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♡ 20

BETH

Era una grandísima idiota; dije cosas sin pensar y lo arruiné todo. No había medido mis palabras y, otra vez, acabé discutiendo con él por Reagan. Asher suponía que yo me comportaba tan cambiante por su culpa, pero mi actitud también se debía a mis sentimientos por él, a sus nulos sentimientos hacia mí y a todo lo que me había guardado dentro desde que entendí que nunca estaríamos juntos.

La fiesta seguía su curso, pero yo me había quedado en pausa, absorta en mis pensamientos. Estaba apoyada en la barandilla de la terraza del segundo piso y, a pesar de ya no tener muy claro cuánto alcohol había circulando por mis venas, podía asegurar que la vista hacia el océano y la playa era absolutamente maravillosa y fascinante.

Después de pedirle a Asher que se fuera, volví al balcón y me quedé allí sintiéndome perdida, mirando hacia el cielo nocturno lleno de estrellas brillantes. La calidez de la brisa rozando mi piel era reconfortante y me brindaba mucha calma, pero al cerrar los ojos y respirar hondo, todavía me atormentaba la culpa.

El remordimiento por haberlo tratado de aquella manera tan cortante latía dentro de mí y me oprimía el corazón.

Me había costado tanto decirle esas cosas, forzar mi voz a expresar palabras hirientes, obligar a mi cuerpo a alejarse y distanciarse, porque tenerlo cerca me quemaba el alma.

Todavía no asimilaba que había rechazado irme con él y, en su lugar, había preferido quedarme en compañía de Reagan, alguien que no me comprendía y que jamás entendería el amor irracional que sentía hacia Asher.

Tomé esa decisión porque ya no quería depender de él. Decidí quedarme porque, por una vez, quería llevarle la contraria, pero realmente no me apetecía estar en esa fiesta, rodeada de gente extraña y de chicos como Reagan Rush, que no veían más allá de sí mismos.

No me había gustado nada la sonrisa de suficiencia que él le dirigió a Asher antes de que cada uno eligiera el camino que tomaría. Tenía claro que el camino que elegí no fue el indicado y seguramente me arrepentiría más tarde de comportarme como una resentida inmadura.

En lo más profundo de mi ser, sabía que el camino que quería seguir era el que me llevara a los brazos acogedores de Asher. Pero en la vida real, elegir a Asher podía considerarse algo imposible, porque, si se trataba de elecciones, él nunca me elegiría a mí, y eso me destrozaba, me rompía en pedazos.

Ray y yo hemos estado contemplando el mar durante un tiempo indeterminado; ya he perdido la cuenta y también le he perdido el sentido a seguir aquí engañándome a mí misma.

Asher no estaba equivocado en nada. Era verdad que Reagan jamás podría interesarme. Por otra parte, tampoco estaba ciega; sabía que el chico tenía un interés especial en mí y, sinceramente, no pretendía descubrir de qué se trataba, no era tan inconsciente para dejarme manipular por un chico encantador con aspecto de ensueño. Había bebido varias copas, pero no las suficientes para terminar cayendo en su juego.

—Ya se ha hecho tarde, tengo que marcharme —las palabras salieron solas de mis labios, sonaron como una declaración inevitable.

Me giré lentamente y apoyé mi espalda en la barandilla mientras enfocaba mi mirada en las luces de colores que parpadeaban y se deslizaban en todas las direcciones posibles, formando figuras poco claras.

Él me observó y dijo con voz ronca:

—No deberías permitir que te afecte tanto.

Su tono fue bajo, pero justo en ese momento estaba sonando en los altavoces una canción que era lo suficientemente ruidosa para no entenderlo.

—Disculpa...

—Yo sé que estás así por él; me di cuenta de cómo lo mirabas y siempre he sabido que te gusta, que le quieres. Pero creo que sabes que él no te merece, porque siempre que tiene oportunidad te hace sufrir.

La honestidad de sus palabras consiguió desconcertarme. Anteriormente, los dos habíamos bebido un par de copas de champagne y una lata de cerveza fría y refrescante, pero, llegado ese momento, el alcohol en nuestro sistema ya comenzaba a deteriorarse.

—Si ya sabías que estoy enamorada de él, ¿por qué me invitaste a venir?

—No quiero mentirte, lo hice para molestarlo, quería provocarlo. En un principio, ese fue mi plan —confesó, frotándose la cara con las manos para despejar sus ideas—. Sin embargo, al conversar contigo nada se sintió falso, y esta noche, estando justo a tu lado, he comprobado que nada de lo que he dicho hasta el momento fue mentira, Eli. Me gustas y, si fuera posible, me encantaría salir contigo, pero con Bennett metido entre nosotros, eso es imposible.

Mis comisuras se elevaron y dibujaron una sonrisa irónica.

—Con Asher todo es imposible. No puede verme con otros ojos y, la mayoría de las veces, su indiferencia me lastima. Tampoco puedo dejar de ser su amiga porque le quiero. Dejar de amarlo y querer odiarlo da el mismo resultado: no puedo hacer ni una cosa ni la otra, así que me conformo con ser su amiga, pero cuando lo veo con alguien más simplemente... no puedo soportarlo.

Me separé de la orilla y enredé las manos en mi cabello, invadida por la confusión y el nerviosismo. Estaba hablando de más a causa del alcohol que circulaba por mi cuerpo, no podía detenerme.

No debería contarle nada a Reagan ni confiar en lo que me decía, pero estaba desesperada por hablarle a alguien sobre mis sentimientos.

De pronto, percibí su respiración detrás de mi oreja. Oí claramente su voz ronca y profunda cuando murmuró:

—Él tampoco puede soportar verte conmigo, preciosa.

Pronunció cada palabra de manera juguetona y su aliento me acarició la piel mientras depositaba un beso delicado sobre mi sien.

Sus labios ansiosos recorrieron mi piel con delicadeza. Reagan dejó en mi cuello una lluvia de besos ardientes, desde mi garganta hasta mi clavícula. No lo detuve porque tenía la mente nublada y mi mayor deseo era olvidarme del daño que él me hacía siempre que decía palabras dulces y rompía mis ilusiones al decírselo a todas las demás.

Inesperadamente, me mordió el lóbulo de la oreja y me sujetó de las caderas para pegarme más a su pecho firme. Escuché que gruñía en mi cuello, y su sensual ataque pasional de besos embriagadores me mantuvo cautiva durante algunos segundos más.

Su boca me tomó desprevenida al posarse sobre la mía. Sus labios capturaron los míos y los saborearon, rozándolos una y otra vez.

No podía reconocer esta parte de mí que dejaba de lado la timidez y la cordura para navegar por rumbos desconocidos.

Solamente había besado a un solo chico en toda mi vida y, a pesar de haber experimentado un centenar de emociones cuando sucedió, lo que sentí mientras Reagan me besaba fue distinto y explosivo. Sin embargo, a pesar de ser una experiencia sensacional, no produjo en mi interior esa chispa, esa sensación intensa de placer y dulzura que solo los labios del desconocido pudieron provocar.

Él me hizo dar la vuelta, me envolvió la cintura con sus grandes manos para profundizar el beso y se lo permití, aún con la inquietud en mente. Elevé mis manos de sus hombros a su cuello y deslicé los dedos tras su nuca.

Nuestras bocas se exploraban y se extasiaban. Deseaba emocionarme; mi cuerpo necesitaba de esas sensaciones apasionantes e irrefrenables que experimenté al dar mi primer beso, pero no sentí nada. No hubo conexión con Reagan y tampoco sentí pasión ni anhelo de volver a repetirlo.

Al final me rendí y me separé de él, furiosa conmigo misma.

¿Por qué no podía sentirlo?

—No me siento bien haciendo esto, será mejor que lo dejemos aquí.

—Si eso es lo que quieres, no insistiré. Solamente diré que aquí estaré por si alguna vez te apetece continuar donde lo dejamos —me guiñó un ojo con picardía y me acarició suavemente la mejilla.

Le sonreí y lo observé mientras se separaba de mí y daba la vuelta para acercarse a un grupo de chicos que seguramente eran sus amigos o conocidos.

Al quedarme sola, solté un suspiro profundo y me froté la nuca nerviosamente.

Me quedé mirando el océano y esperé allí a que el ritmo de mis latidos volviera a latir con tranquilidad. Inspiré hondo varias veces hasta que logré recuperar el aliento. Ya más calmada, decidí que era momento de volver, así que dirigí mis pasos hacia las puertas correderas que conducían al enorme salón de juegos. Allí había más de cincuenta personas disfrutando de sus latas de cerveza mientras se divertían con toda clase de juegos extraños.

Atravesé el salón a pasos apresurados y pasé inadvertida junto a los invitados mientras buscaba a Melissa entre la multitud. Habíamos llegado juntas un par de horas atrás, solamente que cuando Reagan se me había acercado, ella se esfumó diciéndome que le pidiera su número después de besarlo.

Llegué al pasillo y no me detuve hasta encontrarla recargada en la barandilla de las escaleras. Caminé hacia ella apresuradamente y tuve que esquivar a varios chicos borrachos que se reían a carcajadas y bloqueaban el camino con sus atléticos cuerpos.

Antes de llegar a ella, sentí la vibración de mi celular en el bolsillo de mano que Melissa me había obligado a llevar. Abrí el cierre, tomé el móvil y respondí a la llamada.

—¿Hola? ¿Quién habla?

—Elisaaa —canturreó la voz entusiasmada de mi amiga—, ¿Dónde te has metido, chica? Te me perdiste de vistaaa —arrastró la última sílaba.

Rodeé los ojos, colgué la llamada y finalmente me detuve justo a su lado.

—Estoy aquí, Mel —exclamé, pasándole las manos delante de los ojos para que volteara.

Melissa soltó una risita torpe y se volvió hacia mí con las manos aferradas al barandal.

—Es cierto, qué bueno que no te perdiste en la habitación de Reagan, ya me había preocupado por ti —mencionó y luego exhaló un prolongado suspiro.

Repentinamente, sus manos heladas me agarraron los brazos y me sacudieron enérgicamente.

—No te dejes engañar por Ray, escuché por ahí que anoche se enrolló con Briana Harris.

Mis ojos se entrecerraron y mis cejas se arquearon por la sorpresa, aunque ciertamente eso no era difícil de creer. Reagan era un mujeriego; ya lo había comprobado yo hacía algunos minutos atrás, después de haberlo besado.

—Tranquilízate, Mel. Tengo muy claro que no quiero estar con él —le aclaré.

La tomé del brazo para ayudarla a subir los tres escalones que faltaban. Temía que pudiera caerse porque claramente estaba muy borracha.

Melissa respiró hondo, aliviada, y asintió repetidas veces mientras susurraba:

—No debes quererlo, no debes creerle.

Su mirada estaba clavada en el suelo y no paraba de repetir las mismas palabras.

—Oye, Mel, ¿te encuentras bien? Necesito que te quedes aquí. Yo bajaré a buscar un vaso de agua y volveré contigo, ¿ok?

Ella reaccionó de improviso y me sujetó del brazo cuando vio que me giraba para bajar las escaleras.

—No tienes que verlo —la confusión me invadió—. Te lo pido, Eli, quédate aquí por tu propio bien. No bajes.

Me detuve al ver su suplicante mirada. Me sentí confusa al distinguir en sus ojos una emoción de pena y lástima.

—¿Puedes decirme ya qué es lo que quieres evitar que vea?

—No quiero verte mal por su culpa otra vez —de repente, la voz de Mel se oía más clara y entendible—. Asher está aquí. No entiendo por qué vino si se supone que Ray y él tuvieron un conflicto hace un tiempo.

—Si se trata de eso, puedes sentirte aliviada, porque hace un rato lo vi y le pedí que se fuera —comenté con la intención de tranquilizarla.

Mi voz sonó despreocupada y en calma, pero la expresión en el rostro de Melissa me hizo sentir insegura y nerviosa de nuevo.

—¿Qué ocurre? —cuestioné. Ahora me sentía tan alterada que escuchaba los latidos de mi corazón en mis oídos.

—Él no se ha ido, Beth. Está abajo... con Brianna. Si bajas, los encontrarás juntos y te sentirás muy mal.

Un zumbido me ensordeció los oídos y ya no pude seguir respirando porque el aliento se escapó de mis labios.

—Pero a ti ya no te va a importar lo que él haga, me lo dijiste ayer, ¿verdad? Que te alejarías de él para intentar superar ese amor que le tienes. Tal vez ya lo estás superando y pronto dejará de afectarte, verás que sí.

La voz de mi amiga era alentadora y me ofrecía algo de consuelo, pero las punzadas que oprimían mi corazón eran tan hirientes que me robaban el oxígeno.

Sacudí la cabeza y evité mirarla mientras pasaba junto a ella. La escuché gritar mi nombre mientras bajaba las escaleras a pasos apresurados. Mi respiración estaba agitada y me sentía sofocada, pero esa vulnerabilidad no me detendría.

Al llegar abajo, deslicé la mirada en todas las direcciones. El movimiento continuo de las luces coloridas me deslumbraba. El dolor punzante en mi cabeza ya comenzaba a hacer acto de presencia.

Recorrí la pista de baile, entré a la cocina y no lo encontré por ninguna parte. Solamente quedaba un lugar más por inspeccionar y, antes de dirigirme allí, tuve que inspirar hondo y mentalizar que todo estaría bien, esto con el propósito de tranquilizar el ritmo frenético de mis latidos.

Al empujar la puerta de vidrio trasparente, una pareja se atravesó justo delante y me bloqueó el campo de visión durante una serie de segundos, pero cuando se apartaron y se fueron muy pegados hacia el rincón más oscuro del gran salón, ya nada me impidió visualizarlo.

Asher estaba sentado en el sofá y había una desconocida sentada sobre su regazo. Ella era muy hermosa, llevaba el pelo rubio, largo y lacio; su cuerpo era estéticamente perfecto porque no era delgada ni muy alta. Era el tipo de chica a la que los chicos llamarían sexy y atractiva.

A pesar de la poca iluminación, me percaté de que Asher le murmuraba al oído y ella le sonreía, ruborizada. La chica subió las manos por su cuello y deslizó sus largos dedos sobre el rostro de Asher, dibujando el contorno de sus labios y trazando las líneas de sus rasgos mientras a él le brillaban los ojos de deseo.

Las manos inquietas de Asher se desplazaron de su cintura hacia sus piernas y, con mucha lentitud, comenzaron a acariciarle superficialmente los muslos. En cierto momento, sus rostros se aproximaron y sus bocas se juntaron para encontrarse con urgencia.

Una niebla espesa empañó mis párpados. Contuve el aliento y aparté la mirada. Estaba a punto de marcharme con el corazón roto y el alma deteriorada, hecha pedazos, pero justo en el preciso instante en el que retrocedí para volver sobre mis pasos, escuché que varios chicos y chicas gritaban a coro:

—Que se besen, que se besen, que se besen.

Al devolver la mirada hacia el mismo punto, un remolino de emociones arrasó conmigo, tanto física como emocionalmente. Al parecer, la chica se había levantado para tomar entre sus dedos una copa de vino. Cometí el error de mirar a Asher y lo encontré tendiéndole la mano. Ella le dirigió una resplandeciente sonrisa antes de acercarse y tomarle la mano que él le ofrecía; vi sus dedos entrelazándose y después observé que él tiraba de ella para que volviera a acomodarse sobre su cuerpo.

Ella se sentó sobre su regazo, colocando una pierna a cada lado de las suyas, de manera que el vestido ajustado y corto que llevaba puesto se le subió hasta los muslos, dejando al descubierto su piel bronceada, detalle que no pasó desapercibido para ninguno de los chicos presentes, y Asher no fue la excepción. Instantáneamente, su mirada se vio atraída por aquella piel casi por completo descubierta; él se fijó detenidamente en sus piernas y deslizó los dedos sobre los tatuajes oscuros trazados en su piel.

Aguanté la respiración al darme cuenta de que sus ojos se fijaban con descaro en cada zona de su cuerpo, mientras sus manos varoniles la recorrían ansiosamente. La rubia bebió un sorbo de la copa que sostenía en su mano y se mordió el labio inferior cuando los centelleantes ojos azules de Asher le contemplaron el rostro.

Sus miradas se cruzaron, y el anhelo que leí en los ojos de Asher me atravesó el alma como un cuchillazo. Ella le sonrió indiscretamente y se inclinó sobre él para besarle el cuello. Asher cerró los ojos, complacido con sus besos, y sus dedos presionaron sus caderas para pegarla más a su cuerpo.

Finalmente, sucedió lo que sabía que pasaría. Debí salir corriendo para no presenciarlo, pero fui débil y mis piernas no me permitieron moverme. Me quedé quieta, congelada junto a la puerta, sintiendo como me quebraba de dolor.

Fue él quien tomó la iniciativa. La sujetó por las caderas con firmeza y la atrajo hacia su pecho para eliminar la distancia y rozar sus cuerpos. Luego, muy lentamente, subió sus manos a lo largo de su espalda y las desplazó hacia su cuello, agarrándola de la nuca. En ese instante, sus ojos azulados me encontraron a la distancia y conectaron con los míos. Deseé con todas mis fuerzas evitar el contacto visual, pero no pude apartar la mirada de ellos dos y tampoco fui capaz de parpadear. Estaba expectante, esperando el golpe más violento que acabaría con mi fragmentado corazón.

En un solo movimiento, él se lanzó sobre los labios de la chica para devorarlos con pasión y lujuria. Sus bocas se encontraban mientras se besaban con desenfreno. En un segundo, mi corazón se descompuso y mis ojos se humedecieron.

A su alrededor, todos silban y lanzan comentarios contraproducentes e inapropiados, pero ellos estaban absueltos en explorarse mutuamente y no veían nada más allá.

En su debido momento, él deslizó sus manos por los costados de su cintura y recorrió su piel con fervor, sin detenerse a pensarlo o dudarlo. Las manos de ella le acariciaron la mandíbula, el cuello, los hombros, los musculosos brazos, y se perdieron explorando su pecho y abdomen.

Mis párpados derramaron las primeras lágrimas al mismo tiempo que mi corazón se tensaba de dolor. Ya no pude soportarlo; acabé rota y hundida en la tristeza. Les di la espalda y me alejé a toda prisa de ese lugar, experimentando sensaciones punzantes y desgarradoras.

Con cada palpitación, mi corazón se oprimía y se quebraba en pequeños trozos de los que se derramaba sangre.

Cuando ya no pude contenerme más, me fui a ocultar a una de las esquinas más recónditas y oscuras.

Sentir tanta melancolía y tanta presión en mi interior me resultaba insoportable. La tristeza que sentía me estaba quemando por dentro y le prendía fuego a mis emociones.

Me apoyé de la pared y eché la cabeza hacia atrás mientras me deslizaba hasta que mis piernas tocaron el suelo. Allí escondida, sintiéndome insignificante y pequeña, me abracé a mí misma y me estremecí por el llanto.

Estaba acostumbrada a ser la que perdía más en esa historia, pero aún me seguía afectando verlo con alguien más. Nunca me acostumbraría a no poder tenerlo de la manera que mi corazón lo necesitaba.

Comencé a sollozar y descargué todo mi dolor liberando las lágrimas que había guardado durante meses. Asher me había dañado antes, pero esa noche acabó conmigo de la manera más cruel y destructiva. Rompió mis ilusiones, destruyó la conexión que teníamos y arruinó nuestra amistad.

Estaba a punto de dejarme caer, iba a darme por vencida, me derrumbaría allí mismo, pero de pronto, todos esos sentimientos que me lastimaban le dieron paso a un enfado descomunal y explosivo.

Separé el rostro de mis rodillas y me limpié las mejillas húmedas con las palmas de las manos. Me impulsé de la pared para levantarme y tomé una decisión irrevocable.

No permitiría que me afectara más; acallaría la voz de mi subconsciente y le haría frente a la situación.

Me encaminé a la mesa de bebidas más próxima y busqué cualquier cosa que contuviera alcohol, tratando de disminuir el dolor en mi interior.

En la mesa había contenedores con latas de refresco, neveras que mantenían las cervezas frías y, por supuesto, una larga selección de bebidas alcohólicas.
Había licores, copas de vino, botellas medio vacías de tequila, vodka, ron y también de whisky, y yo me sentía tan afectada que los combiné todos. Al probarlos, el sabor amargo me fue pasando desapercibido; el excesivo consumo de alcohol ya me quemaba la garganta, pero no me importaba, porque no pararía de beber hasta que mi mente estuviera en blanco.

Me bebí varios tragos de tequila y unas cuantas copas más de vino. Esperaba que el alcohol en mi sistema me hiciera olvidar lo que acababa de presenciar para que ya dejara de dolerme.

Me tomé un trago de un líquido amargo de color azul e hice una mueca de desagrado cuando lo sentí bajar por mi garganta.

—¿Demasiado amargo para tu gusto?—me preguntó una chica que no conocía.

No le respondí y me encogí de hombros al beberme su contenido a fondo; de inmediato, el sabor amargo del whisky me calentó el estómago.

—Honestamente, pienso que la vida es mucho más amarga, o al menos la mía se ha convertido en un infierno estos últimos días —expresé con la voz quebrada y desanimada.

—¿Lo dices por ese chico que está con Brianna? —cuestionó la desconocida, señalando la dirección por la que yo había aparecido.

Aparté la mirada, molesta, y bebí cerveza del vaso que sujetaba, apretándolo con bastante fuerza. Me reí sin ganas y dije con la voz exenta de emoción:

—¿Por quién más sino? ¿Te has dado cuenta de cómo se comporta? Actúa como si nada hubiera ocurrido en absoluto, y así es siempre. Estoy harta de él, ya me cansé de ser la amiga buena que está allí cuando él necesita compañía.

La joven pelinegra se burló abiertamente de mi comentario. Vi que apartó la copa de vino de sus labios y volvió a hablar.

—Lo que haga él solo te afectará si permites que te afecte, y la mejor manera de vengarte es haciéndole ver que te importa muy poco.

La miré, frunciendo el entrecejo.

—¿Lo dices por experiencia propia?

Ella asintió, totalmente despreocupada, y se rió de algo que debió parecerle divertido.

—Es un consejo de chica a chica, y espero que lo tomes en cuenta, porque ellos nunca te valoran hasta que ven que ya te han perdido. Demuéstrale que tú también eres capaz de salir con chicos y verás como viene de rodillas a pedirte una oportunidad.

Su manera de pensar era demasiado confusa, pero supe que, en gran parte, tenía razón.

Le dirigí mi mejor sonrisa y asentí.

—Supongo que tienes razón. Dime, ¿te conozco de alguna parte?

Ella negó con la cabeza.

—No, no nos conocemos. Vine hasta aquí porque noté tu reacción cuando ellos se besaron. Verás, yo era una de las chicas que estaban allí presenciando el espectáculo.

—Oh —fue la exclamación que salió de mis labios.

—Escucha, si me acerqué a ti fue para decirte que, a pesar de lo que viste, no te dejes engañar. Sé muy bien cuando un chico gusta de alguien, y entre ellos no surgió ningún chispazo, así que deduzco que ese chico debe tener sentimientos hacia alguien más.

Apreté los labios con amargura.

—¿Eso debería hacerme sentir mejor?

—Tal vez, porque puede que él en secreto esté loco por ti —confesó ella.

Una pequeña parte de mí deseó tener la esperanza de que aquello era cierto. Quizás estaba siendo masoquista, porque todavía no quería renunciar a la idea de verlo enamorado de mí, cuando probablemente eso jamás ocurriría.

Joder, me había tomado tantas copas y tantas cervezas que ya estaba perdiendo el sentido de las cosas. El alcohol en mis venas ya comenzaba a hacer efecto y estaba a punto de borrarse de mi mente el motivo por el que me había soltado a llorar.

—Dudo que algún día Asher pueda llegar a verme de esa manera, pero te agradezco sinceramente el apoyo y el consejo.

—Es lo menos que se puede hacer por un corazón roto.

—Me has hecho sentir mejor, eso es muy conmovedor para mí.

—Ok, no fue nada. Quería animarte, chica.

—Ya lo ves, conseguiste sacarme una sonrisa —mencioné, ya más alegre.

—Y espero que nunca más dejes de sonreír por culpa de un hombre —me aconsejó y se giró para marcharse. Antes de irse, su mirada regreso hacia mí y agregó—: Una cosa más, nunca le demuestres a ese chico que tiene el poder de destruirte, porque lo utilizará en tu contra.

Asentí automáticamente.

—Vale, adiós y hasta pronto.

Se despidió con un ligero movimiento de mano y se volvió para perderse entre todos los cuerpos en movimiento.

Exhalé un suspiro, me apoyé en la mesa y descansé las dos manos sobre la superficie. Me atacó un fuerte mareo y la cabeza comenzó a palpitarme dolorosamente.

Al final, beber tanto había estado fuera de lugar, porque nunca me había emborrachado en mi vida.

Cuando todo a mi alrededor dejó de dar vueltas y el equilibrio de mi cuerpo se estabilizó, tomé una profunda bocanada de aire. Al recuperarme por completo, solamente pude pensar en ir a algún sitio en el que pudiera respirar aire fresco.

En vez de dirigirme a la pista para divertirme y distraerme, como me prometí a mí misma que haría, me dirigí hacia la zona de baile, atravesé la pista y crucé el umbral de puerta corrediza para salir al balcón. A pesar de estar en el primer piso de la mansión, se podía admirar un magnífico panorama: desde allí se veía la playa y el mar a menos de veinte metros de distancia. Me quedé parada junto a la barandilla y escuché el ruido lejano de las olas golpeando las rocas, y también oí el soplido ligero del viento. Sentí la brisa fresca de la noche y me perdí contemplando el resplandeciente océano iluminado por la luz de la luna.

Apoyé los brazos en el barandal de metal y me quedé allí un gran rato, escuchando una canción tras otra, mientras evitaba pensar en el caos emocional que llevaba dentro.

—¿Beth? —murmuró alguien detrás de mí en un tono vacilante.

Cuando se recargó de espaldas en la barandilla, me encontré con esos ojos pálidos de color azul intenso. Se quedaron fijos en el cielo despejado y repleto de estrellas brillantes.

Vi que le dio dos tragos a su cerveza sin proponerse mirarme ni por error. ¿Qué le pasaba? ¿Acaso se había acercado pretendiendo que tuviéramos una conversación normal? ¿No estaba enterado de que no quería verlo ni oírlo?

—¿Puedes escucharme un par de minutos? Por favor —inquirió y se pasó una mano sobre el rostro.

Su petición fue algo desconcertante y confusa, pero no pude negarme, así que simplemente asentí con la cabeza débilmente.

Sin voltear, lo miré de reojo y vi que se volvió ligeramente hacia mí, con expresión decidida y seria. A continuación, tomó aire, exhaló lentamente y me miró detenidamente.

—Últimamente, cuando intentamos comunicarnos, todo se vuelve un desastre. Reconozco que en gran parte es mi culpa.

La culpa y el arrepentimiento se reflejaban en su mirar. Sentía mi corazón congelarse bajo su profunda mirada.

Mientras lo contemplaba, me pareció que el ambiente se volvía más frío y gélido. Vi cómo le dio un gran trago a su lata de cerveza antes de mirarme con cierto recelo.

—Me cuesta aceptar que estás interesada en él, ¿vale? No estoy de acuerdo en verle cerca de ti porque no me fío de lo que dice pretender contigo.

Me observaba con intensidad y detenimiento. Su mirada atenta me hizo estremecer.

—No quiero que me apartes de ti. Yo no puedo estar bien cuando nosotros estamos mal.

Se inclinó hacia adelante, posó una mano junto a mi cintura, en la barandilla, y me observó con aire arrepentido. Contuve la respiración.

—Vine a disculparme por todas las estupideces que dije en la cafetería y también por haberme expresado mal esta noche. Bethy, yo no buscaba herirte u ofenderte, solamente quería recuperar a mi mejor amiga.

Al tenerlo tan cerca, contemplé su intenso mirar azul recorriendo mis ojos y apreciando mi rostro.

Nuestras caras estaban muy cerca, casi rozándose, y mi adormilada mente no pudo evitar preguntarse qué sucedería si reducía el espacio para percibir una caricia fugaz de sus labios con los míos.

Perdí el aliento y me forcé a mirarle los ojos y no la boca, para no volverme loca idealizando y fantaseando con apasionados besos que nunca le daría. Al escanearlo con la mirada, me fijé en que llevaba el pelo negro peinado hacia los lados, y no fue la primera vez que pensé que para cualquier chica que lo tuviera delante y a escasos milímetros, él era un chico bastante atractivo, encantador, simpático e inalcanzable, sobre todo para mí.

Al encontrarme mirándolo tan indiscretamente, se aclaró la garganta y formó una media sonrisa en sus labios. Inspiró hondo y soltó el aire lentamente sin dejar de contemplarme.

Se me quedó mirando en silencio unos segundos. Noté que su mano se extendía para posarse sobre mi mejilla; sus dedos me acariciaron suavemente la piel y su tacto se sintió tan increíble que casi me olvidé de cómo respirar.

La mano que tenía apoyada en el barandal se movió para rozar la mía, pero yo rápidamente la aparté para evitar su contacto.

Respiré hondo para recuperar el aliento y le dije con la voz ronca:

—No puedes estar sin mí, eh, me necesitas.

Mi voz salió como un susurro pretencioso. De un momento a otro, él se echó a reír, una risa cálida y tranquila.

—Estás un poquito equivocada —expresó para corregirme y me tocó con el dedo pulgar la punta de la nariz—. No es que no pueda, sino que no quiero estar nunca sin ti.

Mis piernas se tambalearon, tal vez a causa del alcohol que invadía cada parte de mi sistema. Ese efecto de mareo terminó mezclándose con las sensaciones conflictivas que me revolvieron el estómago después de escucharlo decir aquello.

Él volvió a inhalar hondo y expulsó el aire sobre mis labios antes de hablar.

—Te quiero y te querré para siempre —el azul de sus ojos se intensificó y su dulce voz se volvió un murmullo cuando añadió—: Eres mi chica especial, te adoro, Elizabeth Hayes, y no quiero que te vayas nunca de mi vida. Dime qué te quedarás conmigo, que vas a estar siempre y nunca te irás. Necesito que lo digas, Bethy.

Sus ojos se cerraron y su frente se apoyó sobre la mía casi al mismo tiempo que nuestras narices se tocaron. Mi corazón se derritió de amor. Pronto no podría resistirme más a su cercanía.

—Voy a quedarme en tu vida porque no pienso ir a ninguna parte sin mi mejor amigo—expresé en voz baja, casi sin aliento.

Asher abrió los párpados y nuestras miradas volvieron a cruzarse, a enlazarse y consolidar la conexión que tanto conocíamos. No pude mirar hacia otro lado porque estaba profundamente cautiva por la intensidad de su mirada.

—Y aunque lo intentaras, yo no permitiría que te fueras de mi lado.

El muy idiota consiguió arrancarme una sonrisa. Nos reímos al mismo tiempo y nos separamos un poco para mirarnos con complicidad.

—Ahora que estamos bien, vas a decirme que todavía sigues enfadado conmigo —entrecerré los ojos e intenté leerle el pensamiento.

Él sonrió mientras sacudía la cabeza.

—Sabes que no puedo enfadarme contigo. Eres mi debilidad.

No sé si fue un efecto secundario del alcohol o si se me había zafado un tornillo de la cabeza y estaba ya muy loca como para razonar a consciencia; solamente sé que me enganché con su ternura. Sus dulces palabras me enamoraron mucho más.

Tenía ganas de tenerlo cerca de mí y no pude resistirme.

Me acerqué a él de improviso y deslicé los brazos sobre su chaqueta de cuero hasta rodearlo y entrelazar mis dedos tras su espalda. Con los ojos cerrados, solamente sentía su aliento en mi cuello y el delicado contacto de su mano en mi cintura.

—Abrázame y dime qué todo estará bien entre nosotros —susurré con la voz rota y suplicante.

Maldición, estaba siendo patética.

Me tomó por sorpresa que él no se opusiera, solamente hizo lo que me pedí sin detenerse a dudarlo. Aferró sus manos a mi cintura y no me soltó. Mis manos se deslizaron por sus bíceps, sobre sus hombros, hasta llegar a su nuca. Me terminé acurrucando junto a él, envuelta en su olor a miel.

Él se inclinó ligeramente y ambos enterramos la nariz en el cuello del otro, necesitados de afecto. Lo abracé con fuerza y le susurré al oído:

—Ahora mismo no podría estar así de feliz con nadie más.

Sus brazos me rodearon más fuerte y escuché su risa junto a mi cabeza. El dulce abrazo y la sensación de tener su cuerpo contra el mío eran indescriptibles.

Era irrefrenable mi necesidad de tocarlo; a los pocos segundos, mis manos viajaron por su espalda, sus hombros y su cuello. Finalmente, mis dedos se posaron en sus hombros musculosos.

Cuando mi cabeza se apoyó en su torso, de inmediato me sentí segura y reconfortada. Cerré los ojos y me sentí envolver por los lentos latidos de su corazón bajo mi palma.

—La felicidad de los dos está justo aquí —pronunció con voz suave y sincera.

Sentí que los ojos se me volvían a llenar de lágrimas. Me ponía sentimental cuando me decía esas cosas; sí, probablemente no estaba en mis cinco sentidos, porque oficialmente era la primera vez que me emborrachaba.

—¿Ya me has perdonado por todo lo que dije?

—No hay nada que perdonar. A los mejores amigos no se les guardan resentimientos —mi voz fue pausada y llorosa.

Asher me separó de su cuerpo con delicadeza y analizó mi rostro, visiblemente preocupado.

—¿Has estado bebiendo?

—Siiip, ¡SORPRESA! —exclamé antes de echarme a reír como una completa tonta.

Mi amigo negó con la cabeza, repentinamente serio. No aprobaba que me pasara de tragos y entendía sus razones porque, en cuestión de horas, me había convertido en un desastre total.

Me acarició la mejilla con una ternura infinita y oí que decía:

—Llegó el momento de que nos vayamos.

Asentí sin protestar y permití que me tomara del brazo para sacarme de allí. Mientras cruzábamos la pista de baile, me sentí aturdida por la música ruidosa, el bullicio de voces, y el salón lleno de gente. Oh, y por si fuera poco, el desplazamiento de las luces me provocó dolor de cabeza y fuertes mareos.

Al llegar afuera, mi vista ya estaba borrosa y sentía el sueño recayendo sobre mí. Los párpados se me cerraban y me sentía tan mareada que temí desmayarme.

Llegamos a la playa y cruzamos el camino de arena. Al ver que iba delante de mí, me concentré en echarle un vistazo a su atuendo: llevaba puesta una de sus camisetas negras con una chaqueta de cuero encima; lucía espectacular, igual que siempre. Tuve que parpadear algunas veces para aclarar mi visión cuando, inesperadamente, vi que se quitaba la chaqueta y que sus brazos quedaban descubiertos.

De pronto, Asher colocó su chaqueta sobre mis hombros. No existía nadie más considerado en la tierra, y esa era una cualidad suya que me hacía amarlo intensamente.

Mientras avanzábamos por la acera, no pude evitar ser consciente de que en esa chaqueta estaba impregnado el olor de Asher. Era un aroma fuerte e intenso, combinado con una esencia masculina que me derretía los sentidos.

Inconscientemente, cerré los ojos y me vi a mí misma cerrando la cremallera de su chaqueta para envolver mi cuerpo en ese exquisito olor refrescante e impregnante. Asher olía sensacional; sin duda alguna, su ropa también llevaba la marca y la esencia que únicamente percibía cuando estaba con él.

Su voz delicada volvió a mi mente cuando se detuvo junto a un auto deportivo rojo.

—Te ayudaré a subir.

Lo miré mientras me abría la puerta y me invitaba a subir en el lado del copiloto. Me pregunté de quién sería ese auto, pero no consideré cuestionárselo porque mi sentido de desorientación estaba más activo que nunca.

Asher me ofreció la mano y me ayudó a acomodarme en el asiento, me puso el cinturón de seguridad y cerró la puerta. Lo miré a través del parabrisas mientras se daba la vuelta para subirse del otro lado. Él entró al auto, encendió el motor, puso la calefacción y piso el acelerador para ponerse en movimiento.

Salimos del aparcamiento en cuestión de minutos y dejamos atrás las hermosas vistas hacia la playa. Después de diez minutos en los que recorrimos la costa, nos incorporamos al camino de la carrera.

Su mandíbula estaba crispada, sus dedos estaban cerrados y tensos en el volante, y sus delineados labios estaban apretados, formando una línea de disgusto. No le gustaba verme en ese estado y seguramente se culpaba a sí mismo por ello.

Los dos suspiramos y ninguno dijo nada de camino a casa. Yo terminé estirando el cuello hacia atrás e incliné la cabeza ligeramente para contemplar el paisaje que veía pasar al otro lado de la ventanilla del auto.

La vida nos ofrecía oportunidades, nos daba señales. Ya me quedaba claro que él nunca vería las mías.

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