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♡ 52

BETH

Ya eran las seis de la tarde y afuera llovía con intensidad. Estaba sola en casa porque mis padres habían acompañado a mi hermana a un campamento al que asistiría con sus amigas.

Me había pasado el día mirando películas en la sala de estar, bebiendo sodas de lata y comiendo palomitas. Estaba tan inmersa en la película que no me esperaba que el resplandor cegador de un rayo en el exterior me hiciera estremecer del susto.

Tras sobresaltarme, vi las luces parpadear repetidamente y me puse tensa. La televisión se apagó cuando se fue la luz, pero esta volvió casi de inmediato, y la deslumbrante luz de los focos me dejó desorientada durante unos segundos.

Tuve que incorporarme para encender la televisión; iba a mitad de camino cuando, de repente, un potente rayo de luz atravesó las cortinas e iluminó la estancia. Me volví sobre mis talones y miré hacia ese punto con el ceño fruncido. Caminé con pasos vacilantes hacia la ventana y, cuando me detuve, me invadió una sensación inquietante.

Lentamente, moví las cortinas con los dedos, aparté la tela de seda a un lado y miré por la ventana con curiosidad. Noté que, más allá de la lluvia, había un auto con las luces encendidas. Al mirar a través de los vidrios empañados, entrecerré los ojos, intentando descubrir la identidad de la persona que acababa de bajar del vehículo.

Deslicé los dedos sobre la superficie del vidrio y me incliné un poco más. Entonces, observando con más claridad el exterior de la casa, logré verlo a la distancia; distinguí su silueta entre la llovizna, recorriendo a grandes zancadas el porche y aproximándose a la entrada.

El corazón se me detuvo de la impresión. Podría haber esperado cualquier cosa, excepto una visita suya.

Mis pensamientos se revolvieron y mi mente quedó hecha un lío, pero solamente pude pensar en una sola cosa: que él estaba allí, llegando a mí.

Ni siquiera me permití pensar en nada cuando me dirigí a pasos apresurados hacia el vestíbulo para llegar a la puerta principal. Respiré agitadamente, con el corazón latiendo acelerado. Mi tonto corazón otra vez se estaba dejando guiar por esas emociones contradictorias.

Antes de que él pudiera llamar al timbre, respiré hondo y abrí la puerta. Se encontraba a dos pasos de la entrada cuando yo salí a su encuentro. Ambos nos quedamos suspendidos e intercambiamos miradas indescriptibles.

Tomé una respiración profunda y lo examiné con el corazón desbocado. Él llevaba el pelo húmedo por la lluvia y algunos mechones le cubrían los ojos y la frente, impidiéndome mirarlo directamente. Iba vestido de negro y su chaqueta estaba cubierta de diminutas gotas.

Yo iba mal peinada y mal vestida, porque ciertamente no tenía planes para salir ese día y nunca me imaginé que él llegaría. Afortunadamente, él no se detuvo a mirar mi aspecto y pasó directamente a mi lado. Me giré y lo vi alejándose por el vestíbulo para adentrarse en la sala de estar.

Él y yo llevábamos más de dos meses sin buscarnos, sin cruzarnos o intercambiar palabras, pero de algo estuve completamente segura cuando lo vi llegar: le pasaba algo. Llegó muy tenso cuando entró a mi casa, y eso, de alguna manera, me preocupó y despertó en mí una inquietud angustiante.

Me detuve junto al umbral de la entrada de la sala y lo miré detenidamente; él tenía los músculos contraídos y la mandíbula tan tensa que parecía a punto de reventar.

—Asher, ¿te encuentras bien? —la voz me salió débil y cautelosa.

Como él no me respondió de inmediato, me aclaré la garganta y seguí hablándole con muchísima calma.

—Sinceramente, me preocupa verte en ese estado —le dije, con la preocupación grabada en cada uno de mis rasgos.

Transcurrieron un par de minutos antes de que lo escuchara decir algo.

—No, no estoy para NADA bien, en realidad —me respondió con la voz entrecortada. Estaba alterado, lo notaba en el modo desesperado en el que se frotaba la nuca con las manos.

—¿Puedo saber qué ocurre?

Asher sacudió la cabeza en un gesto negativo y soltó una exhalación profunda y frenética.

—Beth, no... no es nada —expresó, muy agitado.

—¿Hablas en serio? Me acabas de decir que nada está bien, ¿de verdad piensas que voy a creerte cuando dices que no es nada? —inquirí mientras avanzaba a pasos lentos en su dirección.

Él se alejó de mí, llevándose las manos a la cabeza y alborotándose el cabello con desesperación.

—No entiendo qué demonios hago aquí cuando seguramente lo último que quieres es verme —murmuró para sí mismo. Tal vez no se dio cuenta de que a esa distancia podía oírlo.

Inspiré hondo y desvié lentamente la mirada antes de clavar mis ojos en su imponente figura.

—Mira, sé que las cosas están mal entre nosotros, no lo he olvidado, pero también sé que viniste aquí porque necesitas hablar y yo... no te voy a echar, no voy a discutir contigo porque quiero escucharte —me lamí los labios y entrelacé los dedos de mis manos en un gesto nervioso—. Aún estoy aquí para escucharte.

Asher ladeó ligeramente la cabeza hacia mí y podría jurar que vi un reflejo de agradecimiento en sus ojos.

—No te quedes ahí, toma asiento.

Me crucé de brazos y le señalé con un gesto hacia los sillones. Él escuchó mi ofrecimiento, así que, dando varios pasos, se dejó caer en el sofá que había detrás de él. Tras algunos segundos de un tenso silencio, me acerqué a él sigilosamente y me senté en el borde del reposabrazos, procurando mantener una distancia prudente.

—Será mejor que hables ahora —le sugerí. No pretendía sonar impaciente, pero tal vez le hice pensar justamente eso.

—Es... complicado —su voz sonó demasiado ronca. Extrañamente, al hablar respiraba con intensidad.

Vi que posó los codos en las rodillas, se inclinó hacia delante y ocultó la cara entre sus manos.

Cuando se apartó los dedos de los ojos, cerró los párpados durante algunos segundos y, al volver a abrirlos, vi algo centelleando en lo más profundo de su mirada.

—No le encuentro sentido, todavía no lo puedo asimilar —dijo despacio.

Lo observé con expresión confusa.
—¿Podrías ser más específico? No entiendo nada.

Busqué cruzarme con su mirada, pero no me correspondió.

—Todo acabó muy mal —susurró en voz baja y luego se reclinó sobre el sofá, frotándose la cara con las manos.

La angustia no podía ser más visible en sus facciones. Respiraba agitado y las manos le temblaban. Me daba cuenta por su aspecto de que algo le estaba afectando emocionalmente.

—La maldita verdad es que me siento furioso conmigo mismo —explotó, destilando rabia en cada palabra—. He visto a Hillary, la vi… besando a otro, en los brazos de otro —admitió con amargura. Un nudo debió bloquearle la garganta porque inspiró aire con dificultad—. Me hierve la sangre solo de recordar cómo lo miraba; me molesta porque ella parecía tan feliz a su lado —le escuché resoplar con fastidio y pesadez—. Beth, me siento terrible. Fui un imbécil que no se dio cuenta de lo que esa chica planeaba, de lo que ocultaba a mis espaldas. Me centré tanto en conocerla que olvidé lo más importante y le di ciegamente toda mi confianza.

Se deslizó los dedos por el cabello alborotado y revolvió algunos mechones, mientras descargaba su frustración frotándose la cabeza.

—No fui capaz de verlo antes, fui tan estúpido —siguió murmurando, inmerso en sus pensamientos—. Me equivoqué con ella, lo sé, y por eso no me arrepiento de todo lo que dije, porque tenía la intención de herirla de la misma manera, porque ella merecía pasar por lo mismo que yo, pero... —su mandíbula se contrajo—, ¡maldición! Me duele profundamente que ahora esté con alguien más.

Al verlo tan afligido, sentí pena por él y pena por mí, porque, así como él decía sentirse, yo también experimentaba un dolor muy intenso. Me sentía desconsolada por el hecho de que me estuviera hablando de una chica a la que probablemente amaba.

Semanas atrás, cuando lo fui perdiendo, le perdí sentido a todo lo demás en mi vida, y ahora que lo tenía justo enfrente, no sabía qué hacer ni qué decirle. A pesar de tenerlo a dos pasos de mí, no sentía que pudiera alcanzarlo, y eso me hería.

—¿Te refieres a Hillary? ¿Qué ocurrió con ella? —me atreví a articular, a pesar de que no quería saberlo. Sinceramente, no quería sentir que sus palabras volvían a arrebatarme el alma.

Una profunda inspiración fue inhalada por sus pulmones. Pude detectar en sus hombros caídos que muchas cosas lo estaban atormentando.

—Hillary me engañó, dijo que me amaba, que su vida no tendría sentido si nos separábamos, pero esta tarde acabo de descubrir que todo era una jodida mentira —su tono era triste y resignado.

—¿Qué? —mi voz salió en un susurro incrédulo.

De pronto, me invadió la intensa necesidad de reducir el espacio para estrecharlo entre mis brazos y apaciguar ese dolor que lo dañaba desde el interior. Sin embargo, mantuve la compostura, me quedé quieta y clavé mis ojos en su perfil imperturbable.

—Ella no estaba enamorada de mí; yo solamente era un estúpido juego para ella, un trofeo del que se sentiría orgullosa, porque no fui más que un peón en su maldito tablero de juego —me confesó.

Se me estrujó el corazón al notar que se le ensombrecía la expresión ante los recuerdos que pasaban por su mente.

—Ella está con Reagan, Beth —continuó diciendo—. Ese imbécil prometió que se vengaría de mí, y por más que deteste tener que admitirlo, acaba de conseguirlo. Ese miserable lo planeó todo: mandó a su propia chica a seducirme para que ella jugara conmigo a su antojo y me hiciera sentir cosas. Ella me hizo creer que me quería, que le importaba y deseaba estar conmigo; seguramente luego iba a reírse de mí cuando se reunía con esa basura de mierda a mis espaldas —sus ojos se quedaron fijos en el vacío—. Ella me utilizó, me engañó y me traicionó de la peor forma posible, y tuvo el jodido descaro de decírmelo en la cara... de confesarlo todo.

Su mirada fue sombría cuando pronunció las últimas palabras. Al verlo tan abatido, mi corazón se estremeció de debilidad. Me daba nostalgia verlo así.

La preocupación y la angustia se arraigaron en mi sistema y formaron un intenso nudo en mi garganta.

—¿Me estás diciendo que ella no te ama? —cuestioné, sin poder creérmelo. Estar impresionada no se comparaba en lo más mínimo con las emociones que experimenté al enterarme de esa gran verdad.

—¿Amarme? —farfulló en voz baja y ronca—. ¿Cómo podría haberse enamorado de mí si me tiene tanto rencor? —sonrió forzosamente y se rió sin ganas—. Me odia porque le hice daño al chico que realmente ama. Supongo que él le metió ideas absurdas en la cabeza, haciéndole pensar que soy de lo peor, que no merece la pena relacionarse con alguien insignificante como yo... y ella seguramente aceptó ser parte de todo este juego con el objetivo de burlarse de mí para después dejarme.

Toda la sangre de mi cuerpo se drenó de mi sistema sanguíneo. De pronto, todo el desinterés que esa chica despertaba en mí se convirtió en rencor y repulsión.

Todavía estaba resentida con Asher, pero no podía mentirme a mí misma diciendo que ya no me importaba en absoluto, porque aún lo quería con cada parte de mi ser y jamás permitiría que lo dañaran física o emocionalmente. Por el momento, me quedaría justo a su lado para apoyarlo, pero no permitiría que esos dos siguieran disfrutando de lo que habían hecho.

—Estás enamorado de ella, ¿verdad? —pregunté delicadamente. El corazón se me estrujó dolorosamente.

Él sonrió a medias y, al levantar la cabeza, me dijo:

—La quería y me he llevado una gran desilusión al encontrarla con ese bastardo.

—Pero... ¿La amas a ella?

No me respondió y eso me bastó para descifrar su respuesta. Volví a experimentar la sensación de que me rompía por dentro, pero no me permití quebrarme en un momento tan frágil.

Tuve una lucha interna contra el amargo dolor que amenazaba con hacerme trizas; me enfrenté a él con determinación y dirigí todos mis sentimientos encontrados a un espacio aislado y solitario de mi corazón.

En un intento de reconfortarlo, me incorporé para acercarme un poco más a él. Me senté en el sofá individual y ocupé el lugar más próximo a su lado. Elevé mi mano en el aire para posarla en su hombro y darle un ligero apretón. Las yemas de mis dedos me hormiguearon cuando, a través de la tela fina de su camiseta, su piel me transmitió su calor.

—Asher, a veces amar duele. No te sometas a un sufrimiento que no te mereces; desahógate conmigo si quieres, háblame de lo que sientes, haz lo que sea, pero no te lo guardes dentro.

No supe de dónde saqué el valor para expresar aquellas palabras cuando, en mi interior, también me sentía devastada. Se me daba bien fingir que ya no me dolía haberlo perdido; tal vez yo era la que no debía guardarse su sufrimiento en silencio.

Él levantó la cabeza y me dirigió una mirada de agradecimiento que hizo estremecer mi corazón.

—No podría soportarlo sin tu apoyo, gracias por estar aquí. De verdad, no sé qué haría sin ti, Beth —sus ojos me miraron cargados de sinceridad—. Ya perdí a Hillary hoy, pero tú eres mi mejor amiga y si hay algo con lo que nunca podré lidiar es con renunciar a ti, porque esto —nuestras miradas se enlazaron. Cuidadosamente, su mano se apoyó en mi rodilla—, jamás quiero perderlo.

—Todavía no me has perdido, nunca lo harás —le aseguré con una leve sonrisa de ánimo.

Las palabras escaparon de mis labios antes de que pudiera detenerlas y darles un significado.

Él me devolvió la sonrisa, pero esta no cobró brillo en sus ojos resplandecientes; todavía la oscuridad seguía ensombreciendo sus pupilas.

—Alejarme de ti fue mi mayor error, Bethy —confesó en un susurro tembloroso—, y cada uno de los días que estuvimos distanciados, deseé que todo entre nosotros volviera a ser como antes... para recuperarte.

Fue inevitable para mí; me dejé guiar por la debilidad que él me provocaba y que siempre había provocado en mi mente y mi cuerpo. Se me nubló la razón cuando tomé tiernamente la mano de Asher y la apreté suavemente para mostrarle que estaba ahí para él.

—Yo también he extrañado verte y he echado de menos el tiempo que pasaba contigo —le acaricié los nudillos con delicadeza mientras le sonreía con los ojos empañados de lágrimas—. No puedo evitar quererte; me resulta inevitable no extrañarte tanto.

Sus ojos azules me transmitieron mil emociones indescriptibles. Sus dedos se cerraron en torno al dorso de mi mano y la acariciaron.

—Beth, me engañé todo este tiempo al pensar que no te necesitaba, porque la verdad es que me siento perdido si tú no estás —me disolví en la profundidad de sus iris—. Te quiero de vuelta en mi vida, por favor, no vuelvas a dejarme porque si me abandonas, nada será igual.

—No volveré a dejarte nunca más —le prometí y le ofrecí una sonrisa significativa.

Asher me miró con los ojos iluminados de ilusión.

—Podrías sentarte a mi lado —me pidió, y se le quebró la voz.

Yo asentí y me moví de sitio para colocarme junto a él. Él no me soltó la mano ni un instante.

—Ven aquí —murmuró con la voz enronquecida. Su tono me hizo estremecer de pies a cabeza.

Me acerqué un poco más, apoyé mi mano tras su nuca y mantuve la otra enlazada a la suya; después, lentamente, fuimos acortando la distancia hasta que estuvimos abrazados, aferrados el uno al otro.

—Perdóname, Bethy —me susurró con el rostro hundido en mi pelo. Su aliento me rozó el oído y el cuello, provocándome corrientes chispeantes en la piel—. Te juro que, si me das una oportunidad de formar parte de tu vida, no volveré a lastimarte nunca más.

Lo abracé con intensidad para tranquilizarlo y aliviar su dolor. Inconscientemente, le apoyé la mano en el pecho y sentí sus músculos contraerse apenas mis manos lo tocaron.

—No tienes que disculparte, yo sé que nada de lo que pasó lo hiciste de manera intencional —le dije en un murmullo bajo—. Ambos nos hemos equivocado, pero estoy segura de que podemos remediarlo y recuperar nuestra amistad. ¿Qué dices?

Él me liberó de su abrazo y se separó algunos centímetros para contemplarme.

—Seamos amigos de nuevo.

Sus labios esbozaron una sonrisa divina que me conquistó el alma. Le sonreí con alegría, luego me hice a un lado y me recliné en el respaldo del sofá. Él me observó atentamente cuando le puse una mano sobre el hombro. Le dirigí una mirada que él comprendió al instante y pasaron algunos segundos antes de que apoyara la cabeza en mi regazo.

Desde mi posición, agaché un poco la cabeza y nuestras miradas volvieron a conectarse. Me fijé en su semblante y vi que sus labios se curvaban en una sonrisa suave. Le devolví la sonrisa y me quedé mirándolo embelesada.

Permití que mis emociones se disolvieran en mi interior y dejé que mis sentidos actuaran de manera inconsciente. Apoyé mi mano en el contorno de su hombro, la deslicé hacia su cuello y subí hasta su mandíbula. Luego, le acaricié suavemente con las yemas de los dedos el espacio entre la clavícula y el cuello, y mi piel entró en contacto con la suya, causando un chispazo eléctrico bajo mis yemas.

Me aclaré la garganta y luego comencé a tararear en voz baja. Seguí deslizando mis dedos por su piel mientras le cantaba una melodía que había compuesto recientemente. No era una canción triste, pero tampoco la clasificaría como una sinfonía alegre y emotiva, porque era una de esas melodías pasivas y armoniosas que te cautivan y te transmiten calma.

Hundí mis manos en su cabello, despacio. Cuando este entró en contacto con mis dedos, lo sentí suave y agradable al tacto, delicado y sedoso como siempre lo había soñado.

—Cantas como un verdadero ángel —mencionó Asher con su encantadora sonrisa.

Inspiré aire y seguí tarareando la melodía que resonaba con claridad en mi cabeza. Pude ver de reojo cómo me miraba y sonreía un poco más al oírme recitar una de mis composiciones.

De repente, sentí su caricia sobre mi piel cuando tocó mi muñeca con su pulgar. La sensación me encendió todo el cuerpo y tuve que contener la respiración para tranquilizar el descontrolado ritmo de mis latidos.

—Debí haberte escuchado, tendría que haberme quedado a tu lado —comenzó a decir de la nada—. Debí saber que tú jamás me romperías el corazón, porque tú sí me quieres con sinceridad —expresó, pronunciando las palabras lentamente.

Lo miré a los ojos, enmudecida. Su mirada se intensificó por el brillo de las lágrimas contenidas. Una sensación dulce como la miel se desplegó dentro de mí. Tuve que inhalar y exhalar aire para recuperarme de aquel conflicto emocional que me sacudía los pensamientos y me hacía sentir que ese desequilibrio sentimental regresaba a mí.

—Ahora sé que nadie me podrá entender tanto como tú —añadió con la voz rota, y vi que dos lágrimas se deslizaban hacia sus sienes.

Lo miré asombrada. Realmente parecía que lo decía completamente convencido.

Apartó su mirada de mí porque no quería que leyera la tristeza en sus ojos azules. Alargué mi mano hacia su rostro y le puse los dedos suavemente en la mejilla. Sus lágrimas provocaron las mías, pero me las limpié antes de que pudiera verlas.

Mi contacto le suavizó la expresión y pronto volvió a inclinar la cabeza hacia mí. Nuestras miradas se encontraron y esbocé una brillante sonrisa.

—Sé que sientes una gran desilusión, pero no tengo duda de que lo superarás y te recuperarás —mencioné apenas sin aliento.

—Beth, verla con otro ha sido sumamente doloroso, algo insoportable y horrible. No creo que pueda recuperarme de algo así —se sinceró en un tono nostálgico.

—Vas a conseguirlo; yo te ayudaré —mi garganta se obstruyó y tuve que quedarme con ese nudo de tristeza al añadir—: Estaré para ti el tiempo que sea necesario.

Le limpié las lágrimas con la manga de mi sudadera y le acaricié dulcemente el rostro. Sus ojos empañados me miraron cargados de un sufrimiento destructivo.

El corazón se me encogió al contemplar aquellos ojos de diamante, tan brillantes y azules, ensombrecidos de melancolía, transmitiendo una profunda tristeza. Verlo desahogándose de esa manera, llorando en silencio por esa chica, aferrándose a la tranquilidad que le ofrecían mis palabras y luciendo resignado, era devastador para mi derrotada alma.

Cada parte de mí quería gritarle que tenía razón, que nunca le rompería el corazón ni lo volvería a abandonar, porque lo amaba desde lo más profundo de mi ser, y ese amor incondicional jamás podría borrarse, ya que era permanente.

****

Cuando cayó el anochecer, me despedí de Asher y lo vi marcharse con un aspecto decaído y desanimado que me desgarró el corazón y lo rompió en diminutos pedazos.

Una vez que me fui a acostar, estuve pensando toda la noche en lo que Asher me contó y me resultó inaceptable la idea de dejar las cosas como estaban, porque, mientras Hillary y Reagan celebraban por haber conseguido lo que querían, Asher sufría y se lamentaba por haberse dejado manipular y engañar.

Sabía que para él sería difícil recuperarse, sobre todo teniendo en cuenta que anteriormente una de sus ex lo había engañado. En aquel tiempo, él estuvo muy mal y cuando me llamaba, podía detectar su tristeza y desilusión. Pero solo cuando lo veía, mi corazón se partía por la mitad porque al mirar sus ojos descubría que la había querido y ella lo había destruido.

Ahora la historia volvía a repetirse y yo no podía volver a cometer el mismo error de quedarme de brazos cruzados cuando personas como Belinda y Hillary jugaban con la felicidad del chico que amaba. Esta vez no me detendría; ya era tiempo de que, por una vez, fuera yo quien lo defendiera a él. Era momento de dejar de huir; esta vez me enfrentaría a quien tuviera que enfrentarme para hacerles ver a ellos y al resto del mundo que nuestra amistad era más fuerte que cualquier obstáculo, porque lo llevábamos impreso en los recuerdos, una promesa irrompible que apenas había vuelto a escuchar con claridad: «Siempre nos tendremos el uno al otro, pase lo que pase».

Esa era nuestra promesa y no la rompería, porque a pesar de todo lo ocurrido, estaría a su lado de manera incondicional y no le fallaría.

Nunca dejaría de dolerme su desamor, pero sabía que no podía perder lo más importante que teníamos: nuestra amistad. Ya me había permitido alejarlo una vez de mi vida, y cada segundo sin estar a su lado me fue destrozando hasta hacerme cenizas. Por esa razón, había descubierto que me sentía incompleta sin él, y ahora que había vuelto, era incapaz de negarme a la oportunidad de recuperarlo.

****

Contacté a Max a primera hora de la mañana y le pedí que me dijera dónde podía encontrar a la tarántula venenosa que Asher tenía por novia. Antes de decirme nada, su amigo me preguntó el motivo de mi repentino interés hacia ella, y yo me limité a decirle que quería aclararle un par de cosas importantes, pero él no me creyó. Convencí a Max diciéndole que Asher y yo habíamos vuelto a hablar, y le mencioné que quería llevarme bien con esa chica. Obviamente, eso fue una gran mentira, porque lo que menos quería era tratar con esa mentirosa.

Al dar la una de la tarde del día siguiente, fui a la academia de artes donde estudiaba Hillary y esperé a que fuera la hora de salida para cruzarme en su camino y enfrentarla.

La vi salir detrás de un grupo de chicos que llevaban estuches de guitarras y otros instrumentos musicales. Caminé directo hacia ella y la intercepté cuando estaba a punto de cruzar la calle hacia la parada del autobús.

—Disculpa, estás interfiriendo en mi camino —me dijo en un tono distraído. Estaba demasiado ocupada mirando la pantalla de su celular como para averiguar quién estaba de pie frente a ella.

—Y tú estás muy equivocada si crees que lo que hiciste se va a quedar así, Hillary —espeté, frunciendo los labios.

Ella pareció reconocer mi voz porque elevó la mirada de inmediato y se me quedó mirando consternada. Su rostro palideció cuando se aseguró de que tenía enfrente a la mejor amiga de Asher.

—¿Me hablas a mí? —preguntó, desconcertada.

—Claro que te estoy hablando a ti, a menos que también te hayas inventado un nombre falso —le dirigí una mirada resentida y me crucé de brazos cuando me fulminó con sus ojos verdosos.

—¿Quién te crees que eres para hablarme de esa forma?

—Soy alguien que vino a ponerle un alto a tus actos injustificados —le solté con molestia y la perforé con mis pupilas—. Debiste pensarlo dos veces antes de meterte con Asher, porque al hacerle daño te metiste conmigo. ¿O acaso creías que las cosas se quedarían así?

—Discúlpame, no estaba enterada de que mi ex tenía a una abogada defensora —expresó con cinismo—. Ustedes dos ya no eran amigos hasta donde yo supe.

La miré con ojos fulminantes y sacudí la cabeza.

—Asher y yo jamás dejamos de ser amigos. Pudimos estar distanciados, pero hay algo que nos une y es más fuerte que cualquier otra cosa. ¿Sabes de qué se trata? —mis ojos se clavaron en los suyos con intensidad—. Confianza. Nosotros confiamos el uno en el otro, nos tenemos el uno al otro, nos apoyamos mutuamente, aunque supongo que tú no entiendes nada de lo que eso significa porque eres una auténtica mentirosa.

Hillary se puso rígida y me miró con los ojos brillantes de enfado. Una risa irónica apareció en sus comisuras y luego la escuché decir:

—Mentí porque quería darle una lección, pero todo lo que dije e hice cuando estaba con él tuvo una justificación.

—Aclárame cuál es, porque nada de lo que dices parece tener sentido. Desde mi punto de vista, sigues siendo una hipócrita mentirosa —la acusé con el corazón agitado de furia.

—Tú, mejor que nadie, deberías entenderlo, querida. No sé si estás enterada, pero tu inocente víctima, Asher, es una terrible persona. Él mismo provocó esto que le está pasando —se encogió de hombros, despreocupada—. ¿Tienes idea de lo que le hizo pasar a Reagan?

Me quedé mirándola con expresión confusa. Ella rodeó los ojos y sonrió con malicia antes de explicarse.

—Verás, Asher sedujo a Diana Robinson. Aunque él sabía que Diana era la novia de Reagan en ese entonces, no le importó meterse entre ellos; no le importó fracturar la relación que tenían. Una noche se enredó con ella en una fiesta y le hizo creer a la chica que estaba realmente interesado en ella —comenzó a contarme. Su voz destilaba desprecio y enojo—. No le bastó con acostarse con ella una vez, sino que durante las semanas siguientes estuvieron saliendo en secreto, a espaldas de todos. Sin embargo, Reagan los descubrió y, después de enfrentarse a ellos, juró que se vengaría por el dolor que le causaron. Por esa razón, Reagan vino a buscarme a la academia de Artes y me pidió ayuda. Al escuchar su historia, no dudé en aliarme con él, porque me di cuenta de que en todas partes hay personas como Asher que creen que pueden hacer lo que quieran con los demás y jugar con sus sentimientos sin pagar las consecuencias —sus labios formaron una mueca amarga—. ¿Lo entiendes ahora? Él se merecía pasar por lo mismo que le hizo pasar a Ray.

La determinación en su mirada me puso furiosa. Me resultaba increíble que estuviera tan equivocada, tan engañada por la manipulación de Reagan.

Le dirigí una mirada helada y la observé con desaprobación.

—Estás muy equivocada, Hillary. Tú no eres quien para juzgar a nadie —ella retrocedió un paso, como si le hubiera golpeado con mis palabras—. Todos nos equivocamos y todos hacemos cosas que pueden dañar a otros, así que no me vengas con eso de que él se merecía pagar por un daño que ni siquiera te causó a ti.

El reflejo enfurecido que traslucía en sus pupilas no me hizo detenerme, solamente me impulsó a seguir expresándome.

—Una cosa es buscar justicia y otra muy diferente es jugar con los sentimientos de las personas, Hillary. Quisiera que te dieras cuenta de que lo has herido profundamente y no es justo. Desgraciadamente, no veo que eso te haya afectado, porque eres igual a Reagan, egoísta y mentirosa. Tal vez no me creas, pero aunque no lo veas ahora, terminarás por descubrir que te has convertido en su marioneta.

—Solo dices eso porque estás dolida. Sigues sufriendo porque Asher nunca se enamoró de ti, y ahora vienes aquí a reclamarme que yo soy una hipócrita mentirosa, cuando el que fue falso contigo desde el principio fue él.
Logró herirme con su comentario, pero no permití que me afectara porque mi situación sentimental no era lo primordial en ese momento.

—Estás a la defensiva porque sabes que lo que digo es cierto —expresé con calma—. Te equivocaste si pensabas que al hacer esto te convertirías en una mejor persona, porque ahora eres peor que el chico con el que jugaste y heriste sin escrúpulos.

Al verme tan infranqueable y decidida, ella terminó desviando la mirada.

—No me siento mal por él, Hillary, me siento mal por ti, porque siguiendo un plan estúpido de venganza, te atreviste a causar daño y te volviste cruel —mi mirada se opacó de pena y lástima—. ¿Crees realmente que Reagan va a agradecértelo? ¿Piensas que se quedará contigo? Él es un manipulador, te tiene engañada en tu propio juego; él está contigo porque eras una pieza clave para cumplir sus objetivos, y tal vez ahora que ha conseguido destruir a Asher, te deje a ti también, porque a él no le importan los sentimientos de los demás.

—¡DETENTE YA! No me apetece oír nada de lo que digas —me exigió, con los ojos encendidos de furia y coraje.

—Dime, Hillary, ¿acaso sabías que hace varios meses Reagan intentó lo mismo conmigo? El muy imbécil quiso utilizarme para vengarse de Asher, pero yo me di cuenta de sus malintencionados planes y lo aparté de mí. Creo que por esa razón él recurrió a ti.

—¡He dicho que pares! Tú no tienes idea de nada, me das lástima porque, aun después del sufrimiento que Asher te ha causado, vienes aquí a defenderlo —me espetó con los ojos humedecidos.

Una risa irónica escapó de mis labios sin que pudiera evitarlo.

—Tú eres quien me da lástima. De verdad, espero que pronto abras los ojos y te des cuenta del daño que has causado y de lo que has perdido al haber fingido un amor que no sentías. O tal vez, te arrepentirás de mentirte a ti misma, porque me da la impresión de que, en el fondo, también lo querías.

—¡Cállate de una maldita vez! —me gritó ella, visiblemente alterada.

Yo permanecí impasible y mantuve a raya mis emociones. Una parte de mí quería descargarse contra ella, pero la parte racional era consciente de que el causante de todo era Reagan, ya que ella no era la única culpable.

—Te quedaste con Reagan, ¿no? Ya hiciste tu elección —forcé una sonrisa apenas perceptible—. Solamente espero que no vuelvas pronto a suplicarle a Asher otra oportunidad, porque no te la dará.

—¿Qué sabes tú de lo que sienta o deje de sentir? No eres nadie para venir a darme lecciones de vida —musitó en mi contra mientras se limpiaba con brusquedad las lágrimas de los ojos.

—Tú tampoco eres nadie para darle lecciones a la gente —mencioné con detenimiento y plasmé en mis labios una sonrisa triste—. ¿Creías que él no merecía salir contigo, estar con alguien como tú? Es algo irónico que pensaras eso, porque al final eres tú quien no lo merece a él.

Hillary me miró luciendo herida. Rehuyó mi mirada cuando le apoyé la mano en el hombro y le dije:

—Lastimando a los demás también te haces daño a ti misma.

Ella ya no dijo nada, solamente se quedó allí mientras yo me daba la vuelta y me alejaba.

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