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ASHER
La tarde del viernes llegué temprano a la casa de Beth. Me sorprendió que me dijera que ya tenía todo preparado para ver las películas en su habitación, así que, en cuanto apareció en su puerta, me hizo seguirla hasta la cocina, donde estaba horneando las palomitas. Mientras aguardábamos allí, me pidió que sacara un par de latas de refresco de la nevera, y eso hice. Una vez que tuvimos todo preparado, subimos al piso de arriba y nos adentramos en su colorida habitación.
Beth colocó el cuenco de palomitas sobre el pequeño buró que había junto a su cabecera y tomó la laptop de su tocador para ponerla sobre la cama. Me distraje un momento mirando las fotografías que tenía pegadas en los bordes del espejo de su tocador; en ellas aparecíamos nosotros en distintos lugares, y en algunas se notaba la diferencia de edades: sonreíamos de niños en el zoológico, nos reíamos dentro de una piscina y en otras estábamos tumbados en su cama, apareciendo solo nuestros rostros haciendo muecas divertidas.
Sin poder contenerme, extendí mi mano hacia aquella fotografía y rocé con las yemas de los dedos el contorno del rostro de Beth. Una sonrisa suave elevó las comisuras de mi boca, pero se borró en cuanto escuché la voz de Beth llamándome.
Aparté la mano rápidamente y me volví hacia ella de inmediato. La encontré colocando varias almohadas contra la cabecera de su cama. Mientras la veía acomodar una decena de cojines, se me escapó una ligera risa que no pasó desapercibida para ella. Beth me lanzó una mirada fugaz mientras terminaba de colocar el último cojín sobre el colchón.
-¿Qué es lo que te causa tanta gracia? -cuestionó. Me miró con los ojos entrecerrados y se cruzó de brazos, a la espera de una respuesta.
-Siempre buscas comodidad ante todo, ¿verdad? -inquirí, sonriendo.
-Si vamos a terminar de ver hoy la saga de Harry Potter, tenemos que hacerlo de la mejor manera -dijo con sencillez, y esa fue su respuesta.
Observé que se encogió de hombros antes de acercarse a mí para tomarme del brazo y guiarme hacia un extremo de su cama.
Me reí y caminé detrás de ella. Cuando me soltó el brazo, me invadió la sensación de que, al perder su contacto, estaba perdiendo algo importante.
-¿Podrías cambiar esa cara ya? Deberías estar conmovido de que tu mejor amiga tenga estas atenciones contigo -ella se giró para observarme y yo le devolví la mirada con curiosidad.
-Tienes razón, me conmueve que me quieras tanto -expresé con orgullo y le presioné la mejilla entre los dedos en un gesto cariñoso-. No cambies nunca.
Le sonreí abiertamente antes de dejarme caer sobre el montón de cojines que había colocado en la parte superior de la cama. Apoyé la cabeza contra la pila de cojines, que olían a ella y tenían impregnada la cautivadora esencia que la caracterizaba; era una fragancia dulce y femenina que relajaba un poco la tensión aferrada a mi pecho. No entendía por qué me sentía así; era como si quisiera disolverme en la frescura que se percibía en el aire, pero a su vez me sentía aturdido por tener esos pensamientos en mente.
Al notar que Beth estaba entretenida, me quedé mirándola mientras colocaba las latas de refresco en el buró y me tendía el cuenco de palomitas. Lo tomé enseguida y vi que se disponía a darse la vuelta para ir a sentarse en el espacio libre al otro lado del colchón.
En un acto impulsivo, envolví mi mano alrededor de su frágil muñeca y tiré de ella hacia mí. En un segundo, el peso de su cuerpo recayó sobre el mío y, en un breve parpadeo, la tuve pegada a mí; su largo cabello color caoba cayó como una cortina a ambos lados de su rostro, cubriendo por completo mi campo de visión. Sus ojos se enlazaron con los míos y su aliento se mezcló con el aire que inspiraban mis labios entreabiertos. Por un momento, ese acercamiento me desestabilizó y me sentí perdido.
La luz que atravesaba su ventana iluminaba tenuemente su rostro y algunos mechones de su cabello. Al parecer, no se lo había secado y solo lo había cepillado, porque todavía lo tenía húmedo.
Mi mente estaba completamente nublada; únicamente podía percibir su cálida respiración y sentía aquel aroma dulce filtrándose dentro de mi ser. Su olor perfumado y refrescante llenaba mis fosas nasales. Respiré profundamente, tratando de identificarlo: ¿Olía a fresa? ¿Mango? ¿Rosas? No pude descifrarlo, pero no había duda alguna de que su fragancia resultaba increíblemente adictiva.
Temiendo que se diera cuenta del poder confuso que ejercía sobre mí, tuve que recurrir al distanciamiento forzado. Con toda la fuerza de mi voluntad, la aparté de mí, moviéndome con cuidado, y le dejé un espacio libre para que pudiera recostarse a mi lado. Ella rompió el contacto visual y se separó de mí con un suave movimiento.
Me quedé quieto en mi lugar mientras ella estiraba el brazo para sujetar la laptop entre sus manos. A los pocos segundos, noté que la colocaba sobre sus piernas antes de darle play a la película.
Ambos cruzamos un par de palabras y nos pusimos cómodos para ver la peli. Me erguí para acomodar los cojines contra la cabecera antes de tumbarme sobre la espalda y apoyar la cabeza en las cómodas almohadas.
Inesperadamente, ella se acurrucó junto a mí, reposó su cabeza en mi hombro y respiró hondo.
-¿Te he dicho que me fascina el comienzo de esta película? -le oí decir.
Mis labios pronunciaron una lenta respuesta afirmativa, a pesar de que ya ni siquiera podía pensar con claridad.
Me sentía conmocionado, frustrado por las emociones contradictorias que me estaba causando el tenerla tan cerca. Lo que experimentaba era inexplicable de innumerables maneras: El deseo me invadía con todo su dominio, y era de lo más incómodo saber que ni siquiera podía tocarla ni mirarla como quería. Solo en ese instante supe el significado real de sentir un anhelo profundo por hacer algo prohibido y erróneo.
Me abrumaba la desesperante necesidad de colocar mi mano sobre su rostro para recorrer su piel. Suaves susurros venían a mi mente, susurros que me incitaban a agachar el rostro para depositar un suave beso en su sien.
Inconscientemente, le acaricié el pelo mientras las imágenes llenaban la pantalla. Desde que éramos pequeños, me encantaba estar con ella; nunca había supuesto un problema para mí abrazarla. Adoraba jugar con su suave y sedoso cabello, pero solo al encontrarme allí con ella a mi lado fui consciente de lo mucho que disfrutaba deslizar mis dedos sobre su cabellera, porque era una manera indirecta de acariciarla.
De pronto, me sumergí en las ideas ilusionistas que circulaban en mi cabeza como flashes. Pensé en atraerla hacia mí, en hundir mi rostro en el hueco entre su cuello y su hombro, y finalmente, en sellar mis labios en su piel.
Se me ensombrecieron las pupilas al considerar la posibilidad de acortar el espacio. Realmente, me encantaría inclinarme a besar su cuello, pero no hice más que idealizar mis labios recorriendo su piel. Imaginé que me embriagaba con su aroma y sus suspiros. Un escenario que fue producto de mi imaginación, porque no me atreví a moverme y me limité a contemplar la pantalla. Mantuve mis deseos ocultos en un cofre encadenado y enterrado en algún lugar recóndito de mi mente.
Transcurrió un largo rato en el que ninguno dijo nada. El cuenco de palomitas se fue vaciando con el paso de los minutos y, cuando me di cuenta, ya sostenía el recipiente vacío, así que no me quedó más opción que dejarlo sobre la mesita de noche que tenía a un lado.
-¿Te has preguntado alguna vez por qué Hermione y Ron se amaron tanto tiempo en secreto?
El melodioso tono de su voz me sacó de mi ensimismamiento momentáneo. Mi mirada viajó irremediablemente hacia ella mientras la película seguía avanzando.
-Ellos lo tenían fácil; dudo mucho que alguien se hubiera interpuesto en su relación -comentó, y a continuación se giró para sonreírme-. Supongo que hay amores que, por más fuertes que sean, deben mantenerse ocultos.
Su sonrisa solo se mantuvo unos segundos antes de apagarse. Distinguí un destello de fragilidad en su mirada.
Aún con los pensamientos confusos, me humedecí los labios y le hablé con voz ronca.
-Cuando no conoces el amor y descubres de la nada que te has enamorado, llegas a reaccionar de una manera... torpe. Muchas veces, esa misma confusión, generada por el hecho de no ser capaz de entender lo que sientes, se vuelve tan agobiante que solamente buscas ocultar esas emociones del resto del mundo.
Beth me escuchó atentamente. En el momento en que terminé de hablar, expulsó el aire de sus pulmones y asintió.
-Amar es complicado -murmuró ella con un resoplido pesado y profundo.
-Todo lo que vale la pena es complicado, Bethy. Por eso, en las series, películas y novelas románticas, las historias de amor siempre atraviesan momentos difíciles; al final, solo pueden estar unidas las almas de los amores verdaderos. Los que no luchan lo suficiente se pierden en el laberinto de los amores perdidos.
Ni siquiera yo mismo comprendí el significado de lo que acababa de expresar, pero sí identifiqué que mis palabras provocaron una inquietante reacción en ella.
Cuando conseguí bajar la vista y se cruzaron nuestras miradas, ella me sonrió y sus ojos marrones deslumbraron de alegría.
-Es sorprendente que esa sea tu perspectiva del amor -admitió con genuino asombro-. Aparentas ser un tipo reservado, pero en el fondo eres un hombre romántico y cursi.
Me apoyé en un codo y fijé mis ojos en su rostro.
-No creo que sea el único amante de esos ideales; apuesto a que tú también sueñas con un amor de película -la miré con los ojos entrecerrados y acusadores.
Ella también se quedó observándome con detenimiento. Tras algunos segundos de intenso escrutinio, me devolvió la mirada con una sonrisa radiante.
-Puede ser que sí -afirmó en tono suave y se echó su pelo largo y oscuro sobre el hombro antes de continuar-. He leído tantas novelas románticas que dudo mucho que alguien cumpla con los altos estándares en mi cabeza, pero no pierdo mis esperanzas -encogió los hombros de manera despreocupada y deslizó el brazo sobre mi torso antes de reposar su mejilla en mi pecho.
Sus palabras resonaron en mi cabeza de manera repetitiva. No me di cuenta de que permanecí en silencio durante un instante largo.
-Aquí va mi parte favorita -mencionó ella con entusiasmo.
La escuché, pero mi mirada no se desplazó a la pantalla de su laptop. Mi mirada se quedó fija en su perfil. Honestamente, no podía concentrarme siendo consciente de que tenía su cabeza contra mi pecho. Aspiraba su aroma cada vez que tenía oportunidad, pero ya no me bastaba; necesitaba su contacto. Todo mi cuerpo ardía de ansias de tocarla y sentirla.
Reuní toda la determinación que pude y tuve que conformarme con estrecharla entre mis brazos con suavidad mientras pasaba mis dedos por su pelo suave.
«Debes controlarte», me reprimió la voz racional en mi cabeza, pero no quise escucharla.
Tenía la sensación de que iba a enloquecer; por momentos, ya no sabía qué hacer, me costaba contenerme. A cada segundo se volvía más insoportable el hecho de tenerla a mi lado sin poder acariciarla, cautivar sus sentidos, apreciarla con una mirada, besarla y fundirme nuevamente en sus labios con sabor a miel.
Lo quería todo con ella, pero no podía caer en ese juego peligroso del que ya no tendría salida.
****
BETH.
Mientras mirábamos la película recostados en la cama, muy juntos y abrazados, una escena nos hizo reír. Mi risa y la suya se mezclaron en un solo sonido suave y dulce.
Todavía me estaba riendo cuando levanté la cabeza y descubrí que Asher me estaba mirando discretamente.
Noté que apartó la vista de golpe y la dirigió hacia otro lado, como si lo hubiera sorprendido haciendo algo muy malo.
-¿Tengo algo en el pelo o por qué me miras de esa manera?
Claramente, no me esperaba que él se inclinara hacia mí para susurrarme sobre el oído:
-¿Recuerdas aquella vez que vimos una serie en la que el protagonista le confiesa sus sentimientos a la chica que conoció en un aeropuerto? -mencionó en tono casual, y cuando habló, su aliento me hizo cosquillas en el cuello. La piel de esa zona se me erizó y la sentí electrizarse.
-¿A qué viene ese comentario?
Asher se encogió de hombros y se pasó la mano por el cabello, mostrándose pensativo.
-No lo sé, supongo que el parecido de Emma con la otra chica me trajo ese recuerdo a la mente.
Asentí distraídamente y recordé de inmediato de qué serie me hablaba.
-Ahora que lo mencionas, creí que nunca te gustó ver esa serie conmigo, decías que te pareció muy predecible que se enamoraron solo con cruzar miradas en ese aeropuerto.
Una pequeña sonrisa elevó las comisuras de sus labios.
-Es que si lo reflexionas bien, resulta incierto que sientas un amor tan repentino por alguien que no conoces -puntualizó con obviedad.
Yo puse los ojos en blanco y le di un suave golpe en el antebrazo con el codo.
-Pensándolo bien, no eres para nada romántico -enfaticé, refiriéndome a nuestra conversación anterior.
Al voltear para observar su reacción, me sorprendí al encontrar su mirada sobre mí; una mirada dulce y sumamente intensa que se robó todo el aire a mi alrededor.
Él nuevamente se inclinó hacia mi oído y murmuró sobre mi piel sensible:
-«Aunque intentes alejarte, mis sentimientos te seguirían a cualquier lugar del mundo, porque si dejo de verte, mis ojos te buscarán en todas partes» -recitó aquella declaración con la voz cargada de intención.
Me estremecí al notar el contacto de su mano junto a mi brazo. Al deslizar la vista, descubrí que su pulgar acariciaba el edredón que nos mantenía separados. Me aparté ligeramente de su lado, aunque en el fondo quería sentir su calor de cerca y la suavidad de su piel junto a la mía.
-Puede que te haya mentido, Beth. En realidad, me gustó el final de la serie porque terminaron juntos, pero me gustó mucho más esa declaración final... aunque me cueste admitirlo, siempre quise decirle eso a una chica -me confesó con voz ronca.
-¿Y por qué no lo haces? -me atreví a preguntar con la voz entrecortada.
Asher se rió débilmente y sacudió la cabeza en señal de negación.
-No puedo decirle a cualquiera que iría con ella hasta el fin del mundo.
Un nudo opresivo me subió por la garganta. Una extraña corriente de escalofríos recorrió mi cuerpo cuando un pensamiento se instaló en mi cabeza.
-¿Ni siquiera a Liliana? -la voz escapó de mis labios irremediablemente.
En una fracción de segundo, su mirada enigmática encontró la mía.
-Ella me gusta y me interesa, pero podría decirse que no es el gran amor de mi vida.
Sus palabras provocaron que me quedara sin aliento. Al quedarme sin aire, ya no me sentí capaz de inhalar oxígeno. Solo conseguí recuperar la respiración tras algunos segundos.
A pesar de que fue bueno oír que no la consideraba sumamente especial, me sentí conmocionada porque aún no me acostumbraba a escucharlo hablar de ella.
Desvié la mirada hacia la pantalla con la intención de dejar el tema. Quise prestar atención a la película, pero me fue imposible concentrarme cuando el eco de su voz resonó en mi cabeza: «Podría decirse que no es el gran amor de mi vida».
-¿De verdad no sospechas a quién sí se lo diría? -inquirió él de la nada.
Me tomó desprevenida con aquella pregunta.
No tuve tiempo de responderle porque, al ladear la cabeza, lo vi inclinándose hacia mí muy lentamente. En un acto dulce y cariñoso, sentí que apretaba mis mejillas con sus yemas.
Con su voz ronca contra mis labios, susurró mi nombre, dulce y cálido.
-A ti, Beth.
Percibí la suave caricia de sus dedos sobre mi mejilla; casi al instante, su pulgar trazó mi labio inferior con una leve caricia que me dejó desconcertada.
-No elegiría a nadie más que a mi mejor amiga -murmuró junto a mi oído. Su voz ronca y profunda ahogó mis sentidos y me sumergió en un hechizo incurable.
No pude resistirme a su gesto y terminé acurrucándome en su pecho. Asher me correspondió envolviéndome en sus brazos acogedores y protectores.
Elevé la cabeza y sentí que mi mundo entero colisionaba cuando nuestras miradas se enlazaron. Quise resistirme, pero al tenerlo tan cerca, al ver los matices verdes en sus ojos azules, caí rendida a su encanto y me perdí en la profundidad de sus pupilas.
Toda idea racional y sensata se esfumó de mi mente cuando le toqué la cara con las manos y exploré el contorno de sus facciones con las yemas de los dedos. Dibujé su mandíbula y seguí el recorrido de su boca y el contorno de sus labios. Al estar segura de que estaba sucediendo de verdad, cerré los ojos para apreciar el dulce contacto con su piel. Necesitaba guardar ese momento tan especial en mi memoria; no quería olvidar esas sensaciones jamás.
Lentamente, hundí mis manos en su cabellera oscura, mis dedos recorrieron los mechones con delicadeza y finalmente coloqué una mano en su nuca. Me perdí en las facciones delicadas de su rostro, admiré sus largas pestañas, sus cejas oscuras, sus irresistibles labios, su nariz definida, sus finos pómulos y sus magníficos ojos celestes. Me fijé en sus ojos claros como la luna y me dejé cautivar por ellos. Él inspiraba que uno se quedara mirándolo durante horas.
Todavía no podía asimilar que nos encontrábamos a tan escasa distancia. Con la mente totalmente nublada, apoyé la frente en la suya antes de soltar un tierno suspiro.
-Llegas a ser muy dulce cuando te lo propones -susurré con la voz débil.
Sentí que sus manos se aferraban a mi espalda y me pegaban completamente a su costado. En ese momento, su aliento fresco se mezclaba con el mío y acariciaba mis labios. Era increíble, una sensación indescriptible me recorría las venas.
Ya no tenía idea de lo que estaba sucediendo entre nosotros dos, solo sabía que quererlo tanto no era sano.
-Me encanta tu forma de ser -le dije con dulzura.
Al escucharme, él sonrió y metió la nariz entre mi pelo. Intenté no moverme cuando se acercó un poco y me acarició la sien con la nariz; noté el fugaz roce de su cabello en mi mejilla y percibí su respiración pesada contra mi oreja.
Se separó lo suficiente para poder observarme. Su mirada fija provocó una marea de emociones dentro de mí. Cerré los ojos, cautivada, y me dejé llevar por el momento. Al entreabrir los párpados, descubrí que se inclinaba un poco más, como si se dispusiera a besarme, pero no terminé de creérmelo porque era imposible que me viera de esa manera.
«Dios santo, ¿iba a suceder? ¿Pensaba besarme?», pensé para mis adentros.
Repentinamente, sus ojos se entrecerraron y el escaso espacio entre su cara y la mía se fue reduciendo. Su respiración se volvió agitada y superficial mientras acercaba su boca a la mía.
Mi corazón se aceleró ante aquella revelación; sentí que palpitaba con la fuerza de un huracán y la potencia de un tornado arrasador.
La sangre comenzó a bombear con fuerza en mis venas ante la expectativa de lo que sucedería. Me quedé esperando el contacto suave de sus labios sobre los míos, pero nunca llegó, porque el repentino ruido estruendoso de la película lo trajo de vuelta a la realidad.
Asher se apartó de inmediato y se movió a un lado, dejando medio metro de distancia entre nosotros. Oficialmente, mis esperanzas de besarnos habían terminado en la isla de los anhelos perdidos.
-Discúlpame, Beth... no quería, no sé lo que... -expresó con la respiración entrecortada-. Ya debo irme, le prometí a mis padres que cenaría con ellos esta noche -se excusó con torpeza mientras se incorporaba.
La decepción recayó sobre mí como una cubeta de agua helada.
-Veremos el final la semana que viene, ¿vale?
-Vale -asentí, confusa.
-Te veré mañana -dijo con un tono distante.
Para disimular que no pasaba nada, se agachó a mi altura y depositó un fugaz beso en mi mejilla. Al apartarse, se dio la vuelta y salió disparado hacia la puerta sin siquiera decir adiós.
Inconscientemente, llevé mi mano al lugar donde sus labios me habían rozado. Sentía la piel ardiente y el pulso acelerado.
A pesar de que ya se había marchado, todavía podía sentir el indescriptible poder que ejercía sobre mí. Al irse, me había dejado una ausencia profunda. Mi pulso latía acelerado dentro de mi pecho y las manos me temblaban de nervios.
«Asher tenía pensado besarme, o al menos esa parecía ser su intención antes de que saliera huyendo, como si mi cercanía lo hubiera quemado».
El nudo de incredulidad que se formó en mi estómago ascendió hasta mi tráquea y se instaló en mi garganta. Me costaba creer que estuve a escasos centímetros de besarlo. No pude haberlo imaginado; el anhelo en sus ojos era real, y la disposición con la que se acercó a mí dejó claras sus intenciones.
Sintiéndome afectada física y emocionalmente, agarré la almohada que descansaba a mi lado y enterré la cara en ella para desahogarme, soltando un grito de frustración.
Era oficial: Asher nunca se animaría a dar ese paso conmigo.
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