Debajo de mi cama hay un montón de cosas: juguetes, ropa, comida y seguramente hasta ratas. Así era como me gustaba a mí, que esté desordenada. De pequeña me habían contado que si había muchas cosas debajo de la cama, los monstruos no iban a caber y, por lo tanto, no me molestarían. Ahora mi madre, quien fue ella la que me dijo esto, sabe que me lo tomé muy literal.

Como siempre, mi madre vino a decirme que tire toda la basura que había allí abajo, pero yo le contesté que no. Se puso furiosa, tanto que me prohibió ver la televisión por dos meses, y sabía que eso era lo que más a mí me gustaba.

Salió de mi cuarto y fui tras ella, reclamándole lo que me había prohibido. No podía hacerme eso y ser tan hipócrita de usarla ella.

—Si tanto quieres ver la televisión, entonces limpia debajo de tu cama. Hasta que lo hagas no te sacaré el castigo.

Me vi obligada a la necesidad de limpiar el chiquero de allá abajo, pero a la vez me asustaba. Tantas películas, libros, historias que trataban de monstruos bajo la cama no me tranquilizaban en absoluto. Tenía mucho miedo, ¿pero qué más podía hacer?

Me arrodillé y me metí allí abajo. Empecé a sacar zapatos, restos de dulces y algún que otro peluche que pensaba que había perdido. Todo estaba normal hasta que salí de ahí y me paré, luego de eso sentí que alguien me estaba mirando y no pude hacer nada más ni nada menos que voltearme para ver si era mi madre o me lo estaba inventado. En mi cuarto no había nadie, así que la última opción era la correcta.

Decidí descansar unos segundos y luego seguir sacando todas las porquerías. Fui a la cocina a por un sándwich y, luego de preparármelo, me di cuenta que mi mamá había salido. No parecía haber apuro de seguir limpiando, así que me recosté en el sofá y me comí el sándwich. Fui a buscar un vaso de agua y después regresé a mi cuarto.

Me agaché nuevamente para meterme debajo de la cama, pero sentí que alguien me acariciaba la planta del pie. Lo único que faltaba era que me los jalasen, tal como en las películas de terror.

No le di mucha importancia y encontré mis pantuflas que se habían escurrido debajo, así que salí para ponérmelas. Me faltaba una, rebusqué debajo de la cama a ver si estaba por allí cerca pero salí de inmediato. Unos ojos completamente rojos me estaban mirando desde ahí.