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Cada momento es impredecible; eso era lo que Asher solía decirme frecuentemente, y tenía razón. Me repetía a mí misma que debía creer en cada una de sus palabras, así como él creía en las mías, a pesar de que la mayoría de las veces era él quien ganaba razón y yo la que solía estar equivocada. Mi mejor amigo siempre había sido un chico muy elocuente y sincero; en cambio, yo era más del tipo distraída y silenciosa, sin embargo, no tenía duda de que unas de las principales razones que equilibraban nuestra inquebrantable amistad eran precisamente nuestras diferencias y similitudes.

La amistad, ese lazo espiritual que te une a alguien incondicionalmente, por encima de todas las cosas. Mi amistad con Asher ha sido el mejor de todos los regalos que la vida me ha ofrecido, nunca me atrevería a decir lo contrario. Me sentía muy afortunada de conocer a alguien que estaba conmigo en las buenas y en las malas. Desde que éramos niños, él y yo nos hicimos la promesa de que jamás pondríamos en riesgo nuestra amistad, juramos que estaríamos cerca el uno del otro. "Yo contigo, tú conmigo, siempre", esas fueron las palabras que sellaron nuestro pacto de amistad.

Habíamos compartido tantos buenos momentos, tantas risas, tantos problemas, tantas tristezas, tantas experiencias juntos que ya no podía contarlos.

Pasábamos el día, la tarde y la noche juntos. Cada verano nos juntábamos y hacíamos toda clase de actividades. Éramos inseparables, los mejores amigos que nunca discutían. Él mi cómplice, yo su confidente, desde siempre.

He contado con su amistad durante tantos años que no sé que haría si él no formara parte de mi vida. Es por eso que, durante la larga etapa de la secundaria, me he guardado en silencio una confesión que lo cambiaría todo entre nosotros. Se dice que todos guardamos secretos y, en pocas palabras, él era mi secreto más grande, y me aseguraría de que jamás se enterara de ello.

—¡Elizabeth!

Me llamó mi madre desde la planta baja en ese tono tan característico de ella, sacándome de mi burbuja de pensamientos.

Dejando a un lado de mi almohada el libro que sostenía entre las manos, me incorporé de la cama y caminé rumbo a la puerta entreabierta para asomar mi cabeza hacia el pasillo. Al no escuchar ningún ruido, salí de mi habitación y me incliné hacia delante, por encima de la barandilla, para comprobar si realmente mi madre me esperaba abajo. Desvié la vista hacia las escaleras y miré los escalones de madera que descendían al primer piso.

—Hija, tienes a alguien esperando en la línea telefónica —me informó mi madre una vez más. S los pocos segundos, apareció junto al umbral de la puerta de la cocina con ambas manos apoyadas en sus costados.

Su mirada alegre me demostró que hablaba en serio, y yo sabía que solamente había alguien en este mundo que podía ponerla de tan buen humor, además de mi hermana, papá y de mí. Ante esa idea, de inmediato, mi desconcierto se convirtió en entusiasmo y, sin pensármelo dos veces, bajé los escalones a toda prisa, sin tomarme el tiempo de ponerme zapatos.

Al pisar la suave alfombra de terciopelo, dirigí mis pasos al umbral amplio que conducía a la sala principal. Al entrar, enfoqué mi vista en el mueble del área lateral y mis ojos se quedaron fijos en el teléfono que reposaba junto al televisor. Con el pulso totalmente descontrolado por la desmedida emoción, extendí mi mano temblorosa y sujeté el teléfono inalámbrico antes de acercarlo a mi oído.

Antes de que pudiera decir algo, su voz ronca se escuchó en la línea telefónica y una ola de entusiasmo sacudió mi corazón.

—Adivina quién está pensando en ti, apoyado junto a la puerta de tu jardín —exclamó con su habitual tono alegre y cálido.

—Permíteme reflexionarlo... —respondí con una delicada sonrisa dibujada en mis labios. Tras algunos segundos cargados de incertidumbre, añadí—: Vale, basta de juegos, Asher, sé que eres tú quien llama, nadie más me llamaría a estas horas de la mañana solo para decirme que has vuelto.

—Es que es verdad, he vuelto Bethy.

—Así que pretendes que crea que tú...

Al terminar de formular mis últimas palabras —o quise decir, de interrumpirlas—, la noticia de su llegada cayó como bomba sobre mi cabeza. Estaba tan ansiosa por su inesperada llamada que, por un momento, casi pasé por alto que él realmente acababa de volver. Mi mejor amigo estaba esperándome afuera de mi casa.

En la línea se instauró un silencio prolongado que no me sentí capaz de romper, porque lo único que deseaba hacer era gritar a los cuatro vientos de pura felicidad y no quería dejar en evidencia mi emoción de verlo después de haber pasado todas las vacaciones sin su compañía.

—Asher llamando a Beth —dijo él, soltando una risita suave—. Vamos, amiga, estoy aquí al otro lado de tu puerta. No seas mala y ven a recibirme personalmente.

Estaba sin habla, absolutamente fascinada con su llegada, fue por esa razón que dejé el teléfono sobre la superficie del mueble y me giré sobre mis talones para recorrer apresuradamente la estancia de la sala y el pasillo; una vez que me detuve delante de la puerta principal, aparté ligeramente la cortina para mirar hacia el exterior y, efectivamente, lo visualicé en el peldaño de las escaleras, apoyado con los brazos cruzados contra el barandal cubierto de enredaderas. Apenas lo vi, mi corazón dio un salto precipitado.

Antes de abrir, me aseguré de verme presentable. Llevaba puesto un jersey verde que me cubría los brazos y el cuello, unos pantalones de mezclilla desteñidos y un gorro de tela que me cubría la cabeza. Aquel no era mi mejor look, pero no creía que a Asher le importara lo más mínimo mi vestimenta o mi aspecto; sabía que él nunca se fijaba en esas cosas superficiales.

Cerré los ojos algunos segundos y respiré profundamente, intentando mantener los nervios encerrados en un cofre bajo llave para que así no se exteriorizaran en el momento de encontrarnos. Obviamente, quería demostrarle mi entusiasmo, pero no deseaba parecer desesperada ni necesitada.

«Mantén el control», murmuró mi voz interior mientras colocaba la mano en la perilla dorada y le daba vuelta.

La puerta se abrió lentamente y, mientras eso sucedía, mi pulso comenzó a palpitar a una velocidad impresionante.

Lo primero que vi fue a él apoyado afuera, con los codos en la barandilla del porche. Mi primer pensamiento fue que él esperaba ansiosamente que apareciera detrás de la puerta para correr hacia mí y decirme cuánto me había extrañado, pero me obligué a reprimir ese ideal absurdo y sacudí la cabeza antes de dar un paso hacia adelante y gritar su nombre en voz alta:

—Asher.

El sonido enérgico de mi voz atrajo su atención de inmediato. Él ladeó su cabeza en mi dirección y una sonrisa resplandeciente apareció en las comisuras de su boca. Rápidamente, se apartó de la barandilla y se volvió hacia mí.

Me fue imposible no prestarle atención a su aspecto. Lo primero que noté fue que se había dejado crecer el pelo; lo segundo que me permití admirar fue su atuendo, y lo tercero, la flor que sostenía en su mano.

Se había presentado en mi casa de manera inesperada, arrasando toda mi estabilidad con su encanto y su apariencia de ensueño. Cabe decir que no me sentí en absoluto inconforme con su manera de presentarse; llevaba puesta una cazadora negra -que yo misma le regalé en su anterior cumpleaños-, debajo de la misma estaba usando una camiseta blanca con una estampilla en letras negras, unos jeans oscuros gastados en las rodillas y un par de zapatos de cuero lisos. Estaba que te morías de solo verlo.

—Ven aquí, Bethy —me pidió con la voz cargada de ternura, parándose al pie de las escaleras con los brazos extendidos.

Llevaba semanas sin escuchar su voz suave y profunda; definitivamente, la había echado de menos. Tanto que daría cualquier cosa solo por volver a oír esas palabras que acababa de pronunciar: "Ven aquí, Bethy".

Mi voz interior le respondió: «Voy a por ti, Asher».

En esa ocasión, no pretendía enmascarar mi entusiasmo ni ocultarlo con una media sonrisa. Absolutamente no.

Sonreí ampliamente con el semblante iluminado de ilusión. Sin pensármelo dos veces, corrí hacia él y bajé el corto peldaño de los escalones. Dado que era más alto, me detuve un escalón más arriba y lo envolví entre mis brazos, lanzándome contra su cuerpo de inmediato.

Él recibió mi abrazo de oso con todo el afecto del mundo. Me rodeó la espalda con un brazo y me apretó tan fuerte que casi no podía respirar. Sinceramente, no me importaba quedarme sin aire si a esa escasa distancia podía aspirar el aroma intenso de su perfume.

—No tienes idea de cuánto te extrañé, Beth —susurró dulcemente junto a mi oído. Su aliento me acarició la mejilla suavemente.

Mantuve los ojos cerrados al apoyar la cabeza en el hueco de su cuello y, en un impulso súbito, presioné mis manos tras su espalda con tanta fuerza que, en el acto, mi pecho y el suyo se rozaron. Mi intención era tocarlo para sentirlo cerca de mí, pero nunca me pasó por la mente pegarme a él, al menos no en el sentido completo de la palabra.

Mi acción lo tomó desprevenido y lo dejó desconcertado, tanto que, al sonreír e inhalar aire a pocos centímetros de su hombro, se puso tenso y cada músculo de su cuerpo se contrajo.

—Yo también te he extrañado mucho.

Antes de soltarlo y sin poder contenerme, le olí descaradamente el pelo. Para mí, era inevitable no fijarme en su pelo castaño y sedoso, porque desprendía una fragancia fresca y exquisita, una mezcla suave de jabón y vainilla.

Casi al instante, él retrocedió un paso y yo bajé de un salto el último escalón que conducía hacia el porche de la casa de mi familia.

—Así que ya regresaste —expresé, aun con la respiración agitada—. Me has sorprendido, tengo que admitirlo.

—Sí, mi familia adelantó el viaje de regreso y, al llegar aquí, me dije a mí mismo: «Asher, no puedes quedarte en casa y esperar hasta el lunes por la mañana para ver a Beth. Si vas ahora ella se llevará una gran sorpresa y le alegrarás el día». Para mí no había motivos para esperar, solamente necesitaba venir y hablarte.

Su confesión hizo flaquear mi corazón desde el primer instante. No había nadie que me hiciera experimentar esa sensación, además de él.

—Me alegro mucho de que hayas venido, Asher —admití, sintiéndome incapaz de contener el sonido de mi propia voz—. Tus visitas siempre son bienvenidas.

—¿En quién más podría pensar? Estuve cuatro semanas en la otra punta del país. Ati no te mentiré; fue divertido visitar nuevos lugares y conocer otras personas. Allá en la ciudad no puedes aburrirte, pero vale, sí, lo confieso, extrañé el pueblo, a mis amigos de la facultad, a los vecinos, incluso eché de menos el instituto, pero especialmente extrañé nuestras charlas. Tal vez allá tenía mil maneras de entretenerme, pero me hacía mucha falta mi mejor amiga. Por cierto, esta linda flor es para ti, un pequeño detalle para recordarte que ya volví y estoy aquí para ti.

El cariño que transmitía con cada una de sus palabras me hacía inmensamente feliz, apreciaba mucho que, a pesar de la distancia, no se olvidara de mí, sin embargo, había algo que me oprimía el interior del pecho, aquello que había dejado claro, tres palabras que se grabaron en mi cabeza y me devolvieron a la realidad, a MI deprimente realidad.

Mejor amiga. Era su mejor amiga, solo eso. Era innegable que me quería, que me apreciaba, que le importaba y que echaba de menos tenerme cerca, pero todo eso estaba ligado al concepto de una amiga, no a algo más, y eso, honestamente, me destrozaba por dentro.

Tomé la flor que me ofrecía y la acerqué hacia mí para llenar mis pulmones con el suave y fresco aroma que desprendían de sus pétalos.

—Es una flor hermosa, gracias por traerla y acordarte de mí —exclamé sin dejar de observarla.

De algún modo, el color rosado de la flor me recordó a los ramos florales y coloridos que crecían en las jardineras de su vecina, la señora Roberta Milton.

—Ahora que lo pienso, espero que no hayas tomado esta linda flor del jardín de la señora Milton, porque si lo hiciste, estarás en graves problemas —le dije y lo miré con sospecha.

—He tomado el riesgo porque quería sacarte una sonrisa; tendré que atenerme a las consecuencias más tarde—expresó, con una expresión risueña grabada en sus rasgos.

Me hizo reír; no pude evitarlo después de que acababa de aceptar su culpa. Asher también se rió, y el aire se llenó de nuestras risas espontáneas.

—No puedes imaginar cuánto extrañaba el sentido del humor de mi mejor amiga.

Para reprimir el nudo creciente en mi garganta, le dirigí una mirada afectuosa y sonreí levemente. La sonrisa estaba allí y, a los ojos de él, no había nada oculto en ella.

—Pues aquí tengo la solución a ese problema —comenté, ampliando mi sonrisa.

Me quité el gorro de la cabeza y se lo puse con delicadeza sobre el cabello castaño medio rizado. Cuando el gorro le cubrió la vista, escuché su risa ronca y se me erizó la piel.

—Vale, dime cuál es la solución para tenerla en cuenta —habló entre risas, subiéndose el gorro a la altura de las cejas y levantando la vista para enfocar sus increíbles ojos azules en lo míos.

—A la próxima llévame contigo —puntualicé, con el semblante alegre, y le guiñé un ojo con diversión.

En lugar de responder, levantó su mano derecha a la altura del pecho y me mantuvo la mirada con intensidad. El mar en sus ojos era tan profundo que podría navegar en ellos toda una eternidad.

—Prometo que lo haré.

Cuatro palabras fueron suficientes para que mis emociones se sacudieran en un terremoto catastrófico que solo me dejó más dudas de las que ya tenía. Les juro que mi corazón amenazaba con explotar en mi pecho.

Por más que quise evitarlo, todas las barreras mentales cayeron y pensé en lo que había dicho mientras nos abrazábamos: «No tienes una idea de cuánto te extrañé, Beth». A los pocos segundos, su voz mencionando las palabras "mejor amiga" vinieron a confundirme más, o quise decir, a atormentarme más.

—Tengo mucho que contarte —dijo él, rompiendo abruptamente el caos que se desenvolvía dentro de mi cabeza.

—Entonces no esperemos más, ven conmigo y sigamos con esta charla dentro de la casa.

Él entrecerró los ojos, como si  sospechara que de repente algo en mi actitud había cambiado.

Activé mi modo incógnito y él no pudo detectar nada en mi mirada ni en mis expresiones, así que se dio por vencido y no quiso indagar en el tema. En un solo movimiento, me pasó el brazo sobre los hombros y asintió con la cabeza.

—Vayamos adentro entonces —le escuché decir y también asentí.

Una vez que los dos estuvimos de acuerdo, comenzamos a subir el peldaño de las escaleras uno al lado del otro, entre risas y comentarios sin sentido. Así era él, así era yo, así éramos nosotros. Amigos cercanos, amigos inseparables, y, sobre todo, amigos incondicionales.

Confieso que, por mucho tiempo, su amistad fue esencial para mí, pero nunca creí que llegaría a necesitar más que una amistad de su parte. Y, aunque fuera de esa manera y lo necesitara hasta el alma, no quería que él lo supiera nunca.

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