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Capìtulo 42 - Feliz cumpleaños


Lexa Herman

El sonido de una puerta rozando con el suelo me despierta de golpe; mis ojos me duelen un poco por abrirlos tan rápido. Aunque los abro, no me muevo de la cama al ver la espléndida vista que tengo frente a mí. Alexander sale con unos pantalones grises que resaltan todo su paquete y dejan al descubierto su abdomen bien formado, con algunas gotas deslizándose en él, indicando que acaba de salir del baño. Su pelo húmedo también me da la misma impresión.

Él se gira, y yo cierro los ojos para fingir que sigo durmiendo. El olor a jabón se hace más fuerte, hasta que siento la cama hundiéndose a mi lado. Trato de mantener una respiración relajada, y puedo percibir la suya un poco más pesada. Su dedo se detiene en la punta de mi nariz, causando un leve cosquilleo, y comienzan a ascender por ella mientras la delinean con la punta de su dedo. ¿Qué está haciendo? Luego, su dedo desciende hasta llegar a mis labios, pasando suavemente por mi labio inferior y provocándome otro cosquilleo.

— Observarme mientras salgo del baño se podría catalogar como acoso sexual — hago como si no escuchara y sigo con los ojos cerrados — sé que no estás dormida — sus labios aterrizan en los míos, dándome un breve pero placentero beso.

Abro los ojos lentamente, encontrándome con los suyos. Sonrío y mi corazón se acelera cuando él también se ríe.

— Algo que he notado es que ya no eres tan amargado — frunce el ceño y sé por qué lo hace — antes vivías con las cejas fruncidas y con una cara de fastidio — expreso — pero ahora siempre estás relajado, sonríes más a menudo, incluso ya caes bien a primera vista.

— Eso es solo contigo — dice —. Tú me das unas molestias ganas de sonreír.

Le doy un segundo beso, para luego encerrar la cara en su cuello y aspirar el olor del rico jabón que él usa. Enredo mi brazo en su cuello y puedo sentir cómo pasa sus manos por mis piernas hasta mi trasero dándole un leve apretón.

— Hoy quiero follarte hasta que te desmayes — susurra haciendo que se me erice la piel.

— ¿Y por qué debería dejar que hagas eso?

— Porque yo...

La puerta se abre de par en par.

— Feliz cumpleaños a ti — veo entrar a Mason gritando con un pequeño pastel en la mano — Feliz cumpleaños al gruñón, feliz, feliz cumpleaños a tiiiiii.

Me río cuando la cara de Alexander cambia drásticamente a una muy seria. Se me quita de encima para girarse a su amigo. Mason deja el pastel en la mesita de noche y aunque Alexander no le responde, él se le lanza arriba dándole un abrazo.

— Feliz cumpleaños.

—Sí, ya entendí — expresa Alexander.

Hoy Alexander cumple veintisiete años. El pequeño pastel que trajo Masón tiene el número 27 en forma de velita. Miro el pastel, determino si está bueno o no, porque al final del día sé que yo soy la que terminará comiéndolo.

Me incorporo a la cama mientras observo cómo Masón saca una pequeña caja de terciopelo negro, se la extiende a Alexander, desde que la toma, la abre dejando ver a la vista un reloj. No sé muy bien la marca, ya que no sé de relojes, sin embargo, desde aquí pude distinguir que es un reloj bañado en oro blanco, y estoy segura de que es bastante caro. A mi hombre se le sale una pequeña sonrisa, que quita al instante. Miro con ternura la escena de los dos amigos. Y soy consciente de que, aunque Alexander tenga su cara de mierda, está feliz; yo sé lo mucho que él quiere a Mason. Es como su hermano.

— ¿Qué haremos esta noche? — pregunta Mason emocionado —. ¿Quieres ir a un casino e ir a conocer...? — su mirada recae sobre mí, que lo miro con los ojos entrecerrados, esperando que diga lo que creo que va a decir — solo ir...

Giro los ojos. Pedazo de imbécil.

— Tenía pensado quedarme con mi mujer — le responde a su amigo, mientras yo me sonrojo.

— ¡Ah, con ella! — me da una mirada de rencor — eso me ofende, yo llevo aguantando toda una vida y ella llegó hace cuanto — se hace el pensativo — ¿seis meses? ¿Un año? Y me cambias por ella.

Alexander solo lo mira con exasperación ante el gran drama que está proporcionando su amigo. Realmente, a mí lo que me causa es mucha risa. Mason, en vez de ser traficante, debió dedicarse al teatro.

— Pero no lo tomaré personal — pone la mano en su pecho de manera tan exagerada —, pero a la fiesta que te organice, tienes que asistir.

— Mason, te dije que no.

— Vamos, Alexander, no te pongas aguafiestas.

— Dije que no.

— Lexa — se queja Mason como un niño pequeño hacia mí.

Alexander no quiere fiesta; sé que odia ese tipo de cosas, pero no está de más que celebre un rato con sus seres queridos.

— Vamos, cariño — usó el típico apodo que tiende a derretirlo. Me mira de mala manera porque sabe lo que quiero lograr con eso. — Solo será un rato; veintisiete años no se cumplen todos los días — rio.

— Odio esas cosas.

— Tú odias todo lo que respira, se mueve o existe — Alexander le da una mirada asesina a Mason.

— Cariño, deberías celebrarlo, estás algo viejito — me burlo y escucho la risa del rubio —, no sabemos cuánto tiempo te queda de vida.

Entrecierra los ojos — este viejito puede follarte hasta dejarte sin caminar.

Abro los ojos como plato, y mi cara comienza a arder. Acaba de decir eso delante de Mason.

— No, claro que no — se queja el rubio —, al menos que me vayan a invitar a hacer un trío, no se puede poner sexuales — me río.

— Iremos un rato — le aseguro a Mason.

— Yo no iré — afirma el pelinegro con los brazos cruzados.

— Yo me encargo — le digo.

Mason me guiña el ojo y se da media vuelta para salir de la habitación con un portazo. Con mi dedo, tomo un poco del glaseado del bizcocho para llevarlo a mi boca. Alexander me mira con los brazos cruzados y molesto.

— No voy a ir a esa estupidez — afirma.

............

— Odio estar aquí — expresa el pelinegro por quinta vez esta noche, con su típica cara molesta. El sonido de la música se escucha cada vez más ruidoso; todas las personas están de aquí para allá y de allá para acá. Me sorprendí cuando llegamos al salón donde Mason organizó la fiesta. Supuse que sería algo íntimo entre los conocidos de Alexander; en cambio, hay alrededor de seiscientas personas.

Alexander está botando chispa. Fue difícil convencerlo, pero al final lo logré: vino. Y aquí está... Bueno, no diré que lo está disfrutando, ya que su cara expresa todo menos eso. Intento animarlo, pero con él es imposible. Cuando no quiere algo, se pone odioso como un niño pequeño.

— Felicidades, Alexander — se acerca un hombre.

Alexander suspira pesadamente. — Hola, tío.

¿Tío? Es familiar de Alexander. Solo hablamos de ella el día que me contó su historia; sin embargo, no me dijo que tenía familia directa. Al menos no aquí. ¿Entonces, quién es él?

— Mi muchacho — dice el hombre mientras le toma las mejillas a Alexander, y yo casi no puedo aguantar la risa — ya eres todo un hombrecito.

Más risa me causa verle el rostro al cumpleañero con ganas de desaparecer de la faz de la tierra. El hombre retuerce sus mejillas para molestarlo y lo está logrando con mucho éxito.

— ¿Podrías dejarme en paz? — vocifera Alexander con cierta molestia mientras quita las manos de su mejilla.

Le sonríe — tú siempre tan simpático y agradable — añade el señor con gran diversión —, pero ¿qué importa? —Feliz cumpleaños — le extiende una caja pequeña negra.

Con sus cejas todavía fruncidas, Alexander toma la caja y la abre. Saca de esta una llave, y aunque a él no le cambia el rostro, a mí sí, al ver lo que es. Son llaves para un convertible. Demonios, ¡qué regalo! Cuánto daría porque me hagan ese tipo de regalos a mí. Claro que me encantó el jeep que me regaló mi madre, pero un convertible es un convertible.

Cortésmente y sin quitar su cara de grosero, Alexander agradece, pero al hombre no parece importarle su actitud. Solo se lanza encima y le da un abrazo. No sé por qué, pero esa actitud del hombre hacia Alexander se me hace tan conocida...

— Esta belleza es — la atención del hombre de los ojos verdes se posa en mí.

— Mi mujer — me toma por la cintura como lo posesivo que es.

Alexander, al menos que estemos solos, es muy seco; es decir, no tenemos mucho contacto físico, no tanto como me gustaría, ya que es un odioso; sin embargo, cuando hay hombres presentes, no me quita las manos de encima.

— Muñeca — ahora sé que se refiere a mí — él es Andre Brown, el padre de Mason — me presenta.

Sonrío, sabía que la actitud del hombre se me hacía tan conocida. Es el padre de Mason. De tal palo, tal astilla. Eso también explica por qué es su tío. Bueno, no es tío directo, pero lo considera así. El hombre rubio me extiende su mano y yo la recibo gustosa con una sonrisa, que él me devuelve igual, aunque un poco más ancha y más alegre.

— Eres preciosa — me halaga el hombre y me sonrojo un poco — cuando te canses del amargado aburrido, puedes llamarme — me guiña un ojo.

Discretamente, lo miro de arriba abajo. No parece tan viejo, incluso como de unos cincuenta, y eso solo lo demuestra su rostro, ya que su cabello es perfectamente amarillo, no tiene ni una sola cana, se ve fornido aunque es algo bajito y una barba rubia rodea gran parte de su boca. Es muy varonil, y sus facciones son duras, pero lo que más llama la atención son sus enormes ojos verdes. No son iguales a los de Alexander, porque los suyos son más verde oscuro; esto es bastante claro. No negaré que es un hombre guapo, al igual que su hijo, pero para su mala suerte, no me gustan los hombres mayores.

Iba a abrir la boca para responder cortésmente, pero el gruñido del pelinegro me hizo reír igual que al hombre. Nada más le respondo con una sonrisa, a lo que él vuelve y me guiña los ojos. El hombre sigue su camino en la fiesta luego de despedirse.

— Entonces, un convertible — digo mientras miro la llave — debería estar feliz.

— ¿Por qué? ¿Por qué me regaló algo que tengo en gran cantidad? — gira los ojos — tengo más de diez carros, sin contar las camionetas de mis hombres, que son mías también.

Humildad. Esa es la definición de Alexander Wembley.

— Deberías estar feliz porque se tomó el momento de regalarte, eso significa que te tienen pendiente.

— Qué estupidez.

— Grosero.

Le doy un golpe en el hombro y estoy segura de que ni lo sintió, pero la idea principal era golpearlo y se concretó.

— Ya nos podemos ir — me dice como niño pequeño —. Ya cumplí y vine; ahora, larguémonos.

— Vamos, solo nos quedaremos un rato más — le digo cuando pasa su mano por mi cintura y me pega más a él —. Fue muy lindo el gesto de Mason al prepararte una fiesta, así que no seas aguafiestas.

— No te equivoques, esta fiesta fue con doble intención.

Señala detrás de mí, hacia donde encuentro a Mason rodeado de al menos cinco mujeres que lo acarician por todas partes, literalmente. Me río.

— No importa, lo importante es que te la organizó.

Alexander vuelve y pone su cara de amargado como siempre.

Así transcurre el resto de la noche. Fue muy divertida la fiesta, especialmente cuando comenzamos a bailar, o más bien cuando yo le bailé a Alexander, ya que él siempre se negó a bailar por más que le insistí.

Siguieron llegando los regalos, exageradamente caros, dejándome a mí con la boca abierta. Entre relojes, chaquetas supercaras, perfumes e incluso le regalaron una televisión, todo muy costoso. Cada vez que llegaba un regalo, me impresionaba más. No sabía que la gente con dinero regalaba tan caro. Sabía que tampoco eran regalos baratos, pero aun así, un auto, eso no se le regala a todo el mundo.

Esto me causó ciertos malestares. Le compré un pequeño regalo, pero viendo estos que a él le dan, siento que lo mío es una tontería. Mejor no paso la pena y ni siquiera se lo doy. Total, no creo que Alexander esté pendiente de ese tipo de cosas.

Pero lo mejor de la fiesta fue al final, cuando Mason hizo que trajeran un pastel de tres pisos con una foto de él y el cumpleañero, donde a Alexander se le nota lo molesto que está. Me reí mucho, hasta que pensé que Alexander mataría a Mason delante de todo el mundo. Sin embargo, se calmó, y luego de que cantaron el cumpleaños feliz, por fin le cambió la expresión porque pudimos irnos a casa.

Ahora mismo, subo corriendo las escaleras después de dejar el gran pedazo de pastel que Mason me cedió. Voy rápidamente a esconder la caja blanca debajo de la cama. Al quitarme los tacones, dejo descansar mis pies en la alfombra de algodón de la habitación. Comienzan a relajarse; estaban muy adoloridos por los tacones y, además, bailé y subí las escaleras corriendo con ellos.

Alexander entra a la habitación y la cierra con seguro. Observo cómo se quita la chaqueta y también los zapatos. Sus ojos me escanean de arriba abajo, y yo lo miro extrañada. ¿Qué es lo que me mira? Se acerca a mí y toma asiento a mi lado. Comienza a besar mi cuello de una manera poco común en él, es decir, de forma paciente y relajada. Echo la cabeza hacia atrás para darle más acceso. Toma mi mano y hace que me sienta a horcajadas sobre él.

— Muñeca — dice su típico apodo ante mí, que me encanta — anoche cuando llegaste — me da un beso en el cuello — vi cuando escondiste una caja blanca debajo de la cama — me tenso. Le pregunté si me vio llegar anoche y me dijo que no — supuse que ese era mi regalo y que me lo darías en la mañana.

— Eh...

— Pero no lo hiciste — a pesar de que me está hablando, su boca nunca abandona mi cuello — entonces te vi cuando los escondiste en el auto. Supuse que me lo entregarías en la fiesta, pero tampoco lo hiciste — se aleja un poco de mí, mirándome a los ojos —, pero también vi cuando lo sacaste del auto y subiste corriendo. Por lo que veo, tampoco tienes intenciones de dármelo, así que debo preguntar: ¿qué es eso?

Me quedo perpleja mientras me doy cuenta de una cosa. Alexander me observa mucho más de lo que pensé. Digo, para darse cuenta de todas esas cosas, hay que estar muy pendiente.

— Pues... si es tu regalo — admito — pero es una estupidez — antes de que pueda seguir hablando, ataco su boca; sin embargo, él se despega.

— Déjame juzgar eso a mí.

— No te gustará — digo mientras me acomodo más en su regazo, tratando de provocarlo para que olvide el tema. Pero ese maldito no cae en provocaciones cuando quiere.

— Estoy seguro de que si viene de tu parte, me gustará.

Suspiro; por lo que veo, él no dejará de insistir y ya sabe dónde está lo que deja dicho: que si no lo busco, lo buscará él. Me bajo de su regazo y me siento en la cama buscando la pequeña caja blanca que es su regalo. Me mira atentamente, observando cada movimiento que hago.

— Ehh... — comienzo algo nerviosa con el corazón a mil — cuando estábamos en México, me confesaste que cuando eras pequeño veías las estrellas con tu madre y que verlas te recordaba a ella — abro la caja y comienzo a quitar el papel. Eso no es una forma de entretenerme y no mirarlo; tengo miedo de que se burle de mí — y también me dijiste que no las veías aquí porque este era un país donde las estrellas casi no se ven. Así que te compré esto.

Saco la linterna que ya llevaba las pilas puestas. Es en forma de pelota y bastante pequeña, aunque tiene bastante iluminación. Me acerco al interruptor y apago la luz; cuando le doy al botón de encendido, prende e ilumina, dejando ver una constelación de estrellas en el techo que se mueve. Es una simulación y parece casi real, es hermoso. Me costó mucho conseguirla.

Alexander sube la mirada, observando todas las estrellas que ahora adornan el techo de su habitación; se ve relajado y una pequeña sonrisa se escapa de sus labios.

— Es una constelación de estrellas — digo lo obvio — para que la puedas ver cada vez que quieras, pero sé que es algo cursi — bajo un poco la cabeza — estúpido y barato comparado con todo lo que te han regalado hoy.

— Si es todo eso — dice mientras baja la mirada y mi corazón se hunde —, sin embargo, es el mejor que me han dado.

— Si solo lo dices para hacerme sentir mejor.

— No lo digo para hacerte sentir mejor — pone la linterna en la mesa de noche, haciendo que la habitación se ilumine más — hoy me regalaron carros, perfumes de lo más caros, chaquetas de cuero, relojes, entre otras banalidades. Y lo hicieron en competición de quién me compra los regalos más caros. Y por cierto, todas esas cosas a mí me sobran; en cambio, tú fuiste la única que me regaló algo que de verdad me gustó, la única que tomó en cuenta algo que sí me podría gustar.

Me sonrojo; me alegra de verdad que le haya gustado. Sé que eso le hará bien para que recuerde a su mamá.

— Muñeca — levanto la mirada hacia sus ojos —. Me encantó el regalo.

Le sonrío.

— Te quiero mucho, muñeca — me da un beso en la mejilla.

Mi corazón se detuvo unos segundos, un largo segundo. Asimilando lo que acabo de oír. Luego, cuando mi corazón vuelve y toma rumbo, comienza a latir demasiado rápido. Mis ojos se aguaron un poco de la emoción; nunca pensé que él me diría eso. Muchos sentimientos invaden mi interior, y un cosquilleo en la barriga. Sonrío. Yo también lo quiero tanto.

Me subo nuevamente en su regazo y le beso los labios apasionadamente.

— Yo también te quiero.

Sonríe, genuinamente, viéndose tan guapo como siempre.

— Entonces, muñeca — acaricia mi cabello y mis piernas — ¿Alguna vez has tenido sexo debajo de las estrellas?

Y así lo beso, para comenzar una noche que sé que terminará conmigo entre sus brazos.

Perdon la inactividad, pero aqui estaaaa

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