BETH
Apenas había transcurrido una semana desde que había ingresado a la universidad y, hasta ahora, todo iban excelente. Después de cada descanso, me daba tiempo para llegar a las aulas que correspondían a mis horarios, tomaba notas y prestaba mucha atención a las clases que impartían los docentes. Algunos eran menos exigentes que otros, pero sus métodos de enseñanza eran implacables.
Conocí a mi compañera de habitación el mismo día en que me instalé en el dormitorio. Su nombre era Diana y era estudiante de nuevo ingreso, al igual que yo, pero la carrera que había elegido era Medios Audiovisuales, así que no coincidíamos en ninguna clase. Sin embargo, eso no fue impedimento para que nos lleváramos bien desde el primer momento. Diana era una chica extrovertida y alegre. Ya había hecho muchos amigos en los últimos días, y gracias a sus grandes habilidades de comunicación, ya estábamos invitadas a las fiestas de bienvenida y a las reuniones más espectaculares que se celebrarían en las residencias, a pesar de ser unas desconocidas para la mayoría de los universitarios.
Aquella mañana, ella se había ido temprano porque tenía que reunirse con sus compañeros de clase para organizar una exposición que harían para la próxima semana. Yo me había levantado un rato más tarde porque ese día mi primera clase era "Apreciación y Formas Musicales Clásicas", que se impartía a las diez de la mañana.
Tuve tiempo para organizar mi habitación, para acomodar mis trabajos y apuntes. Después, escogí un conjunto de ropa y me metí al baño para ducharme.
Hice lo mismo de siempre: me lavé el cabello, me enjuagué el cuerpo y, cuando terminé de ducharme, salí de la regadera. Me vestí después de secarme el cuerpo con la toalla y fui directo a mi habitación para secarme el cabello húmedo con la secadora. No me puse maquillaje, solamente me pinté los labios con brillo trasparente y me apliqué un poco de rubor en las mejillas porque estaba demasiado pálida.
Una vez que estuve lista, atravesé el umbral de mi habitación. Antes de irme, tomé mi mochila del perchero y agarré mi carpeta de trabajos del mueble que estaba junto a la entrada.
Salí del dormitorio al pasillo y me quedé congelada al encontrarme con la figura de un cuerpo tumbado en el suelo que me bloqueaba el paso. Mi asombro fue aún mayor cuando incliné la cabeza para mirar su rostro y descubrí que era Asher quien estaba sentado en el suelo junto a la puerta.
El gorro que cubría su cabeza no me permitía examinar sus rasgos, pero para mí fue inconfundible; supe que se trataba de él porque lo había visto usar esa sudadera azul en incontables ocasiones.
Hice el ademán de apartarle el cabello del rostro y entreabrí los labios para despertarlo, pero no hizo falta que dijera nada porque en una fracción de segundos me crucé con sus ojos centelleantes.
Apenas se despertó, noté que sus profundas pupilas se dilataron y sus ojos se fundieron con magnetismo en los míos.
Me saludó con una sonrisa y un par de hoyuelos adorables aparecieron en sus mejillas. Lo observé con el corazón desbocado mientras daba un paso hacia atrás, conmocionada.
No podía creer que fuera cierto, no podía asimilar que estaba allí, frente a mi dormitorio. Me resultaba impresionante su presencia porque, después de nuestra última discusión, creí que no volvería a buscarme.
—Tú... cómo... por... ¿Por qué has venido? —dije en un balbuceo incoherente.
Asher se frotó los ojos con los nudillos y lo vi incorporarse del suelo sin dificultad. Me quedé helada al verlo de pie, a un lado del umbral. Usaba una sudadera azul que lo hacía verse espectacular porque dejaba sus músculos perfectamente marcados, definía sus anchos hombros y se ajustaba a su torso, ocultando sus abdominales esculpidos bajo la tela. Visualicé lo que parecía un tatuaje asomando por el cuello de la sudadera. Sentí curiosidad, pero no pude distinguir la forma y terminé quedándome con la duda.
Él tomó una respiración profunda y me clavó su mirada al comenzar a hablar.
—He viajado desde San Francisco hasta aquí; el trayecto me llevó toda la noche. Hace apenas un par de horas que llegué, pero como aún era temprano no quise tocar y despertarte, así que me quedé aquí afuera esperándote —su explicación me dejó más allá de lo confundida. Lo miré, atónita. Él se rascó la cabeza y continuó—: Vine a la universidad porque necesitaba hablar contigo.
—¿Y llegas así, sin avisar?
—Consideré la posibilidad de llamarte, pero supuse que no responderías a mis llamadas, por eso decidí venir aquí y hablarte directamente.
Fruncí el ceño y me crucé de brazos, con los nervios recorriéndome el cuerpo.
—Pareces desconcertada.
—Lo estoy, créeme que sí —expresé con rotundidad—. ¿Cómo reaccionarías tú si sales de tu habitación y te encuentras a alguien durmiendo tranquilamente junto a tu puerta?
—Perdóname por causarte esta impresión, pero de verdad no podía estar un día más sin verte —su mandíbula se tensó de contrariedad cuando añadió—: Ambos tenemos que aclarar lo que sucedió la última vez.
Al observarlo con detenimiento, descubrí que desde la última vez que nos vimos se le habían formado unas grandes ojeras alrededor de los ojos. Se le veía cansado, agotado; tal vez 'decaído' era la palabra que mejor definía su mal aspecto.
— Yo... estaba totalmente destrozado. Después de encontrarte con él en tu habitación, la furia me superó y dije cosas que no quería decirte —cuando elevó su mirada, sus ojos brillaron de tristeza, melancólicos—. Me expresé mal y ahora me arrepiento de cada palabra que dije, porque si hay algo que no deseo es que te apartes de mi lado.
Sus ojos claros como el cielo parecían atormentados y su expresión se veía tan afligida que me daban ganas de aliviar su sufrimiento con un abrazo.
—Desde que te fuiste, te he extrañado más de lo que puedes imaginar —la añoranza en su voz me estremeció el alma. Contuve el aliento—. Estoy aquí porque quiero disculparme; necesito que sepas que estoy arrepentido, a pesar de que me odies y no quieras escucharme.
Estando allí, a dos insignificantes pasos de él, recordé todos los momentos que había compartido en su compañía, volví a percibir sus abrazos, la calidez de sus sonrisas y la sensación de tener a alguien con quien hablar, y lo eché de menos.
—Asher —pronuncié su nombre con delicadeza—, yo nunca podría odiarte —le dije con voz pausada y en calma.
Al cabo de pocos segundos, estaba junto a mí. Cuando sentí la urgencia de apoyarme en algo porque la intensidad de su mirada me estaba mareando, puse la mano sobre el picaporte y, casi al instante, noté que Asher colocó su mano encima de la mía. El calor de su palma abrazó mi piel con una calidez reconfortante.
Al fijar la vista en el punto de unión entre nuestros dedos, sentí cómo se me aceleraba la respiración y perdí el control total de mi pulso. Mis labios esbozaron una débil sonrisa que era el vivo reflejo de las intensas emociones que vibraban en mi corazón.
En el momento en que Asher se acercó más a mí, me sentí tan ansiosa y nerviosa que temí desmayarme de emoción.
—No quiero perderte de nuevo, Beth —susurró despacio, agarrándome la mano con dulzura.
Mi sonrisa palideció y sentí que se me humedecían los ojos. Él permaneció callado e impasible, ambos sosteniéndonos la mirada. La vista se me nubló y una lágrima cayó por mi mejilla.
De un segundo a otro, el olor de su cuerpo inundó mis sentidos y me perdí por completo al percibir la calidez de su contacto en mis mejillas.
—Ya no quiero ser el que te hace llorar —dijo con la voz ronca mientras seguía acariciándome la mejilla con sus dedos.
Respiré hondo cuando acercó su frente a la mía. Fui incapaz de moverme, así que simplemente cerré los ojos intentando calmar el ritmo frenético de mis latidos.
—Yo... yo tampoco quiero estar lejos de ti —le confesé con la garganta hecha un nudo.
Mi alma había quedado devastada desde el día en que renuncié a mi amor por él. Todavía no me había recuperado; mi corazón seguía igual de herido y vulnerable.
Quería comportarme de manera indiferente e insensible cuando lo veía frente a mí, pero la realidad era que cada fibra de mi cuerpo deseaba una caricia suya, por más superficial que fuera.
Lo echaba de menos; eso era lo que mi corazón ocultaba y mantenía en secreto. Desde lo más profundo, anhelaba acariciarlo, extrañaba sus cálidos besos y necesitaba sus abrazos, esos que tenían el poder de llenarme de calma y tranquilidad.
Como si me hubiera leído el pensamiento, Asher me rodeó los hombros y me abrazó muy fuerte. Sabía que no quería soltarme por temor a perderme.
Al abrazarnos, todo desapareció a nuestro alrededor; ya solo quedábamos nosotros dos.
Estando entre sus acogedores brazos, me tranquilicé por fin y mis lágrimas cesaron. Al igual que él, yo no quería dejarlo ir jamás.
El hecho de estar cerca de él me causaba dolor y, al mismo tiempo, me resultaba emocionante, embriagador y demasiado bonito. Volver a estar con él se sentía como un sueño porque, a pesar de ser uno de esos instantes fugaces, tenerlo conmigo nunca dejaría de ser cautivador.
—¡Linda Lizy! Qué bueno que te encuentro aquí —exclamó una voz proveniente del otro lado del pasillo.
Me tensé de inmediato y contuve el aliento. Asher dejó de abrazarme al escuchar la voz de Tyler y se separó considerablemente de mi lado para tomar distancia.
Los dos miramos hacia el otro extremo del pasillo y lo vimos acercándose. Tyler llevaba un ramo de rosas en la mano y sostenía un globo en forma de corazón que decía: "Te quiero".
Intenté controlar mis sentimientos revueltos en el momento en que me alejé de Asher y enfoqué mis ojos en la alta silueta de Tyler.
Se detuvo al lado de Asher, lo saludó con un ligero movimiento de cabeza y luego centró toda su atención en mí.
—¡Feliz aniversario! Es increíble que ya llevemos un mes juntos, Lizy —exclamó, con una resplandeciente sonrisa.
Mis ojos se iluminaron ante su detallado gesto de ternura. Tomé las rosas cuando me las ofreció y sostuve el globo entre mis dedos. Él aprovechó ese momento de distracción para aferrar su mano a mi muñeca y tirar de mí.
—Me hace muy feliz que hayas venido, pero no quisiera que te pierdas alguna clase. Apenas estamos comenzando el curso y...
—Shh... Todo está bien, tú quédate tranquila —me aseguró con voz afectuosa mientras me acariciaba el cabello. Su aliento en mi oído me tranquilizó—. Hoy tendré clases hasta la tarde, por eso vine aquí: para pasar toda la mañana contigo.
Apoyé la cabeza en su hombro y observé atentamente al Asher inexpresivo que nos miraba a un paso de distancia.
—¡Me parece un detalle muy especial! —susurré.
Tyler me sonrió cuando se apartó de mí.
—Ya no veía la hora de volver a contemplar esos ojos avellana que me gustan tanto —sus ojos centellearon cuando los entrecerró un instante—. Había pensado que podríamos comenzar el día yendo a esa cafetería que tanto te gusta, la misma en la que nos reunimos todas las tardes para conversar.
Me pareció que enfatizaba sus palabras intencionalmente para que Asher entendiera el mensaje. Me desagradó que se tomara la atribución de hablar de esa manera con mi amigo presente.
Me volví para dejar el ramo sobre el mueble de la entrada y luego deslicé la mirada hacia mi novio.
Mis ojos le examinaron el rostro. Plasmé la mejor sonrisa que me salió y extendí las manos hacia su rostro para inclinarlo un poco y posar mis labios en su mejilla.
—¡Gracias por el hermoso ramo, me encanta!
Repentinamente, Asher se aclaró la garganta y se frotó las manos, sin saber cómo debía despedirse.
—Voy a salir a llamar a mi madre e informarle que estoy bien. Me alegro de que volvamos a estar bien, Beth —comentó con una sonrisa cálida y sincera—. Estaré por el campus mientras decido qué hacer.
Yo asentí y le dirigí una leve sonrisa que a él le costó corresponder. Fijó sus pupilas heladas en Tyler y me miró a los ojos de nuevo antes de dar media vuelta y alejarse por el pasillo sin decir nada más. Cuando se fue, pude volver a respirar profundamente.
Una vez que me quedé a solas con Tyler, le ofrecí pasar. Me hice a un lado para dejarlo que entrar. Cerré la puerta tras de mí y nos adentramos juntos en la pequeña salita.
Se giró hacia mí con el cuerpo tenso. Miró fugazmente por encima de mi cabeza y luego me abrazó por la cintura con un brazo, atrayéndome hacia él. Me dio un beso en la sien, en las mejillas y, finalmente, me besó fugazmente en los labios.
—¿Qué hacía él aquí? —cuestionó, dudoso.
—Él quiere que estemos bien —le respondí en tono distraído.
—¿Ustedes? ¿Te refieres a ti y a él? Creí que toda esa situación ya se había acabado.
No pude descifrar lo que expresaba su intensa mirada.
—Asher es mi amigo de toda la vida y nuestra amistad nunca se terminará —le aclaré, cruzándome de brazos—. Además, ya hemos hablado de esto. Te dije que ya lo olvidé; ahora, a quien quiero es a ti.
Tyler arqueó las cejas y me miró con los ojos entornados.
—¿Y estás segura de que él ya se olvidó de ti?
Desvié la mirada y tomé una profunda inspiración para apaciguar la amargura que me perforaba el pecho.
—Nunca dejé de ser solo una amiga para él —le coloqué los brazos alrededor del cuello y sonreí ampliamente—. En cambio, tú me has demostrado todo tu cariño y las cosas cambiaron.
—¿Podrías ser más específica?
—A él lo quiero, pero es un cariño amistoso, y a ti te adoro; quiero estar contigo, únicamente contigo, Tyler.
Sus ojos azules reflejaron un brillo encantador. En un segundo, sentí la presión de sus dedos en mi mentón y me perdí en el cálido contacto de sus labios sobre los míos.
Durante todo el tiempo que Tyler y yo estuvimos juntos, Asher no se esfumó de mi mente ni un solo momento.
****
ASHER
Cuando lo vi aparecer, todas mis esperanzas se derrumbaron como una torre de naipes.
Ella levantó la vista, miró por encima de mi hombro y su sonrisa se perdió en los ojos de ese chico. Yo me separé de ella y los observé mientras se abrazaban, a pesar de que sentía que algo dentro de mí colisionaba. Terminé perdiendo la cabeza al verlos tan felices; solamente me atreví a decir que saldría de la residencia a hacer una llamada. Después, di media vuelta y me fui de ese lugar sintiéndome completamente derrotado.
Ese día, al llegar la tarde, Beth me envió un mensaje y pidió que nos viéramos afuera de la residencia. Cuando nos reunimos allí, me preguntó cuándo pensaba irme. Entonces, tuve que contárselo todo. Le dije que al llamar a mi madre, ella me regañó por faltar a las clases de la universidad. Además, le comenté que estaba suspendido por tres días y que tenía que hacer una serie de trabajos para recuperar el tiempo de estudio perdido. Pero cuando llegó la hora de responderle cuándo me iba, le dije que me quedaría un par de días más para pasar algo de tiempo con ella. No sabría explicar con palabras la emoción que vi irradiar en sus preciosos ojos.
Intenté no pensar que había pasado gran parte del día con su noviecito. Una extraña emoción me invadió cuando ella me sugirió que fuéramos juntos a una fiesta de fraternidad. Me dijo que el ambiente sería alucinante y que lo mejor de todo era que sería en una residencia cercana. Yo acepté acompañarla, y al dar las nueve, nos fuimos juntos.
Cuando llegamos a la residencia, nos encontramos con una multitud dispersa por toda la entrada. Las puertas laterales estaban abiertas de par en par y desde el interior se expandía una música ensordecedora. Al entrar, los anfitriones nos recibieron con amplias sonrisas y nos dijeron que nos divirtiéramos. Uno de ellos ya estaba pasado de copas; se nos acercó y nos comentó que había algunas habitaciones disponibles en la tercera planta por si queríamos más privacidad. Vi cómo Beth se sonrojó ante aquella sugerencia, y tuve que disimular una sonrisa divertida. No quedó duda de que esos chicos creían que éramos pareja; tal vez a Beth no le encantó que nos emparejaran, pero yo me sentía a reventar de alegría.
Cuando traspasamos la zona más abarrotada de estudiantes, Beth se desabrochó el abrigo, dejando al descubierto el hermoso vestido azul que se ceñía a su delgada figura. De repente, ella volteó a verme y sonrió con dulzura. En ese momento supe con exactitud cuánto había extrañado contemplar su precioso rostro y sus profundos ojos marrones.
—¿Quieres tomar algo? —le pregunté sobre el oído.
Ella asintió. Tomándola desprevenida, entrelacé mis dedos con los suyos y la llevé a través de la multitud. No nos detuvimos hasta que encontramos la cocina principal. Nos paramos a un lado de la barra repleta de refrescos, botanas, frituras, cervezas y botellas de alcohol.
Cuando los chicos que estaban allí salieron partiéndose de risa y dejaron la cocina vacía, ella se apoyó en la encimera y suspiró profundamente. Yo le pregunté qué quería tomar y ella me señaló una lata de cerveza de color azul turquesa. Sonreí y me encargué de servir dos cervezas con hielo en vasos.
—Gracias —me dijo cuando le tendí el vaso burbujeante.
—No hay de qué.
Los dos compartimos una sonrisa cómplice y bebimos un sorbo de cerveza. Me dio la impresión de que eso era nuevo en nuestra relación, porque estaba seguro de que nunca antes habíamos compartido un momento juntos mientras tomábamos algo parecido a la cerveza.
—¿Has hecho amigos aquí? —le pregunté.
—Sí, me llevo bien con mi compañera de habitación, nos hemos vuelto buenas amigas. También me llevo bien con algunos compañeros de mi clase de canto.
—Eso es estupendo, pero espero que Melissa no se ponga a rabiar cuando se entere de que has hecho una nueva amiga —comenté con ironía.
Beth me golpeó en el brazo con su codo y me escrutó con la mirada.
—Ni se te ocurra contarle nada o me la pagarás —me advirtió. La miré con ojos risueños y, al cabo de varios segundos, nos reímos a carcajadas.
—¿Cuál es su nombre?
—Se llama Diana, es una chica bastante simpática. Si la conocieras, te agradaría.
—¿Quieres que vayamos a buscarla?
Vi duda en su mirada cuando me observó con intensidad. Finalmente, asintió ligeramente, se tomó el líquido que llenaba su vaso y lo dejó vacío sobre la barra.
—No creo que la encontremos, pero no perdemos nada intentándolo.
Le sonreí con alegría, me aparté de la barra y luego me acerqué a ella, apoyando un brazo alrededor de su hombro mientras me tomaba el último sorbo de cerveza.
Nos alejamos y caminamos entre la multitud. La fiesta apenas había comenzado y ya había varios chicos y chicas alcoholizados hasta la inconsciencia.
Volvimos a la sala principal, donde habían apartado los muebles para dejar un amplio espacio para la pista de baile. Los ojos de Beth escanearon la multitud y me tensé al instante porque supe inmediatamente que estaba buscando a su chico.
—¿Tyler vendrá? —pregunté en un tono frío y desinteresado.
No pude controlar la ira que hervía en mis entrañas; me resultó insoportable la sola idea de que él apareciera y se robara toda la atención de ella.
—Dijo que me llamaría si llegaba a venir, pero no creo que lo haga porque tiene que entregar un cuadro bien elaborado mañana, contará como puntuación para su proyecto bimestral, así que estará muy ocupado con ello —respondió, pero no había rastro de ilusión en su voz.
—¿Querías que viniera y estuviera contigo? —no pude detener a tiempo mis palabras.
—Yo creo que a ti no te habría resultado genial que estuviera aquí —expresó con seriedad.
—Yo no tendría problema; con tal de verte feliz, haría el esfuerzo de tratarlo... bien.
Beth me miró con una linda sonrisa en sus hermosos labios.
—¿Qué deseas hacer? —inquirió de la nada.
En lugar de responderle, envolví un brazo alrededor de ella y la abracé con fuerza.
—Quisiera que bailemos —le pedí, hundiendo mi cara en su pelo y oliendo su magnífica fragancia, cautivadora, dulce y tremendamente fascinante.
—Vamos a bailar —me dijo con suavidad.
Nos acercamos a la pista de baile. Los chicos de la cabina de sonido habían puesto una canción lenta, así que al llegar al centro de la pista la atraje hacia mí con cuidado. Ella me permitió rodearla con mis brazos y me pasó los suyos alrededor del cuello.
—¿Desde cuándo te gusta bailar, pequeña?
—Desde el día que bailé por primera vez contigo —admitió ella, acariciándome la nuca. Yo cerré los ojos, dejando que su caricia me relajara el cuerpo.
Mi mano bajó hasta su cintura, rozando la parte baja de su espalda. Recorrí su rostro con la mirada y contemplé sus profundos ojos acaramelados. No entendí cómo pude tardarme tanto tiempo en admirar su belleza, si era preciosa a simple vista.
Junté mi frente con la de ella y disfruté el aroma que emanaba de su piel.
—No te lo dije nunca, pero me alegré de que Alan no apareciera esa noche porque tuve la oportunidad de bailar contigo —dije, mirándola atentamente y deleitándome con sus encantadores ojos.
Beth me sonrió un segundo después. Su mano me apartó un mechón de pelo del rostro y suspiré internamente ante la ternura de ese gesto.
—Yo nunca me arrepentiré de que hayas sido tú...
Una sonrisa luminosa apareció en mi semblante.
Solamente al tenerla tan cerca descubrí que en el tiempo que estuve sin ella no logré olvidarla. No podía apartarme, la echaba de menos desesperadamente y no quería dejarla ir.
«Dile que la amas, ármate de valor y díselo», expresó la parte de mí que no podía renunciar a ella.
****
BETH
La conexión entre Asher y yo era más intensa que nunca. Esa noche lo sentía tan enlazado a mí que no pensé en lo que estaba haciendo. Ni siquiera entendía por qué lo había invitado a esa fiesta, si nunca fui alguien que se adaptara al ambiente caótico que se desataba en esos lugares. Y aún entendí menos cuando Asher me invitó a bailar y me sumergí en la profundidad de su mirada encendida en matices azules.
Habría querido que la noche terminara así, con nosotros bailando al son de la música y nuestras miradas fundidas en sintonía. Desafortunadamente, el momento mágico se acabó allí, porque lo que ocurrió horas después fue un completo desastre. Tal vez no debímos dejar de bailar para evitar ciertos acontecimientos.
En cuanto terminó la canción, salimos de la pista y fuimos a tomar algo. Yo tomé refresco, pero Asher se bebió en un segundo otro vaso de cerveza, y mientras hablábamos de la experiencia universitaria y recordábamos viejos tiempos en la academia, siguió tomando más y más vasos de cerveza. Intenté evitarlo, incluso quise sacarlo de la cocina y llevarlo afuera para que tomara aire, pero resultó ser una pésima idea, porque al salir, Asher tomó una botella de whisky que alguien había dejado olvidada sobre una mesa de billar y, a pesar de esforzarme, ya no pude arrebatársela.
En menos de dos horas, Asher ya se encontraba más borracho que lúcido y todo lo que salía de su boca eran palabras sin sentido. Lo dejé esperándome en el patio de la residencia cuando localicé a mi amiga Diana entre la desmedida cantidad de jóvenes. Le pedí de favor que me prestara las llaves de su auto y ella accedió sin problema, ya que prácticamente nuestra residencia estaba a unos ciento cincuenta metros de distancia.
Volví enseguida con Asher, quien ya estaba sujetándose del poste de la lámpara que iluminaba la calle. El aire se percibía muy frío y helaba el cuerpo.
Con mucho esfuerzo conseguí que me pasara el brazo por los hombros y logré cargar con su peso hasta el lugar donde estaba aparcado el auto de Diana. Abrí la puerta y lo ayudé a meterse en el interior del auto; al hacerlo, corrí al otro lado y me subí al lado del conductor.
—Lo que tengo que hacer por ti —murmuré entre dientes mientras encendía el motor.
El silencio se instaló entre nosotros mientras me incorporaba al camino vial.
—No tenía idea de que sabías conducir —logró decirme con las sílabas entrecortadas. Lo miré fugazmente y descubrí que tenía la cabeza apoyada en la ventanilla y los ojos entrecerrados.
—Una de las muchas cosas que aprendí en el tiempo que dejamos de relacionarnos —expresé con una frágil sonrisa.
No es que estuviera encantada de ser la conductora, pero me vi obligada a hacerlo porque él estaba demasiado borracho para encargarse de ello. No había más alternativa.
Mi mano se apoyó en la palanca de cambios. De manera inesperada, él cubrió mi dorso con su mano. Acarició mis nudillos y su tacto suave alivió parte de la presión en mi pecho.
—Eres un ángel, siempre preocupándote por mí cuando yo merezco que me odies.
Aparté mi mano de la palanca y abandoné su contacto con toda la fuerza de mi voluntad.
—Nunca hiciste nada con la intención de lastimarme; fui yo la que se hizo ilusiones falsas. Además, sabes que jamás podré odiarte.
—Y me arrepiento —arrastró las palabras—. Me arrepiento de haberte herido, aunque no haya sido… intencional. Discúlpame.
—No hay nada que deba perdonarte —hice un esfuerzo por relajar mis manos en el volante cuando añadí—: estaba confundida, ahora lo veo todo con claridad.
—¿Ves que me has dejado el corazón roto?
La sangre dejó de circular en mis venas y me olvidé de cómo respirar. Sus palabras tuvieron ese impactante efecto al llegar a mí.
—¿Qué... qué es lo que dices? —me salió la voz atropellada.
—Lamento profundamente lo que... te hice, lamento haber roto nuestra relación —se olvidó de lo que iba a decir y se mordió los labios, como si se sintiera aturdido—. No puedo perdonarme haber alejado de mi lado a la única chica que me ha importado de verdad.
—Belinda sigue estando loca por ti —comenté con torpeza.
Asher sacudió la cabeza y me miró con los ojos apagados.
—Me refería a ti... tú eres la más importante; para mí es imprescindible que estés cerca de mí... en cada momento de mi vida —expresó, y me quedé sin aliento.
Le dirigí una débil sonrisa mientras estacionaba el auto en la plaza que había delante de la residencia.
—No te he abandonado; cuentas conmigo para lo que sea —le aseguré en un intento de animarlo.
Acababa de quitar la llave del contacto cuando él apoyó su mano sobre mi brazo y me pidió que lo mirara. Yo inspiré la mayor cantidad de aire posible y volteé a verlo. Ese fue mi error: enfrentarme a esos intensos ojos azules, porque el sentimiento que vi en su mirada me cortó la respiración.
Lentamente, Asher se inclinó hacia mí y dejó una distancia mínima entre nosotros. Cuando estaba a punto de besarme, le pedí que se detuviera. Él me preguntó por qué, y le respondí:
—El día que me beses, quiero que sea real, no un efecto producido por el alcohol.
Asher mantuvo su mirada fija en mis labios y la desplazó lentamente hacia mis ojos.
—Es que esto que siento es real, no es un juego; solamente pienso en ti y te quiero a ti.
Mientras él se acercaba cada vez más, mi ritmo cardíaco se fue acelerando y perdí por completo su control.
—No miento cuando digo que... te pertenezco a ti en todos los sentidos —murmuró provocativamente sobre mis labios.
El aliento se me quedó atascado en los pulmones y me impidió actuar o decir nada. Sentí un profundo anhelo de besarlo, pero me contuve.
—¿Cuándo entenderás que contigo es con quien quiero estar?
Desearía que esas palabras fueran ciertas, pero sabía que si él de verdad me amara, me lo confesaría sin tener que recurrir al alcohol. Me rompía el alma pensar que nada de lo que decía podía ser verdadero.
—Y yo quisiera estar contigo, pero no puedo, lo siento —susurré con la voz ahogada.
Asher extendió su mano hacia mi mejilla, pero yo me moví rápidamente, abrí la puerta del auto y me bajé precipitadamente.
—¿Por qué no puedes ser así siempre? —exclamé en voz baja mientras rodeaba el coche y abría la puerta del copiloto—. Vamos, pon de tu parte y ayúdame a llevarte adentro.
Él soltó un resignado resoplido y se bajó del auto tambaleándose. Yo lo sujeté del brazo y tiré de él hacia la entrada de los dormitorios. Gracias a su estado de ebriedad, nos tardamos más de veinte minutos en subir las escaleras hasta la tercera planta. Una vez que llegamos allí, abrí la puerta de mi dormitorio y entré con Asher aferrándose a mis hombros.
Lo ayudé a sentarse en el sofá más amplio. Una vez que su peso recayó sobre los almohadones, me volví y fui al baño a buscar las aspirinas que guardábamos en la pequeña repisa sobre el lavamanos.
Antes de volver con él, me desabroché el abrigo, me lo quité y lo dejé sobre el respaldo de una silla. Regresé para ofrecerle las aspirinas y me quedé pasmada al ver una botella de tequila entre sus dedos. Fruncí el entrecejo y me sentí una completa torpe por no haberle registrado antes los bolsillos.
Frustrada, eché la cabeza hacia atrás y suspiré hondo. Detestaba ese fastidioso silencio que se interponía entre ambos.
—¿De dónde la has sacado? —le pregunté muy seria.
—La tomé de una de las mesas de bebidas y la guardé para bebérmela más tarde —respondió. Lo descubrí bebiendo de un vaso de cristal sin siquiera dedicarme una mirada.
—Ya bebiste demasiado esta noche —le reproché de mala gana.
—Pues beber esto es la única forma que encuentro de adormecer lo que siento —espetó con rotundidad, y me sobresalté.
Me quedé mirándolo mientras dejaba el vaso sobre la mesita y volvía a beber el contenido de la botella que tenía entre los dedos.
Me acerqué al borde del sofá y tomé suavemente la botella de su mano. Para mi sorpresa, no protestó.
—Ya no sirve de nada que te confiese que me muero por ti porque tú ya no me quieres.
Él exhaló profundamente y el aire escapó de sus labios en un soplo débil.
Y entonces, finalmente, elevó el mentón y me miró mientras mi corazón latía de manera incontrolable.
—Asher, no se trata de...
—Ya no sé qué más hacer para demostrarte que mi corazón te ama, que te amo desde lo más profundo del alma y no soy capaz de soportar que ames a alguien más.
Él apartó la vista cuando sus ojos se nublaron y sus pestañas se humedecieron. Contuve la respiración y retrocedí un paso antes de aferrarme a la superficie de una mesa debido al súbito mareo que me hizo perder el equilibrio. El momento, su declaración, su presencia y el sonido distante de su respiración me parecieron surrealistas.
—Estoy enganchado a ti —sus ojos azules ardieron cuando me miró—. Te quiero tanto que el alma me duele por no poder demostrártelo.
Las lágrimas cayeron más rápido, empapando sus mejillas. Su respiración se cortó de repente y terminó agachando la cabeza para hundirla entre sus grandes manos.
La culpa me atravesó como una daga. Mi corazón se desplomó contra el suelo al verlo tan devastado y triste. De algún modo inexplicable, encontré el valor para acercarme a él.
Noté que se tensó cuando me senté a su lado. El resentimiento quemó un camino hasta mi garganta y provocó escozor en mis ojos. Coloqué mis manos en su rostro, dudosa.
—Quiero creerte, pero me da miedo que mañana te olvides de cada palabra que dijiste y vuelvas a ser el mismo chico cerrado e inaccesible de siempre.
La luz de la luna que brillaba por la ventana iluminaba su rostro. Su mirada de ojos celestes se suavizó cuando mis ojos se fundieron en los suyos. En un segundo, me acogió entre sus brazos.
—Realmente he llegado a amarte —admitió, sentía sus dedos acariciándome el cabello, su respiración acelerada en mi cuello—. Te juro que no miento.
Notaba el temblor de sus brazos mientras me abrazaba con fuerza y cómo le temblaba la voz al hablar. Sus labios rozaron mi sien. Sin separarse de mí, inhaló profundamente, como si quisiera impregnarse del aroma de mi cabello. Me estremecí cuando suspiró junto a mi oído.
—Te amé desde el primer momento en que me besaste —su voz ahora sonaba más grave. Sentía en mi sien su aliento cálido y suave como una caricia.
Tragué saliva y deshice el abrazo para mirarlo a los ojos. Él se separó de mí; sus magnéticos ojos azules se fijaron en los míos y, a los pocos segundos, descubrí que su mirada detallaba mi rostro.
Se encontró con mi expresión confundida y dijo:
—Déjame quererte, Bethy.
Entonces, me agarró la cintura y, sujetándome con suavidad, rompió la distancia.
Y así, de manera inesperada, me besó. Fue un beso suave y dulce, casi igual a una caricia. Solo sus labios rozando los míos, una y otra vez, con la delicadeza de una pluma.
—Dime que volverás a quererme como antes.
No le respondí, pero correspondí al beso con lentitud y deleite. Sentí su sonrisa en mi boca un segundo después. Al separar nuestros labios, vislumbré una auténtica emoción en sus ojos claros. Un cariño sincero e innegable.
Entrelacé los brazos en su cuello y hundí los dedos en su cabello alborotado. Mis labios dibujaron una tierna sonrisa y mis ojos se empañaron de lágrimas que no eran motivo de tristeza, sino de una inmensa alegría.
—Yo también te amo, nunca he dejado de hacerlo —exclamé justo antes de unir mis labios a los suyos.
No pude resistirme a su encanto, a ese amor que tanto había anhelado y que ahora latía en su corazón. Él me añoraba y yo lo adoraba; ambos estábamos perdidos, y podría jurar que nunca había sentido algo tan maravilloso como eso.
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