Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

♡ 15

ASHER

Beth tenía mucha razón al decirme que era una pésima idea salir de fiesta entre semana, y lo afirmo porque el amanecer del viernes fue un total infierno para mí. Desperté con una terrible resaca a causa de haber bebido más de la cuenta y, además de tener que soportar ese malestar, sentía el estómago revuelto por todo el alcohol que había ingerido mi cuerpo.

Evidentemente, yo jamás bebía más de dos o tres copas para pasarlo bien; solo que, al estar allí rodeado de tanta gente y acompañado de Liliana, una chica guapa y tremendamente atractiva, perdí totalmente el control y no paré de beber cerveza hasta el momento en que Beth volvió a aparecer ante mis ojos, luciendo un aspecto pésimo y con la clara expresión de querer irse de una vez por todas de esa fiesta desagradable.

Tengo imágenes borrosas en mi cabeza; la recuerdo diciéndome que no necesitaba quedarse porque yo estaba bien acompañado. Creo que le dije que eso no era cierto y le pedí que no se fuera, lamentando haberla abandonado en una fiesta en la que ella ni siquiera quería estar. Pero nada de eso sirvió para tranquilizarla, porque se enfadó y me dijo que se iría sola. Mi única reacción fue decirle que la acompañaría a casa. Beth se alejó sin responderme nada, y yo no tuve oportunidad de despedirme de Liliana porque, si no la seguía de inmediato, las cosas entre nosotros terminarían en una caótica discusión a la que no quería enfrentarme.

Francamente, nunca me molestaría con Beth, pero tampoco pensaba joder nuestra amistad de esa manera solamente por pasar un buen rato con una chica atractiva.

Al final, decidí seguirla. Tras habernos metido en el auto, juro que no la escuché hablar durante el trayecto a casa, nada, ni una sola palabra salió de sus labios. Ella simplemente mantuvo su mirada fija en la ventana lateral del auto; me pareció que estaba demasiado molesta por alguna razón indescifrable. Quise entablar una conversación, pero sus respuestas fueron muy evasivas.

Al estacionarme frente a su casa, Beth tampoco se despidió de mí, hasta el punto en que recuerdo solo dijo: "Nos vemos". Luego se dio la vuelta, empujó la puerta y, al bajarse, la cerró sin mirarme siquiera. Mis ojos la siguieron mientras se alejaba del auto a grandes zancadas y entraba en su casa muy deprisa, como si quisiera ocultarse lo más pronto posible para no verme. Me quedé mirando la entrada de su casa, desconcertado y completamente perdido al verla comportarse así.

Quise bajarme del auto para ir a buscarla; quería aclararlo todo y preguntarle qué había ocurrido para que actuara tan disgustada y fría, pero me daba vueltas la cabeza y juraría que, si la hubiera alcanzado, solamente habría conseguido que sus padres vieran el estado en el que me encontraba. Como consecuencia, la confianza que depositaban en mí se habría perdido en cuestión de segundos. Ir tras ella era demasiado arriesgado; sinceramente, no quería empeorar la situación con mi estado de ebriedad, así que la única alternativa que tuve fue marcharme a casa y esperar al siguiente día para hablar con ella en la academia.

Ese día ya había llegado; era el medio día del viernes. Estuve pensando toda la mañana en acercarme a Beth apenas la viera aparecer para explicarle que mi consumo de alcohol había sido demasiado excesivo y que, debido a eso, la perdí de vista, olvidándome por completo de que le había prometido no separarme de ella en ningún momento.

El único problema era que, hasta ese momento, Beth no se había aparecido, estaba desaparecida de mi radar. Por donde quiera que miraba, no la encontraba.

Al dar la hora del receso la busqué en su aula, en la cafetería e incluso fui a la biblioteca para comprobar si ella estaba allí leyendo algún libro, pero no había señales suyas por ningún sitio. Mi estado de nervios estaba superando el nivel más excesivo de preocupación al que había llegado jamás.

La alarma estaba encendida en mi cabeza, solamente podía pensar en ir a la oficina del director para alertar a la academia de que una estudiante estaba desaparecida, pero mantuve el control y dejé que la angustia de no saber nada de ella se disipara durante la clase de activación física. Los viernes a las doce, salíamos todos los alumnos del tercer grado a realizar actividades deportivas en el gimnasio del colegio. Tuve que contener mis nervios y enfocar toda mi energía en los ejercicios de calentamiento que nos había impuesto el profesor Hoffmann.

En ese instante, estaba trotando alrededor de la cancha de baloncesto. Para no acortar distancia, el profesor nos había exigido seguir la línea negra que marcaba el campo de juego, así que éramos aproximadamente treinta y cinco alumnos dando vueltas en la cancha mientras el profesor de deportes hacía sonar su silbato y llamaba la atención de aquellos que hablaban entre sí o se detenían a descansar. Él solía decir que la resistencia física se conseguía con la práctica del ejercicio y el enfoque mental que antepusieras para no ceder al agotamiento.

Tenía entendido que esa clase la compartíamos con el grupo al que asistían Beth y Melissa. La rubia también estaba en la cancha e iba muy concentrada en los ejercicios, pero su amiga aún no aparecía. La inquietud de no saber dónde estaba me provocaba un gran conflicto, de esos que mantienen tu mente despierta y casi te roban toda la atención.

Desde la mañana tenía un dolor de cabeza insoportable; sentía mis sienes punzar cada vez que daba un paso y el malestar parecía intensificarse a cada segundo.

—Asher, ¿ya puedes parar? Me has dejado atrás desde hace diez minutos y he tenido que alcanzarte con mucho esfuerzo. Joder, hermano, te juro que me arden los pulmones de lo rapidísimo que he corrido para ir detrás de ti —dijo Max, alcanzándome y trotando justo a mi lado.

Demonios, estaba tan centrado en los asuntos que daban vueltas en mis pensamientos que me olvidé por completo de que Max también estaba allí. Varios minutos atrás, él hablaba conmigo acerca de lo estupendo que lo había pasado la anterior noche en su cumpleaños.

—¿Va todo bien, amigo? Te ves demasiado distraído —comentó él ante mi silencio.

Negué rotundamente y sacudí la cabeza.

—No ocurre nada, solo estoy... —comencé a explicarle, pero me interrumpí al verla.

La amplia puerta del gimnasio se abrió y Beth apareció tras ella. No me sorprendió que apareciera, sino el observar con quién venía, porque el que estaba acompañándola era nada más y nada menos que el idiota de Reagan Rush. Los observé desde mi posición y no me fue difícil darme cuenta de que ambos compartían miradas alegres. Entrecerré los ojos con desconfianza y no aparté la mirada; incluso tuve que disminuir el paso para analizar la situación con detenimiento.

Como si mi desconcierto no fuera suficiente, vi que Beth se rió abiertamente y luego noté que Reagan se le acercó lentamente para despedirse dejándole un corto beso en la mejilla. Un fuerte impulso me invadió y me indujo a acercarme para apartarlo lejos de ella.

Presencié la escena, totalmente estupefacto. Comencé a sentirme extraño por verla allí hablando con alguien más, con ese tipo que era tan... tan despreciable por su mala reputación de utilizar a todas las chicas con las que salía. Se me revolvió el estómago al pensar que esa debía ser la razón por la que Beth no se había aparecido; porque estaba con él, justamente con él, y eso me molestaba.

¿Mi mejor amiga Beth, con Reagan? Con ese chico tan superficial y egocéntrico, ese que se creía un Don Juan y se aprovechaba de las chicas de la academia. Si no lo estuviera presenciando, no me lo creería.

—Hey, amigo, te estás quedando atrás. Vamos, tenemos que seguir o nos ganaremos un reclamo del profesor —exclamó Max, unos pasos más adelante, haciéndome señales con las manos para que continuara ejercitando.

Desvié la mirada hacia él un segundo y asentí, acelerando el paso para alcanzarlo. Al pasar junto a Beth y Reagan, Max no los vio porque estaba muy centrado en un par de estudiantes que pasaron juntos a nosotros murmurando entre risas, pero a diferencia de él, yo sí noté que Reagan seguía muy cerca de ella; incluso podría asegurar que bloqueaba su campo visual con su cuerpo alto y atlético, así que, por esa razón, Beth no notó que pasamos a escasos metros de ellos.

Al dejarlos atrás, no pude evitar preguntarme en qué momento comenzaron a hablar esos dos.

¿Por qué nunca me di cuenta de las señales? ¿Acaso existió alguna y yo la dejé pasar ante mis ojos? No, definitivamente no, no podía ser posible que Beth me ocultara que en secreto se reunía con él. Ella no era así, la chica que yo conocía jamás me escondería nada.

Una idea aún más preocupante me invadió la mente y me hizo cuestionarme si quizás aquel chico que le gustaba a Beth, de quien no había querido hablarme ni contarme nada, era el imbécil de Reagan Rush. Odié ese simple pensamiento, porque todo lo relacionado con ese tipo me resultaba absolutamente inaceptable.

Reagan jugaba baloncesto y era el capitán del equipo desde su primer año en la academia. Al igual que era un ganador en los deportes, entre las chicas era un ganador en quien fijarse. Sin embargo, él aprovechaba su popularidad y su gran atracción en las mujeres para jugar con ellas a su antojo. Un día iba con una chica en su auto deportivo y al siguiente veías a esa misma chica desahogándose con sus amigas porque "Don perfecto" la había utilizado y se había deshecho de ella sin importarle nada y, por supuesto, él aparecía en la academia (como si nada hubiera pasado) de la mano de otra chica, con una nueva víctima. A eso se atenían todas las chicas que iban tras él.

Me costaba creerlo, pero si ese chico era el que le gustaba, tenía que hacer algo para convencerla de que no le convenía fijarse en un tipo tan arrogante y despreciable como él.

—Parece que esas bellas chicas necesitan de mi compañía, no las voy a dejar esperando —comentó Max y aceleró el paso para acercarse a las dos jóvenes que le lanzaban miradas indiscretas.

Rodeé los ojos al verlo alejarse y agaché la cabeza al pasarme los dedos sobre el pelo alborotado.

Me encontraba tan concentrado en mantener el ritmo de mis pasos que no noté la presencia de Ariadne a mi lado hasta que escuché que me llamó para atraer mi atención.

—Hola, guapo —su voz melodiosa y seductora me acarició el oído.

Volví la cabeza hacia ella y le dirigí una sonrisa que me salió forzada. En ese momento no estaba de humor para hablar con nadie; las punzadas en mi cabeza, la aparición de mi amiga con aquel chico, la mala sensación de verlos conversando y pasándolo bien juntos mientras el malestar me invadía el cuerpo y tensaba mis músculos. Todas eso no hacía una buena combinación.

—Sienta increíble verte mientras te ejercitas. Dime ¿eres consciente de lo atractivo que estás, cariño?

Su comentario podría haberme turbado si en mi cabeza no estuviera impresa la imagen de ese chico besando la mejilla de Beth. Cerré los puños a mis costados y le mantuve fija la mirada.

—¿Tú eres consciente de lo hermosa que te ves cuando me miras así? —expresé, devolviéndole el flirteo, y a continuación solté una sonrisa arrogante—. Me encantas, preciosa; fácilmente podrías... —sin dejar de trotar, me incliné hacia ella e hice que nuestras narices se rozaran de manera provocativa—, ser la reina de mis pensamientos.

—Me halagas, Asher —dijo ella, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes de emoción—. Tendrías que considerar lo que te propuse antes: que tú y yo nos encontremos en algún lugar más... privado y oculto.

Ella me dedicó una sonrisa traviesa que prometía que, de aceptar, pasaríamos un momento inolvidable juntos, el problema era que yo no podía decirle que sí; no podía usarla como una distracción cuando los únicos labios que deseaba besar eran los de una chica desconocida.

La mayoría de mis recuerdos de la noche anterior eran borrosos. Recordaba vagamente haber participado en un estúpido juego de adolescentes llamado "Verdad o reto". No recordaba con claridad quién me había retado a entrar en una especie de habitación de servicio en la que también había una chica. Ambos teníamos los ojos vendados, así que me resultó imposible reconocer su identidad. Solo sabía que, desde el instante en que me acerqué para besarla y ella me devolvió ese beso, algo andaba mal en mi cabeza, porque no podía olvidar la sensación de su toque. Únicamente por acariciar su piel suave, cada fibra de mi cuerpo comenzó a arder. No olvidaba el olor embriagador que desprendía de su piel; cuando la acerqué hacia mí su aroma me volvió loco, su boca me volvió preso de algo adictivo. No podía parar de besarla, no quería parar, y ella tampoco quería separarse de mí. Solo que aquel momento se rompió abruptamente cuando alguien abrió la puerta y se la llevó lejos. Al quitarme la venda, ya estaba solo, pero a pesar de que ella se había ido, esa sensación no desapareció y se quedó grabada bajo mi piel. Ese era otro motivo por el que me sentía demasiado distraído.

No podía desprenderme de esas emociones intensas que ella me había transmitido; no podía dejar atrás sus besos ni sus caricias. Mi cuerpo no olvidaba esa unión con el suyo, recordaba la fragancia de su piel, el sabor dulce de su boca y la exquisita suavidad de su piel al recorrerla con los labios. Joder, la temperatura de mi cuerpo estaba subiendo nada más de pensar en ello.

—Así que es cierto, Elizabeth y Reagan están saliendo, ¿eh? —comentó Ariadne en un tono confidencial.

Apreté la mandíbula al oír la mención de sus nombres juntos. Anteriormente, había estado abstraído en mis pensamientos, pero al escucharla decir eso, solamente pude parpadear y dedicarle una mirada severa.

—Ella no está saliendo con nadie —espeté de manera brusca.

—No parece así cuando los miras por ti mismo —opinó ella, dirigiendo su mirada hacia el punto en el que ellos se encontraban. Señaló en esa dirección para que volviera la cabeza y les viera juntos.

De mala gana, ladeé la cabeza y los encontré allí, a larga distancia de la cancha del gimnasio. Él aún seguía junto a ella y ahora parecía que estaban teniendo una conversación más seria, y no tan casual como había parecido minutos atrás.

—Que los veas hablando no significa que estén saliendo. Seguramente él le está preguntando alguna cosa, porque no puede haber nada entre ellos —musité con voz ronca y neutral.

—Pues yo oí algo diferente en los pasillos, cariño —reiteró ella, muy convencida de lo que decía—. Ayer los vieron en la fiesta de Max; dicen que actuaban como una pareja, que los vieron demasiado cercanos, ya sabes, muy acaramelados y a punto de besarse. Así que dime tú cuál de nuestras versiones es cierta, la tuya o la mía.

Esto último no me lo esperaba; fue una confesión tan inesperada y abrupta que casi me hace caer de rodillas contra el suelo. Pero, por fortuna, logré estabilizarme y solo me paralicé a mitad de camino de la última vuelta de calentamiento. Ariadne se detuvo a medio metro de distancia.

—¿Estás segura de lo que dices? ¿No hay ninguna posibilidad de que sea mentira? —cuestioné con la esperanza de que me dijera que bromeaba, pero se mantuvo seria; incluso la noté un poco disgustada por estarla tomando como mentirosa.

—Cariño, no te lo diría si no fuera cierto. Estoy completamente segura de que a Elizabeth le gusta Reagan y que él gusta de ella igual. Aparentemente, hoy han estado juntos toda la mañana; nadie sabe dónde, pero es definitivo que se encontraron en algún lugar. ¿Me crees ahora? Porque tú mismo acabas de comprobar que entraron al mismo tiempo.

Fruncí el entrecejo y flexioné los músculos tensos de mis brazos. Mi expresión se volvió inescrutable cuando regresé mi mirada a Beth. Ella acababa de quedarse sola y sus ojos seguían los pasos de Reagan, quien se alejaba en dirección a la puerta del gimnasio y saludaba a sus compañeros de equipo, que lo esperaban para entrenar en el campo deportivo.

Mis ojos se posaron en la chica que me contemplaba muy orgullosa por su observación. La miré con los brazos cruzados, molesto, irritado y frustrado. Esta vez sí estaba harto de ella.

—No es asunto de nadie lo que Beth haga o deje de hacer, así que deja de insinuar que ella estuvo con él y no inventes más idioteces, porque me harás enfadar, Ariadne —espeté con frialdad y severidad—. Y juro que si estos rumores de los que hablas llegan a oídos de todos en el instituto, yo mismo les daré algo de lo que hablar a los culpables de hacerle pasar un mal momento. ¿Comprendes? —crucé los brazos y apreté la mandíbula—. Si me has entendido, dales el mensaje a tus mensajeros —agregué con amargura.

Supe que mi voz y mi postura la habían intimidado lo suficiente como para que no difundiera ningún comentario relacionado con Beth y Reagan.

No supe en qué momento me moví, solamente noté que mis pies tomaron una dirección específica y me vi a mí mismo acortando la distancia entre los dos. Beth deslizó su mirada alrededor del gimnasio, y al ubicarme entre mis demás compañeros, me vio acercándome y una resplandeciente sonrisa iluminó su semblante.

Al verla sonreír, casi me olvidé de la pequeña discusión que tuvimos durante la fiesta. Casi olvidé que acababa de verla con ese idiota que no le convenía. También olvidé a la chica del beso, porque mirándola a ella, todo dejaba de tener importancia. Absolutamente nada me haría desconfiar de esa bella risa ni de esos ojos castaños que no ocultaban nada. Su sonrisa iluminaba mis días, su presencia me hacía sentir ilusión y una profunda emoción.

Creí que todo estaría mal entre nosotros por lo ocurrido el día anterior, pero Beth se comportó con mucha naturalidad cuando le sonreí y me detuve a un metro de distancia.

—Me alegro de verte —dije con tranquilidad.

La gran sonrisa de Beth reflejó una alegría inigualable, genuina.

—Y yo me alegro de verte. Me alivia que ya estés en tus cinco sentidos y que hayas asistido a clases a pesar de que te sientas pésimo —admitió ella con un poco de pena al fijarse en mi aspecto—. Estás pálido y muy ojeroso, pero al menos respiras y entrenas; esa en una buena señal.

Me reí al escucharla bromeando sobre mi aspecto cansado y abatido.

—Ya voy reponiendo fuerzas, Beth. Tú solo dame una hora y me verás con todas las energías para fastidiar tu día.

Esta vez fue ella quien se rió de mi broma.

—Al parecer no eres el único que busca arruinarme el día —dijo ella en voz baja, pero logré escuchar cada palabra que dijo.

En mi rostro se vio una clara expresión de confusión total.

—¿Alguien te ha molestado? ¿Quisiste decir eso? —cuestioné con seriedad.

Beth evitó mirarme mientras negaba lentamente con la cabeza.

—No entiendas mal, esto no se trata de ti —se apresuró a aclarar, y sus palabras solo me provocaron un mal presentimiento.

—Si no hablas de mí, ¿a quién te refieres?

Ella fijó sus ojos en los míos y yo sentí que quería expresar algo, pero que no hallaba la manera de decirlo.

—Beth, ¿estás segura de que todo está bien? Desde anoche noté que tú...

—Anoche no ocurrió nada, me encuentro perfectamente bien, así que, si no te importa, voy a realizar los ejercicios de la clase para que el profesor no me deje sin nota —expresó ella, mirándome con una sonrisa enigmática que no pude leer.

Cuando quise decir algo, ella pasó junto a mí y se incorporó a la cancha para comenzar a trotar con el resto de los compañeros. Al volverme para observarla, supe que había algo que ella no quería decirme; me estaba evadiendo y evitando a propósito porque había ocurrido algo en esa fiesta que no quería que supiera. Pero si Elizabeth me mentía a mí, su mejor amigo, no me rendiría y conseguiría sacarle la verdad de cualquier manera.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro