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Historia 2: "El hotel" (2/2)

Era ya de noche, pasadas las doce cuando volvieron a la habitación, habían ido a comer dentro del hotel y luego habían ido a la escena del crimen. Ya se habían llevado el cuerpo pero querían ver si encontraban más pistas, ellos eran los más "responsables" ya que el resto del equipo estaban viendo el show que era nada más y nada menos que un musical.

-Esta mancha de sangre- señaló Aurora-, ¿Ya tomaron una muestra?

-No lo sé, la policía científica vino dos minutos y luego se largaron, seguramente no- respondió Hernández-, dame un hisopo- le ordenó a Aurora que le dio uno de algodón-. Muy bien, veamos que esconde esta simple sangre.

El oficial Hernández se agachó en el suelo al lado de la sangre y delicadamente, pasó el hisopo por la sangre. Estaba fresca. No era la sangre de la mañana y eso explicaba por qué nadie la había visto antes, Aurora y el jefe Espinoza miraron hacia ambos lados, para ver si el que había derramado la sangre allí seguía presente en la zona. Se preguntaban cómo había podido entrar si unos guardias estaban vigilando la zona... Oh no, los guardias.

- ¿Dónde están los guardias del hotel que antes estaban cuidando la zona? - cuestionó Espinoza alterado.

Felipe se quedó en seco, había metido la muestra en una bolsa de plástico transparente y la guardó en otra bolsa de plástico, para que no haya ninguna muestra más además de la sangre. Aurora se había quedado mirando al policía Espinoza arqueando una ceja.

-Estaban... estaban- se llevó una mano a la cara y se frotó el ojo, estaba cansada. - ¿Qué insinúas, que la sangre es de ellos? Están del otro lado.

Espinoza se abrió paso entre Hernández y Lavalle para no correrse del camino, los rodeaban las cintas amarillas y negras que decían «Prohibido pasar, manténgase alejado». No era una zona donde los turistas pasaban pero era mejor ser precavido. Las cintas rodeaban un gran perímetro ya que había evidencias por todos lados, quizás con el tiempo se detectaba una huella, quizás con el tiempo se encontraba un alfiler, todas eran excusas. Trotaba para llegar más rápido, deseaba poder ver a los guardias vigilando, haciendo bromas, estando vivos. Cuando llegó no los encontró, se tranquilizó pensando que habían ido a comprar algo, a cenar en el buffet. Alguien le tocó el hombro, se dio la vuelta y vio que era Hernández quien se había quedado petrificado. Alguien había rasguñado el asfalto que estaba por el suelo, Aurora ya estaba acuclillada mirando detenidamente los rasguños, pensando que podrían indicar algo.

Indicaban algo, indicaban a donde habían llevado a los guardias. A paso veloz siguieron los rasguños que recorrían un largo trayecto, trataban de observar lo inobservable, ver qué había ocurrido. El rastro se cortaba en frente de una casa de metal, donde parecía que guardaban cosas de jardinería, los policías se prepararon para en cualquier momento agarrar sus armas, para dispararle a quien había hecho desaparecer a los guardias y quizás haber matado a la hermosa chica, Victoria.

-Puede que alguien esté aquí dentro- musitó Espinoza-, estén preparados.

Los otros dos oficiales asintieron aunque Espinoza ya dejaba de verlos. Se escuchaban sus respiraciones, preocupadas y temerosas, esperando a abrir fuego. El jefe abrió la puerta repentinamente, sin pensarlo dos veces, sus compañeros se asustaron al oír el ruido chirriante de la puerta y también se asustaron cuando vieron esos dos cuerpos sin vida: el de una guardia mujer y otro hombre.

Gritaron, sí, pero eso no los iba a devolver a la vida. Sollozaron, también, pero eso no iba a traer al asesino de vuelta. Los tres sacaron sus armas de las fundas, preparados para dispararle, si aún se encontraba allí. Se acercaron aún más a los cuerpos colgados desde una barra horizontal de madera que sostenía el techo, estaban pálidos y se les habían disparado en la cabeza hacia no más de media hora, casi el tiempo que ellos llevaban allí, ¿cómo no habían oído el disparo? Tenían los ojos cerrados y sus armas estaban desaparecidas, de inmediato decidieron llamar a todo el equipo que se alojaba en el hotel.


Fue una noche de estar en vela, los ojos se les cerraban a los tres mientras tomaban el café de la mañana, no articulaban palabras y parecían de piedra, solo pestañeaban.

-Tendré pesadillas- dijo de repente Felipe-. Miren lo que he encontrado.

De su bolso sacó una carpeta que contenía información sobre aquellas dos personas ahorcadas. La mujer tenía 48 años, estaba casada y tenía cuatro hijos, dos de 20 y 19 años y los otros dos de 10 y de 5 años, no era una de las personas que tenían enemigos, era sociable y había ingresado al hotel como guardia de seguridad hace dos años, apenas hablaba con Victoria. El hombre tenía 35 años, estaba comprometido y vivía junto con su madre y su futura esposa, hacía cuatro años que trabajaba como guardia de seguridad en el hotel, acompañaba a Victoria cuando ella necesitaba de seguridad. Los tres policías sabían que la sangre que habían encontrado era de algunos de ellos dos y, además, ya la habían mandado al laboratorio. ¿Estos dos casos estaban unidos entre sí? Podría ser que el que mató a la chica hubiese matado al guardia ya que este sabía algo y, al ver que estaba con la señora, la asesinó a ella también.

Los siguientes días fueron tranquilos, no descubrieron nada más ni hubo más asesinatos. Siguieron investigando, tomando notas de nuevas hipótesis y poniéndose en la piel del asesino, o en la piel de sus víctimas. El cuarto día de su estadía, tres días luego del segundo asesinato, Espinoza revisó todos los casos que había tenido durante los 20 años que ya habían pasado en este trabajo tan interesante, habían sido tantos que ya había perdido la cuenta cuando había llegado a 10. Tenía un diario donde escribía todos sus casos y colocaba algunas fotos. A la mayoría, que estaban resueltos, escribía con su letra temblorosa quién había sido el culpable y su castigo, era una manera de recordar que había hecho justicia. Llegó a la hoja donde estaba el famoso caso de la familia Cruz, había puesto una foto donde se veían los cuerpos de los dos niños que llevaban gorras, una roja y otra azul, una mujer flotaba a lo lejos, era un poco rellena y estaba teñida de colorado, al padre nunca lo encontraron flotando con su familia. Aún se sentía culpable por ese caso, habían pasado mucho tiempo y él seguía soñando con el niño de 5 años pidiendo ayuda.

-Jefe, ya no se encuentran más pistas...- dijo Lavalle-... y otro equipo de policías va a venir a ver si se encuentra algo más. Ya es hora de que nos vayamos.

Espinoza cerró el álbum y lo apoyó en la mesita de luz, se levantó bruscamente y se paró en frente de Aurora.

-No. Yo me quedaré, seguiré al otro grupo. Ustedes váyanse.

-Pero jefe...

- ¡Váyanse!-rugió desplomándose en un sofá de la habitación-Es mi caso, lo resolveré.

Aurora se fue de la habitación sin mirarlo a los ojos.

Hacía dos días que sus compañeros se habían marchado. Del otro equipo no conocía a nadie así que seguía estando en su habitación, exprimiéndose el cerebro día y noche, no salía a comer, pedía servicio a la habitación. No dejaba que le limpiasen la habitación, tenía papeles amarillos pegados en las paredes, llenos de hipótesis, dibujos del asesino y un mapa casero del hotel. No se duchaba, no se cepillaba los dientes y usaba el mismo uniforme que había usado cuando sus compañeros se fueron, sin saludarlo.

Por la noche se moría de hambre y nadie atendía el teléfono de la recepción, no quería salir de la habitación pero lo debía hacer. No estaba en las mejores condiciones para salir y que los turistas lo vean así, le había crecido la barba y estaba muy sucio. Tardó media hora en arreglarse y, para ese entonces, se estaba muriendo del hambre. Salió de su habitación y caminó hacia las escaleras ya que estaba en el piso superior, las bajó y pudo ver como el césped brillaba con la luz de la luna, el cielo estaba despejado aunque parecía que iba a llover, un grillo grillaba a lo lejos, escondido en algún arbusto. No se escuchaba la música de la disco, no se escuchaban las risas de algunos jóvenes, no había nadie en el hotel. No había llevado linterna ni su arma, simplemente el cinturón vacío ¡qué idiota había sido! Avanzó sigilosamente, no quería asustar a nadie con su pinta y, a pesar de que se había arreglado, daba miedo. Vio unas guirnaldas de calabazas, brujas y murciélagos colgadas en algunos lugares del hotel, se había olvidado de que era Halloween, había pasado tanto tiempo en su habitación que lo había olvidado de completo, siempre en esta época detenía a jóvenes que molestaban a la gente diciendo «¡dulce o truco!» Y los adultos siempre le tenían que dar dulces ¡que insoportables! Para salir se había puesto una gabardina, que lo protegía del frío de la noche, miraba para ambos lados y cruzaba el camino donde siempre pasaban los carritos de golf llevando alguna que otra valija o a personas. Ni una sola alma paseaba por el hotel, le sorprendía que aún no hubiera visto a nadie, ningún policía, ningún guardia, ningún turista, ningún nada. De pronto, vio a una mujer con una falda rosada, cruzaba el camino que estaba paralelo por el que él iba, estaba un poco lejos y no llegaba a ver su cara ya que estaba bajo las sombras, un niño con una gorra cuyo color no divisaba ver, iba detrás de la mujer mientras llevaba a un niño pequeño sujetado de la mano, un hombre que llevaba una gabardina iba muy detrás de aquellas 3 personas, cada vez iba a paso más rápido, como si quisiera alcanzarlos. Al final, logró alcanzarlos y sujetó al niño pequeño que ya le había soltado la mano al más grande, lo sujetaba del cuello y el niño estaba de espaldas a él, también llevaba una gorra y parecía oscura, luego de ahorcarlo, lo dejo lentamente en el suelo y se alertó cuando el otro más grande estaba hablando por teléfono, parecía que estaba temblando. El de la gabardina saltó encima de él y le arrebató el teléfono, lo tiró lejos y empezó a ahorcar a este también, el niño pataleaba pero acabó muerto, al igual que el otro pequeño niño. Solo quedaba la mujer de falda rosada despampanante pero el timbre del teléfono sonó, y el hombre fue a su encuentro, parecía enfadado, discutiendo y el policía escuchó como decía: « ¿Para qué ir si la chica nunca está a gusto?» Enseguida comprendió que se refería a Victoria. Siguió caminando aceleradamente hasta llegar a la mujer, esta caminaba contoneándose y moviendo sus caderas. Se detuvo un segundo para acomodarse el cabello y el hombre la alcanzó, la volteó hacia él y la vio directamente a los ojos, la mujer respiraba agitadamente y el hombre la tomaba de los hombros, le dio un beso largo en la mejilla derecha. Era una escena de cariño, donde dos personas se querían hasta que el de la gabardina la soltó e inmediatamente colocó sus dos manos alrededor de su cuello, la mujer parecía abrir los ojos como dos platos, estaba separada del suelo y pataleaba, tenía unos tacos enormes y aún con ellos no llegaba a tocar el piso. Luego de unos minutos, el hombre la arrojó al piso, ella ya estaba muerta.

El muchacho, fue caminando hacia él. Sus ojos irradiaban fuego, se lo veía enojado. Espinoza respiraba profundamente, sabía que era su fin, el fin de su vida. Sin embargo, el hombre pasó por su lado, como si no lo viera. Tenía la mirada perdida y llevaba una gabardina idéntica a la de él, marrón. Era idéntico a él, era él. Verse a sí mismo implicaba un alto nivel de no estar cuerdo pero eso no le preocupaba a Espinoza, se vio a sí mismo matar a las 3 personas que pertenecían al asesinato "Aguas de la familia Cruz".

Él una vez había estado en ese hotel, con su familia, cuando su hijo menor no había nacido. Su hermano era publicista, y él lo ayudó a realizar un anuncio del hotel "Relaxing Holiday". Él era viudo, había matado a su familia y la había arrojado en el estanque detrás de su casa. Él había matado a Victoria, por estresar a su hermano quien estaba en temas complicados. Su esposa se llamaba Rosa del Monte antes de que se casase con él. Él se llamaba Marcus Cruz, antes de cambiarse el nombre para que nadie lo reconociese. Ahora era el jefe Espinoza, nadie sospecharía de un policía, ¿no? Sus hijos siempre llevaban gorras, el más grande rojas y el más chico azules. Él mató a los guardias de seguridad, no sabía en qué momento ni cuando, los mató porque ellos sabían que él tenía un pasado oscuro. Uno de los recuerdos que permanecía en su mente era cuando su hijo tenía 3 años y él junto con su familia habían venido a vacacionar a este mismo hotel, fue la semana más feliz de su vida y por eso los espíritus de ellos permanecía en el hotel, porque el hotel era su recuerdo, el hotel no existía. El hotel existía en su mente.

Un terremoto había atacado al hotel un año después de la semana más feliz de su vida, haciendo que nada quedase pero, ¿por qué él ahora estaba en el hotel? Estaba en el hotel de su mente, el asesinato no existió, él solamente mató a su familia. Nunca conoció a un tal Felipe Hernández y Aurora Lavalle. Nunca trabajó en la policía, el nunca resolvió ningún caso, lo habían descubierto. Lo encontraron en un rincón de la casa, llorando mientras susurraba: « ¡He matado a mi familia, la he matado! ». La policía lo arrestó, pero debido a su estado lo mandaron a un manicomio ya que no tenía cura. Era un preso de su mente.



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