hermanos menores correr hacia aquella mansión donde un tambor hallábase en su interior.
Para cuando lo toqué, de mis hermanos me alejé y con temor en mis ojos llorosos un demonio saltó y me sonrió malicioso.

Sollosé gritando por ayuda, pero la mansión un laberinto se volvió y mis llantos hicieron sonreír al causante de mis tormentosos sueños.
Para cuando huí por el laberinto, el demonio saltó sobre mi y prometió mi exterminio, pues mi sangre él añoraba, además de añorar la idea de mi muerte.

El tiempo pasó y me sucumbió la eterna locura de aquel laberinto, el demonio se reía de mis intentos de escapar mientras yo intentando vivir le quise matar. Le imploré piedad y él me pidió sangrar.

Unos tambores volvieron a sonar, y pronto me vi salvado por un ser de cabellos rojizos y katana negra en mano.
Escapé de los brazos del demonio y me refugié en los de mi hermana, quién me había buscado y lloraba sin palabras.
Mi salvador sonrió, agradeciendo mi vivencia joven mientras él luchaba por mantenerse lustre. Pronto lo perdí de vista y me vi cuidado por alguien de temeroso ser pero de fuerte agarre de katana.

Poco sabía yo de la existencia de demonios, poco sabía yo que especial era mi sangre, pero sabía que mi vida prevalecía mientras el de cabellos rojizos sufría.

Katsuragi Kiyoshi—



(…)




Cuando los ojos amarillos de su mujer se posaron en los suyos naranjas, vio reflejada la tristeza en ellos.
Tras recordar su primera historia publicada y la cual lo introdujo en el mundo de la literatura, jamás pudo olvidar los sentimientos que ese ser de cabellos rojizos le manifestó, sentimientos que logró trasmitir a los lectores de “Sangre especial” y con los que logró hacerse escritor un par de años después.

Miró a su esposa, con su estómago abultado y las mejillas sonrojadas de estar tanto tiempo en el exterior con tan solo una bufanda. Kiyoshi pidió amablemente su refugio en casa, negándose a dejarla ir con él.

—Cielo, no puedes venir conmigo en tu estado—habló con suavidad, cubriendo el pequeño cuerpo de su mujer con el suyo para enviar que el frío viento empeorara su salud—. Tu enfermedad podría engravecer y quién sabe qué le haría eso al bebé.

—No puedo dejar que vayas tú solo al pueblo vecino con este clima, Kiyoshi—Tsuyoko buscó deshacer el agarre de su esposo, pero este no se lo permitió—. Es por mí que vas a poner en peligro tu salud al salir con este clima para allá, ¡Es una hora de camino!

—Si voy en carreta y luego camino algunos kilómetros, podría llegar allá en media hora— Kiyoshi tomó las frías manos de la pelimorada, acariciando sus nudillos—. Tsuyoko, ¿Es que acaso no confías en mí?

—Confío en tí, no en el clima.

—Entonces sabes que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por ti, ¿Cierto, querida mía?—acercó los nudillos de su esposa a sus labios y depositó un tierno beso.

—¿Qué haré si te desvías repentinamente del camino? Si cruzas por la montaña podrías quedar enterrado en la nieve, algún animal salvaje podría atacarte, ¡Incluso caer en un agujero profun...!-

El pelinegro la calló con un beso en los labios, amortiguando las palabras de su mujer y calmando su corazón acelerado por el miedo.

—Estarás bien sin mí, querida. Le envié una carta a mi hermana, llegará en unos días para cuidar de tí y mantenerte estable con los medicamentos, mientras tanto, yo estaré en el pueblo vecino hablando con algún buen doctor que pueda decirme finalmente qué es lo que tienes.

Tsuyoko lo observó, no muy convencida con las decisiones de su esposo. Finalmente, vacilando, asintió con la cabeza y chocó su frente con la de Kiyoshi en un gesto cariñoso, buscando recordar el contacto de su esposo, pues era la primera vez en años que iban a permanecer alejados del otro por algún tiempo.

El pelinegro le sonrió, sus mejillas se sonrojaron cuando los ojos amarillos de su esposa se posaron nuevamente sobre él. Acariciando con suavidad las manos de su esposa y besando tiernamente su frente tras separarse, se dio la vuelta y emprendió camino por la aldea.
Tsuyoko se despidió con la mano.

Ahora caminando por la aldea en la que residía, Kiyoshi sostenía una pequeña bolsa viajera sobre su espalda con algunos objetos necesarios para su viaje. A medida que avanzaba por el pueblo, las personas lo saludaban amablemente y él veía las casas y tiendas donde solía ir cada que podía.
Antes de seguir recto hasta llegar a las entradas del pueblo, la cual estaba algo alejada de su hogar, un hombre con delantal y gorro cocinero lo interceptó de repente y lo obligó a detenerse.

—¡Katsuragi Kiyoshi!—dijo con una enorme sonrisa, el nombrado le sonrió levemente.

—Buenos días, Tetsu—saludó— ¿Cómo van las cosas en tu puesto de comida?

—¿Sabes? Va bastante bien estos últimos días, con este clima tan frío últimamente las personas necesitan pan recién salido del horno y un buen té—Tetsu señaló su local, que ahora tenía unas cuentas personas en el interior comiendo—. ¿Adónde te diriges, mi buen amigo?

—Voy al pueblo vecino en busca de un doctor, mi esposa no está muy bien y los médicos de aquí no saben exactamente qué es lo que tiene. Necesito nuevas opiniones y nuevos tratamientos.

—Oh, ya veo, cuando quieras y cuando lo necesites puedes venir a mi panadería y llevarle un té a tu esposa, eso puede ayudarle en algo—dijo Tetsu aún manteniendo su sonrisa, pero ahora era una pequeña—. Estoy dispuesto a ayudarte, mi querido amigo.

Kiyoshi agradeció su ayuda y siguió su caminar hasta las afueras del pueblo, Tetsu se despidió riéndose.

Aunque intentó evitar a las personas para llegar más rápido, una mujer joven le gritó desde su hogar donde hablaba con sus amigas.

—¡Kiyoshi! ¿¡Cuándo publicarás tu siguiente libro!?—sonrió apenada la joven por haber captado la atención de la mayoría de las personas que caminaban de un lado a otro.

El pelinegro de ojos naranjas se sonrojó de la vergüenza.

—¡Pronto, Miya!—le sonrió desde la lejanía y siguió avanzando—¡Te enviaré alguna de las primeras copias cuando llegue el momento!

—¡Saludos a tu esposa!

Continuó su camino. Realmente el libro que escribía no estaba ni cerca de ser terminado o siquiera haber empezado.

Una vez en la entrada del pueblo, evitando las miradas de las personas curiosas que vivían en él, desvió su camino y se adentro a la montaña nevada en la cual se prohibía su paso en esa época del año. Buscaba la planta que fuese capaz de mejorar la salud del amor de su vida y proteja el crecimiento de su bebé.

Se sumergió en la montaña, dando grandes pasos sobre las gruesas capaz de nieve en el suelo y que enterraban sus pies hasta las rodillas y era complicado mantener el paso. La mayoría de los arbustos estaban repletos de nieve y también ella caía desde las copas de los árboles; se sacudió la cabeza luego de que cayera sobre él.
No veía el cielo en su totalidad, pero observó que tenía el sol sobre su nuca, aunque no hacía nada de calor a tan bajas temperaturas en aquella montaña nevada, pues ahora tiritaba de frío y solamente había avanzado muy poco como para llegar al centro, dónde se supone que crecía el arbusto medicinal.

Se sostuvo de uno tronco, y casi al momento tuvo que hacerse a un lado por una capa de nieve que caía de ese árbol y planeaba darle en la cabeza. Respiró agitado por un segundo, la montaña era aún más peligrosa que el año pasado.

Según la aldea en la que vivía, todos los años durante esta época, se le rezaba al Dios de la Montaña. Algo curioso y gracioso, pues recordaba a alguien que solía llamarse de esa manera en sus días como preadolescente.
El Dios de la Montaña solía agradecerles sus rezos y ofrendas al regalarles el fin del invierno sin ninguna baja de pueblerinos en las entradas de la montaña o algún desvío de la nieve hacia el pueblo. Algunos creen que es su fuerza divina, otros creen que no es más que fé. Kiyoshi cree fielmente que se trata de un hombre humano con grades habilidades, pues nadie tiene tal fuerza tanto física como de voluntad como para hacer algo como eso.

Obviamente nadie creyó en su teoría, al igual que en el pasado nadie le creyó acerca de la existencia de los demonios, los mismos demonios que ahora son pura fantasía en sus libros. Y no los culpaba, con todo y eso, él es bien querido en el pueblo y él los aprecia por igual, es un pueblo pequeño.

Observó a un pequeño cuervo sobre su cabeza, sentado sobre la rama de un árbol mientras lo observaba fijamente. Sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal.
Fue entonces cuando la rama se rompió y cayó el cuervo con un graznido ronco.

—Oh, no—se acercó lo más rápido que la gruesa nieve bajo sus pies le permitía. El cuervo había quedado enterrado en la nieve— ¡Oi, amigo cuervo! ¿¡Estás por aquí!?—se dio un golpe mental—. Soy idiota, un cuervo no me va a respond...-

El cuervo comenzó a graznar roncamente a unos metros de él en respuesta.

—¡Oi, cuervo!—con cansancio debido a sus intentos de ir más rápido sobre la nieve, comenzó a escarbar en busca del ave—. ¡Sigue graznando! ¡Te ayudaré!

El graznido ronco se hizo más fuerte con cada bulto de nieve que saca con sus manos.
Entonces vio unas negras alas sobresalir.

—¡Aquí estás!—sacó al ave con algo de fuerza y este solo seguía graznando—¡Shh! Tranquilo, amiguito, ya estás sano y salvo...—vio la pata del animal, estaba rota— bueno, sano no es una palabra correcta para describir eso.

El cuervo lo observó, pudo ver miedo y dolor en sus ojos negros como el carbón. Probablemente la pata le dolía un infierno en ese estado.
Como pudo, arrastró sus piernas entre la nieve hasta el árbol más cercano, lo suficientemente bajo como para poder sacar una pequeña rama de las muchas que tenía y una hoja delgada y fina.

Dejó al cuervo sobre la nieve delicadamente y tomó su pata, el animal intentó salir volando mientras se movía bruscamente entre sus manos y graznaba con garganta ronca.

—¡Espera!—intentó inmovilizarlo, pero solo logró ponerlo más a la defensiva—¡Solo quiero ayudarte, amigo cuervo! ¡No pienso lastimarte!

Tan rápido como podía sobre aquella fría nieve que le helada hasta los huesos, puso la rama sobre la pata del animal y la ató, entablillando.

—¡Listo!

El cuervo salió volando, sin mirar atrás, y Kiyoshi sonrió satisfecho por su trabajo.

Reanudando su andar sobre la nieve, se dio cuenta de que su aliento cada vez estaba más frío, por lo que era una señal de que se acercaba al centro de la montaña. Rumorean que ahí recide el Dios de la Montaña, tomando la casa abandonada que allí se encontraba como su hogar.
Sintió sus manos temblorosas, pues las ropas que llevaba no cubrían lo sufriente como para protegerlo del viento gélido. Vio un árbol caído frente a él y se aseguró de rodearlo, pues su grosor y tamaño no eran adecuados como para pasar encima de él sin hacerse daño en el intento.

Se abrazó en busca de calor, soltando aire frío y observando como desaparecía frente a sus anaranjados ojos. Estaba cerca, podía sentirlo en su frío cuerpo, estaba cerca de conseguir la planta que podría curar a su amada esposa. Buscar la plata y luego ir al pueblo vecino para cubrir la fachada, pues desde el principio no tenía pensado viajar hasta allá en busca de un médico.

Cruzaría el infierno de ida y de vuelta por ella, por su esposa, la pareja de vida que ahora llevaba su apellido y formaba parte de su familia, la mujer que amó desde que la encontró asustada y conmocionada aquella vez que sus hermanos y él viajaban a pie como vendedores ambulantes de objetos robados o perdidos y ella los interceptó a medio camino cubierta de sangre ajena a la de ella. Lo recordaba como si fuese ayer, pues se enamoró a primera vista de sus ojos amarillos.

Con una borrosa mirada por la cantidad de frío, vio un arbusto idéntico al de los libros que leyó en la biblioteca del pueblo. Ardisia japonica, la planta medicinal que crece durante el invierno.

Sonrió y observó las flores, pero no había flores. No había florecido. Su sonrisa se desvaneció.
Sin embargo, sus frutos nacieron, unas cerezas rojas y otras maduras de color púrpura enegresidas, había leído que las frutas de la Ardisia japonica eran capaces de curar enfermedades por igual, pero no con la rapidez de un pétalo de la planta como normalmente se hace. Aún así, era mejor que irse a casa con las manos vacías.

Él estaba en un desnivel y el arbusto yacía a un metro de distancia y por encima de su cabeza sobre una pequeña colina. Estiró su mano y lo que podía de su cuerpo para tomar con sus dedos la cereza púrpura enegresida, sus mejillas se sonrojaron por la brisa fría y volvió su sonrisa, sus ojos brillaron cuando la yema de sus dedos alcanzó a tocar una de las frutas. Llegaría algunas, así haría un té de cerezas para su esposa.
Inclinó más su cuerpo y acercó su pie para estar aún más adelante del arbusto, sacudió su cabello lleno de nieve que caía de la copa de los árboles y se concentró en tomar las frutas.

Tomó las frutas y el suelo bajo sus pues desapareció. Un acantilado escondido entre las gruesas capaz de nieve lo esperaban al caer.

Su cabeza golpeó el borde del risco y el resto de su cuerpo cayó en una delgada superficie de tierra y roca. Se quejó de dolor, la única cereza que había logrado agarrar antes de caer al pequeño acantilado ahora hallábase en el fondo de él, tuvo suerte de no caer más allá de dónde se encontraba, pues entonces no podría salir.

Tocó su nuca, sintió un espeso líquido en sus dedos. Estaba sangrando, pero el dolor no venía de su cabeza.
Era la herida que tenía al costado de su abdomen, provocada por una piedra filosa que aún tenía clavada.

—Mierda—se quejó—, definitivamente nada me está saliendo bien.

Quiso sacar la punta de la piedra, pero la sangre salía en abundancia y dolía, dolía mucho. Respiró entrecortado, el aire frío de su boca se perdió en su mirada.
Vio el arbusto sobre él, ahora aún más lejos que antes, y se rió al pensar que se estaba burlando de él y de sus intentos por conseguir sus frutos.

Entonces la piedra donde estaba acostado comenzó a moverse.
Se asustó, buscando la manera de salir aún estando recostado, pero los bordes del risco era de tierra y roca inestable, algunos trozos de piedra caían sobre él.

Movió su cuerpo, logrando sacar la piedra clavada en el costado de su abdomen. Gruñó del dolor, pero ahora abundaba la sangre y el suelo inestable bajo su anatomía se rompía y temblaba cada que se movía.

Quedó viendo el cielo, ahora con más claridad entre las copas de los árboles, el sol ya no estaba sobre su cabeza y había iniciado a nevar; los copos de nieve caían sobre su rostro, un rostro inexpresivo.

Se imaginó en casa, una versión futura de sí mismo junto a su esposa en la habitación que compartían, él abrazando a Tsuyoko y ella meciendo en sus brazos un bulto. Kiyoshi sonrió, pensando y creyendo al cien por ciento de que el bebé que ella traía en su vientre sería un hermoso niño sano y preparado para vivir siendo feliz.
¿Qué sería ella si él no estaba ahí para protegerla? Shoichi y Teruko, sus hermanos menores a los que crió luego de la muerte de sus padres, a pesar de ser aún jóvenes, la cuidarían, más él quería estar presente en sus vidas.

¿Quién cuidaría de su hijo?

Se negó a morir ahí, alejado de las personas que amaba, pero mientras más se movía, más rápido el suelo bajo su cuerpo temblaba y amenazaba con caer al fondo del precipicio, dónde no sería capaz de salir con vida.

La sangre continuaba saliendo, tanto en el costado de su abdomen como en la parte posterior de su nuca. Sintió más que nunca el frío de la nieve entrar en sus huesos, pero eso no era la nieve, eran las pocas fuerzas que le quedaban para continuar vivo en ese estado.

Entonces apareció el cuervo volando hasta quedar en su pecho, graznando roncamente y observándolo con sus ojos negros. Se rió, todo esto parecía una mala broma.

—¿Vienes a burlarte de mí?—dijo Kiyoshi antes de toser. El cuervo graznó en respuesta—. ¿Te importaría... buscar la manera de sacarme de aquí? Ya... ya sabes, como un pago por ayudarte, aunque nunca esperé... nunca esperé nada a cambio.

El cuervo cojeaba, pero aún mantenía la tablilla improvisada que le hizo. Se movía sobre su pecho, como si analizara la situación en la que se encontraba el joven hombre de cabello negro.

—¿Sabes? Nunca pensé...que moriría de esta manera—se quejó del dolor, pues de tanto respirar agitadamente la herida del abdomen se abría y salís más sangre—Imaginé... imaginé mi vida entera a su lado, al lado de mi esposa...si yo no te hubiese ayudado, ella lo... lo hubiese hecho—sonrió, viendo los árboles mecerse con el viento frío se la época nevada.

»No sé si es egoísta de mi parte pedirle que no se enamore de nadie más...je, me siento un idiota...soy un idiota enamorado de una bella mujer por la que sacrifiqué mi vida... sí, definitivamente así es como quiero morir entonces.

Kiyoshi no se dio cuenta, pero las lágrimas brotaban de sus ojos y bajaban por sus mejillas bajo la atenta mirada del cuervo.

—¿Me harías un favor...amigo cuervo?—el animal graznó, como si lo entendiera—¿Podrías aprender a hablar...y decirle a mi esposa que la amo como no tiene idea? Decirle que...que lo intenté y que fallé.

Dicho esto, el cuervo salió volando y se perdió entre los arbustos que él intentó tomar.
El suelo comenzó a desprenderse cada vez más y su mirada ya no enfocaba bien, perdía las fuerzas para mantener sus ojos abiertos. Nunca dejó de sonreír. La negra sangre goteaba hasta el fondo del precipicio.

Tsuyoko lloraría mucho en cuanto lo supiese, si es que llegáse a saberlo. Estaba seguro de que encontrarían su cuerpo a mediados de primavera, para cuando toda la nieve se derritiera y pudiesen ver a través del precipicio, cuando su cuerpo ya esté en estado de descomposición y su esposa ni siquiera fuese capaz de reconocer su rostro.

—Tsuyoko...querida mía—susurró, sintiéndose cada vez más abajo del risco y cada vez más frío—, eres...la mujer más hermosa, increíble e inteligente que conozco, quiero que...que nuestro hijo sepa la clase de mujer que tiene como madre...

»Porque es seguro que toda su vida se burlará de la clase de padre que nunca tuvo.

Una figura que fue incapaz de reconocer se asomó al risco, por un momento creyó que era su mujer.

—¿Tsu...yoko?

—¿Deseas vivir?—dijo una voz gruesa, no supo quién era. Veía puntos negros en su campo de visión y la sombra jamás se presentó, entonces vio volar al cuervo que salvó y posarse sobre el hombro del desconocido.

Kiyoshi cada vez perdía más fuerza. El dolor de perder a su esposa se incrementó con cada paso más cerca de la muerte.

—¿Quieres vivir?—volvió a preguntar aquel desconocido.

Respondió “sí” en un susurro apenas audible, pero lo suficientemente fuerte como para que aquel hombre comenzara a hacerse paso entre los arbustos y extendiera su brazo hacia él.
Kiyoshi extendió su brazo también, su mano izquierda estaba llena de sangre y buscaba el contacto con la mano ajena.

El sueño bajo su cuerpo terminó por quedarse antes de que fuese capaz de rozar los dedos del desconocido que intentaba salvarle la vida.

Fue entonces cuando cayó.



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