°CAPITULO DOS: Hanafuda°
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Un cosquilleo. Luego otro y finalmente otro más fueron suficientes para que levantara en inconsciencia su brazo e intentara espantar al mosquito que molestaba sus sueños para volver a intentar dormir, grave fue el error de mover bruscamente su brazo para que terminara despierto por el dolor en el costado de su abdomen.
Despertó viendo el techo de madera sobre él. Cuando quiso tocar su cabeza sintió una húmeda toalla caliente sobre su frente, fue entonces cuando notó que no llevaba la misma ropa con la que se había adentrado a la montaña y que sus heridas estaban cerradas y cubiertas con vendajes, su cuerpo cubierto por una sábana gruesa demasiado cómoda que sintió sus ojos pesar para volver a sumergirse en el sueño, cosa que no hizo tras una punzada en la parte posterior de su cabeza.
Cierto, se adentró a la montaña en busca de una planta que curara a su esposa.
—¡Tsuyoko! ¡Ahg!—se levantó de golpe, ocasionando un fuerte dolor en su abdomen—Tengo que irme de aquí, debo...-
Escuchó el fuego llameante en la chimenea cercana a él, fue cuando notó que estaba en una cabaña medianamente grande y durmiendo en un futón contra él, recibiendo su calor.
Atontado por haberse levantando de golpe, recordó caer al risco justo antes de tener en sus manos las frutas de la planta medicinal que debían de curar a su mujer; las heridas que se había hecho en ese momento ahora estaban cerradas y cubiertas por vendas blancas en su abdomen y cabeza, notó su ropa doblada y limpia al lado de la chimenea, supuso él que la persona que lo había salvado la puso a secar.
Ahí hallábase otro detalle, la persona que lo salvó.
Por un segundo creyó que se trataba de la figura de Tsuyoko, pero la voz gruesa con la que le habló le demostró lo contrario. Le preguntó si deseaba vivir y él respondió de forma afirmativa, pero no recordaba haber sido salvado, después de todo sintió el suelo bajo su cuerpo desprenderse antes de caer al fondo del abismo.
Dudó antes de levantarse tambaleante y con lentitud, buscando apoyarse sobre las paredes de la sala en la que estaba, no supo averiguar si era el comedor o el dormitorio, teniendo en cuenta que estaba frente a una chimenea mientras yacía desmayado en un futón. Sintió de repente un fuerte frío cuando se alejó, por lo que levantó la gruesa sábana y la usó para cubrir su cuerpo y adentrarse al resto de la casa, quizás descubriría quién fue la persona que lo salvó.
Decidido a descubrirlo, paseó por el pasillo y observó las paredes desnudas de madera que eran adornadas por clavos oxidados, supuso que alguna vez hubo algún cuadro o fotografías que colgaban de ahí. No fue muy largo su caminar hasta la parte trasera de la casa, donde vio una pequeña ventana que mostraba el exterior.
Lo primero que notó fue la nieve que cubría por capaz las hojas de los pinos de los árboles, lo segundo fue que aún nevaba con menor intensidad y lo tercero es que no lograba divisar nada más que árboles, muchos árboles. Se preguntó si en la entrada podría verse la aldea en la que residía.
Notó la mesa del comedor arrumbada contra la pared, los utensilios que se usaban para comer adornaban la mesa: seis vasos y seis envases de madera cubiertos de polvo. No reparó en este hecho y se dio la vuelta para continuar su camino.
El pasillo no eran tan extenso, así que rápidamente a pesar de su lento andar, comenzaba a darse cuenta de que estaba por llegar a la entrada de la casa por la cantidad de frío que emanaba desde el final del pasillo, entonces pensó que la puerta corrediza debía de estar abierta de par en par. La casa daba vibras de ser una cabaña algo antigua por sus paredes, techo y puertas, imaginó que el dueño de dicho hogar le gustaba preservar su vivienda a la antigua.
Palpó su cabeza, pues la herida le palpitaba lo suficiente como para darle un pequeño mareo. Se sostuvo a sí mismo con las paredes de madera y respiró profundamente, viendo como el aire que retenía se perdía en humo blanco por la gran nevada de ese año.
Volteó su mirada hacia atrás, por un breve instante se sintió observado y aquello le ocasionó un escalofrío, ya que detrás de él no había nada más que las huellas de sus pies fríos y descalzos, que hasta ese momento no se había dado cuenta de que no llevaba sus botas.
Cuando regresó sus ojos anaranjados hazel hacia el frente, dio un respingo al ver un ave completamente negra y la cual le graznó de manera ronca. Sus ojos negros como el carbón lo vieron fijamente, estando de pie en el suelo y con una rama atada a una de sus patas.
—¿Amigo cuervo?—habló entre susurros, no creyendo volver a verlo. Sus vagas memorias recordaron haberlo visto cuando aún no caía por el suelo inestable del precipicio— ¿Qué estás...haciendo aquí?
De repente alcanzó a recordar las que hubiesen sido sus últimas palabras dirigidas hacia el animal, sus mejillas se tornaron rojas y sus labios temblaron mientras observaba al cuervo. Se sintió avergonzado, más no arrepentido por lo que había dicho.
—¿Acaso fuiste tú el que me salvó?—le preguntó sin esperar una respuesta de su parte—No, yo vi a alguien contigo, ¿Cierto?
El cuervo graznó roncamente antes de levantar sus alas y tomar vuelo lejos de él, perdiéndose en lo que quedaba del pasillo.
—¡Oi, espera!—tomó carrera para seguir al ave, ignorando el dolor agudo que le proporcionaba la herida de su abdomen—¡Amigo cuervo!
Chocó contra una de las paredes y se desvío del pasillo, cayendo al suelo con un ruido sordo y chirriando los dientes del dolor. Pudo sentir un espeso líquido bañando sus manos mientras aún estaba en el suelo intento recomponerse, la herida del abdomen se abrió y llenaba de color rojo las vendas que la cubrían.
Buscó con la mirada al ave de color negro, solo para notarlo a algunos metros de distancia de él mientras terminaba de volar hasta detenerse sobre algo. Sobre el hombro de alguien.
—¡Oi!—Kiyoshi apartó el sudor que se almacenaba en su frente y fijó sus ojos sobre la anatomía de la persona que tenía enfrente.
Observó sus aretes Hanafuda y sintió sus ojos abrirse de par en par como si de platos se tratásen.
Una brisa del tiempo frío entró desde la puerta corrediza completamente abierta frente a él, dónde a unos metros de distancia hallábase la figura masculina de una persona dándole la espalda, parecía observar el paisaje que ese día le regalaba, pues a pesar de las gruesas capaz de nieve en las copas de las árboles y el hecho de que aún nevaba, el sol hizo su aparición en el horizonte y brillaba en el cielo de colores anaranjados como sus ojos.
El largo de su cabello atado en una cola de caballo a lo alto de su cabeza se meció con el viento y creyó haber escuchado los aretes Hanafuda que colgaban de sus orejas sonar como una pequeña melodía de cristales. Se sumió en un pequeño trance, no creyendo lo que sus ojos atónitos veían.
“Entonces vi el Hanafuda que llevaba por arete y supe ahí que su crepúsculo salvaría mi vida.”
Recordó la frase de su primera historia.
Su mano izquierda tomó un vaso, idéntico a los demás que vio guardados y llenos de polvo en la habitación del fondo de aquella casa, y se lo llevó a su rostro, que aún fue desconocido para Kiyoshi hasta que reparó en su presencia.
—Se supone que usted debe de estar en cama—pronunció cada palabra lenta y delicadamente, como si temiera de su tono de voz. Se percató que aún tenía rastros de lo que fue su aguda voz—, hasta aquí puedo oler la negra sangre que brota de sus heridas, la idea era que no se moviera mientras aún se recuperaba.
Se desmayó antes de poder ver el rostro de su salvador.
(…)
Para cuando sus ojos se abrieron lentamente con visión borrosa, estornudó tras sentir un cosquilleo en su nariz. El cuervo lo despertó batiendo las plumas de su cola en sus fosas nasales, cuyo resultado fue la consciencia de Kiyoshi.
El amigo cuervo, como lo apodó Kiyoshi durante su travesía entre la nieve, graznó roncamente casi sobre su oído, tanto fue el ruido que escuchó que cerró los párpados con algo de fuerza. Sintió entonces las heridas nuevamente cerradas con vendajes nuevos y limpios, y se preguntó si la persona que había visto de espaldas a él fue solo un sueño.
Su pregunta fue respondida tras notar que su cuerpo era protegido por una sombra humana.
Volvió a notar los aretes Hanafuda que colgaban de ambas orejas, que al notarlos bailaron por una brisa casi imperceptible; el ave negra reposaba sus patas sobre el pecho descubierto y vendado de Kiyoshi, observando lo mismo que él.
Un hombre lo miraba fijamente.
Abrió sus ojos en grande, como la primera vez que lo vio observando el paisaje nevado en la entrada de la casa.
La nariz del hombre aspiró profundamente el aire mientras cerraba el párpado, y Kiyoshi se sintió encogerse en su lugar tras dar un respingo del susto. Luego, soltó el aire por la boca y abrió su ojo izquierdo, pues resulta que el derecho era cubierto por un parche de color negro.
—La sangre ha dejado de salir—dijo suavemente, como si temiera que alguien lo escuchara—, pero te sugiero, joven hombre, que dejes a tu cuerpo reposar.
Ignorando lo dicho, Kiyoshi dio la vuelta sobre su cuerpo hasta quedar boca abajo y agachó la cabeza contra la madera, tembloroso de sus acciones. Parecía disculparse, más solo era un saludo ante aquel que no creyó volver a ver.
Arqueó la ceja de su ojo bueno antes de decir:
—¿Escuchaste lo que acabo de decir?
—¡P-perdón!—Kiyoshi sintió una punzada en la herida de su abdomen y se apresuró a sentarse antes de volver a abrir la sutura—. Es...estoy sorprendido, ciertamente—sonrió avergonzado, con las mejillas sonrojadas y una gota de sudor bajando de su frente. El cuervo graznó tras aterrizar su cuerpo en el hombro de su salvador—¿Amigo cuervo?
—Veo que ya conoces a Tennoji—el nombrado volvió a graznar con su característica voz ronca—. Imagino que fuiste tú aquel que lo ayudó con su pata, agradezco mucho lo que haz hecho—inclinó su cabeza hacia adelante, agradeciendo.
—¡N-no debe de agradecerme!—Kiyoshi negó con la cabeza rotundamente.
—Sin tu ayuda, quizás Tennoji estuviese muerto y sepultado en la nieve de la montaña—su salvador se puso en pie, así pudiendo él notar que su cuerpo era sostenido por el mango de lo que sería una espada enfundada—. Quédate y descansa tus heridas, no falta mucho para que puedas levantarte y así puedas irte.
Dio media vuelta y comenzó a caminar lejos de él.
—¡E-espera! ¡Oi!—intentó levantarse, pero la profunda mirada que Tennoji, el amigo cuervo, le proporcionó lo hizo quedarse sentado sobre el futón—¿¡Eres tú, cierto!?
»¡Eres Kamado Tanjiro!
El susodicho detuvo su andar y se quedó de pie en mitad de su recorrido hasta el pasillo. Con el breve tiempo que tenía, Kiyoshi se dedicó a detallar lo que había cambiado en él.
Por un lado, su caballo estaba bastante largo y era atado en una cola de caballo que le llegaba hasta la mitad de su espalda, dónde observó el haori de cuadros negros y verdosos que llevaba puesto, pues este estaba algo desgastado y viejo en los bordes; recordó el parche negro que llevaba en su ojo derecho, supuso él que había quedado herido durante alguna de sus batallas.
Mientras pensaba en que el peso de su cuerpo era sostenido por una espada enfundada, lo vio girarse hacia él con una mirada penetrante. Entonces vio que no había ningún brillo en su único ojo. Sus ojos crepusculares de alegría que alguna vez le regalaron cuando joven desaparecieron.
—Usted es...es Kamado Tanjiro—volvió a decir sin creer en sus palabras—. Cazador de demonios, aquel que llevaba en una caja sobre su espalda a su hermana menor, un demonio que jamás había comido algún humano, ¡Es una leyen...!-
No notó el segundo en que su salvador estaba frente a él, con la espada desenfundada y con el filo de ella sobre su cuello; lo había pegado contra la pared.
Aguantó la respirando, viendo cómo el agarre de Tanjiro no vacilaba y su mirada cada vez penetraba más en la de él.
—¿D-dije...dije algo malo?—tartamudeó tragando saliva, su frente brillaba del sudor que se acumulaba. El contrario no habló ni se expresó con alguna palabra en algunos segundos que para Kiyoshi se sintieron eternos.
Tennoji graznó a las espaldas de Tanjiro y este pareció entenderlo. Kiyoshi notó el agarre de la katana temblar hasta que finalmente el filo de ella terminó clavado contra el suelo de madera. Sus ojos crepusculares estaban fijos en la espada ahora clavada.
Volvió a darse la vuelta, enfundando la katana con algo de esfuerzo y usándola como soporte para su cuerpo. Respiró profundo, Kiyoshi por igual, observando las bolsas oscuras debajo de los ojos de Tanjiro, producto del no dormir bien o del no dormir lo suficiente.
—Lamento si me alteré—se disculpó sin siquiera observarlo—. Esos días míos...hace tiempo terminaron, parece ser que a Tennoji le agradas mucho.
»Será mejor que te vayas lo más pronto posible, así que procura mejorarte.
—¡¿Qué!?—exclamó incorporándose poco a poco del futón—¡No! Yo...¡Yo creí que usted estaba muerto, señor!
—¿Quién se supone que eres?—Tanjiro preguntó al pie del pasillo, la mitad de su cuerpo apoyado en la entrada de este y dándole la espalda. Inhaló por la nariz—. Hueles muy...peculiar.
—Yo sé que usted me recuerda, yo...—calló para calmarse, muchas emociones buscaban apoderarse de su juicio— Usted salvó mi vida hace unos...unos ocho años, yo...¡La mansión! Eso, sí, la mansión con un tambor y un demonio...¿La recuerda, verdad?
Nuevamente desvió su mirada hacía él por encima de su hombro. En su único ojo bueno encontrábase atisbo de curiosidad, como si recordara por fragmentos lo poco que Kiyoshi le estaba comentando.
Había recordado la mansión, donde en cuyo interior hallábase un tambor que transformaba la gran casa en un laberinto. Alcanzó a mostrarse en su mente un demonio que controlaba el tambor y, por ende, la mansión; sintió en sus oídos sus risas de satisfacción, diversión y locura tras atrapar en su interior a un joven preadolescente en aquella época.
Lo creyó imposible.
—¿Eres tú?—Kiyoshi, aliviado de saber que su salvador, por segunda vez, lo reconoció, sonrió con alegría. Tanjiro abrió el ojo como plato— ¿Marechi?
Un escalofrío recorrió su espinal dorsal tras escuchar lo que dijo, desde hacía ocho años atrás que nadie lo había llamado de esa manera. Kyogai, el demonio que lo tuvo cautivo junto a su pequeña hermana en la mansión Tsuzumi, solía gritar “Marechi” por los pasillos mientras iba en su persecución en busca de su sangre especial, una sangre que supuestamente era diferente a las demás.
Como hizo una vez volvió a despertar de su desmayo, se arrodilló sobre el futón y puso su cabeza contra el suelo en señal de saludo y de respeto. Tanjiro, quién no se movió en ningún momento de la revelación, se sintió avergonzado y confundido por aquellas acciones.
Mientras se encontraba con su vista en el suelo, sus ojos anaranjados hazel analizaron la fría madera que pegaba contra su frente. Pensó en el ojo crepuscular de su salvador, y para cuando logró reconocer a aquel que tenía de frente, pudo vislumbrar un breve destello de lo que sería un brillo de vida y de felicidad; no supo decir si era porque lo reconoció o porque aún seguía con vida apesar de su situación como alguien de extraña sangre.
Imaginó por un momento que, si no había habido algún demonio merodeando por su pueblo de residencia era quizás a la protección de Tanjiro como Dios de la Montaña, supo ahí que él era aquel que protegía a las personas que vivían por ahí.
La otra opción que merodeaba por su cabeza era la exterminación completa de los demonios en el mundo. Le parecía un tanto imposible, pues con el pasar del tiempo y los años que llevaba vagando de aldea en aldea en busca de dinero para abastecerse de vivienda y cuidar de sus hermanos, se encontraban con algún demonio que olía a kilómetros de distancia su especial sangre con la que odió nacer desde que puso a Shoichi y Teruko en constante peligro cada vez que estaban junto a él. Gracias a su poco conocimiento sobre los demonios con su primer encuentro en la mansión y al ser demonios de escasa fuerza, lograban huír y disfrazar el olor de su sangre o incluso llegaban a cortarles la cabeza mientras lo obligaban a perseguirlos para cuando el amanecer asentaba.
Llegó un punto en que no volvieron a encontrarse con ninguno de ellos quizás un año después de los sucesos en la mansión Tsuzumi, y supuso él que había algún cazador de demonios de mayor rango merodeando y cuidando las zonas pobladas.
Tanjiro pareció leerle los pensamientos, porque suspiró y acercó su andar hacia él, más no le comentó nada al respecto de sus suposiciones.
—Puedes levantarte, Marechi—tanteó su hombro al agacharse a su altura—. No es bueno para tu abdomen esa posición.
—Créame cuando le digo que estoy demasiado feliz de verlo, señor—dijo Kiyoshi tras levantar la cabeza, mostrando como unas pequeñas lágrimas brotaban de sus ojos cerrados por la alegría—. Siempre creí que había pasado para el otro mundo, pero jamás negué el que siquiera con vida por sus grandes habilidades para combatir a los demonios. Yo...-
—Esos días han terminado—interrumpió de golpe—, mis días como miembro del Cuerpo de Exterminadores de Demonios murieron tras la última guerra, mi trabajo terminó al igual que para...para el resto de mis compañeros.
—¡Cierto! Los recuerdos, un chico con una cabeza de jabalí, ¡Sí! Y el otro...el otro era un chico bastante miedoso, aunque muy fuerte—se rio—, ¡Combatió estando dormido! ¿Dónde están ahora? Apuesto a que siguen con usted, ¿Verdad? ¿Su hermana está por aquí? ¿Puedo...?-
Tanjiro, sin decir palabra alguna, se levantó y finalmente se marchó por el pasillo, dejándolo solo con sus preguntas y con el sonido melodioso del batir de sus aretes Hanafuda de fondo.
Ahí quedó él, en silencio acompañado por el fuego de la chimenea que humeaba calor contra el frío del exterior.
El cuervo negro, que hasta ahora no lo había notado reposando su cuerpo sobre la piedra de la chimenea, graznó con voz ronca y baja hacia él. Parecía hablarle, más Kiyoshi no conocía el idioma de los cuervos.
Le señaló con la cabeza la puerta corrediza que lo llevó a una zona apartada y polvorienta de la casa, la zona en la que notó la mesa del comedor arrumbada contra la pared y teniendo encima seis envases y seis vasos de madera; no cayó en cuenta de lo que su amigo cuervo le quería decir.
Reparó en que no tenía fotografías o cuadros de sus seres queridos, ni una de él o del Cuerpo de Exterminadores de Demonios. Estaban en una montaña, supuso que bastante lejos del pueblo por la altura, en una cabaña medianamente antigua, rodeados de gruesas capaz de nieve y sin ningún tipo de contacto con el exterior o con cualquier ser humano. Estaba solo.
Ahí tuvo su respuesta.
Kamado Tanjiro, un cazador de demonios miembro del Cuerpo de Exterminadores de Demonios, aquel que salvó su vida hacía ocho años en el pasado y el que lo volvió hacer actualmente, vivía completamente solo en lo alto de una montaña sin amigos o familia.
—Carajo.
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•GLOSARIO•
1) Marechi: Estos personajes tienen una sangre extremadamente rara que puede intoxicar e interrumpir las funciones cognitivas de los demonios.
2) Kyogai: era un miembro de las Doce Lunas Demoníacas, ostentando el puesto de Sexta Luna Inferior, hasta que Muzan Kibutsuji lo removió de su rango debido a su falta de crecimiento. También era conocido como el Demonio de los tambores.
2) Mansión Tsuzumi: también conocida como Mansión de los Tambores, forma parte del Arco de La Mansión Tambor. Es el cuarto arco de la serie manga, Kimetsu no Yaiba y de su adaptación al anime, Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba.
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