Piensa, Juan.

Debes saber cómo llegaste a estar aquí.

¿Cómo llegaste a estar atrapado, solo y con tenues -casi nulos- recuerdos? ¡Deberías saberlo! –gritó mi mente en una alegata mientras mis labios le escoltaban con voz casi inaudible, entre la ya acostumbrada, desesperación.

Tuve que absorber todo el aire posible; lo expulsé, y al cabo de un par de segundos, estallé en una ruidosa e inexplicable carcajada.

Coloqué mi espalda a la hirviente arena, mientras esta quemaba toda la parte trasera de mi cuerpo y la risa se negaba con firmeza a cesar.

–¡Estoy perdiendo la cordura, auxilio!– grité para mí mismo y para el paisaje que me rodeaba, dando una risa con casi ninguna diferencia entre la anterior. Reía y reía con vigor hasta que...

De repente, no había un solo rastro más de aquella risa. Un gesto de confusión fue el retrato protagónico en mi rostro aquél momento.

¿Cómo vine a parar acá?

Más curioso aún: ¿En dónde se supone que he estado todos estos años? ¿Qué es este lugar? –me senté con urgencia, tomando un ritmo poco melodioso en mi respiración.

Recuerdos desordenados:

La discusión con mis padres; cumpleaños veintisiete, graduación a los diesiséis y...

... Y esas palabras.

"Podría estar aquí por años".

¿Por qué las dije? ¿Pueden ellas ser las causantes de que el ocaso de mi vida aquí, en la Tierra, sea en este lugar? ¿Eso que incoscientemente deseé, que pronuncié a la ligera, es lo que me ha traído a todo esto?

Lo más importante de todo es: ¿Por qué solo hallo recuerdos inútiles? ¡Recordar esto no me sirve de nada!

Oh, Juan, estás perdiendo la cabeza.