Sentía como su fuerza aumentaba. Sentía como su cara se habitaba de pelos. Sentía como su sangre hervía y las ganas de matar pedían a gritos hacerlo. Sentía como se estaba convirtiendo.

Él había deseado eso desde hacía ya mucho tiempo, desde que era pequeño. Era muy fanático de aquellos animales feroces que eran súper grandes; pero no sabía que se iba a convertir en algo tan feo y peludo. Le daba miedo lo que le podía ocurrir, siempre había sido muy cobarde y le temía hasta a su propia sombra, pero pensaba que si se convertía en uno de esos bichos, ya nadie se iba a burlar de él y sería más valiente.

Sus dientes estaban creciendo y rastros de sangre aparecieron en su boca, sin quererlo se había lastimado. Un gruñido involuntario se escapó de su boca la cual parecía más grande de lo normal y eso lo asustaba.

Estaba encerrado en su propio cuerpo, lo podía manejar pero no tenía el control suficiente para poder dejar de hacer lo que estaba haciendo.

Al cabo de unos minutos, la transformación ya había concluido y lanzó otro desgarrador gruñido. Atravesó la ventana de su cuarto, y fue en busca de alguna presa. Afortunadamente, no había nadie caminando por las calles del pueblo, así que fue en busca de algún carro que divagaba por la ruta; esta no quedaba a más de diez minutos de viaje, para él. Vio las luces de un automóvil, y sin pensarlo dos veces (una, porque no tenía control de sí mismo, y 0tra porque era un lobo humano) dio un gran salto y aterrizó en el techo, clavando sus enormes y filosas garras.

El auto descarriló; pero el pobre hombre que estaba dentro logró salir y huir... no muy lejos. Las garras lo atraparon tan deprisa como pudieron. No creo que deba contar lo que le sucedió al pobre conductor, seguro que todos ustedes ya lo saben.

Todas las lunas llenas fueron así, hasta que un día, al contemplar la Luna, se dio cuenta de que algo estaba pasando en su cuerpo, y no se estaba transformando nuevamente en aquél monstruo devora humanos.

Contempló como las uñas de sus manos seguían normales y sus ojos seguían de aquél verde tan particular que le encantaba a su madre. Pero la alegría no duró mucho, pues su cuerpo se transformó nuevamente, dejando sus ojos ahora de un verde fluorescente. Otra vez no podía controlar su cuerpo, y lo que hizo lo demostró.

Dos de sus garras crecieron para incrustarse en su garganta. No fue un movimiento que salió así de la nada, él mismo lo hizo. La sangre brotó, empapando el suelo y su mano derecha.

En unos minutos, ya se encontraba tirado en el suelo, muerto.

Al otro día, la policía lo encontró en su casa. Nadie investigó lo que ocurrió, simplemente dijeron que era un suicidio.

Tal vez, él si le ordenó su cerebro que haga aquello. Tal vez, sí tenía control de su cuerpo. Ustedes se preguntarán ¿y entonces, por qué lo hizo? Es muy fácil la respuesta, el chico pensaba que alguien lo estaba manejando, y eso le molestaba bastante.