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BETH
Estuve gran parte del día domingo con mi familia. Fuimos todos al centro comercial más cercano del pueblo y compramos todo lo necesario para las labores del hogar: detergentes, jabones, aromatizantes, y también alimentos frescos para las comidas de la semana; frutas, verduras, cereales, y muchos más ingredientes.
Volvimos por la tarde a casa y, en lo que quedaba del día, mi madre, mi hermana y yo nos ocupamos de preparar una deliciosa ensalada, un estofado y una riquísima agua de fresas. Cuando terminamos de comer vimos una película, más tarde pedimos pizza para la cena. Me pareció un magnífico día en familia, de esos que solamente aparecen en las películas o en las series de televisión. No quería que llegara la noche porque no me había sentido tan feliz en mucho tiempo, pero las horas pasaron y pronto llegó el momento de subir a mi habitación a descansar.
Al llegar la mañana del lunes, actué en piloto automático y seguí mi rutina de la semana: me levanté, me cambié el pijama por el uniforme, me cepillé el cabello y, después de tomar mi mochila, bajé a la cocina a prepararme el desayuno (un plato de cereales). Mi madre apareció después de algunos minutos y me encontró enjuagando un par de trastes. Cuando se acercó, hablamos un poco, y al dar las 7:30, le dije que ya tenía que irme porque el autobús escolar no tardaría en pasar en la parada. Ella me dijo que fuera con cuidado y me despedí dándole un fuerte abrazo antes de decirle que la vería más tarde.
Llegué justo a tiempo a la parada y pude tomar el autobús sin problemas. En menos de veinte minutos, este se estacionó en el aparcamiento de las instalaciones y todos bajamos en orden. Atravesamos la entrada y nos dirigimos a las aulas; aún quedaban escasos minutos para que sonara la campana. Las horas de clase pasaron volando y pronto llegó la hora del almuerzo.
Salí del aula junto con mi amiga Melissa y fuimos juntas a la cafetería. Después de almorzar un emparedado y tomar malteadas de chocolate, nos dirigimos al corredor donde estaban dispersos la mayoría de los casilleros de todo el alumnado. Ella había olvidado en la taquilla su cuaderno de Artes Escénicas, y yo tenía que llevarme un par de libros para la clase de Cálculo, así que aprovechamos el tiempo de descanso que quedaba, porque en breve tendríamos que volver a entrar a las aulas.
La taquilla de Mel se encontraba al otro extremo del pasillo y la mía estaba muy cerca de las aulas de talleres. Por esa razón, yo me detuve a mitad del pasillo y ella se siguió de largo. Ambas quedamos de encontrarnos en el aula de Cálculo.
Al pararme delante de mi casillero, mi primer pensamiento fue colocar el código de acceso para sacar los libros que necesitaba. Mientras rebuscaba en el interior, escuché el bullicio creciente de la multitud de estudiantes que se acercaban al corredor por la misma razón que nosotras: en busca de los libros o cuadernos que usarían en clase.
Cerré la taquilla una vez que encontré los libros; al tomarlos entre mis manos, los coloqué contra mi pecho y, al volverme, encontré a Asher entre la multitud de estudiantes que cruzaban el corredor. Al verme, él me dirigió una sonrisa desarmante que hizo latir mi corazón como loco.
Lo saludé con un ligero movimiento de mano y enseguida noté que empezó a acercarse al lugar donde me encontraba parada. A los pocos segundos, lo tuve ante mí, desbordando ese escandaloso atractivo que tanto me cautivaba.
—Nos encontramos de nuevo, señorita Hayes —exclamó en forma de saludo.
—Es todo un gusto verlo, joven Bennett —dije con una leve sonrisa en los labios.
—Te estuve buscando en la cafetería y no te encontré.
—Oh, disculpa, esta mañana no me he demorado en la cafetería porque tenía que venir aquí por un par de libros —le confesé, elevando un poco los libros para que entendiera mi referencia.
—Ya veo, tu próxima clase es seguramente la de Cálculo.
—Así es —asentí con la cabeza y resoplé sonoramente—, y si te soy sincera, no me apetece ni un poco que llegue la hora.
—Es una lástima que no estemos en el mismo grupo; estoy seguro de que, si estuviéramos juntos, las clases se te harían menos aburridas.
Su comentario me hizo evocar recuerdos en los que íbamos al mismo curso y lo pasábamos estupendo en las clases. A mi mente regresó ese grandioso día en el que hicimos un experimento que salió mal y terminamos con las manos pintadas de verde. Como olvidar que durante toda una semana estuvimos asustando a la gente de la colonia diciendo que teníamos un extraño virus que volvía la piel verde. Las risas compartidas, las miradas cómplices, el compañerismo en nuestras travesuras, las bromas planeadas con ingenio, cada una de esas cosas me produjo cierta nostalgia y, en breves segundos, comencé a echar de menos aquellos tiempos en los que, estando juntos, formábamos un equipo infalible e imparable.
—Beth —repitió Asher, sacudiendo la mano delante de mis ojos para hacerme reaccionar.
Yo parpadeé algunas veces y logré salir del ensimismamiento en el que me había sumergido.
—¿Qué me decías?
—Te decía que es una lástima que estemos en grupos distintos.
—Oh, sí, es muy lamentable. Si estuviéramos juntos, podrías ayudarme a entender esa parte de las fórmulas y las ecuaciones —comenté con cierto pesar.
Asher asintió y deslizó las manos sobre su rebelde cabello negro.
—Estaría encantado de poder ayudar a mi mejor amiga —me aseguró con una gran sonrisa amistosa.
Le sonreí de vuelta y, sin esperarlo, sentí que colocaba su mano sobre mi hombro y me daba un ligero apretón de ánimo.
—Confío en que tu maravillosa mente podrá resolver todo eso lo que no entiendes en las clases.
—Agradezco tus deseos —mencioné con una repentina emoción.
Los dos nos miramos durante algunos segundos. Lo observé tanto tiempo que terminé perdiéndome en el mar azul que se extendía alrededor de sus pupilas.
Afortunadamente, fui capaz de romper el hechizo y la claridad volvió a mis pensamientos en ese lapso de tiempo.
—¿Cuál es tu próxima clase? —le pregunté, con la repentina necesidad de seguir hablando de cualquier cosa para no sumergirme una vez más en sus ojos magnéticos.
—Historia universal —me respondió, pronunciando las palabras con fastidio—. No hay nada que odie más que aprender las fechas de los acontecimientos más relevantes que han ocurrido en el último siglo.
—Pues te deseo suerte con eso.
Al igual que él, extendí mis brazos y le di un par de palmadas en los hombros.
A pesar de que nos encontrábamos a dos pasos de distancia, tuve que elevar la cabeza para poder mirarlo detenidamente. Al encontrarme de nuevo con esa mirada profunda, sentí una corriente magnética deslizándose por todo mi cuerpo.
Estaba ocurriendo de nuevo; sin darse cuenta, él derribaba mis barreras de inmunidad a sus encantos, me hacía caer, debilitándome y despertando esos sentimientos que quería apagar con cada parte de mi ser. Me hacía daño; quererlo tanto y no poder tenerlo me dolía. Había prometido que no sufriría más por su causa.
Fue sumamente difícil, pero con toda la fuerza de mi voluntad liberé mi cuerpo de esas emociones y lo expulsé de mi mente. Rápidamente, recuperé el control total de mis cinco sentidos y ya no permití que me siguiera afectando tenerlo tan cerca.
Al inclinar mi cabeza hacia la columna que estaba a dos casillas de distancia de la mía, visualicé el cartel de invitación al popular Baile de invierno. El mismo decía, en letras grandes y llamativas: "Sean todos bienvenidos al baile de invierno anual de la academia Salle."
Si lo observabas bien, también podías leer en letras más pequeñas: "No puedes perderte esta magnífica noche", y debajo, en letras coloridas, estaba escrita la fecha del tan esperado baile. El evento tendría lugar el día sábado quince del mes de septiembre, es decir, en menos de una semana y media.
Después de fijar mi atención en ese póster, me pasó por la mente algo que no se me había ocurrido hasta ese momento. Tal vez a mí ese dichoso baile me parecía una total perdida de tiempo, un evento exclusivo en el que se competía por ser el más popular y se buscaba captar las miradas de todos, solamente para sentirse superior a los demás. No tenía idea de qué pensaba Asher al respecto; nosotros ni siquiera habíamos hablado de ese tema hasta el momento. Sin embargo, me parecía una excelente ocasión para averiguar si él pensaba asistir, aunque, siendo honesta, solo me importaba descubrir si iría con ella. Porque, de una u otra forma, yo no asistiría, pero me resultaba insoportable ser consciente de que pasaría la noche con su novia, que bailarían música romántica, que serían el centro de atención, que él lo pasaría bien sin mí. Me dolía, me hería de mil maneras diferentes y no podía decírselo.
—Yo también me he dado cuenta de que esos carteles están esparcidos en cada columna, cada pasillo y cada pared del instituto —apuntó con su mano hacia los alrededores del corredor—. El evento del baile no le pasa desapercibido a ningún estudiante del plantel, eso es seguro.
Me provocó cierto asombro que fuera él quien abordara el tema del baile, pero fue aún más sorprendente lo que me propuso cuando su mirada recayó sobre mí.
—Este año deberías asistir. Dicen que el baile de este año será increíble, se llevará a cabo en un salón con vista a la playa, y van a lanzar fuegos artificiales. A ti te encantan los fuegos artificiales de colores.
Mis ojos se entrecerraron y mis labios se apretaron en un gesto pensativo.
—¿Piensas que iré solamente para ver el espectáculo de fuegos pirotécnicos?
Asher negó con la cabeza y prosiguió a explicarse.
—No solo por eso, yo quise decir que me gustaría... que fueras y lo pasemos increíble. Anda, di que sí, será divertido.
No me sentí convencida, a pesar de que era él quien me lo estaba pidiendo. Realmente, no me gustaban los bailes, no me emocionaba la idea de tener que usar un vestido que no encajaba con mi forma de ser, ni me agradaba aparentar que me sentía cómoda estando rodeada de mil personas que desconocía, pero si había algo que realmente me agradaba era pasar tiempo con Asher. Así que tal vez, únicamente por él, podría esforzarme y asistir un rato; podía intentar divertirme, pasarlo bien y... ¿Y? ¿Bailar con él? ¿Ilusionarme un poco más con alguien que ya sabía que salía con otra?
En un segundo, sentí esfumarse de mi cuerpo todo el entusiasmo y recayó sobre mí una espesa bruma negra de pensamientos tormentosos.
—Tengo que pensarlo, yo... —comencé a decirle, pero enmudecí al ver un rostro conocido a algunos pasos más atrás.
Asher notó de inmediato mi consternación, así que volvió la cabeza en la misma dirección en la que había fijado mi mirada y también lo vio.
Alan, el chico con el que había compuesto una canción, se encontraba allí y no lo podía creer. Iba vestido con unos jeans negros, una camiseta blanca de mangas cortas y un chaleco de mezclilla. Cargaba en el hombro una mochila negra que, a pesar de ser grande, no se veía pesada.
El chico acortó los pasos faltantes y caminó en nuestra dirección mostrando una expresión alegre. Observé con diversión como la expresión de Asher se ensombreció a medida que Alan se acercaba. Él agarraba la correa de su mochila con tanta fuerza que los nudillos se le tornaron blancos.
Al detenerse a nuestro lado, Alan nos saludó a ambos y nos miró con atención.
—Hey, me alegra encontrarlos aquí. Esperaba cruzarme con ustedes y aquí están —dijo él con una voz amigable.
—No esperaba verte, pero ha sido una agradable sorpresa —expresé sin dejar de observarlo.
Le sonreí con dulzura y, al mirar a Asher de reojo, vi que le dirigió una expresión falsamente amable. Escuché que él dijo:
—Claro, es una gran coincidencia verte por aquí, porque, según tengo entendido, no estudias en la academia —su tono presuntuoso no me pasó desapercibido.
—Efectivamente, no estudio aquí. Es bueno que seas bastante observador y lo notes —mencionó Alan con una actitud agradable.
Posteriormente, abrió el cierre de su mochila y sacó del interior un par de sobres de color azul metálico.
—Como podrán darse cuenta, vengo de la oficina de correos y recados, he trabajado allí desde comienzos del año y justamente hoy me han pedido que viniera a entregarles a todos los estudiantes las invitaciones que mandaron a hacer los que organizaron el evento del baile de invierno.
A mi lado, Asher levantó una ceja, incrédulo, y emitió un comentario totalmente sarcástico:
—Así que eres una especie de repartidor de correos —arqueó las cejas y sonrió ampliamente.
Probablemente, Alan no lo captó, pero yo sí pude detectar la nota burlona en su voz.
—El trabajo es trabajo, no puedo quejarme; además, la entrega no ha ido mal del todo —respondió Alan, contemplándome con sus centelleantes ojos verdes.
—¿Dices que te gusta hacer de recadista? ¿Lo entendí bien? —musitó Asher en un tono despectivo, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Así es, tú seguramente estarías interesado si pudieras considerar que, al entregar invitaciones, es posible encontrar la manera de ver a esa chica especial que no sale de tus pensamientos —le dijo, y me siguió contemplando con intensidad.
Toda la diversión y la burla en las facciones de Asher se desvanecieron ante ese comentario. Su expresión inescrutable mantuvo oculta cualquier tipo de emoción en su rostro, así que ya no pude descifrar qué podía estar pensando o sintiendo.
Alan esperó la respuesta de Asher, pero al notar que no emitía palabra alguna, él se volvió de nuevo hacia mí e hizo la pregunta más inesperada de todas.
—Elizabeth, me preguntaba si aceptarías que yo fuera tu acompañante en el baile de invierno.
Parálisis total, estupefacción al límite. Al oírlo, simplemente me quedé inmóvil y helada; me sentí abrumar por el desconcierto.
Alan debió de notar mi reacción, o lo que yo definiría como mi FALTA de reacción. En lo que me pareció un segundo de duda, agregó:
—Quiero decir que si aún no tienes pensado ir con nadie, podemos ir juntos.
Mostró una resplandeciente sonrisa que pudo haberme cautivado de no ser porque estaba congelada.
Estaba conteniendo el aliento y sentía mis pulmones ardiendo por la falta de oxígeno en mi sistema, pero me era imposible moverme; no me sentía siquiera capaz de respirar.
—¿Me estás... me estás invitando al baile? —pregunté en un tartamudeo torpe.
—En ninguna parte de esa invitación dice que tengas que ir acompañada de alguien que asista a este instituto, así que yo estaría encantado de ser tu pareja —se fijó en mi cara de desconcierto y aclaró—: Obviamente, me refería a ir juntos como una pareja de baile.
Solté un suspiro cargado de indecisión y de emociones mezcladas. Al desviar la vista hacia el otro chico que también me miraba, descubrí que Asher estaba tenso y que dirigía su penetrante y fulminante mirada hacia Alan.
Mi atención se distrajo con la contracción de su mandíbula y la exaltación de las venas de su cuello. El disgusto era visible en sus facciones contraídas y se percibía en su aura fría.
—Entonces, ¿qué dices, preciosa? ¿Te gustaría que fuera tu compañero de baile?
Lo contemplé con un remolino de emociones dando vueltas en mi interior y, después, de una forma mecánica e inevitable, levanté la mirada un instante en busca de los ojos azulados de Asher y nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos se vieron sobrios y profundos cuando volvieron a mirar los míos. Fue como si quisiera expresar algo, pero no pude entenderlo o no quise hacerlo. La mirada que me dirigió me hizo tomar la decisión correcta. Ya no me fue difícil la elección, porque estando allí entre ellos dos, estuvo claro para mí que no podría retractarme.
—Claro que acepto ir contigo, nada me alegraría más —respondí, aunque muy en el fondo sabía que mi corazón deseaba pasar esa velada con Asher.
Vi el entusiasmo de Alan reflejado en el brillo de sus ojos claros. Casi de inmediato, dirigí mi atención a Asher, y en él pude detectar emociones completamente opuestas: su semblante era serio, sus hombros estaban rígidos y apretaba los labios con amargura.
Él notó que lo miraba y, cuando me volteó a ver, una llama iluminó sus ojos azules, encendiéndolos con una luz eléctrica que me atravesó de manera escalofriante.
—¡Estupendo! —ni siquiera me dio tiempo de reaccionar porque, en un segundo de distracción, lo vi acercarse peligrosamente y, después, me sentí abrazar por unos brazos desconocidos.
Cerré los ojos e intenté corresponder a su gesto, apoyando mis manos en su espalda. Una emoción me recorrió el cuerpo al apreciar su cercanía, pero no quise identificarla como una de esas emociones amistosas. Quise creer que se sentía bien ser abrazada por alguien más, que era acogedor y cálido, pero también fue diferente; se sintió distinto porque no era él y nunca sería igual.
Al abrir los párpados, descubrí que Asher nos miraba con los ojos entornados. Se había apoyado en las taquillas y lucía neutral e impasible, pero si lo observabas atentamente te dabas cuenta de que sentía mucho más de lo que quería demostrar.
Alan se separó algunos centímetros. Yo hice lo mismo y, al ser un poco más baja que él, tuve que elevar la vista para encontrar su mirada.
—Desgraciadamente, tengo que irme y seguir repartiendo las invitaciones, pero más tarde te llamo y hablamos sobre nuestra cita pendiente —me guiñó un ojo con complicidad y consiguió robarme una sonrisa.
—Esperaré tu llamada —le dije en voz baja y suave, deseando con intensidad que Asher no pudiera oír lo que decíamos.
Alan asintió satisfecho con mis palabras y entonces se inclinó. Vi su rostro aproximarse al mío a cámara lenta y luego sentí la presión fugaz de sus labios sobre mi mejilla izquierda. Su beso repentino me dejó descolocada, completamente desorientada.
Solamente cuando lo sentí apartarse pude volver a respirar con normalidad.
—Nos veremos pronto, bella —me susurró al oído con voz ronca y, cuando se apartó más, lo oí decir en voz alta y clara—: Hasta luego, amigo.
Tras decir esas últimas tres palabras, se dio la vuelta y avanzó a pasos tranquilos por el corredor.
Cuando Alan se alejó y desapareció por el pasillo, ladeé la cabeza y descubrí que Asher, por alguna razón, no me quitaba la mirada de encima.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
No me respondió, simplemente me siguió observando atentamente, y fue tan intensa su manera de mirarme que, en cuestión de segundos, comenzó a incomodarme.
—Asher, ¿qué ocurre? ¿Por qué me miras así?
Repentinamente, salió del estado de trance en el que estaba inmerso y, dando un paso hacia adelante, se detuvo frente a mí, serio.
—¿De qué manera te miro? —cuestionó, como si no comprendiera a qué me refería.
Al no obtener una respuesta clara, se cruzó de brazos y apretó los labios con impaciencia. Sus ojos azules se clavaron en mí, provocándome una oleada de sensaciones intensas y desagradables. De alguna manera, se sintió como si me estuviera interrogando y fuera culpable de la falta cometida.
—Me miras como si quisieras decirme algo, pero te abstienes de soltarlo —musité con sequedad, adoptando una postura similar a la suya.
—Acababas de decirme que pensarías en mi sugerencia de ir al baile, pero apenas apareció el joven cartero no pudiste negarte a su ofrecimiento de ser tu acompañante—masculló con evidente desagrado. Más que una acusación, me sonó a reproche.
—Acepté su invitación porque no tenía a nadie más con quién ir. Alan y yo nos llevamos muy bien, así que no le veo el problema —encogí los hombros y proseguí—. Además, ¿no era eso lo que querías? Pues te hice caso, asistiré al baile.
Me tomó por sorpresa la pequeña sonrisita fastidiosa y carente de gracia que escapó de su boca.
—Y me alegro muchísimo por ti y por él, de verdad. Van a ir juntos al baile, es bueno saberlo, porque así podríamos pasarlo bien los cuatro juntos, ya sabes... tú con ese pianista que te compone canciones y yo con Lina. ¿No suena como un plan estupendo?
—Es uno de los mejores planes, será como una cita doble. Reunirnos será estupendo, no puedo esperar más a que llegue el día —expresé, simulando un gran entusiasmo cargado de ironía.
—Yo también esperaré que llegue el día —enfatizó Asher, forzando una sonrisa.
—Bien.
—Bien —repitió él, volviendo a tensar la mandíbula.
El sonido estridente y ruidoso del timbre, anunciando que debíamos volver a nuestras aulas correspondientes, nos sacó a ambos de nuestra entretenida conversación y del duelo de miradas retadoras. Finalmente, nos miramos directo a los ojos y dijimos al unísono:
—Hablamos más tarde. Adiós.
De inmediato, pasamos uno al lado del otro y avanzamos por el extenso corredor sin mirar atrás. Simplificando el momento de manera más específica: nos distanciamos sin volver a mirarnos.
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