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BETH

—Lo voy a matar —declaró Melissa una vez que terminé de contarle lo ocurrido con Asher.

La vi con la clara intención de levantarse de la cama y la detuve firmemente del brazo.

—No, no vas a matar a nadie; te quedarás aquí y no harás nada —le dije con severidad.

Melissa volvió a acomodarse en la cama con cara de pocos amigos. Se veía enfadada a rabiar.

—Explícame por qué debo quedarme aquí de brazos cruzados, viéndote así de triste cuando él está en su casa de lo más tranquilo pensando en la próxima cosa estúpida que hará para lastimarte y hacerte llorar —cruzó los brazos sobre su pecho y apretó los puños con fuerza.

—No hará nada para lastimarme porque ya decidí que me alejaré de él. Debí escucharte desde el inicio, pero estaba tan aferrada al cariño que demostraba tener por mí que me quedé allí. —Pensé para mis adentros: «Me quedé para verlo queriendo a otra, diciéndole cosas lindas a otra, besándola, queriéndola, enamorándose de ella mientras yo me despedazaba por dentro y sufría. Ya estoy cansada de sufrir por él»—. Estaba equivocada, siempre lo estuve. Esperaba ciegamente que un día pudiera fijarse en mí y dejara de verme como esa frágil amiga a la que tenía que cuidar. Deseaba convertirme en su gran amor, pero ya me he dado cuenta de que algunos deseos no se hacen realidad, por más que anheles que se cumplan.

Oprimí las rodillas contra mi pecho y aferré mis manos alrededor de mis piernas, reprimiendo las inmensas ganas que tenía de llorar. Deseaba gritar que amarlo así no era justo.

—Amas a Asher y eso no lo puedes cambiar por más que yo intente persuadirte para que lo olvides. Por más que te alejes, lo que sientes no desaparecerá —me dijo Mel en voz baja.

—Amo a Asher con todo el corazón, es cierto. Lo he adorado desde mi infancia, he aprendido a quererlo de maneras indescriptibles y no puedo sacarlo de mi vida, lo sé —no me dejé callar por el nudo opresivo en mi garganta—. Pero todavía puedo decidir cuándo dejar de hacerme este daño a mí misma, y hoy, al tener delante de mí a la versión de Asher que rechaza la posibilidad de vernos juntos, he entendido que no hay esperanza, que nunca nada va a cambiar entre nosotros.

Mel, que estaba justo a mi lado en la cama, se inclinó y envolvió sus brazos a mi alrededor, buscando reconfortarme.

—Haberlo besado fue un sueño para mí, pero solo me dio falsas ilusiones; me hizo creer, me hizo pensar que me veía de una manera diferente —no me callé todas las emociones que me presionaban el pecho. Mis ojos escocieron con intensidad; me obligué a retener las lágrimas a raya porque no pretendía romperme en ese momento—. ¿Por qué me mintió de esa manera? ¿Por qué tuvo que arruinarlo? ¿Por qué me besó y luego dijo cosas tan dolorosas? —murmuré con voz temblorosa.

Muy en el fondo, sabía que ningún chico, por más importante que fuera para mí, debía tener el poder de causarme esas sensaciones tan destructivas. Tenía fuertes sentimientos por él, pero eso no le daba derecho a hacerme sufrir de esa manera.

Ese día le entregué mi corazón, le di el paso libre para llegar a mi alma y él me clavó sus hirientes espinas, abrió heridas en el centro de mi corazón y me dejó un daño irreparable.

—Siempre he pensado que Asher no era para ti, porque tú te mereces a alguien mejor —me frotó el brazo con mucha ligereza—. Desde hace años lo miro con malos ojos porque me frustra que no sea consciente de cuánto te perjudica con su comportamiento —su voz se elevó un par de tonos—. Es que es tan idiota que no se da cuenta del daño que te hace.

—Me ve como su mejor amiga; dudo que alguna vez se haya dado cuenta de cómo me siento cuando está con sus resplandecientes chicas rubias —me mordí el labio inferior para reprimir un sollozo—. Sé que él no tiene la culpa de que lo quiera de esta manera, pero yo tampoco elegí enamorarme de él, y lo rechazo, rechazo este amor que me destruye por dentro.

Poco a poco, dejé caer los brazos a los lados, derrotada, y me permití dejar de contener las lágrimas en mis párpados. Sentí que las mejillas se me humedecían y se cubrían con el llanto desgarrador de mi alma rota.

—¿Cuánto tiempo más vas a seguir soportando todo esto? —me preguntó ella con cautela.

—No creo poder soportar otra desilusión —le respondí con la voz entrecortada y rota—. Si Asher vuelve a pintarme el cielo de colores para después teñir todo ese universo de sombras y tormentas, estaré rota y no habrá palabra alguna que pueda consolar mi corazón.

—Oh, Eli, me duele demasiado verte así —su abrazo a mi alrededor se intensificó—. Estaré aquí para ti todo el tiempo que lo necesites.

Le agradecía infinitamente su apoyo, su presencia, pero en momentos como ese nada era lo suficientemente reconfortante.

—Mel, si no te importa, necesito estar sola —le pedí con un hilo de voz.

—No pensarás que me voy a ir ahora que me necesitas —negó con la cabeza y mantuvo seria su expresión—. No voy a alejarme de tu lado, Eli. Soy tu amiga y las amigas se apoyan en los momentos difíciles.

—De verdad, Mel, puedo soportarlo —le dije en un susurro bajo y tembloroso—. Quiero despejarme y descansar un rato. Puedes irte tranquila, yo estaré bien —me limpié los rastros húmedos de las mejillas con las mangas del jersey y esbocé en mi rostro una débil sonrisa—. ¿Lo ves? Ya no seguiré llorando, ahora me siento más tranquila gracias a ti. Ve a casa, te llamaré más tarde, ¿vale?

—No, Eli, voy a quedarme aquí contigo porque, a diferencia de él, yo sí me preocupo por tu bienestar y quiero cuidarte —insistió ella, seria y firme.

La angustia y la preocupación se hicieron visibles en sus facciones.

—No me hables de él ahora, por favor, no lo metas en esto —expresé en un susurro inestable.

De inmediato, una punzada de dolor me atravesó el corazón y lo partió en dos con solo evocar la imagen de sus ojos apagados, de aquel rostro impasible que no hizo más que causarme un mal irremediable. Mientras lo besaba, creció en mí la ilusión de que ese sería un momento para recordar, pero ahora me sentía tan frágil al pensar en ese beso; era hiriente, dolía, me hacía llorar el corazón y desgarraba sin piedad mi alma.

—¿De verdad quieres que me vaya? —cuestionó, sin parecer convencida.

Me propuse asentir con suavidad, pero de la nada, el recuerdo de las sensaciones que experimenté mientras nos besábamos invadió mi mente. Instantáneamente, sentí una opresión profundamente dolorosa en el pecho. El ardor apenas se estaba apagando cuando regresó a mí con mayor intensidad, quemándome como lava. Mi corazón ya no dolía, ahora sangraba; yo me desangraba sin remedio. Los recuerdos estrujaban esa parte de mí que aún lo quería y la lastimaban con la potencia de los relámpagos sobre la superficie de la tierra.

Sentía que me desmoronaba por dentro, que cada momento hermoso que compartí con él se desvanecía y se evaporaba de mi mente para no volver jamás.

Vi pasar ante mis ojos el momento en el que lo abracé cuando regresó del viaje de verano, lo vi abrazándome en el sillón de la sala, lo vi junto a mí en la cama, escuchando cómo le cantaba una de mis composiciones. Nos vi caminando juntos y riendo de camino a la estación, me vi despertando a su lado y observándolo mientras dormía, nos vi charlando con complicidad en el comedor de la academia, disfrutando de los viernes de películas, de los abrazos compartidos y las sonrisas significativas. Poco a poco, aquellas miradas que transmitían emociones que no se podían expresar con palabras se fueron desenfocando.

—¿Debería quedarme?

Nuestras miradas se encontraron y las lágrimas acudieron a mis ojos de inmediato, delatando mi fragilidad. No le respondí y simplemente asentí con la cabeza.

Mel se colocó a mi lado; yo le pasé los brazos por los hombros y apoyé la cabeza en su hombro. Desahogué todo el dolor en un mar de lágrimas hirientes.

Inspiré hondo, tratando de controlar el dolor amargo que me despedazaba por dentro. El desasosiego provocaba que mi pecho se contrajera. El corazón me dolía, me punzaba desde el interior y me desgarraba en mil pedazos.

—Amarlo tanto duele como el infierno —susurré en un balbuceo ininteligible.

Mel suspiró con pesadez y me susurró palabras tranquilizadoras al oído, con la intención de consolarme y reconfortarme. Quise escucharla, pero el sentimiento y la debilidad fueron más fuertes. Pronto terminé hecha un manojo de temblores inestables, con la respiración dificultosa y los ojos ardientes en lágrimas incontenibles. Mis sollozos aumentaron de intensidad, volviéndose desgarradores y asfixiantes.

Me quedé encerrada en esa habitación durante toda la tarde, sollozando sin parar hasta quedarme sin lágrimas. Mel se quedó cuidándome y abrazándome el tiempo necesario para que me quedara dormida. Yo aprecié que se quedara porque estaba convencida de que no habría podido soportarlo sola.

***

La habitación estaba sumida en una absoluta penumbra. Me sentía acalorada y una tela fina me cubría la mitad del cuerpo. Todo lo veía en un estado de desequilibrio; el techo se movía sobre mi cabeza y daba vueltas, todo daba vueltas. Los efectos del mareo me dejaban desorientada.

Alguien estaba a mi lado; lo intuía a pesar de que no podía ver nada. Percibía la calidez que emanaba de su cuerpo, el aroma inconfundible de una fragancia varonil, un aroma que siempre me nublaba los sentidos. Escuché su respiración suave y acompasada, y me quedé helada.

Supe de quién se trataba; mis ojos no necesitaban verlo para reconocerlo. Esa fragancia que inundaba el aire no podía pertenecer a nadie más. Me quedé cohibida, impresionada por lo real que se sentía su presencia.

Había soñado muchas veces con él; nunca dejaba de soñarlo, pero ese sueño no se sentía como uno normal. Me transmitía algo identificable, intenso y real. Así era como relucía en mis pensamientos, como un escenario realista que no era producto de mi imaginación. Podía sonar irracional, porque resultaba imposible que él estuviera allí, pero algo me decía que si estiraba la mano podría tocarlo, sentirlo, comprobar que era algo más que un sueño.

—¿Vas a dejarme sola? —preguntó una voz lejana que me recordó al tono de la mía.

—Me quedaré justo aquí, a tu lado —respondió otra voz, en un tono grave y cariñoso, que me recordó mucho a la voz de Asher. Mi corazón se contrajo de dolor al pensarlo.

—Qué dulce —volví a oír esa voz tenue. Era la mía.

Ya no tenía dudas de que estaba sumida en una especie de sueño en el que estábamos ocultos bajo la luz de la noche y susurrábamos palabras que me sonaban confusas.

Escuché una risa suave que provenía de alguna parte. Fue la misma risa de Asher, que me provocó escalofríos en cuanto la identifiqué. Casi tuve la impresión de que esas voces y esas risas me susurraban al oído.

Era el eco de nuestras voces, pero las detectaba distantes, huecas. Todo mi cuerpo experimentaba una extraña sensación de adormecimiento y debilidad. Volví la cabeza ligeramente hacia un lado y lo encontré muy cerca, con el pelo desordenado cayéndole sobre el rostro y los ojos cerrados. Seguía sumergido en la inconsciencia.

—¿Sigues despierto? —inquirió esa voz, de nuevo, mi voz.

—Aún te escucho, así que sí —murmuró él con suavidad, y me estremecí.

Sentí que mi respiración se agitaba y contuve el aliento. Miré hacia todas partes, escaneé hasta el último rincón de esa habitación oscura y no encontré nada ni a nadie más que a él durmiendo profundamente al otro lado de la cama.

«¿Qué clase de sueño era ese?», pensé para mis adentros sin esperar respuesta.

Me costó incorporarme de la cama; no lo conseguí. Me agarré los costados de la cabeza con ambas manos y entrelacé los dedos entre mis cabellos, conmocionada. Sacudí la cabeza una y otra vez porque esperaba poder despertarme, pero cuando volví a abrir los párpados, el escenario era el mismo. Esa habitación que no era mía no se iba de mi cabeza. Era el cuarto de Asher; conocía cada pequeño centímetro de ese lugar desde pequeña.

Quise levantarme del colchón, pero una fuerza imponente me lo impidió. Por más que intenté alejarme para escapar de ese confuso sueño, me fue imposible separar mis pies del suelo. Me invadió el pánico cuando descubrí que estaba atada a ese escenario nubloso. Estaba atrapada en esa pesadilla, no había manera de salir de ese estado de inconsciencia.

—Beth —susurró su voz con una calidez que me desgarró el alma.

Me cubrí los oídos con las palmas y cerré los párpados mientras mi respiración se aceleraba. En alguna parte, un corazón que no era mío comenzaba a latir descontrolado, agitado y con intensidad.

—No quiero escucharte, desaparece, no me tortures más, por favor —dije entre murmullos entrecortados. Mi respiración ya era dificultosa y sentía ese escozor en los ojos que me quemaba y me consumía por dentro.

—Beth, no estás soñando, sigues despierta y no estás pensando en lo que haces —escuché que expresaba aquella voz ronca y profunda, pero tuve la impresión de que no me lo decía a mí.

—Déjame soñar contigo esta noche —susurró una voz idéntica a la mía en alguna parte de esa habitación.

Se me detuvo el corazón ante esas palabras. Abrí de nuevo los ojos, parpadeé aturdida y volví a sentirme envuelta en la desorientación y la confusión.

Perdí el control de mis latidos cuando ladeé la cabeza y me encontré con algo inesperado. Justo frente a mis ojos humedecidos, presenciaba un escenario que no hizo más que desestabilizar el equilibrio de mis emociones: allí estaba yo, pegada a Asher, a horcajadas sobre sus piernas, con las manos enlazadas a su cuello y los dedos hundidos en los mechones salvajes de su cabello. Nuestras miradas estaban enlazadas y la respiración de cada uno era frenética; podía percibirla en mis oídos como el soplo de una brisa de aire.

La incredulidad me apretujo el cuerpo entero cuando la Beth del sueño le sujetó la nuca con delicadeza y se inclinó hacia él para besarlo. Mis ojos se abrieron de par en par, estupefactos. Mi corazón se saltó un latido y mi alma... mi alma se llenó de un sentimiento magnífico y puro.

La unión de nuestras bocas era ideal, perfecta y armónica. Se me paralizaron los latidos al solo pensar que él se apartaría y diría las mismas palabras que me rompieron en pedazos, pero, sorprendentemente, él permaneció cerca de mí. Aunque, hablando con sinceridad, no era yo quien tenía el privilegio de besarlo, porque lo estaba observando todo desde fuera, como si solo estuviera presente en esencia y alma.

Contemplé fascinada aquella conexión, la manera en la que sus labios se ajustaban a los míos con una compatibilidad impresionante.

Repentinamente, la Beth del sueño se separó unos centímetros para observarlo directamente a los ojos; los ojos de Asher resplandecieron con chispas cegadoras y los de ella (idénticos a los míos) brillaron de ilusión.

Las respiraciones de ambos se mezclaban, sus narices hacían contacto y las manos de la chica del sueño se aferraban a los mechones oscuros de su pelo, acariciándolo.

—¿Acabas de besarme? —su tono fue ronco y sensual, provocador e irresistible.

—Te besé y quiero volver a besarte —murmuró ella, con la boca rozándole la sien.

—Te quiero, Asher, no deseo separarme de ti jamás —le dijo ella con la intensidad de un corazón enamorado.

—Yo también te quiero, Bethy, pero lo que estamos haciendo es un error.

Tal como lo predecía, esas palabras fracturaron el momento y lo dañaron de manera irremediable.

La Beth del sueño le sonrió con tristeza y acercó su frente a la suya para romper la distancia.

—Si esto es un error, equivócate conmigo y olvídate de todo lo demás.

Los dos se miraron durante breves segundos. Me dolió de una manera inexplicable que se mira... nos miráramos así cuando todo había quedado tan devastado en mi interior después de que él llamara “un error” a nuestro beso.

Se me contrajo el corazón y las espinas volvieron a cortarme como cuchillos cuando él recorrió con sus palmas los brazos de ella y colocó sus manos en su cintura. Los ojos de Beth, en mi sueño, se iluminaron con chispas de amor mientras, a cámara lenta, volvía a sellar sus labios con los de él.

Las lágrimas empañaron mis ojos y pronto me convertí en una llovizna de melancolía y nostalgia.

—Déjame soñar que estoy contigo una noche más —fue el último susurro de esa voz antes de que todo se desvaneciera en una bruma de negrura y tinieblas.

***

Me desperté en la madrugada, sobresaltada. Tenía la respiración agitada, el cuerpo tembloroso, las pupilas dilatadas y me faltaba el aire.

«Fue un sueño, no fue más que producto de una pesadilla», expresaba aquella voz racional en mi cabeza.

Acababa de despertar de un sueño creado por mi subconsciente; ya estaba a salvo de esa tortura, de ese malestar punzante que me atravesaba el pecho y me cortaba el aliento.

Intenté tranquilizarme por todos los medios, inspirando y exhalando profundamente, cerrando los ojos y abriéndolos con lentitud, esperando poder olvidarlo. Quería convencerme de que no había sido un beso real, que ninguna palabra había sido cierta, que las caricias de sus manos en mi piel eran producto de mi imaginación.

Me enloquecía recordar cada una de esas sensaciones aflictivas. Pensar en sus manos y en sus labios sobre mi cuerpo desataba en mí potentes olas de escalofríos. La sensación de hormigueo en mis labios no se iba, la agitación de mi ritmo cardíaco tampoco se normalizaba, y mis manos seguían temblando, sentía que mi cuerpo ardía con un calor inagotable y la piel me escocía por esas sensaciones indescriptibles que Asher dejó impregnadas en lo más hondo de mi ser a través de un sueño que ahora me parecía más real que cualquier otra cosa en la que hubiera creído.

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