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♡ 29

ASHER

Volví a mi casa cuando cayó el anochecer, a pesar de que lo que menos me apetecía era encontrarme a cincuenta metros de distancia de la chica que me había hecho actuar como un cobarde incapaz de lidiar con sus confusos sentimientos.

Al recostarme en mi cama esa noche, vino a mi mente la idea de que, en lugar de irme, debí volver con ella; debí estar allí cuando él salió de su casa para verla parada felizmente junto a la entrada de su casa. Tendría que haber sido más valiente; tuve la oportunidad de comportarme de otra manera, de demostrarle a Beth mi preocupación y mi aflicción. Pude haberme disculpado por reaccionar de aquella manera en la biblioteca, o explicarle que no podía sacar sus besos de mi cabeza y que eso era lo que me angustiaba, porque siempre fuimos mejores amigos.

No hice nada de eso, no demostré interés y ese fue un terrible error que, más adelante, pagaría.

****

El resto de la semana, la situación continuó igual. La comunicación entre Beth y yo fue evasiva porque, desde el día de su cita con Alan, estábamos distanciados el uno del otro. Con esto no quiero decir que estuviéramos peleados; a mí parecer, nuestra amistad era la misma de siempre y llevábamos casi una semana sin discutir sobre nada. Sin embargo, a pesar de que actuábamos como los mismos amigos de siempre, yo presentía que ya nada sería igual.

Me preguntaba si ella se había encontrado con Alan en más de una ocasión, porque en esos últimos días casi no había hablado con ella. La verdad no quería mantenerme al margen y me costaba estar lejos de ella, pero intentaba cumplir con mi palabra de no entrometerme en sus asuntos. Sin embargo, en el fondo me consumía la curiosidad de saber algo acerca de lo que podría estar pasando entre ellos.

Afortunadamente, no tuve mucho tiempo para pensar en ese tema, porque ese fin de semana teníamos previsto un partido con el colegio "Buena Vista", así que esa semana el entrenador estableció varios entrenamientos para el equipo y no tuve ningún día libre para pensar en Beth y su pretendiente, o en alguna otra chica que pudiera llamar mi atención.

Me mantuve centrado en cada partido, me sumergí en las tácticas de juego y en las estrategias del equipo, atento a cada falla o insignificante error que pudiera resultar desfavorable para el resto de mis compañeros. A todos nos apasionaba el fútbol americano.

Yo era el capitán desde el segundo año del curso. Desde mi perspectiva, nada era mejor que descargar mis energías y dejar fluir la adrenalina en mi cuerpo practicando deporte. Nada era comparable a esa constante incertidumbre de no saber qué pasaría o quién ganaría. En cada partido experimentaba una emoción incalculable, compartía con mi equipo el mismo entusiasmo y explotaba en mí la sensación de libertad. Me sentía liberado y vivo porque ese deporte se había vuelto mi pasión, y convertirme en un jugador profesional era mi mayor sueño.

La mejor parte de todo el asunto era que mi familia creía en mí. Mis amigos y compañeros de juego también confiaban en que podía guiarlos para lograr nuestros objetivos. Aún más importante, Elizabeth, mi mejor amiga, era mi mayor admiradora, ella consideraba que llegaría muy lejos, confiaba en mis habilidades y estaba segura de que me convertiría en alguien importante.

Tenía claro que ella nunca dejaría de apoyarme y ese día tampoco fue la excepción. Ya era sábado y faltaban pocos minutos para que fueran las dos de la tarde. Las gradas que había a varios metros de distancia, estaban repletas de jóvenes y de grupos de personas que no conocía, ya que venían a apoyar al equipo contrario.

Esa tarde tuvo lugar el partido oficial de nuestro equipo, "Los Alcones", contra el equipo de los "Tigres Negros". Después de enfrentarnos durante un par de periodos de tiempo, sucedió lo que ya estaba previsto: cada grupo hizo increíbles anotaciones y el marcador fue sumando puntos. Se dieron un par de faltas por parte de un par de miembros del equipo contrario, pero cada equipo se ocupó de emplear distintas estrategias de juego. Tuvimos momentos de aciertos y fallas; cada segundo que pasamos en la cancha fue emocionante e increíble. Sin embargo, solo un equipo resultó victorioso al dar la 1:45 de la tarde.

Nosotros fuimos los ganadores al haberlos superado con 68 puntos sobre 63 puntos. El partido finalizó entre una ola de aplausos y gritos provenientes de las gradas asignadas para los espectadores que nos apoyaban. Al observar atentamente la multitud, pude localizar a Beth y comprobé que me dirigía una reluciente sonrisa, orgullosa y animada.

Mis compañeros y yo atravesamos un momento de euforia tras nuestra victoria. Formamos un círculo y nos abrazamos unos a otros para gritar juntos: «¡Lo hemos conseguido! Van a seleccionarnos, formaremos parte de la liga estatal de deportes juvenil».

Cuando la volví a buscar con la mirada, vi que se encontraba entre la multitud de espectadores. Desde la parte más alta de las gradas, ella me miró y me dedicó una maravillosa sonrisa.

Después de algunos minutos, llegó ese esperado momento en el que todos nuestros conocidos tuvieron permiso para adentrarse en la cancha y celebrar junto a nosotros, los vencedores.

Visualicé a Beth aproximándose hacia mí entre la gente y esperé a que estuviera más cerca para poder mostrarle esa estúpida sonrisa que solamente cobraba sentido si iba dirigida a ella. Al verla avanzar, noté que la distancia entre nosotros no parecía estar acortándose, así que decidí ir a su encuentro también.

Beth y yo nos encontramos a mitad de camino y, tras intercambiar una mirada significativa, nos fundimos en un cariñoso abrazo. Mis brazos la envolvieron, la levantaron por la cintura y balancearon su liviano cuerpo en el aire. En un movimiento lento y suave, permití que su cuerpo entrara en contacto con el mío al acercarla un poco más hacia mí; en ningún momento rompimos nuestro abrazo ni dejamos de mirarnos con los ojos brillantes, ya que anteriormente me había inclinado a la altura de su rostro para mantener el contacto visual. Inconscientemente, hundí mi rostro en el fragmento de piel entre su hombro y su cuello e inspiré discretamente su aroma.

—Sabía que ustedes ganarían, todos son jugadores increíbles —escuché que me dijo junto al oído.

Entonces sentí que volvía a aferrar sus delgados brazos a mi torso para darme un abrazo de oso. Su gesto de cariño fue cálido y acogedor.

No me moví y me permití seguir abrazándola durante algunos segundos más. Apoyé mi mentón sobre su hombro y mantuve los párpados cerrados. Me sentía fascinado de que ella quisiera lo mismo que tanto deseaba yo: que permaneciéramos juntos.

Mis manos se habían desplazado de sus omóplatos a su espalda y mis dedos tenían la manía de enredarse en las puntas suaves de su cabello. Apreciaba mucho estar con ella; ya era incontrolable esa necesidad de sentirla cercana a mí. No quería soltarla, mis brazos ya no estaban dispuestos a liberarla; era como si tuviera un miedo irracional de perderla.

Al abrir los ojos, pude enfocar lo que sucedía a nuestro alrededor. Vi con claridad que en un perímetro cercano se encontraban mis guapísimas fans; muchas de ellas me lanzaban miradas indiscretas. Pude identificar expresiones juguetonas, miradas coquetas y atrevidas, y guiños insinuantes. Sorprendentemente, ninguna de ellas despertó un interés en mí porque ya estaba estrechando entre mis brazos a la chica más especial de todas.

Sentí cierta desilusión cuando ella se apartó, retrocediendo un paso. Mis brazos la liberaron y cayeron a mis costados con resignación porque, a pesar de que mis manos deseaban acariciar las suyas, su rostro y su cuello, tenía muy claro que no podía hacerlo delante de tanta gente.

—Juegas muy bien, el equipo tiene suerte de que seas el líder —comentó ella, radiante de alegría.

Le sonreí en agradecimiento por el cumplido. De manera inevitable, mi mano buscó su contacto, mis dedos se movieron para recorrer su piel y terminé presionando tiernamente su mejilla.

—Y yo tengo la maravillosa fortuna de tenerte. Sabes que tu apoyo incondicional es el que me motiva y me anima a perseguir mis sueños —le aseguré con total honestidad.

Ella me dirigió una radiante sonrisa y, a los pocos segundos, percibí la calidez de la palma de su mano presionando el dorso de la mía, que todavía permanecía junto a su mejilla.

Ese momento entre nosotros pudo ser perfecto; se sintió perfecto y lo percibí como algo especial. Deseé poder detener el tiempo para admirar su semblante durante más tiempo, pero la única realidad era que mis deseos y anhelos no podían cumplirse.

Nuestra conexión fue duradera, pero la perdimos en cuanto todo volvió a girar. Volvimos a escuchar el bullicio de las voces y notamos que todos se movían de un lado a otro, muchos de ellos todavía rebosantes de entusiasmo por la victoria.

—Estuviste espectacular al anotar ese último touchdown. Quedaban tan solo veinte segundos y pensé que no lo lograrías, pero corriste a gran velocidad y cruzaste la línea antes de que se terminara el tiempo. ¡Fue asombroso! Tu determinación me impresionó y cautivó a todos los espectadores.

—No sé qué decir, estuve a un segundo de no conseguirlo, ¿verdad? Cuando se agotó el tiempo, casi no lo podía creer. Nosotros acabábamos de ganar y ahora estamos dentro de la liga estatal.

—Me alegro mucho por ti y por tus compañeros. Esta vez tendrán la oportunidad de demostrar todo su potencial —sus ojos miel se iluminaron de alegría.

Me perdí en ellos unos instantes: los reflejos marrones contrastaban con el contorno ámbar que rodeaba sus pupilas. Eran unos ojos impresionantes; al mirarlos, pensabas que eran similares al color de las hojas en la temporada de otoño: cálidos, oscuros en las sombras y luminosos a la luz del día. Si pudiera describirlos en pocas palabras, diría que eran asombrosamente hermosos.

El brillo cautivador en sus iris se apagó cuando un grupo de chicas mencionaron mi nombre al pasar a nuestro lado. Entendí que dijeron algo similar a: "Los has vencido Asher. Bien hecho". "Estuviste sensacional, Asher". "Tienes mucho talento, eres impresionante".

Su expresión se volvió seria y su voz sonó diferente cuando se cruzó de brazos y dijo:

—¿Lo ves? Todas opinan que eres una estrella en el deporte; deberías estar feliz de que piensen eso de ti, eres su ídolo.

Su actitud amistosa se transformó en una defensiva e infranqueable, como si le molestara que tuviera admiradoras. No les había prestado atención y, aun así, ella se veía enfadada al verlas rondar a mi alrededor. No supe qué actitud adoptar ante su repentino cambio de humor. Me pareció adorable su manera de enfadarse, pero también fue desconcertante que reaccionara de esta forma.

No tuve tiempo de preguntarle cuál era el problema porque, cuando me dispuse a reducir el espacio que nos separaba, Liliana apareció de la nada y se me lanzó encima, apartando lejos de mi alcance a la única chica que quería abrazar.

Para no hacerla sentir mal, correspondí a su abrazo y le rodeé la cintura con delicadeza, pero mantuve la mirada fija en mi amiga. Beth había desviado la cabeza hacia otro punto de la cancha y parecía estar impaciente por salir de allí.

Al apartarse de mí, Lina se dio cuenta de que no la estaba mirando, así que agarró mi barbilla entre sus dedos y me vi forzado a clavar mi mirada en la suya.

—No pude llegar a tiempo, cariño, pero ya me enteré de que ganaron gracias a ti —dijo, muy impresionada.

—Fue un golpe de suerte de último momento —le aclaré, sin demostrar entusiasmo.

—Me encanta que no seas ambicioso y pretendas que crea que no eres el mejor —dijo con voz melosa.

A los pocos segundos, levantó los brazos y los puso alrededor de mi cuello, atrayendo mi rostro hacia el suyo para que la besara en los labios.

No pude negarme a lo que ella pedía, así que deposite un suave y superficial beso sobre su boca que tenía sabor a canela. No me esperaba que ella me devolviera el contacto y comenzara a besarme de manera efusiva.

Sus labios se entreabrieron y sus dientes capturaron la sensible piel de mi labio inferior. La sensualidad de los movimientos de su boca contra la mía me hizo sucumbir, y terminé olvidando completamente que Beth aún estaba presente a un metro insignificante de nosotros.

Me incliné para apoderarme de sus labios y devorarlos con desenfreno. Mi boca capturó la suya con pasión y ferocidad; sus manos se deslizaron hacia mi nuca y sus dedos se perdieron entre los mechones oscuros de mi pelo. Mis palmas presionaron sus caderas para acercarla más a mí y así percibir el estremecimiento de su cuerpo contra el mío.

No pensé con claridad en lo que estaba haciendo y solo reaccioné cuando entreabrí los párpados y vi a Beth parada junto a nosotros, con la mirada atenta a nuestro espectáculo.

Rápidamente, me eché hacia atrás para separarme de Lina. Ella me observó confundida, pero de inmediato se recompuso y sus brazos volvieron a bajar por mi cuello, se deslizaron por mi pecho y se enroscaron en mi torso. Ya la tenía pegada a mí cuando volví mi mirada a Beth.

Distinguí en sus ojos un destello de molestia casi imperceptible. Ella respiró hondo y soltó un prolongado suspiro antes de dirigirse a mí con una voz fría.

—Ya tengo que irme, nos vemos después.

La vi con la intención de darse la vuelta y no pude evitar decirle:

—No puedes irte, los chicos quieren ir más tarde a celebrar que hemos ganado y me gustaría que fueras con nosotros.

Creí que mis palabras la habían persuadido y que aceptaría acompañarnos, pero en un instante su expresión se oscureció cuando Lina se volvió hacia ella y dijo:

—Anda Lisa, ven con nosotros. Si no quieres ir porque te incomoda estar rodeada de chicos, puedes estar tranquila, porque Asher me llevará con él. Además, he oído por ahí que uno de los jugadores está interesado en ti —le lanzó una mirada risueña—. No puedes perderte la oportunidad de descubrir de quién se trata, así que cambia esa expresión aburrida y dile a mi novio que irás con nosotros.

Al oír que me llamaba "su novio", quise aclarar que apenas estábamos saliendo, pero fue demasiado tarde porque Beth sí se lo creyó. La sonrisa amarga y poco divertida que apareció en su semblante me lo confirmó.

—Es una lástima que ya tenga planes, pero vayan ustedes y diviértanse. Estoy segura de que no les hará falta mi compañía —el tono poco entusiasta de su voz pudo pasarle desapercibido a Lina, pero no a mí.

—Te pido que lo reconsideres, Beth. Los chicos se sentirán mal si no vas; tú siempre estás allí acompañándonos en los entrenamientos, eres nuestro apoyo, eres una de nosotros —dije de forma contundente.

—Agradezco tu invitación, de verdad me conmueve que me consideren parte del equipo, pero ya te dije que no puedo ir. Tengo planes —me respondió, inexpresiva.

Su confesión me sorprendió, porque ella ya sabía que este era un partido muy importante. Sabía que si ganábamos, los chicos y yo planearíamos algo para celebrar y, aparentemente, no le importaba acompañarnos. La confusión dio paso a la molestia.

Al enfrentarme a su mirada intensa, me olvidé por completo de que Lina estaba presenciándolo todo.

—¿Tan importante es que no puedes cancelarlo? —espeté, muy serio.

—No se trata de que sea algo más o menos importante que ir con ustedes, Asher; simplemente no puedo cancelarlo. ¿Lo entiendes?

—¿Qué es lo que tengo que entender, Beth?

—Vale, si tanto insistes, te lo diré. Voy a salir con Alan esta tarde, iremos al estudio de música; él tiene un amigo allí y le pidió que nos permitiera grabar la canción que compusimos juntos. Hemos estado ensayando toda la semana y los dos pensamos que sería increíble tener la melodía en un demo.

No tuve muy claro qué fue lo que sentí ante sus palabras, pero fue algo horrible. La sensación que me invadió fue indescriptible; se sintió como sumergirme en agua helada y quedarme sin oxígeno, algo similar a estarme ahogando.

—Puedes llamarle y decirle que se vean otro día —solté, contrariado.

Quería encontrar una excusa creíble para que ella se quedara y dejara tirado al imbécil que la pretendía, pero no se me ocurrió nada.

—Es imposible que lo cancelemos. El chico pidió permiso a sus supervisores para que nos dejaran entrar al estudio. ¿Tienes idea de lo difícil que fue para él conseguir su autorización?

—No, no tengo ni idea, pero sería genial que fueras más considerada conmigo y con los chicos. Ellos esperan que vayas.

—Pues explícales lo que te dije, estoy segura de que comprenderán mis razones y...

Levanté la mano para interrumpir su oración. La observé con los ojos entornados y despectivos.

—¿Sabes qué? Estaría muy bien que te fueras ya, no creo que a tu pianista le agrade que lo hagan esperar. Después de todo, ya lo elegiste a él, ¿no? —le solté con sequedad.

Sentí que los brazos de Lina se tensaban a mi alrededor y tuve que tranquilizarme para que no notara lo mucho que la discusión me había alterado.

Una sombra cruzó los ojos castaños de Beth y toda su calma fue sustituida por enojo.

Retuvo mi mirada con la suya durante unos instantes y me dolió ver la frialdad con la que soltó lo siguiente.

—Creí que entenderías cómo me hace sentir todo esto, pero solamente ves lo que te conviene —dirigió una mirada fugaz hacia Lina y agregó—: Lamento desilusionarte, pero yo también tengo derecho a pasar tiempo con alguien más.

Si su intención era hacerme sentir que me estaba entrometiendo de nuevo entre ella y Alan, lo consiguió, porque me invadió la culpa y el maldito arrepentimiento de haberle hablado como lo hice. Al sentir ese pinchazo de culpabilidad atravesarme el pecho, entendí que me comporté una vez más como un imbécil.

Quise retractarme y decirle que lo entendía, que comprendía que tenía una vida y que ella era libre de decidir a quién le dedicaba su tiempo, pero Beth ya no me escucho.

—Beth, no quise...

—Ya está Asher, déjalo, no digas nada.

Ella ni siquiera me miró al hablar, simplemente negó con la cabeza, me dio la espalda y se abrió paso entre la multitud para alejarse rápidamente de la cancha deportiva.

Me sentí agobiado al verla marcharse tan afectada, juraría que nunca me había sentido tan apesadumbrado como en ese momento.

La voz suave de Lina me sacó de mi ensimismamiento.

—¿No crees que has sido muy duro con ella? ¿Cuál es el problema de que se vaya con un chico?

Resoplé frustrado y regresé mi mirada a ella para responderle.

—Yo soy el del problema, siempre termino expresándome mal y le hago daño —mi voz sonó apagada y ronca.

—No creo que sea de esa manera. Hasta cierto punto, los dos se expresaron mal y por eso terminaron discutiendo.

—No me justifiques, tú también te diste cuenta de lo hirientes que sonaron mis palabras y...

Su boca me calló con un beso profundo que me dejó sin habla. No me sentí capaz de corresponder a su gesto afectivo, y ella de inmediato comprendió que necesitaba espacio.

Se apartó y sus brazos se separaron de mi cuerpo mientras elevaba el mentón y buscaba encontrar mi mirada.

—Puedes llamarme si quieres que vaya a celebrar contigo y tus amigos... Sé que no soy ella —recalcó la última palabra para hacer énfasis en lo que quería expresar—, Pero quiero estar allí acompañándote —sus dedos me rozaron la mandíbula. Me sonrió cuando agregó—: Déjame estar cerca de ti esta noche.

Mis comisuras forzaron una sonrisa y tuve que aclararme la garganta para recuperar la voz.

—Te llamaré y pasaré a recogerte a tu casa, ¿vale?

—Ok, estaré esperando tu llamada, Romeo —bromeó y me guiñó un ojo.

Asentí con una ligera sonrisa y ella volvió a acortar la distancia. A los pocos segundos, sentí la presión de sus labios sobre mi mejilla. Supe que ella no quería forzarme a besarla porque notaba mi inquietud. De alguna manera, me gustó que ella cambiara de actitud solo por mí.

Al sentir que se apartaba, incliné la cabeza, nuestras miradas se encontraron y en sus ojos azules se reflejó una dulzura auténtica.

Lina ya no dijo nada, simplemente se dio la vuelta y comenzó a avanzar detrás de la gente que se dirigía a la salida del campo. Noté también que captaba la atención de varios pares de ojos y no me sentó muy bien detectar indicios de interés en mi futura chica.

A decir verdad, no estaba seguro de que lo mío con Lina fuera algo duradero, pero al quedarme a solas con ella experimenté algo que no había sentido con nadie más; fue como si tuviéramos una conexión a través de la cual ella comprendía mi silencio.

Al ver que ya tenían la oportunidad de acercarse, las chicas que me habían apoyado corrieron hacia mí y comenzaron a bombardearme con preguntas aleatorias. Yo ya no tenía humor para hablar con nadie, así que respondí con monosílabos, sonando cortante. Después, tuve que decirles que ya tenía que irme y ellas me permitieron pasar.

Atravesé el campo cubierto de césped a gran velocidad, crucé las puertas de los vestidores y fui directo a las duchas con el propósito de refrescarme y tomarme el tiempo para aclarar mis ideas.

Perdí la noción del tiempo y solo fui consciente de la hora cuando terminé de ducharme. Mientras me frotaba el cabello con la toalla, me dirigí a mi locker para tomar mi celular y mi chaqueta del equipo. Salí a las 2:30 de las regaderas y cruce el área de los vestidores con la mente perdida en otro sitio.

Al llegar a la entrada, empujé las puertas y avancé por el extenso pasillo. Al llegar al extremo, di la vuelta y me alejé por otro corredor que conducía a la salida directa del aparcamiento.

Salí de las instalaciones con el pelo húmedo y mientras seguía avanzando me colgué la mochila en el hombro.

De camino al bus, Max me alcanzó mientras cruzaba el campo. Lo escuché decirme:

—¿Y bien, hermano? ¿A qué hora se pasarán Beth y tú por el bar para brindar juntos por nuestra victoria?

Al oír su nombre, los músculos de mi cuerpo se pusieron rígidos y mi mandíbula se contrajo.

—Beth no irá conmigo —solté con brusquedad, sin detener mis pasos y sin desviar la mirada.

—¿Por qué no? ¿Qué le dijiste ahora para que se niegue a celebrar con nosotros?

—Yo no le dije nada, simplemente le comenté que nos acompañara y ella dijo que tenía algo importante que hacer, así que no irá —le expliqué, tratando de no alterarme.

—¿Algo importante que hacer? Joder, hermano, eso no suena a algo que diría ella.

Me encogí de hombros y musité lo siguiente, intentando sonar desinteresado.

—Ella va a reunirse con el pianista ese del que te hablé; se verán hoy. Cuando me lo dijo estaba muy impaciente por irse... aparentemente no tiene tiempo que perder con nosotros —mencioné lo último con más amargura de la que quería demostrar.

Max pareció detectar el disgusto en mi voz y no pudo evitar contener una sonrisa burlona que me puso de peor humor, porque supe que soltaría algún comentario estúpido.

—Maldición, ni siquiera puedes ocultar lo mucho que te revienta que pase tiempo con otro. Te enfadas porque te dejó tirado para encontrarse con ese tipo, pero la culpa es tuya por no ser claro sobre lo que sientes.

De mis labios salió una risa hueca y absurda.

—No comprendo de qué sentimientos me hablas; si solamente te estoy respondiendo lo que preguntaste. Querías saber por qué no va a ir, y esa es la razón. ¿En qué momento dije que estoy enfadado por eso?

—No lo dijiste, pero lo demuestras en toda tu cara. Es evidente que te resulta insoportable que ella vaya a salir con él y no contigo —declaró él, convencido de sus palabras.

—Es verdad que no me agrada que pase mucho tiempo con él, pero eso no cambia lo que siento en absoluto.

Max me dedicó una mirada desconfiada y sarcástica.

—¿Tanto te cuesta admitir que te gusta? —cuestionó, frunciendo el ceño.

Exhalé con cierta molestia y apreté los puños. La irritación y el fastidio ya habían invadido todo mi sistema; si él no se callaba, no tardaría mucho en hacerme estallar.

Volteé a verlo y lo observé con los ojos entornados al decir:

—Entiende ya que ella no me gusta.

Mi amigo Max no se lo creyó y siguió insistiendo en encontrar respuestas.

—¿De verdad no te gusta ni un poco? No sé si lo tienes claro, pero que te agrade y la quieras como amiga es algo muy distinto a que te guste como chica y la quieras como querrías al amor de tu vida.

—Puedes dejar de deducir cosas inexistentes, por favor —le pedí con la poca paciencia que me quedaba.

—Bien, entiendo que estés en estado de negación porque Beth ha sido tu mejor amiga desde hace ya varios años, pero tarde o temprano tendrás que admitir que te atrae. Si no, pregúntamelo a mí, que he visto como la miras y cómo la proteges últimamente; ni siquiera a mí me permites acercarme demasiado.

—Cállate de una maldita vez, Max —espeté, enfadado.

—La proteges de mí, la protegiste del imbécil de Reagan y ahora no sabes cómo protegerla de ese pianista idiota, como tú mismo lo llamaste el día que me contaste que Beth ha empezado a salir con él. Asher, debes de estar muy enamorado de ella para no hacer nada cuando, en el fondo, te mueres de celos.

—¡Cierra la boca, Max! Te dije que no siento celos de nadie —le grité, ya furioso, y aceleré el paso para poner fin a esa conversación sin sentido.

A diferencia de mí, Max no estaba dispuesto a rendirse y siguió alardeando sobre el asunto.

—Di lo que quieras, en el fondo sabes que eso es amor, Asher, y eres un idiota si te niegas a ver que la estás perdiendo.

En un movimiento impulsivo, me volví hacia él para encararlo y le di un empujón agresivo que le hizo perder el equilibrio, pero se recuperó enseguida y alzó las manos buscando alivianar la tensión.

—Vale, no sientes nada y solamente son amigos, ¿ahora ya puedes soltarme?

En ese instante, caí en cuenta de que lo estaba sujetando del cuello de la camisa de manera amenazante. Lo solté inmediatamente y retrocedí un paso.

—Beth es importante para mí, la considero parte de mi familia, pero no la veo de la manera que piensas... Nosotros compartimos una conexión que nadie más entiende, pero no es una conexión amorosa.

Max asintió, aunque la duda persistió en su mirada verdosa.

—¿Estás seguro de...?

Le dirigí una mirada retadora que lo hizo desistir de buscar una verdad que no encontraría.

—Allá está el bus, subamos antes de que se haga tarde —expresó él con su habitual buen humor y siguió andando como si nada hubiera sucedido.

Yo lo seguí en silencio y, después de cruzar el aparcamiento, subí al autobús con mis compañeros de equipo.

El resto de la tarde tuve muy claro que era un grandísimo idiota que siempre complicaba todo con sus actitudes.

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