Incondicional
Disclaimer: KNY no me pertenece, todo es de Gotôge. Si fuera mio habría habido GiyuuShino canon xd.
Esta historia surge de una charla que mantuve con Sophi en el grupo de fb, quien es una increíble dibujante, ¡tiene unos FanArts hermosos, véanlos! No me aguanté y aquí están algunas de sus ideas mezcladas con las mías.
Además tiene una dedicación especial. Doble diría, por un lado a Sophi, pues sin ella la idea de este fic nunca se hubiera formado y por el otro a mi querida Oni, del grupo de Discord, por ser la mejor al traducir cuanto fanArt le pido y a quien siempre estuvo rondando en mi mente mientras escribía.
Oni, aquí dejo mi tributo como pago por mi sobre explotación con las traducciones xD.
Incondicional
La llegada de la primavera había acortado las horas de oscuridad y provocado que la actividad de los demonios disminuyera un par de horas antes. La vida parecía un poco más apacible con el sol brillando, las flores abriéndose a la nueva vida y los cultivos brotando. La actividad en los pueblos era mayor y algunos festivales se aproximaban. Todo parecía brillar y hacía que la Pilar del Insecto sonriera sinceramente.
Kochô Shinobu acomodó sus mechones morados tras su oreja mientras disfrutaba de la brisa que los había desordenado. Terminar una misión con éxito, cambiarse el uniforme por su kimono y poder disfrutar de un día así de bello camino a la sede de la organización, era una delicia. Lástima que un cuadro tan bonito se viera opacado por su sombría compañía. Shinobu observó de reojo al Pilar del Agua, su -ahora usual- compañero de misiones, tan serio y frío como de costumbre y no pudo evitar suspirar. Él realmente sabía cómo tensar un buen ambiente, sobre todo al ser incapaz de disimular ser parte de la organización, al menos esta vez lo había convencido para enfundar su katana y evitar conflictos innecesarios.
― Nee, nee~, Tomioka-san~ ― llamó melodiosamente, picando su brazo con su dedo índice. Él siguió caminando, imperturbable ―. To-mio-ka-san, deberías disfrutar más de este día, la misión fue un éxito y podemos relajarnos un poco. Deberías quitar esa expresión desagradable a veces. ― Sonrió, ocultando sus labios tras su mano, divertida al molestar al parco de Giyuu, quien la miró de reojo levemente perturbado por sus palabras.
― No soy desagradable. ― Se defendió el pilar, sin dejar de caminar por la concurrida calle. La joven se carcajeó levemente, era muy fácil meterse con el de coleta.
― Ara, ara~, Tomioka-san, dije que tu expresión lo era, no tu. ― Y recordando un hecho extraordinario de años atrás, agregó ―. Deberías sonreír más, así no lucirías tan sombrío. ― Listo, lo había dicho. Kochô recordaba bien que le había pedido al pelinegro no sonreír mientras comían, sin embargo, debía admitir que el día la tenía de tan buen humor que quería contagiar a su compañero y verlo sonreír parecía adecuado para la ocasión.
Giyuu la observó con desconcierto antes de volver a mirar al frente y seguir caminando. No estaba seguro de qué hacer frente a las palabras de ella y, sinceramente, eso era usual cuando estaba cerca de Kochô. Esa mujer disfrutaba al molestarlo y para el mayor era más fácil dejarla ser que contestar, por lo que optó por hacer lo mismo en esta ocasión.
A pesar de verse ignorada por el Pilar, la expresión que él había puesto era tan graciosa que se dio por pagada. ¡Ah, realmente estaba de muy buen humor!. La joven comenzó a observar las distintas tiendas y una le llamó la atención.
― Tomioka-san, espérame aquí por favor ― pidió y Giyuu la vio entrar a una herbolaria. Le tomó un par de segundos, pero terminó reaccionando y sentándose fuera de la tienda, dispuesto a esperar a la menor de las Kochô.
Su colega estaba realmente entusiasmada ese día, más de lo usual y eso lo hizo plantearse seriamente que probablemente su actitud mesurada no ayudaba a mantener su buen humor. "Tal vez debería hacerle caso a Kochô" pensó, mientras observaba las nubes ser arrastradas apaciblemente por el viento.
Giyuu se estaba perdiendo en el movimiento de las nubes, tal como solía hacer Tokito, cuando un quejido animal lo distrajo. Sus ojos dejaron el cielo para escrutar su alrededor, la gente paseaba como si nada y el de ojos azules pensó que había imaginado tal sonido. No obstante, un nuevo alarido, más desgarrador que el anterior, lo puso alerta a pesar que nadie más parecía notar algo extraño.
El Pilar del Agua puso todos sus sentidos a buscar el origen de tan desconsolador sonido y sus esfuerzos dieron frutos cuando logró captar un nuevo grito de dolor proveniente de un callejón localizado en la vereda frente a él. Cruzó la calle sin pensar y se internó en el oscuro y estrecho lugar, del cual ahora lograba distinguir golpes secos, risas crueles y gemidos de un animal.
― ¡Maldito perro mugriento! ― exclamó una voz furiosa, seguido de un golpe seco y el grito desgarrador de un perro ―. Esto es para que no vuelvas a intentar robar carne de mi tienda.
Otro golpe y Giyuu pudo ver a dos sujetos golpear con palos a un pequeño y miserable chucho que no era capaz de defenderse de lo apaleado que estaba. Una ira fría lo inundó ante tal abuso. El segundo sujeto se reía mientras levantaba el palo, dispuesto a ensartar un nuevo golpe en el cuerpo enclenque y peludo del animal, cuando la mano del hashira sostuvo la muñeca del hombre, deteniendo el porrazo.
― ¡¿Qué mierda?! ― dijo el tipo, girándose con mala cara, dispuesto a golpear al idiota que osara detenerlo. Sin embargo, encontrarse de lleno con unos ojos azules que brillaban amenazadores, mientras su dueño fruncía su boca y ceño de enojo, lo dejó lo suficientemente descolocado para no poder reaccionar.
― ¡¿Qué crees que estás haciendo?! ― cuestionó a gritos el otro sujeto, girándose por completo hacía el extraño del haori multipatrón. El primer hombre tironeó agresivamente de su brazo, dispuesto a zafarse del amenazador extraño, pero su esfuerzo sirvió solo para lastimarse la muñeca bajo la presión de acero de la mano del pelinegro de coleta baja.
― Lo mismo les pregunto ― dijo Giyuu, imperturbable ―. ¿Qué creen que hacen lastimando a este perro?
Su tono de voz era el usual, pero la frialdad con que lo dijo y el apretón más firme que le dio a la muñeca del tipo al que sostenía, hizo dudar a los hombres frente a él.
― Este chucho de mierda robó carne de nuestro negocio, solo le estamos enseñando una lección ― increpó el que estaba libre del agarre del hashira. Giyuu lo miró, frunciendo aún más su ceño y el tipejo tuvo miedo del de ojos azules, la intensidad de esa mirada hacía que su mente gritara "peligro".
Tomioka observó al can, el cual estaba agazapado prácticamente fundiéndose con la pared, gruñendo a medida que mostraba los dientes y aplanaba las orejas hacia atrás. Todo su ser gritaba miedo y su pelaje engrifado y ensangrentado le indicaba que lo mejor era librarse de esos ineptos y tratar al perro.
― Vayanse ― ordenó el pelinegro, soltando a su presa.
― ¡¿Cómo te atreves a darnos órdenes ?! ― explotó el sujeto, masajeando su muñeca, dispuesto a golpear al extraño frente a él ―. Ese maldito animal nos costó su buenos yenes, no voy a dejarlo en paz porque un señorito se las da de héroe.
― No soy ningún héroe ― replicó el hashira mientras rebuscaba entre sus bolsillos ―. Pero es mejor que se vayan ― dijo, pasando de largo al hombre, acercándose al can al mismo tiempo que arrojaba un pequeño fajo de billetes a la cara del tipo, el cual se dispersó, haciendo que los billetes flotaran alrededor de ellos―. Eso debe bastar para cubrir la carne robada.
Los ojos y la boca del hombre se abrieron de golpe, viendo danzar en el aire los yenes que el Pilar le arrojara. El otro se giró al pelinegro, dispuesto a pelear, pero la mano de su acompañante lo detuvo.
― Vamonos ― apuró, recogiendo el dinero, se sentía humillado, pero su muñeca palpitaba de dolor y el instinto le decía que lo mejor era dejar de provocar al extraño del haori multipatrón. Su colega lo miró y tras escupir al suelo por donde Tomioka había avanzado, se dio la vuelta para salir del callejón. Ya no tenían nada que hacer ahí.
Tomioka supo que esos dos se habían retirado sin necesidad de girar a comprobarlo, su percepción de espadachín no fallaba. Con una preocupación menos, se plantó frente al mugriento perro que le gruñía de lejos. Sabía que los animales no se llevaban bien con él, pero no era capaz de dejar al can en ese estado; acercó la mano a la cabeza peluda del animal, dispuesto a calmarlo con una caricia, pero el pequeño perro chilló asustado y le lanzó una dentellada que logró evitar. Miró alrededor y vio el trozo de carne que había ocasionado todo ese lío, pensó en atraer al can con comida, pero cuando acercó la mano a esta, recibió otra dentada para esquivar.
Giyuu miró al deplorable animal y frunció los labios, sin saber cómo actuar; los animales no eran su fuerte y ese en particular acababa de recibir una paliza. Suspiró, cerrando los ojos, lo mejor era dejarlo tranquilo.
― Siento asustarte, no quiero lastimarte, solo pretendo ayudar ― susurró de forma impulsiva. Si fuera una persona no se estaría tomando tantas molestias, menos le hablaría tan suavemente, pero los ojos aterrorizados de ese ser indefenso y vulnerable, lo habían conmovido de una manera que no sabía expresar.
En otro impulso, se acuclilló a medio metro del perro, sacó de su bolsillo una pequeña ración de comida y la dejó en el suelo al alcance del animalito. Luego se levantó, dispuesto a seguir su camino, sabía que si el can no lo dejaba de atacar, no podía hacer más por ayudarlo. "Al menos ya no lo están golpeando" se consoló, a medida que se alejaba del lugar a paso lento.
Entonces, escuchó un pequeño ladrido y detuvo sus pasos, giró su rostro y vio al pequeño animal caminar cojeando hacia él, logró ver que el can comió del alimento que le había ofrecido y algo tibio se instaló en su pecho. Aquel flacucho ser se acercó -indeciso- al Pilar de Agua con las orejas aplanadas en la cabeza y con la cola entre las piernas; el pelinegro se sorprendió tanto que no supo qué hacer. Aquel ser le recordaba a él mismo después de haber perdido a su hermana en manos de un Oni.
Desgarbado, herido, aterrorizado y con miedo de que otros lo hirieran, a pesar de que la gente pasaba sin verlo. Tomioka Giyuu podía entender a ese pequeño ser que no hablaba e instintivamente se agachó para quedar más cerca de su altura, dispuesto a recibir una dentada en caso de que el pequeño se sintiera amenazado, pero aquello no sucedió; aún cojeando, el can llegó junto al pelinegro y, gimiendo, le lamió las manos en un gesto de agradecimiento que el Pilar devolvió acariciandole la enmarañada cabecita.
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Shinobu salió de la botica muy feliz con su compra, ese día no hacía más que mejorar, pero su colega parecía empecinado en ser un incordio. "¿Ara~ y Tomioka-san?" se preguntó, extrañada de no encontrarlo por ninguna parte. Giró su cabeza de un lado a otro, buscándolo, sin éxito.
La sonrisa de la hashira se volvió tensa y una venita asomó en su frente, él en verdad no era nada considerado. "Seguramente siguió camino a la sede sin esperarme" aquel pensamiento amargó la alegría de la joven, quien -resignada- suspiró y comenzó a caminar a paso lento hacia su destino original. Cabizbaja se preguntaba por qué dejaba que el Pilar del Agua influyera en su ánimo.
― Kochô ― escuchó que la llamaban y la cabeza de la hashira se levantó de golpe, sorprendida y buscando al idiota de su acompañante ―. Kochô, espera.
La de mechas moradas giró en redondo, luciendo su típica sonrisa, entre molesta y aliviada de escuchar a Tomioka. Lo vio acercarse rápidamente, trayendo un bulto entre sus brazos, la joven se sorprendió un poco de la prisa que llevaba el mayor y todo alivio fue olvidado cuando logró distinguir lo que él traía entre los brazos.
― Necesito tu ayuda ― dijo cuando alcanzó a su colega y ella dio un paso hacia atrás, nerviosa ante la visión del perro entre los brazos de Tomioka ―. Está lastimado ― comentó, descubriendo un poco más al escuálido cachorro para que Shinobu lo viera.
― ¿Qué significa esto, Tomioka-san? ― preguntó, sonriendo con esfuerzo ante el fastidio que le estaba provocando el pelinegro. Realmente, él era una mala compañía y estaba arruinando su bello día.
― Está herido, necesita tu ayuda ― reiteró el Pilar y la usual venita de enojo de la mujer, destacó en su sien.
― Tomioka-san, ¿sabes que lo que tienes entre los brazos es un perro cierto? ― preguntó, realmente el Pilar del Agua era un inepto si pretendía que ella tratara a un animal. ¡Ella no sabía nada de animales! ―. Soy muy capaz de sanar personas, pero no sé nada de animales.
Shinobu miró a Giyuu como si le hubiera crecido un cuerno en la cabeza. Estaba loco si pensaba que ella iba a ver a ese perro. "Además, ¿desde cuando Tomioka-san se lleva bien con los animales?" aquel pensamiento le supo un poco mal, al fin y al cabo, ambos eran malos lidiando con los animales y que el pelinegro tuviera un cachorro entre sus brazos la hacía sentir un poco extraña, como dejada de lado ante la inutilidad de tratar con esos seres.
― Por favor, Kochô, sé que puedes hacerlo. Está muy lastimado y mis conocimientos no alcanzan para tratarlo, ya lo intenté ― explicó y la hashira se sorprendió de que él fuera tan elocuente.
Volvió a observar al mayor y notó que sus ojos brillaban tenuemente, Shinobu nunca había visto al de coleta baja denotar preocupación por nada y la sorpresa la inundó ante esa visión. Sus ojos morados se posaron en el animalito y notó que temblaba entre los brazos de Giyuu, intentó acercar su mano a la cabeza del can, dispuesta a revisarlo, pero un gruñido de su parte le advirtió que no sería bien recibida. El cachorro aplanó sus orejas y se ocultó entre los brazos del Pilar del Agua, buscando protección.
Si a Shinobu no le fastidiara tanto esa situación, podría haber disfrutado más de la ironía de que un can se sintiera tan seguro con Tomioka Giyuu en lugar de intentar morderlo como solía ser lo usual.
― Así no podré revisarlo. ― Se limitó a decir la hashira, provocando que el mayor apretara sus labios. Shinobu lo vio y algo se removió en su interior, él estaba siendo muy persistente. Suspiró, de seguro se arrepentiría de su decisión ―. Vamos a buscar una posada, no puedo tratar a nadie en medio de la calle, ni siquiera a un perro. De esa forma podremos avisar al patrón sobre la misión y la razón de nuestro retraso.
― Gracias ― susurró Giyuu y la Pilar del Insecto lo miró impresionada. Ese día comenzaba a volverse extraño.
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Shinobu se encargó de pedir una habitación para dos en una posada mientras Giyuu ocultaba entre su ropa al can, quien se había quedado dormido entre el calor del pelinegro. El pequeño se sentía seguro con aquel amable humano; no confiaba en la mujer que lo acompañaba, olía a enojo al igual que aquellos que lo lastimaron, pero le gustaba el humano que lo había salvado, por ello la toleraba cerca de él.
Ya en la habitación, la joven usó a su cuervo para enviar una carta a Oyakata-sama, explicando el éxito de la misión y solicitando poder retrasar un día la llegada a la sede. Shinobu sabía que el patrón, en su amabilidad, les concedería el permiso, pero eso no quitaba que se sintiera incómoda asumiendo aquello. Se estaba tomando muchas molestias por Tomioka y eso no le agradaba del todo; menos al ser consciente que si lo miraba arropando al chucho, algo cálido surgía en su pecho. Calidez que no sentía al lado del pelinegro desde que lo viera sonreír.
La joven sentía que ver esas facetas del frío Pilar del Agua era un peligro para ella, porque la hacía sentir ganas de seguir viéndolo así, de descubrir qué otras facetas ocultaba con su aislamiento y frialdad. La hacía sentir ganas de saber todo de él y ese deseo discrepaba completamente con su deseo de venganza. "No me puedo permitir ser más cercana a Tomioka-san, no si mi destino ya está sellado" pensó mientras apretaba su mandíbula, quería obviar la calidez que él le producía y las ganas de acercarse, porque no deseaba tener a otra persona importante en su vida. Suficiente con las niñas de la finca.
Shinobu mordió el interior de su mejilla y comenzó a ordenar su botiquín de viaje, dispuesta a tratar al perro entre los brazos de su colega. Giyuu, sentado con las piernas cruzadas, acariciaba levemente la cabeza del animalito, quien a pesar del dolor que sentía, se dejaba consentir por aquel hombre. El perro alzó su cabecita, con las orejas hacia adelante, cuando la joven se acercó a ellos y la miró con desconfianza.
La humana olía a melancolía y resignación mezclada con la ira de base que había percibido. No le agradaba, pero el humano que lo había salvado confiaba en ella y eso le hacía pensar o que él necesitaba que le mostrara la verdad de esa joven o que tal vez él también podría confiar un poco en ella.
Shinobu se sentó frente al pelinegro, ya había ordenado su material y ahora sólo le faltaba revisar al can. No tenía idea de cómo lo haría, pero ya no podía arrepentirse.
― Nunca he hecho esto así que necesitaré de tu ayuda, Tomioka-san ― pidió con una tenue sonrisa en sus labios, el mayor asintió en silencio, dispuesto a ser el ayudante de la hashira ―. Me podrías contar cómo terminó en tus brazos.
Pidió la de mechas moradas y el hashira alzó sus cejas al tiempo que sus ojos y rostro se dirigían al techo, intentando ordenar sus pensamientos para explicarle la situación a Shinobu. La joven observó la típica expresión que él colocaba cuando le pedía explayarse y una venita se inflamó en su sien. No entendía cómo a ratos podía hacerla sentir desconcertada y con ganas de conocerlo más y otras veces simplemente la fastidiaba con su ineptitud social.
― Estaba esperando fuera de la botica cuando escuché sus gemidos de dolor ― comenzó Giyuu, clavando sus ojos azules en los morados de Shinobu.
― Ara, Tomioka-san ~ vas a explicarme la situación sin tantos rodeos ― comentó la menor, riéndose de la expresión enfurruñada de su colega.
El cachorro miró a la mujer, ladeando su cabeza hacia la derecha. Las anteriores emociones estaban siendo reemplazadas por una alegría inusual y el perrito no pudo más que gemir levemente, ella estaba alegre mientras que el humano que lo había salvado se sentía un poco molesto. No lograba entender qué unía a esos dos, no parecían poder llevarse bien.
― Como iba diciendo ― remarcó el pelinegro, serenándose antes de continuar, la hashira sonrió sinceramente, molestar a su colega era su placer culpable y es que sus expresiones eran una adicción ―. Lo estaban golpeando dos hombres, había robado carne para comer. Lo salvé, pero está muy herido y no sé qué más hacer.
Giyuu no entró en detalles, no sentía que fuera necesario, pero Shinobu permaneció en silencio y lo hacía dudar de haber contado la historia de forma correcta. No era bueno con las palabras y, junto a Kochô, era extremadamente consciente de aquello.
― Espero que no pelearas con nadie ― comentó la joven y él frunció el ceño ofendido. No era tan torpe para exponer a la organización de esa forma.
― Les pagué la carne ― contestó Giyuu, aún ofendido y su cara era tan graciosa que Shinobu explotó en risas.
― Lo siento, Tomioka-san ― dijo entre risas ―. Pero debes reconocer que no eres bueno lidiando con las personas.
La carcajada que le siguió a esa declaración fue tan grande que contagió al pelinegro. Giyuu quería seguir ofendido, pero una parte de él no podía evitar pensar en lo ridícula que lucía la siempre intachable Pilar del Insecto riendo como una cría y una leve sonrisa surcó su rostro. Eran pocos los momentos así que podía disfrutar y no deseaba reprimirse. "No hoy al menos" pensó, observando cómo su colega luchaba por recuperar su temple y cómo el can entre sus brazos se removía, curioso, por las carcajadas de la pelinegra de mechones morados. Shinobu tenía razón, tal vez debería sonreír un poco más, se sentía bien hacerlo.
― Les lancé el dinero, lo recogieron y se fueron ― agregó en un impulso y la joven se calló de golpe, consciente que el Pilar del Agua había hecho lo mismo que ella cuando, con su hermana, salvaron a Kanao ―. Me costó convencerlo, pero se dejó revisar, tiene una cojera en su pata derecha y muchas heridas abiertas en su lomo, también un corte sobre su ojo derecho. Pude limpiar el corte del ojo, pero no los del cuerpo y no sé si está fracturado.
― Pon al perrito en el suelo y sostenlo. ―Giyuu obedeció y la hashira vio cómo el can se encogía ante su mirada, temblando y mostrándole los dientes, dispuesto a defenderse de ella ―. Sólo quiero ayudarte, pequeñín.
Caturreó la Pilar del Insecto, mientras le acercaba su mano empuñada, el cachorro olió a la hashira y por primera vez los olores de esos humanos estaban indicando un objetivo común. Aún así, la desconfianza y el instinto de supervivencia era mayor y cuando Shinobu intentó acariciarlo tras la oreja, él le lanzó una dentellada que ella esquivó con facilidad.
― Ara, ara~ este cachorro tampoco deja que lo ayuden los demás ― comentó Kochô, haciendo alusión al comportamiento individualista del Pilar del Agua.
Giyuu se sintió identificado con las palabras de su colega y no pudo más que desviar su rostro, un poco avergonzado por la indirecta. Shinobu rió suavemente ante la actitud del mayor y su deleite fue superior cuando él acomodó uno de sus mechones tras su oreja y ella notó la punta de ésta enrojecida.
― Tomioka-san puede verse muy tierno con las orejas rojas ― comentó con malicia, sólo para seguir avergonzando al hashira y su deleite fue ver cómo él giraba su rostro rápidamente para mirarla.
Tomioka había abierto mucho sus ojos ante las palabras inesperadas de la pelinegra y no pudo evitar voltear a verla, arrepintiéndose al instante al sentir su cara arder y sus labios temblar ante el escrutinio de Kochô.
La mariposa rió escandalosamente al ver el rostro del hombre y el sonrojo de Giyuu aumentó, no solía darle importancia a las puyas de ella, pero justo había sacado un tema que había sido recurrente entre su maestro y él. Tema al que en una ocasión había aludido Tanjiro sin malas intenciones, pero que él seguía dando vueltas.
― Tomioka-san, puedes ser muy inocente ― dijo la hashira y Giyuu volvió a desviar su rostro. Shinobu estaba encantada con la situación, pero debía enfocarse ―. No sé cómo haré para que este pequeñito confíe en mí lo suficiente para revisarlo.
Sus palabras captaron la atención del pelinegro, quien volteó a mirar al cachorro, el cual a pesar de estar en el suelo, se apegaba a él. Tomioka lo acarició y el peludo se dejó hacer mientras cerraba sus ojitos café. Entonces, el Pilar del Agua tuvo una idea, con su mano libre le pidió a la joven que se acercara y ella obedeció, intrigada.
Tomioka le hizo señas para que alargara su mano y la de mechones morados lo hizo sin dudar, entonces, el Pilar del Agua tomó su mano inesperadamente y la guió para acariciar al can. Shinobu se sintió extrañada por la actitud del pelinegro y sólo logró superar la timidez que le provocaba que él sostuviera su mano al pensar que lo hacía por el bien de su nuevo paciente, aún así eso no evitó que sus mejillas se tiñeran suavemente de rubor. Sus ojos morados se posaron en el perfil concentrado de su colega y sintió sus mejillas enrojecer un poco más; la joven mordió el interior de su labio inferior en un intento por controlar el aumento de su frecuencia cardiaca y centró su mirada en el cachorro. Por su propio bien, debía evitar observar al Pilar del Agua.
El perro miró con suspicacia la mano de la hashira, pero al estar cubierta por la del pelinegro, el animalito se dejó hacer a pesar de su desconfianza. Kochô se sorprendió de que el peludo la dejara acariciarlo a pesar de su postura alerta y no dudó de que ese can no se separaría fácilmente de su colega.
Con ayuda del tacto de Giyuu sobre la mano de Shinobu, la Pilar logró revisar al animalito y éste se dejó hacer cada vez más tranquilo. La joven cortó el pelo del cachorro en las zonas en que estaba herido para despejarlas y poder limpiar bien el lugar, luego desinfectó las heridas con ayuda del pelinegro y vendó el cuerpo enquencle y huesudo del perrito. Por último, y no sin cierta dificultad, entablilló la pata derecha del can, la cual -efectivamente- estaba fracturada.
Curarlo les tomó gran parte de la mañana y cuando se dieron cuenta ya era hora de almorzar. Sin embargo, Shinobu aún debía sanar a su colega, quien había recibido la mordida del cachorro cuando la joven movilizó su pata para alinear los huesos. La dentada iba dirigida a la chica, pero el hombre había sido más rápido que el perro, Kochô aprovechó la oportunidad dada por el hashira y logró entablillar al can.
― ¿Sanará bien? ― preguntó el de coleta baja una vez que terminaron de curar al cachorro, éste le lamía la mano que había mordido mientra gemía, disculpándose a su manera perruna.
Shinobu observó la escena frente a ella y sonrió con sinceridad, había valido la pena atrasarse por sanar a ese indefenso animal que había sufrido a manos de otros humanos. "Aunque puede llegar a ser bastante agresivo" pensó la de mechones morados, tomando entre sus manos la mano lastimada de Tomioka.
― Eso espero ― dijo, mientras comenzaba a limpiar las heridas del hashira, el perrito dejándola hacer sin perderse detalle del proceso. Había entendido que esa extraña mujer hacía bien con sus dolorosas atenciones ―. No he podido darle ningún analgesico porque no sé cómo funciona el organismo de un animal, pero mezclé un poco de anestésico con el agua hervida con que limpiamos sus heridas y eso podría ayudarlo a sentirse mejor.
Giyuu asintió en silencio, dejándose sanar por ella como tantas otras veces ya había hecho. Kochô no perdió el ritmo de su trabajo mientras hablaba y la voz melodiosa de ella comenzó a adormecer al cachorro, quien ya comenzaba a aceptar a esa extraña muchacha.
― Sin embargo, si no limpiamos a diario sus heridas podrían infectarse y sería difícil de sanar. ― Shinobu continuó explicando la situación del cachorro al Pilar ―. Además, no puedo descartar que tenga algunos daños internos, por ahora sé que tiene una costilla fisurada, pero no llegó a fracturarse y es una fortuna, porque no tengo los implementos para lidiar con un pulmón perforado por una costilla. No en un perro al menos ― dijo, comenzando a vendar la mano del pelinegro ―. El vendaje que le hemos puesto bastará para sanar esa costilla.
― Has hecho un gran trabajo, Kochô ― alabó el de coleta y los ojos morados de la hashira se dispararon hacia el rostro del Pilar, nunca había sido tan directo con ella y eso hizo que su corazón se acelerara por la vergüenza.
― Aún no hemos terminado, Tomioka-san ― dijo, bajando el rostro y centrando toda su atención en amarrar el vendaje que estaba haciendo ―. Debo llegar a la finca a investigar cómo tratar mejor a este pequeño y tu deberás cuidar de él también.― Giyuu alzó una de sus cejas, desconcertado por las palabras de ella, pero la mariposa no le dio tiempo de replicar ―. Tu salvaste a un ser indefenso, ahora depende de ti y no puedes negarte.
Le encaró seria, no permitiría que el Pilar del Agua se desentendiera de su nueva responsabilidad. Al pelinegro se le desencajó la quijada, indignado con las palabras y la insinuación de la hashira.
― No pienso abandonarlo, no puede cuidar de sí mismo ― declaró, tomando entre sus brazos al pequeño peludo y la hashira no pudo más que sonreír ampliamente ante la preocupación de su colega y su reacción protectora.
Tomioka se estaba esforzando al cuidar de otro ser vivo y ella quería ayudarlo, porque ese cachorro había removido algo en su interior y porque le había permitido ver la amabilidad de su colega en toda su tierna extensión.
― Será mejor que vayamos a comer, Tomioka-san, ambos debemos reponernos para poder ayudar a este pequeñín ― declaró la Pilar del Insecto, acariciando al can, que aceptó la caricia ya sin desconfianza.
Los ojos azules brillaron ante las palabras de la hashira y el pecho del pelinegro se llenó de una calidez olvidada hace mucho tiempo atrás. Giyuu comprendió que podía contar con la joven, quien con sus acciones le reiteró que no estaba solo y eso lo hizo sonreír suavemente.
Shinobu vio la tenue sonrisa de su colega y los sentimientos que luchaba por enterrar afloraron con fuerza. Giyuu seguía siendo un peligro para su rutina, pero por alguna razón, ya no le importaba tanto, no cuando un cachorro la observaba con ojos brillantes e inocentes.
Ahora tenían a alguien en común a quien cuidar.
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LLegaron a primera hora del día siguiente a informar al patrón sobre los detalles de la misión, Oyakata-sama sonrió ante el cachorro y les concedió unos días libres de misiones para que pudieran dedicarse a sanarlo y a que se adaptara a su nuevo hogar.
Kagaya sabía que sus niños no tenían una vida fácil y le pareció correcto darles un poco de normalidad en forma de ese perrito. Sabía que volverían a luchar y a matar demonios, pero podía prescindir unos días de ambos, mientras encomendaría las misiones al resto de los Pilares, luego sería el turno de Giyuu y Shinobu de cubrir a sus colegas.
Tomioka seguía cargando al animalito entre sus brazos y Kochô le pidió ir a la finca Mariposa a cambiar los vendajes del peludo. Ambos iban en uniforme, Kochô se había cambiado para ver al patrón. La bienvenida a la finca fue más ruidosa que lo usual; las niñas se entusiasmaron con el cachorro, pero éste les gruñó, asustado por el escándalo, y los mayores determinaron que lo mejor era no perturbar al desconfiado perrito. Las niñas, como buenas enfermeras, cumplieron con la petición al pie de la letra, a pesar de las ganas que tenían de jugar con el can.
― Aprovechemos y bañemos al perro, Tomioka-san ― pidió Kochô y Giyuu asintió, el perro estaba tan sucio que ni siquiera se notaba bien el color de su pelaje.
En silencio, y sin necesidad de que la dueña de la finca tuviera que agregar algo, el Pilar del Agua comenzó a juntar las cosas para darle un baño al animalito. Los años habían hecho que conociera bien el lugar.
Mientras tanto, Shinobu se dedicó a sacarle la venda al cachorro. Una noche entre ellos había hecho que el desconfiado mamífero dejara de temerle a la joven y ahora ella podía cuidarlo sin ayuda del pelinegro.
― Estoy listo ― anunció Tomioka, con una vasija de agua tibia entre las manos y un recipiente de madera en la otra, el perrito era tan pequeño y escuálido que fácilmente entraba en ella.
― Dame un momento ― pidió la mariposa y Giyuu la vio deshacerse de su haori y comenzar a desabrochar la chaqueta de su uniforme.
El pelinegro desvió la mirada mientras dejaba los implementos para el baño del cachorro en el suelo. El perrito miró a la joven y luego al de coleta e inclinó su cabeza hacia la derecha, incapaz de comprender el nerviosismo de él. Al final, decidió acercarse a su salvador moviendo su peluda cola, no había motivo para ponerse nervioso.
Tomioka vio acercarse cojeando al perrito y se agachó para acariciarlo, ignorando los movimientos de la de mechones morados.
― Deberías sacarte el haori ― dijo la menor, provocando que su colega alzara su azulina mirada, desconcertado.
Kochô se quedó sólo con la camisa blanca puesta y cuando Giyuu la vio arremangarse, entendió que ella tenía razón. Si bañaban al cachorro con toda la ropa puesta, terminarían completamente mojados. El Pilar del Agua se levantó y comenzó a desvestirse sin quitarle los ojos de encima a la menor.
Los ojos púrpuras no abandonaron los azules del pelinegro hasta que él comenzó a desabotonarse la chaqueta negra. Los ojos de la joven siguieron los movimientos de las manos de Tomioka hasta que el último ojal fue desabotonado.
El ambiente había vuelto a mutar y el cachorro se sentó entre los dos humanos, olfateando levemente, no quería interrumpir la química que se estaba generando en ese lugar. Podía ser pequeño, pero el instinto no le fallaba y esos dos deseaban estar más cerca del otro de lo que aparentaban.
Giyuu se deshizo de su chaqueta con rudeza, tenso y cohibido ante la mirada de la Pilar del Insecto. Shinobu tragó saliva con dificultad cuando lo vio arrojar la prenda a una silla y terminó por agacharse a acariciar al pequeño entre ellos para disimular su estado alterado. Deseaba algo prohibido.
Tomioka comenzó a arremangarse más tranquilo, sin la intensa mirada de su colega sobre él, agradecido de la distracción ofrecida por el can. El hashira sabía que Shinobu lo había visto sin camisa en más de una ocasión debido a que ella era quien siempre lo curaba, sin embargo, era la primera vez que su mirada se posaba con esa intensidad sobre él y al pelinegro lo hacía sentir inseguro. Sí ella lo hubiera seguido observando de esa manera, Giyuu habría terminado haciendo algo inapropiado.
Shinobu se distrajo cubriendo la pata entablillada del cachorro para que no se mojara mientras el Pilar del Agua acomodaba todos los utensilios de baño para usarlos. El pequeño animal ladró y movió la cola, entusiasmado al verlos trabajar sin siquiera mirarse, convencido de que esos dos eran parte de una misma manada. Era la única explicación para su total coordinación.
Bañar al can resultó más fácil y divertido de lo que pudieron imaginar. Shinobu lo sujetaba y desenmarañaba su pelaje mientras Giyuu lo enjabonaba y clareaba, arrastrando las trazas de sangre y suciedad lejos de su escuálido cuerpecito, dando paso al pelaje rojizo que cubría su lomo, cola y parte de la cara, el resto era blanco, salvo por una curiosa mancha en su mano izquierda. El perrito ladraba entusiasmado con el agua tibia, agitando su cola de plumero con alegría, nunca antes había recibido tanto cariño y su piel se sentía bien ante el contacto con el agua.
La alegría del can ante el primer baño de su vida, contagió a los Pilares, que terminaron riendo cada vez que el pequeño los mojaba al agitar su cola o al juguetear con el agua. La risa de Kochô era cantarina y entusiasta, mientras que la primera carcajada del Pilar del Agua fue muy sutil.
Kochô había notado la pequeña sonrisa en los labios del pelinegro, pero jamás imaginó que lo escucharía reír. Tal fue su sorpresa que terminó deteniendo su propia carcajada para voltear a verlo, siendo consciente -en ese momento- de la cercanía física entre ambos, que estaban acuclillados uno al lado del otro, y Shinobu no pudo más que abrir sus ojos y labios, impactada por la tierna imagen ante ella. Tomioka Giyuu riendo, de ojos cerrados, cabeza ligeramente agachada y cubriendo su sutil risa tras el puño de su mano era una imagen tan adorable que la Pilar del Insecto se sintió agradecida de poder contemplarla.
Hubiera sido un recuerdo perfecto, si tan sólo él no hubiera abierto lentamente sus ojos y no hubiera volteado a verla, pillándola in fraganti. Fue tal su vergüenza que Kochô sintió su rostro arder, aumentando el calor de éste cuando los ahora brillantes ojos azules se abrieron, sorprendidos de la expresión de la hashira. Shinobu desvió su atención hacia el cachorro, pero ya era demasiado tarde.
― Kochô ― llamó a la pelinegra y la joven ignoró la llamada, encogiendo sus hombros y enfocándose en el peludo animal ―. También te ves adorable con las orejas rojas ― concluyó Giyuu y la aludida volteó a verlo, con los ojos enormes y los labios temblando por la timidez.
La acción de la Pilar fue tan abrupta que se desestabilizó lo suficiente para quedar más cerca de Tomioka. Ambos aferraron su cordura a los pocos centímetros que los separaban, incapaces de moverse, por miedo a sus propios impulsos, pero entre ellos había un factor con el que no contaban.
El pequeño can, cansado del ambiente enrarecido entre ellos y del aroma peculiar que ambos emanaban, decidió ayudar a ese par que parecía no ser muy hábil para algunas cosas y saltó del recipiente donde lo bañaban, terminando por desestabilizar por completo a la joven que estaba en cuclillas.
La de mechones morados se precipitó sobre el pelinegro, quien la tomó de los brazo para que no cayera, pero el perrito se alzó en sus cuartos traseros y con su único brazo bueno se apoyó en ambos jóvenes, provocando que Tomioka perdiera el equilibrio y cayera, semi sentado, con la mujer entre sus brazos.
Los ladridos alegres del can junto al movimiento entusiasta de su cola les dio la seguridad de que el pequeño los había botado a propósito. Shinobu pensó que debería sentirse enojada por tal sabotaje, pero la alegría inocente del peludo animalito la hizo reír sin miramientos, descargando su nerviosismo de esa forma. Tomioka se incorporó levemente, apoyando a la joven entre su pecho y uno de sus brazos, sintiéndose aliviado con la risa cantarina de ella.
Giyuu suspiró suavemente, meciendo los mechones de la menor mientras componía una sonrisa sutil. Algo cálido se había instaurado en su pecho y no quería dejarlo ir. La mariposa se inclinó para tomar al cachorro entre sus manos, para luego subirlo a sus piernas, que terminaron descansando sobre las de su colega. Tomioka tomó la toalla que había preparado para el peludo y comenzó a secarlo mientras la joven lo sujetaba.
Shinobu era consciente de que se encontraba rodeada por los brazos del pelinegro mientras él secaba delicadamente al pequeño, quien seguía agitando su colita mientras los miraba con la lengua afuera, jadeando, feliz por el amor recibido. El calor que emanaba su colega hashira contrastaba con los fríos que sentía sus muslos por haber sido mojados por el perrito y eso hacía que pudiera distraerse de los rápidos latidos de su corazón.
Tomioka no estaba mejor que su colega, pero sentirla tan ligera lo distraía junto con el trabajo repetitivo que estaba realizando. Sabía que no era apropiada la forma en que se encontraban, pero algo dentro de él se resistía a dejarla ir y, sinceramente, la lucha de ambos como cazadores había durado tantos años que Giyuu se permitió unos momentos de pausa en ella. Sabía que vivía para matar demonios, pero Oyakata-sama les había dado unos días para cuidar del animalito entre ellos y, por primera vez en su vida de cazador de demonios, Tomioka sentía que quería dejarse llevar por la corriente del momento.
Shinobu había sido su compañera más cercana por años y, por primera vez, Giyuu sentía que estaba bien abandonar su soledad y dejar entrar a alguien más. Además, le parecía un poco irónico que aquel felpudo ser indefenso y desconfiado haya sido el primero en entrar en su mundo, dando paso a que también entrara la Pilar del Insecto.
Shinobu y Giyuu terminaron de secar al pequeño; tardaron un poco debido al cuidado que debían poner a sus heridas, menos mal la mayoría ya había comenzado a cerrar a pesar del poco tiempo transcurrido, incluso la que estaba sobre el ojo, pero aún eran delicados con él. Ninguno sabía cuánto dolor podían resistir los animales realmente.
Los Pilares se quedaron en silencio, aún envueltos entre ellos, el cachorro se había dormido en las piernas de la mariposa. Shinobu cerró los ojos y carraspeó.
― Tomioka-san ― llamó, captando la atención de él y, aún con los ojos cerrados, habló ―. Necesito hacerle el vendaje por sus costillas.
Giyuu la miró, sin entender que necesitaba de él, por lo que no se movió de su posición. "Será idiota" pensó la joven, un poco cabreada por tener que ser más clara. Shinobu giró a observarlo y el pelinegro fue consciente del sonrojo de ella y la cercanía entre ambos.
― Por favor, ¿puedes dejar de abrazarme? ― pidió en un susurro sentido y Giyuu abrió sus ojos y boca levemente, siendo consciente que seguía manteniendo atrapada a esa mujer venenosa entre sus brazos.
El Pilar del Agua desvió su rostro al tiempo que liberaba a la mariposa de su agarre; Shinobu sonrió -traviesa- y, en un impulso, peinó algunos mechones de su colega tras su oreja, descubriendo las puntas rojas de éstas.
― Adorable ― dijo la hashira, levantándose con el cachorro en brazos, Giyuu volteó a verla y sus mejillas pálidas se tiñeron de un suave carmín. Shinobu acababa de descubrir que avergonzar al Pilar del Agua podía ser otro de sus placeres culpables.
El cachorro se removió entre los brazos de la hashira, pero no despertó, ese día había sido agotador y por sus escasos meses de vida, él necesitaba dormir. Ambos Pilares vendaron al pequeño y Shinobu lo dejó descansar mientras ellos se secaban un poco.
Sin embargo, un graznido despertó al animalito. El cuervo de Giyuu acababa de entrar por la ventana de la habitación, traía una carta de Urokodaki para el pelinegro, pero apenas se posó en una mesa para entregar su encomienda, un ladrido enojado lo asustó.
El cachorro despertó y comenzó a gruñir y ladrar al cuervo; Kanzaburô alzó vuelo, pero el can lo persiguió como pudo con sus tres patas buenas. Giyuu intentó detener a ambos animales, pero cada vez que el ser alado intentaba posarse en un lugar, el mamífero hacía el intento de morderlo. El pelinegro tuvo que tomar en brazos al cachorro para detenerlo y tras una pequeña regañina por parte del Pilar, el felpudo animal gimió con las orejas caídas, disculpándose a su manera perruna.
Kochô observó toda la ridícula escena aguantándose la risa, pero tras ver a Tomioka actuar cómo un papá decepcionado de su vástago, no pudo más que carcajearse de manera poco digna. Giyuu la observó con su típica cara de aburrimiento, con el cachorro aún en brazos, y la hashira rió aún más fuerte, incapaz de guardar la compostura.
Por último, la mariposa terminó por echar a los tres revoltosos de su consultorio. Tras percatarse del desastre de plumas y pelo que habían creado los dos animales, se enojó y corrió a los tres, limpiando su lugar de trabajo con una mezcla de diversión y enfado.
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La casa del Pilar del Agua se había vuelto ruidosa de un momento para otro. Hace dos semanas que había salvado al perrito de la golpiza de su vida y, junto a su compañera Pilar, habían tratado sus heridas. La mayoría había sanado bien y su creciente pelaje cubría las cicatrices, pero la que estaba sobre el ojo quedaría visible. Aunque Giyuu dudaba que le importara, él mismo tenía varias cicatrices y no les daba importancia, lo valioso es que estuviera sano y ahora sólo le quedaba la fractura de su pata anterior derecha.
Las misiones habían vuelto y el perrito pasaba sus días entre la finca Mariposa y la casa del pelinegro, quien no extrañaba la tranquilidad del silencio, el cual había sido reemplazado por los correteos del mamífero y su cuervo.
Ambos animales habían tenido un comienzo difícil, pero tras entender que ninguno iba a ser dejado de lado por el Pilar del Agua, no les quedó más que comenzar a llevarse bien. El día anterior, Giyuu notó que esos dos dormían acurrucados y nuevamente la calidez inundó su pecho, nunca creyó posible que seres tan pequeños y distintos a él podían causar tal reacción. Sonrió levemente mientras abría la puerta de su hogar, alguien acababa de llamar.
Tomioka vio a la persona que lo estaba buscando y su tenue sonrisa se amplió levemente. Sólo sus dos revoltosos animales y ella lo veían sonreír. "Parece que tengo gusto por los seres pequeños" pensó el hashira, dejando entrar a la Pilar más bajita de los cazadores de demonios a su hogar.
Shinobu saludó al pelinegro con una sonrisa sincera en los labios y, tras entrar a la casa, fue recibida por los ladridos entusiasmados del cachorro, quien correteó en tres patas hasta la hashira.
― Nadie pensaría que es realmente huraño ― comentó la joven, alzando al perrito con gusto. Tomioka asintió, el animalito sólo solía actuar de esa forma con Kochô y él, al resto de la gente los veía de lejos o les gruñía si se le acercaban.
― Es normal que no confíe, de seguro recibió más de una paliza en su vida ―dijo el hashira y los ojos morados de ella lo recorrieron por completo.
―¿Es lo que sucedió contigo? ― preguntó, descarada. Las últimas dos semanas la habían acercado al de coleta baja y no pudo evitar querer averiguar aquello.
Giyuu frunció el ceño y desvió el rostro, no queriendo que ella siguiera entrando en su mundo. Habían cosas que prefería seguir guardando. Kochô lo vio y suspiró, sabía que no conseguiría una respuesta. Rara vez la conseguía, sin embargo, estaba segura que la respuesta era afirmativa.
― Apurémonos ― solicitó la de mechones morados y Giyuu fue por su haori, tenían una misión en conjunto y dejarían al pequeño felpudo en la finca Mariposa, las niñas del lugar ya habían comenzado a ganarse la confianza del cachorro. Al menos lo suficiente para poder curarlo y darle de comer sin que las agrediera.
Shinobu vio volver al pelinegro colocándose el haori multipatrón por el camino y no pudo evitar reír al notar que la prenda, siempre impecable, se encontraba cubierta de plumas y pelos de animales. El hashira sacudió la tela con sus manos y la risa de la menor aumentó.
― Les gusta dormir sobre él ― explicó Tomioka, guardándose el hecho de que ambos animales se habían coludido para botar su preciado haori del gancho donde lo colgaba para luego usarlo de una cómoda cama o nido.
Tampoco le dijo que al verlos acurrucados no fue capaz de regañarlos y quitarles la prenda. Mucho menos le contó que esos dos se habían vuelto cómplices de aventuras y que ahora solían robar su comida en conjunto. Giyuu sospechaba que lo hacían más por fastidiarlo que por necesidad, pero su endurecido corazón no era capaz de regañarlos en serio. Tampoco admitiría que solía ablandarse ante sus miradas lastimeras.
Oh, sí, se había dado cuenta que Kanzaburô había aprendido del perrito aquella mirada de cachorro apaleado que resultó ser la debilidad de Giyuu. El Pilar suspiró mientras caminaba junto a su colega y al cachorro, no podía creer que era tan duro a la hora de acabar con los Oni, pero que dos animales lo ablandaran al punto de consentirles todo.
Esperaba que nadie se enterara de ello, pero sospechaba que Kochô lo sabía, aunque estaba seguro de algo y es que aquel felpudo cachorro también manipulaba a esa venenosa mujer con su mirada lastimera. Y ese era su consuelo.
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Shinobu observó al cachorro enroscado entre los pies del Pilar del Agua y no pudo evitar sonreír. Habían pasado dos meses desde que Giyuu rescatara al pequeño y ambos habían visto cómo su estado de salud mejoraba gracias a los cuidados que le daban. Hace poco habían desentablillado su patita y, aunque temeroso y cojeando levemente, el can lograba trasladarse ocupando sus cuatro miembros.
Los tres se encontraban cenando en un puesto de comida en el pueblo, el cachorro había crecido en ese tiempo, pero seguía sin desapegarse de Giyuu cuando este estaba libre de misiones. El resto del tiempo era cuidado en la finca Mariposa por las niñas del lugar, sin embargo, el pequeño prefería pasar el tiempo con el pelinegro o la joven de mechones morados y los dos hashira no eran capaces de ignorar al perrito bajo ninguna circunstancia. El cachorro se había ganado el afecto de esos dos Pilares y ellos el del arisco canino, porque el pequeño era tan desconfiado que hasta a las pequeñas de la finca les costó todo un mes ganarse su afecto por completo.
― Deberías elegir un nombre para él de una vez por todas, Tomioka-san ― dijo la joven, sonriendo un poco molesta con el mayor por aún no decidirse a nombrar al peludo entre ellos.
Las niñas de la finca mariposa habían intentado nombrarlo de distintas formas, pero el huraño can se las ingeniaba para mostrar su desacuerdo en cada oportunidad. Shinobu no podía negar la inteligencia del pequeño, pero tampoco era capaz de darle un nombre. Sentía que eso le correspondía al terco Pilar del Agua.
Giyuu volteó a ver a Kochô con una expresión de aburrimiento, no era la primera vez que ella le pedía elegir un nombre para el cachorro entre sus pies, pero a él no se le ocurría nada, por lo que optó por guardar silencio.
Kochô se vio ignorada e iba a comenzar a molestar a su colega, cuando la comida llegó. Daikon con salmón para él e, increíblemente, para ella. Por el peludo perrito habían tomado la costumbre de pasear juntos por el pueblo y -a veces- cenar en compañía del otro. Por lo mismo, había terminado por probar la comida favorita del Pilar del Agua y la de mechones morados había tomado cierto gusto por el platillo.
Otras veces era Giyuu quien cambiaba su platillo favorito por el de ella, pero el mayor beneficiado de esas salidas era el ser de pelaje rojizo con patas blancas que siempre acompañaba a los pilares en sus salidas. Claro que la excusa era que debían pasear al felpudo cuadrupedo para que ganara masa muscular, pero el pequeño olía la verdad que ambos ocultaban y le agradaba ser testigo de la cercanía entre sus salvadores y la armonía que profesaban cuando estaban juntos.
¡Ojalá toda la vida pudiera estar junto a ellos!
Giyuu dio un primer bocado a su comida y una amplia sonrisa adornó sus facciones. Shinobu lo miró de reojo, sin perder detalle de la expresión extasiada del pelinegro, la Pilar del Insecto se había vuelto adicta a esos momentos de paz y, aunque no quería profundizar en lo que ello significaba, si se admitía que la sonrisa de él la hacía sentir que flotaba en una calidez entrañable.
Giyuu sintió cómo su peludo amigo posaba sus patas delanteras en su muslo, pidiéndole un poco de comida y, por más que Shinobu lo regañaba por darle de comer algo distinto a su ración, él no era capaz de negarse a su mirada de cachorro ilusionado, a sus orejas paraditas y a su cola de plumero moviéndose de un lado a otro.
Tomioka miró de reojo a su colega y, cuando la vio llevarse un trozo de comida a su boca, aprovechó para darle un trozo de rábano al perrito, quien se lo comió con gusto. Shinobu captó el movimiento y se giró, dispuesta a regañar al irresponsable Pilar, pero el animalito fue más rápido e inteligente que ella.
El perrito se trasladó hacia la hashira y, sentándose, le ofreció su mano derecha. La misma que ella había entablillado y sanado. Shinobu vio la patita blanca y la tomó entre sus manos, sonriendo por la atención recibida. La joven dirigió su mirada purpurea a la otra patita del can y su sonrisa se amplió al ver sus dedos blancos, salvo por el anular el cual poseía una mancha rojiza que lo cubría por completo, graciosamente, esa manchita tenía forma de corazón y para la Pilar era bastante irónico que ese pequeño ser tan huraño poseyera tal marca. Aún así, lo adoraba como nunca imaginó que podría adorar a un animal. Lástima que el can quisiera más a Tomioka que a ella. "Ni modo, él lo salvó" pensó, acariciando la cabecita peluda del pequeñín.
― Daikon ― dijo Giyuu, volteando a ver a la joven y al can. Shinobu alzó su mirada hasta cruzarla con la azulina del hashira, sin entender a qué se refería ―. Le gusta mucho el daikon y pensé que sería un buen nombre ―explicó y la Pilar quedó en shock ante la simpleza del pelinegro.
Kochô no podía creer que a pesar del tiempo que solía pasar con Tomioka, él aún pudiera sorprenderla con sus extrañas ocurrencias. Iba a decirle que no podía ponerle "Rábano" al cachorro cuando éste ladró y giró moviendo su cola más intensamente que antes, en una muestra de felicidad por al fin tener un nombre que le gustara.
Shinobu suspiró, resignada, Giyuu podía ser una persona simple, pero su sinceridad y amabilidad eran cautivantes. Sonrió, incapaz de reclamarle algo.
― Definitivamente es el único nombre que le ha gustado ― declaró la hashira, inclinándose hacía el de coleta y el can ―. Me alegro de que al fin tengas nombre, Daikon ― dijo, acariciando al peludo quien le ladró, feliz.
Los ojos de Giyuu brillaron al ver tal escena y se unió a la caricia de la mariposa. Se sentía en casa y lucharía por conservarla.
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― La luna está preciosa ― declaró la joven de mechones morados y el hashira volteó a verla.
Se encontraban en la residencia de Tomioka, al día siguiente Shinobu partiría en una misión para analizar la sangre de Nezuko junto a una demonio de confianza de Oyakata-sama y le preocupaba que Giyuu no hubiera aceptado participar en el entrenamiento de todos los cazadores de demonios, por ello lo había ido a ver.
El pelinegro no contestó, pero le hizo una seña con su mano para que se acercara a él. Se encontraba sentado en el pasillo que daba al patio interior, Daikon jugueteaba de un lado para el otro, persiguiendo grillos mientras Kanzaburô lo observaba desde una rama de un árbol.
Habían pasado casi seis meses desde que lo rescataran y muchas cosas habían sucedido entre medio. Perder a Rengoku había sido un golpe duro que los había aterrizado una cruel realidad que jamás habían olvidado, pero si habían aprendido a compaginar con esos momentos de calma que ante la existencia de los demonios, parecían pecado. Ninguno tendría verdadera paz hasta que acabaran con Muzan.
Shinobu se sentó junto al pelinegro y Giyuu le ofreció un sorbo de sake que ella bebió sin dudar. Se les había vuelto una costumbre beber juntos algunas noches, siempre que pudieran.
― Deberías entrenar al igual que el resto de los Pilares― comentó la joven y Giyuu detuvo su trago a medio camino, luego de una pausa lo bebió todo de un sorbo.
― No soy como ustedes ― declaró y a Shinobu le volvió a molestar su torpe declaración.
― Por eso todos te odian, Tomioka-san ― dijo, fastidiada de su afán de aislarse. Giyuu la volteó a ver con la misma expresión que puso la primera vez que escuchó esas palabras de ella.
― A mi nadie me odia ― refutó, un poco molesto por aquella frase. Giyuu clavó su mirada azulina en la púrpura de ella y, acercándose, agregó ―. Tú no me odias.
La distancia que los separaba era tan escasa que sus alientos se mezclaban y la hashira terminó acariciando la pálida mejilla del pelinegro.
― No, no te odio Giyuu-san ― confesó, llamándolo por su nombre ―. Pero si dices que no eres como nosotros, sin aclarar a qué te refieres, el resto pensará que te sientes superior a ellos y no al revés.
Los meses no habían sido en vano y ellos habían terminado conociéndose más de lo que alguna vez presupuestaron. Sabían que era un riesgo y que sus vidas peligraban, sabían que sus objetivos eran incompatibles con la cercanía que se profesaban, pero las noches eran más llevaderas en compañía, sobre todo las de caza. La soledad era más llevadera entre dos o entre cuatro si contaban a los dos animalitos que no dejaban a Giyuu.
― ¿Crees que realmente pueda hacer algo? ― preguntó, inseguro de sus propias capacidades.
Tanjiro había estado insistiendo en visitarlo y en hablar con él para que se uniera al entrenamiento y, en una conducta de aislamiento muy arraigada, había hecho todo por mantenerlo lejos, pero el muchacho era un hueso de roer tan duro como su cabeza.
― Lo salvaste a él ― apuntó Shinobu, sin dejar de acariciar el rostro del hashira, y el de coleta baja observó a Daikon jugueteando alegremente, quién diría que ese hermoso perro alguna vez no poseyó más que pellejo sobre sus huesos, sin carne para rellenar sus recovecos ―. Estoy segura que tienes mucho qué enseñar a otros; no es un capricho de Oyakata-sama que seas el Pilar del Agua, Giyuu-san, esta no es una posición que se regale.
Shinobu no agregó nada más, pero el pelinegro percibió la fiereza tras sus palabras, él sabía que ella siempre se esforzaba al máximo, sabía que ella era incapaz de cortar una cabeza de demonio y también sabía que eso no la había detenido. Kochô Shinobu era una mujer esforzada y trabajadora, cuya fortaleza radicaba en su determinación.
― Gracias ― murmuró el pelinegro, cerrando los ojos y plantando un pequeño beso en la palma de la mano de ella.
Giyuu tomó la pequeña mano de la Pilar entre las suyas y la delineó con una delicadeza que nadie creería posible que pudieran poseer manos tan grandes. La pelinegra de mechas moradas se acercó a su colega y se apoyó en su costado, recostando su cabeza en su hombro, disfrutando de la sutil caricia que le estaba regalando aquel frío e imperturbable hombre, al menos para el resto, al menos en apariencia, porque ella sabía la verdad tras su apariencia calmada. Conocía su calidez y su amabilidad, conocía lo mucho que amaba a sus seres queridos y lo mucho que había sufrido con sus pérdidas.
La mariposa conocía la tormenta de emociones que había tras la aparente calma del mar que era él y no era capaz de arrepentirse de haberlo descubierto. Miró a Daikon y agradeció a aquel mágico perro el haberla unido a Tomioka Giyuu, feliz de haber vivido lo suficiente para admitir sus sentimientos hacia su compañero hashira. Agradecida de haber vivido al máximo ese último tiempo, incapaz de arrepentirse de las decisiones tomadas.
Giyuu recorrió las manos curtidas de la joven, admirado por la fortaleza tallada en ellas. Kochô Shinobu, a pesar de su apariencia, no era una mujer frágil y él era feliz de haberlo descubierto. No quiso abrirse a nadie más durante sus años como cazador, pero gracias a un peludo cuadrupedo, se había permitido compartir aquellos últimos meses de su vida con esa venenosa mujer. Tal vez ella, nuevamente, tenía razón y debía corresponder la confianza de Oyakata-sama. "Tal vez debería abrirme a más gente" pensó mientras la imagen de Tanjiro y Nezuko se abría paso en su mente.
― Shinobu ― llamó, mientras apretaba la pequeña mano de la joven.
Daikon se detuvo de golpe, presintiendo que algo importante estaba pasando y se centró en sus dos humanos favoritos. La menor se incorporó levemente para poder observar al hashira y, a la tenue luz de la luna llena, notó las puntas de sus orejas enrojecidas. Giyuu alzó el rostro al cielo e, incapaz de mirar a su colega, declaró:
― La luna está preciosa. ― A Shinobu la inundó una calidez que siempre quería conservar, era la primera vez que él le correspondía su frase y, tras volver a apoyar su cabeza en su hombro, se decidió a apuntar aún más alto con Tomioka.
― Yo también te quiero, Giyuu-san. ― El aludido la miró de reojo, notando que el carmín de sus mejillas destacaba en su tez pálida, pero lo que más encantaba al mayor eran las puntas sonrojadas de sus orejas.
Al pelinegro le daba ternura ese rasgo en Shinobu, el cuál él también poseía, y podía entender que ella se aficionara a avergonzarlo, a él también le gustaba verla así. Giyuu sonrió levemente, recargando su cabeza en la de su compañera. Disfrutando del silencio entre ellos.
Daikon se acercó a sus humanos y movió la cola entusiasmado, amaba la calma entre ellos y atesoraba aquellos momentos tanto como sus juegos con Kanzaburô. El perro jadeó con la lengua afuera, sonriendo a su manera perruna. Viviendo ese momento al máximo, al igual que los dos Pilares que lo habían salvado.
Porque sin importar que al día siguiente ella partiera en su misión más crucial y él terminara de ser convencido por Tanjiro de unirse al entrenamiento de los cazadores. Sin importar, que volverían a estar juntos en contados momentos a partir de ese instante, sin importar el posible fatídico destino de ella y el consecuente dolor de él. En ese preciso instante, se tenían los unos a los otros y esos meses los habían vivido a concho. Sin arrepentimientos. Al paso que debió ser.
Porque en el futuro, ninguno se arrepentiría de su historia juntos y Giyuu cumpliría la promesa que alguna vez le hiciera a esa mujer venenosa. La cumpliría, sin importar los obstáculos, porque ella le había dado mucho.
― Vive ― susurró Shinobu y Giyuu la arrastró entre sus brazos, disfrutando de ella, de Daikon y Kanzaburô y del pequeño hogar que habían formado.
Y quien sabe, un pequeño peludo ya había cambiado sus solitarias vidas, quién sabe si también podría cambiar sus fatídicos destinos y permitirles vivir a ambos, juntos.
Al fin y al cabo, ambos estaban de acuerdo en que aquel perro era mágico.
Sé que quedó larguísimo, pero amé escribirlo. Espero lo disfrutaran tanto como yo. Dejo el final abierto a la imaginación de cada uno jiji
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