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♡ 46

ASHER

Esa noche estaba decidido a hablarle a Lina con la verdad. La cité en ese restaurante para decirle que me gustaba estar con ella, que apreciaba el apoyo que me ofreció en las últimas semanas, a pesar de no poder vernos. Tenía pensado confesarle que no podía seguir ilusionándola ni haciéndole creer que la quería cuando no tenía claro qué era lo que sentía exactamente. Iba a serle honesto y acabar con esa relación porque desde el día en que besé a Beth, algo cambió en mí. Entre nosotros se percibía algo diferente, mientras que con Lina había algo que no encajaba.

Todo iba bien en aquella velada; justo acababa de pedirle que me escuchara porque tenía que decirle algo muy importante. Ya tenía las palabras en la mente y estaba a punto de expresarlas, pero mi plan se desmoronó cuando la vi entrar al restaurante con él, yendo de la mano de ese chico Tyler. Apenas los observé un par de segundos y no pude soportarlo. Desvié la mirada porque me sentí herido, fracturado de una manera incurable.

Por un momento, creí que estaba viendo alucinaciones, pero mis esperanzas de que aquello no fuera cierto se esfumaron en el preciso instante en que Lina los llamó y les pidió que se acercaran. Ellos parecieron dudar, pero al final terminaron acercándose y se detuvieron a un lado de nuestra mesa.

Beth me miró fugazmente y yo quise retener su mirada en la profundidad de la mía, pero al cabo de un segundo dejó de mirarme y se dedicó a observar a Lina, quien solamente soltaba comentarios cursis y no paraba de hablar de nuestra estrecha relación de pareja. Durante todo el tiempo que duró su plática, permanecí en silencio, con los ojos fijos en ellos. Se encontraban cerca, y Tyler parecía encantado de tenerla justo a su lado, ya que no dejaba de sonreírle. La observaba de reojo y, de vez en cuando, acariciaba la mano que ella tenía apoyada sobre la mesa. Beth no se inmutaba, ni siquiera parpadeaba; toda su atención recaía sobre mi brazo, el mismo que Lina rodeaba con los suyos.

Pasaron un par de minutos y vinieron a ofrecernos la carta del menú. Todos pedimos nuestra orden y la mesera desapareció tan pronto como había aparecido. Intercambiamos miradas silenciosas y Tyler fue el primero en romper el juego de miradas haciendo un comentario sobre los excelentes platillos que se servían en ese lugar. La tensión se desvaneció, pero fue aumentando mientras la conversación continuaba. Beth y yo cruzamos miradas; la suya era brillante y acaramelada, la mía era pálida y opaca, reflejaba desconcierto. No lo comprendía, no entendía qué hacían juntos; mi mente no podía asimilar que ella estaba allí por él, que se había vestido tan bella solo porque tendrían una cita.

Nuestras miradas dijeron más de lo que en palabras podríamos expresar. Yo estaba ansioso, quería hablar para romper el muro de hielo que se había interpuesto entre nosotros desde el día en que ella se fue del garaje con la melancolía reflejándose en sus hermosos ojos. Casi pude verme a mí mismo diciéndole que la extrañaba, que echaba de menos nuestros momentos juntos, que me costaba respirar si no la tenía a mi lado, que los días se volvían un martirio si no veía sus sonrisas, sus luminosos ojos, y si no escuchaba su voz suave. Consideré confesarle que cada minuto se volvía un infierno al tenerla lejos, porque añoraba sus abrazos, sus caricias y sus labios; ya no había hora en la que no tuviera en la cabeza el beso que nos dimos.

Le había dicho que besarnos fue un error, pero el verdadero error fue mío porque, en lugar de apartarla de mí, debí haberle hablado con sinceridad. En lugar de rechazarla, debí besarla y estrecharla entre mis brazos para hacerle saber que quería que fuera mía y solo mía. Me equivoqué y fui un total estúpido al permitir que creyera que ese beso no significó nada, cuando tuvo todo el significado del mundo, y en él se expusieron mis sentimientos, esos que tanto me esforzaba en ocultarle al resto del mundo por miedo a perderla para siempre.

«Todo lo que te dije fue mentira», quise decirle. «Sé que tú me quieres, pero a mí ya no me basta con ese cariño; yo lo quiero todo de ti. Necesito que me ames porque yo ya me he enamorado profundamente de ti», ese fue el mensaje que le transmitió mi mirada fija.

Las palabras ya estaban en mis labios, a punto de ser pronunciadas, cuando, por obra del destino, el idiota de Tyler lo arruinó y me arrebató la pequeña esperanza que tenía de poder recuperarla.

—Es verdad que les mentimos, Eli y yo venimos aquí juntos, nosotros estamos saliendo —le escuché decir y enfurecí de rabia.

Lo que él dijo fue devastador, tan dañino que me nubló la razón y eso trajo consecuencias de las que más tarde me arrepentiría.

Me dejé dominar por los celos que me carcomían la mente y dije cosas que no sentía, volví a mentir, volví a fallarle a Beth, y lo que fue aún peor, me fallé a mí mismo al hacerle pensar que mi amor pertenecía a Liliana.

Me di cuenta de mi error en el momento en que Beth se incorporó y se alejó caminando deprisa, lejos de nosotros. Mis ojos no se apartaron ni un solo segundo de la entrada, a pesar de que ya la había perdido de vista desde hacía unos momentos.

Al poco tiempo, Tyler también se levantó y dijo que iría a asegurarse de que su chica se sintiera mejor. Lo seguí con la mirada mientras lo veía alejarse en la misma dirección en la que ella había desaparecido. La tensión en mis músculos iba en aumento, la inquietud dentro de mí se fue expandiendo hasta volverse un nudo insoportable en el centro de mi pecho.

Lina me observó desconcertada cuando le dije que me esperara, que tenía que hacer algo importante. La dejé sola en aquella mesa y fui en busca de la chica que me importaba más que ninguna otra cosa. Al salir del restaurante, la encontré alejándose en dirección al aparcamiento; Tyler iba con ella y la sostenía como si pudiera romperse en cualquier momento.

Quise contenerme, frenar mis pasos y permitir que se fueran porque algo me decía que lo correcto era dejar que se la llevara lejos. Sabía que solamente empeoraría la situación si la detenía, que terminaríamos discutiendo y todo acabaría mal entre nosotros. Pero a pesar de ello, seguí adelante, dejándome llevar por el presentimiento que me dictaba el corazón.

Tal como lo predije, Beth y yo acabamos desconfiando el uno del otro en medio de aquella incesante tormenta. Ella me lanzó comentarios punzantes. Terminé entendiendo que ya no creía en mí, que rompí su confianza cuando le hice creer que besarnos había sido un juego para mí. Ella aseguró que yo fui el causante de aquel desastre, me dijo que era mi culpa, que no debí citarla allí si pretendía dejarle claro que Liliana era la indicada. Me aseguró que, finalmente, entendía que lo nuestro fue un error que no volvería a repetirse nunca más.

Intenté hacerle entender que yo no tenía nada que ver con esa situación, que no fui yo quien planeó ese encuentro catastrófico, ya que todo lo que esperaba era que me perdonara por lo de la última vez. Sin embargo, Beth permaneció decidida a tener la última palabra y siguió sin escucharme. No pude llegar a ella; por primera vez, no encontré las palabras adecuadas para convencerla de que nunca tuve la intención de hacerle daño.

Ella se fue con Tyler sin darme la oportunidad de demostrarle que era inocente, que no tenía idea de cómo recibió ese mensaje mío. Y entonces, a mitad de la calle, con el cuerpo rígido, completamente empapado por la lluvia y la mente nublada de confusión, caí de golpe en una certeza.

Ese día recibí la visita de Liliana en mi casa muy temprano; vino a verme con la excusa de que me extrañaba y quería pasar tiempo conmigo, pero ya me daba cuenta de que su aparición tuvo un motivo mucho más importante. Fue ella. Liliana tomó mi móvil en algún momento sin que yo me diera cuenta y escribió ese absurdo mensaje para que Beth asistiera a la cena en la que supuestamente celebraríamos un mes de estar juntos.

Su plan fue ese desde el principio: quería que Beth nos viera juntos y unidos para que se sintiera desilusionada y se alejara de mí. Liliana lo sabía, sabía de mi interés por ella y la consideraba una amenaza, así que decidió dejarle claro que yo nunca estaría con ella.

Planeé terminar con Lina esa misma noche y ella también puso las piezas en el tablero para evitar que eso sucediera. Lo único que no podía comprender era el motivo de la presencia de Tyler.

¿Le habría pedido Beth que la acompañara? ¿Venían juntos? ¿De verdad estaban saliendo, como ese chico había asegurado?

Ya no tenía clara esa parte, pero lo que sí era indudable para mí era que acabaría con ese juego suyo. No permitiría que Liliana fingiera y me viera la cara de idiota. No la dejaría seguir lastimando a los demás, mucho menos a Beth, solo porque vernos separados le daba la seguridad de que seguiría estando conmigo.

Ella me estaba esperando delante de la gran entrada, perfectamente arreglada e impecable. Su rostro angelical resplandecía a la luz de la noche, pero en ese momento la vi como lo que realmente era: una persona vengativa e insensible que pretendía alejar a Beth de mí. No era diferente a las demás, como había creído; resultó ser igual que Belinda y Piper. Todas ellas buscaron las maneras de perjudicar nuestra amistad; nos querían ver separados, enfadados y distanciados. Pero ninguna de ellas consideró que yo siempre elegiría nuestra amistad, por frágil y difícil que fuera mantenerla en una sola pieza.

Al llegar con ella, me detuve justo enfrente, me crucé de brazos y la miré con disgusto.

—¿Cómo te has atrevido a hacernos esto? ¿Por qué demonios tuviste que arruinarlo todo? —musité con voz grave.

—¿Te encuentras bien? Cariño, creo que estás delirando —sus ojos claros me miraron alarmados—. Estuviste demasiado tiempo bajo la lluvia. Déjame llevarte adentro y... —me aparté cuando la vi con la intención de agarrarme del brazo.

Liliana frunció el ceño y su expresión se oscureció cuando rechacé su contacto.

—¿Qué ocurre? ¿Beth y tú han discutido de nuevo?

La descarada inocencia en sus facciones me hizo enfadar. Perdí la paciencia.

—¿Qué carajos pensabas que conseguirías enviándole a Beth ese mensaje? ¿Creíste que me tendrías a tu lado si la alejabas de mí? ¿Pensabas que me olvidaría de ella si la veía con alguien más? Explícamelo, anda, quiero oírlo —le espeté, con el enfado recorriendo todo mi sistema nervioso.

Liliana me miró dolida y retrocedió como si mis palabras la hubieran ofendido.

—No tienes ningún derecho a tratarme así. Si piensas que gritando resolverás algo, te equivocas —me gritó, con los párpados empañados de lágrimas.

En un impulso descontrolado, la sujeté de los hombros y me incliné a su altura para desafiarla con los ojos encendidos de rabia.

—Tú no tenías ningún maldito derecho a meterte con ella. ¿Quién te crees que eres para interponerte entre nosotros?

—Soy tu novia y no la quería cerca de ti. Tenía suficientes motivos para haber hecho lo que hice —respondió, mostrándose molesta—. Esa chica es un obstáculo entre nosotros, está pegada a ti todo el tiempo, te quiere solo para ella, ¿no lo ves? Yo soy quien debería estar al pendiente de ti, no ella. A mí era a quien tenías que llamar, con quien tenías que hablar. Tu novia soy yo; ella es una simple chica que no deja de entrometerse entre nosotros, y la detesto por eso, porque le prestas más atención, porque te interesa más estar a su lado que a mi lado. Apuesto a que estas últimas semanas no respondías mis llamadas porque no me necesitabas, claro, ¿cómo ibas a necesitarme si ya tenías junto a ti a tu amada? Seguramente me ignorabas porque estabas demasiado ocupado enamorándote de ella mientras me usabas como excusa y...

—Déjate de tonterías, Liliana. Te he dicho que solamente somos amigos —le respondí con brusquedad.

—Me importa un cuerno si la consideras tu amiga; ella es un estorbo, no la soporto. Me volví loca de celos aquel día que saliste detrás de ella cuando se fue de tu casa porque nos encontró juntos. Me enfurecí cuando fui un fin de semana a tu casa y los vi riéndose en la cocina mientras ella y tu madre preparaban tus galletas especiales. Cuando te llamaba, siempre la mencionabas y te pasabas el rato recordándola. Yo no podía soportarlo más; en tu mente siempre estaba ella y no podía hacer nada para sacarla de tus pensamientos. Así que decidí que la apartaría de tu camino. —Sus palabras estaban cargadas de fastidio y desprecio hacia Beth—. Tomé tu teléfono y le escribí un mensaje en el que le pedí que viniera aquí para que nos viera juntos y felices. Espero que al fin se dé cuenta de que a la que quieres es a mí, o al menos deberías quererme más a mí que a ella, esa gran...

—No te atrevas a insultarla —le advertí con voz intimidante—. No te atrevas a hablar mal de ella cuando fuiste tú quien se equivocó. Te dije desde que comenzamos a salir que Beth era muy especial en mi vida y, aún sabiéndolo, decidiste meterte con ella, pero espero que ahora te quede muy clara una cosa —la miré directo a los ojos, con los iris amenazadores—. La vida de Beth y la mía están ligadas entre sí. Si la afectas a ella, me afectas a mí y rompes mi confianza, porque no merece la pena estar con alguien que amenace con hacerle daño y separarla de mí.

Liliana entornó sus ojos enrojecidos, se limpió las lágrimas con brusquedad y se rió con ironía, sin una pizca de gracia en la mirada.

—La amas, ¿no es así? Es por eso que la defiendes, la cuidas y la proteges como si fuera de cristal, porque en el fondo la amas desesperadamente —me miró fijamente con los ojos brillantes de diversión y burla. Yo tensé la mandíbula y mi cuerpo se puso rígido—. Lástima que ella no te ama lo suficiente como para confiar en tu palabra, porque, por si no lo has notado, tu adorada Beth acaba de irse con otro y no ha querido escucharte.

Le dediqué una mirada fría y gélida que le borró la sonrisa cínica del rostro.

—Me perdonará cuando le diga que este fue un plan tuyo. Estaremos más unidos que nunca y juntos nos olvidaremos de este espectáculo que montaste —extendí los brazos hacia los lados—. Conseguiste todo lo contrario a lo que querías, porque en lugar de ganarme, acabas de perderme definitivamente.

Sus ojos se ensombrecieron de contrariedad y pasmo.

—¿Estás cortando conmigo? ¿Me vas a dejar después de todo lo que hice para que estuviéramos bien? —exclamó con incredulidad. Se frotó los ojos llorosos con el dorso de la mano y el maquillaje se le corrió bajo los párpados—. Estás tomando una terrible decisión, deberías saberlo.

—Créeme, por primera vez en mucho tiempo estoy haciendo lo correcto. No voy a dejar pasar lo que acabas de hacer. Heriste a Beth por un absurdo capricho y me mentiste al hacerme pensar que todo en ti era auténtico, realmente creí que Beth te caía bien. Pensé que eras la primera en aceptar del todo la amistad que me une a ella, pero todo lo que dijiste e hiciste fue falso, así que ya no te tengo confianza.

Liliana apretó los labios, molesta. Levantó los brazos y me dio un débil empujón con los puños cerrados y tensos.

—No te voy a rogar que me perdones, así que puedes hacer lo que quieras. Vete con ella y cuéntaselo todo, me da igual. Aunque me abandones, no me arrepentiré de nada. Lo haría de nuevo si pudiera volver a ver esa cara de mosquita muerta que puso —me espetó, hablando con frivolidad—. Si tan obsesionado estás con ella, te dejo el camino libre para que hagas lo que te plazca.

—Eso haré, voy a recuperar lo que tú estropeaste sin pensar en lo que provocarías —le lancé una mirada severa.

—Hazlo entonces, vete ya a rogarle que te perdone; aunque, siendo objetiva, dudo que te crea después de lo que dijiste allí adentro —apuntó con la mirada hacia el restaurante—. Te recuerdo que yo no te obligué a decir esas palabras, cariño.

Su expresión burlona me revolvió el estómago. Apreté los puños a mis costados y la miré con los ojos oscurecidos por el enfado acumulado.

—Siento pena por ti. Después de todo, ni siquiera te arrepientes y todavía te atreves a burlarte —negué con la cabeza y mantuve la mirada en sus ojos lacerantes—. Nunca pretendí utilizarte para mantenerla apartada, Lina, esa es la verdad, pero hoy, gracias a lo que has hecho, me he dado cuenta de que no la quiero perder jamás, porque ella me encanta, la adoro y la quiero como a nadie más. Tal vez... es cierto que siento un amor intenso por ella.

Admitirlo en voz alta se sintió como respirar aire después de haber estado bajo una cueva en la que el oxígeno no era suficiente. Sentí alivio, tranquilidad y confianza; una confianza absoluta de que besarla nunca fue un error, mi equivocación fue no haberla besado antes.

—Probablemente, lo que le envidiabas a Beth no era que tuviera toda mi atención; lo que tú querías era ese mismo afecto que yo demostraba por ella, porque nunca te has sentido amada —solté un suspiro profundo y relajé la tensión de mi cuerpo al añadir—: El amor incondicional que nos tenemos es indestructible, y lamento mucho desilusionarte, pero Beth es la indicada; siempre ha sido la indicada.

Liliana desvió la mirada, se abrazó a sí misma y me dio la espalda. Sin atreverse a voltear, me dijo:

—Vete ya, no quiero seguir escuchándote —su voz sonó melancólica, nada parecido al tono defensivo con el que se expresó minutos atrás.

—Lo lamento mucho, Liliana —le susurré antes de darme la vuelta e irme.

Esa noche, mientras conducía por la carretera bajo la inagotable llovizna que cubría la mitad de la ciudad de San Francisco, supe con absoluta claridad que lo que quería era estar con Beth. Podría haberme entristecido que ella decidiera irse con él, pero no dejé que me afectara algo que eligió por impulsividad, porque en sus ojos lo veía; veía el reflejo de sus sentimientos por mí y esta vez le correspondería, ya no me equivocaría.

***

BETH

No quise ver a Asher en toda la semana. Lo evitaba cada vez que aparecía cerca de mi camino, cortaba sus llamadas, no salía a verlo cuando iba a casa, lo ignoraba en el colegio y siempre huía en dirección contraria cuando se me acercaba. Me costaba aceptarlo, pero temía que se diera cuenta del dolor en mis ojos, o que notara lo destruida que me sentía. Le temía a esos ojos que nunca me verían de la manera en que yo tanto anhelaba, y sí, también temía escuchar su voz y romper a llorar desconsolada.

No fue hasta el sábado que las cosas pasaron de sentirse abrumadoras a ser aún más confusas. Esa tarde, cuando me reuní con Melissa en su casa, ella me dijo algo que no dejó de dar vueltas en mi cabeza. Me comentó que por la mañana se cruzó con Max, el amigo de Asher, en el supermercado. Detalladamente, me contó cómo el chico le rogó que lo escuchara un par de minutos. Finalmente, después de evadirlo tanto, ella le permitió hablar, y el muchacho le contó lo siguiente:

—Eli, no sé si debería hablarte de esto ahora que estás atravesando esta etapa tan difícil, pero Max dijo... dijo que Asher le habló de lo sucedido el día viernes y asegura que su amigo no tuvo nada que ver con ese mensaje, que la culpa de todo la tuvo Liliana, porque fue ella quien te envió ese texto para que tú fueras y la encontraras con él. Creo que todo fue planeado por esa chica para separarlos —ella inspiró hondo y, mirándome a los ojos, añadió—: Eli, no tengo intención de defenderlo ni de darle la razón, pero... ¿Te has puesto a pensar en la posibilidad de que no haya sido su intención que recibieras ese mensaje? Sabes que yo nunca he confiado en él y mucho menos en su amiguito Max, pero por una vez les he creído, no del todo, pero te juro que él parecía muy seguro de lo que decía.

Melissa me habló con calma, cuidando sus palabras para no alterarme los nervios. Yo la miré con aspecto distraído y ya no fui capaz de borrar de mi mente sus palabras.

—Tal vez el imbécil de Asher no te mintió; quizá deberías darle la oportunidad de explicarse —se encogió de hombros y me dirigió una sonrisa tranquilizadora—. Aunque, si quieres, puedes seguir odiándolo por el resto de las cosas que te ha hecho; en mi club anti-chicos encantadores hay espacio de sobra para ti.

Y me reí. La risa que emitieron mis labios fue ruidosa y sincera, completamente diferente a las risas amargas y forzadas que había tenido que fingir delante de mi familia.

El resto del día consideré todas las posibilidades, las probabilidades de que esa información fuera cierta, y terminé concluyendo que Liliana sí era capaz de hacer algo así, porque lo había visto en sus fugaces miradas, en sus comentarios desagradables, en su forma de comportarse, como si quisiera a Asher solo para ella.

Una parte de mí volvió a confiar, volvió a creer en ese chico que había sido mi amigo desde la infancia. Pronto ya no pude evitar preguntarme si me había equivocado al no dejarle hablar. Me sentí profundamente culpable por la manera en que lo traté, me sentí terrible por lo que dije y por lo que hice. Me sumergí en un estado de desánimo y arrepentimiento.

En la noche quise llamarlo para pedirle que nos encontráramos, pero decidí que lo que tenía que decir se lo confesaría en persona, así que esperé a que llegara la tarde del día siguiente, porque sabía que los domingos acompañaba a su hermanito a sus entrenamientos y regresaba cerca de las cuatro o cinco de la tarde.

Antes de ir a su casa, me duché y elegí ponerme la sudadera que él me había obsequiado, esa con las iniciales de Harry Potter y los estampados animados. Me dejé el cabello suelto porque todavía lo llevaba húmedo, pero al salir de la casa me coloqué el gorrito de la sudadera sobre la cabeza porque afuera llovía. Aunque en esa ocasión la brisa era ligera, no se sentía igual que la última vez en el restaurante.

Solté un largo suspiro al evocar el recuerdo de los acontecimientos de esa trágica noche y seguí caminando por la acera mientras pensaba en cómo reaccionaría Asher al verme llegar a su casa después de tantas evasiones de mi parte.

Ya quería ver su sonrisa cuando descubriera que, finalmente, decidí ir a hablar con él para arreglar ese malentendido.

Me detuve frente a la puerta y toqué el timbre, pero por alguna razón no sonó, así que llamé un par de veces dando suaves golpes a la puerta con los nudillos. Nadie salió a abrir, así que supuse que no estaban en casa. Resoplé con resignación y me volví para marcharme y regresar luego, pero mientras recorría el patio, un pequeño detalle llamó mi atención. La puerta trasera estaba entreabierta y, al agudizar un poco más el oído, distinguí el suave sonido de una música en la planta superior de aquella casa.

Elevé la mirada y mis ojos se posaron en la ventana de su habitación. Efectivamente, la música provenía de allí; esa era una señal clara de que debía estar arriba, y con tanto ruido no me había escuchado tocar la puerta.

Me mordí los labios y me cuestioné sobre lo que debía hacer; y, tal como solía sucederme al tratarse de él, no fui razonable y me arriesgué a entrar. En el interior, la casa estaba sumergida en un silencio pesado y abrumador. Recorrí a pasos lentos la estancia de la sala, atravesé el pasillo que conducía a las escaleras y apoyé la mano en la barandilla mientras subía los escalones.

Al llegar a la segunda planta, el eco de la música vibró dentro de mi cuerpo y se volvió todavía más perceptible para mis oídos. Avancé a través del extenso pasillo que tenía a cada lado las puertas de las respectivas habitaciones. A pocos pasos de su puerta, me llegó un desagradable olor a alcohol que me hizo contener la respiración. Cuando desplacé mi mirada por la alfombra que cubría el suelo, encontré junto a su puerta el envase de una lata de cerveza vacía.

Fruncí el ceño, confusa. Tomé un par de respiraciones lentas y seguí avanzando. Me detuve frente a su puerta, sintiendo un mareo y una ola de nerviosismo recorriendo mi cuerpo.

Levanté la mano y la apoyé sobre la superficie plana del marco. Respire hondo y cerré los ojos durante un breve momento.

«Tranquila, Beth. Solo van a hablar, no es como si fuera a suceder algo más», me animó la misma voz positiva que solía aconsejarme en momentos conflictivos, y quise creerle.

Cuando reuní el coraje suficiente, llamé suavemente a la puerta. En el interior escuché ruido, el eco de cosas cayendo y murmullos entrecortados de alguien que se quejaba por haber tirado algo. Después, silencio total.

Tuve la sensación de que transcurrieron unos segundos ralentizados. Estuve a punto de pegar el oído a la puerta, pero el sonido de unos pasos acercándose me dejó helada y tuve que retroceder, entrando en pánico.

Cuando él abrió la puerta de la habitación, mi cuerpo entero se petrificó y el corazón se me detuvo por la impresión que me causó el verlo delante de mí, con el torso descubierto y el cabello salvajemente despeinado.

—¿Beth? —su voz ronca se escuchó impactada de sobremanera.

Sus ojos se abrieron de par en par, cargados de asombro y de una emoción mucho más implacable. Cada fibra de su ser se tensó considerablemente cuando di un paso hacia adelante, diciéndole:

—Perdóname por desconfiar de ti, fui una completa tonta —le dije con el corazón acelerado por las emociones contenidas—. Te creo, Asher, ahora te creo y te prometo que no volveré a...

—No, Beth —la suavidad de su voz hizo que mi corazón latiera de una manera antinatural—. Todo fue culpa mía, sigue siendo mi culpa y no me merezco tu perdón.

—Pero ¿qué dices? Ya Max lo ha aclarado todo, tú... tú y yo ya estamos bien —le sonreí con los ojos centelleantes de ilusión. Extendí mi mano y tomé la suya—. Quiero ser tu amiga, pase lo que pase, no me importa nada más.

—Beth, este no es el momento para...

Las palabras que pensaba decirme se apagaron en su boca y no fueron pronunciadas. En su lugar, oí un ruido al otro lado de la puerta y casi enseguida la escuché a ella.

—Vamos, amor, vuelve a la cama. Todavía estoy ardiendo por ti —dijo una voz femenina en un tono seductor desde el interior de la habitación.

Al darme cuenta de cuál era la situación, mi corazón se encogió y se contrajo de una manera punzante y desgarradora.

Me quedé pasmada y mi piel palideció de estupefacción. Antes de que pudiera siquiera reaccionar y moverme, una chica rubia le rodeó el torso por detrás y, cuando asomó la cabeza junto a su cuello, la reconocí de inmediato. Era Belinda, su ex, la misma que le rompió el corazón; ella estaba allí. Asher había vuelto con ella.

—Ya veo por qué tardabas tanto, amor —le susurró contra el oído con voz cariñosa.

Belinda rió sobre su piel y desplazó su mirada risueña hacia mí para fijar esos ojos helados y burlones sobre mí. En comparación con ella, me sentí pequeña e insignificante.

—Discúlpanos por recibirte así —dijo, señalando su cuerpo que apenas estaba cubierto por una fina sábana—. Estábamos disfrutando de nuestra reconciliación; justo antes de que llegaras, Asher me decía lo mucho que deseaba volver a estar conmigo.

La sonrisa en sus labios se hizo más amplia, y yo me sentí flaquear. Los ojos me escocieron cuando los repasé con la mirada: ella no estaba vestida y se sujetaba la sábana contra el pecho para cubrirse; llevaba el pelo alborotado, sus labios estaban hinchados y su brillo labial se había corrido. Entonces, me fijé en él irremediablemente y noté que llevaba la mitad del cuerpo descubierto, además de que en distintas zonas de su piel había marcas de ese brillo labial, especialmente en el cuello, los hombros y la clavícula.

La mirada de Asher se perdió en la mía y me dijo mil cosas que no supe interpretar. El pánico iluminó sus ojos cuando retrocedí a pasos temblorosos e inestables.

—Puedo explicarlo —logró emitir con la voz enronquecida y las pupilas dilatadas.

Negué con la cabeza mientras intentaba procesar lo que mis ojos veían. Era doloroso asimilar que Asher estaba con alguien más en su habitación, que hacía un par de minutos estaba enredándose con ella en su cama. El horror que me produjo ese hecho se reflejó en mis expresiones cohibidas.

Dolió, claro que dolió. Verlo con ella me perforó el corazón y lo hizo pedazos.

«Ya lo ves, Elizabeth, al final resulta que no te necesita», me susurró aquella vocecita venenosa que me atormentaba tanto últimamente.

Me sentí completamente torpe. Todo en mí se desestabilizó; pronto me olvidé de cómo respirar, como si una presión bloqueara el paso del aire a mis pulmones. La sensación de asfixia me oprimió el pecho y me arrebató el aliento.

Me alarmé cuando vi que se apartaba de la puerta y se me acercaba.

—Escúchame, Beth, esto no es...

—¡No te acerques más a mí! —le espeté con la voz fracturada y rota—. Solo... no digas nada, no lo hagas —le supliqué en un susurro tembloroso y débil.

Noté cómo mis ojos se humedecían y no pude hacer otra cosa más que dejar que las lágrimas cayeran sobre mis mejillas y humedecieran mi rostro.

Descubrir que estaba con Belinda fue hiriente y doloroso. Nunca se me ocurrió pensar que lo encontraría con una chica, y mucho menos con esa misma que meses atrás lo traicionó y le hizo daño. Aquello fue una gran ironía, porque ahora era yo quien sentía que se abría una herida permanente en mi alma.

—Déjala ya; la hemos tomado por sorpresa, es obvio que reaccionaría de esa manera —el comentario de Belinda me provocó una emoción venenosa que nubló mi mente.

—¿Quieres callarte? —le solté, con el rostro rojo de furia e irritación—. Por una vez, cierra la boca y no te metas conmigo.

La rubia enmudeció y me observó desde el umbral con esos ojos pálidos cargados de frialdad.

—Beth, tranquilízate y hablemos con calma, por favor...

Clavé mis ojos en los suyos y lo miré con las pupilas encendidas de furia.

—¡No te atrevas a pedirme que me tranquilice! —mi cuerpo se estremeció por la rabia acumulada y, antes de darme la vuelta, musité con sequedad—. Más te vale que no me vuelvas a buscar.

Sin agregar nada más, les di la espalda y avancé a toda prisa rumbo a las escaleras. Descendí rápidamente los amplios peldaños. El temor arrasó conmigo cuando oí pasos a lo lejos y escuché su voz distante pidiéndome que me detuviera.

Fingí que no le oía gritar y seguí andando. Esta vez no pensaba detenerme, no volvería atrás para sentir cómo me pisoteaba el corazón sin piedad.

Estaba a escasos metros de cruzar la puerta principal cuando Asher se plantó en medio de mi camino para detenerme. Lo tenía justo delante, bloqueando el paso a mi única vía de escape.

Una vez que me alcanzó y me enfrenté a su mirada eléctrica, me desmoroné y me hice cenizas.

—Detente ya, has venido a hablar, no puedes irte sin...

—No quiero escucharte ahora —le interrumpí en tono neutral.

Intenté pasar a su lado, dándole un empujón brusco. El corazón me volvió a latir agitado cuando me agarró del brazo.

—¡Suéltame!

—Al menos quédate a oír lo que tengo que decir, no huyas como la última vez —murmuró.

Me quedé sin aliento al sentir que colocaba una mano en mi mejilla mientras acercaba su rostro al mío, uniendo nuestras frentes. Al tenerlo tan cerca, me ardió el alma.

—Te lo suplico, por favor, quédate.

Mi respiración se volvió irregular al percibir su aliento sobre la piel húmeda de mi mejilla. Hasta ese instante, me di cuenta de que me limpiaba las lágrimas con las yemas de sus dedos.

—No te vayas, déjame explicarte que nada es lo que parece —su cálida respiración me llegó a los labios, cargada de un aroma a alcohol.

¿Estaba borracho? ¿Había estado bebiendo y por esa razón estaba con ella? Me hice esas preguntas, pero solo conseguí lastimarme mucho más, porque eso no remediaba nada. No había explicación alguna que me quitara esa quemazón del alma; ya nada me aliviaría esa herida.

Cuando sentí sus dedos cerrarse alrededor de mi muñeca, la intranquilidad volvió a filtrarse en mi sistema y sentí que profundizaba hasta mis huesos.

—Me haces daño —mi voz salió en medio de un sollozo ronco e inestable—. Si me retienes aquí, quedaré rota, Asher. Necesito que te apartes.

Su contacto se debilitó y pronto sentí que sus dedos me abandonaron. En cuestión de segundos, su sombra ya no estuvo delante de mí.

Me di la vuelta para ocultar mis lágrimas y el temblor de mis hombros. Casi perdí el equilibrio cuando di el primer paso al pasar por su lado.

A mis espaldas, noté que él volteaba para observarme. Crucé el vestíbulo, abrí la puerta y la atravesé sin mirar atrás. La cerré de golpe sin volverme de nuevo hacia ese espacio en el que su presencia lo llenaba todo.

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