01
Eira Cameron
27 de marzo
—Señorita, retírese—el guardia del parque me empuja por los hombros desestabilizando mi postura y haciéndome perder el equilibrio, tanta fue la fuerza que ejerció que termino apoyándome en el árbol más cercano que encuentro.
¿Qué mierda le pasa? Tampoco es para que me trate así.
—Entiendo que su trabajo sea que no haya nadie acá, y disculpe por, aun viendo la regla, habérmela salteado, pero no considero bien que me haya tratado así. Con un "retírese" era suficiente, sé entender las palabras, señor—replico sacando calma de no sé dónde, mientras guardo la cámara en su estuche y lo cuelgo en mi hombro, para salir de aquí antes de que me haga todo un lío con el señor ese.
—Salga de este lugar—ignora lo que le dije y, tan rápido como apareció, se fue no sin antes darme una mirada amenazadora.
—¡Qué hijo de re mil putas! Cómo jode, ¿Me ve cara de carga? Ni que fuera qué para que me trate así—escupo con toda la molesta posible cuando ya me da la espalda y dos señoras que pasan se me quedan mirando raro como si estuviera desnuda por la calle.
No estás sola, Eira, recuérdalo.
Es cierto.
—¿Qué? ¿Nunca han hablado con ustedes mismas? —pregunto a la defensiva y ellas solo alzan sus hombros y me desprecian con la mirada, como si fueran más que yo.
Una me recorre con la mirada y se queda mirando un punto fijo de mí. Niega con la cabeza y de reojo mira a su acompañante, para después, llena de veneno, lanzar un:
—Es una fotógrafa. Qué podemos esperar de ella—se miran entre sí y ríen para continuar con su caminata.
Puede que ahora no tenga un trabajo estable, pero eso no me minimiza.
Y tampoco mi profesión.
Ya me había topado yo con más de uno que creía que el trabajo de fotógrafa – editora, era solo tomar una foto, poner un filtro, y ya.
Odiaba muchas cosas en la vida, y una de esas era que: Menosprecien mi trabajo. No solo es agarrar una cámara o prender el celular y capturar lo que hay en frente, ni es solo bajarle la luz y ponerle un filtro a la foto. Es más que eso, hay más detrás de todo ese producto. Y la gente no lo ve, ni ve a quiénes lo hacen.
Se habla de la foto, del modelo, hasta del fotógrafo, pero no del editor, y yo soy los dos últimos.
Nos toma horas lograr el producto final. A veces es menos, a veces, es más, depende del grado de dificultad de la edición.
—Dos galletas con avellanas y un capuccino, sin mucha espuma, por favor—le pido al señor que tiene una carretilla de este tipo de comidas.
Dentro de mí pido que el capuccino tenga el calor que deseo.
—¿Quiere que se lo caliente?
—Sí, por favor.
—En cinco minutos estará listo, señorita.
—Muchas gracias—me dispongo a susurrar cuando anota el pedido y prendo la cámara para ver las fotos por la pantalla e ir seleccionando unas que me podría servir para mi carrete en Instagram e inspiración para Pinterest.
Me entretengo en eso mientras mi pedido se está haciendo. Soy muy quisquillosa con la elección de fotos, demasiado perfeccionista, es una gran virtud que tengo, pues mis trabajos terminan siempre siendo bien recibidos.
Estoy postulando al trabajo de fotógrafa en una empresa reconocida a nivel mundial, se llama LaBer, vende ropa y cosméticos, es más una marca de diversos productos.
Pronto abrirán una nueva sede de sus oficinas acá, en los Ángeles, y están buscando a fotógrafos para sus productos. Nos han mandado algunos – muchos – requisitos, y después de eso nos han hecho pasar por diferentes etapas de selección.
Quedé en la última etapa. Para pasar esta se necesita mostrar una fotografía que refleje mi estilo. Y tengo muchas, y cada día saco nuevas, y la carpeta en la nube pesa cada vez más, sin embargo, aún con todo eso y el trabajo que le doy, no es suficiente, para mí no lo es.
Cada que me encuentro frente a la pantalla, a punto de mandar la foto, miles de preguntas entran a mi mente. ¿Les gustará? ¿Es lo que buscan? Y siempre termina en lo mismo: Si no quedo, decepcionaré a mi familia, y sobre todo a mí.
Actualmente estoy en una especie de bloqueo artístico. Lo cual dificulta más las cosas y hace que más presión en mis hombros se acumulen. Sin embargo, soy fiel creedora que, con los elementos necesarios, lograré salir de ahí para no volver nunca, o eso espero.
—Son 5 dólares—me dice y yo se los entrego antes de tomar mi pedido en manos.
Agradezco y salgo de la fila para buscar un taxi.
Justo cuando me detengo en una esquina, el flash de una cámara hace que mis ojos se cierren por completo.
Odio los flashes, la luz en general; es irónico si tomamos en cuenta que, por mi trabajo, estoy muchas veces cerca a los reflectores de luz.
De reojo veo como hay un tumulto de gente rodeando a sabrá Dios quién y saco la conclusión que la persona que tomó esa foto, es un paparazzi. Solo ellos usan de esas cámaras profesionales y tanto flash cuando estamos con plena luz del sol, aunque para ser las 4, en unos minutos ya se tiene que ir apagando tanta luz.
No le tomo mucha importancia a la persona conocida que está a – literalmente – mis espaldas, porque justo un carro amarillo se detiene cuando lo llamo. Abro la puerta para entrar, pero alguien más pasa por ahí, metiéndose en el carro que yo llamé.
—¡Oiga! —grito. Él voltea a verme y por su mirada noto que está desesperado.
—Disculpe, disculpe, disculpe, disculpe. Por favor, entre usted. Yo pagaré el viaje, pero por favor, no me haga bajar de acá.
—¿Qué? No. Ni loca.
Cuando intento cerrar la puerta y giro un poco mi cuerpo para apartarme de ahí, ese grupo de gente que estaba acosando a la persona desconocida, está con dirección a mí, bueno, no a mí, sino a él, pero es lo mismo.
Tomo un fuerte respiro y rápidamente me deslizo, entrando en los asientos, al lado de la persona que me robó el taxi.
—Por favor, déjeme en el centro comercial que está cerca de acá—pido al taxista que se limita a hacer su trabajo, importándole poco o nada lo que pase en los asientos traseros, con tal de recibir su dinero, lo otro será irrelevante.
Ignoro también a la persona de al lado, mientras más rápido salga de acá, mejor para mí.
—Ehh... ¿Podrían dejarme antes? —interviene el colado.
Lo miro de reojo y me aguanto las ganas de no mandarlo a la mierda con unos cuantos insultos que mamá me enseñó.
—No. Mire, usted es el que está desesperado porque no lo jodan, yo no, así que adecúese, que la que está haciendo el favor soy yo —siseo.
—¡Pero le pagaré el viaje! —replica.
—No me importa, es lo mínimo que puede hacer. Y ya cállese—muevo mi mano haciendo el signo del silencio—, ya estoy por llegar, después el taxi será todo suyo.
El desconocido no vuelve a hablar y con eso me basta.
Lo analizo un poco y de forma rápida. No le doy más de treinta años, hasta parece que tiene mi edad. Está vestido con unos pantalones de deporte que se les apega a las piernas, y en la parte de arriba lleva una camiseta simple, de mangas cortas, revelando sus trabajados brazos. Ni mucho ni poco, lo indicado.
Dejo de mirarlo en el instante en que él casi me pilla, así que, en la corta trayectoria, me mantengo mirando a la calle por mi lado de la ventana. Que no quiero tener más problemas.
Suficiente tengo con esta frustración por no sacar una foto que refleje mi estilo. Si no soy lo suficientemente buena para saber mi estilo de fotos, no seré lo suficientemente buena para ese empleo ni para ningún otro.
Eso me molestaba y llegaba a joder en ciertos puntos.
—Lo pagará él—señalo a la persona dentro del taxi y el chofer voltea a verlo y cerciorarse de que lo que le digo, no es mentira. Parece reconocerlo, porque todo su desinterés se evapora y se centra en él, además que me deja en paz, cosa que aprovecho para adentrarme al centro comercial, buscando algo con qué entretenerme.
—¡Oh por Dios! Eres tú, mi esposa no me creerá cuando se lo cuente... —es lo último que escucho de ese par porque yo ya estoy lejos para oír su conversación.
No tengo ni la más mínima idea de quién habrá sido, tampoco reconocí su rostro porque no lo vi mucho.
Camino sin rumbo por el gran centro, comiéndome la última galleta que me queda.
Qué aburrido es todo. Ninguna de mis amigas podía acompañarme porque sí tienen un trabajo fijo, así que tendría que ver qué hacer porque hoy me propuse distraerme un poco, si seguía en mi casa solo me comería más la cabeza pensando en las... Bueno, eso.
Termino comprando un poco de ropa nueva y unos sets de maquillaje. Lo bueno de haber participado en sesiones fotográficas, es que una vez que las cosas estaban listas, me quedaba chismeando con las maquilladoras que me daban los mejores tips para el maquillaje.
Cuando ya es la hora en la que me debo ir, porque he acordado con mi mamá en que llegaría para la cena, salgo del centro comercial y antes de subir al taxi, me cercioro que no haya nadie que me pueda robar el carro.
—Buenas noches, mamá—la saludo al llegar
—Hola, hija. ¿Qué tal? ¿Lograste tomar nuevas fotos?
Por un momento se me tensan los hombros mientras dejo mis cosas en la entrada.
—Sí. Igual prefiero no hablar de eso ahora.
Cuando entramos a la sala casi se me caen las bolsas por verlo ahí.
—Hola, tía—James se tira a mis brazos y yo me p
—¡James! —grito emocionada y corro hacia él para abrazarlo.
El chico de doce años responde a mi afecto, y segundos después nos separamos para saludarnos.
Sí que ha crecido. Su piel sigue siendo tan pálida que a veces le veo similitud con el papel. Su cabello ha crecido de forma lacia, desechando esos rulos que tendría que haber sacado de su padre.
—¿Qué haces acá? —no me aguanto la pregunta.
—¡Estoy bien! —sonríe emocionado—. Llegué hace unas horas porque mis vacaciones empezaron y mis papás creyeron que sería una buena idea que las venga a visitar.
—También ha sido una sorpresa para mí su llegada—admite mamá.
—¡He sacado excelencias! —exclama feliz y es tanta su emoción, que me la contagia, porque termino sonriendo a su par—. ¡Y abu ha dicho que me llevarás al partido de los Vaxol de mañana! —su sonrisa se ensancha cada vez más.
—¿Sabías que a veces las personas mienten? Por más mayores que sean—le cuento y siento la mirada juzgona de mamá en mis espaldas.
¿Para qué me compromete? Además, ¿Los Vaxol? Ugh. No son de mi agrado. Bien ir a ver basquetbolistas jugar, pero ¿tenían que ser los Vaxol? ¿Ellos? Es más entretenido ver a una hormiga caminar.
—Ohh...
—Eira, es ese partido que te dije, para el que tengo dos entradas en zonas cercas a la cancha...
—¿Contra quiénes será? —investigo resignándome a mi destino.
—Los Gliford de los Ángeles—responde mi sobrino cuando me siento a su lado, y mamá en frente nuestro.
¿Qué? Dios, me siento la peor fan porque ni sabía de ese partido.
—¿En una zona buena?
—En una zona buena—mamá confirma.
—¿A qué hora será?
Claire sonríe.
new year, new and final edition.
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