Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 53 - La venganza 2/2


Lexa Herman

Miro la hora, son las 2:04 a. m., la noche está en su plena juventud. Tomo entre mis dedos la carpeta que robé de la oficina de Alexander y leo por quinta vez la dirección, asegurándome de que sea la misma, y como las otras cuatro veces, es así.

Miro la casa en el bosque, que está rodeada de hombres plenamente armados. No negaré que fue un buen escondite para Milo, nunca hubiera llegado aquí, pero al final lo logré, lo hice y no me arrepiento ni de lo que hice ni de lo que estoy a punto de hacer.

Busco en el maletero el teléfono desechable, algo moderno, que se encuentra todavía envuelto en plástico. Lo destapo y lo prendo. Lo siguiente es el chip. Admiro a Roman, pudo replicar el chip de nada menos y nada más que Braulio Mejía. No le dije que el número era de él, pero no sentía que fuera necesario decirle de quién era. Tenía miedo de que cuando supiera de quién era, no quisiera hacerlo. Fue fácil conseguirlo, Alexander lo tiene en su lista de contactos.

Saco el chip del pequeño empaque que me proporcionó mi amigo y coloco el artefacto en el teléfono celular. Lo enciendo, en la pantalla primero aparece la marca del teléfono para luego encender con un fondo de pantalla del mar, cosa que venía con el teléfono. Voy a la lista de contactos y, como esperaba, así mismo como replicó el chip, viene con todo incluido.

Una cosa que he aprendido de cómo se maneja la mafia es que todos los que están adentro tienen un teléfono especialmente para el jefe, que no es muy moderno en caso de que tenga que destruirlo, para que no quede nada de prueba; es un pequeño teléfono que todavía tiene una pequeña antena, básicamente si este teléfono se rompe, al menos que un supercientífico lo vuelva a armar, toda la información se pierde. Cada uno tiene uno de esos teléfonos. También es especialmente para el jefe, saben que cuando ese teléfono suena es porque es una orden o una emergencia.

Busco contactos, no se me ocurre cómo Braulio podría tenerlo agregado a sus hombres. Alexander lo tiene agregado con una palabra clave. También están programados para enviar un mensaje a cada teléfono. Eso se lo he visto hacer a Alexander. Sigo bajando hasta que veo un nombre. "Hombres de Colombia", sonrío, estoy segura de que este tiene que ser ese. Bueno, es el único contacto que tiene un nombre fuera de lo común. Redacto el mensaje para enviarlo y lo leo. Le doy a todos los contactos, arriesgándome a que les llegue incluso a los que están al lado de él, pero bueno, espero correr con la suerte de que Braulio esté durmiendo y no esté con uno de sus hombres ahora mismo.

"Necesito que estén aquí lo más pronto posible, es una emergencia."

Suspiro, pidiéndole al cielo que esto funcione. La casa de Braulio Mejía está como a media hora de aquí, así que creo que eso dará tiempo. O eso espero. Le doy a enviar el mensaje. Todos los hombres que estaban rodeando la casa sacan el pequeño teléfono de sus bolsillos. Sonrío, funciona. Ellos se miran unos segundos para luego salir todos a unos autos que se encontraban alrededor de la casa.

Arrancan los motores, dejando la casa totalmente sola. Doy unos minutos para que se alejen lo más rápido posible. Salgo del auto y comienzo a caminar hacia la casa sigilosamente, mirando a todos lados, para no llevarme una sorpresa innecesaria. Llego a la puerta de la casa. Observo que se abre con código, saco el chip especial y lo introduzco en la máquina. Un segundo después prende una luz verde, indicando que acaba de abrir la puerta. Entro a la casa, comienzo a caminar despacio, mirando a todos lados, percatándome de que no hay ninguna persona.

Para mi buena suerte no había ninguna persona, pero para mi mala suerte, sí un perro, uno muy grande, un rottweiler color negro azabache que me mira fijamente. Yo también lo miro, pensando en qué haré. No soy capaz de dispararle a un perro. Ahora mismo quisiera ser uno de los hombres de Milo o el mismo Milo.

— Tranquilo, muchacho — le susurro al perro, que tiene cara de que va a gruñir —. Tranquilo — digo.

Me acerco al perro sigilosamente y saco la jeringa. Es un tranquilizante que llevaba por si tenía que inyectar a uno de ellos, sin embargo, prefiero mil veces dárselo al perro, porque no voy a matarlo.

— Ven aquí, muchacho — entonces lo hace, el perro ladra.

Salto, en un ágil movimiento, llego al perro clavándole la jeringa y vaciando todo el líquido en su cuerpo. Llega a ladrar una vez más, pero automáticamente la droga comienza a hacerle efecto. Y el perrito se desploma y puedo ver que su barriga sube y baja, dándome a entender que está dormido.

Suelto un suspiro de alivio, o eso pensé, ya que un hierro choca con mi cabeza y me hace darme cuenta de lo contrario.

Doy media vuelta y doy con un hombre fornido, moreno, calvo, que me mira de una manera que ni siquiera puedo explicar.

— ¿Quién eres y cómo entraste, maldita zorra?

No sé por qué me pasó por la cabeza que en realidad lo dejarían completamente solo.

— Yo... — pienso — yo vine con Milo, soy su... amante — me atrevo a decir.

Se ríe y se niega — y si eres una puta que estaba con Milo, ¿por qué estás tan vestida?

— Porque ya me voy.

Se echa a reír a carcajadas — ¿Me ves cara de idiota?

Me río, no creo que le gustaría saber la respuesta.

— Estúpida, ¿de qué te ríes?

Blanqueo los ojos — de ti.

— Te voy a quitar esa sonrisa de la cara, maldita.

Carga su arma; sin embargo, lanzo una patada quitándosela de la mano. Al fin, una ventaja de no estar trabajando, paso mucho tiempo entrenando en la casa, ahora tengo más agilidad que antes.

Hace el intento de arrojarse sobre mí, lanzo otro golpe dándole en el estómago, haciendo que pierda el aire. Eso me dará unos segundos. Miro a todos lados, mi mirada recae en el perro que está durmiendo sobre el suelo tranquilamente, pero lo que llama mi atención es la cadena que tiene amarrada a su cuello. Me acerco a él corriendo y desamarro la cadena.

Voy corriendo nuevamente al hombre que se está levantando con dificultad, buscando oxígeno. Lo rodeo y envuelvo su cuello en la cadena y lo aprieto. El hombre hace todo por soltarse; sin embargo, yo mantengo la resistencia. Me araña, empuja, incluso me choca contra la pared y, aun así, no lo suelto, no puedo hacerlo, ahora mismo no me conviene.

El color de la piel del hombre comienza a tornarse morado, se está debilitando y cada vez pelea menos. Poco a poco lo voy soltando. Tampoco es que quisiera matarlo, solo dejarlo un tiempo sin aire para que su cerebro pierda un poco de oxígeno y quede inconsciente.

Lo miro unos largos segundos, asegurándome de que no esté fingiendo, y luego me da el golpe de mi vida. Pero aparentemente no está fingiendo, si lo deja inconsciente. Sigo mi camino hacia las habitaciones. Son varias, pero hay una que tiene un gran portón de dos puertas de color blanco hueso. No sé por qué, pero algo me dice que es esa.

Me doy paso a la habitación y el frío del aire me molesta en las fosas nasales. Hago caso omiso a la sensación y solamente me percato del cuerpo que se encuentra tranquilamente durmiendo en la cama.

La ira me invade al ver lo plácido que está durmiendo, mientras a mí tenían que darme sedantes para dormir, porque no podía cerrar los ojos sin recordar que mi madre se encuentra tres metros bajo tierra. Al lado de su cama hay un vaso de agua con hielos un poco pequeño, ya se estaban derritiendo, y al lado de él, las prótesis mecánicas que ahora usa como manos. Las tomo y las lanzo por la ventana. Luego, tomo el vaso de agua y se lo lanzo al rostro.

Se levanta de golpe, anonadado, mirando hacia todos lados. Cuando su mirada recae en mí, entra en pánico. Puedo verlo en sus ojos. Rápidamente, trata de buscar sus prótesis, pero ya habitan en el patio trasero.

Quise entrar con alguna frase o palabra hiriente, pero lo primero que hago es golpearlo. Le quebré un poco los huesos de los dedos, pero no lo suficiente para rompérmelos. Su cabeza va hacia atrás, dándose contra la parte trasera de la cama.

— Eres una psicópata — me grita mientras toma las sábanas como puede, ya que no tiene manos, e intenta detener la sangre que brota de su nariz — estoy desarmado.

Su rostro ya se encuentra mucho mejor, solo quedan cicatrices de lo que le hizo Alexander.

— Yo también estaba desarmada — mis ojos se aguan — y mi madre también estaba desarmada, pero eso no te importó.

En medio de mi garganta se forma un nudo, tengo muchos sentimientos encontrados: ira, decepción, tristeza, culpabilidad, entre otros. No se imaginan lo que es tener frente a ti a la persona que te ha causado uno de los mayores sufrimientos en tu vida. Sé que mi madre se decepcionaría por lo que estoy haciendo ahora mismo, pero necesito hacerlo, al menos para tener paz en mi vida.

Está asustado, o eso es poco, tiene terror. No sabe lo que le espera.

— Todo eso fue culpa de tu novio — intenta retroceder y yo solo lo observo con odio. — Si él no me hubiera buscado, esta guerra no hubiera comenzado.

Otro golpe. — Esta maldita guerra la comenzaste tú cuando no aceptaste que yo no quería estar contigo — otro golpe. — Y aquí una de las tantas razones por las que Alexander siempre será un mejor hombre que tú — lo tomo por el pecho y lo acerco a mí —. Cuando pasó el problema, él fue donde ti y te enfrentó cara a cara, no como tú, que para poder cobrar venganza tuvo que atentar contra una señora indefensa.

— ¡Suéltame! — grita. — Voy a llamar a mis hombres, te vas a arrepentir.

— Puede que me pase lo que sea — me acerco a su rostro — pero tú no saldrás vivo de aquí.

Me golpea con su cabeza en la mía, haciéndome retroceder y caer al suelo. Se me nubla la vista y un intenso dolor se instala en la parte frontal de mi cabeza. Muevo la cabeza ligeramente para poder volver a mi vista normal. Hace el intento de tomar un pequeño teléfono que tenía a su lado, muy parecido al que usan sus hombres. Me acerco y lo tiro al suelo, aplastándolo con el tacón de mi bota.

Vuelvo y lo golpeo tan fuerte que sale de la cama. No sabía que yo tenía tanta fuerza. La ira hace cosas impresionantes. Cuando cae al suelo completamente, me siento encima de él y comienzo a dejar salir toda la ira que tengo acumulada por todo lo que he pasado desde la muerte de mi madre.

Primer golpe — mataste a la persona que más amabas. Segundo golpe — no tuviste ni un poco de piedad. Tercer golpe — maldigo el día que te conocí. Cuarto golpe — me quitaste mi más grande razón para vivir. Quinto golpe — te odio. Sexto, séptimo, octavo, noveno...

Pierdo la cuenta de cuántos golpes le he dado, pero sé que son muchos por cómo se encuentra su rostro, está ensangrentado y amoratado. La piel de mi rostro me arde, mis ojos están empapados de lágrimas. Estoy desahogándome.

Ya no siento las manos, no sé si se me están durmiendo o simplemente se me han roto, pero no le hago caso, sigo golpeándolo. Hasta que, por el mismo cansancio, paro.

— Lexa — balbucea mi nombre —, tú no eres así.

Lo miro. Me río cínicamente. Me levanto sobre él y con las sábanas de su cama limpio la sangre de mis nudillos. Me levanto unos segundos. ¿Debería parar? Yo no soy así. Sé que si mi madre estuviera aquí, me diría que tengo que tener piedad, que todas las personas merecen una segunda oportunidad. ¿Debería dársela? Creo que es suficiente con todo lo que ha pasado.

Me doy vuelta para mirarlo, pero me llevo la sorpresa de que algo se estrella contra mi cabeza, pero no lo suficientemente fuerte para dejarme inconsciente, pero sí para marearme y hacerme caer otra vez. Entre mi nublada vista, veo cómo sale de la habitación. ¡Ese maldito!

Me levanto con dificultad, acariciándome la cabeza para calmar el dolor. Por suerte, no puedo correr mucho. Veo cómo sube las escaleras y lo sigo. Sigue subiendo hasta que llega a una puerta de metal y le da una patada, logrando un golpe que me molesta en el oído, pero sigo a pesar de que la cabeza amenaza con estallarme.

Llegamos a la azotea y veo cómo está buscando una forma de escapar, pero sé que se le hará imposible. Ninguno de sus hombres se encuentra aquí, no se va a tirar desde aquí arriba; se rompería las piernas, y considero que ya tiene suficiente con no tener manos.

— Maldito —llegó hacia él, golpeo con el codo, haciéndolo retroceder, quedando en la orilla tambaleándose. Pero no lo dejo caer, lo sostengo.

— Oye...

— Y yo, qué estaba pensando en darte una segunda oportunidad — río con amargura —, pero la gente como tú no se merecen ni la primera.

— Lexa, déjame ir — suplica, y miro su cara acartonada —. Si no me dejas ir, te vas a arrepentir, porque me vengaré.

Niego — esta vez no te salvarás — lo acerco más a la orilla —. No me voy a arriesgar a que lastimes a una persona más importante en mi vida.

— Espera, ¿qué vas a hacer?

— Voy a hacer lo que debí hacer el día que te vi entubado en el hospital.

— Tú no eres así — me suplica —. Tú eres la buena, por favor.

— Esa parte de mí se la llevó mi madre — le digo —. Y eso fue tu culpa.

— Lexa, por favor — lloriquea.

— Espero que te vayas al infierno.

— Espera por...

No lo dejo terminar cuando lanzo su cuerpo al vacío. Llega al suelo causando un golpe seco. Me asomo a la orilla para ver su cuerpo inerte que yace en el suelo con los ojos abiertos. Desde aquí veo que, a pesar de estar abiertos, se ven vacíos, sin vida. He acabado con su vida. El mármol se tiñe de color carmesí con su sangre y se esparce por todo el piso, y yo solo lo miro.

No sé qué es peor, lo que hice o el hecho de que no siento nada por lo que acabo de hacer. No estuvo bien, lo sé, pero estoy más tranquila. Sé que no volverá a lastimar a alguien importante en mi vida.

Siento una presencia detrás de mí. Por un momento, mi corazón se acelera, pensando que era mi último momento en mi vida. Sin embargo, me tranquilizo al ver a Alexander a mi lado. Pero únicamente por un segundo. Frunzo el ceño.

— ¿Qué haces aquí? — pregunto muy confundida —. ¿Cómo lo supiste?

— Siempre te he dejado claro que todo lo que pasa a mi alrededor sucede porque me place — me dice sin dejar de ver el cadáver que yace en el suelo —. Y más cuando se trata de ti.

Sus ojos se fijan en los míos, y una corriente pasa por mi espina dorsal. No como al principio cuando lo conocí, sino porque está enojado. Muy enojado. Puedo verlo con nada más mirar sus ojos.

— Entonces, la droga...

— Sí, me hizo efecto, pero no por mucho tiempo — se cruza de brazos —. No creí que te atreverías a hacerme eso.

— Es que no querías que me detuviera.

— Fuiste inteligente — susurra —. Sabías que te iba a detener para que no hicieras semejante burrada que acabas de hacer.

Sinceramente, esa no era la respuesta que esperaba. — ¿Burrada?

— Burrada, estupidez, como quiera llamarle.

Me río con cinismo —. Es muy fácil para ti decirlo, no fuiste tú a quien le asesinaron a su madre — escupo con un nudo en la garganta —. Tú no ibas a ser nada...

— ¿Cómo sabes que no iba a hacer nada? — pregunta muy pacífico.

— Te escuché — gruño —. Te escuché hablando con Mason y...

Él solo me mira fijamente, diciéndome con la mirada que se acaba de dar cuenta de lo que hice, de que invadí su cuarto de seguridad.

— Sabías que en la mafia, el hecho de que Milo hiciera lo que hizo y yo no tomara venganza, es una humillación — me dice —. Eso significa perder estatus y respeto, y yo lo iba a hacer. Iba a aceptarlo para que tú estuvieras tranquila, para que tú estés en paz.

— Alex...

En sus ojos puedo ver el enojo que desborda.

— Tú crees que porque estuviste en una academia — hace comillas — donde te enseñan cómo atrapar criminales y pelear con ellos, sabes lo que es la mente criminal — me mira con algo de burla —. Mira todo lo que sucedió por el simple hecho de que le gustaste a un estúpido hijo de papi — vocifera —. No tienes ni la mínima idea de lo que pasará cuando uno de ellos se empecine contigo en forma de odio. Porque eso es lo que va a pasar cuando Braulio se entere de que mataste a su preciado hijo.

Siento que mi piel comienza a arder. Creo que Alexander nunca me había hablado así en su vida. Y veo cómo se está conteniendo.

— ¿Qué querías que hiciera? — le gritó—. ¿Dejar la muerte de mi madre impune? ¿Permitir que ese imbécil viajara por el mundo mientras yo sufro por mi madre, que está tres metros bajo tierra?

Se ríe con amargura —. Pues ya que lo mataste — señala el cuerpo en el suelo —. ¿Quieres ir al cementerio para ver si tu madre revivió? O mejor, ¿ya se te quitó el dolor? — enarca una ceja —. ¿Piensas que se resolvió algo con lo que acabas de hacer?

— Eres un grosero, un animal... — lo manoteo desesperada. Se supone que en este momento él debería estar apoyándome, no regañándome.

Él toma ambas de mis manos inmovilizándolas.

— No siempre me dices que no te trate como una princesa en apuros, ¿eh? — trato de soltarme, pero él no me deja —. Pues aquí va la verdad. Tu madre fue la primera en morir y no será la última, y ya no será porque perteneces a una mafia, porque estás con el jefe, sino porque con esto que acabas de hacer — me mira fijamente —, acabas de declararle la guerra a la mafia colombiana.

Hasta yo estoy feliz que Milo no joda mas ahahahahhah.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro