♡ 19 P2
ASHER
Cuando llegué a la playa y estacioné mi motocicleta en el extenso aparcamiento de la mansión de los Rush, vi mi reloj y comprobé que eran las siete y media de la noche. El viento que soplaba en la costa se sentía frío y fresco. Al quitarme el casco, la brisa alborotó mi cabello y la brisa del aire me acarició la nuca. Al asegurar el casco, me froté las manos entumidas y me acomodé los pliegues de la chaqueta de cuero de color marrón que había elegido para la ocasión.
Observé a mi alrededor en busca de encontrar a Max por alguna parte y lo vi parado a varios metros de distancia. Se encontraba apoyado en un auto rojo, el convertible de su hermano mayor, Andrew.
Vi que sonreía mientras me veía acercarme.
—Hola, brother. ¿Has notado que hoy he venido acompañado de esta belleza? —dijo, señalando el cofre del auto y sonriendo ampliamente.
—Te encanta presumir, ¿verdad? —exclamé sarcástico, y los dos nos saludamos chocando los puños.
—No te lo voy a negar, me enorgullece que en menos de un año esta belleza va a pertenecerme.
—¿Sigue en pie su trato?
—Así es, en algunos meses, cuando nos graduemos de la academia con honores, Andrew pondrá a Emily a mi nombre.
Solté una carcajada al entender que "Emily" era el impresionante auto deportivo.
—Tienes mucha suerte, no hay muchos hermanos que te regalen un auto simplemente porque te gradúas —comenté enérgicamente mientras comenzábamos a acercarnos a la gran entrada de la mansión.
—Lo sé, soy afortunado por eso.
Los dos asentimos y nos reímos. Al acortarse la distancia, notamos que un estruendoso ruido musical se expandía por los alrededores y hacía vibrar el suelo con intensidad.
Max y yo llegamos a la entrada. La puerta estaba abierta de par en par, dejando paso al interior de la casa. En el salón principal se podían ver chicos y chicas bailando al ritmo agitado de la música. El exterior de la mansión tenía ventanales enormes que sustituían las paredes, y el suelo de mármol estaba resplandeciente bajo la luz de los reflectores. Al adentrarnos, notamos que toda la casa estaba iluminada de luces ultravioleta. La iluminación era cegadora debido a aquellos colores intensos que se desplazaban en distintas direcciones.
El gran comedor y el salón se dividían por una pared de vidrio transparente, superficie en la que muchas parejas se apoyaban para poder besarse libremente. Desplacé mi mirada hacia el espacio de la zona de baile; allí, en su mayoría, había chicas bailando con sensualidad, iban en grupos o con sus respectivas parejas de baile.
El ruido que salía de las bocinas (dispersas por toda la planta baja) ensordecía mis oídos y no me permitía escuchar nada. Las luces en movimiento desenfocaban mi visión y me impedían ubicar a la única persona por la que habíamos asistido allí. Elizabeth no estaba por ninguna parte.
Por encima del ruido de la música, Max me gritó al oído:
—¿Estás seguro de que iba a venir? Me cuesta creer que ella soporte estar aquí, nunca le han gustado los lugares ruidosos.
No le respondí, pero pensé exactamente lo mismo mientras seguía detallando los rostros de todas las chicas presentes.
—Tendremos que separarnos y volver a reunirnos después de encontrarla —le sugerí, y él estuvo de acuerdo.
—Vale, yo la buscaré en este piso y tú subirás de arriba. Quien la encuentre primero llama al otro, ¿vale?
—Vale, Max.
Al acordar lo que íbamos a hacer, cada uno siguió su camino. Me adentré a la inmensa estancia de la sala y divisé las escaleras hacia la segunda planta, las cuales se dividían en forma de arco. Por ambos lados laterales se podía subir, así que elegí las escaleras más despejadas. Mientras subía, escuché que varias chicas me invitaban a quedarme con ellas, pero las ignoré y no permití que ningunos ojos bellos ni ninguna sonrisa coqueta me distrajeran de cumplir mi verdadero objetivo.
Al llegar arriba, me encontré a una multitud dispersa junto al barandal de vidrio. Me detuve al ver que se podía tomar dos caminos: uno conducía hacia un pasillo repleto de habitaciones y el otro a otra área que supuse que era la sala de juegos, porque efectivamente allí había varios sillones blancos en forma de T. En las paredes había pantallas planas en las que se reproducían videos musicales y, unos metros más allá, había una mesa de ping-pong, algunas máquinas de bebidas y una amplia mesa de vidrio en la que parecían estar apostando.
Enfoqué mi atención en cada pequeño espacio de ese sitio y la busqué entre muchos rostros desconocidos, pero ninguna de esas magníficas bellezas era Beth. No saber en dónde estaba me mortificaba. En ese momento, ella podía estar cayendo en el juego de Reagan y me enfermaba pensarlo, porque no lo podía soportar.
Avancé entre la gente procurando no empujar a nadie, y cuando llegué a la puerta corrediza del balcón con vista al mar, sentí un infinito alivio porque mis ojos ya la estaban viendo y se encontraba perfectamente bien.
Se veía muy hermosa esa noche porque se había dejado el pelo suelto y se había puesto un vestido dorado que le quedaba suelto de la cintura hasta las rodillas. Sospeché que Melissa se lo había prestado, porque yo jamás se lo había visto puesto. En su coronilla llevaba una diadema de perlas que combinaba con su collar y sus aretes, y también tenía puestas unas zapatillas altas de color plata. Estaba encantadora porque se había maquillado y se había aplicado un brillo labial rosa en los labios.
Todo parecía ir bien, el reencuentro pudo ser perfecto, hasta que lo vi acercándose lentamente. El momento podría haber sido distinto, pero se arruinó apenas él apareció en escena.
Reagan estaba allí con ella y la miraba muy de cerca. Pude presenciar detenidamente como su mano se deslizaba alrededor de la cintura de Beth mientras se inclinaba hacia su oído para murmurar algo.
Me enfadé tanto que las venas de mi cuello sobresalieron bajo mi piel y mis puños se cerraron con fuerza hasta tornarse blancos.
La tensión de mi cuerpo emanaba odio y desprecio, molestia y enfado. Juro que si me acercaba, iba a romperle la cara a ese jodido idiota y después me llevaría a Beth de allí para que habláramos.
Pensé en llamar a Max y decirle que él se encargara de ella, porque yo no podía; no podía quedarme allí viendo cómo ese tipo le acariciaba la espalda y la miraba con esa sonrisa insolente.
Estuve a punto de darme la vuelta y largarme de allí, pero vi algo más. Reagan rompió la distancia que los separaba y le acarició la piel del cuello con los labios; fue recorriendo con su nariz su piel suave y, al llegar a su garganta, comenzó a besarla despacio. Beth debía estar borracha o completamente loca porque se reía alegremente mientras él se deleitaba acariciando y recorriendo su piel.
La escena fue demasiado para mí y no pude controlarme. Estuve todo el día pensando en lo que le diría y en cómo lo haría, pero la situación se me fue de las manos en cuanto me acerqué a ellos dos.
—¡Aléjate ya mismo de ella! —espeté, tensando la mandíbula y dirigiéndole a Reagan mi mirada más aterradora y amenazante.
Ambos voltearon a verme al mismo tiempo y, para mi absoluta sorpresa, Beth fue la primera en empujar a Reagan con sus manos, separándolo de su cuerpo.
—¡Demonios Bennett! ¿No podías demorarte un poco más en aparecer? —dijo él, arrastrando las palabras y soltando una risa burlona que lo hacía parecer más estúpido de lo normal—. Justo antes de que llegaras, estaba enseñándole a Beth lo que es besar explícitamente, ¿sabes a lo que me refiero?
Era evidente que estaba pasado de copas y que no podía dejar a Elizabeth a su merced, porque probablemente ella también había bebido alcohol, y la probabilidad de que esa noche acabara mal estaba por los cielos.
No le respondí y lo primero que hice fue tomar a Elizabeth del brazo y tirar de ella para mantenerlos distanciados. Al sujetarla y atraerla hacia mí, pude percibir en su respiración un suave olor a cerveza mezclado con algún licor impregnante.
—Eh, puedo moverme sola, no soy un maniquí —emitió con mucha lentitud.
Vale, ella también estaba borracha. Qué gran sorpresa. ¿Notan la ironía?
La observé detenidamente para comprobar si se encontraba bien, pero ella miraba hacia cualquier parte, menos a mí. Sus palmas se apoyaron en mi pecho cuando comenzó a perder el equilibrio y murmuró palabras sin sentido.
—Me estoy divirtiendo con Ray, ¿por qué no te unes a la diversión? —soltó una sonrisita aguda que me hizo ponerme tenso.
Me incliné hacia ella para decirle sobre el oído:
—Se acabó la diversión, debes venir conmigo.
Ella siguió con la mirada perdida y yo aproveché que estaba distraída para comenzar a llevarla del brazo a través de los cuerpos que nos impedían ver el camino hacia las escaleras. En algún momento, el alcohol dejó de hacer efecto en su cuerpo y ella se detuvo bruscamente.
Fue tan inesperado que, al tirar de ella, solo conseguí que casi se cayera al suelo, pero afortunadamente logró mantenerse en pie. Todavía no la soltaba ni me volvía cuando escuché que volvía a hablar.
—No—su respuesta fue inmediata y tajante.
Me giré y la contemplé a un paso de distancia, inexpresivo.
—Déjate de estupideces y sigue caminando, Elizabeth —le exigí con rotundidad, hablándole muy severo.
—Ya dije que no voy a ir contigo, Asher —sentenció con la voz más clara, mirándome a los ojos—. Ya has visto que estoy perfectamente y que no necesito que me hagas de guardaespaldas, así que ya puedes marcharte.
Mi cuerpo se tensó y mis ojos perforaron los suyos. Ahogué el nudo en mi garganta y dije:
—He venido aquí por ti y me pides que te deje sola con el alcohólico de Reagan. ¿Esto es una maldita broma?
Fue inevitable, terminé enfadándome de nuevo. Ella exhaló despacio y evadió mi comentario irónico.
—Te agradezco que vinieras, pero, honestamente, no hace falta que te quedes.
Mi mano estaba aferrada a ella porque no quería rendirme todavía. Joder, odiaría irme y dejarla allí, salir de ese lugar y no saber nada de ella en toda la noche. No, no la dejaría bajo ninguna circunstancia.
—Beth, no estoy jugando, he venido por ti y vendrás conmigo —le ordené con determinación y volví a tirar de ella, pero no se movió y su semblante fue fulminante cuando me miró.
—Vete, no quiero que estés aquí —musitó ella, irritada—. Aunque te cueste creerlo, puedo cuidarme sola, no tienes que molestarte lidiando con esta chica ilusa.
—Sabes que no quise decir eso. Acompáñame, hablemos de esto, por favor —le pedí casi con voz suplicante.
—En este momento no quiero escucharte —repitió e intentó soltarse de mi agarre, pero aferré mis dedos a su muñeca.
—¿Cuál es tu problema? Ya llevas días comportándote distante.
—Mi problema eres tú, Asher. Nadie te pidió que vinieras.
Me dolió lo que me dijo, sus palabras me causaron una profunda melancolía. Mi primera sensación fue de amarga tristeza, después se convirtió en cabreo e indignación por su actitud.
Yo pretendía protegerla y ella se enfadaba porque me entrometía en sus decisiones. No lo entendía; jamás me había costado tanto comprenderla, pero en ese momento la escuché y capté su mensaje: Elizabeth no quería mi ayuda y yo no iba a rogarle más nada.
Liberé su brazo y, al soltarla, cerré mi mano en un puño. Di un par de pasos hacia atrás y le di la espalda porque ya no podía seguir manteniendo su mirada. Estaba cansado y también harto de su terquedad.
Me pasé las manos sobre la cabeza, sintiéndome en conflicto. Lo había intentado; no me di por vencido al primer intento y volví por ella. Quise salvarla, pero ella no aceptó mi ayuda, se negó a escucharme. Así que yo también me negaría a seguir siendo su escudo protector, porque no aguantaría un golpe más de su parte.
—Eli, tienes que venir conmigo para que te muestre eso que te prometí.
No me fue difícil identificar la voz de Reagan a pesar del ensordecedor volumen de la música. Contuve la respiración y tuve que tragarme la amargura que bloqueaba el paso del aire hacia mis pulmones.
Supe que ella seguía detrás de mí y luché contra toda mi voluntad para poner fin a esa guerra constante entre nosotros.
Inspiré hondo para liberar la tensión de mis hombros y, al volverme, dejé salir un profundo suspiro.
—Tú ganas, Elizabeth. Quédate, disfruta de la jodida fiesta con el jodido chico que tanto te gusta y piérdete de mi vista. Simplemente, haz lo que quieras, porque yo pienso hacer justamente lo mismo.
Mi voz sonó fría, gélida e insensible. Había pocas luces en el pasillo, pero aún entre las sombras pude ver la expresión de su rostro y lo que vi en sus ojos, en su mirada, me quebró por dentro.
Visualicé a Reagan detrás de ella; él había posado sus manos en los brazos de Beth y, bajo la poca iluminación, distinguí que estaba disfrutando de mi derrota. Su maliciosa sonrisa no se podría interpretar de otra manera, pero ya me daba igual.
Elizabeth ya me había colmado la paciencia y creo que se lo di a entender cuando nuestras miradas se cruzaron y el enfado y la desaprobación se reflejaron en mis pupilas.
Ella no agregó una palabra más y evadió mi mirada cuando ya no pudo soportar la intensidad de la mía. Tras algunos segundos, dio la vuelta y comenzó a alejarse.
Mi garganta se cerró mientras la veía yéndose con él, agarrándole la mano sin mirar atrás.
Todo lo que creía sobre nuestra amistad se quebró lentamente, justo delante de mis ojos.
En el instante en que también di la vuelta y comencé a abrirme paso entre la multitud de jóvenes borrachos, visualicé a Max viniendo a mi encuentro.
Al encontrarnos, no dije una sola palabra y pasé de largo junto a él, dando pasos decididos.
Max me siguió sin comprender absolutamente nada. Fue detrás de mí mientras bajaba las escaleras y me cruzaba una vez más con las miradas ardientes de las invitadas.
—¿Tuviste suerte y la encontraste? Yo la busqué por todas partes y no la hallé por ninguna parte, seguramente no vino.
Ladeé la cabeza hacia él y lo escruté con ojos láser.
—La encontré y ella no quiere hablar ni escuchar a nadie, así que ya no me importa dejarla aquí, y por más que insistas, no voy a darme la vuelta una vez más.
Max me agarró del brazo e intercedió en mi camino para detenerme.
—¿La abandonarás a su suerte? Vamos, hermano, tú no eres así.
Le corté, levantando la mano y elevando el tono de voz.
—¿No lo comprendes? Es ella la que quiere que la abandone, no me necesita y no quiere verme aquí, pero no la voy a complacer. Oh, claro que no —expresé, conteniendo el veneno que me subía por la garganta—. Pienso quedarme aquí disfrutando del ambiente y de la larga noche que tenemos por delante. Si te parece, sígueme; si no estás de acuerdo, puedes irte de aquí y dejarme tranquilo.
A continuación, pasé junto a él y me dirigí a pasos apresurados y decididos hacia la mesa de bebidas.
—Elizabeth me exigió que desapareciera y se atrevió a echarme de aquí como si no valiera nada para ella, pero se va a arrepentir de haberme tratado de ese modo.
Max analizó la situación con aspecto abstraído y de repente, negó con la cabeza, sorprendido.
—Así que de eso se trata: tú le haces algo y ella te devuelve la jugada; entonces tú te enfadas y buscas una nueva manera de fastidiarla.
Miré las latas de cerveza que había en la nevera y alargué el brazo para tomar una. No le respondí a Max, solamente me encogí de hombros y abrí la cerveza; luego la acerqué a mis labios y le di un buen trago mientras contemplaba a Max, quien me observaba con los brazos cruzados y el semblante serio.
—Lo que piensas hacer está mal —dijo, en tono neutral.
—Lo que ella me hizo fue mucho peor y no lo dejaré pasar —expresé en mi defensa y agarré un six de cervezas antes de mirar por encima del hombro de Max.
Me encontré con los ojos azules de una joven rubia que estaba buenísima y que bailaba provocativa en la pista, pretendiendo seducirme.
—Asher... —me llamó Max, pero ya no quise oírlo.
Lo esquivé mientras me bebía hasta la última gota de cerveza de la lata. A continuación, acorté la distancia y me aproximé a la pista de baile para dejarme envolver en el juego peligroso de aquella atractiva, bellísima y sexy chica que desconocía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro