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♡ 59

ASHER

Beth ya se había ido. Después de dos días sin tener noticias suyas, me enteré de que tomaría un vuelo con destino a Los Ángeles. Horas antes de que viajara, cada parte de mi ser deseó ir a buscarla, pero mi orgullo me lo impidió. Tal vez no me atreví a ir a despedirme porque no quería verla partir.

El hecho de que ya no la vería más recayó sobre mí demasiado tarde. Llegado el atardecer, me resultó imposible lidiar con el dolor por mi cuenta; lo intenté, pero se convirtió rápidamente en una sensación insoportable.

Al caer la noche, tuve que recurrir al único remedio que podía apagar mi dolor momentáneamente: el alcohol. Pensaba emborracharme para olvidar, adormecer mi mente hasta dejar de recordar.

Salí de mi casa, tomé mi motocicleta y conduje hasta el bar al que iba habitualmente con mis amigos. Cuando llegué, el aparcamiento ya estaba lleno y el interior del bar estaba abarrotado de gente. Empujé los cuerpos que interferían en mi camino y fui directo a la barra, pedí una copa de whisky y me senté en uno de los taburetes altos de vinilo.

Ya no quería pensar en ella, no quería ser consciente de que Beth había elegido quedarse con Tyler. Debía olvidar que se fue y decidió apartarme de su camino.

Me vino a la mente un recuerdo borroso y doloroso. Perdí el equilibrio de mis emociones cuando su imagen implacable apareció en mi memoria. Fue muy intensa la mirada fija que clavó en mis ojos cuando dijo que ya no esperaba nada de mí; sus palabras me arrancaban el corazón cada vez que las escuchaba resonar en mi cabeza.

Levanté los brazos y junté las manos sobre la superficie de la barra. Hundí la cara entre mis palmas y solté un largo suspiro inconsolable.

A pesar de que estaba lejos, la pensaba; la recordaba inevitablemente. Anhelaba tenerla allí, a mi lado; la quería cerca y la extrañaba. Una parte de mí odiaba esa sensación de debilidad y dependencia, odiaba desear tenerla cerca y al mismo tiempo quererla lejos, y, a su vez, no quería dejarla ir jamás.

No podía enfrentarme al hecho de que ella acababa de dejarme. Me había acostumbrado a ella, que siempre estuvo a mi lado, me apoyó en los momentos difíciles y fue mi amiga incondicional. Pero ahora era yo quien no podía permanecer a su lado porque mi corazón no lo resistía. El único motivo por el que no me atreví a salir a buscarla antes de que se fuera fue porque me dolía profundamente verla con alguien más.

Un suspiro fracturado se me escapó de los labios. Mi mente estaba hecha un caos. Necesitaba sacarla de mi cabeza desesperadamente, porque cada movimiento y cada aliento los sentía enlazados al dolor que me había dejado al irse.

Cuando el bartender me tendió la copa de whisky, no dudé en tomarla; la dirigí a mi boca y dejé que el líquido amargo se deslizara por mi garganta.

No estaba del todo seguro de cuántas copas me harían falta para sacarla de mi sistema, pero no pararía hasta desprenderme de todo el dolor.

Perdí la cuenta después de haber bebido hasta la última gota de la quinta copa. Cuantas más copas bebía, sentía alivio por el efecto del alcohol que circulaba en mis venas.

Con su partida, ella me había dejado un inmenso vacío en el pecho, y el espacio que quedó dentro de mí no se podía llenar con nada.

Poco a poco, mi mente se fue apagando, mis sentidos se adormecieron y los recuerdos destructivos se esfumaron temporalmente. Al cabo de un rato en el que me propuse beber hasta quedar inconsciente, alguien apareció a mi lado y dijo:

—Te he estado buscando por todas partes y mira dónde te encuentro.

Mi rostro se tensó de contrariedad. Sacudí la cabeza mecánicamente y entrelacé los dedos de mis manos sobre mi cabeza.

—¿Qué haces aquí? —emití con voz ronca.

Inhalé profundamente mientras apoyaba mi frente contra mis nudillos apretados. Ya comenzaba a sentir fuertes punzadas en la cabeza.

—Vete de una vez, si has venido a reclamarme por estar bebiendo, no estoy para reclamos —solté, arrastrando las palabras.

—El sufrimiento que veo en tus expresiones me da una idea de por qué estás actuando de esta manera —me observó con los brazos cruzados y el ceño fruncido—. ¿Qué demonios ha ocurrido esta vez entre ustedes?

Su pregunta me sacudió todas las ideas y me tomó desprevenido. Antes de poder contestarle, el aliento oprimió mi pecho al evocar los atormentadores recuerdos que desarmaban mi corazón en mil pedazos.

—Elizabeth me rechazó —le respondí con tono sombrío. Me tragué el nudo de amargura que me cortó la garganta antes de continuar—: Fui como un completo estúpido a pedirle una oportunidad y descubrí que ya es feliz con otro; ella no me necesita más.

La incoherencia en mis palabras se hizo notar. Max me observó con las cejas arqueadas en confusión.

—¿Quieres decir que prefirió estar con ese idiota?

Mi mandíbula se puso en tensión mientras asentía con la cabeza.

—No entiendo cómo demonios consiguió ganarse la confianza y el afecto de Beth en tan poco tiempo —espeté con amargura.

—Pero... ¿estás seguro de lo que dices?

Una carcajada absurda se abrió paso en mis pulmones.

—Los vi juntos y enamorados, los encontré besándose apasionadamente. Después de lo que vi, no me quedaron dudas de que ya se olvidó de mí —solté un suspiro y posé la vista en la copa de cristal que estaba sobre la mesa.

Le escuché soltar un prolongado resoplido.

—Lamento mucho que tengas que pasar por esta situación —dijo Max en un intento de sonar reconfortante.

Exhalé aire despacio y cerré los párpados durante un par de segundos. Agarré la copa y bebí un largo trago de whisky antes de hundirme en mi propia desgracia.

—Ella lo era todo para mí. ¿Y yo que hice cuando tuve la oportunidad de demostrarle que la quería? La aparté de mi lado y la saqué de mi vida —me quedé en silencio un instante e inspiré hondo para recuperar el aliento—. Esta vez ha sido ella quien acabó conmigo. Te juro que estoy muy arrepentido por mis acciones, pero por más que lo he intentado, no pude convencerla de que me perdonara.

—No estoy de su lado, pero pienso que es normal que ya no crea en ti después de todas las estupideces que hiciste y dijiste.

—Créeme que la entiendo, si estuviera en su lugar, yo tampoco volvería a confiar, pero... ¡Maldición! Me mata que me haya reemplazado con ese chico. Estoy convencido de que no hay manera de que se separen, su relación promete ser seria.

Al decirlo en voz alta, me dolió el corazón de nuevo, pero fingí que no me afectaba el hecho de mencionar que ya estaba con alguien más.

—No puedo ni imaginar lo que estás sintiendo, tiene que ser muy difícil —apoyó su mano sobre mi hombro para ofrecerme su apoyo—. Debes sentirte terrible porque ya se ha ido. Si necesitas hablar, yo te escucharé.

Me daba cuenta de que Max pretendía ayudarme, pero yo sentía que no merecía su apoyo porque realmente me había equivocado.

Al fin me atreví a elevar la vista y le lancé una mirada cargada de frialdad.

—No vine aquí para hablar de Elizabeth, Max. Si vas a ayudarme a olvidarla, quédate; si no, desaparece de una vez. Ya me las arreglaré yo solo para borrarla de mi mente —musité con rotundidad.

Me estaba haciendo el fuerte, aparentando que nada me importaba ya, cuando la única verdad era que quería hablarle por teléfono y decirle, por última vez: «Te quiero».

Tras haber considerado la absurda idea de marcar su número, solté una risa estúpida y absurda que me rasgó la garganta.

—¿Sabes qué? Olvida lo que dije. Ahora que no está, me siento maravillosamente bien.

—¿Estás completamente seguro? Porque tienes un aspecto lamentable.

No le respondí y desvié la mirada. Sabía que tenía razón. Por fuera, podía aparentar ser invulnerable, que tenía una armadura impenetrable que mantenía ocultos mis sentimientos, pero solo mi alma sentía el verdadero sufrimiento, porque sí, en el fondo estaba devastado.

Apenas se había marchado y yo ya la extrañaba inmensamente. La echaba tantísimo de menos que el solo idealizarla lejos de mí me rompía el corazón.

Tenía puesta una máscara tras la cual, solo de recordar lo último que me había dicho, me dolía y me punzaba el corazón de nuevo.

***

Acababa de salir del bar cuando recibí su mensaje. Mi mente estaba demasiado adormecida para analizar el motivo por el que me había escrito esa noche. La verdad, ni siquiera me planteé la posibilidad de entender por qué, después de tanto tiempo, me buscaba.

El texto decía: «Te estaré esperando en este departamento, ven si necesitas una distracción. Con cariño, Piper Stevens». Y justo debajo me aparecía la ubicación de un hotel que no podía estar a más de veinte minutos del lugar en el que estaba.

Después de leer su mensaje, mis recuerdos ya no fueron claros; podría decirse que no pensé en lo que hacía y me dejé llevar por la sensación de despecho que me oprimía el pecho. La dejé en visto, aguardé algunos minutos a que los mareos se desvanecieran de mi sistema y salí del aparcamiento en mi motocicleta.

Tal vez nadie, además de mí, entendería las razones por las que lo hice; probablemente, solo alguien que hubiera pasado por mi situación habría comprendido que estaba desesperado por desprenderme de los recuerdos que me atormentaban. Quizá esa no fuera una justificación válida y me arrepentiría más tarde de esa decisión, pero en ese instante no me importó estar cometiendo un error.

Cuando llegué al hotel, subí hasta la tercera planta del edificio y, en el instante en que llamé a la puerta de ese departamento, estaba lejos de sentirme lúcido. El alcohol ya circulaba por todo mi sistema nervioso y no había manera de que volviera a estar consciente hasta la mañana siguiente.

Acababa de sacar mi celular para enviarle un mensaje y decirle que ya estaba afuera del lugar donde me había citado. De pronto, se abrió la puerta y apareció ante mí la cautivadora imagen de Piper Stevens en camisón.

—Me alegra que estés aquí —me dijo con voz melosa. Movió las caderas con sensualidad al reducir la distancia entre nosotros—. Ya estaba ansiosa de verte, cariño.

Ella acortó el espacio un poco más y se puso de puntillas para acercar su rostro al mío. Percibí su aliento cálido en mi piel en el momento en que me besó provocativamente en la comisura de los labios. Noté mucha delicadeza en su gesto, probablemente porque temía que me apartara, pero no lo hice; me quedé quieto y recibí su beso sin siquiera inmutarme.

—Puedes pasar —me susurró al oído mientras me rodeaba el brazo con el suyo.

Yo me adentré en el departamento y cerré la puerta a mis espaldas.

—¿Estás sola? —le pregunté con curiosidad.

—Vamos, Asher, ya deberías conocerme bien —se detuvo y se volvió para quedar frente a mí—. ¿Crees que te habría invitado a venir si hubiera alguien más aquí?

Una sonrisa juguetona se dibujó en sus comisuras mientras sus manos se deslizaban provocativas sobre mi pecho.

—Estamos solos, cariño —su tono seductor no pasó desapercibido—. Si lo deseas, nadie más se enterará de que estuvimos aquí tú y yo.

Deslizó los dedos sobre mis hombros, me acarició el cuello y finalmente entrelazó los dedos en mi pelo.

—Si quieres puede ser nuestro secreto.

La miré con intensidad. Apenas estábamos cruzando el pequeño pasillo que conducía a la amplia sala de estar cuando redujo la distancia entre nuestros rostros; su nariz acarició la mía y sus labios ansiosos rozaron los míos. De inmediato, la sujeté de la cintura y mis labios la besaron de vuelta, pero el beso careció de la pasión habitual. Rompimos el beso al quedarnos sin aliento.

Ella retrocedió con la intención de dar un paso hacia la estancia, pero la sorprendí cuando tiré de su mano y la besé de nuevo, y esta vez no le ofrecí un beso inocente. En esa ocasión, la besé con ganas, dejándome llevar por su sabor, su calor y todo lo demás que su cuerpo poseía.

—Acércate más —murmuré con la voz ronca.

Piper sonrió al pegarse a mí y me rodeó la nuca con sus brazos. En cuestión de segundos, sus suaves labios rozaron mi piel, dándome un beso delicado en el cuello. En un acto impulsivo, la empujé contra la pared y sellé mis labios ansiosos sobre los suyos. Me fundí en sus caricias mientras nos besábamos de forma apasionada.

Esta vez fui yo quien rompió el beso con una risa suave.

—Me encanta cómo vas vestida —murmuré contra sus labios. Ella me sonrió con un brillo travieso en la mirada.

Piper se puso de puntillas y me besó en la esquina de la mandíbula, antes de deslizar sus labios por mi cuello y posarlos en el lóbulo de mi oreja.

—Te recuerdo que te gustaba más despojarme de cualquier prenda —expresó con su aliento en mi oído—. Decías que era una obra de arte con la que podrías deleitarte durante horas.

Sonriendo, planté un beso en sus carnosos labios, la levanté por las caderas y la tiré hacia mí. Piper enrolló sus piernas alrededor de mis costados mientras yo la llevaba a pasos torpes por toda la estancia de la sala. Terminé dejándome caer en uno de los sofás y ella acabó sentada a horcadas sobre mí. Los dos nos reímos mientras nos besábamos con efusividad.

—Me vuelves loca, Asher —me dijo, risueña, inclinándose hacia mí y dejando ardientes besos a lo largo de mi cuello.

Deslicé las manos bajo la tela del camisón y recorrí su piel sensible con la urgencia implacable de tocarla y disolverme en su cuerpo.

—Eres tú la que me enloquece los sentidos —susurré en su cuello y comencé a besarlo, morderlo y succionarlo con ansias.

—Cuando me dices esas cosas, ardo de deseo por ti —me dijo con una sonrisa traviesa.

—Es bueno saberlo, porque esta noche voy a hacerte arder, estremecer y gritar de placer, preciosa.

Ella se rió y se inclinó contra mi pecho para rozar sus labios sobre mi mejilla y, posteriormente, pegarlos a mi boca.

Quería perderme en sus labios, en sus caricias, en la calidez de su cuerpo, en la suavidad de su contacto. Quería estar con ella para olvidarme de una maldita vez del abandono de Beth.

—Me sigue fascinando recorrer las parcelas de tu piel —le susurré en los labios con voz ronca.

Ella desabrochó cada uno de los botones de mi camisa y me la quitó con impaciencia. Yo la seguí besando mientras sentía el tacto frío de sus dedos en los brazos, en la espalda, en el pecho y en el abdomen. Cada roce me adormecía más y más los pensamientos y solo me dejaba en mente el deseo de poseerla.

La tela del camisón se deslizó por su suave piel cuando se lo quité, dejando expuestas las definidas curvas de su maravilloso cuerpo. Mis ojos recorrieron su escultural figura antes de posarse en sus pupilas dilatadas y luminosas.

—Me enloquece lo perfecta que eres —pronunciaron mis labios de manera inevitable.

Ella colocó los brazos alrededor de mi cuello nuevamente. Sus ojos brillaron de lujuria cuando nos miramos a los ojos.

—Sabía que todavía eras preso de mi encanto —pegó su frente contra la mía e inspiró profundamente—. No entiendo cómo te fijaste en ella si no tiene nada especial que ofrecerte, pero sé que estás aquí por una razón específica.

Sus ojos se oscurecieron con un aire travieso y coqueto; luego, su boca rozó la mía y su voz dulce me susurró:

—Haré que la olvides. Tú solo cierra los ojos y déjate llevar.

Su tono sensual y provocador me encendió en llamas. De un momento a otro, la agarré por la parte posterior de la cabeza y empujé con ferocidad su boca sobre la mía. En una fracción de segundo, el beso efusivo que compartimos se transformó en algo explosivo y apasionado.

El efecto de sus besos era embriagador y celestial. Esa noche, los dos nos dejamos llevar por la sensación placentera de hacer lo prohibido, de besarnos a escondidas y acostarnos en secreto.

****

Amanecí recostado en una cama, en una habitación que desconocía. A mi lado estaba Piper, enredada entre las sábanas. Me llevé las manos a la cabeza y me maldije a mí mismo por la estupidez que cometí la noche pasada.

Permanecí esperando a que Piper despertara; no me fui porque no quise comportarme como un cabrón insensible que solo utiliza a las chicas para su beneficio y desaparece cuando llega la hora de dar explicaciones.

Una vez que estuve completamente consciente, tuve claro que me había reunido con Piper por puro despecho, que había recurrido a ella porque me sentía abandonado por la chica de mis sueños. Supe que lo hice porque quería sentir algo que no fuera ese amor enfermizo que me intoxicaba el alma.

Cuando Piper salió de la habitación, estaba envuelta en una bata de baño y llevaba el cabello rubio húmedo. Ella me encontró sentado en el sofá y se acercó a pasos lentos. La observé mientras se colocaba a mi lado y se inclinaba para sellar nuestras bocas en un beso corto y suave.

No me aparté, pero le aclaré las cosas desde el preciso instante en el que se apartó y se me quedó mirando atentamente. Le dije que no volvería a suceder nada entre nosotros, le expliqué que no quería utilizarla ni jugar con sus sentimientos, y le dejé muy claro que la noche anterior estaba demasiado borracho y que no había sido mi intención ilusionarla de ninguna manera. Ella no se lo tomó mal.

Fue un gran alivio para mí que reaccionara con tranquilidad, porque lo último que quería era discutir y romperle el corazón. Piper me dijo que estaba enterada de que seguía pensando en Beth y que entendía que no pudiera corresponderle. No supe cómo reaccionar cuando me insinuó que podíamos seguir teniendo encuentros a escondidas siempre y cuando ambos estuviéramos libres de una relación. También me dijo que lo que ocurrió entre nosotros la noche anterior era solamente un romance pasajero, aseguró que no estaba enganchada conmigo, pero admitió que le gustaba lo bien que encajábamos juntos, sobre todo en los momentos apasionados.

Yo tomé una larga respiración y, al hablar, no le di una respuesta clara, pero me aseguré de hacerle entender que ella se merecía una relación real y sincera, un amor bien correspondido, no un amor a medias como el mío. Al final los dos quedamos en buenos términos y se podría decir que estuvimos de acuerdo en ser algo similar a amigos.

Antes de irme del departamento, ella me volvió a repetir que podía regresar con ella si algún día me daba cuenta de que lo mío con Beth no funcionaría. Estuve a punto de decirle que Beth ya no pensaba en mí de esa manera, pero no me atreví, tal vez porque me causaba una gran tristeza aceptar que su amor ahora estaba dirigido a alguien más.

***

Varias semanas más tarde, después de asistir a las clases en la universidad, quedé con Max para reunirnos en el auditorio de deportes al que nos habían asignado tras nuestro último curso en la academia.

Al terminar el entrenamiento, todos los del equipo fuimos a ducharnos. Después de cambiarnos, Max y yo salimos de los vestuarios sujetando las correas de las mochilas.

—El corredor hizo un pase perfecto; él es justo lo que necesitábamos para enfrentarnos a los Tigres en el próximo campeonato de la temporada —le estaba diciendo a Max con un entusiasmo desbordante.

—Ya veía venir que anotaría ese touchdown; ha sido alucinante esa jugada —replicó mientras cruzábamos el pabellón de deportes—. Yo también creo que él nos ayudará a vencer al equipo contrario. Su táctica en el campo es fenomenal; hace tiempo que no veía a un corredor tan bueno en nuestras líneas.

Yo asentí en señal de acuerdo. Max desvió la vista un segundo y luego la posó sobre mí con un aspecto pensativo.

—A decir verdad, esta oportunidad te la debemos a ti. Hemos clasificado en la liga estatal porque los cazadores de talentos te han visto darlo todo en los partidos —sonrió con orgullo—. Eres un gran mariscal de campo, tienes lo que se necesita para llevar a tu equipo a la grandeza.

Me dio un par de palmadas en la espalda. Yo puse los ojos en blanco y aparté su mano de mis hombros para abrir la puerta auxiliar que conducía al estacionamiento.

—Creo que estás exagerando. Ambos sabemos que el éxito del equipo es responsabilidad de cada uno de los integrantes.

—Pero eres tú el líder, eres tú quien nos enseña esas estrategias impresionantes, tú le muestras al resto cómo pueden mejorar. Por eso te convertiste en el quarterback desde el primer año en la academia; llevas el talento en la sangre.

—Sinceramente, Max, no considero que sea para tanto. Cada uno aporta su empeño y su esfuerzo, es por eso que todos nosotros llegamos hasta aquí y...

Interrumpí mis palabras cuando bajamos el último peldaño de las escaleras y, al voltear y mirar hacia enfrente, me encontré con la inesperada aparición de una persona que estaba a algunos metros más allá.

Hillary estaba allí, no lo vi venir, así que, sí, me tomó por sorpresa verla, principalmente porque creí que nunca más me cruzaría con ella.

Me pareció que se puso nerviosa cuando la miré inexpresivo y serio. Crucé los brazos sobre mi pecho y me puse tenso.

Max notó que algo me pasaba y se giró en la misma dirección. En breves segundos, sus ojos se posaron en la chica que no apartaba la vista de nosotros.

—¿Qué hace ella aquí? —inquirió él con el ceño fruncido. Al cabo de unos momentos de silencio, pareció encontrarle sentido. Se volvió hacia mí y me miró con los ojos entrecerrados—. Por favor, no me digas que le perdonaste lo que te hizo.

—No le perdoné nada, Max —respondí con rotundidad y resoplé con disgusto—. No tengo la más mínima idea de qué está haciendo aquí, pero tampoco quiero averiguarlo. Vámonos.

Comencé a avanzar sobre el asfalto con Max siguiéndome. Los dos seguimos nuestro camino en dirección a la zona donde habíamos dejado nuestras motocicletas. Ignoré su presencia cuando tuvimos que pasar cerca de ella.

—Asher —escuchar su voz llamándome fue un golpe directo a mi estabilidad emocional.

Fingí que no la había escuchado y solté una risa absurda cuando Max continuó alardeando sus puntos de vista acerca del entrenamiento de ese día.

—Necesito que hablemos —gritó ella detrás de mí.

Debí darme cuenta antes de que me estaba siguiendo de cerca. Apreté la mandíbula con fuerza y solté una bocanada de aire antes de decirle con frialdad:

—No puedo hablar. Acabo de salir del entrenamiento en la cancha con mi nuevo equipo y estoy agotado —le respondí mientras seguía avanzando por el aparcamiento. No quise mirarla.

—Es importante —insistió ella con suavidad.

—Creo que la última vez hablamos lo suficiente —musité en tono neutro.

—Asher, por favor, escúchame, solamente te pido dos minutos.

Max me lanzó una breve mirada, rápidamente entendí que quería decirme: «Deja de comportarte como un idiota y escúchala».

—Te esperaré en la plaza —dijo mi compañero antes de apresurar el paso y dejarme atrás, específicamente, a solas con ella.

Lo perforé con la mirada mientras el muy imbécil se perdía entre los autos que estaban aparcados más adelante.

—Asher —volvió a decirme Hillary con voz esperanzada.

Me volví de mala gana y tomé una larga inspiración para tranquilizarme.

—No tengo tiempo para esto —exclamé entre dientes—. De una vez te digo que no estoy de humor, así que si has venido a contarme que eres feliz con Reagan y que te piensas casar con él, será mejor que desaparezcas y me dejes en paz. —Una sonrisa cruel se dibujó en mis labios—. No me interesa nada relacionado con ustedes.

—Es que no lo entiendes, yo...

—No, tú eres la que no entiende nada —le espeté con dureza—. Me lastimaste, perdí toda mi confianza en ti, y realmente no quiero escucharte.

Ella agachó la cabeza y fijó su mirada apagada en sus zapatos.

—Es cierto, no debería tener cara para venir a hablarte. Discúlpame, prometo que no volveré a buscarte —su voz sonó afectada y débil.

Hillary se dio la vuelta, dispuesta a irse como le pedí. Reaccioné en un impulso y le tomé la mano antes de que pudiera escapar. Por alguna razón, tuve la sensación de que debía dejarla hablar.

—¿A qué has venido?

Ella se volvió hacia mí. Nuestras miradas se encontraron y sentí un choque de emociones en mi interior. Cuando me percaté de que mi mano seguía sujetando la suya, la solté y me aparté de inmediato.

—He venido a disculparme contigo —murmuró ella con un susurro tembloroso.

Una risa carente de humor brotó de mis labios. No pude controlarme; me resultó inevitable reaccionar de esa manera.

—Creí que era yo quien debía disculparse con ustedes, porque soy una terrible persona que juega y se divierte con los sentimientos de la gente —enfaticé con ironía mientras cruzaba los brazos.

La tensión que irradiaba de mi cuerpo resultaba intimidante. Hillary rehuyó mi mirada cuando ya no pudo soportar la gelidez que recaía en sus pupilas.

—Estoy muy arrepentida por lo que te hice, no debí tratarte como te traté —sus ojos verdosos se empañaron de lágrimas—. Lamento profundamente haberme equivocado contigo de esa manera...

Su voz se rompió a mitad de la oración. La vi limpiarse las lágrimas que descendían por sus pálidas mejillas.

—Es increíble que sigas actuando —me eché hacia atrás, riéndome—, No te cansas de fingir, ¿verdad? Seguramente quieres hacerme creer en tus disculpas para después ir a reírte de mí con el imbécil de tu novio.

Ella negó con la cabeza y suspiró, abatida.

—Me siento muy culpable por el daño que te causé —el arrepentimiento invadió sus facciones—. Ahora sé que no debí mentirte ni utilizarte como si no me importaran tus sentimientos, porque si me importa lo que sientes, lo que piensas, tú... me importas.

Su voz dolida provocó que mi pecho ardiera de remordimiento. Aún después de escucharla, no me permití caer en su engaño.

Me reí por lo bajo y le dirigí una mirada cínica.

—No vengas a decirme que te importo ahora, cuando ni siquiera pensabas en mí mientras salíamos. Tú misma me dijiste que estabas con él mientras fingías querer estar conmigo —le solté con frivolidad—. Si te hubiera importado al menos un poco, habrías detenido tu estúpido juego y me habrías dicho la verdad, pero elegiste mentirme desde el principio.

—Cuando terminé contigo, todavía estaba convencida de que merecías pasar por esa situación —aclaró con la voz ronca—, pero hasta hace poco descubrí que estaba equivocada. Apenas entendí que tú eres mejor que Reagan.

Solté una carcajada burlona y la miré con desprecio.

—No necesito tu compasión, Hillary. Hazme el favor de ahorrarte esos comentarios —seguí observándola con desconfianza—. Dile a Reagan que, si quiere burlarse de mí, se busque a otra novia actriz que venga a fingir que me quiere.

Después de decir esto, le di la espalda y comencé a avanzar en la dirección opuesta. De un momento a otro, Hillary me sujetó del brazo. Intenté liberarme de su agarre implacable, pero ella se mantuvo firme.

—Reagan me ha dejado —susurró en un suave sollozo—. Me cortó pocos días después de que consiguió vengarse de ti. En todo el tiempo que estuvo conmigo, no dijo más que mentiras... me utilizó para conseguir lo que quería y se olvidó de mí cuando ya no me necesitaba.

Sus palabras se volvían cada vez más temblorosas y tristes.

—Me di cuenta muy tarde de que él no me quería; acabé descubriendo que eras tú el único que estaba al pendiente de mí —murmuró, sollozando incontroladamente—. Él me tenía engañada y me odio por no haberlo visto antes —una mueca de desprecio se formó en sus labios.

—Lamento que te hayas equivocado con Reagan —la contemplé con compasión—. Los imbéciles nunca cambian; quise hacértelo ver antes.

Ella asintió mientras limpiaba sus lágrimas con el dorso de su mano.

—Sé que ya te perdí y que no te merezco —insistió con voz apagada—, por eso no vine a pedirte una segunda oportunidad, solo estoy aquí porque quería remediar mi error y disculparme.

Me quedé mirándola con detenimiento. Ella me miró con los ojos brillantes y cristalinos.

—De todo corazón te pido que me perdones, que por favor no me odies aunque me lo merezca —su voz se fue quebrando con cada palabra—. Gracias a las palabras de tu amiga, he descubierto que eras tú a quien debí querer —admitió tras un largo silencio.

Se me suavizó la expresión cuando la mencionó. No me lo esperaba, pero el corazón me latió fuerte solo de imaginar a Beth yendo a enfrentarse con Hillary.

—Ella me ayudó a comprender que las apariencias engañan, me advirtió sobre Reagan y, además, te defendió cuando yo no hice más que juzgarte —su mirada se perdió unos instantes en el vacío—. Tienes suerte de contar con una amiga como ella; es muy difícil que alguien esté dispuesto a darlo todo por ti y a entregarte una confianza plena —una débil sonrisa iluminó sus facciones.

Hillary elevó su mirada hacia la mía y me miró con afecto.

—Mereces estar con alguien como ella —expresó. Se la veía muy convencida.

—Ella es quien merece a alguien mejor —logré expresar con la garganta hecha un nudo.

Hillary deslizó su mano hacia la mía y me dio un ligero apretón.

—No encontrará a nadie más especial que tú.

Sentí que me soltaba la mano y la vi dar media vuelta. Ella ya se estaba alejando cuando le pedí que se detuviera.

—Ya te he perdonado.

Hillary volvió la cabeza y me miró por encima del hombro con sus iris profundos.

—Gracias —susurró, con un brillo cálido en la mirada, y después se fue.

Solté un suspiro cuando me quedé solo en el aparcamiento. Mientras me dirigía a la plaza, estuve pensando en lo que me dijo Hillary.

No tenía idea de que Beth había ido a hablar con ella después de que rompimos, y lo que me tenía todavía más sorprendido era que lo hizo después de que tardamos meses en reconciliarnos. Ella se había preocupado por mí, había ido a defenderme y le dijo a Hillary que yo no merecía ese sufrimiento. Ella creyó en mí después de los malos momentos que le hice pasar. Mi alma estaba llena de emoción tras ese descubrimiento.

Me subí a mi moto, encendí el motor, pisé el acelerador y me ajusté el casco para que los lentes no me impidieran ver el camino.

Jamás esperé que alguien como Beth pudiera fijarse en mí. Sentía que no me merecía a una amiga tan increíble como ella, pero a la vez, haber descubierto que se había puesto de mi lado de manera incondicional me daba nuevas esperanzas, porque esa confianza no se podía haber perdido completamente; tenía que quedar algo más, tenía que existir una manera de volver a ganarme todo el amor que ella había perdido por mí.

Esta vez, mi constante pensamiento pasó de susurrarme: "Vuelve conmigo, necesito tenerte a mi lado, Elizabeth Hayes", a convertirse en: "Haré que vuelvas conmigo, Elizabeth. Tal vez te has alejado, pero iré tras de ti y te recuperaré, porque necesito tenerte conmigo para siempre".

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